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Hilo conceptual

"Podemos dejar huella sin pisar a nadie". Anónimo. He ahí el bello mensaje que envía la Industria del Pensamiento IP  a la humanidad, a la nación Colombiana, a su idea, frente al macabro y extremadamente cruel de los océanos de sangre, regados por la Industria de la Violencia IV, su mensaje horroroso, INVIABLE Ya, en el presente horizonte de época. La IV impone con la motosierra y Cía, una pirinola siniestra: "Todos ponen y unos pocos toman todo". La IP invita y seduce con el hermoso canto de la palabra comprensiva y justa: "Todos ponen, todos toman",  totalmente extraño al parasitismo exacerbado de la IV colombiana. En la IP colombiana,  ningún grano de arena que se ponga sobra, pues, como lo dijeron Buda y Cristo, "el conflicto no es entre el bien y el mal sino entre el conocimiento y la ignorancia", esto es, el conocimiento (Pablo d´Ors), "la verdad OS hará libres"...La empatía, la valentía, la laboriosidad, la altivez y el sentido de justicia y de dignidad y el ímpetu emocional de la IP colombiana nos susurra en nuestros despiertos oídos, en nuestros nuevos ojos, "Sapere Aude", atrevámonos a pensar,  arriesguémonos a tejer esa humilde ofrenda que tanto merece un pueblo sufrido y vejado, nunca derrotado.”AMR

Por lo pronto, ahí les va, la nuestra´.

¡Con especial sentimiento de gratitud y de amistad empática!.

"El error es virtud, cuando se lo somete a crítica. Cuando no, repetido ad nauseam, es el horror, la historia, hasta ahora. Seguir cayendo en el mismo hoyo, ya no es un privilegio que se pueda otorgar, ese desertor de la zoología, al decir de Cioran. Su gran soberana, la muerte, se le volvió omnipresente: por fin, alguien, nada modesto, el cambio climático, le está poniendo camisa de fuerza al narciso Prometeo. Cuanto más lo apriete, más reconocerá sus horrores, y puede ser tarde para él, nunca para el Cosmos, que a toda hora se corrige a sí mismo, excepto cuando muta a simio consciente. La consciencia de sí, también intimida al Dios de Spinoza". AMR

“Según el gran físico Louis de Broglie, existiría una relación entre el hecho de «ser ocurrente» y el de hacer descubrimientos científicos, significando aquí «ser ocurrente» la capacidad de «establecer repentinamente aproximaciones inesperadas». Si ello fuera cierto, los alemanes serían incapaces de innovar en materia de ciencia. Swift se extrañaba ya de que un pueblo de espíritu lento y pesado tuviese en su haber tantas invenciones. Sin embargo, la invención supone menos la vivacidad de espíritu que la perseverancia, la capacidad de ahondar, de rebuscar, de empeñarse en lograr algo... La chispa surge de la obstinación”.

E.M. Cioran

"Las polémicas son inútiles, estar de antemano de un lado o del otro es un error, sobre todo si se oye la conversación como una polémica, si se la ve como un juego en el cual alguien gana y alguien pierde.

El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro. Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos”.
Jorge Luis Borges

Hubo una vez un hombre que perdió sus llaves en el lado oscuro de la calle y fue a buscarlas al otro lado, debajo del poste de luz. Cuando alguien le pregunto por qué buscaba las llaves de ese lado y no del lado que las había perdido, contestó que porque allí había más luz.
Esta historia muestra la forma como vivimos nuestra vida: buscando las cosas en el lugar equivocado. Sentimos que nuestra vida no funciona, que debiera ser diferente, y por eso vivimos buscando toda clase de soluciones. Pero no nos damos cuenta de que, al hacerlo, nos alejamos del único lugar donde está la solución: nosotros mismos.

Charlotte Joko Beck, Steve Smith

_*"La ilustración es la salida del hombre de su condición de menor de edad de la cual él mismo es  culpable. La minoría de edad es la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no radica en una falta de entendimiento, sino de la decisión y el valor para servirse de él con independencia, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! es pues la divisa de la ilustración. La pereza y la cobardía son las causas de que la mayoría de los hombres,  después que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter majorennes), permanecen con gusto como menores de edad a lo largo de su vida, por lo cual le es muy fácil a otros el erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia, un médico que dictamina acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré esforzarme. Si sólo puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mí tan fastidiosa tarea.".

I. Kant*_

" _En la sociedad tolerante,  lo respetado no son las ideas y creencias de las personas, sino las personas mismas, nunca identificadas, del todo, con sus ideas y creencias"

F. Savater

Si  alguien  me  objetara  que  el  reconocimiento  previo  de  los  conflictos  y  las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría a paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos.  De  reconocerlos  y  de  contenerlos. De vivir, no a pesar de ellos, sino productiva e  inteligentemente  en  ellos.  Que  solo  un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz.

𝒛𝒖𝒍𝒆𝒕𝒂 𝑬.

"Lo esencial «en el cielo y en la tierra» es según parece, repitámoslo, el obedecer durante mucho tiempo y en una única dirección: con esto se obtiene y se ha obtenido siempre, a la larga, algo por lo cual merece la pena vivir en la tierra, por ejemplo virtud, arte, música, baile, razón, espiritualidad, -algo transfigurador, refinado, loco y divino.".

F. Nietzsche

“Dice GUTIERREZ GIRARDOT que ‘para el niño el mundo histórico se reduce a los partidarios del “si”, los buenos y los católicos, y los del “no”, necesariamente los malos y los no católicos. Esta estructura antagonista se profundiza cuando en el curso de los estudios a los adolescentes se le enseña a odiar literalmente a todas las figuras históricas que dijeron no al padre Astete y a lo que él representaba, a los otros que para agravar la maldad no eran españoles, el odio trajo en consecuencia la calumnia, la deformación y al mismo tiempo la hipocresía..’

“Porque se partía del criterio paranoide según el cual “los otros son los malos”, los que “no son como nosotros”. Todavía a finales del siglo pasado un erudito castellano, MARCELINO MENENDEZ Y PELAYO, autor de una obra monumental, la Historia de los heterodoxos españoles, hablaba por ejemplo de la filosofía alemana como la de “los enemigos de nuestra raza” y de las “nieblas germánicas” que nada tenían que ver con la supuesta claridad latina...e hispánica.

“Así es como hemos sido educados en el paradigma del dogmatismo y la intolerancia. La mediocridad espiritual de España y de América, producto de la falta de filosofía (mientras el idealismo alemán es un resultado secular de la Reforma protestante, porque Kant y Hegel lo que hacen es profunfizar en el camino abierto por Lutero, de quien dijera Hegel en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal que fue el primero en haber pensado que el hombre es libre por sí mismo), es un resultado de esta actitud que constituye el meollo del nuestra propia personalidad histórica...Pensemos nosotros entonces en los 500 años de cultura autoritaria y dogmática, en los prejuicios en contra del espíritu de la modernidad que nos afectan.” Ruben Jaramillo Vélez

 “...Cuando los españoles llegaron a Hispanoamérica –el objetivo no era producir riqueza en las nuevas colonias...sino saquear las existentes... – no fue difícil que todo el trabajo comunicativo (escrito y oral) hubiese estado destinado esencialmente a consolidar un doctrina y su densa moral. En consecuencia, privilegiar como absoluta esa finalidad, dibujó (con tinta indeleble hasta ahora) en el sistema educativo primigenio (el artesano, el cura, quienes enseñaban las primeras letras) una naturaleza imbuida totalmente por el adoctrinamiento.

Se enseñaba a leer no para crear sino para creer, con lo cual, el sistema educativo colombiano experimentó un alumbramiento esencialmente religioso (algo así como si lo religioso hubiera sido su código genético). No lo signó la inteligencia sino la fe. Por tal razón, entonces, se le asignó una marca, un estigma alejado totalmente de la productividad, del trabajo terrenal en su diversidad de formas...”. AMR

"Quien mira hacia afuera, duerme y quien mira hacia adentro, despierta" Carlos G. Jung"Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma.
Aquello a lo que te resistes, persiste".

Carlos G. Jung

"Pero una vez que el individuo ha llegado a ser y se siente ser ‘el mismo’, ya no necesita de identificaciones, ya no puede ser un ‘seguidor’, no puede ser un fanático, y si, por ejemplo, acompaña a algún dirigente en un proyecto político es porque ha sopesado crítica y autónomamente – la crítica no puede existir sin autonomía – argumentos racionales y no porque proyecta en esa persona un delirio, al dotarlo de poderes mágicos como los que en su infancia creía que poseía el padre, y luego del padre, la figura sustituta del mismo.” Ruben Jaramillo Vélez

"Pero esta noción de dogma (que proviene de la historia del pensamiento económico), adquiere en las Españas la peculiar significación de dogma como indicación histórica de las tendencias y resultados de un pensamiento, que parece eximir al filósofo  o al científico de cualquier otra rama del saber intelectual, de la ´seriedad´ y del ´esfuerzo del concepto´ y consiguientemente de los pasos que describe Hegel como condición para captar  y comprender una cosa., pasos que, por lo demás son los habituales de cualquier trabajo intelectual. Éxtasis y efervescente entusiasmo han sustituido en las Españas al esfuerzo y la seriedad del concepto, a la crítica.  En la Historia de los fallidos intentos de establecer en las Españas la crítica, esto es, el pensamiento ´sistemático´ (sistema no en el sentido de una construcción especulativa sin referencia a una supuesta realidad, sino como procedimiento metódico de investigación, que supone y ejerce a la vez la crítica en el sentido Kantiano), el capítulo largo y pertinaz que corresponde a la figura de José Ortega y Gasset constituye una culminación de la prevalencia del dogmatismo sobre la razón, sobre la crítica sobre las formas elementales del pensamiento científico. Rafael Gutiérrez Girardot.

“La naturaleza de la crítica, del griego crytis y krytyki que significan crisis y juzgar respectivamente, en la tradición académica está asociada a la pretensión de sinceridad del conocimiento. Tomarse en serio el discurso del otro. Examinarlo con rigor debe conducir a una reflexión sincera del examinador que, por sincera, dice no lo que el otro quiere oír o leer, sino lo que el crítico piensa. Pero decir sinceramente lo que se reflexiona puede herir la sensibilidad del otro; al fin y al cabo las ideas, los pensamientos también son nuestros sentimientos y sobre aquello que se ama existe la pretensión obcecada de que no sea tocado y mucho menos, desnudado y diseccionado críticamente.

Si la minoría de edad es no usar el entendimiento propio sin la ayuda de otro, hecho que automáticamente hace indisoluble de esa minoría de edad a la heteronomía, es decir, el gobierno del otro  en el individuo o en el colectivo y si en el momento en que el otro gobierna al individuo o el colectivo surge automáticamente la realidad de una imposición por la razón de la fuerza, pues no se llega a acuerdos con un no igual, con un esclavo, configurándose el autoritarismo, es claro que el  individuo o colectivo menor de edad, atravesado por la heteronomía y el autoritarismo ...proyecta en esa persona o grupo – en el otro que lo gobierna – un delirio, al 'dotarlo de poderes mágicos como los que en su infancia creía que poseía el padre, y luego del padre, la figura sustituta del mismo'; ese delirio constituye una identificación tan fuerte que el colectivo o individuo menor de edad  se confunde con sus ideas, sus ideas son su vida, representan una cuestión de vida o muerte igual que un órgano vital  como el corazón, como la sangre que fluye por las venas y por tanto, el menor de edad no aceptará que se ponga en cuestión,  que se ejerza '...la pretensión de sinceridad del conocimiento...'  sobre ese corazón espiritual  que son sus ideas , en una palabra, no aceptará, será totalmente refractario a la crítica, no permitirá bajo ninguna circunstancia que se someta a la crítica su sangre espiritual, líquido invisible que se vuelve para el menor de edad tan vital o más que su sangre roja visible.

Ello, la negativa rotunda a someterse a la crítica, es lo que hace que en una cultura de minoría de edad sea imposible  la tolerancia y que se obligue inevitablemente la intolerancia..., es decir, la cultura de la muerte, fuertemente arraigada en el alma del ethos colombiano.".

A.M.R.

“Dogma.  Llamaremos así a toda convicción que haya llegado a ser para quien la posee – o la padece – una referencia de su propia identidad ; algo que por lo tanto no puede ser pedido – por ejemplo superado – sin que se abra inmediatamente la cuestión esencial de la angustia:  ¿Quién soy yo ahora que no pienso así, ahora que no creo en esto?  Tal vez convenga dejar de lado momentáneamente el carácter mismo de esta convicción, su grado de elaboración y coherencia, las condiciones de su formación;  para destacar solamente ese rasgo decisivo:  que ha llegado a ser un referente de identidad.   Esto nos permite indicar, para comenzar, que en un sentido fundamental todos somos dogmáticos, que no es posible tomar una alegre distancia sobre el dogmatismo, sin hacernos toda clase de ilusiones...

“...El dogmatismo es un hecho general que no puede ser erradicado por ninguna medida preventiva ni higiene filosófica, porque es la manera como se articulan las formas  de identidad, los deseos y las representaciones  colectivas”.

Zuleta E.

“Así como el ser humano no puede elegir ser únicamente racional, pues la irracionalidad le es inherente, igualmente no puede elegir no ser dogmático.  ¿Por qué?  Una posible aproximación comprensiva estaría precisamente en lo anterior:  que por ser el hombre un ser escindido, por coexistir en él lo instintual y lo racional, su pensamiento aparece como el resultado de la acción conjunta de esos dos mundos y entonces, el dogmatismo sería un mecanismo sin el cual, le sería imposible enfrentar un mundo misterioso y lleno de amenazas:  es el Fuerte Espiritual que se construye el hombre para sobrevivir a la amenaza de lo incierto.

De esto último se infiere que el problema del hombre frente al dogmatismo no está en ser o no ser dogmático, comprender que la opción es intentar ser menos dogmáticos y no actuar desde la idealización de no ser dogmático.

Si el dogma comienza a configurarse como un referente de identidad a partir del momento en que el hombre es gestado y alumbrado y la palabra fundadora, la madre y el padre, por lo regular, se constituyen en los principales artífices de tal proceso, significa que la protección y la sobrevivencia de la criatura humana en un mundo hostil serán garantizados por un reemplazo de su misma naturaleza, por un sucedáneo cuando ya la palabra fundadora “delega” su función protectora (en su relación tangible, cuando el niño inicia relaciones con un medio distinto al de la familia) en otras instancias.”.

A.M.R.

"Muchos estudiantes, en especial los que son pobres, saben intuitivamente qué hacen por ellos las escuelas. Los adiestran a confundir proceso y sustancia. Una vez que estos dos términos se hacen indistintos, se adopta una nueva lógica: cuanto más tratamiento haya, tanto mejor serán los resultados. Al alumno se le “escolariza” de ese modo para confundir enseñanza con saber, promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia, y fluidez con capacidad para decir algo nuevo. A su imaginación se la “escolariza” para que acepte servicio en vez de valor. Se confunde el tratamiento médico tomándolo por cuidado de la salud, el trabajo social por mejoramiento de la vida comunitaria, la protección policial por tranquilidad, el equilibrio militar por seguridad nacional, la mezquina lucha cotidiana por trabajo productivo. La salud, el saber, la dignidad, la independencia y el quehacer creativo quedan definidos como poco más que el desempeño de las instituciones que afirman servir a estos fines, y su mejoramiento se hace dependiente de la asignación de mayores recursos a la administración de hospitales, escuelas y demás organismos correspondientes". Ivan Ilich

"Mi educación fue muy buena hasta que el colegio me la interrumpió".

Bernard Shaw

"Un niño educado sólo en la escuela es un niño no educado". George Santayana

"La libertad supone responsabilidad, por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto".

Bernard Shaw

"Aprender sin pensar es esfuerzo perdido; pensar sin aprender, peligroso".

Confucio

"El progreso es imposible sin el cambio, y aquellos que no pueden cambiar sus mentes no pueden cambiar nada".

Bernard Shaw

"Si has construido un castillo en el aire no has perdido el tiempo, es allí donde debería estar. Ahora debes construir los cimientos debajo de él".

Bernard Shaw

“Llevamos en nosotros, como un tesoro irrecusable, un fárrago de creencias y de certezas indignas. Incluso quien llega a desembarazarse de ellas y a vencerlas permanece, en el desierto de su lucidez, todavía fanático de sí mismo, de su propia existencia; ha humillado todas sus obsesiones salvo el terreno en el que afloran; ha perdido todos sus puntos fijos, salvo la fijeza de la que provienen. La vida tiene dogmas, más inmutables que la teología, pues cada existencia está anclada en infalibilidades que hacen palidecer las elucubraciones de la demencia y de la fe. El escéptico mismo, enamorado de sus dudas, se muestra fanático del escepticismo.

El hombre es el ser dogmático por excelencia y sus dogmas son tanto más profundos cuando no los formula, cuando los ignora y los sigue…Cada uno es para sí mismo un dogma supremo, ninguna teología protege a su Dios como nosotros protegemos a nuestro Yo; y este Yo, si le asediamos con dudas y le ponemos en cuestión, no es más que por una falsa elegancia de nuestro orgullo. La causa está ganada de antemano.

¿Cómo escapar al absoluto de uno mismo? Habría que imaginar un ser desprovisto de instintos, que no llevara ningún nombre y a quien fuese desconocida su propia imagen… Y si alguien muere por una idea, es porque es su idea, y su idea es su vida.

Ninguna crítica de ninguna razón despertará al hombre de su ‘sueño dogmático’. Podrá quebrantar las certezas irreflexivas que abundan en la filosofía y sustituir las afirmaciones rígidas por otras más flexibles, pero, cómo, por un método racional logrará sacudir a la criatura, adormecida sobre sus propios dogmas sin hacerla perecer”.

Cioran, E.M.

“En lo intangible proseguirá indefinidamente la influencia –de la palabra fundadora-, solo que entrarán a complementar la urdimbre del referente de identidad, diversas formas de acción social sobre el individuo (familia, iglesia, escuela, medios de comunicación, etc.)

Ese referente de identidad, es decir, el acceso a un orden, a un sistema de valores, a un conjunto de referencias simbólicas que ofrezcan al hombre previsibilidad, funcionalidad, continuidad, seguridad para vivir en un mundo incierto y por tanto, amenazante, sería el dogmatismo, frente al cual ningún ser humano puede sustraerse sino por la psicosis o alguna salida brusca.

En consecuencia, si se reconoce el dogmatismo como inherente al ser humano, y si la opción es ser menos o más dogmático, optar por la primera posibilidad entrañaría empezar por tal reconocimiento…Si un individuo reconoce su dogmatismo y en algo, sus mecanismos, pudiera intentar ser menos dogmático”.

A.M.R.

“Una neurosis no funciona lo mismo si el sujeto sabe lo que le está pasando que si lo ignora, una sociedad tampoco funciona lo mismo si la gente sabe cuáles son los procesos que ocurren, que si no lo sabe.

Por lo tanto, ahí tenemos una primera diferencia interesante: la ignorancia de lo que es, hace parte del ser del objeto estudiado y por tanto no hay tal estudio que sea efectivamente neutro”.

Zuleta E.

Nuestra sociedad se asemeja a la máquina definitiva que una vez vi en una juguetería neoyorquina. Consistía en un cofrecillo metálico con un interruptor que, al tocarlo, se abría de golpe descubriendo una mano mecánica. Unos dedos cromados se estiraban hacia la tapa, la cerraban y la acerrojaban desde el interior.

Era una caja; uno esperaba poder sacar algo de ella, pero no contenía sino un mecanismo para cerrarla. Este artilugio es lo opuesto a la “caja” de Pandora. La Pandora original, “la que todo lo da”, era una diosa de la Tierra en la Grecia matriarcal prehistórica, que dejó escapar todos los males de su ánfora (phytos). Pero cerró la tapa antes de que pudiera escapar la esperanza. La historia del hombre moderno comienza con la degradación del mito de Pandora, y llega a su término en el cofrecillo que se cierra solo. Es la historia del empeño prometeico por forjar instituciones a fin de acorralar a cada uno de los males desencadenados. Es la historia de una esperanza declinante y unas expectativas crecientes. Para comprender lo que esto significa debemos redescubrir la diferencia entre expectativa y esperanza. Esperanza, en su sentido vigoroso, significa fe confiada en la bondad de la naturaleza, mientras expectativa, tal como la emplearé aquí, significa confiar en resultados que son planificados y controlados por el hombre. La esperanza centra el deseo en una persona de la cual aguardamos un regalo. La expectativa se promete una satisfacción proveniente de un proceso predecible que producirá aquello que tenemos el derecho de exigir. El ethos prometeico ha eclipsado actualmente la esperanza, la supervivencia de la raza humana de que se la descubra como fuerza social. La Pandora original fue enviada a la Tierra con un frasco que contenía todos los males; de las cosas buenas, contenía sólo la esperanza. El hombre primitivo vivía en este mundo de esperanza. Para subsistir confiaba en la munificencia de la naturaleza, en los regalos de los dioses y en los instintos de su tribu. Los griegos del período clásico comenzaron a reemplazar la esperanza por expectativas. En la versión que dieron de Pandora, ésta soltó tanto males como bienes.

La recordaban principalmente por los males que había desencadenado. Y, lo que es más significativo, olvidaron que “la que todo lo da” era también la custodia de la esperanza.".

Ilich Ivan. ¡Continuará...Próxmo envío!

"En el capítulo anterior he examinado aquello que se está convirtiendo en una queja acerca de las escuelas,una queja que hace sentir, por ejemplo, en un informe reciente de la Carnegie Commission: en las escuelas los alumnos matriculados se someten ante maestros diplomados a fin de obtener sus propios diplomas; ambos quedan frustrados y ambos culpan a unos recursos insuficientes -dinero, tiempo o edificios- de su mutua frustración.

Una crítica semejante conduce a muchos a pensar si no será posible concebir un estilo diferente de aprendizaje. Paradójicamente, si a estas mismas personas se les insta a especificar cómo adquirieron lo que sabe y estiman, admitirán prontamente que con mayor frecuencia lo aprendieron fuera y no dentro de la escuela. Su conocimiento de hechos, lo que entienden de la vida y de su trabajo les provino de la amistad o del amor, de mirar el televisor o de leer, del ejemplo de sus iguales o de la incitación de un encuentro callejero. O tal vez aprendieron lo que saben por medio del ritual de iniciación de una pandilla callejera, de un hospital, de la redacción de un periódico, de un taller de fontanería o de una oficina de seguros. La alternativa a la dependencia respecto de las escuelas no es el uso de recursos públicos para algún nuevo dispositivo que "haga" aprender a la gente; es más bien la creación de un nuevo estilo de relación educativa entre el hombre y su medio. Para propiciar este estilo será necesaria una modificación de consumo de las actitudes hacia el desarrollarse, de los útiles disponibles para aprender, y de la calidad y estructura de la vida cotidiana.

Las actividades ya están cambiando. Ha desaparecido la orgullosa dependencia respecto de la escuela. En la industria del conocimiento se acrecienta la resistencia del consumidor. Muchos profesores y alumnos, contribuyentes y patronos, economistas y policías, preferirían no seguir dependiendo de las escuelas. Lo que impide que la frustración de éstos dé forma a otras instituciones es una carencia no sólo de imaginación, sino también, con frecuencia, de un lenguaje apropiado y de un interés personal ilustrado. No pueden visualizar ya sea una sociedad desescolarizada, ya sean unas instituciones educativas en una sociedad que haya privado de apoyo oficial a la escuela. En este capítulo me propongo mostrar que lo contrario de la escuela es posible: que podemos apoyarnos en el aprendizaje automotivado en vez de contratar profesores para sobornar u obligar al estudiante a hallar el tiempo y la voluntad de aprender, que podemos proporcionar al aprendiz nuevos vínculos con el mundo en vez de continuar canalizando todos los programas educativos a través del profesor.".

Ilich Ivan.

"El concepto de ecosistema educativo o de ecosistema de aprendizaje (Hannon, Patton, y Temperley, 2011) viene tomando fuerza en los planteamientos sobre innovaciones educativas. Los ecosistemas tienen dirección o teleología, y los estados de desequilibrio son generadores de movimiento; el aprendiz es actor esencial y protagonista de los logros, mientras el conocimiento construido en procesos colectivos e históricos tiene mucho valor y se expresa mediante contenidos y recursos de aprendizaje que entran a formar parte del entorno. El formador tiene una función muy importante en su identificación, selección y en la organización de dinámicas y el ciberespacio es fuente de recursos de información y acción; el espacio físico es el escenario de la observación activa y de la experimentación.".

Luis Facundo Maldonado G.

"Es necesario impulsar una educación para la mayoría de edad y para la democracia. Tenemos que considerar que la democracia debe ampliarse: debe haber cada vez más conciencia ciudadana -La crítica no puede existir sin autonomía".

Rubén J. V.

"357. La moral de las moscas pegajosas. Los moralistas que carecen del amor al conocimiento y que no tienen otro gusto que el de hacer mal, recuerdan a las poblaciones pequeñas por su sagacidad y su aburrimiento; su deleite, tan cruel como lamentable, consiste en observar los dedos del vecino en ponerle repentinamente una aguja para que le pique. Tiene algo de la malignidad de los niños, que no saben divertirse sin acosar y´maltratar a algo vivo o algo muerto".

Nietzsche F.

"Cuando se conversa con alguien, por muy grande que sean sus méritos, no hay que olvidar ni un solo instante que en sus reacciones profundas no difiere en nada del común de los mortales. Por prudencia debe tratársele con miramientos, pues, como todo el mundo, tampoco él soportaría la sinceridad, causa directa de la mayoría de las disputas y rencores.".

Cioran E. M.

“Un César está más cerca de un alcalde de pueblo que de un espíritu soberanamente lúcido pero desprovisto de instinto de dominio. Lo importante es mandar: a ello aspira la casi totalidad de los hombres. Ya tengáis en vuestras manos un imperio, una tribu, una familia o un criado, desplegáis vuestro talento de tirano, glorioso o caricaturesco: todo un mundo o una sola persona está a vuestras órdenes. Así se establece la serie de calamidades que provienen de la necesidad de primar... Nos codeamos con sátrapas por todas partes: cada uno -según sus medios- se busca una multitud de esclavos o se contenta con uno solo. Nadie se basta a sí mismo: el más modesto encontrará siempre un amigo o una compañera para hacer valer su sueño de autoridad. El que obedece se hará a su vez obedecer: de víctima pasará a ser verdugo; es el supremo deseo de todos. Sólo los mendigos y los sabios no lo experimentan; a menos que su juego sea aún más sutil... 

El ansia de poder permite a la Historia renovarse y permanecer sin embargo fundamentalmente igual; las religiones tratan de combatir esa ansia; no logran sino exasperarla. El cristianismo hubiera tenido como desenlace que la tierra fuera un desierto o un paraíso. Bajo las formas variables que el hombre puede revestir se esconde una constante, un fondo idéntico, que explica por qué, contra todas las apariencias de cambio, evolucionamos en círculo, y por qué, si perdiésemos, a raíz de una intervención sobrenatural, nuestra condición de monstruos y fantoches, la historia desaparecería inmediatamente.”. 

Cioran E.M.  “Continuará…Próxima actualización”

“Esto nos permite indicar, para comenzar, que en un sentido fundamental todos somos dogmáticos, que no es posible tomar una alegre distancia sobre el dogmatismo, sin hacernos toda clase de ilusiones sobre la economía de nuestro pensamiento. Dogmático fue ya nuestro ingreso en el mundo: una palabra incuestionable designó, valoró y configuró la imagen primera de la realidad y de nosotros mismos; la palabra de un ser supremo, objeto de todo, de la identificación, de la necesidad, del amor, del deseo, de la demanda, de la hostilidad.

Cuando más tarde los monstruos sagrados de la infancia se diferencian y relativizan y finalmente ya no puede negarse del todo que son, en cierto modo, señores comunes y corrientes, la nostalgia de una palabra fundadora sigue operando y puede buscarse y encontrarse en el mundo alguien a quien adjudicársela; o, lo que es más peligroso, tratar de negar que estamos privados de ella por medio de una autonomización maníaca e intentar producirla nosotros mismos. Y por desgracia no siempre sin éxito, puesto que hay muchos que la buscan.”. 

Zuleta E.

“Una proposición científica no tiene que remitirse (aunque algunos cometen muchas veces este error) a la autoridad representada por la figura de un gran pensador o de un gran descubridor. No se puede sustentar una teoría en geometría, o en cualquier otra ciencia, repitiéndose a su autor: <<los tres ángulos de un triángulo suman dos rectos porque así lo dijo Euclides>>. Nadie necesita hacer ese tipo de afirmación porque cualquiera puede demostrarlo por sí mismo. La ciencia, en la medida en que se funda en una demostración, escapa a la propiedad de un autor y se convierte en un patrimonio común. En este sentido es completamente segundario que conozcamos el origen de una determinada formulación científica.

Tenemos así una característica típica de la ideología: se funda siempre en las tradiciones, en los modos de vida, en una autoridad de cualquier tipo que sea, y deja de lado la demostración como fundamento de su validez". 

Zuleta E.

"Los griegos contaban la historia de dos hermanos, Prometeo y Epimeteo. El primero advirtió al segundo que no se metiera con Pandora. Éste, en cambio, se casó con ella. En la Grecia clásica, al nombre “Epimeteo”, que significa “percepción tardía” o “visión ulterior”, se le daba el significado de “lerdo” o “tonto”. Para la época en que Hesíodo relataba el cuento en su forma clásica, los griegos se habían convertido en patriarcas moralistas y misóginos que se espantaban ante el pensamiento de una primera mujer. Construyeron una sociedad racional y autoritaria. Los hombres proyectaron instituciones mediante las cuales programaron enfrentarse a todos los males desenjaulados. Llegaron a percatarse de su poder para conformar el mundo y hacerle producir servicios que aprendieron también a esperar. Querían que sus artefactos moldearan sus propias necesidades y las exigencias futuras de sus hijos.

Se convirtieron en legisladores, arquitectos y autores, hacedores de constituciones, ciudades y obras de arte que sirviesen de ejemplo para su progenie. El hombre primitivo había contado con la participación mística en ritos sagrados para iniciar a los individuos en las tradiciones de la sociedad, pero los griegos clásicos reconocieron como verdaderos hombres sólo a aquellos ciudadanos que permitirían que la paideia (educación) los hiciera aptos para ingresar en las instituciones que sus mayores habían proyectado.". 

Ivan Ilich. "Continuará...Próxima actualización"

"Una persona inteligente resuelve un problema. Una persona sabia lo evita.".

 A. Einstein

"Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros." 

Hermann Hesse

"Intentad ser libres: os moriréis de hambre. La sociedad no os tolera más que si sois sucesivamente serviles y despóticos; es una prisión sin guardianes, pero de la que no se escapa uno sin perecer. ¿A dónde ir, cuando no puede vivirse más que en la sociedad y cuando no se tienen ya instintos, y cuando no se es tan lanzado como para mendigar, ni tan equilibrado como para entregarse a la sabiduría? A fin de cuentas, uno sigue como todo el mundo, fingiendo atarearse; uno se resigna a tal extremo gracias a los recursos del artificio, entendiendo que es menos ridículo simular la vida que vivirla.

Mientras que los hombres sientan pasión por la sociedad, reinará en ella un canibalismo disfrazado. El instinto político es la consecuencia directa del Pecado, la materialización inmediata de la Caída. Cada uno debería estar ocupado en su soledad, pero cada uno vigila la de los otros. Los ángeles y los bandidos tienen sus jefes: ¿Cómo las criaturas intermedias -el grueso de la humanidad- podrían prescindir de ellos?

Quitadles el deseo de ser esclavos o tiranos; demoléis la sociedad en un abrir y cerrar de ojos. El pacto de los monos está por siempre sellado; y la historia sigue su curso, horda jadeante entre crímenes y sueños. Nada puede detenerla: incluso los que la execran participan en su carrera...". Cioran E.M.

"Pero más frecuentemente aprendemos, tarde o temprano, a fuerza de duelos y decepciones, que no se debe tener confianza en ninguna teoría demasiado global que se dé aires muy generalmente explicativos, que tengan el tono o la pretensión de substituir la palabra primordial ofreciéndonos un nuevo nacimiento. Sin duda, la vieja añoranza sobrevive obscuramente y puede irrumpir de nuevo a causa de una conmoción de nuestros criterios de identidad; pero entre tanto, nuestro dogmatismo se refugia en convicciones restringidas que creemos suficientemente comprobadas, o al menos compartidas, o en todo caso, cuando son retoños inocultables de la vieja palabra omnipotente, constituyen ahora delirios circunscritos que pueden convivir con las consideraciones razonables de la vida práctica y las exigencias de la adaptación. Estas convicciones son tratadas como partes de nuestro yo cuya pérdida significaría una herida narcisista. Nos convertimos en guardianes y protectores de estas verdades, no con los medios heroicos del gran dogmatismo que promete una nueva vida a quien lo acoja y descarta como caso perdido o enemigo a quien no lo acoja, sino con procedimientos más certeros y circunspectos: se pueden, por ejemplo, destacar los hechos que parezcan confirmar estas convicciones, considerarlos como datos esenciales para entender el sentido del conjunto y, cuando son minucias, tomarlos como signos premonitorios de una evolución en marcha. Y, al contrario, tratar los hechos que parecen refutarlas con un método similar al que emplea la neurosis obsesiva, es decir, aislando los de su contexto, despojándolos de toda carga afectiva, presentándolos como efectos impredecibles de circunstancias particulares. En cuanto a las ideas que contradicen nuestras convicciones, se puede tratar de ignorarlas o, lo que es más prudente, estudiar lo que de ellas dicen quienes comparten nuestra posición. Si no se puede evitar el debate se aplica la no reciprocidad lógica...Este tema sólo puede ser desarrollado en el contexto de un estudio sobre el respeto en la vida personal y colectiva; en un escrito anterior lo esbocé así: «El empleo de un método explicativo completamente diferente cuando se trata de dar cuenta de los problemas, los fracasos y los errores propios y los del otro cuando es adversario o cuando disputamos con él. En el caso del otro aplicamos el esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación de su ser más profundo; en nuestro caso aplicamos el circunstancialismo, de manera que aún los mismos fenómenos se explican por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura.

Él es así; yo me vi obligado. El cosechó lo que había sembrado; yo no pude evitar este resultado. El discurso del otro no es más que un síntoma de sus particularidades, de su raza, de su sexo, de su neurosis, de sus intereses egoístas; el mío es una simple constatación de los hechos y una deducción lógica de sus consecuencias.

Preferiríamos que nuestra causa se juzgue por los propósitos y la adversaria por los resultados. Y cuando de este modo nos empeñamos en ejercer esa no reciprocidad lógica que es siempre una doble falsificación, no sólo irrespetamos al otro, sino también a nosotros mismos, puesto que nos negamos a pensar efectivamente el proceso que estamos viviendo».". Zuleta E.

“Platón, sin embargo, en su afán por diferenciar la opinión de la ciencia, no se limita a este criterio. En El sofista (al igual que en El filebo) nos presenta un nuevo criterio aun más agudo. Toma el problema como si dijéramos al revés: en lugar de establecer primero lo que podríamos llamar hoy en día una teoría del conocimiento, nos ofrece, en una forma muy interesante, una teoría de la ignorancia. Y llega a una conclusión en la que tenemos que demorarnos un momento porque es fundamental para establecer una teoría de la ideología.

La ignorancia no es un estado de carencia como se lo imagina el sentido común. Si fuese así nada habría más fácil que la enseñanza que sería como dar de comer a un  hambriento. Introducir algo allí donde hay una ausencia sería supremamente sencillo. Pero desgraciadamente la ignorancia no es un estado de carencia, no es una falta, sino -y esa es la fórmula de Platón- un estado de llenura; es un conjunto inmenso de opiniones en las que tenemos una confianza loca. La conciencia de saber que no se sabe es propia de la ciencia; no es en absoluto un atributo de la ideología. La ideología, como la naturaleza, tiene horror al vacio y en tal sentido ofrece para todo una respuesta. Mientras más nos alejemos en el camino de la humanidad hacia atrás, en la dirección de aquellas sociedades que llamamos «primitivas», más nos encontramos con unas ideologías globales y totalizantes. En las sociedades donde predomina una mentalidad mágica existe una explicación para todo : para la lluvia o la sequía; para los temblores de tierra y toda clase de catástrofes naturales; para la enfermedad, la salud, la curación o la muerte; etc. Está sumergido en la ideología aquel que no sabe en absoluto que hay muchas cosás que ignora. La fórmula, «sólo sé que nada sé», que aparece de manera tan frecuente en los diálogos socráticos, no es un rasgo de falsa humildad, sino una muy interesante observación: el primer conocimiento efectivo es un saber negativo; es entender que la opinión que teníamos sobre algo no era más que una opinión y no constituye un verdadero conocimiento."

Zuleta E.

"El mito en desarrollo refleja la transición desde un mundo en que se interpretaban los sueños a un mundo en que se hacían oráculos. Desde tiempos inmemoriales, se había adorado a la Diosa de la Tierra en las laderas del monte Parnaso, que era el centro y el ombligo de la Tierra. Allí, en Delphos (de delphys, la matriz), dormía Gaia, hermana de Caos y de Eros. Su hijo, Pitón, el dragón, cuidaba sus sueños lunares y neblinosos, hasta que Apolo, el Dios del Sol, el arquitecto de Troya, se alzó al Oriente, mató al dragón y se apoderó de la cueva de Gaia. Los sacerdotes de Apolo se hicieron cargo del templo de la diosa. Emplearon a una doncella de la localidad, la sentaron en un trípode, sobre el ombligo humeante de la Tierra, y la adormecieron con emanaciones. Luego pusieron sus declaraciones extáticas en hexámetros rimados de profecías que se cumplían por la misma influencia que ejercían. De todo el Peloponeso venían hombres a traer sus problemas ante Apolo. Se consultaba al oráculo sobre posibles alternativas sociales, tales como las medidas por adoptar frente a una peste o una hambruna, sobre cuál era la constitución conveniente para Esparta o cuáles los emplazamientos propicios para ciudades que más tarde se llamaron Bizancio y Caledonia. La flecha que nunca yerra se convirtió en un símbolo de Apolo. Todo lo referente a él adquirió un fin determinado y útil. En la República, al describir el Estado ideal, Platón ya excluye la música popular. En las ciudades se permitiría sólo el arpa y la lira de Apolo, porque únicamente la armonía de éstas crea “la tensión de la necesidad y la tensión de la libertad, la tensión de lo infortunado y la tensión de lo afortunado, la tensión del valor y la tensión de la templanza, dignas del ciudadano”. Los habitantes de la ciudad se espantaron ante la flauta de Pan y su poder para despertar los instintos. Sólo los pastores pueden tocar las flautas (de Pan) y esto sólo en el campo.

El hombre se hizo responsable de las leyes bajo las cuales quería vivir y de moldear el medio ambiente a su propia semejanza. La iniciación primitiva que daba la Madre Tierra en un vida mística se transformó en la educación (paideia) del ciudadano que se sentiría a gusto en el foro.

Para el primitivo, el mundo estaba regido por el destino, los hechos y la necesidad. Al robar el fuego de los dioses, Prometeo convirtió los hechos en problemas, puso en tela de jucio la necesidad y desafió al destino. El hombre clásico tramó un contexto civilizado para la perspectiva humana. Se percataba de que podía desafiar al trío destino-naturaleza-entorno, pero sólo a su propio riesgo. El hombre contemporáneo va aun más lejos; intenta crear el mundo a su semejanza, construir un entorno enteramente creado por el hombre, y descubre entonces que sólo puede hacerlo con la condición de rehacerse continuamente para ajustarse a él. Debemos enfrentarnos ahora al hecho de que es el hombre mismo lo que está en juego.". Illich Ivan

"Hay quienes se consideran perfectos, pero es sólo porque exigen menos de sí mismos". Hermann Hesse

"Quienes creen que el dinero lo hace todo terminan haciendo todo por dinero".  Voltaire

"La peor lucha es la que no se hace". Karl Marx

"Estos son mis principios, pero si no le gustan le tengo otros". Groucho Marx

LA MONEDA FALSA (CHARLES BAUDELAIRE)

Cuando nos alejamos de la tabaquería, mi amigo hizo una cuidadosa clasificación del cambio; en el bolsillo izquierdo del chaleco deslizó las moneditas de oro, y en el derecho las moneditas de plata; en el bolsillo izquierdo del pantalón, un montón de centavos, y al fin en el derecho una moneda de plata de dos francos que había estudiado con particular atención.

“Singular y curiosa repartija”, pensé para mis adentros.

Nos topamos con un pobre que nos tendió la gorra tembloroso. No conozco nada más inquietante que la elocuencia muda de esos ojos suplicantes que encierran a la vez, para el hombre sensible que sabe leerlos, tanta humildad como reproches. Encuentro allí algo que se parece a la complicada profundidad emocional de los ojos de los perros que lagrimean cuando los azotan.

La limosna de mi amigo fue mucho más considerable que la mía, y yo le dije: “Tiene usted razón, después del placer de sorprenderse, no hay otro más grande que el de causar sorpresa.” “Era la moneda falsa”, me respondió tranquilamente, como justificándose por su prodigalidad.

Pero en mi miserable cerebro, siempre ocupado en buscarle la quinta pata al gato (¡de qué fatigosa facultad me ha dotado la naturaleza!), me entró de repente la idea de que semejante conducta por parte de mi amigo no podía excusarse sino por el deseo de provocar un acontecimiento en la vida de ese pobre diablo, quizá incluso conocer las consecuencias, funestas o de otro tipo, que podía engendrar una moneda falsa en manos de un mendigo. ¿No podía multiplicarse en monedas verdaderas? ¿No podía también llevarlo a la cárcel? Un tabernero, un panadero, por ejemplo, quizá lo haría detener por falsificador o por poner en circulación dinero falsificado. También puede que la moneda falsa fuera, para un pobre pequeño especulador, el germen de la riqueza de unos pocos días. Y así mi fantasía seguía su marcha, prestándole alas a la mente de mi amigo y haciendo todas las deducciones posibles de todas las hipótesis posibles.

Pero él mismo interrumpió con brusquedad mi ensoñación retomando mis propias palabras. “Sí, tiene usted razón; no hay placer más dulce que el de sorprender a un hombre dándole más de lo que espera”. Lo miré con el blanco de los ojos, y me espantó ver que los suyos brillaban con una candidez inequívoca. Vi con claridad que había querido hacer al mismo tiempo caridad y un buen negocio; ganar cuarenta centavos y el corazón de Dios; ganarse el cielo económicamente; en fin, sacar gratuitamente título de hombre caritativo. Casi le había perdonado el deseo del goce criminal del que hasta hace un momento lo había creído capaz; me habría parecido curioso, singular, que le divirtiera comprometer a los pobres; pero nunca le perdonaría la ineptitud de su cálculo. Nunca es excusable ser malo, pero hay cierto mérito en saber que uno lo es; y el más irreparable de los vicios es hacer el mal por estupidez.

"...Es frecuente hoy en muy diversos medios, practicar la defensa cerrada de las convicciones, que consiste en despojarlas de su carácter propio, es decir, de su pretensión a ser válidas para otros, y considerarlas como opiniones de un grupo, que pueden coexistir con otras opiniones, aún opuestas, sin combatirlas ni sentirse amenazadas, y que ya no piden para sí más que respeto, como cualquier otro rasgo cultural o gusto personal. Esta yuxtaposición inerte de opiniones diversas y contrapuestas que no debaten entre sí, se tiene hoy por signo de alta civilización democrática y pluralista, no sólo en un campo de refugiados, sino también en la vida universitaria, donde conviven quienes las sostienen como exiliados de antiguas convicciones que se han convertido en hábitos cómodos irremplazables, pero inofensivos. Es como si hubiera que escoger entre el gran dogmatismo que no admite diferencia alguna y un liberalismo escéptico que las tolera todas con tanta mayor facilidad cuanto que no le da importancia ninguna.  Pero esta es una falsa oposición porque lo que tenemos en el segundo caso es una proliferación de microdogmatismos que han renunciado a convencer a otros a cambio de que nadie se atreva a ponerlos en cuestión...En todos los casos se trata de saber qué conjunto de convicciones, hasta qué punto y por cuáles procedimientos va a ser defendido contra el pensamiento, contra todo lo que el pensamiento tiene de amenaza, de expropiación, de desidealización, de desalojo y nacimiento traumático. Al pensamiento le es siempre necesario, inevitable, descomponer, desarticular un sistema de supuestas evidencias y de interpretaciones previas, porque es el trabajo que resulta de una crisis de ese sistema. Y también es un intento de reestructuración, de formación de nuevos vínculos y formas de determinación, de generalización y sistematización. Con sus pérdidas y sus conquistas esta puesta en relación y en perspectiva de una crisis personal y de una crisis histórica no se puede propiamente enseñar.". Zuleta E.

Los griegos, como podemos ver, fueron muy lejos en este campo. Platón muestra por ejemplo en El Sofista que si la opinión es un estado de llenura, la educación es en gran parte crítica y refutación de un saber anterior y no simple información para colmar una carencia. Siempre, sepámoslo o no —aunque Platón no lo formula así— tenemos teorías sobre todo; más bajo es el desarrollo cultural, más grande es el espacio de lo que Platón llamaba la ignorancia: creer que se sabe lo que no se sabe.

La experiencia cotidiana se puede hacer en cualquier momento en muy diversos ámbitos. En la medicina, por ejemplo, existen muchas cosas que se desconocen como el origen del cáncer. Otras prácticas curativas, por el contrario, no pueden aceptar el desconocimiento y presentan diagnósticos y recetas inmediatas para cualquier tipo de situaciones. En las ciencias sociales existen innumerables problemas que carecen de respuesta. Frente a la pregunta sobre la génesis de la vida o la aparición del hombre, el científico tiene que aceptar su ignorancia. Con respecto al comienzo del lenguaje tiene que reconocer que hay varias hipótesis, pero que no hay todavía una teoría científica demostrada. Por el contrario, sobre este mismo punto, el asunto es completamente distinto en el mundo religioso, ya que el Génesis ofrece una respuesta definitiva y clara:

Dios dio a Adán el lenguaje en el Paraíso y luego, en la torre de Babel, para poner fin a las pretensiones de sus descendientes, lo dividió en varios idiomas. Este carácter totalitario es un rasgo esencial de la ideología: cree poder dar cuenta de todo, a su manera, ante un público ingenuo.

Existe un sinnúmero de cosas que no tenemos claras, pero sobre las cuales tenemos una inmensa serie de pre- juicios. Por ejemplo, si se nos pregunta por la diferencia que existe entre los tipos de poblamiento de Latinoamérica y Norteamérica, muy probablemente no hemos hecho una investigación de tipo científico pero, aunque no lo hayamos ni siquiera pensado detenidamente, tenemos de antemano una serie de opiniones de carácter psicológico, racial, relativas al determinismo geográfico o a las diferencias caracterológicas del pueblo español y del pueblo inglés, o cualquier otra idea por el estilo. Realmente sólo cuando entramos en una ciencia nos damos cuenta de que lo que teníamos muy claro no es más que una masa de prejuicios.

Un problema desgraciadamente típico es que todo el mundo pretende ser competente en lo que nunca ha estudiado. Sin conocer el psicoanálisis, cualquiera sabe muy bien qué son los celos y puede dar ejemplos y hablar continuamente de ellos. Pero si comienza a estudiar los mecanismos psíquicos de los celos y de la paranoia en Freud se da cuenta de que no sabía propiamente en qué consistían. Y así ocurre en muchos otros campos del saber.

Cualquiera, sin necesidad de haber leído El capital, de Marx, sabe qué son las mercancías; las vitrinas de todos los almacenes están repletas y puede dar ejemplos. Pero la sorpresa de los primeros capítulos del libro es que no sabía qué es una mercancía. De la misma manera cualquiera puede pretender que sabe qué es el dinero, o por lo menos reconoce que es mejor tenerlo que no tenerlo y no tiene ninguna duda sobre su utilidad. Sin embargo, si estudia el tercer capítulo de El capital se da cuenta de que el dinero es un conjunto de cinco funciones muy complejas y descubre algo curioso: no sabía en qué consiste.

Zuleta E.

"La vida actual en Nueva York produce visión peculiar delo que es y de lo que podría ser, y sin esta visión, la vida en Nueva York se hace imposible.  En las calles de Nueva York, un niño jamás toca nada que no haya sido ideado, proyectado, planificado y vendido, científicamente, a alguien. Hasta los árboles están allí porque el Departamento de Parques así lo decidió. Los chistes que el niño escucha por televisión han sido programados a un gran costo. La basura con que juega en las calles de Harlem está hecha de paquetes de deshechos ideados para un tercero. Hasta los deseos y los temores están moldeados institucionalmente. El poder y la violencia están organizados y administrados: las pandillas, frente a la policía. El aprendizaje mismo se define como el consumo de una materia, que es el resultado de programas investigados, planificados y promocionados. Lo que allí haya de bueno es el producto de alguna institución especializada. Sería tonto pedir algo que no pudiese producir alguna institución. El niño de la ciudad no puede esperar nada que esté más allá del posible desarrollo del proceso institucional. Hasta a su fantasía se la urge a producir ciencia ficción. Puede experimentar la sorpresa poética de lo no planificado sólo a través de sus encuentros con la “mugre”, el desatino o el fracaso: la cáscara de naranja en la cuneta, el charco en la calle, el quebrantamiento del orden, del programa o de la máquina son los únicos despegues para el vuelo de fantasía creadora. El “viaje” se convierte en la única poesía al alcance de la mano. Como nada deseable hay que no haya sido planificado, el niño ciudadano pronto llega a la conclusión de que siempre podremos idear una institución para cada una de nuestras apetencias. Toma por descontado el poder del proceso para crear valor. Ya sea que la meta fuera juntarse con un compañero, integrar un barrio o adquirir habilidades de lectura, se la definirá de tal modo que su logro pueda proyectarse técnicamente. El hombre que sabe que nada que está en demanda deja de producirse llega pronto a esperar que nada de lo que se produce pueda carecer de demanda. Si puede proyectarse un vehículo lunar, también puede proyectarse la demanda de viajes a la Luna. El no ir donde uno puede sería subversivo. Desenmascararía, mostrándola como una locura, la suposición de que cada demanda satisfecha trae consigo el descubrimiento de otra, mayor aun, e insatisfecha. Esa percepción detendría el progreso. No producir lo que es posible dejaría a la ley de las “expectativas crecientes” en descubierto, en calidad de eufemismo para expresar una brecha creciente de frustración, que es el motor de la sociedad, fundado en la coproducción de servicios y en la demanda creciente.

El estado mental del habitante de la ciudad moderna aparece en la tradición mitológica sólo bajo la imagen del Infierno: Sísifo, que por un tiempo había encadenado a Tánatos (la muerte), debe empujar una pesada roca cerro arriba hasta el pináculo del Infierno, y la piedra siempre se escapa de sus manos cuando está a punto de llegar a la cima. Tántalo, a quien los dioses invitaron a compartir la comida olímpica, y que aprovechó la ocasión para robarles el secreto de la preparación de la ambrosía que todo lo cura, sufre hambre y sed eternas, de pie en un río cuyas aguas se le escapan y a la sombra de árboles cuyos frutos no alcanza. Un mundo de demandas siempre crecientes no sólo es malo; el único término adecuado para nombrarlo es “Infierno”.

El hombre ha desarrollado la frustradora capacidad de pedir cualquier cosa porque no puede visualizar nada que una institución no pudiera hacer por él. Rodeado de herramientas todopoderosas, el hombre queda reducido a ser instrumento de sus instrumentos. Cada una de las instituciones ideadas para exorcizar alguno de los males primordiales se ha convertido en un ataúd a prueba de errores y de cierre automático y hermético para el hombre. El hombre está atrapado en las cajas que fabrica para encerrar los males que Pandora dejó escapar. El oscurecimiento de la realidad por el smog producido por nuestras propias herramientas nos rodea. Súbitamente nos hallamos en la oscuridad de nuestra propia trampa.". Iván Illich

"Yo necesito compañeros vivos, no cadáveres con los que tenga que cargar". Nietzsche F.

“La manera como se presentan las cosas no es la manera como son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría”. Marx K.

"Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos". Freud S.

“Un instante de lucidez, sólo uno; y las redes de lo real vulgar se habrán roto para que podamos ver lo que somos: ilusiones de nuestro propio pensamiento”. Cioran E. M.

"El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman". Jung C. G.

"Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana". Jung C. G.

"Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad… lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino". Jung C.G.

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen como si dijéramos dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.”. Marx Karl


“Así como Hegel olvidó agregar aquello que agrega Marx, Marx olvidó matizar el tema para precisar que en la historia universal todos los grandes hechos y personajes no aparecen ‘como si dijéramos dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa…’, sino muchas veces y que cada repetición lleva en sí misma la tragedia y la farsa.
En el fondo, la historia universal de la humanidad, con honrosas excepciones, es una sucesión de credos, de sistemas ideológicos a granel, que se repiten uno tras otro, anegando, aquellos más, estos menos, la tierra de sangre, de anemia intelectual y pantomima, de desgarramiento y simulación. En suma, inundando de miseria espiritual y material este mundo.


Parecería entonces que la humanidad debería estar siempre presa del determinismo histórico de Marx, pero mucho más del de Nietzsche: del eterno retorno de la miseria espiritual y material humanas y otros acontecimientos, allí donde pise suelo el Homo ‘Sapiens’. 


Sin embargo, vendría la propuesta que está implícita en pliegues más profundos de los textos de Marx, Nietzsche, Freud, Jung, Cioran, Zuleta, Darío Z., Darío Botero y un largo etcétera: ‘Quien no conoce la historia está condenado a repetirla’. Es decir, vendría la propuesta de no ignorar lo que nos pasa, de saber, de reconocer aquello que nos sucede, en fin, la propuesta de pensar y hacer a partir de la urdimbre del pensamiento y el conocimiento filosófico, científico y artístico, por supuesto, sin olvidar, el ejercicio, también, de la astucia, con la fina agudeza del fino olfato del conocimiento intuitivo, por supuesto, también en el marco de las reglas de juego de las ciudadanías libres: libertad, responsabilidad, tolerancia, crítica permanente, coherencia, efectividad, etc., etc.”. A.M.R.


"Así como el sueño trabaja con muy diversos materiales —restos diurnos, recuerdos  infantiles, deseos inconscientes, fantasmas personales y dramas universales— tomados en un campo de fuerzas —las exigencias pulsionales y la censura que le son constitutivas— así también el pensamiento trabaja con esos mismos materiales y con otros, en un campo de fuerzas en que se enfrentan las ideas que tratan de irrumpir y las constricciones científico-ideológicas que determinan lo comunicable y por lo tanto lo propiamente pensable, más allá de lo cual está la verdad para sí, es decir, el delirio.
 

En cambio, el proceso de adquisición de conocimientos, en el sentido restrictivo que aquí le damos, es el aprendizaje de los resultados anteriores del pensamiento y la investigación. Este proceso, que sigue una vía muy diferente, tiene también sus precondiciones y sus resistencias; pero son otras precondiciones que las del pensamiento —crisis— y otras resistencias internas y externas. Entre estas resistencias al pensamiento está en primer lugar la amenaza de la soledad que puede llevar hasta la locura, es decir hasta la salida de la comunicabilidad y verosimilitud colectivas y la culpa por la traición a lo amado formador; parricidio dice Platón refiriéndose a Parménides y algo por el estilo dice Aristóteles refiriéndose a Platón, cuando inicia la crítica a la teoría las ideas.


Observación: podría resultar tentadora la idea de reducir la distinción así introducida a una simple diferencia temporal según la cual, el conocer difiere del pensar como el acceso a un saber pasado difiere de la producción de un saber nuevo. Sin embargo, con esta reducción se escamotea por completo lo que realmente está en juego aquí: que la novedad del pensamiento no es un hecho cronológico, sino lógico; que el saber a qué conduce es nuevo, no porque nunca se haya producido en la historia, sino porque surge del descoyuntamiento crítico de las nociones, los valores y los prejuicios que le prohibían.

Hay que subrayar que si el conocimiento es aprendizaje de un saber y el pensamiento es producción-reproducción de un saber, esa diferencia no se refiere a la existencia o inexistencia previa del saber, sino a la forma, a la significación y a las consecuencias de los dos procesos. Es perfectamente posible conocer la aritmética, la biología, la economía, sin haberlas pensado nunca. ¡Qué digo posible!, si casi todo lo quehoy se llama educación y enseñanza consiste precisamente en transmitir un saber de tal manera que queden de hecho reforzadas y no creadas, porque en realidad son mucho
más antiguas que cualquier sistema educativo y, en la vida personal, muy anteriores al ingreso a la escuela: son originarias, constitutivas del pensamiento mismo que no se da, ni puede darse sino en lucha con ellas. Freud define al niño como un pensador —en «El hombre de los lobos»— y como investigador —en Teorías sexuales infantiles— y
allí mismo muestra las condiciones de posibilidad y las características de ese drama.".

Zuleta E.
 

"La ciencia es un paso hacia el no saber a partir de una apariencia de saber. El ingreso en la ciencia, como ya lo había visto Platón, es un paso hacia el no saber, pero hacia un no saber riguroso, que sabe que no sabe, y que, a partir de la crítica a una apariencia de saber —una opinión—, es consciente de su búsqueda. La ideología excluye la autocrítica mientras la ciencia es un movimiento esencialmente
crítico.
Si me remito a una referencia tan lejana en lugar de partir de alguna de las nociones actuales sobre la ciencia, es porque Platón subrayó muy bien que el movimiento
inicial y fundamental de toda ciencia es un movimiento crítico. De manera similar, Gaston Bachelard, un teórico moderno, nos expone el proceso de construcción de la
ciencia, no como la acumulación pasiva de informaciones nuevas, sino como un procedimiento de ruptura crítica con un saber anterior. Toda ciencia se establece en una lucha con una ideología que la antecede siempre; no comienza nunca por un tête a tête de la conciencia vacía con la cosa desnuda; no es un conocimiento puro y desprejuiciado del mundo externo ajeno a la mediación de una interpretación.
La ciencia siempre comienza por la crítica de una interpretación previa; su primer movimiento es crítico. La ciencia avanza poco a poco en un mundo de incógnitas.
 

Para llegar a aceptarla es necesario aprender a vivir en un mundo de preguntas abiertas que todavía no tienen una respuesta. La ideología, por el contrario, responde a todo y en tal sentido es mucho más cómoda, completa y sobretodo tranquilizadora. Una ideología que permita consolarse con una respuesta a cualquier planteamiento, aunque no esté demostrada y sea muy misteriosa y muy
vaga, es mucho más tranquilizadora que una ciencia en la que gran parte de las preguntas carecen aún de respuesta y se formulan como hipótesis en proceso de investigación.".

Zuleta E.

“La institución militar es evidentemente absurda. Más difícil se hace enfrentar el absurdo de las instituciones no militares. Es aún más aterrorizante, precisamente porque funciona inexorablemente. Sabemos qué interruptor debe quedar abierto para evitar un holocausto atómico. No hay interruptor para detener un apocalipsis ecológico. En la antigüedad clásica, el hombre había descubierto que el mundo podría forjarse según los planes del hombre, y junto con este descubrimiento advirtió que ello era inherentemente precario, dramático y cómico.

Fueron creándose las instituciones democráticas y dentro de su estructura se supuso que el hombre era digno de confianza. Lo que se esperaba del debido proceso legal y la confianza en la naturaleza humana se mantenían en equilibrio recíproco. Se desarrollaron las profesiones tradicionales y con ellas las instituciones necesarias para el ejercicio de aquéllas.
Subrepticiamente, la confianza en el proceso institucional ha reemplazado a la dependencia respecto de la buena voluntad personal. El mundo ha perdido su dimensión humana y ha readquirido la necesidad de los tiempos primitivos. Pero mientras el caos de los bárbaros estaba constantemente ordenado en nombre de dioses misteriosos y antropomórficos, hoy en día la única razón que puede ofrecerse para que el mundo esté como está es la planificación del hombre. El hombre se ha convertido en el juguete de científicos, ingenieros y planificadores.
Vemos esta lógica en otros y en nosotros mismos. Conozco una aldea mexicana por la cual no pasa más de media docena de autos por día. Un mexicano estaba jugando al dominó sobre la nueva carretera asfaltada frente a su casa, en donde probablemente se había sentado y había jugado desde muchacho. Un coche pasó velozmente y lo mató.
El turista que me informó del hecho estaba profundamente conmovido, y sin embargo dijo: “tenía que sucederle”. A primera vista, la observación del turista no difiere de la de algún bosquimano relatando la muerte de algún fulano que se hubiera topado con un tabú y por consiguiente habría muerto. Pero las dos afirmaciones poseen significados diferentes. El primitivo puede culpar a alguna entidad trascendente, tremenda y ciega, mientras el turista está pasmado ante la inexorable lógica de la máquina. El primitivo no siente responsabilidad; el turista la siente, pero la niega. Tanto en el primitivo como en el turista están ausentes la modalidad clásica del drama, el estilo de la tragedia, la lógica del empeño individual y de la rebelión. El hombre primitivo no ha llegado a tener conciencia deello, y el turista la ha perdido. El mito del bosquimano y el mito del norteamericano están compuestos ambos de fuerzas inertes, inhumanas. Ninguno de los dos experimenta una rebeldía trágica. Para el bosquimano, el suceso se ciñe a las leyes de la magia, para el norteamericano, se ciñe a las leyes de la ciencia. El suceso lo pone bajo el hechizo de las leyes de la mecánica, que para él gobiernan los sucesosfísicos, sociales y psicológicos.
El estado de ánimo de 1971 es propicio para un cambio importante de dirección en busca de un futuro esperanzador. Las metas institucionales se contradicen continuamente con los productos institucionales. El programa para la pobreza produce más pobres, la guerra en Asia acrecienta los Vietcong, la ayuda técnica engendra más subdesarrollo. Las clínicas para control de nacimientos incrementanlos índices de supervivencia y provocan aumentos de población; las escuelas producen más desertores, y atajar un tipo de contaminación suele aumentar otro tipo.
Los consumidores se enfrentan al claro hecho de que cuanto más pueden comprar, tanto más engaño ha de tragar. Hasta hace poco parecía lógico que pudiera echarse la culpa de esta inflación pandémica de disfunciones ya fuese al retraso de los descubrimientos científicos respecto de las exigencias tecnológicas, ya fuese a la perversidad de los enemigos étnicos, ideológicos o de clase. Han declinado las expectativas tanto respecto de un milenario científico como
de una guerra que acabe con las guerras.".

Iván Illich
 

"La astucia más sutil consiste en hacer ver que se cae en las trampas que nos ponen los otros; y nunca se es tan engañado como cuando se intenta engañar a los otros.". De La Rochefoucauld


"La gran astucia de los unos consiste a menudo en la estupidez de los otros".

Maret H.B.

 “El primer y decisivo efecto del estudio de la dialéctica marxista sobre mi persona, solamente lo puedo describir diciendo que. sin darme cuenta, me hizo pasar de un mundo intelectualmente abierto a uno cerrado. El marxismo al igual que el freudianismo ortodoxo, como el catolicismo, es un sistema cerrado. Un sistema cerrado tiene tres peculiaridades. Primero, afirma representar una verdad de validez universal, capaz de explicar todos los fenómenos y poder curar todas las dolencias del hombre. En segundo lugar, es un sistema que no puede ser refutado mediante evidencias, ya que toda la información potencialmente dañina es automáticamente procesada y reinterpretada a fin de hacerla coincidir con el patrón adecuado. Este proceso se realiza a través de métodos sofisticados de casuística, basados en axiomas de gran poder emotivo que no tienen nada que ver con la lógica común; se trata de una especie de maravilloso juego de croquet, jugado con aros móviles.

En tercer lugar, es un sistema que invalida toda crítica, atribuyendo los argumentos a la motivación subjetiva de la persona que lo critica y deduciendo su motivación de los axiomas del sistema mismo. La escuela ortodoxa freudiana se aproximó, en sus primeras épocas, a un sistema cerrado. Si uno decía que por tales y tales razones uno dudaba de la existencia del llamado complejo de castración, los freudianos se apresuraban a responder que este argumento revelaba una resistencia inconsciente que indicaba que uno tenía dicho complejo. Se trataba de un círculo vicioso. De manera similar. si uno discutía con un Stalinista que no era correcto hacer un pacto con Hitler este contestaría que nuestra conciencia de clase burguesa nos impedía comprender la dialéctica de la historia. Y si un paranoico te revela el secreto de que la luna es una esfera hueca llena de vapores afrodisiacos que los marcianos pusieron allí para hechizar a la humanidad y tu objetas que la teoría, a pesar de ser atractiva. se basa en evidencias insuficientes, te acusará de que perteneces a la conspiración mundial dedicada a ocultar la verdad. En pocas palabras, el sistema cerrado excluye la posibilidad de un argumento objetivo mediante dos procedimientos correlacionados: (a) los hechos son privados de su valor en tanto que evidencia mediante un proceso escolástico, (b) las objeciones son invalidadas atribuyendo los argumentos a los motivos personales que se hallan detrás de la objeción.

 

Este procedimiento es legítimo según las reglas del juego del sistema cerrado que. por absurdo que parezca desde afuera, tiene una gran coherencia y consistencia interior.  En el interior del sistema cerrado hay una atmósfera sumamente cargada. es un invernadero emocional. La ausencia de objetividad en los debates se compensa generosamente por su fervor.

 

El discípulo es adoctrinado y entrenado totalmente en el método particular de razonamiento del sistema. Un teólogo, psicoanalista o marxista bien entrenado y de mente cerrada, puede hacer picadillo en cualquier momento a un adversario de mente abierta demostrando así al mundo y a sí mismo la superioridad de su sistema Su seguridad en sí mismo, la brillantez de sus creencias sinceras, crean una relación muy peculiar entre el iniciado y el converso potencial. Se trata de la relación que existe entre el gurú y su discípulo, entre confesor y penitente, entre analista y paciente, entre el miembro militante del Partido y el fascinado compañero de viaje.

 

En toda conversión a la fe comunista, algún gurú juega un importante papel. En la mayoría de las novelas escritas por autores que en un momento u otro estuvieron cerca del Partido Comunista uno encuentra un personaje clave que refleja el encandilamiento del escritor por la persona o tipo de persona que lo atrajo al movimiento. En La condición humana de Malraux ese personaje es el ruso Borodin: en dudoso combate de Steinbeck es Mac: en Tener no tener de Hemingway es el capitán Morgan: en La edad de la razón de Sartre es Bruneau.

Una excepción interesante la constituye el héroe de Silone, Pietro Spina, que es un autorretrato: pues Silone, hijo de míseros campesinos de los Abruzzi, era quizás el único entre nosotros que no era un comunista converso sino un comunista natural Al otro extremo de la escala se halla Sartre, profesor de filosofía. Su gurú, el honesto Bruneau de manos burdas de La edad de la razón es el arquetipo del proletario ideal. A primera vista el culto al proletariado parece un fenómeno específicamente marxista, pero en realidad tan sólo es una nueva variante de los cultos románticos a los pastores. a los campesinos. a los nobles salvajes del pasado. No obstante, eso no nos impidió. a los escritores comunistas de los años treinta, sentir por los trabajadores de una fábrica de automóviles el mismo tipo de emoción que Proust sentía por sus duquesas.

Mi infancia y juventud, habían sido marcadas por una profunda huella individualista; por otra parte. mi trayectoria hacia el Partido Comunista siguió un patrón que era típico y casi convencional en esa época. Los hijos e hijas de la burguesía europea realizaban una migración en masa. intentando escapar al colapso del mundo de sus padres. La desintegración de las clases medias de la sociedad condujo a un proceso fatal de polarización. Los fascistas y los comunistas se beneficiaron en proporciones más o menos iguales de este fenómeno. mientras que los envejecidos liberales continuaban viviendo sin sentido alguno, como un enjambre de cansadas moscas invernales amontonadas ante las opacas ventanas de Europa.

 

La devoción a la utopía pura y la revuelta contra una sociedad contaminada son los dos polos que proporcionan la tensión necesaria a todos los credos militantes. Preguntar cuál de ellos impulsa la corriente (la atracción ejercida por el ideal o la repulsión ante el ambiente social) equivale a posar la vieja pregunta de qué fue primero, la gallina o el huevo.

 

No fue necesaria mucha persuasión para convertirme en un rebelde. Desde mi infancia había sufrido de Indignación Crónica.  Rousseau señala en alguna parte que él también sufría de esta dolencia explicando que esta constituía el efecto posterior de las ignominias y sufrimientos que había tenido que soportar durante su infancia. En esto parece ser injusto consigo mismo, al menos esta vez, ya que los sufrimientos en la infancia pueden sensibilizar o insensibilizar a una persona sin transformarla necesariamente en un rebelde indignado. Esto parece depender de una cualidad específica: el don de la imaginación proyectiva o empatía que nos compele a considerar que una injusticia aplicada a los demás es una afrenta para nosotros mismos.

 

Y viceversa, esto nos lleva a considerar que una injusticia contra nosotros mismos es parte y símbolo del mal general de una sociedad. Las personas que sufren de Indignación Crónica no son necesariamente pendencieras, pero siempre son rebeldes. Sus incesantes campañas para obtener justicia para ellas mismas, para una causa u otra, para sus amigos y protegidos (pues siempre tienen una amplia clientela de protegidos a los que causan más problemas que beneficios) ocupan la mayor parte de su tiempo y los convierten en una especie de admirable pelmazo.”. Koestler A.

 

 

“Una palabra que no contenga ni admita la posibilidad de su propio cuestionamiento, que por su tono de seguridad, por su estilo mítico-profético obligue al destinatario a escoger entre el rechazo o una aprobación total, produce efectos devastadores cuando se trata de la palabra de la madre o del padre, es decir, de uno de los dos, mientras que la del otro está anulada o ausente; el destinatario que la padece se encuentra ante la disyuntiva de dejarse invadir por ella o perder el apoyo del objeto primario. En otros términos, no puede conseguir la distancia, ni la ayuda de un tercero, necesarias para relativizarla y someterla y someterse a la prueba de la duda.

Esta prueba exige que se lleve a cabo una diferenciación entre la persona del enunciante, sus rasgos, su voz, los afectos que a él nos ligan y el contenido del enunciado. De tal manera que resulte posible introducir una reserva o una objeción sin que se derrumbe una relación tanto más imprescindible, cuanto que este drama tiene lugar durante la época de la larga dependencia inicial. En todo caso, la distinción entre el valor de una persona que expresa un pensamiento y el valor del pensamiento expresado no sólo es un momento difícil y dramático en el proceso de la constitución del sujeto, sino que seguirá siendo siempre un trabajo delicado y problemático.

Ante todo, porque el enunciante puede muy bien tomar su pensamiento, no como una interpretación posible entre otras, ni como una convicción fundamentada, pero abierta a la crítica y modificable, sino precisamente como una de aquellas convicciones de que hablé al principio, que funcionan como referencias de identidad y que no pueden ser objetadas sin que quien las sostiene se sienta desconocido y rechazado. Luego porque el receptor tome el pensamiento que se le propone como una amenaza a sus propias referencias de identidad y tienda a interpretarlo como una agresión personal o, al contrario, porque en un movimiento transferencial haya situado al emisor como garante de la verdad y la realidad, que libera de la angustia y el riesgo de pensar. La existencia de un espacio para el debate implica la posibilidad de la duda, la cual está muy lejos de ser el ejercicio natural de una facultad ni menos aún el efecto de una decisión voluntaria.

 

La duda no se da ni cuando estamos dispuestos a incorporar mágicamente el discurso del otro, ni cuando estamos inmunizados contra él porque tenemos una fe ciega puesta en otra parte. Requiere que los pensamientos puedan circular al mismo tiempo como objetos —en el sentidos psicoanalítico— altamente valorados, prometedores y peligrosos, y sin embargo no como objetos totales, a la manera como formula los suyos el paranoico desde su triste seguridad: «tómalo, hazlo tuyo y transfórmate», o «déjalo porque no estás a su altura» o, peor aún, «porque pretendes no estar de acuerdo por razones inconfesables».” 

Un espacio para el debate no se abre en cualquier tipo de organización social y no es suficiente —aunque es muy importante— para construirlo que esté permitido legal y políticamente. La forma misma de las relaciones y los vínculos interpersonales puede resultar relativamente propicia o adversa para esto. Y en las sociedades modernas —aún en las más liberales— existen y se acentúan formas de organización y determinación de la vida que son francamente opuestas a la posibilidad de un debate fecundo y por lo tanto también al pensamiento mismo. La dispersión y atomización de los individuos en reñida competencia por puestos y posiciones escasos tiende a generar una tónica paranoide colectiva, una vivencia celosa y persecutoria de la autoafirmación y la superación de los demás, ya que precisamente las condiciones objetivas de esa competencia implican que el éxito de unos sea correlativo del fracaso de otros. Y estos puestos, posiciones, diferenciaciones de ingresos y jerarquías, son tanto más valorados en sí mismos —investidos como criterio de identidad— cuanto que los individuos están preparados —educados— para desarrollar su actividad allí donde lo determine la demanda de fuerza de trabajo, independientemente de sus deseos y posibilidades personales y de su grado de interés en los resultados de su trabajo. En un ambiente así se desarrolla la tendencia a reducir toda idea, toda tesis y toda convicción al problema de sus efectos en el conflicto de las personas, los grupos y las clases: ¿a quiénes perjudica esto, a quiénes conviene? Y también la reducción del juicio de intenciones: ¿qué fin persigue, qué se propone en el fondo cuando sostiene lo que pretende pensar?”. Zuleta E.

 

 

“La magia tiene una eficacia relativa frente a aquellas enfermedades que hoy llamaríamos de tipo psicógeno, que por sus características mismas son susceptibles de ser alcanzadas por procedimientos mágicos. Frente a la naturaleza su ineficacia es más fácilmente demostrable. Sin embargo, tampoco aquí la acumulación de fracasos fue la razón por la cual se dejó de lado. La magia se abandonó porque la sociedad dejó de ser una comunidad orgánica, y se transformó en una sociedad jerárquica fundada en una estructura de dominación, que encontraba una más adecuada representación de sí en la religión. Por lo demás, a las creencias religiosas tampoco las refuta la ineficacia de una experiencia particular. Una tribu en África tiene la costumbre de consagrar sus flechas en una ceremonia mágica para hacerlas más mortales, pero no por eso deja de echarles además veneno de serpientes. Si el animal al cual hieren con la flecha muere, significa que la ceremonia de consagración fue eficaz; si sobrevive y escapa significa que la culebra no era venenosa. Se produce así una combinación muy curiosa de magia y técnica. No hay que remitirse, sin embargo, hasta esas remotas edades, ni hay que ir hasta lo profundo del Congo para encontrar este tipo de combinaciones. En nuestro medio es muy corriente que una señora que tiene un niño enfermo le ofrezca una vela a la Virgen del Carmen para que se alivie, sin que por eso deje de llamar al médico y aplicarle penicilina. Si el niño se alivia es muy probable que crea que la Virgen del Carmen hiciera el milagro; si se muere, muy probablemente la responsabilidad recae en el médico. Las combinaciones entre técnica y pensamiento mágico son muy frecuentes. El fenómeno de la fe es muy adecuado para mostrar que la ideología es refractaria a la experiencia. Si se hace un ruego por un milagro y el asunto resulta bien, magnífico; pero si resulta mal, por ejemplo, la persona encomendada muere, la creencia no queda en absoluto puesta en cuestión y numerosas interpretaciones darán cuenta del impasse de tal manera que la estructura de la fe quede incólume. La fe está por encima de toda relación crítica con la experiencia y el razonamiento. Desde el punto de vista del psicoanálisis, podríamos afirmar que la ideología es refractaria a la crítica y a la experiencia, en la medida en que encuentra un fundamento en ciertas estructuras psíquicas especiales. Supongamos el caso de una fobia, tal como se presenta en la histeria de angustia, que podemos considerar un fenómeno convencionalmente normal. Se puede observar que hay allí un tipo de reacción que ninguna forma de argumentación disuelve. Una señora que le tiene pavor a los ratones encuentra uno en la sala de su casa, sale gritando y se sube a la mesa, muerta de miedo. El ratón por su parte también se asusta y se esconde en un agujero. Naturalmente nunca vamos a convencer a la señora si le explicamos razonablemente que es el ratón quien tiene razón de huir porque ella es mucho más peligrosa para él, que él para ella. Ese tipo de argumentación muy seguramente, no la convence porque su reacción no se desarrolla en un nivel consciente; es necesario pasar por un largo proceso de interpretación que ponga de presente el significado de la figura del ratón en su inconsciente y la estructura que allí implica esa significación. Si se logra la interpretación y la transformación de un conjunto de reacciones vitales, podría ser eficaz la explicación argumental; de lo contrario no.”. Zuleta E.

 

“La ideología no sería tan fuerte si no tuviera una raigambre inconsciente; si fuera un simple conjunto de errores teóricos en un nivel puramente intelectual, aislado de lo vivido, de lo inconsciente y de la organización social. La ideología es un fenómeno tan poderoso, porque tiene un arraigo en la vida humana muy profundo: no es el resultado de una mala información, de la falta de un conocimiento o una especie de carencia como decía Platón; es el efecto de una forma de vida no reductible a un desenfoque subjetivo. La ideología como forma de dominación En una sociedad que se funda en una dominación —sea de clase en las sociedades modernas o de casta en las sociedades primitivas— la ideología es una forma necesaria de la dominación. Cada sociedad tiene que producir sus propias formas ideológicas de dominación. El capitalismo por ejemplo requiere de una ideología política —desarrollada entre los siglos xvii y xviii—, que se formula en gran parte en términos jurídicos, y hereda del pensamiento religioso medieval los conceptos de libertad y de libre albedrío. En la Edad Media, cuando el cristianismo era la ideología común a la sociedad, en este principio se fundaba el aparato teológico, la teoría del castigo y del premio. El derecho recoge esta idea, que por lo demás no es un invento cristiano, ya que estaba en los estoicos y en algunos pensadores griegos anteriores. La ideología capitalista representa una gran dificultad para el desarrollo de conocimientos científicos sobre la sociedad. El principio del libre albedrío dificulta mucho la formulación de una ciencia de la conducta. Freud, en uno de sus primeros libros, —Psicopatología de la vida cotidiana30—, se encuentra frente a este problema, como le había ocurrido a otros pensadores anteriores: si partimos de la libre voluntad, considerada como una potencia no determinada a la que no se le pueden adjudicar causas, la conducta humana no puede ser explicada en la medida en que explicar es remitir un conjunto de fenómenos a las leyes que los determinan y a sus causas; en tal caso la conducta humana podrá ser aceptada, valorada, moralmente condenada o elogiada, pero no explicada.

De esta manera el libre albedrío es un principio que nos cierra la posibilidad de elaborar una psicología. Y si hablamos de la conducta humana en términos colectivos, tampoco es posible una sociología como ciencia que pretenda dar cuenta, desde un punto de vista explicativo, de problemas que tienen lugar en un objeto de estudio determinado. Podrá desarrollar descripciones de la conducta humana —como dicen algunos ideólogos modernos— y apelar para ello a la comprensión por medio de la simpatía, la empatía, o cualquier otro método fenomenológico que haga posible una aproximación al comportamiento de otro por identificación; pero no elaborar una ciencia en el sentido de tomar la conducta como objeto de una explicación. Esta idea de libertad, que había sido criticada desde tiempo atrás en forma puramente teórica por los filósofos31, es esencial para el funcionamiento objetivo del mundo capitalista, basado en una economía del cambio y en el desarrollo de formas contractuales. El principal postulado del cambio es el contrato, que implica la libertad de las partes para obligarse mutuamente. Todo el mundo sabe que en una economía donde hay una división social del trabajo en ramas —además de una división social del trabajo en clases— el cambio es obligatorio. Un artesano por ejemplo debe cambiar necesariamente una buena parte de su producto para obtener los medios de vida indispensable.

Sin embargo, es necesario que se imagine que el cambio es libre, resultado de su libre voluntad, a diferencia del siervo medieval que debía obligatoriamente entregar una porción importante de su producto al señor feudal en forma de renta o de diezmos, a cambio de un muy dudoso premio post mortem. En el feudalismo se trata de una obligación garantizada coactivamente de manera abierta; en el capitalismo es necesario que el productor directo se sienta libre. Desde un punto de vista teórico Kant había mostrado —y Spinoza antes que él— que no es pensable la libertad entendida como un conjunto de actos o de hechos que no responden a una causa. Spinoza dio al respecto una definición extraordinariamente brillante: la libertad es el nombre que damos a la ignorancia que tenemos de la causa de nuestros actos; como no sabemos por qué actuamos, entonces pretendemos que lo hacemos libremente.

Este tipo de concepción es muy remota y se puede encontrar en el siglo xvii e incluso antes. Existen por supuesto, desde la antigüedad, otras concepciones de la libertad que no son metafísicas y no postulan un libre albedrío. Platón, en el Banquete, dice que el amor y el pensamiento son libres en el sentido de que no pueden ser el resultado de forma alguna de coacción actual: a nadie se le puede obligar a pensar o a amar. Con esta idea no quiere decir que carezcan de causa; muy por el contrario, elabora al respecto una teoría fantástica de la reminiscencia que, traducida a términos modernos, es muy próxima al psicoanálisis.”. Zuleta E.

 

 “En la etapa avanzada de la producción en masa, una sociedad produce su propia destrucción. Se desnaturaliza la naturaleza: el hombre, desarraigado, castrado en su creatividad, queda encarcelado en su cápsula individual. La colectividad pasa a regirse por el juego combinado de una exacerbada polarización y de una extrema especialización. La continua preocupación por renovar modelos y mercancías produce una aceleración del cambio que destruye el recurso al precedente como guía de la acción. El monopolio del modo de producción industrial convierte a los hombres en materia prima elaboradora de la herramienta. Y esto ya es insoportable. Poco importa que se trate de un monopolio privado o público, la degradación de la naturaleza, la destrucción de los lazos sociales y la desintegración del hombre nunca podrán servir al pueblo. Las ideologías imperantes sacan a la luz las contradicciones de la sociedad capitalista. No presentan un cuadro que permita analizar la crisis del modo de producción industrial. Yo espero que algún día, con suficiente vigor y rigor, se formule una teoría general de la industrialización, para que enfrente el asalto de la crítica. Para que funcionara adecuadamente, esta teoría tendría que plasmar sus conceptos en un lenguaje común a todas las partes interesadas. Los criterios, conceptualmente definidos, serían otras tantas herramientas a escala humana: instrumentos de medición, medios de control, guías para la acción.

Se evaluarían las técnicas disponibles y las diferentes programaciones sociales que implican. Se determinarían umbrales de nocividad de las herramientas, según se volvieran contra su fin o amenazaran al hombre; se limitaría el poder de la herramienta. Se inventarían formas y ritmos de un modo de producción posindustrial y de un nuevo mundo social. No es fácil imaginar una sociedad donde la organización industrial esté equilibrada y compensada con modos distintos de producción complementarios y de alto rendimiento. Estamos en tal grado deformados por los hábitos industriales, que ya no osamos considerar el campo de las posibilidades; para nosotros, renunciar a la producción en masa significa retornar a las cadenas del pasado, o adoptar la utopía del buen salvaje. Pero si hemos de ensanchar nuestro ángulo de visión hacia las dimensiones de la realidad, habremos de reconocer que no existe una única forma de utilizar los descubrimientos científicos, sino por lo menos dos, antinómicas entre sí.

Una consiste en la aplicación del descubrimiento que conduce a la especialización de las labores, a la institucionalización de los valores, a la centralización del poder. En ella el hombre se convierte en accesorio de la megamáquina, en engranaje de la burocracia. Pero existe una segunda forma de hacer fructificar la invención, que aumenta el poder y el saber de cada uno, permitiéndole ejercitar su creatividad, con la sola condición de no coartar esa misma posibilidad a los demás. Si queremos, pues, hablar sobre el mundo futuro, diseñar los contornos teóricos de una sociedad por venir que no sea hiperindustrial, debemos reconocer la existencia de escalas y de límites naturales.

El equilibrio de la vida se expande en varias dimensiones, y, frágil y complejo, no transgrede ciertos cercos. Hay umbrales que no deben rebasarse. Debemos reconocer que la esclavitud humana no fue abolida por la máquina, sino que solamente obtuvo un rostro nuevo, pues al trasponer un umbral, la herramienta se convierte de servidor en déspota. Pasado un umbral la sociedad se convierte en una escuela, un hospital o una prisión. Es entonces cuando comienza el gran encierro. Importa ubicar precisamente en dónde se encuentra este umbral crítico para cada componente del equilibrio global. Entonces será posible articular de forma nueva la milenaria tríada del hombre, de la herramienta y de la sociedad. Llamo sociedad convivencial a aquella en que la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada a la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta.

Me doy cuenta de que introduzco una palabra nueva en el uso habitual del lenguaje. Me fundo para ello en el recurso al precedente. El padre de este vocablo es Brillat Savarin en su Physiologie du gout: Med tat ons sur la gastronomie trascendentale. Debo precisar, sin embargo, que en la aceptación un poco novedosa que confiero al calificativo, convivencial es la herramienta, no el hombre. Al hombre que encuentra su alegría y su equilibrio en el empleo de la herramienta convivencial, le llamo austero. Conoce lo que en castellano podría llamarse la convivencialidad; vive dentro de lo que el idioma alemán describe como Mitmenschlichkeit. Porque la austeridad no tiene virtud de aislamiento o de reclusión en sí misma. Para Aristóteles como para Tomás de Aquino la austeridad es lo que funda la amistad. Al tratar del juego ordenado y creador, Tomás definió la austeridad como una virtud que no excluye todos los placeres, sino únicamente aquellos que degradan la relación personal. La austeridad forma parte de una virtud que es más frágil, que la supera y que la engloba: la alegría, la eutrapelia, la amistad.”. Illich I.

“Lo que distingue al rebelde crónicamente indignado del revolucionario celoso es que el primero es capaz de cambiar de causa y el último no. El rebelde dirige su indignación contra una injusticia, luego contra otra: el revolucionario es una persona que odia consistentemente y que ha puesto toda su capacidad de odio en un objetivo. El rebelde siempre tiene algo de quijotesco el revolucionario es un burócrata de la utopía. El rebelde es un entusiasta; el revolucionario un fanático. Robespierre, Marx y Lenin fueron revolucionarios: Danton, Bakunin y Trotsky eran rebeldes. Por lo general son los revolucionarios los que alteran el curso material de la historia, pero algunos rebeldes imprimen en ella una huella más sutil y no obstante más duradera. En cualquier caso, el rebelde debido a sus incansables fulminaciones y entusiasmos, resulta un tipo más atractivo que el revolucionario.

 

...Para los psiquiatras tanto la búsqueda de la utopía como la rebelión contra el status quo son síntomas de inadaptación psicológica. Para el reformador social ambas son síntomas de una actitud progresista y racional. Los psiquiatras tienden a olvidar que el hecho de adaptarse a una sociedad deformada crea individuos deformados. Los reformadores tienden a olvidar que el odio, incluso aquello que es objetivamente odioso, refleja tan sólo la mitad de la verdad.

Es verdad que las historias clínicas de la mayoría de los rebeldes revelan un conflicto neurótico con la familia y la sociedad, pero esto solamente demuestra, parafraseando a Marx, que una sociedad moribunda crea sus propios enterradores. También es verdad que ante la presencia de una injusticia repugnante la única actitud honorable es el levantamiento, pero si compararnos los nobles ideales en cuyo nombre se iniciaron las revoluciones con el triste final al que llegaron, nos damos cuenta de que una sociedad contaminada contamina incluso a sus retoños revolucionarios.

 

Al acomodar las dos medias verdades, la del psiquiatra y la del reformador social, tenemos que convenir que si bien, por una parte, el exceso de sensibilidad ante la injusticia y una búsqueda obsesiva de la utopía constituyen signos de disposición neurótica, la sociedad puede por otra parte llegar a un punto muerto en el que el rebelde neurótico crea más regocijo en el cielo que el sensato administrador que ordena destruir la comida ante la mirada de hombres hambrientos. Y ese fue, precisamente el punto muerto al que había llegado nuestra civilización en 1931.

 

Cuando me pregunto con la melancólica sabiduría que se adquiere tras los acontecimientos, cómo pude haber vivido durante años sumido en este trance mental, me consuelo al pensar que la escolástica medieval y la exégesis aristotélica perduraron durante períodos mucho mayores, aturdiendo completamente a los mejores cerebros de esa época. Por otra parte. incluso en nuestros días, muchos están convencidos de que un 90% de sus contemporáneos serán condenados a un super Auschwitz eterno por su amante Padre Celestial.

 

...In fine, la mentalidad de una persona que vive dentro de un sistema cerrado de pensamiento, comunista u otro puede resumirse en la siguiente fórmula: puede demostrar todo lo que cree y cree en todo lo que puede demostrar. El sistema cerrado agudiza las facultades de la mente, como una piedra de afilar sumamente eficiente, hasta formar un borde quebradizo; produce una inteligencia escolástica, talmúdica y espeluznante, que no proporciona protección alguna contra las imbecilidades más burdas.

 

Se pueden encontrar personas con esta mentalidad particularmente entre la intelligentsia. A mi me gusta llamarlos los imbéciles “inteligentes'', expresión que no considero ofensiva, ya que yo fui uno de ellos". Koestler A.

 

“La misma forma de sociedad, a la vez escalonada, jerárquica, competitiva y violenta, produce la despersonalización y el anonimato, la pérdida colectiva de la identidad, sobre cuya base se desarrolla un pensamiento esquizoide que se contrapone y yuxtapone al dogmatismo sistematizado e inabordable de la seguridad paranoide. Es un pensamiento difuso, que concilia y empareja todas las diferencias, que permanece abierto sin resistencia a todas las ideas, las costumbres y las modas que entren en circulación. Abierto y sin resistencia, porque no tiene desde dónde resistir: ninguna identidad definida, ninguna historia asumida, ninguna convicción que haya sido capaz de darle forma a la vida. Y por eso mismo puede acogerse cualquier cosa sin necesidad de hacer el duelo por los aspectos perdidos del yo, sin someterse al tiempo de reestructuración de los deseos, las ideas y las relaciones, porque nunca fueron propios: los deseos eran en realidad demandas socialmente predeterminadas; las ideas, opiniones vigentes en ciertos medios; y las relaciones estaban organizadas según modelos que, una vez devaluados socialmente, dejan el campo vacío para establecer otras relaciones de cualquier tipo. Ambas tendencias, paranoide y esquizoide, constituyen en realidad una falsa contradicción: se alimentan recíprocamente, se pasa sin transición de una a otra. Todos hemos observado o experimentado en los últimos años las más extrañas y veloces transformaciones. El paso de formaciones colectivas maniqueas y proféticas, que constriñen rígidamente la conducta y prevén el futuro con loca claridad, a las formas más infantiles de anarquismo polimorfo, que creen cantar al presente cuando rinden culto a la sensación sin historia y sin pretensiones, que conciben las normas, de cualquier clase, como alambradas hostiles opuestas por padres castradores a su santa espontaneidad. Y el «bloque forjado de un solo pedazo de acero» de que hablaba Stalin, se derrite de pronto en la viscosa baba de la vida. Y ¡cuántas malas consignas se han hecho con lo uno y cuántas malas poesías con lo otro! Ambas tendencias se oponen de consuno a la creación de un espacio para el debate, es decir un espacio en el cual se puede ejercer un respeto real. No la simple tolerancia derivada de la indiferencia y el escepticismo, sino la valoración positiva de las diferencias. No su simple reconocimiento como algo a lo que debemos adaptarnos porque es inevitable, sino su valoración positiva como el elemento necesario y enriquecedor del pensamiento. Descubrimiento y afirmación de la irreductible opacidad del otro que no puede disolverse en una comunión de las almas, ni distribuirse en una oposición maniquea de los hermanos y los enemigos, como desearían nuestras neurosis colectivas e individuales. Opacidad que es la condición de toda distancia crítica e irónica sobre nosotros mismos. Volvamos a la especificidad del proceso y a sus obstáculos, considerándolos”. Zuleta E.

 

“El pensamiento y el amor tienen por supuesto causas, son el resultado de la confluencia de una serie de condiciones; pero no pueden ser obligatorios. La idea de Platón puede interpretarse en esta dirección. La libertad, entendida de esta manera, es muy diferente a la concepción a la que me estoy refiriendo. La libertad metafísica que el cristianismo sostiene es una manera de crear una base teórica al concepto de culpa, de premio y de castigo. Por eso Nietzsche, en términos muy pocos amables con el cristianismo —como en general acostumbra hablar— llamó a la teoría de la libertad una metafísica de verdugos: primero hay que declarar al sujeto libre y autor exclusivo de lo que es —la idea de un ser que es su propia causa es lógicamente insostenible—, para después declararlo culpable de todo lo que ha sido víctima y castigarlo. Esta es una concepción de la libertad que el sistema capitalista toma a veces en forma directa de la concepción cristiana. En el pensamiento jurídico, por ejemplo, podemos observar que algunos autores hacen una distinción entre la culpa y el dolo, utilizando criterios muy similares a los que traía el catecismo del padre Astete para diferenciar entre pecado venial y pecado mortal —la plena advertencia y el pleno consentimiento—. La culpa es una conducta que podía haber sido prevista pero que no es necesariamente intencional; el dolo es un acto intencionado, hecho a propósito para producir un daño. El derecho asume estas nociones de manera directa porque necesita postular la autonomía del sujeto para sustentar un sistema represivo.

Por lo demás, el capitalismo empobrece terriblemente la concepción cristiana de la libertad al reducirla a una función puramente negativa: el hombre es libre para realizar todo aquello que no le impida la ley, o en otros términos, la policía. La constitución que, como dice Marx, es lo que una sociedad dice de sí misma, considera a los hombres libres e iguales. Pero a las sociedades como a los individuos, no se les puede juzgar por lo que dicen de sí mismos, sino por lo que hacen y por lo que efectivamente son. La enseñanza, por ejemplo, es libre en el sentido de que la ley no le impide a nadie el ingreso en una rama cualquiera de la educación, pero se lo prohíben otras cosas: las condiciones económicas, las circunstancias de su vida, etcétera; de hecho, a ella sólo llega un porcentaje ínfimo de la población así la gran mayoría no tenga negado el acceso en teoría. Todo el mundo es libre de elegir y ser elegido, pero solamente en el sentido de que la ley no se lo prohíbe. A la constitución no le interesa que lo que está permitido por la ley esté prohibido por la vida. En el terreno de las posibilidades efectivas tendríamos que hablar de un sentido de la libertad diferente al que le otorga el mundo capitalista y necesita para su funcionamiento. La libertad y los derechos humanos, tal como son formulados por la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en la Revolución francesa, fueron criticados muy corta pero sagazmente por Marx en La sagrada familia con este pequeño comentario: detrás del ciudadano encontramos siempre al propietario; el concepto de libertad está construido bajo el modelo de la libertad de propiedad y de la libertad de industria. Cuando se afirma que el derecho de cada cual está limitado por el derecho igual de los demás: ¿a qué tipo de derecho hace referencia para que podamos afirmar que está limitado por el derecho de otro? Si uno está pensando en un propietario de la tierra, es clarísimo que su derecho de propiedad tiene su límite allí donde comienza el derecho del otro. Pero si uno está pensando por ejemplo en la posibilidad de escribir, de crear, de pensar o de estudiar, no es claro en qué sentido el derecho de otro es un límite. Detrás del concepto de hombre y de ciudadano está el concepto de propietario, y detrás del concepto de libertad, la libertad de industria. De esta manera queda empobrecida la heredada concepción de la libertad. Podría desarrollarse la Psicología o la Sociología para explicar las conductas individuales o colectivas como efecto necesario de una determinada confluencia de causas; pero sobre este fundamento no podría operar el mundo capitalista ni una economía del cambio, que necesitan construir para su funcionamiento una teoría de la responsabilidad y del contrato, y un principio justificativo de la represión. Entonces es necesario una fundamentación ideológica de una determinada forma de vida a través de una concepción de la libertad que sea al mismo tiempo metafísica y apologética —para decirlo en términos de Marx—, es decir, de una teoría que, a nombre de la descripción de una situación, nos presente por el contrario la defensa y la apología de lo que pretende dar cuenta. En este sentido, encontramos que en la teoría económica el cambio es concebido como un acto libre entre dos libertades, cada una de las cuales obra por su propia conveniencia. Puesto que es un acto libre, ambas partes son beneficiarias y suponen, como condición indispensable para la realización de la transacción, que reciben algo que vale más de lo que entregan. Este es el principio de la economía de cambio y de mercado y su fundamento se encuentra en el concepto de libre albedrío. Este tipo de descripción es evidentemente apologético. Como el capitalismo es una economía basada en el cambio, y como cada cambio produce dos beneficiarios, el capitalismo es entonces un proceso generalizado de beneficio común. Todo el problema radica en el postulado de que el cambio es libre. Si una parte mayoritaria carece de medios de producción, cambiar su fuerza de trabajo por un salario es una obligación impuesta por la vida capitalista, aunque no tenga necesidad de apelar a medios coactivos directos como en el esclavismo o el feudalismo. Así pues, la teoría de la libertad, que sirve de fundamento al cambio, está inscrita en el funcionamiento del modo capitalista de producción y no es un simple error que se pueda disolver simplemente por una refutación.”. Zuleta E.

 

“1 Dos umbrales de mutación

El año 1913 marca un giro en la historia de la medicina moderna, ya que traspone un umbral. A partir aproximadamente de esta fecha, el paciente tiene más de cincuenta por ciento de probabilidades de que un médico diplomado le proporcione tratamiento eficaz, a condición, por supuesto, de que su mal se encuentre en el repertorio de la ciencia médica de la época. Familiarizados con el ambiente natural, los chamanes y los curanderos no habían esperado hasta esa fecha para atribuirse resultados similares, en un mundo que vivía en un estado de salud concebido en forma diferente. A partir de entonces, la medicina ha refinado la definición de los males y la eficacia de los tratamientos. En Occidente, la población ha aprendido a sentirse enferma y a ser atendida de acuerdo con las categorías de moda en los círculos médicos. La obsesión de la cuantificación ha llegado a dominar la clínica, lo cual ha permitido a los médicos medir la magnitud de su éxito por criterios que ellos mismos han establecido. Es así como la salud se ha vuelto una mercancía dentro de una economía en desarrollo. Esta transformación de la salud en producto de consumo social se refleja en la importancia que se da a las estadísticas médicas. Sin embargo, los resultados estadísticos sobre los que se basa cada vez más el prestigio de la profesión médica no son, en lo esencial, fruto de sus actividades. La

reducción, muchas veces espectacular, de la morbilidad y de la mortalidad se debe sobre todo a las transformaciones del hábitat y del régimen alimenticio y a la adopción de ciertas reglas de higiene muy simples. Los alcantarillados, la clorización del agua, el matamoscas, la asepsia y los certificados de no contaminación que requieren los viajeros o las prostitutas, han tenido una influencia benéfica mucho más fuerte que el conjunto de los ‘métodos’ de tratamientos especializados muy complejos. El avance de la medicina se ha traducido más en controlar las tasas de incidencia que en aumentar la vitalidad de los individuos. En cierto sentido, la industrialización, más que el hombre, es la que se ha beneficiado con los progresos de la medicina; la gente se capacitó mejor para trabajar con mayor regularidad bajo condiciones más deshumanizantes. Para ocultar el carácter profundamente destructor de la nueva instrumentación, del trabajo en cadena y del imperio del automóvil, se dio amplia publicidad a los tratamientos espectaculares aplicados a las victimas de la agresión industrial en todas sus formas: velocidad, tensión nerviosa, envenenamiento del ambiente. Y el médico se transformó en un mago; sólo él dispone del poder de hacer milagros que exorcicen el temor; un temor que es engendrado, precisamente, por la necesidad de sobrevivir en un mundo amenazador. Al mismo tiempo, si los medios para diagnosticar la necesidad de ciertos tratamientos y el instrumento terapéutico correspondiente se simplificaban, cada uno podría haber determinado mejor por sí mismo los casos de gravidez o septicemia, como podría haber practicado un aborto o tratado un buen número de infecciones. La paradoja está en que mientras más sencilla se vuelve la herramienta, más insiste la profesión médica en conservar el monopolio. Mientras más se prolonga la duración para la iniciación del terapeuta, más depende de él la población en la aplicación de los cuidados más elementales. La higiene, una virtud desde la antigüedad, se convierte en el ritual que un cuerpo de especialistas celebra ante el altar de la ciencia. Recién terminada la Segunda Guerra Mundial, se puso de manifiesto que la medicina moderna tenía peligrosos efectos secundarios. Pero habría de transcurrir cierto tiempo antes de que los médicos identificaran la nueva amenaza que representaban los microbios que se habían hecho resistentes a la quimioterapia, y reconocieran un nuevo género de epidemias dentro de los desórdenes genéticos debidos al empleo de rayos X y otros tratamientos durante la gravidez. Treinta años antes, Bernard Shaw se lamentaba ya: los médicos dejan de curar, decía, para tomar a su cargo la vida de sus pacientes. Ha sido necesario esperar hasta los años cincuenta para que esta observación se convirtiera en evidencia: al producir nuevos tipos de enfermedades, la medicina franqueaba un segundo umbral de mutación. En el primer plano de los desórdenes que induce la profesión, es necesario colocar su pretensión de fabricar una salud ‘mejor’. Las primeras víctimas de este mal iatrogenético (es decir, engendrado por la medicina) fueron los planificadores y los médicos. Pronto la aberración se extendió por todo el cuerpo social. En el transcurso de los quince años siguientes, la medicina especializada se convirtió en una verdadera amenaza para la salud. Se emplearon sumas colosales para borrar los estragos inconmensurables producidos por los tratamientos médicos. No es tan cara la curación como lo es la prolongación de la enfermedad. Los moribundos pueden vegetar por mucho tiempo, aprisionados en un pulmón de acero, dependientes de un tubo de perfusión, o sometidos al funcionamiento de un riñón artificial. Sobrevivir en ciudades insalubres, y a pesar de las condiciones de trabajo extenuantes, cuesta cada vez más caro. Mientras tanto, el monopolio médico extiende su acción a un número cada vez mayor de situaciones de la vida cotidiana. No sólo el tratamiento médico, sino también la investigación biológica, han contribuido a esta proliferación de las enfermedades.”. Illich I.

"Lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que remar"

B. Russell

"La mayoría de la gente escucha con la intención de responder, no con el deseo de comprender"

A.C. Doyle

"No hay noche, por larga que sea, que no encuentre el día"

W. Shakespeare.

"Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar"

M.E. Cioran.

“SOBRE EL IGNORAR Y EL RECONOCER

 

Connotados pensadores de lo social y del hombre coinciden; un organismo humano, individual o social, no funciona igual si el sujeto o la organización social sabe, reconoce lo que le está pasando que si lo ignora.  He ahí la gran virtud del conocimiento, del conocer; permiten un comportamiento diferente.  Permite salir de un engaño en el que se estaba, desengañarse.  Permite no hacer el tonto, no enlodarse y combatir el lodo; hace a la sociedad y al individuo dignos, merecedores de una alta existencia.

 

Desafortunadamente la sociedad y el individuo humano tienden a no conocer, les molesta y huyen del conocimiento. Les encanta vivir en el engaño, en la ilusión de ver sano lo que está podrido hasta la médula.

 

Esa tendencia humana explica que monstruos, carniceros despiadados como Torquemada y Hitler, para citar apenas dos, se convirtieran en tales, anegando la tierra de sangre humana, con el auspicio de millones de personas que se negaron a saber, a reconocer que ellos mismos y sus angustias los estaban forjando.

 

Si el ignorar aquello que, a una organización social, a un individuo, le está sucediendo, garantizara una vida digna, enaltecedora, la ignorancia sería bienvenida. Pero el problemita es que envilece y empobrece la vida del hombre y en no pocas ocasiones, lo conduce a sufrimientos infernales. La primera y segunda guerra mundial, las otras incontables y las violencias que infestan a Colombia constituyen unas de las muchas pruebas.”. A.M.R.

 

“UNA PELÍCULA SOBRE EL STALINISMO

 

Hace aproximadamente 10 años tuve la oportunidad de disfrutar y sufrir una hermosa película del realizador griego Costa Gavras, cuyo título revelador es La Confesión. La historia está ambientada en la antigua Unión Soviética URSS y se ubica en los tenebrosos años 30.

 

Narra el film, La Confesión, la historia particular de uno de esos millones de comunistas que se tomó a pecho el Marxismo-Leninismo. que creía ciegamente en la redención del hombre desde el socialismo y en el caso de la Unión Soviética, a partir del socialismo soviético, es decir, en los años 30, del Stalinismo (José Stalin dominará la Unión Soviética desde 1924 hasta 1953, fecha de su muerte).

 

Ante la brutalidad de la colectivización forzada y el proceso de industrialización impuestos por Stalin en la URSS, el comunista íntegro, protagonista de la película, siguiendo fielmente a Marx, Engeis y Lenin, se atrevió a criticar por escrito y a publicar la crítica, la cual cuestionaba los métodos de Stalin que estaban golpeando sin misericordia precisamente los sectores que el Marxismo Leninismo se proponía librar del oprobio: el proletariado del campo y el de la ciudad.

 

Con una hipersensibilidad espeluznante a la crítica. inmediatamente detectada la mencionada, la maquinaria represiva Stalinista, la temible policía Soviética del Estado G.P.U. se puso en acción y le montó al comunista íntegro un proceso de los muchos que hicieron tristemente célebre a Stalin : consistía en fabricar un cantidad desmesurada de acusaciones falsas(algo así como acusarlo a uno de robarse a Marte), para después obtener las confesiones de las personas cercanas al pobre diablo en cuestión, señalando como verdaderas todas las invenciones de la G.P.U. y por último, lograr que el mismo inculpado leyera públicamente la confesión de que todo el montaje de calumnias imputado al acusado por la maquinaria Stalinista era la pura y transparente realidad.

 

La suerte corrida por el pobre diablo que se tomó en serio la ideología comunista es irrelevante: ¿Deportado a Siberia, fusilado, muerto en un campo de concentración, muerto como consecuencia de los medios inenarrables que utilizaron para hacerlo confesar junto a sus seres queridos? ¡Qué más da una modalidad de muerte u otra! Que era, es y será un sistema para la muerte: eso es lo que cuenta. Fue la suerte de millones de seres humanos que perecieron durante el infierno Stalinista soviético, muchos de ellos bajo el vil instrumento de La Confesión.

 

No obstante, lo que si no es nada irrelevante es el fin, el objetivo de los Procesos y de la política implementada por Stalin : estribaba en que por su apocamiento intelectual y por sus grandes debilidades como teórico marxista y por una gran fe, por un gran fanatismo en su marxismo, por considerarse un .elegido(se consideraba el auténtico heredero del Marxismo-Leninismo) Stalin no podía jugar con sus copartidarios del Partido Comunista, del COMINTERN y de la clase proletaria soviética con el medio, con la técnica del argumento marxista(para qué argumentar cuando de antemano se está absolutamente convencido de que se tiene la verdad ; lo que hay que hacer es difundirla y aplicarla a como dé lugar)para desarrollar su sistema de creencias y caprichos. Sería como que un ciego jugara un partido de tenis de campo con el Nro. uno del tenis mundial, Peter Sampras. Sería pelea de tigre con burro amarrado.

 

Por lo tanto, para imponer a sangre y fuego su sistema de creencias y caprichos, Stalin debía recurrir y lo hizo magistralmente, a la Fraktionspolitik, a la abominable maniobra interna, al vil juego sucio, con todos sus terroríficos componentes, al todo se vale menos el argumento, menos la fuerza de las ideas y esa es su principal herencia: la maniobra, el juego sucio aplicado sin conmiseración y a la perfección al Marxismo-Leninismo soviético e internacional. Pero un Marxismo-Leninismo así ya no obedece ni a los textos ni a las actitudes de Lenin ni de Marx. Obedece al pensamiento y a las actitudes del exseminarista Stalin y en consecuencia, el legado que dejó a la posteridad lleva su propia marca: el infierno del Stalinismo.

Quienes conocieron y padecieron y vieron padecer desde dentro el calvario Stalinista tienen por qué saberlo” (A.M.R.):

 

"El secreto de la elevación de Stalin al poder personal y de su victoria sobre competidores más brillantes que él tales como Trostsky y Bujarín es solo un misterio para el observador occidental que no está familiarizado con el clima y atmósfera del comunismo. La falta en Stalin de todo atributo de grandeza, considerada ésta en el sentido occidental, el mortal tedio que inspiran sus escritos y discursos, la falta de principios, ideales y originalidad, las traiciones de que hizo objeto a sus amigos políticos, la sordera con que atiende los sufrimientos del pueblo, sus falsificaciones de la historia que lo habrían convertido en la Cámara de los Comunes en un ser grotesco y extravagante, pero que en Rusia determinan su incomparable grandeza como Fraktionspolitiker (Maniobrero Interno). Fiel a la dialéctica del universo del Comintern (Internacional Comunista)1, permaneció, durante los años en que realizaba sus maniobras para conquistar posiciones, inadvertido. Fue el perfecto hombre invisible; pero una vez que se estableció en el poder se convirtió en el Dios omnipresente".(KOESTLER, Arthur. La Escritura Invisible,1955:140).

 

“Las consecuencias del infierno Stalinista allí donde quiera que se empotró y se empotre, son, por supuesto, desastrosas y aterradoras ; como bien se sabe. Stalin llevó en su praxis, a un estado perfecto el consejo de Maquiavelo "EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS".

 

Ya se narró atrás cómo accedió al Poder, reemplazando a Lenin y dejando por fuera del camino a los más connotados jefes del partido bolchevique. Una vez en él, en 1924, el maniobrero interno se hizo monstruo. Veamos algunos ejemplos:

 

Mediante el”(A.M.R) ".. pacto de 1927, celebrado entre Stalin y Chiang Kai Shek, que dio origen a uno de los más terribles episodios de la historia del Comintern y que, con la pasiva complicidad de Stalin, dio lugar a la gran matanza de comunistas chinos que llevo a cabo Chiang..." (KOESTLER, Arthur. Euforia y Utopía,1955:62).

 

“Suscrito”(A.M.R.) el "... pacto Franco Soviético en mayo de 1935... el Partido comunista francés debe cesar ahora de votar contra los créditos militares y dar fin a su campaña contra... que se aumentara el servicio militar obligatorio... pero Laval (alto dirigente del gobierno francés de ese entonces y rival de los comunistas franceses) no podía prever ese cambio completo de la línea política del Partido Comunista Francés ; por eso, durante una de las conversaciones que mantuvo con Stalin, le preguntó a éste qué le aconsejaba hacer si los comunistas continuaban poniendo dificultades a los proyectos de defensa nacional. Entonces Stalin miró a Laval con una sonrisa de jovial ironía, dio una chupada a su pipa y dijo:

Cuélguelos.

 

Laval no podía prestar crédito a sus oídos; Stalin, con una sonrisa aún más amplia, le repitió entonces lo mismo, llevándose un dedo a la garganta para evitar toda posible mala interpretación". (KOESTLER, Arthur. La escritura invisible, 1955: 242).

 

“Angustia y soledad. Oscura o claramente se sabe desde la antigüedad que el pensamiento no es el ejercicio voluntario de una facultad siempre disponible, aunque muy diversamente desarrollada o atrofiada; que no es la actividad intencional de un sujeto unificado, sino más bien algo que en cierto modo le ocurre a un sujeto escindido y conflictivo. En su famosa crítica de la evidencia cartesiana, dice Nietzsche: «en lo que respecta a la superstición de los lógicos, no me cansaré de subrayar un hecho pequeño y exiguo, que estos supersticiosos confiesan a disgusto a saber, que un pensamiento viene cuando “él” quiere, y no cuando “yo” quiero; de modo que es un falseamiento de la realidad efectiva decir: el sujeto “yo” es la condición del predicado “pienso”12». Ya Goethe decía —en sus conversaciones con Eckermann— que «para pensar de nada sirve ponerse a pensar; las ideas más luminosas se nos aparecen como libres creaturas de Dios y nos gritan ¡aquí estamos!». Y Freud, conminado por Fliess, para que escribiera sobre la sexualidad responde: «Si la teoría sexual viene a mí, yo la escucharé». Esto se sabe tal vez desde siempre: por mucha voluntad de control consciente, de método, de demostración y orden de las razones que hayan tenido los filósofos, en el fondo nunca han creído que la tan exaltada y desprestigiada inspiración fuera monopolio de los poetas. Por ejemplo no lo creyó Descartes que nos cuenta con tanta sencillez la experiencia fulgurante de cierta noche del invierno de 1619. No vale la pena multiplicar los ejemplos. En todos los casos oiremos hablar de aparición, advenimiento, intuición, irrupción de algo que es esencial y que llegó como una sorpresa, como un regalo inesperado. Cuando se hacen conscientes los efectos de un proceso que permanece oculto, la experiencia se vive como felicidad y horror, de manera simultánea o sucesiva; con la interpretación omnipotente de una creación espontánea o con la interpretación impotente de una imposición inevitable. En todo caso, si lo que así se presenta procede de un proceso de pensamiento, y si no es posible reprimirlo a tiempo y obliga a asumir las consecuencias y derivaciones de ese proceso, entonces no puede tardar en presentarse la angustia, en hacerse patente, porque siempre estuvo allí, comandándolo todo, ya que se trata de una crisis de identidad. Podría pensarse, a raíz de los ejemplos que mencioné, que me estoy refiriendo a hechos altamente infrecuentes que sólo ocurren a seres excepcionales. Se requieren condiciones sociales y personales poco frecuentes para que un pensamiento despliegue todos sus efectos, se convierta en una obra y sea reconocido como el momento inicial o, mejor, como el símbolo de una transformación histórica de la teoría. Pero los hechos mismos que trato de describir son mucho más frecuentes de lo que se cree y hasta cierto punto pueden considerarse casi universales. Freud los veía ya en marcha en un momento crítico y típico del desarrollo infantil: «El niño —dice— en sus investigaciones sexuales está siempre solo; estas constituyen el primer paso que da con el fin de orientarse en el mundo, y se sentirá extraño a las personas que lo rodean y a las que hasta entonces había otorgado su plena confianza13». Tenemos aquí la figura del pensador solitario, pero no tomada de ninguna imagen romántica sacralizada, sino de la experiencia común. Freud precisa que frente a las grandes preguntas de que se ocupa: ¿cómo vienen los niños al mundo?, ¿por qué hay hombres y mujeres?, ¿cómo se puede ser hijo de dos personas?, de poco le sirven las informaciones ilustradas, la transmisión del saber, ni le engañan las fábulas del tipo de la cigüeña. Si se encuentra solo con sus preguntas no es porque no le ayuden o le ayuden mal: es una fatalidad de la empresa en la que se ha embarcado y que le ha sido impuesta ya que no hay ningún instinto que impulse hacia el saber, sino solamente crisis de lo que se creía saber y de lo que se creía ser. Nadie le puede ayudar, porque lo que busca es situarse, tomar posición en una diferencia —la diferencia de los sexos— que no es una verdad esencial o una realidad natural, preexistente a la búsqueda, ni tampoco una distribución convencional de signos. El niño investiga con todas sus experiencias corporales, con sus terrores, con sus deseos y sus fantasmas. Con ellos y no a pesar de ellos. De manera transgresora e inevitablemente culpable, porque va contra los dogmas anteriores: la palabra de los padres. Ruptura de una complicidad primordial, riesgo de no ser reconocido por los seres más próximos, angustia de no saber lo que se llegará a ser, duelo por las ilusiones perdidas —en este caso la bisexualidad propia y la de la madre—; esas son las condiciones de la investigación originaria y serán en adelante las tribulaciones del pensamiento. Pero si el pensamiento fuera solamente duelo, soledad y angustia, seguramente no existiría. Es necesariamente, también, sentimiento de liberación, de nuevo nacimiento, autoafirmación.”. Zuleta, E.

 

“El aporte de Marx y Freud

 

Marx descubrió que los errores están encarnados en la vida social y no son simples desenfoques subjetivos; por lo tanto, la crítica y la interpretación son sólo un momento. El paso fundamental que hay que dar, en la vía de una refutación efectiva, es la transformación de las condiciones que hacen necesaria una determinada formación ideológica. Si la ideología no estuviera encarnada en un modo de vida, sería fácil desembarazarse de ella con una refutación teórica, como se puede hacer con un teorema o un problema matemático mal formulados. Encontramos en Marx, a pesar del carácter incompleto de su elaboración de una teoría de la sociedad, una consideración sobre la ideología que pone de presente sus fundamentos inconscientes en el sentido que él da a esta palabra: la ideología, por el hecho mismo de serlo, está basada en algo que ella misma desconoce y de lo que no puede dar cuenta. Marx hizo a este respecto un comentario muy breve, pero con un contenido y un alcance muy amplio, refiriéndose al libro de Feuerbach La esencia del cristianismo que es, por decirlo así, una oposición de tipo naturalista al cristianismo. Si la Sagrada Familia, como dice Feuerbach, no es más que una idealización y una proyección en el cielo de la familia humana, de la familia profana, habría que preguntarse entonces —como no lo hace Feuerbach—, por qué la familia humana corriente requiere este tipo de idealización. Dice así el comentario:

 

‘Feuerbach parte del hecho del autoextrañamiento religioso, del desdoblamiento del mundo en un mundo religioso y un mundo humano. Su trabajo consiste en resolver el mundo religioso en su fundamento terrenal. Pero el hecho de que este fundamento terrenal se separe de sí y se construya un reino independiente en las nubes sólo puede explicarse partiendo del desgarramiento interno y la interna contradicción de este fundamento terrenal. Este mismo ha de ser, pues, tanto comprendido en su contradicción como prácticamente subvertido. Así, por ejemplo, una vez que se ha descubierto en la familia terrenal el misterio de la Sagrada Familia, la primera tiene que ser aniquilada, teórica y prácticamente’. (Marx, K.).

 

La fórmula tan famosa y a veces tan mal comprendida de Marx de la xi Tesis sobre Feuerbach —«Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de modos distintos, ahora toca transformarlo»— no quiere decir propiamente que es insuficiente hacer filosofía en las cátedras sin hacer al mismo tiempo activismo en las calles, o algo por el estilo. Se refiere a algo más mucho más profundo: el error está encarnado en formas de vida y no es solamente una opinión desviada. En El capital dedica una buena parte del primer capítulo al problema del fetichismo de la mercancía, tema sobre el cual vuelve al final del tomo ii de la Historia crítica de la teoría de la plusvalía33. El Fetichismo es un fenómeno corriente que podemos observar en la vida cotidiana, que consiste en adjudicar a un elemento, en su naturaleza de elemento, en su naturalidad, en su naturaleza anclada, las propiedades que deriva de las relaciones que tiene en un conjunto. El fetichismo de la mercancía por ejemplo consiste en adjudicar a la mercancía, es decir, a la cosa en su materialidad inmediata —en su valor de uso— una propiedad que depende de la organización social dentro de la cual está inscrita: el hecho de tener un valor. Se confunde así el valor, que es un efecto social, con una propiedad natural. Marx muestra también que el fetichismo es un fenómeno esencial al mundo capitalista y no simplemente un error particular. En este sentido no se puede resolver por medio de una refutación, y ni siquiera por medio de una interpretación, porque contiene un elemento que lo hace indisoluble: es una condición necesaria al funcionamiento de las relaciones mercantiles en las que se basa el mundo capitalista. Por lo tanto, su disolución no puede ser resultado simple de una crítica teórica, sino de la superación de una forma social que se basa en una producción para el mercado y en el aumento del valor de la producción, y de su sustitución por otra basada en una producción orientada por el cálculo de los efectos sociales útiles de lo producido. Mientras la sociedad toda produzca para generar más valor y no para generar efectos sociales útiles determinados, el fetichismo será un elemento de ese tipo de vida; en tal sentido no es un simple error individual.”. Zuleta, E.

 

“La invención de cada nueva modalidad de vida y de muerte ha llevado consigo la definición paralela de una nueva norma y, en cada caso, la definición correspondiente de una nueva desviación, de una nueva malignidad. Finalmente, se ha hecho imposible para la abuela, para la tía o para la vecina, hacerse cargo de una mujer encinta, de un herido, de un enfermo, de un lisiado o de un moribundo, con lo cual se ha creado una demanda imposible de satisfacer. A medida que sube el precio del servicio, la asistencia personal se hace más difícil, y frecuentemente imposible. Al mismo tiempo, cada vez se hace más justificable el tratamiento para situaciones comunes, a partir de la multiplicación de las especializaciones y para profesiones cuyo único fin es mantener la instrumentación terapéutica bajo el control de la corporación. Al llegar al segundo umbral, es la vida misma la que parece enferma dentro de un ambiente deletéreo. La protección de una población sumisa y dependiente se convierte en la preocupación principal, y en el gran negocio, de la profesión médica. Se vuelve un privilegio la costosa asistencia de prevención o de cura, al cual tienen derecho únicamente los consumidores importantes de servicios médicos. Las personas que pueden recurrir a un especialista, ser admitidas en un gran hospital o beneficiarse de la instrumentación para el tratamiento de la vida, son los enfermos cuyo caso se presenta interesante o los habitantes de las grandes ciudades, en donde el costo para la prevención médica, la purificación del agua y el control de la contaminación es excepcionalmente elevado. Paradójicamente, la asistencia por habitante resulta tanto más cara cuanto más elevado el costo de la prevención. Y se necesita haber consumido prevención y tratamiento para tener derecho a cuidados excepcionales. Tanto el hospital como la escuela descansan en el principio de que sólo hay que dar a los que tienen. Es así, cómo, para la educación, los consumidores importantes de la enseñanza tendrán becas de investigación, en tanto que los desplazados tendrán como único derecho el de aprender su fracaso. En relación a la medicina, mayor asistencia conducirá a mayores dolencias: el rico se hará atender cada vez más los males engendrados por la medicina, mientras que el pobre se conformará con sufrirlos. Pasado el segundo umbral, los subproductos de la industria médica afectan a poblaciones enteras. La población envejece en los países ricos. Desde que se entra en el mercado del trabajo, se comienza a ahorrar para contratar seguros que garantizarán, por un periodo cada vez más largo, los medios de consumir los servicios de una geriatría costosa. En Estados Unidos el 27% de los gastos médicos van a los ancianos, que representan el nueve por ciento de la población. Es significativo el hecho de que el primer campo de colaboración científica elegido por Nixon y Brejnev concierna a las investigaciones sobre las enfermedades de los ricos que van envejeciendo. De todo el mundo, los capitalistas acuden a los hospitales de Boston, de Houston o de Denver para recibir los cuidados más costosos y singulares, en tanto que en los mismos Estados Unidos, entre las clases pobres, la mortalidad infantil se mantiene comparable a la existente en ciertos países tropicales de África o de Asia. En Norteamérica es preciso ser muy rico para pagarse el lujo que a todo el mundo se le ofrece en los países pobres: ser asistido a la hora de la muerte (estar acompañado por familiares o amigos). En dos días de hospital un norteamericano gasta lo que el Banco Mundial de Desarrollo calcula que es el ingreso medio anual de la población mundial. La medicina moderna hace que más niños alcancen la adolescencia y que más mujeres sobrevivan a sus numerosos embarazos. Entretanto, la población aumenta, sobrepasa la capacidad de acogerse al medio natural, y rompe los diques y las estructuras de la cultura tradicional. Los médicos occidentales hacen ingerir medicamentos a la gente que, en su vida pasada, había aprendido a vivir con sus enfermedades. El mal que se produce es mucho peor que el mal que se cura, pues se engendran nuevas especies de enfermedad que ni la técnica moderna, ni la inmunidad natural, ni la cultura tradicional saben cómo enfrentar. A escala mundial, y muy particularmente en Estados Unidos, la medicina fabrica una raza de individuos vitalmente dependientes de un medio cada vez más costoso, cada vez más artificial, cada vez más higiénicamente programado. En 1970, durante el Congreso de la American Medical Association, el presidente, sin atraer ninguna oposición, exhortó a sus colegas pediatras a considerar a todo recién nacido como paciente mientras no haya sido certificada su buena salud. Los niños nacidos en el hospital, alimentados bajo prescripciones, atiborrados de antibióticos, se convierten en adultos que, respirando un aire viciado y comiendo alimentos envenenados, vivirán una existencia de sombras en la gran ciudad moderna. Aún les costará más caro criar a sus hijos, quienes, a su vez, serán aún más dependientes del monopolio médico. El mundo entero se va convirtiendo poco a poco en un hospital poblado de gente que, a lo largo de su vida, debe plegarse a las reglas de higiene dictadas y a las prescripciones médicas. Esta medicina burocratizada se expande por el planeta entero. En 1968, el Colegio de Medicina de Shanghai tuvo que inclinarse ante la evidencia: «Producimos médicos llamados de primera clase [...] que ignoran la existencia de quinientos millones de campesinos y sirven únicamente a las minorías urbanas [...] adjudican grandes gastos de laboratorio para exámenes de rutina [...] prescriben, sin necesidad, enormes cantidades de antibióticos [...] y, cuando no hay hospital, ni laboratorios, se ven reducidos a explicar los mecanismos de la enfermedad a gentes por quienes no pueden hacer nada, y a quienes esta explicación a nada conduce.» En China, esta toma de conciencia condujo a una inversión de la institución médica. En 1971, informa el mismo colegio, un millón de trabajadores de la salud han alcanzado un nivel aceptable de competencia. Estos trabajadores son campesinos.

Durante la temporada de poca actividad, siguen cursos acelerados: aprenden la disección en cerdos, practican los análisis de laboratorio más corrientes, adquieren conocimientos elementales en bacteriología, patología, medicina clínica, higiene y acupuntura. Luego hacen su aprendizaje con médicos o con trabajadores de la salud ya ejercitados. Después de esta primera formación, estos médicos descalzos vuelven a su trabajo original, pero, cuando es necesario, se ausentan para ocuparse de sus camaradas. Son responsables de lo siguiente: la higiene del ambiente de vida y de trabajo, la educación sanitaria, las vacunaciones, los primeros auxilios, la supervivencia de los convalecientes, los partos, el control de la natalidad y los métodos abortivos. Diez años después de que la medicina occidental franquease el segundo umbral, China emprende la formación, cada centenar de ciudadanos, de un trabajador competente de la salud. Su ejemplo prueba que es posible invertir de golpe el funcionamiento de una institución dominante. Queda por ver hasta qué punto esta desprofesionalización puede mantenerse, frente al triunfo de la ideología del desarrollo ilimitado y a la presión de los médicos clásicos, recelosos de incorporar a sus homónimos descalzos a la jerarquía médica y formar con ellos una infantería de no graduados que trabajan a tiempo parcial. Pero por todas partes se exhiben los síntomas de la enfermedad de la medicina, sin tomar en consideración el desorden profundo del sistema que la engendra. En Estados Unidos, los abogados de los pobres acusan a la American Medical Association de ser un bastión de prejuicios capitalistas, y a sus miembros de llenarse los bolsillos.”. Illich, I.

"Nuestra vida siempre expresa el resultado de nuestros pensamientos dominantes" S. Kierkegaard

"No es lo que te ocurres, sino como reaccionas lo que importa" Epíteto.

"La paciencia es amarga, pero su fruto es dulce" J.J. Rousseau.

"Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los "cómos"" F. Nietzsche.

“Los medios producen y justifican o no justifican el fin"

 

Una lectura rápida de los anteriores apartados revela claramente la intención de un alegato ético. A estas alturas es ineludible pensar lo ético como tema central. La palabra Ética viene del gr. Ethos que significa costumbre. hábito, comportamiento social. Es decir que la Ética, en tanto reflexión, su objeto de pensamiento y conocimiento es el problema del comportamiento. En la medida en que todos los seres humanos, ya sea como individuos o como organizaciones sociales, tienen un comportamiento, esto es, actúan de una manera determinada, todos tendrán, por consiguiente, su respectiva ética. Con lo cual, el cuento ese de "¡Uy !, ese tipo no tiene ética", "ese grupo carece de ética", es una ficción derivada de hacer equivalente la ética al comportamiento modelo, según tal o cual concepción. Ese cuento ya no es la ética como reflexión sino la ética divinizada, idealizada. Desde la ética como reflexión. tienen ética Jack el Destripador, Nerón como el santo Job, es decir, los tres tuvieron unos comportamientos, unas costumbres. Cosa muy distinta es que uno no esté de acuerdo con la ética, con el comportamiento de fulanito o sutanito.

 

Como quedó visto en las sesiones anteriores, la ética que guía a las organizaciones sociales que actúan con la convicción de que están poseídas por la verdad absoluta, por LA LUZ, es la del FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS. Claro que no solamente las ideologías totalitarias y las formaciones religiosas fundamentalistas siguen tal guía ética: lo que ocurre es que la llevan a un estado de desarrollo total. Por ser las ideologías totalitarias y los personas que las integran, fuertemente heterónomas, tal desarrollo es posible.

 

En la medida en que las ideologías totalitarias obligan en lo social e individual una ética fuertemente heterónoma, las consecuencias en términos de pensamiento y conocimiento, pero más profundamente, en términos de la dignidad humana son terriblemente desastrosas. Ya se planteó atrás cómo, dos de las diversas ideologías totalitarias que han plagado esta tierra, el Stalinismo y el Fascismo, cuando se empotran en la nación que sea, en la institución que sea, en la universidad que sea y logran su control, la llevan a un estado de esterilidad espeluznante en el campo del pensamiento y del conocimiento y envilecen con saña la dignidad humana, con lo cual la imbecilidad reina, en ellos, por doquier. Y todo esto sucede porque la ética, el comportamiento fuertemente heterónomo que imponen las ideologías totalitarias al individuo, a las organizaciones sociales lo y las despoja de la capacidad de pensar, del esfuerzo de manejar su propio timón, de conocer por sí mismos, de desplegar iniciativas, de ser creativos, de asombrarse; en suma, hace al individuo y a las organizaciones sociales un completo e inútil tullido del pensamiento. un bebe recién nacido, un parapléjico mental, pues como a los bebes, en todo (en todo lo que tiene que ver con pensar y conocer por si mismos) lo asisten sus madres, es decir, el Partido, la Ideología "correcta", los textos sagrados, el Secretario General, el caudillo, el Comité Ejecutivo, la JUPA, etc., etc. ¡Y hay que quiera tomarse, él sólito, el teterito, sus nalgadas tendrá, criatura inquieta!

 

Si la ética totalitaria del fin justifica los medios y de los bebes asistidos en todo (en todo lo atinente al pensamiento), trajera riqueza espiritual y material al ser humano y le permitiera una existencia alta y digna, bienvenida sería. Pero como desata todo lo contrario, habrá que pensar en una alternativa.

 

En el caso concreto de la nación colombiana, habrá que pensar en una alternativa ética que haga posible unas costumbres, unos comportamientos, unas reglas de juego, enteramente opuestas a las generados por la ética Stalinista, fascista, por la de los grupos burocráticos o la de cualquier otro proyecto totalitario provisto de la verdad absoluta, a la vista, iluminado por un líder providencial o por un ethos que la haga posible, así no sea, enteramente totalitario, con algún ropaje democrático.

Tal propuesta podría configurarse a partir de reflexionar una dinámica ética bien distinta a la del fin justifica los medios: la de los medios producen y justifican o no justifican el fin. Se trataría de invertir la primera. Se trata de no seleccionar el fin de antemano (algo típico de las ideologías fundamentalistas y de las ideologías en general: la Revolución de Nueva Democracia, la Revolución Socialista, el Paraíso de ALA, etc). Consiste, entonces, la alternativa, en tipificar, desde la urdimbre del pensamiento y el conocimiento, los medios que corresponderían a una organización social determinada y seleccionarlos, desarrollándolos inteligentemente en su teoría y praxis. Esos medios, no se debe tanto, crearlos como pensarlos, precisarlos, pues casi que son inherentes, van unidos por naturaleza a la actividad, a la organización social que sea. Por ejemplo: una organización social deportiva y actividad humana popular, el fútbol, tiene unos medios, es decir, unos instrumentos físicos, unos integrantes humanos y unas reglas de juego inherentes, propios de ese deporte, que si se cambian levemente conducen a otro tipo de deporte. verbi gracia, el Microfútbol, si se cambian drásticamente los medios, tendrá muy poco parecido con el fútbol, por ejemplo, el boxeo.

 

Si los equipos y la sociedad siguen con responsabilidad y seriedad los medios inherentes al fútbol, es decir, los instrumentos, los componentes humanos y las reglas de juego propias, entonces, muy seguramente, tendremos unos equipos sólidos, unos jugadores de calidad integral, un fútbol edificante, una sociedad que se enaltece en el deporte. Si no se siguen con responsabilidad y con inteligencia ya se sabe lo que pasa. Nada más recordar las consecuencias de la eliminación de Colombia del Mundial USA y los muertos que hubo cuando se derrotó a Argentina 5 a O.

 

Por tanto, utilizando responsablemente y con inteligencia (no con astucia que tiene que ver más bien con lo del fin justifica los medios) los medios propios del fútbol. se producirán unos fines que fortalecen espiritual y físicamente una sociedad y por consiguiente, son justos, se justifican. En este caso los MEDIOS PRODUCEN Y JUSTIFICAN EL FIN. No siempre es así: a una organización de sicarios también le son inherentes unos medios, pero por muy que los usen "responsablemente" y con destreza impecable, los fines que producen no justifican el fin; para este caso LOS MEDIOS PRODUCEN Y NO JUSTIFICAN EL FIN.

 

Los pensadores que más han reflexionado el tema de la Universidad (viene del latín Universus que significa universal, ecuménico) coinciden en que su juego, por excelencia, es el del pensamiento y el conocimiento. Que actualmente, en el mundo, muchas de las llamadas universidades jueguen de todo menos el juego del pensamiento y el del conocimiento y que de la noche a la mañana. a ciertas edificaciones con más de tres pisos o más de diez habitaciones. por poner un número, aparezcan con tan bonito nombre, eso es cosa bien distinta.

 

Al juego de la urdimbre del pensamiento y el conocimiento, tales pensadores lo denominan Tradición Académica. En consecuencia, como a toda organización social, a la Universidad y su juego la Tradición Académica tienen unos medios, es decir, unos instrumentos y escenarios físicos, ciertas clases de personas y unas reglas de juego que les son inherentes, propios. Si Unillanos (por, ejemplo), utiliza los medios que como universidad le son inherentes de manera responsable e inteligente, producirá unos fines que fortalecerán espiritual y materialmente su entorno y el universo, es decir, unos fines justos. Aquí también LOS MEDIOS PRODUCEN Y JUSTIFICAN EL FIN.

 

¿Cuáles son los medios inherentes, propios, a la Universidad y a su Tradición Académica y, por consiguiente, a la Universidad de los Llanos?

Esos medios están plenamente sustentados por el acervo de reflexión universal y se sugirieron arriba:

 

1. Los objetos de conocimiento y reflexión: el infinito universo físico y el finito universo biológico (el hombre lo hace cada vez más finito) que en términos de conocimiento es infinito. En una palabra. el inconmensurable universo.

 

2. Los instrumentos y escenarios físicos que contribuyen a conocer, a investigar parcialmente el infinito universo: los textos, los telescopios, los microscopios y en general los laboratorios, lo medios audiovisuales, los sistemas y un gran etcétera.

 

3. Los seres humanos: el conjunto de personas que son inherentes a una Universidad: Maestros investigadores, estudiantes investigadores, expertos administrativos, expertos trabajadores (la experticidad supone un tipo de investigación), y la figura del pensador universal. local y mundial mucho más en la actualidad cuando las fronteras se diluyen ante el avance de internet y de toda la tecnología informática.

 

4. Unas reglas de juego propias, inherentes: las principales serían:

 

4. 1. La ausencia de un referente absoluto, de una verdad absoluta que guíe la vida de la universidad. Una condición sine qua non de la Tradición Académica es que no se dinamiza desde un referente absoluto, es decir, a partir de un sistema ideológico (ni totalitario ni "liberal"), de un dogma doctrinario, de LA LUZ. A la urdimbre del pensamiento y del conocimiento siempre le será inherente la tipificación de lo provisional, de lo relativo. Sus acercamientos comprensivos tendrán siempre ese carácter. Eso obliga un estudio constante para fortalecer los argumentos, las comprensiones y un permanente debate de pares, de interlocutores en el campo del conocimiento. ¿Cómo llegó a la Teoría de la Relatividad ?, te preguntaron a Einstein y él contestó: "Es que me la he pasado pensando en eso toda la vida". Me parece que también aseveró: la "Teoría de la Relatividad es verdad hasta tanto se demuestre lo contrario".

4.2. El tiempo como paciencia y obstinación: un segundo rasgo bien fundamental es que la Tradición Académica exige y obliga un manejo del tiempo opuesto al que maneja el hombre moderno, cuya esencia es el afán. No se tiene un resultado previo de lo que se está buscando ni una gula de cálculo que me diga cuando lo voy a encontrar.

 

4.3. La autoridad en el campo del pensamiento y del conocimiento como elemento por excelencia para definir el hacer. el plan de acción. Es decir. detrás de cada ejecutoria una teoría comprensiva, una fundamentación sólida.

 

4.4. El estudio, la reflexión y la formación permanente: debe garantizarse un clima que haga posible tales elementos.

 

4.5 La pluralidad argumentada: la cultura de la diferencia y la trama de los argumentos como la dinámica por excelencia para dirimir los conflictos y enriquecer espiritual y materialmente al individuo, a la sociedad y al mundo que le rodea. (Se dice que Epicuro escribió 110 obras confrontando el pensamiento de Platón).

 

4 6. La Crítica Permanente: aunque está implícito en el anterior, es necesario explicitarlo para enfatizar la necesidad de una dinámica que permita a las comprensiones provisionales su fortalecimiento en tanto someten a examen público sus producciones.

 

4.7. La Autonomía Responsable: a pesar que en el fondo y en la superficie sobra el adjetivo responsable: se coloca porque nuestra cultura está parada en la superficie y entonces no la ve. La Autonomía Responsable como el dejar hacer a individuos y organizaciones sociales en tanto un acto libre supeditado enteramente a un referente ético: debe fluir desde la urdimbre del pensamiento y del conocimiento. Yo manejo mi nave en la medida en que pienso por mí mismo y permito a los demás desplegar su propia capacidad de pensamiento y de conocimiento y las confronto respetuosamente.

 

4.8. La Dinámica de la Investigación: ya se explicó en el pie de página Nro.4. qué significa esa dinámica en este texto.

 

4.9. Etcétera.

 

En consecuencia, la propuesta que se hace a toda la comunidad universitaria de Unillanos, como resultado de toda la urdimbre analítica expuesta, consiste en estudiar, reflexionar, debatir y acordar la posibilidad que tenemos de, a partir del ejercicio de la autonomía responsable, orientar el actual devenir, el actual caminar de la Institución, inspirados ya no, con base en la funesta y mortal ética Stalinista y burocrática-totalitaria del FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS, del TODO VALE... sino con base en una dinámica de pensamiento. conocimiento y praxis inspirada de manera transparente en la ética de los Medios Producen y Justifican el Fin.

 

Significaría invertir completamente el caminar: el antiguo y actual caminar del Todo Vale nos lleva directamente al cementerio del pensamiento, del conocimiento y por tanto, de la universidad. El que se propone, el de los MEDIOS PRODUCEN Y JUSTIFICAN EL FIN, el de vale y se pueden utilizar únicamente los medios inherentes a la universidad, a la Tradición Académica, nos conduciría lenta pero firmemente al campo fértil del pensamiento y del conocimiento para contribuir al crecimiento espiritual y material del contexto.

 

 

Hacer esto último, representaría un ejercicio autónomo dignificante y la seguridad de que usando, responsable e inteligentemente, los medios inherentes a la Tradición Académica que estén a su alcance y que pueda ir acumulando lentamente, producirá unos fines que no solamente generarán  el crecimiento espiritual y material de la comunidad universitaria constitutiva sino que contribuirá al fortalecimiento y dignificación de su área de influencia (sobre todo de ella, que con muchas ansias lo ha deseado) y por qué no esperarlo, del universo.

Claro que, y es sano irlo sabiendo, el problema ni siquiera es de altruismo y responsabilidad social. El problema es que ya no tenemos ante nosotros la vergüenza de que no nos acredite la sociedad, que es indudablemente lo más grave. El problema es, también de continuidad existencial, consiste en que si no cambiamos la regulación ética actual de empobrecimiento continuo, hacia una ética que cualifique académica y, administrativamente la institución, Unillanos, tarde que temprano, a instancias del CESU, de la sociedad y por sustracción de materia, como Universidad formal, desaparecerá, inexorable y dolorosamente.

 

De lo contrario, prosigamos, por nuestros temores, nuestra pereza. nuestra heteronomía, dejando y "entregando" el monopolio de la orientación del destino de Unillanos, a la ética del Stalinismo Moirista y de sus aliados coyunturales e igual que Alemania con el fascismo, y la URSS con el Stalinismo, por estar convencidas esas naciones de que tenían ante sí a sus benefactores y salvadores y no advertir el círculo infernal que en las cloacas sombrías de la indignidad humana se estaba cocinando, con las consecuencias nefastas ya descritas, repitamos como ellos la Reverencia del Chino:

"Durante el reinado del segundo emperador de la dinastía Ming vivía un verdugo de nombre Wang Lun. Era un gran maestro en su arte y su fama se extendió por todas las provincias del imperio. En esa época había muchas ejecuciones y, en ciertas ocasiones. más de quince o veinte hombres debían ser decapitados en una sola sesión. Wang Lun acostumbraba a permanecer al pie de la escalera del patíbulo con una gran sonrisa, el sable escondido tras su espalda, y silbando una agradable tonada degollaba a sus víctimas con un suave movimiento mientras subía los escalones del patíbulo.

 

Ahora bien, Wang Lun tenía una ambición secreta, pero realizarla le tomó cincuenta años de agobiantes esfuerzos. Su ambición consistía en poder decapitar a una persona con un golpe tan rápido y certero que, de acuerdo con las leyes de la inercia, la cabeza de la víctima permaneciera sobre el tronco, de la misma manera que un plato permanece inmóvil sobre la mesa si se tira del mantel con habilidad.

 

El gran momento de Wang Lun llegó cuando tenía setenta y ocho años, En ese memorable día tenía que enviar a dieciséis clientes de este mundo de sombras al de sus ancestros Como de costumbre permaneció al pie del patíbulo y once cabezas afeitadas ya habían rodado por el polvo ante su inimitable golpe maestro. Su triunfo llegó con el duodécimo condenado. Cuando éste empezó a subir los escalones del patíbulo, la espada de Wang Lun relampagueó a tal velocidad a través de su cuello que la cabeza del hombre permaneció en su lugar y éste continuó subiendo sin darse cuenta de lo que había sucedido. Al llegar a la parte superior del patíbulo, el hombre se dirigió a Wang Lun:

 

- Oh, cruel Wang Lun, ¿por qué prolongas mí agonía, habiendo decapitado a los otros con tan piadosa y amable velocidad?

 

Al oír estas palabras, Wang Lun supo que la ambición de su vida se había cumplido. Una serena sonrisa apareció en sus rasgos. Luego dijo con exquisita cortesía:

 

Simplemente haz una reverencia, por favor". (KOESTLER, Arthur. 1982: 71-72).

 

Sin embargo, a los Wang Lun de Colombia en esta institución, a los Moiristas, a sus aliados coyunturales y otros no sirve de nada aclararles que los cementerios están en otros lados, no en Unillanos: como sepultureros mesiánicos tendrán oídos sordos y sus ojos de fe ciega no querrán ver.

Habrá que esperar el despertar de la dignidad, de la autonomía y demás elementos enaltecedores de la condición humana, presentes en Unillanos.  ¡Ojalá que cuando salgan del largo sueño en el que han estado y quieran actuar, ¡la Universidad de los Llanos no tenga ya, en ese tiempo, la mortaja cubriendo su gélido cuerpo!”. A.M.R.(1996).

 

“Puede ser que ese despertar de la dignidad, de la autonomía y demás elementos enaltecedores de la condición humana no se haya gestado en la Universidad de los Llanos y que la mortaja ya cubra su gélido cuerpo, simbólicamente, y esté en proceso de momificación por una burocracia totalitaria y neoliberal, que embellece tanto su cuerpo como horroriza sus procedimientos, puede que no. Puede que sí. Sugestivo acertijo para extraviados. Sin embargo, si se mira al conjunto, hay evidencias de que se está urdiendo en la cultura colombiana, tímidamente, por supuesto, ni más faltaba, como bebe que hace solitos, una ciudadanía libre, responsable y democrática.

 

¿Alcanzará esa escasa sabiduría, esos tímidos solitos para gestionar, expandir y profundizar la urdimbre de una ética de mayoría de edad cultural, según la cual, los medios producen y justifican el fin?

De no hacerlo, de hacer el tonto, banalizando el comportamiento humano, significará que las verdades de Perogrullo, de elefantes que entre más grandes son, menos los avistamos, pues están en todo nuestro cuerpo y sangre y en nuestros ojos, también, no se advierten porque esos ojos nuevos también son ciegos que buscan el ahogado río arriba.

 

Y todo ello es así porque reflexionar la ética para deconstruir, gradualmente, por supuesto, la ley del todo vale, no es asunto menor, por cuanto atraviesa por todo el corazón y el cerebro de la sociedad colombiana, el tránsito, también, gradualmente, de la cultura de la muerte a la cultura de la vida. Dicho más radicalmente: ese tránsito pasa primero, antes que, por la política por la ética y el enorme elefante bosteza por enésima vez, cansado, “la palabra convence, pero el ejemplo arrastra”.

 

Cuando se asevera y valida que el lenguaje es acción, (ontología del lenguaje) quiere decir que la promesa de la palabra debe cumplirse, mínimamente, que, no la utopía, pero sí el sueño, se ha conquistado, que hay coherencia, mínimamente, entre lo que se dice y lo que se hace porque “la teoría sin la práctica es vacía y la práctica sin teoría es ciega.” (Kant I).

 

Si el lenguaje es inacción es porque no alcanza sino hasta la promesa, es la demagogia, el Gatopardismo, que todos criticamos pero que todos practicamos, hasta ahora.

 

Querer una mínima coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, es decir, la ética de los medios producen y justifican el fin, es entender que todos vemos el enorme elefante, y por ser tan nítido, no lo queremos ver, porque verlo significa que así como “es el desayuno, así va a ser el almuerzo”, y casi todos nos obsesionamos con que el almuerzo, su ricura, sea bien diferente del desayuno para tragarnos el almuerzo de nuestra mezquindad, de primero yo, segundo yo, lo que sobre para mí, y el resto que coma mierda”.

 

Ya La Rochefoucauld lo había advertido: “En la desgracia de un amigo, hay algo que no nos disgusta”, que, si se extiende, se podría colegir que, en la desgracia de nuestra querida sociedad colombiana, hay mucho que no nos desagrada, pues, ella es una abstracción menos cercana que la amistad.

 

Lo advertido por el moralista francés significaría que el Gatopardismo colombiana hizo metástasis por todo su cuerpo social, y que, por tanto, en el fondo todavía nos solazamos en la palabra que encandila pero que no se hace carne porque nuestros mayoritarios ojos alcanzan solo para convencer con la palabra, al mismo tiempo que nos revolcamos con las diabluras de la ley de todo vale, y entramos en el lodazal de “lidiar mejor con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación”(Nietzsche F.).

 

Empero, puede que los solitos de las ciudadanías libres, responsables y democráticas alcancen, con su tenue sabiduría, para entender que, cuando se asevera que “la palabra convence, pero el ejemplo arrastra” y que, para que la política cambie, primero debe cambiar la ética, es porque la tozudez de querer buscar el ahogado río arriba, esto es, de echar a andar la política e instrumentalizar la ética como convidada de piedra, está significando, que el interés particular, todavía, prevalece sobre el interés público.

 

Que prevalezca el interés particular, individual, de grupo, sobre el interés pública connota, efectivamente, que tanto en la desgracia de un amigo como de la sociedad toda, hay algo (¿o mucho?) que no nos desagrada”. A.M.R.(2021).

La metáfora del bambú y el reinado del corporativismo en la cultura colombiana

 

“Si añades un poco a lo poco y lo haces así con frecuencia,

pronto llegará a ser mucho”

Hesiodo

 

La metáfora del bambú (de una de sus expresiones) refiere una de las virtudes del conocimiento científico, filosófico y artístico: hacer visible lo invisible. Lo contrario del ideológico que hace invisible lo visible.

 

Plantar las semillas de cierto bambú, regarlas y abonarlas con la frecuencia indicada, si se ve lo invisible, implica la paciencia de esperar los siete años del echar raíces, para, en seis semanas, ver crecer sus varas más de 20 metros.

 

Esa metáfora ilustra la evolución del interés particular, individual y grupal, en la cultura colombiana, aplazando (¿por siempre?) la llegada del interés general, público, siquiera, a la periferia, ni más faltaba, diría Juanpis González, ni en la orilla hay lugar para ese público manteco. Todo, y todo es todo, para la gente de bien.

 

La conquista española lo colocó en el centro utilizando la fe y la violencia. Ideología y espada, las grandes llaves de la economía, de la política y su ética, establecieron en la Nueva Granada no el virreinato sino el reinado, en solitario, del interés particular, es decir, de la mezquindad, del primero yo, segundo yo, lo que sobre pa’ mí, y el resto, a la masacre, física y/o simbólica, con el gatillo y con la escuela, y con sus sucedáneos.

 

Por supuesto, como el bambú de la metáfora, el crecimiento de las raíces del interés particular, regadas y abonadas con fanático esmero, cuando, hace, aproximadamente 200 años, llegó la independencia y la república, y el muera el rey y todos sus chapetones, ya sus varas habían emergido, robustas e inefablemente codiciosas y violentas, y el rey y los reinados en las nuevas repúblicas, seguramente encabezadas por Colombia, de la mezquindad, eran más fuertes que nunca.

 

Lo que siguió, en la republica colombiana, fue la profundización de las ideologías fanáticas de todo tipo y sus violencias “eternas”, físicas y simbólicas y crueles, muy crueles, y, por tanto, el fortalecimiento y la consolidación del interés particular, de las varas de la mezquindad, como su eje modelador.

 

Y todo iba así de regio, de menos a más, para el interés particular, hasta que, desde comienzos de los años 80, en el siglo pasado, los sectores emergentes, que habían aplazado, un jurgo, su sed de movilidad social, es decir, de gozar de las mieles del reinado de la mezquindad, con coca, motosierra, y todo lo que estuviera en sus manos, una hipérbole de la ley del todo vale en el comienzo de la era de los espejos hipernarcicistas de las tecnologías digitales, decidieron apurar el paso, movidos por una codicia que pareciera no tener límites.

 

Para ello ungieron, desde niño, como a otros profetas del desastre, revestidos de poderes divinos, a lomo de coca y motosierra, a un innombrable sociópata, al que montaron, junto a otros y otras sociópatas, en un tigre cuya codicia pareciera no tener límites, pero la tiene, la muerte, por ejemplo, menos la fisiológica, más la de la inmortalidad, y ahora no saben cómo bajarse del felino, al mismo tiempo, su gloria y su ruina.

 

No obstante, para atenuar un tanto sus inagotables angustia, desesperación y ansiedad, desnudaron la sociedad colombiana, en todo lo corrido del siglo XXI y un poco antes, y todos los colombianos, individuos y organizaciones sociales, nos vimos, como el emperador del traje falaz, abrazando, sin reato, sin pudor, ni del femenino ni de los otros, las varas muy fortificadas del bambú del neoliberalismo salvaje colombiano, un pináculo monstruoso de la adoración del becerro de oro del interés particular.

 

Como tendencia general (de Perogrullo, la excepción confirma la regla), todos, individuos y grupos, partidos políticos y universidades y escuelas, y todo es todo, entramos como pez en el agua en el templo de las ambiciones largamente aplazadas, a adorar un becerro, al que, desde la política, vaciándola de yema y huevo, negamos   y con emoción, no fingida, nos declaramos excelsos amantes del interés general, de lo público, de lo del pueblo, cuya desgracia, pareciera no desagradarnos.

 

Por supuesto, todos los partidos y movimientos políticos, incluido el Pacto Histórico, que, no obstante, haber incurrido y estar incurriendo en gestos impresentables, por las palabras loables que habla, pareciera tener su propio antídoto, su propio exorcista para el demonio del interés particular, de la mezquindad, que también lo posee.

No lo poseen los otros partidos y movimientos, al menos en la densidad en que lo tiene el movimiento político que intenta persuadirnos, seducirnos para que lo acompañemos en pactar la transición hacia una nueva era, la era de la prevalencia, de la hegemonía del interés general, público, de lo del pueblo, es decir, de la cultura de la vida.

 

Pero, para que ese antídoto, ese exorcismo sea efectivo, hay que reconocer, tal vez por el énfasis codicioso y violento y cruel, muy cruel, tal vez por el auge de las tecnologías digitales, y seguramente, por otras variables más, hay que reconocer, y es posible validar dicho reconocimiento, que al lado de las fuertes raíces y de las fuertes varas del bambú hegemónico del interés particular, sobre todo, en los últimos 20 años, un poco más, un poco menos, también se plantaron las semillas de un bambú, que, viniendo del viejo bambú, como se dijo, expandido por todos los lados, ha visto emerger el embrión de un tallo, todavía frágil, muy frágil: el embrión de la tolerancia y la crítica, esto es, de relaciones de poder favorables al interés general, es decir, ni más menos, favorables a la cultura de la vida.

 

Y ese embrión es el embrión de las ciudadanías libres, responsables y democráticas, que pueden ser cientos de miles, pero que pueden ser unos cuantos millones, quien quita, representadas, por ejemplo, en el viaje heroico de los y las valientes, lúcidos y lúcidas  y coherentes Gonzalo Guillen, Miguel Ángel del Rio Malo, Margarita Rosa de Francisco, Francia Márquez, Pablo Bohórquez, Aquinoticias y un largo etcétera de figuras ciudadanas públicas y cientos de miles, de pronto, unos cuantos millones de anónimos ciudadanos.

 

Con todos sus yerros y sus aciertos (unos más, otros menos, todos los tenemos), pues, la hegemonía del interés particular en la cultura y en los partidos políticos, hace inevitable, la figura del caudillo(una condición bien compleja de lidiar: hay que mandar, cuando, a veces, no se quiere mandar) Gustavo Petro Urrego, también, está en su viaje heroico y una señal de su sabiduría es que la crítica de las ciudadanías libres, lo ha llevado a entender, un tanto, y en no pocas ocasiones, con gran dificultad, “que las cosas son así, pero podrían ser de otra manera”(Muño J.A.).

 

Son esas ciudadanías libres, responsables y democráticas y sus relaciones de poder, in crescendo (“Si añades un poco a lo poco y lo haces así con frecuencia, pronto llegará a ser mucho”. Hesiodo), las que fluyen críticamente, advirtiendo en nuestra desnudez afortunada, que, por supuesto, para gestionar el interés general, la conquista, sin prisa, pero sin pausa, de la hegemonía del interés público, hay que pactar, que pactar es imprescindible.

 

Que el problema no está en el qué, pues el purismo siempre busca el ahogado río arriba. Que el problema está en el cómo.

 

Que si se hacen pactos, que si el Pacto gestiona y ejecuta pactos, por supuesto, ni por angustia, ni por desesperación ni por ansiedad (el Pacto no está montado en el tigre, pero, si su sagacidad es menor de los que sí lo están, pudiera terminar en su lomo, como Heidegger en Alemania, como William Ospina - ¿?- en Colombia) no se pueden y no se deben hacer en el contexto del corporativismo superlativo del neoliberalismo salvaje y su mezquindad monstruosa.

 

Deben y pueden hacerse, afirman con serenidad compresiva, las ciudadanías libres, dentro  y fuera(los simpatizantes) del Pacto Histórico, en el marco de descorporativizar, gradualmente, la política, la ética y, en general, el conjunto de la cultura colombiana, lo cual significa gestionar la expansión y profundización del interés general, conquistando su hegemonía, desde la fuerza del pensamiento, proscribiendo, gradualmente, también, la violencia “eterna”, que, como toda expresión vitalista, no tiene nada de eterna.

 

Sentir finita la violencia “eterna” es comprender que nos resistimos a hablar de la muerte, porque es omnipresente en nuestra vida, y lo que demasiado se ve, es lo que no queremos ver.

 

Sentir finita la hegemonía “eterna” del interés particular, demasiado horroroso en los últimos 20 años, es comprender que nos rebelamos contra la certeza de que la ética representa los pies de la política, y no queremos ver cómo se mueve, cómo se comporta la política, pues, por el ansia de primar, de todos los seres vivos, y, con más razón, del ser humano, seguimos la temible astucia de no ver eso, también, tan omnipresente, porque todos nos adoramos a sí mismos, a nuestro caro interés particular.

 

Eso tan bellamente omnipresente, los provisionales pies de la política, la ética, los podríamos, valientemente, ver a la cara y abrir nuestro ego, para que ese amor hipernarcicista salga de su ensimismamiento, y puede entender, descorporativizando nuestra cultura, que, antes que nada, somos seres sociales, y que, por tanto, el negocio gana gana es asumirnos como tales.

 

Que solos, como individuos o como pequeños o grandes grupos corporativizados, llegamos rápido a nuestros oscuros abismos, al abismo de una especie que se está haciendo demasiado finita para la soberbia de su interés particular, de su antropocentrismo exacerbado.

 

Que como equipo, como sociedad toda, si apostamos por gestionar y tejer la hegemonía del interés general, si debilitamos seriamente nuestro hipernarcicismo, y pareciera que no hubiese alternativa para la humanidad, menos para la colombiana, y nos sabemos una parte modesta, humilde pero no miserable, del cosmos, haremos menos finita, nuestra, de por sí corta finitud, para burlas del Dinosaurio de Augusto Monterroso, y de los otros dinosaurios, con sus 150 millones de años de supervivencia.

 

Que dentro de 20 años no despertemos y digamos, como el personaje de Monterroso, que el dinosaurio hegemónico del interés particular sigue ahí, y que el Pacto, por falta de valentía, laboriosidad, sindéresis y empatía, también, terminó montado en el tigre de la codicia.

El viaje heroico del Pacto Histórico

 

“También esta noche, Tierra, permaneciste firme.

 Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor

. Y alientas otra vez en mí la aspiración de luchar

 sin descanso por una altísima existencia”

Goethe J.W.

 

 

La frase del epígrafe, con la que Estanislao Zuleta cierra su celebrado Elogio de la dificultad, revela, con todas sus luces y sombras, el espíritu que iluminó su fértil epopeya y, al mismo tiempo, es una seductora invocación que hace a la tierra que lo alumbró, a su reserva espiritual, rebelde, libre y justa, es decir, a sus ciudadanías libres, responsables y democráticas, para que asuman, con especial valentía, diligencia y coherencia, su propio viaje heroico, por cuanto la encrucijada histórica en que se está no es para nada banal.

 

No es para nada banal: se trata de deconstruir, sin prisa, pero sin pausa, la cultura de la muerte para tejer la maravillosa cultura de la vida. Se trata, ni más ni menos, de un cambio de época, de era, nada fácil, de intrincada complejidad.

 

Se trata, entonces, de echar mano del espíritu del pensamiento de Zuleta E., y de tantos otros héroes y heroínas del pensamiento colombiano, de echar mano, también, de la fuerza mística de la diversidad cultural, honrando el hilo de Ariadna, sabio y enaltecedor, que ilumina el camino de su emancipación y dignificación.

 

Y por supuesto, es una cálida y amorosa invitación a todo el conjunto del Pacto Histórico, a sus dirigentes, precandidatos y candidatos, a su militancia toda, a sus simpatizantes todos, para que asumamos el viaje heroico que representa tan sugestivo desafío, precisamente, entre otras razones, por su criptica complejidad.

 

Joseph Campbell, en el héroe de las mil caras, apunta que los mitos, con independencia de la geografía y de la época, abrigan una naturaleza, un hilo común.

 

“Ya sea el héroe ridículo o sublime, griego o bárbaro, gentil o judío, su aventura varía poco en cuanto al plan esencial.

 

El héroe se lanza a la aventura desde su mundo cotidiano a regiones de maravillas sobrenaturales; el héroe tropieza con fuerzas fabulosas y acaba obteniendo una victoria decisiva; el héroe regresa de esta misteriosa aventura con el poder de otorgar favores a sus semejantes”. (Campbell, J.)

 

En ese contexto, Gustavo Petro, en su columna del 7 de marzo de 2021, expone el desafío central de la política colombiana en el actual horizonte de época, y lo hace, justamente, presentándolo como un desafío de la envergadura de un minotauro, un reto colosal que hace inevitable, que, desde un comienzo, el Pacto Histórico sea, en sí mismo, un viaje heroico.

 

“…Nos encontramos hoy con que ha comenzado a convertirse en realidad el proceso de construir un Pacto Histórico de la sociedad colombiana. Pasamos de la palabra, siempre fácil, al proceso complejo de construirlo y esa construcción ya comenzó.

 

El próximo gobierno comprometido con el cambio histórico, debe contar con gobernabilidad. Hay que elegir una estabilidad firme precisamente para que se puedan hacer los cambios reales. Un Congreso en manos de la politiquería y la mafia, como hasta ahora ha sido el parlamento, no permitiría un gobierno de transformaciones democráticas y populares. Hasta este momento, las mafias han hecho la ley. Han legislado en contra del bien común, en contra del patrimonio público, en contra del campesinado y del medio ambiente, en contra de la mujer, en contra de la pequeña y mediana empresa, en contra de la paz, en contra de la Nación.

 

La Colombia de hoy no merece continuar. Al pasado de nuestra historia debemos dejar el raquitismo económico, la violencia perpetua, la desigualdad y la injusticia desorbitante, la ignorancia académica, el engaño y la corrupción permanentes que nos rodean y acompañan desde hace décadas y siglos. Esa Colombia hay que dejar en el pasado. El futuro inmediato que empezamos a construir hoy es el de una nación moderna e inteligente que sabe que está en uno de los territorios más hermosos del planeta y que tiene la responsabilidad de cuidarlo y cuidarse a sí misma en la Justicia y la Paz.”. (Petro, G.).

 

El texto de pensador de Ciénaga de Oro, es también, como el de Zuleta y Goethe, un llamado, desde lo profundo de la esencia cósmica, a “luchar sin descanso por una altísima existencia”, a lanzarnos, con mínima malla de seguridad (la fortaleza teórica), a la serena y valiente aventura de un viaje heroico equivalente a una gradual revolución copernicana.

 

El texto empieza reconociendo que, es imposible, cambiar la política sin cambiar sus pies, su ética, su comportamiento.

 

Que, si la política se queda, en la palabra fácil, es la demagogia, el gatopardismo, que todo cambie para que nada cambie. Esa, señala el texto, es la politiquería, un huevo sin yema y clara, puro cascarón, la política de la mafia.

 

Para que sea política con p mayúscula, con huevo y claro, completo y fértil, es condición sine qua non, transitar “al proceso complejo de construir y esa construcción ya comenzó”.

 

Ya comenzó, y por estos tiempos, faltando, aproximadamente, un mes para las elecciones al congreso, empieza a estar en pleno hervor, y el texto, en su lucidez, deja claro que la madre de todas las batallas (las de la fuerza del pensamiento orientando la acción) está representada en dichas elecciones.

 

Que si se logra el famoso 55-86, aproximadamente, del Frente Amplio, del que se empieza a hablar, también, lúcidamente, propuesto por Gustavo Bolívar, también en su viaje heroico, como su tocayo, ese congreso con hegemonía alternativo es el cimiento valiente, robusto y consistente sobre el que descansará la presidencia del Pacto Histórico.

 

Que si los pies de la política están representados en la ética hay que abandonar la palabra fácil, hay que cambiar los comportamientos, es decir, la ética, para que, efectivamente cambie la política.

 

Que cambiar la ética para que cambie la política, implica que absolutamente todos los candidatos y no, únicamente, los más visibles, a la cámara y al senado, deben aportar su grano de arena (¿de grava?), en la forma de una campaña inteligente, laboriosa, obstinada, por supuesto, con el misticismo propio de sus viajes heroicos, entre otras cosas, para no “reventar a Petro”.

Porque el sobreesfuerzo que ha realizado el precandidato presidencial que lidera todas las encuestas deriva de que, en el Pacto Histórico, también, como en los otros movimientos y partidos políticos, reina el interés particular, y esa hegemonía, por lo irrevocablemente vertical, obliga el caudillo, como lo muestra la sombra, el fantasma angustiado que fatiga, en su tigre codicioso, las calles de los pueblos colombianos, según la prosa poética de Antonio Morales, que honra el tono  y la agudeza del Otoño del Patriarca.

 

Aligerar esa carga, significa, como en El último baile, que el Michael Jordan y los Phil Jackson y los Scottie Pippen del Pacto Histórico, que, solos, como caudillo y caudillos, por más que se sobreesfuercen (el estéril síndrome del voluntarismo), llegarán a 20 años más de cultura de la muerte.

 

Que cambiando los pies de la política, la ética, y por tanto la política, y colocando el interés general, público en el centro de su agenda, se comience a descaudilllizar, gradualmente, el Pacto Histórico, y entonces, que todos los candidatos y candidatas del Pacto Histórico a la Cámara y el Senado, funcionan como un gran equipo, armonizados por una mínima partitura y en su viaje heroico, cada uno y en grupos, cualifiquen  y mejoran, considerablemente, su esfuerzo de campaña, para honrar el que hacen, justamente, Gustavo Petro, Francia Márquez, Iván Cepeda, Wilson Arias, etc., independientemente, de, en qué puesto de la lista se esté.

 

Ni más faltaba, descaudillizar el Pacto Histórico, implica, que, con igual fervor, responsabilidad y misticismo, también, los militantes y simpatizantes del Pacto Histórico continuemos o comencemos nuestro propio viaje heroico, colocando el interés general en el centro, y con creatividad, sindéresis y obstinación, cada uno y en grupos, coloquemos nuestro grano de arena, al menos, nuestro granito de arena, por muy modesto que sea.

 

 

Por último, hacer lo precedente, honra, una de las muchas premoniciones, realizadas por el pensador del Elogio de la dificultad.

 

“Puede decirse que nuestro problema no consiste sola ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos; que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal.”. (Zuleta, E:).

 

Por todo y por todo, por todas y por todos, en esta coyuntura, tan magníficamente especial, NO PODEMOS DESEAR MAL. Esta vez, no.  A.M.R.

El viaje heroico del Pacto Histórico y la tradición escrita

 

“El verdadero viaje de descubrimiento no

consiste en encontrar nuevos paisajes,

sino en tener nuevos ojos”

Marcel Proust

 

Uno de los rasgos distintivos de las culturas ideológicas fuertes es la facilidad pasmosa con que se pasa de un extremo a otro, sin ningún rubor.

 

Por ejemplo, si cae en descredito el autoritarismo y ya no es buen negocio, no es bien visto (la evolución, en su economía de la supervivencia, ha hecho de la reputación un diamante y no solo en la especie humana) ser autoritario, entonces, nos vamos al otro extremo, al dejar hacer, y, en el caso de la Escuela, se pasa del autoritarismo del profesor al del estudiante.

 

Un perfecto giro de 360 grados en el que la densidad autoritaria queda intacta o fortalecida.

 

En ese tipo de culturas, del cual Colombia es un ejemplo paradigmático, los cambios de 360 grados son pan de cada día: se cambia todo para que todo quede igual. El famoso gatopardismo.

 

No tienen la capacidad de rendir y aprovechar la sabiduría contenida en el “ni tanto que queme el santo, ni poco que no lo alumbre”.

 

Por esa incapacidad epistemológica, se pierde de vista que una crítica seria (un pleonasmo) del autoritarismo implica gestionar su deconstrucción, para que se urda la autoridad (del latín augeo, ayudar a crecer), propias de las culturas de ideología débil, con presencia, relativamente fuerte, de los discursos científicos, filosóficos y artísticos, re-significados. En esa línea, no se pasa de ser autoritario a ser autoritario.

 

Se pasa de ser autoritario a serlo menos, hasta, gradualmente, ir llegando a una mínima autoridad.

 

Así, en las culturas ideológicas fuertes, las palabras se manosean, como regla y para calificar una regulación autoritaria, se usan, indistintamente, los términos autoritarismo y autoridad, cuando su significado es 180 grados diferente, es decir, se parte del autoritarismo (empobrece, integralmente), para llegar a la autoridad (enriquece, integralmente).

 

En esa gimnasia lingüística, se usa, indistintamente, política (cáscara, yema y clara) y politiquería (puro cascarón), conceptos totalmente distintos. Se usa, indistintamente, ética, los pies de la política o la politiquería, de minoría de edad cultural, autoritarismo (reina el interés particular) y ética de mayoría de edad cultural, de autoridad (reina el interés general, público), cuando, de la primera se parte, y a la segunda se llega, en un proceso dilatado, de tribulación y felicidad.

 

 

Nada distinto sucede, en este tipo de culturas, cuando se critica la ideología, y entonces, se la pone en descredito, olvidando que dicho concepto es un artefacto de supervivencia de la especie humana que, igual, propicia matanza, sufrimientos inenarrables, etc., etc., como alienta, espiritualmente, el trámite, relativamente efectivo, de la inevitabilidad de la muerte, el tema de temas de la humanidad, echando mano, también, del arte.

 

Igual que en todo, con la ideología, el problema no es el qué (la ideología es inevitable, como las necesidades fisiológicas) sino el cómo.

 

Se olvida, también, que, de la ideología se parte para llegar a la filosofía, la ciencia y el arte, resignificado, y que, incluso, en el reinado de la filosofía, la ciencia y el arte, es decir, de la mayoría de edad cultural, de las ciudadanías libres, responsables y democráticas, la ideología, continúa siendo imprescindible, por el tema de temas, pero ya subordinada, como disciplinada súbdita.

 

El olvido, se ensaña, especialmente, con el concepto crítica, que se lo hace equivalente, en culturas de ideologías fuertes, a la mala leche, al resentimiento, a la herejía, cuando su esencia gramatical implica cribar, es decir, separar el grano de la paja, lo sano de lo podrido. Siendo la crítica, su connotación etimológica, filosófica, artística y científica, un ejercicio de sanación, de fortalecimiento de la salud cultural, se lo presenta como insania. El mundo gramatical al revés.

 

Se olvida, igualmente, que el ateísmo fuerte (bien diferente del agnosticismo), que hace de la inexistencia de Dios su fe y hace a la ciencia una ideología, esto es, un fanatismo que abdica de la filosofía.

 

Pierde de vista ese fanatismo científico que la invención ideológica, que la ficción religiosa, los mundos que crea (algo mejor que la vida, no una vida mejor), no solamente son un gran alivio espiritual, sino que es profundizando la espiritualidad, sea de carácter religioso o no, como se crea el cimiento para el fortalecimiento de la ciencia, la filosofía y el arte, las cuales tejen las ciudadanías libres, responsables y democráticas.

 

En fin, el uso indistinto del ateísmo y del agnosticismo como conceptos equivalentes, no solo es producto de la gramática de las ideologías fuertes, sino que es, también, uno de los grandes lastres de Occidente, del cual es responsable el arcoíris ideológico que lo hegemoniza, comandado por el positivismo.

 

En ese contexto, reconociendo que el reinado del corporativismo, del interés particular, se ha profundizado y fortalecido en la cultura colombiana y que hizo metástasis en todas sus instituciones, incluidos todos los movimientos y partidos políticos, es decir, incluido, también el Pacto Histórico, su viaje heroico implica, entre muchos de sus desafíos, que asumamos el reto de atenuar sus ideologías fuertes, para que las palabras empiecen recobrar o a cobrar su esencia gramatical, la propuesta de la ontología del lenguaje (Echevarría R.).

 

Si, en la ontología del lenguaje, el lenguaje es acción, significa la responsabilidad de gestionar coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Que, si se dice o se escribe política, es porque ella, en su acción, se traduce en el funcionario o el comerciante o la institución x (senador, representante, profesor, policía, etc., etc.,) que cumple, con idoneidad y efectividad, su servició al interés general, público.

 

Que para que las palabras empiecen a cobrar o recobrar su esencia gramatical, es menester, pasar del abuso de la tradición oral, distintivo de las ideologías fuertes, a urdir (y a fortalecer la existente), gradualmente, la tradición escrita científica, filosófica y artística, tradición que hace profilaxis al lenguaje ambiguo, manoseador y apuesta por la precisión sintáctica y semántica.

 

Ese salto cualitativo del Pacto Histórico, sería uno de los muchos, para ir desplazando el interés particular de su centro e ir posicionando, con consistencia y coherencia, en su eje, el interés público.

 

Para hacerlo, el Pacto Histórico podría no repetir el error de las universidades, que han concentrado, últimamente, la tradición escrita, en la fiebre del interés particular del corporativismo de las revistas científicas indexadas; sin desconocer sus valiosos granos, no todo es paja para el interés general, el de las revistas científicas indexadas es un lenguaje preciso, controlado férreamente por las ambiciones desmedidas de las corporaciones mundiales, una oda al interés mezquino.

 

Si no repite ese error y otros afines, estimular con lucidez, con efectividad un salto cualitativo en su tradición escrita, y colocarla al servicio efectivo y responsable del interés general, implica que sabrá diferenciar entre la tradición escrita oficial del Pacto Histórico (su presencia es bien esquiva e incipiente) y la informal.

 

El horizonte de época actual revela una especie de primavera de la tradición escrita informal del Pacto Histórico. No solamente su líder, Gustavo Petro, en coautoría con Hollman Morris, con su Una vida, muchas vidas, todo un best seller, sino, seguramente, cientos, miles de autores han publicado sus textos, en las regiones y en las principales capitales. Producto más de la obstinación individual que de un propósito colectivo.

 

Es hora de que el fortalecimiento y la consolidación de la tradición escrita, científica, filosófica y artística, sea producto de un propósito colectivo para servir al interés general, que provenga de sus planes y programas estratégicos, recogiendo, por supuestos, también, la cosecha de las obsesiones individuales y de grupo.

 

Que esos planes y programas estratégicos auspicien una tradición escrita científica, artística y filosófica que impulse el salto cualitativo, en cantidad y excelencia, de sus ciudadanías libres, responsables y democráticas, cimiento esencial para que Colombia se constituya en una auténtica república democrática, en una verdadera nación, con propósitos, con sueños comunes y no, únicamente, su selección de futbol.

 

Que cuando el Pacto Histórico diga política, ya sabe uno, que implica el servicio responsable a la polis, que cuando diga politiquería es porque se lo aplica a los otros partidos o movimientos, porque, gradualmente, la está espantando, con ejemplos heroicos, comenzando por su principal líder, Gustavo Petro, por Miguel Ángel del Ríó, por Iván Cepeda, etc., etc.

 

Que cuando el Pacto Histórico diga líder es porque se aplica a mujeres y a hombres que orientan, pero no ahogan, que siendo lideres hacen líderes al entorno humano que hablan, porque en el fondo, su principal sueño, no ser rebaño, es que todos sean líderes, especialmente, cada uno de sí mismo.

 

Líderes, como individuos o grupos que manejan el timón de su nave sin hacerle daño a los demás y sin hacerse daño a sí mismo, algo totalmente, extraño al caudillo que aprieta, pero ahorca, que se enriquecen y empobrecen al mismo tiempo, como lo prueban el gran caudillo, inspirador de vallas, y sus muchos caudillos-esclavos, todos a una, angustiados, desesperados y ansiosos, porque sus ojos viejos son cada vez más viejos, y el tigre de la codicia, en el que van montados, no los tumba, pero, casi, los enceguece.

 

Finalmente, que los nuevos ojos del Pacto Histórico, tejan la urdimbre de una tradición escrita científica, filosófica y artística, que le diga pan al pan y vino al vino, por supuesto, enriqueciéndolos con las exquisitas viandas de la metáfora, de la alegoría y en general, del arte, todo, de todo el arte, y, que, sin falta, coloque en el centro de su reino al sufrido y altivo interés general.  

 

Y, sin falta, como lo precisa, la tradición escrita, científica filosófica y artística, que se invoca, es, sin falta.

A.M.R.

A propósito de lo sucedido en Colombia y el mundo esta semana, dos plumas de peso pesado…

 

Sobre la guerra

Estanislao Zuleta

 

1.

Pienso que lo más urgente cuando se trata de combatir la guerra es no hacerse ilusiones sobre el carácter y las posibilidades de este combate. Sobre todo no oponerle a la guerra, como han hecho hasta ahora casi todas las tendencias pacifistas, un reino del amor y la abundancia, de la igualdad y la homogeneidad, una entropía social. En realidad la idealización del conjunto social a nombre de Dios, de la razón o de cualquier cosa conduce siempre al terror, y como decía Dostoyevsky, su fórmula completa es «Liberté, egalité, fraternité… de la mort». Para combatir la guerra con una posibilidad remota, pero real de éxito, es necesario comenzar por reconocer que el conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social, como la interdependencia misma, y que la noción de una sociedad armónica es una contradicción en los términos.

La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable, ni en la vida personal —en el amor y la amistad—, ni en la vida colectiva. Es preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo.

 

2.

Es verdad que para ello la superación de las contradicciones antinómicas entre las clases y de las relaciones de dominación entre las naciones es un paso muy importante. Pero no es suficiente y es muy peligroso creer que es suficiente. Porque entonces se tratará inevitablemente de reducir todas las diferencias, las oposiciones y las confrontaciones a una sola diferencia, a una sola oposición y a una sola confrontación; es tratar de negar los conflictos internos y reducirlos a un conflicto externo, con el enemigo, con el otro absoluto: la otra clase, la otra religión, la otra nación; pero este es el mecanismo más íntimo de la guerra y el más eficaz, puesto que es el que genera la felicidad de la guerra.

 

3.

Los diversos tipos de pacifismo hablan abundantemente de los dolores, las desgracias y las tragedias de la guerra —y esto está muy bien, aunque nadie lo ignora—; pero suelen callar sobre ese otro aspecto tan inconfesable y tan decisivo, que es la felicidad de la guerra. Porque si se quiere evitar al hombre el destino de la guerra hay que empezar por confesar, serena y severamente la verdad: la guerra es fiesta. Fiesta de la comunidad al fin unida con el más entrañable de los vínculos, del individuo al fin disuelto en ella y liberado de su soledad, de su particularidad y de sus intereses; capaz de darlo todo, hasta su vida. Fiesta de poder aprobarse sin sombras y sin dudas frente al perverso enemigo, de creer tontamente tener la razón, y de creer más tontamente aún que podemos dar testimonio de la verdad con nuestra sangre. Si esto no se tiene en cuenta, la mayor parte de las guerras parecen extravagantemente irracionales, porque todo el mundo conoce de antemano la desproporción existente entre el valor de lo que se persigue y el valor de lo que se está dispuesto a sacrificar. Cuando Hamlet se reprocha su indecisión en una empresa aparentemente clara como la que tenía ante sí, comenta: «mientras para vergüenza mía veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres que, por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que no es suficiente sepultura para tantos cadáveres». ¿Quién ignora que este es frecuentemente el caso? Hay que decir que las grandes palabras solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi siempre para racionalizar el deseo de entregarse a esa borrachera colectiva.

 

4.

Los gobiernos saben esto, y para negar la disensión y las dificultades internas, imponen a sus súbditos la unidad mostrándoles, como decía Hegel, la figura del amo absoluto: la muerte. Los ponen a elegir entre solidaridad y derrota. Es triste sin duda la muerte de los muchachos argentinos y el dolor de sus deudos y la de los muchachos ingleses y el de los suyos; pero es tal vez más triste ver la alegría momentánea del pueblo argentino unido detrás de Galtieri y la del pueblo inglés unido detrás de Margaret Thatcher.

5.

Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz.

 

 

 

Fuente. Respuesta a una serie de preguntas formuladas por la dirección de la revista La Cábala. El texto fue publicado en una de sus ediciones y recogido después como parte del libro Sobre la idealización en la vida personal y colectiva, Bogotá: Procultura, 1985; y reproducido en muchas oportunidades con títulos diversos

 

 

 

La Ilustración: a propósito de una educación para la mayoría de edad*

 

(Conferencia ofrecida el 15 de septiembre de 1993 en Ibagué, en el marco del Seminario Modernidad y Posmodernidad, organizado por el Centro Cultural de la Universidad del Tolima. Publicada por la revista de Humanidades y Ciencia Sociales número 15, y luego en su libro Colombia: La modernidad postergada. Segunda edición. Pag. 241 s.s.)

Rubén Jaramillo Vélez

 

Vamos a intentar una aproximación a un texto de Kant -Respuesta a la pregunta: Qué significa la ilustración? -que tradujimos hace ya ocho años y fue publicado inicialmente en el Magazine Dominical de El Espectador en septiembre del 84, justamente a los 200 años de aparecido, pues Kant lo había publicado en la Berlinsche Monatsschrift (Revista Mensual de Berlín) en 1784. Con lo cual hacía manifiesta su intención de llegar al gran público lector de su tiempo. Claro que la filosofía difícilmente se puede popularizar. Hasta cierto punto sería reaccionario hacerlo. No se debe vulgarizar pero sí debe hacerse accesible. Porque la gran filosofía siempre se sintió comprometida con el destino y la esperanza de los hombres. Con su tiempo, que ella, según diría Hegel, “apresa en conceptos”. Siempre fue un prejuicio seudoaristocrático considerar que los filósofos sólo han pensado para sí mismos; pero esto, naturalmente, no implica que la filosofía se pueda vulgarizar: cuando se la vulgariza generalmente se la traiciona.

 

Y sin embargo, era muy consciente Kant de que existen diferentes niveles de aproximación a los problemas de la filosofía, y por ejemplo, después de haber escrito esa gran obra, probablemente la más importante en la historia del pensamiento humano después de la Metafísica de Aristóteles, la Crítica de la Razón Pura (que comenzó a elaborar ya en el año de 1770, después de haber presentado su disertación latina a la Universidad de Koenigsberg, y se demoró once años en concebir) elaboró una obrita menor, los Prolegómenos a toda Metafísica del Futuro, que intenta hacer más accesible la problemática de la Crítica.

 

Kant era muy consciente de que esta obra era difícil y que sólo individuos iniciados en la filosofía reunían las condiciones para asimilarla plenamente; inclusive modificó la redacción para la segunda edición, por lo cual en las ediciones críticas se coloca la edición “B” al lado de la edición “A” allí donde en la redacción el autor modificó el texto buscando más claridad. Porque en verdad, en ocasiones quien lo lee se pierde en los pasajes más intrincados de la obra, como por ejemplo en el intitulado “El esquematismo de los Conceptos Puros del Entendimiento”, que muy pocas veces se tiene la seguridad de haber comprendido del todo. Por lo cual se recomienda cotejar siempre las dos versiones para comprender lo que quiso decir Kant.

 

Menciono esto porque en nuestro medio generalmente se ha difamado de la filosofía. Debido a la circunstancia peculiar de nuestra cultura hispano-católica-tridentina, y la cual se vio siempre alimentada por un permanente rencor contra la Reforma Protestante, que es el origen de la filosofía moderna y en particular del Idealismo Alemán. Esta cultura de la Contrarreforma ha hecho de la filosofía un limbo y ha difundido una radical desconfianza en las capacidades del individuo para pensar por sí mismo.

 

Pero para continuar con el tema que nos ocupa, resulta muy interesante constatar que inmediatamente después de publicar esta gran obra Kant se vuelve sobre los problemas práctico-políticos: los problemas de la sociedad. Después de la Crítica de la Razón Pura, publicada en 1781, aparecen en el 84 dos escritos breves, ambos destinados al gran público y ambos publicados en la Revista Mensual de Berlín.

 

Primero un ensayo intitulado “Idea de una Historia Universal en Sentido Cosmopolita”, que inaugura la reflexión de Kant sobre el sentido de la historia y luego el que hemos mencionado.

 

Alguna vez se argumentó que éste no había incorporado la dimensión de la historia a su filosofar. Lo que hasta cierto punto puede ser válido: en la Crítica de la Razón Pura no aparece expresamente tal dimensión. Sin embargo, no debemos olvidar, como lo recordará Max Horkheimer”1 , que la primera premisa para la historización de la realidad hubo de ser su fenomenalización (lo que se cumple en dicha obra).

 

Pero además, tres años después de su publicación, en el fascículo mencionado expone Kant una idea teleológica de la historia.

 

Kant se plantea el problema de la entelequia del ser humano, aludiendo al concepto aristotélico, el cual significa que el ente tiende a su pleno desarrollo (En-Telos-Ejein, tener en si mismo su objetivo), y se refiere al hecho de que en el hombre en el ser humano, la plenitud no se podrá producir en el individuo sino en la especie.

 

Explica entonces que todos los seres vivos tienen en sí mismos un. TELOS Esta palabra proviene de los libros de la Física, en donde Aristóteles explica, con esa sencillez de maestro rural, el extraordinario proceso de la vida. Allí introduce ese concepto y dice que del germen de una planta determinada surge esa planta y no otra, y del huevo de una serpiente surge una serpiente y no una gallina. Por ejemplo.

 

Y Kant afirma que en el hombre esa ENTELEQUIA, esa plenitud, nunca se podrá lograr en el individuo por una razón: por su condición finita. El individuo es finito y no sólo porque muere. Es finito en todos sus actos, todos los actos del hombre son actos finitos.

 

Esta insistencia en la condición finita del ser humano emparenta a Kant con Ludwing Feuerbach y constituye un tópico que ha hecho posible recuperar un poco a Kant frente a Hegel en la perspectiva del materialismo histórico, por ejemplo a través de Lucio Coletti, Jürgen Habermas y Alfred Schmidt, entre otros, en una discusión de una gran importancia para la actualidad.

Afirma Kant que el individuo humano no puede llegar a la plenitud, que sólo lo hará la especie, porque el hombre no posee en sí mismo ese saber ciego guiado por el instinto que caracteriza al animal.

 

Algunos de ustedes conocerán los “manuscritos parisinos” de Marx, en los cuales afirma, entre otras cosas, que el animal es “uno” con la naturaleza mientras el hombre media la naturaleza y mientras más universalmente la media más libre es. Pues bien, esa mediación de la naturaleza es la cultura: la ciencia, la tecnología, el símbolo, el arte. Desde que el Homo Sapiens se encuentra sobre la tierra tenemos testimonio de esa mediación: en el pedernal labrado de las flechas que utilizó el hombre del paleolítico, en la pintura rupestre de Lascaux y Altamira. Y es de esta manera como el hombre se ha introducido en el universo de las formas simbólicas -para utilizar la terminología de Cassirer fundamentalmente a través del alfabeto, que universaliza el símbolo y permite en esa dimensión una mediación universal.

 

Pero en el principio se encuentra el trabajo, la gran invención de la especie, a la que ésta debe su supervivencia, y que según Hegel fue precisamente una respuesta al pavor ante la muerte.

 

Kant resulta sumamente didáctico, utiliza ejemplos muy sencillos, dice por ejemplo que al hombre no se le han dado “ni las garras del tigre ni los dientes del perro” para defenderse, sino solamente manos. Lo explica así, en esa forma tan sencilla, al plantear el problema de la supervivencia de la especie que en el momento de su reproducción ontogenética, en el nacimiento, es la menos apta para sobrevivir. Pues en efecto, como lo ha afirmado Arnold Gehlen, el ser humano en el momento de nacer es el menos apto para sobrevivir, es como él lo llama, fundamentalmente un ser menesteroso, requiere de cuidados maternos mucho más extensos en el tiempo y mucho más intensos en la relación que el animal. Aquí Kant se anticipa a Marx.

 

Lo que intentaré será precisamente ubicar la problemática Kantiana en la perspectiva del pensamiento de Marx, porque ciertamente estoy de acuerdo con lo afirmado por Lucien Goldmann en su disertación doctoral de 1945: “El Hombre y la Comunidad Humana en Kant”, cuando dice que en su filosofía de la historia se encuentra en germen la de Hegel, la de Max y la de George Lukacs, su maestro.

 

Lo que Kant plantea aquí es la característica del ser humano como Homo Faber; el trabajo. Pues fue a través del trabajo que la especie humana sobrevivió y llegó a ser propiamente humana. El trabajo, dice Marx en sus cuadernos parisinos de 1844, que ya he mencionado, constituye la esencia del ser humano. El pasaje dice literalmente: “Lo grandioso de la Fenomenología hegeliana -se refiere a la Fenomenología del Espíritu- y de su resultado final, la dialéctica de la negatividad, es, pues, que Hegel concibe al hombre como producto de su propio trabajo”.

 

El trabajo fue lo que permitió que el hombre subsistiera, y el trabajo acumulativo como cultura. Aquí volvemos a encontrar otra coincidencia entre Kant y Marx, la idea de la historia como una sucesión de generaciones que se suceden y se apoyan como dice Marx, las unas sobre los hombros de las anteriores, heredando un conjunto de saberes y a su vez legando a la posteridad un acrecentamiento de esos saberes.

 

También en este punto se ha dado una recuperación de Kant para la herencia del materialismo histórico, inclusive en polémica con Hegel, por lo menos muy claramente en Lucio Coletti y también en Habermas. Porque aquí no se trata de un espíritu absoluto que se despliega -en realidad una formulación secularizada de lo pensado por Plotino sobre las emanaciones de Dios- sino que son “generaciones”, un concepto para la condición finita del hombre, un concepto filosófico muy fecundo, que no es ni mucho menos exclusivo de Ortega, pues lo encontramos en Marx, en Heidegger, en Hegel y muy claramente en Kant y que implica finitud.

 

Una generación aparece en un momento dado y desaparece en otro. Las generaciones de los hombres finitos se transmiten ese saber acumulado. Y aquí es donde entra a jugar un papel capital la ilustración, porque ese saber acumulado a través de la ilustración va pasando de generación en generación y cada generación que llega al mundo hereda ese saber anterior, que deberá conducir, en cuanto formación (Bildung) a la plenitud de la especie humana.

 

Algunos de ustedes sabrán que el joven Kant recibió dos influjos decisivos en su formación: el de David Hume (el más radical de los empiristas ingleses, de quien diría que lo había “despertado” del sueño dogmático de la escolástica alemana, la filosofía Leibniz-wolffiana) y el de Juan Jacobo Rousseau, a quien llamaría “el Newton del mundo moral”. Si se tiene en cuenta que el impulso que llevó a Kant a escribir la Crítica de la Razón Pura fue precisamente la experiencia de la obra de Newton se podrá comprender el significado que le atribuía al llamarlo de tal manera.

 

Conocerán ustedes la teoría de Rousseau. Según Rousseau el “Contrato Social” modifica la naturaleza humana, gracias a él el hombre se acostumbra a una existencia legal, abandona la libertad natural, la libertad propia del salvaje y empieza a vivir de una manera normativa.

 

De ello deduce Rousseau el principio de la soberanía. Porque su idea es que el hombre sólo debe aceptar la ley que él, por delegación, se ha impuesto. Kant incorpora a esto a su Metafísica de las Costumbres y a su Crítica de la Razón Práctica para explicar de qué modo el principio de la ley ha de ser la autonomía. Porque no acepta la heteronomía, como sucedía en el Feudalismo, antes de la revolución burguesa: la arbitrariedad de uno que impone la ley (Hegel explicará que la forma máxima de esta arbitrariedad está representada en el déspota oriental, que es el único libre, porque en el antiguo Oriente no había sino un libre, el déspota, mientras los demás eran siervos, esclavos).

 

Es el principio de la ley y de la legalidad, el principio rector que incidió en los acontecimientos de 1789. Esta idea según la cual el hombre acepta la ley que él por delegación se impone sanciona la transformación del hombre, que antes de la experiencia contractual sólo pensaba en la satisfacción ciega del instinto: era el Bellum omni contra omnes de Hobbes, la guerra de todos contra todos. Al aceptar que es necesario regular la convivencia el hombre empieza a vivir legalmente: Ya tiene una libertad que no es “natural” sino legal, porque respeta las necesidades de los otros. Dicho en términos freudianos podría hablarse de “narcisismo” y de superación del narcisismo.

 

Kant nos dice que a través del mecanismo de la “insociable sociabilidad” de los hombres y a través de la competencia entre ellos se ha desarrollado la cultura humana, la cual por medio de la ilustración legada de generación en generación conducirá a un perfeccionamiento de la naturaleza humana misma.

 

Con ello se muestra Kant, por su fe en el progreso, como un pensador muy característico de la burguesía, representa -como Hume, como Adam Smith, como Rousseau y Voltaire- a la burguesía en vigoroso ascenso durante la segunda mitad del siglo XVIII.

 

Porque, como lo ha desarrollado Max Horkheimer en uno de sus ensayos más característicos: “Egoísmo y movimiento liberador” (que tiene como subtítulo, “Consideraciones sobre la antropología de la época burguesa”), el antagonismo y el intercambio funcionan como premisas de la civilización e inclusive expresamente del socialismo, de la alternativa subsiguiente al capitalismo, la cual según la teoría de Marx habría de resolver sus contradicciones e inaugurar una etapa superior de la cultura humana.

 

Asunto el cual, por lo demás, según nos parece, es de mucha actualidad ante la disolución de la Unión Soviética y de las sociedades del Oriente de Europa que surgieron a raíz de la liberación por el ejército rojo de los países que había ocupado Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. El primero que en el interior de la intelectualidad socialista lo formuló muy claramente fue Rudolph Bahro, en su libro La Alternativa Crítica del Socialismo Realmente Existente, que constituyó un verdadero acontecimiento bibliográfico cuando se publicó hace más de quince años y en su momento se anticipó muchos de los desarrollos que estamos viviendo.

 

Recordaba que Rusia no había vivido etapas definitivas en la configuración de Occidente, que Ernst Bloch resume al afirmar que no conoció ni la escolástica tardía (es decir, el nominalismo, el movimiento filosófico precursor de la filosofía de la subjetividad) ni el Humanismo del Renacimiento, ni la Reforma Protestante (un aspecto que debemos considerar aquí, porque en ellos nos encontramos con un parentesco entre Rusia y España).

 

Ni la Reforma Protestante, ni la ilustración, ni la Revolución Burguesa. Rusia no “pasó” por ello. La ilustración estuvo restringida a círculos muy reducidos, a pesar de que Catalina La Grande hubiese comprado la biblioteca de Diderot y lo hubiese nombrado bibliotecario a él mismo, a pesar de que Pedro el Grande hubiera introducido la primera ilustración, la del siglo XVII. Todo lo cual deber ser tenido en cuenta expresamente para comprender también por qué la revolución en un país atrasado hubiera degenerado en la dictadura burocrática de Stalin.

 

Tenemos que considerar la vigencia de la ilustración y el desarrollo de formas mercantiles plenamente desarrolladas como premisas de lo que habían pensado los clásicos para la consolidación del socialismo. Y no debemos olvidar que los mismos bolcheviques nunca había planteado una revolución socialista en Rusia hasta las “tesis de abril” (de 1917), cuando Lenin llegó, a comienzos de ese mes, a la estación de Finlandia en Petrogrado y se dio cuenta del radicalismo de las masas, insatisfechas con la política del gobierno provisional que se había formado en febrero de 1917.

 

Pero era porque esperaba una revolución global en la Europa Occidental, que permitiera crear un mercado y posibilitara también educar a las masas atrasadas de Rusia con la ayuda de los gobiernos de los países europeos en manos de la clase trabajadora. Esto no se produjo, y el hecho de que Lenin hubiera firmado el tratado de Brest-Litovsk prueba que todavía estaba a la espera de la revolución alemana. Que estalló efectivamente a finales de ese año, el 9 de noviembre de 1918, pero muy rápidamente hizo crisis.

 

Pero para continuar con nuestro tema, recordemos que la cultura alemana es una cultura muy tardía, una cultura caracterizada por la coexistencia de ideas muy avanzadas y libertarias con elementos muy atrasados, circunstancia que la hace padecer de un fuerte asincronismo. Bloch, por ejemplo, que es un pensador marxista, reconoce que la supervivencia del feudalismo en Alemania (sobre todo tras la derrota de los campesinos en 1525) hasta cierto punto favoreció el que la especulación, cierto demorarse en la mera especulación, haya estimulado el proceso del nacimiento de la filosofía alemana. Que tiene una de sus fuentes en esa interiorización del anhelo de libertad que se cumple con Lutero. Esa idea suya, formulada en el ensayo “La libertad de un hombre cristiano” (1521), según la cual el cristiano por el mero hecho de serlo es libre, así en su vida externa, material, se encuentre sometido a la servidumbre. Cuando los campesinos se levantaron, cuando lanzaron su manifiesto -los “doce artículos” de los campesinos de Suavia- y acudieron a Lutero a plantearle sus reivindicaciones, este les recomendó no hacer de la libertad algo terrenal. Pues para él la libertad era la comunicación con Dios: “Ni la injusticia ni la tiranía justifican una revuelta. No resistáis a quien os hace mal. Vosotros decís: No debe existir la servidumbre porque Jesucristo nos ha hecho libres a todos. ¿No es hacer de la libertad cristiana una cosa enteramente carnal?”

 

Por ello la burguesía alemana se refugió en esa cultura de la interioridad que encuentra su máxima expresión en la música (de Bach a Mozart, Beethoven y Wagner), en la filosofía y en la gran lírica. En Alemania encontramos un parentesco, sobre el que ha meditado mucho Theodor Adorno -él mismo compositor y musicólogo- entre la metafísica y la música: es tan metafísica la cultura alemana en las cantatas de Bach y en los lieder de Schubert y Schumann como en los textos de Kant y Schopenhauer.

Y por ello también la filosofía alemana es tan diferente de la filosofía inglesa (desde sus inicios, desde Francis Bacon, quien ya a comienzos del siglo XVII formula una filosofía de los hechos, y de la necesidad pragmática de dominarlos, de organizar el conocimiento).

 

Tal alejamiento de la realidad es un refugio de absoluta libertad interior, que coexiste con una impotenia real de la burguesía, siempre suspendida a la aristocracia terrateniente y a la dinastía hasta prácticamente el final de la monarquía Hohenzollern, va a traducirse en un peculiarísimo desarrollo nacional, sobre el cual siempre se lamentaron sus intelectuales radicales, como Heine, Marx, Engels, el mismo Nietzsche. Lo que la burguesía inglesa había conquistado con la revolución del siglo XVII (en sus dos etapas, de 1640 y 1688) y lo que la francesa conquistó a partir de 1789, apenas lo logró la burguesía alemana en septiembre de 1918, un mes antes de la abdicación de Guillermo II: la monarquía constitucional.

 

Sin embargo, debemos recordar de qué manera esas revoluciones burguesas -así como la primera de ellas, la revolución calvinista en los Países Bajos- forman parte de un proceso, constituyen eslabones en el ascenso de la modernidad europea. De la misma manera que en último término los gérmenes de la ilustración provienen del Renacimiento.

 

El primer impulso hacia la Ilustración moderna lo encontramos en los filósofos toscanos de la segunda mitad del siglo XV, filósofos todavía muy eclécticos, que no desarrollan un sistema, que no alcanzan todavía una plena configuración ni adquieren una conciencia plena de subjetividad. Y sin embargo, son ellos quienes inician el proceso de la Ilustración: “la salida del hombre de su condición de menor de edad de la cual él mismo es culpable”, tal y como la define Kant al comienzo del texto que ustedes habrán leído.

 

Bastará con mencionar tres nombres: Marsilio Ficino, que tradujo toda la obra de Platón al latín y parte de sus diálogos al italiano. Giovanni Pico Della Mirandola, quien en su muy breve vida (apenas sí pasó de los treinta años) se convirtió en uno de los más grandes eruditos de su época y escribió el breve tratado Oratio Pro Dignitate Hominis, un manifiesto precursor de la Ilustración. Y Prieto Pomponazzi, probablemente el primero que se atreve a poner en duda la inmortalidad del alma.

 

El intenso movimiento cultural que por su origen conocemos con el nombre de “Renacimiento Italiano” se convirtió luego en un acontecimiento histórico-universal precursor de la época moderna.

 

Porque inundó todo el continente. Llegó con Francisco I a Francia y con Enrique VIII a Inglaterra, y alcanza aquí su plenitud durante el reinado de su hija Isabel que coincide con la vida de Shakespeare y Francis Bacon, que son contemporáneos (incluso se ha llegado a plantear la hipótesis según la cual Shakespeare y Francis Bacon habrían sido la misma persona).

 

Este Francis Bacon es el que funda conscientemente la teoría de Ilustración -también, hasta cierto punto, la de la “ideología”- con su teoría de los Idola, que explica de qué manera el hombre es preso de ídolos (de donde, por lo demás, proviene el título del libro del liberal colombiano de principios de siglo, Carlos Arturo Torres: Idola Fori, los ídolos del foro, que son los prejuicios de la vida pública).

 

La Ilustración inglesa encuentra un primer gran momento en Bacon, que nace hacia 1564 y vive en plena época isabelina. Cuyo caso resulta muy interesante porque representa, como Lutero en Alemania un siglo antes, el nacimiento de una clase: el abuelo de Bacon había sido el mayordomo de una hacienda eclesiástica y cuando Enrique VIII rompió con la iglesia y secularizó los bienes del clero apoderándose de sus tierras hizo propietario de esa hacienda al hijo del mayordomo. Pues en realidad Enrique VIII creó con medidas como esa la nueva clase social, la de los Landlords, los terratenientes que ya empezaron a explotar sus tierras con el criterio moderno de la renta, la renta del suelo.

 

La vida de Francis Bacon aparece muy ligada a ello. Además de pertenecer a la segunda o tercera generación calvinista inglesa, como lo resalta un estudio muy pertinente de Benjamín Farrington. De qué manera la cultura que rodeó desde la infancia a Bacon estuvo impregnada de ese calvinismo, de esa “religión del día laborable”: la secularización que se cumple con la reforma, tal y como lo formulaba un poeta clásico de esa tradición que recitaba la madre de Bacon y cita Farrington, el cual recordaba que el hombre ora a Dios haciendo bien su trabajo cotidiano.

 

Toda la Ilustración inglesa resultó impregnada de ese pragmatismo, de ese realismo. Pero naturalmente la gran figura es Newton, otro intelectual de origen puritano o reformado. En el siglo XVII madura su reflexión de consecuencias histórico-universales descomunales: no es una casualidad que en el importante libro de Ernest Cassirer -La Filosofía de la Ilustración- Newton ocupe el lugar central.

 

Luego debemos mencionar naturalmente a John Locke, quien estuvo vinculado a la revolución en su calidad de secretario de Lord Shalftesbury, político whig que actuó en la segunda etapa de la revolución (contra la restauración), la cual culminaría en el pacto de la burguesía con la nobleza y la realeza que le permitió luego a Inglaterra desarrollar la revolución industrial y mantener un “bloque hegemónico” -para decirlo con el término gramsciano- prácticamente hasta el día de hoy, un bloque sumamente sólido que le permitió mantener su predominio y resistir al embate del proletariado que se formaba vertiginosamente a consecuencia de esa revolución industrial.

El viaje heroico del Pacto Histórico y la cultura de la tolerancia

 

“En la sociedad tolerante, lo respetado no son

las ideas y creencias de las personas,

sino las personas mismas, nunca

identificadas del todo con

sus ideas y creencias.”

Fernando Savater

La realidad cultural expuesta en el epígrafe, como tendencia general, no es la realidad cultural existente en el mundo. Para pintar su paisaje cultural, habría que invertirlo:

 

“En la sociedad in-tolerante, lo respetado son las ideas y creencias de las personas, y no las personas mismas, siempre identificadas del todo con sus ideas y creencias”.

 

Entre más intensa (fanática) sea una ideología, en una cultura determinada, su nivel de violencia es mayor. Si su violencia física disminuye, por efecto compensatorio, su violencia simbólica, generalmente ignorada, aumenta.

 

Cuando Marx, K. planteó que “la violencia es la partera de la historia”, estaba, al mismo tiempo que describiendo lo que sus lentes registraban al estudiar la cultura mundial, el redentor que había dentro de él (de una u otra manera, todos lo tenemos y le ponemos un traje presentable, en las palabras), la veía inevitable para la transformación, para el mejoramiento de la cultura.

 

Ese redentor, que, como gran pensador de la sospecha, junto a Freud y Nietzsche, legó una obra invaluable, no podía pasar por encima de su época, pues, de acuerdo con literatura científica, “…nada menos que el 15 por ciento de los seres humanos prehistóricos padecieron una muerte violenta a manos de otra persona. (En comparación, en la primera mitad del siglo XX, las dos guerras mundiales causaron una tasa de muerte en Europa de no más del tres por ciento).”. (Singer, P. Diario El Tiempo, 5-V/2012).

 

Es decir, no podía reconocer, por los límites cognitivos de la época en que vivió, la disminución gradual de la violencia física, como, tampoco, pudo advertir que, si la ideología de una cultura, se mantiene intacta, no es debilitada, entonces, a esa disminución, corresponderá un incremento de la violencia simbólica, casi no estudiada en ese tiempo, como, muy poco, lo es en el actual.

 

En consecuencia, en una cultura, cuya hegemonía está en una ideología (tomada como un credo, así se disfrace de discurso científico-filosófico), la violencia física y simbólica, es uno de sus muchos signos, como, también lo es, su fuente directa e indirecta, la intolerancia.

 

De lo precedente, se colige que, sí hay una relación indisoluble entre ideología e intolerancia, en cualquier tipo de cultura, las ideas y creencias hegemónicas, por ejemplo, en una nación como Colombia, serán las respetadas y no las personas mismas.

 

Esas ideas y creencias son las respetadas, porque las personas terminan identificándose, confundiéndose con ellas, como sí, por su sangre y su ADN corrieran; y corren de esa manera, porque los individuos y grupos, no toman distancia de ellas, porque tomar distancia implicaría el “horror al vacío, ante un error encarnado” (Zuleta E.), y frente a dicho horror, nuestro movimiento reflejo es huir.

 

Terminamos, entonces, para escapar de ese vértigo, automáticamente, disparando las vigorosas resistencias de nuestro pensamiento al cuestionamiento, por tímido que sea, de nuestras ideas y creencias, y estaremos, por tanto, en plena disposición, de matar, física o simbólicamente, por ellas.

 

Por supuesto, cada vez matamos más, en términos simbólicos que físicos (como lo validan Singer P., Pinker S., etc., etc.), pero en general, seguimos matando con la misma intensidad porque la intensidad de la intolerancia se mantiene porque la intensidad de la ideología prosigue, más o menos, intacta.

 

“Cuando se habla de pacto, no solo se habla del diálogo que es la función muy humana del entendimiento, sino que se habla, además, de un trato, de un acuerdo. El acuerdo que implica el diálogo y lo supera, es uno de los grados más altos de la humanidad, uno de los eventos más civilizados de la especie humana: acordar, tratar. El Pacto representa la superación de la barbarie, la base de la paz y la convivencia.

El Pacto que proponemos es entonces el acuerdo de la sociedad colombiana, que implica un diálogo nacional y un acuerdo entre su diversidad. El Pacto visto así, es el contrato social, la base misma de la nación, como nos recordara Rousseau. Si la construcción de los acuerdos fundamentales que permiten la convivencia de todo el cuerpo social, entonces tenemos que decir que la propuesta del Pacto Histórico que hemos lanzado es una propuesta para construir una nación y por tanto la paz”. (Petro G. Un Pacto Histórico. 7-III/2021).

 

Como está claro que el corporativismo de la cultura colombiana se ha profundizado y consolidado en el conjunto de su tejido, como tendencia general, ese reinado del interés particular, individual y grupal, deriva de las ideologías fuertes, fuertemente intolerantes, que la surcan de cabo a rabo, en la superficie y en lo hondo.

El Pacto Histórico, por consiguiente, vive, también, la intensidad de los fuegos de la cultura intolerante, fuegos que privilegian, por fortuna, la violencia simbólica, en un contexto de ideología fuerte.

 

Por fortuna, también, jalonada por las tecnologías digitales como vagón remolque, en el Pacto, mucho más que en otros movimientos y partidos, sus ciudadanías libres, responsables, democráticas, cobran cada vez más protagonismo en su devenir, tejiendo cultura de tolerancia, de mayoría de edad; no obstante, saludable es reconocer, que todavía, y, tal vez, por un tiempo relativamente dilatado, reina en él la cultura de la intolerancia.

 

También, en el ethos del Pacto Histórico, las matanzas producidas por la violencia simbólica son pan de todos los días, en las redes sociales y en sus otros entornos culturales.

 

Así que cuando Gustavo Petro, expresa programáticamente, como lo deja ver en lo citado arriba, la apuesta irrevocable del Pacto Histórico por la cultura de la tolerancia, está planteando, en consecuencia, programáticamente, la apuesta por debilitar su ethos de ideología fuerte, como resultado del fortalecimiento de su acervo científico, filosófico y artístico, resignificados, está planteando su apuesta por disminuir, sin prisa, pero sin pausa, las matanzas de su violencia simbólica.

 

Y esa apuesta la corona con guirnaldas, rosas y orquídeas y otras bellezas, cuando, de su verbo lúcido, crítico y poético lanza otro momento de llegada: con el reinado del interés general, público, esto es, con el reinado de la filosofía (regulando, también, la ideología), la ciencia y el arte, reinara, también, la tolerancia, la crítica, la mayoría de edad cultural (individuos y organizaciones que manejan el timón de su nave, sin hacerle daño a los demás ni a sí mismos).

 

Con el reinado de todo ello, y el disciplinar la ideología, Colombia será “una potencia mundial de la vida”, se habrá transitado, se habrá hecho la transición, gradualmente, ni más faltaba, de la cultura de la muerte a la cultura de la vida.

 

Cuando Zuleta Estanislao, Rafael Gutiérrez Girardot, Rubén Jaramillo Vélez, Darío Botero Uribe, y tantos otros héroes y heroínas del pensamiento colombiano, soñaron y propusieron, cada uno a su manera, urdir a Colombia, como una auténtica nación, como una potencia mundial de la vida, la carga ideológica de su cultura era muy fuerte, y era casi imposible, desear bien.

 

En términos nacionales, regionales, grupales e individuales, en esencia, se deseaba mal, por esas épocas, no hace mucho. El palo no estaba para cucharas. No obstante, como ya se insinuó arriba, ha habido leves cambios, liderados, especialmente, por el auge y la expansión de las tecnologías digitales.

 

Por esa levedad transformadora, el palo pudiera estar para cucharas, pero, para ello, hay que reconocer, hay que ser, críticamente, conscientes, de, si dicha levedad, ha urdido una mínima base cultural para desear bien.

 

La hipótesis especulativa, todavía en el campo de los tanteos (impericia) e indicios, y, no, en el de las certezas (experticia) y dudas, es que esa mínima base cultural está dada.

 

Que, por tanto, desear bien, implica saber, reconocer qué hay que hacer, qué implica hacer para alcanzar el deseo, para hacer realidad el sueño de construir una nación con diversos propósitos comunes, en el que el central sea tejer la hermosa red cultural de la vida.

 

Una cultura en la que la tradición oral y escrita, la filosofía, la ciencia, el deporte, el arte, el amor y las emociones que lo complementan, y, en general, el conjunto todo de lo humano, estén y sean para enriquecer y enaltecer la vida.

 

Por lo pronto, en esta coyuntura electoral, tan especial, tan especialmente decisiva, tan difícilmente repetible, al menos, en el corto y en el mediano plazo, el viaje heroico del Pacto Histórico, que por heroico vigoriza, en términos de saltos cualitativos, el fuego de las emociones y de la lucidez que alientan su voluntad de poder, de lucha y de conquista de sus sueños, pudiera echar mano de la ola de crecimiento, de la primavera de su tradición escrita informal.

 

Esa primavera podría, contagiar y encender un salto cualitativo de la tradición escrita formal, oficial del Pacto Histórico, un salto cualitativo en la ontología del lenguaje de su tradición oral, que propicie coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

 

En fin, que se tejan las primaveras de su tradición escrita oficial, informal, de su tradición oral y que, paulatinamente, se vaya tiñendo de más ciencia, filosofía y arte, resignificados, pues estarán ya no para servir a la cruel e impresentable cultura de la muerte.

 

Estarán, esas bellas primaveras, para servir, altivamente, a la cultura de la vida, precisamente, para que no ocurra la tragedia, la catástrofe humanitaria que representa la guerra entre Rusia y Ucrania.

 

Por múltiples razones, Rusia y Ucrania, no supieron aprovechar, las primaveras culturales que, en su momento, al menos, en gran parte del siglo XX, y, finalmente, no debilitaron la ideología fuerte, ortodoxa que representó la URSS, no obstante, los espejismos paradisiacos que se vendían, y, que, en mucha menos proporción, todavía se venden, mientras sus atavismos identitarios e intolerantes se fortificaban, esperaban su oportunidad, para estallar, de acuerdo con los imperativos de los juegos geoestratégico de las ideologías fuertes que hegemonizan el mundo.

Y esos imperativos hicieron inevitable un desenlace cruel, brutal e ignominioso en el que, finalmente todos pierden, menos las ideologías fuertes y su cultura de la muerte, por cuanto una guerra, no obstante, que se la confunda con el brillo de los fuegos artificiales repetidos, ad nauseam, no es un partido de fútbol, es una guerra, no importa si es pequeña o grande, es una guerra.

 

Como la que hemos vivido y seguimos viviendo en Colombia, precisamente, por no haber conjurado nuestros atavismos, quiere decir, sometido a crítica, al cribar, a separar el grano de la paja, como no lo hicieron los rusos y los ucranios con los suyos, y, entonces, viven su propio infierno, cada uno a su manera.

 

El horizonte de época, en Colombia, apunta hacia un norte 180 grados diferente, del que están viviendo Rusia y Ucrania.

 

Que nos dirijamos hacia allá, hacia la Colombia, potencia mundial de la vida, depende de nosotros, de los dirigentes, militantes y simpatizantes del Pacto Heroico, en su sugestivo y complejo viaje heroico, que, para esta ocasión, esa heroicidad, significa, ni más ni menos, saber desear, desear bien.  Ni más ni menos.

A.M.R.

El viaje heroico del Pacto Histórico en el tiempo

 

 

Si se pudiera hacer una síntesis, en la cultura, respecto de su dinamización, sería plausible ubicar tres grandes componentes: el tiempo, el espacio y el esfuerzo.

 

Dependiendo de qué tipo de dispositivo hegemoniza una cultura, se establecerá un tipo de relación con el tiempo y los espacios. En el caso de Colombia, hegemonizada por ideologías fuertes, la relación del tiempo, los espacios y los esfuerzos corresponderá a lo que dicte el libreto del credo respectivo, a priori (antes de la experiencia), a lo que dicten sus pre-juicios.

 

Por esa razón, dichas ideologías corren prejuicios racistas, machistas, clasistas, etc., etc., con todos los ingredientes que le son inherentes.

 

Se trata, con ellas, con sus pre-juicios y demás arandelas, de buscar algo mejor que la vida, y no una vida mejor y la tensión de sus múltiples esfuerzos con el tiempo y los espacios, revela una compulsión: querer escapar del tiempo presente, si él riñe con su guion, y, como tendencia general, riñe.

 

Y para que no riña, utilizan intensamente, como eje modelador, sus múltiples violencias, físicas y simbólicas.

 

De esa manera, le colocan la camisa de fuerza del autoritarismo (no la fuerza del pensamiento sino la razón de la fuerza bruta), al presente, intentando, a veces, inútilmente, un pasado idílico, que ya no puede volver porque el tiempo lo ha hecho inviable, o, un futuro delirante, que, definitivamente, no puede casar con ese presente.

 

La forma en cómo, las ideologías hegemónicas en Colombia, se han relacionado con el tiempo y los espacios, en casi 500 años, ha implicado unos esfuerzos intensos, para desarrollar y consolidar su cultura de la muerte, esfuerzos, cuyo principio activo ha estado en la astucia, y, por supuesto, definitivamente no, en la inteligencia.

 

Como la crítica, uno de los significados etimológicos de inteligencia, además de comprender, es cribar, es decir, saber separar el grano de la paja, lo saludable, de lo no saludable, o lo menos saludable de la insania.

 

Por esa razón, cuando se asevera que “la astucia es la inteligencia del bruto” (Savater F.), se pierde de vista que la astucia está ahí, en el mundo biológico, como un potente artefacto de supervivencia, uno de cuyos símbolos es el camaleón, omnipresente.

La astucia no es la inteligencia del bruto, la astucia es la astucia, y la inteligencia es la inteligencia, y, por lo menos, hasta ahora, por ejemplo, los demás animales han sido más inteligentes que el animal humano, pues, han separado mejor el grano de la paja: el antropocentrismo o antropoceno, es el reinado de la paja, de las violencias y muchas otras alimañas, que intenta, con la ley del todo vale (un inevitable de las ideologías y sus astucias), proscribir, sin conmiseración, los caros granos, verbi gracia, Jaime Garzón.

 

Y el reinado de la paja es el reinado de la cultura de la muerte, en la que los granos, como tendencia general, son moscos en la leche.

 

Y la escasa presencia de granos en su ethos, ha significado el empobrecimiento, por la magnificación de un pasado idílico, y por forzar el futuro en el presente (el enfoque cruelmente desarrollista del proyecto Hidroituango y afines, por ejemplo), pues no se asume la vida como una obra de arte, como un ir de menos a más, sino que se lo preña de las más espantosas fealdades, verbi gracia, también, las que ha dejado y está dejando la guerra colombiana, la guerra entre Rusia y Ucrania, es decir, se va de más a menos, y el cambio climático nos canta su tonada brusca.

 

Como se ha expresado en otros hilos, el ethos de las ideologías hegemónicas con sus astucias y su ley del todo vale, ha irrigado a lo largo y lo ancho, y en lo profundo de su cuerpo, sus prejuicios, y sus hábitos, su politiquería (el reinado corporativo y mafioso del interés particular) y su ética de minoría de edad cultural, es decir, también en el Pacto Histórico.

 

El incidente, que se hizo visible, entre los candidatos Alex Flórez y Susana Boreal, al lado de otros afines, revela que la astucia, sin la compañía de la inteligencia, es el reinado del hervidero emocional que corre, nada más la paja, y soslaya los granos.

 

Por fortuna, como sus ciudadanías libres, responsables y democráticas, cobran cada vez mayor reconocimiento en el ethos del Pacto Históricos, frente a dichos incidentes, han corrido los granos de la crítica y la inteligencia, y, Gustavo Petro, en sus reflexiones orales y escritas lo ha dejado entrever: el error es virtud, solo y solo sí, se lo somete a crítica.

 

Sea con la hegemonía de las ideologías, o con la de la filosofía, la ciencia y el arte, la humanidad, el cosmos, también, es una suma de errores, somos una suma de errores. Como la ideología es refractaria a la crítica, sus errores y sus crisis acumuladas cobran, con el paso del tiempo, mayor envergadura y, la intensidad del cambio climático, y las tensiones geopolíticas por los hidrocarburos, así lo validan.

 

Que las ciudadanías libres, responsables y democráticas, cobren cada vez mayor reconocimiento en el Pacto Histórico, quiere decir que sus ideologías fuertes son, tenuemente, por lo pronto, pasadas por la crítica, por la inteligencia, para separar los granos de la paja, volviendo favorable lo desfavorable.

Sí los inevitables errores son sometidos a crítica, serán evitables, esos errores, no los por-venir y se volverá favorable lo desfavorable y se ira de menos a más.

 

Se irá, por tanto, de ideologías fuertes a menos fuertes, y, por las pequeñas grietas que va dejando esa debilidad, va entrando, muy lentamente, gradualmente, es cierto, va entrando, el agua de la inteligencia y la crítica, para acompañar sus astucias, que irán siendo cada vez menos las de la ley del todo vale y se van acercando, muy gradualmente, es cierto, a la ética de mayoría de edad cultural, en la que los medios producen y justifican el fin.

 

Un ethos, el del Pacto Histórico, en el que los medios producen y justifican el fin, es el reinado del interés general, público, y, no es un punto, es una línea de tiempo, cada vez más larga, con sus saltos cualitativos, esto es, con sus momentos de llegada y de partida, del menos a más cultural, es, en suma, el error como virtud, porque se lo somete a crítica, indefectiblemente, y ella, como la inteligencia, se irán normalizando, y orientarán el devenir de la valiosa astucia.

 

Y todas ellas a una, inteligencia, crítica y astucia, en un contexto de mayoría de edad cultural, van forjando la bella y maravillosa cultura de la vida, tenuemente, es cierto, pero ahí, no hay prisa, despacio que voy de afán.

 

Con todas sus luces y sombras, con todos sus errores, sometidos a crítica (la minoría) o no (la mayoría), el ethos del Pacto Histórico, gracias a esas tenues inteligencia, crítica y astucia, está en una línea cultural de menos a más y eso hace la diferencia, frente a las otras organizaciones sociales electorales.

 

Esa diferencia, se ha traducido en una relación con el tiempo presente en la que se está procediendo, muy tímidamente, por lo pronto, con inteligencia (un norte claro), crítica y astucia (la táctica del día a día para ir llegando a ese norte), con menos ideología y más filosofía, ciencia y arte, re-significados.

 

Ello significa una reconciliación con el presente, en la que se comprende el pasado, críticamente, para que ese presente sea más, culturalmente hablando, y para, que las proyecciones (el futuro, el por-venir), cuando se hagan presente, sigan dicha tendencia, ad infinitum (en la finitud humana).

 

Se está estableciendo, en el ethos del Pacto Histórico, una relación, muy tímidamente, también, no antropocéntrica,  con los espacios, es decir, con la naturaleza,  aunque, con el gran riesgo de que se pierda en ideologizaciones ambientalistas fundamentalistas, que en el afán de traer el “paraíso natural” a la tierra, a la naturaleza, esto es, de forzar el futuro en el presente, terminen poniendo granos de arena que alimentan, lo que sus voces no gritan, su aparente enemiga, la cultura de la muerte.

 

En dicho ethos se está estableciendo, también, muy tímidamente, una relación del tiempo y los espacios con los esfuerzos, entendiendo que “la chispa nace de la obstinación” (Cioran E.), que Zuleta E., con la ingenuidad pedagógica que revela, ya había advertido, esa lucidez: de 0 a 5, si el estudiante existe, tiene 3, si asiste 4 y si insiste 5, es decir, que el que se cansa y abandona, pierde.

 

Que, en últimas, según esa lógica, no hay colectividades e individuos genios, que son vistos como dioses, sino que hay colectividades e individuos esforzados, que, comprendieron, porque el esfuerzo obstinado gestionó la inteligencia, la crítica y la astucia necesarias, que el gran grano para mayor inteligencia, crítica y astucia, es el esfuerzo y la disciplina, siempre persistentes.

 

Con todas sus luces y sombras, el Pacto Histórico, con precariedad, seguramente, ha desplegado y despliega un esfuerzo y una disciplina persistentes que hablará (incluida, la conjuración y/o atenuación del fraude) en la madre de todas las batallas, es decir, en las elecciones al congreso, el próximo 13 de marzo.

 

De acuerdo, con su ontología del lenguaje, haciendo coherente lo que se piensa con lo que se hace, con sus ideologías fuerte debilitadas, el ethos del Pacto Histórico, precisamente, porque va de menos a más, sabrá tramitar los resultados electorales del 13 de marzo con inteligencia, crítica y astucia.

 

Que celebrará ese futuro cuando se haga presente, porque ha puesto la lógica electoral al servicio de la cultura de la vida, porque agradece a Borges, cuando, coincide con que “la democracia es el abuso de las estadísticas”, y señala, con todas las evidencias del mundo, que en Colombia no hay democracia, pero que, por sus esfuerzos y disciplina persistentes, en su interior y, tal vez, en otros muchos oasis, como realidad emergente, alumbran sus embriones.

 

Y esos embriones de democracia vital, de vitalismo cósmico (Botero D.), se constituyen en los cimientos que harán posible, esta vez sí, la segunda oportunidad sobre la tierra colombiana, después de 500 años de trepar y descender como Sísifo.

 

Y, que, sí, de repente, por las razones que sea, ese futuro cercano que se volverá presente el 13 de marzo de 2022, no halaga nuestros nuevos oídos y nuestros nuevos ojos, lo que ellos revelan, es que habrá que insistir en la obstinación.

 

Habrá que insistir en la obstinación porque, si se celebra el tiempo presente, se lo celebra todo, no solamente sus rosas, también sus muchas espinas, y que la magia de la inteligencia, la crítica y la astucia, está en, como Merlín, en convertir esas espinas en rosas, en volver favorable lo desfavorable porque “la chispa nace de la obstinación”. A.M.R.

Rubén Jaramillo Vélez: Una invitación a pensar.

-Sus aportes al ideario de la emancipación-

La enfermedad que aqueja al hombre se llama civilización…

Robert Musil

En estos tiempos de decadencia, cuando en el mundillo universitario se impone la superficialidad y la simulación y pareciera que ser intelectual es un defecto; cuando los lineamientos de los quehaceres académicos y culturales son dictados por la farándula y el espectáculo, y la imagen del “pensador” es sustituida por los animadores de cátedra y por los gurús de la tecnocracia y la mercadotecnia; cuando en Colombia persiste esa “cultura señorial y de viñeta” que ha dado a la mediocridad el valor de grandeza, como lo denunciara Rafael Gutiérrez Girardot; cuando la desmesura provinciana se oculta tras el velo de un supuesto cosmopolitismo y la racionalidad es atrapada por la estupidez; en fin, en esta época que marcha, “bajo el signo de la simulación” entre el cinismo y la trivialidad, se yergue como diáfana expresión de que aún existen los espíritus libres, la poderosa figura de Rubén Jaramillo Vélez como el intelectual integral que reclama la confrontación a la indiferencia, al conformismo, al nihilismo…

Federico Nietzsche, en el aforismo 343, del libro quinto de La gaya ciencia precisó: “…Efectivamente nosotros filósofos y ‘espíritus libres’, ante la noticia de que ‘el viejo Dios ha muerto’, nos sentimos como iluminados por una nueva aurora; nuestro corazón se inunda entonces de gratitud, de admiración, de presentimiento y de esperanza. Finalmente, se nos aparece el horizonte otra vez libre, por el hecho mismo de que no está claro y por fin es lícito a nuestros barcos zarpar de nuevo, rumbo hacia cualquier peligro; de nuevo está permitida toda aventura arriesgada de quien está en camino de conocer; la mar, nuestra mar se nos presenta otra vez abierta, tal vez no hubo nunca, aun, una ‘mar tan abierta’.”

Hacia esa mar abierta de posibilidades críticas e intelectuales se ha enrumbado Rubén Jaramillo Vélez, desbordando la estrechez que agobia a todos esos militantes de una izquierda académica pseudo-radical, que deambulan como almas en pena -o como zombis- en busca de “reconocimiento”. Todos esos “intelectuales ambiguos, anfibios, camaleónicos”, simuladores que posan de anticapitalistas y dicen rendir culto al credo socialista con espíritu de secta, mientras hacen todo tipo de cabriolas para acomodarse y, por ello mismo, son soportados y tolerados, como opositores que siempre se mueven dentro de los límites establecidos por el ordenamiento institucional y la desvergonzada manipulación mediática. Estos individuos, que pululan en el medio académico y universitario, con sus protestas resignadas, son algo así como una especie de ornamento tragicómico, “inofensivamente amenazadores”.

Aceptamos que “Dios ha muerto” pero su fantasma, disfrazado bajo nombres y estructuras sucedáneas, nos sigue persiguiendo en la sustancia mitológica de todos esos términos a los cuales se rinde pleitesía: El estado, la patria, la nación, la raza, la clase, el partido, la empresa, la universidad… Nociones supuestamente universales, que más que conceptos son imágenes que sustituyen la memoria y el pensar crítico, por la adaptabilidad y el conformismo con la lógica de la dominación y el control sobre la vida.

 

Falaz mitificación de la realidad, mitología activa que, renunciando a las tesis y al proyecto de la Ilustración, nos muestra fehacientemente ese nuevo carácter “racional de la irracionalidad” que nos ha conducido a la unidimensionalidad, a la constitución de unos seres humanos, conformes, plenos, satisfechos… en estas democracias fascistas -demofascistas- en estos estados de “bienestar”, que ofrecen “una ausencia de libertad cómoda, suave, razonable y democrática” y fomentan la enorme confusión de hacernos creer en “la libre elección de amos”, como lo señalara Marcuse.

Liberarnos de los dogmatismos y de los sectarismos, superando el carácter manipulador de quienes manejan la educación y la cultura, ha sido la tarea emprendida por el profesor Jaramillo Vélez exigiendo también, que las universidades se comprometan en este mismo esfuerzo.

Toda su obra constituye un constante acto de provocación, una contienda contra las falacias que se prohíjan incluso desde los espacios culturales y universitarios, una abierta polémica contra las imposturas, la hipocresía y la menesterosidad ética y cultural, que pareciera caracterizar estos tiempos de ocaso y retirada del humanismo. Su permanente ocupación ha sido no sólo restaurar la vigencia de la utopía y la credibilidad de las propuestas socialistas, sino, divulgar la validez del pensamiento crítico e ilustrado, despojando a los simuladores de la iniciativa; desenmascarando a quienes con la pretensión de hablar desde “la verdad” y contando con el apoyo de silenciosos epígonos, cínicamente han convertido tesis y programas en simples argucias para la consecución de sus intereses personales.

Desde el Centro Cultural de la Universidad del Tolima y desde la revista Aquelarre, hemos querido rendir un especial reconocimiento a Rubén Jaramillo Vélez, porque consideramos que él representa un renacer de la esperanza, una aventura espiritual y un importante aporte a la liberación, en esta época de penuria moral caracterizada por la persistencia de un opresivo sistema basado en la subalternidad y la instrumentalización de masas amorfas y desesperanzadas; por la promoción de los intereses compensatorios, por la pérdida de la individualidad y -como lo ha establecido, precisamente, el profesor Jaramillo Vélez- por la irrupción de “un nuevo tipo de hombre: el que siempre está con el poder, sea cual sea su propósito, su sentido o su sin-sentido; el nihilista, amoral, fungible, esencialmente oportunista, que ha perdido todo decoro personal y toda consideración hacia los otros cuando no pertenecen a la misma cliqué, al mismo grupo privilegiado y abusivo, al mismo partido”

Rubén Jaramillo Vélez, como Herbert Marcuse, no pretende ser una ‘moda’, piensa y escribe para el futuro, sin caer en simples pretensiones proféticas ni en delirios escatológicos o apocalípticos. Firmemente basado en la comprensión crítica de nuestra historia, busca con claridad, con argumentos, planteamientos y aportes sustentados en los intereses emancipatorios, reestablecer el significado y el sentido original de nociones como “libertad”, “democracia” y otras semejantes, hoy mitificadas, desprestigiadas y reducidas a mera publicidad, al arbitrio de unos regímenes decadentes, opresivos y deshumanizantes que han terminado por negar la esencia racional e ilustrada de estos conceptos, bajo la impronta del más irracional autoritarismo que se presenta como “lo racional”. Frente a este supuesto “orden” de cosas, Rubén Jaramillo Vélez nos invita a la alegría del pensar, y debemos asumirlo como portador de los valores, de la vigencia, de la validez de la utopía y de las posibilidades de un nuevo acontecer político que, más allá de los estragos causados por la irrupción del nihilismo, por el uniformismo gregario y la banalidad del mal, nos permitirán alcanzar los ideales ilustrados.

Su lucha ha sido constante contra el capitalismo y todos sus efectos y, particularmente, contra la permanencia anacrónica de ese régimen monárquico, señorial-hacendatario, que se ha instalado en Colombia, principalmente en las instituciones culturales y educativas desde la colonia. Nos conmina a superar este anacronismo de la mentalidad hispánica, esta nefanda herencia que nos legó la “Madre Patria”, mediante una nueva definición de las relaciones universidad-Estado que respete el papel del saber y la autonomía de estas instituciones, atrapadas hoy, al parecer irremediablemente, por los anhelos fáusticos que conforman toda esa mitología del progreso que oprime a los contemporáneos seres humanos, que no desean buscar caminos alternativos a la racionalidad instrumental, a ese viaje sin retorno, a ese itinerario de “civilización” y de “progreso” que, sin embargo,

se sostiene mediante unos desuetos lazos míticos y religiosos, que como en el lecho de Procusto, nos atan al pasado.

El propósito del profesor Rubén Jaramillo Vélez en todos sus escritos, es guiarnos pedagógicamente hacia la superación no sólo de las trampas de la fe; de la dictadura espiritual de los credos, de las sectas y de las iglesias, así como del autoritarismo monárquico y clerical que ha pesado sobre toda la historia de Colombia y liberarnos también de las desmesuradas paradojas de la época moderna; del nihilismo, del conformismo y la inacción, que se vive y difunde desde el propio sistema educativo; nos insiste en desgarrar el velo mitológico que circunda todas las actividades políticas y culturales, abriendo nuevos horizontes a la crítica, y nos pregona, además, que ésta debería ser labor fundamental a realizarse desde las universidades.

Los planteamientos y las tesis expuestas por el profesor Rubén Jaramillo Vélez, con toda la coherencia y el rigor del intelectual orgánico (aquel que emerge sobre el terreno de las exigencias de una función necesaria y avizora las posibilidades de futuro, como lo expresara Gramsci), nos enseñan, a pesar de la opacidad del pensamiento libre que se vive en las universidades, que aún es posible alcanzar la autonomía, la mayoría de edad, para estas instituciones; nos dice que todavía tiene sentido la esperanza de superar los estragos causados por la simulación y la carencia de un pensamiento crítico. El profesor Rubén Jaramillo Vélez, siguiendo a Nietzshe, considera que a las universidades en Colombia -así estén atrapadas entre las confusiones de un pasado aún presente y la nebulosidad de un porvenir incierto-, se les presenta un “horizonte otra vez libre” para emprender “la aventura arriesgada de quien está en camino de conocer”, que existen posibilidades para retomar el camino del pensamiento libre y de la crítica. En todo caso, como lo sentenciara ese otro comprometido intelectual, Rafael Gutiérrez Girardot: ¿si no cabe esperanza de hacerlo en la Universidad, para qué están entonces las revistas?

Julio César Carrión Castro Editor

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO EN EL MUNDO DEL ESFUERZO

 

“La chispa nace de la obstinación”

Cioran E.M.

Siguiendo la tríada tiempo, espacio y esfuerzo, y, como el Pacto Histórico, gracias al debilitamiento tenue de sus ideologías fuertes, y al consecuente fortalecimiento, científico, filosófico y artístico, y, desde el principio de gradualidad, con sus acumulados de inteligencia, crítica y astucia, da un salto cualitativo al proclamar a Francia Márquez candidata vicepresidencial, potenciando la candidatura presidencial de Gustavo Petro. Por supuesto, dicha vigorización es recíproca.

Ese salto cualitativo, al darse un proceso gradual, tímido, ni más faltaba, de incremento de sus niveles de inteligencia, crítica y astucia, ha colocado al Pacto Histórico en un ir de menos a más. Sí ellos, se profundizan y expanden, tal tendencia, a partir de un límite determinado, pudiera ser irreversible.

Pudiera ser irreversible, si se complejiza la relación entre los esfuerzos, los tiempos y los espacios.

Al avanzar la línea del tiempo, se advierte, cómo, el Pacto Histórico, ha ido cualificando la toma de decisiones y la implementación de procesos formulativos y aplicativos, desde la coherencia, pasando de hacerlo, en sus solitos, en el marco de pulsiones de ansiedad, a ejercerlo en un clima de serenidad y sindéresis, como lo prueba la designación referida de Francia Márquez y la madurez y prudencia que iluminaron sus acciones relacionadas con la atenuación, relativamente sólida, del fraude electoral.

Por ejemplo, hay que empezar reconociendo que, últimamente, no se ha colocado papel periódico al aguacate para forzar su maduración (como, con Hidroituango): los esfuerzos persistentes de Gustavo Petro y Francia Márquez, representan tenaces sobre-esfuerzos, al amparo de una emocionalidad que los desborda, por fortuna, de una pasión inconmensurable por la vida para hacer sus sueños, es decir, el sueño de millones de colombianas y colombianos, cada vez más, para hacer, para tejer una nación, esto es, una potencia mundial de la vida.

No cabe duda, como no somos Dios, tales sobre-esfuerzos tienen sus límites, y, arropados por la camisa de fuerza del caudillismo, por más heroicos que sean, serán estériles, vitalmente hablando, favoreciendo la cultura de la muerte.

La buena noticia es que, una de las consecuencias del incremento tímido de los niveles de inteligencia, crítica y astucia en el conjunto del Pacto Histórico, fruto del esfuerzo   y el sobre-esfuerzo de los liderazgos y de millones de militantes y simpatizantes, es la deconstrucción lenta y firme del caudillismo que aprieta, pero ahorca, física y simbólicamente hablando.

Cuando el candidato presidencial, Gustavo Petro, refiriéndose a Francia Márquez, acierta al decir que él no es el 1 y ella la 2, sino que son uno y una, que forman un equipo, envía, serena y claramente, un mensaje contundente e inequívoco a todos los lideres, a todos los militantes, a todos los simpatizantes, y, por extrapolación, a toda la sociedad colombiana: las ideologías fuertes, la intolerancia, el caudillismo, etc., etc. y su cultura de la muerte son el gran negocio pierde pierde.

Que el gran negocio gana gana es, comenzar por casa, democratizando la inteligencia, la crítica y la astucia, la riqueza material y espiritual de las ciudadanías libres y responsables, lo cual significa, como parte del debilitamiento tenue del caudillismo, la democratización de los esfuerzos y los sobre-esfuerzos.

Esa democratización significa alentar y gestionar que los millones de personas que constituyen el Pacto Histórico, aporten sus esfuerzos y sobre-esfuerzos, para que todos ellos, incluidos los de Gustavo Petro, Francia Márquez, Iván Cepeda, Wilson Arias, Aida Abella, José Tejada, Miguel Angel del Río, Augusto Ocampo y miles de afines visibles e invisibles, los hagan en el contexto de colocar la trama de los esfuerzos al servicio de la vida, es decir, en el “ni tanto que queme al santo ni poco que no lo alumbre”.

Que, por tanto, la democratización del esfuerzo y los sobre-esfuerzos no implicar reventar a ciertos líderes, ni la negligencia de otros, ni el parasitismo de muchos.

Implica la inteligencia, la crítica y la astucia para gestionar que todos (momento de llegada), y todos son todos, en el corto, mediano y largo plazo, aporten sus granos (ojalá desechando la paja de las ideologías fuertes), en esfuerzos  y sobre esfuerzos, que, al colocarse al servicio de la vida, ya no compiten sino que se complementan, porque llegados a una mínima mayoría de edad, y cada vez hay más ciudadanía libre en el Pacto Histórico y en Colombia, el individuo y los grupos, ya no compiten contra los demás sino contra sí mismos, haciendo de su vida una obra de arte.

 

Esos millonarios esfuerzos y sobre-esfuerzos, profundizándolos y expandiéndolos ad infinitum en la finitud humana, serán los valiosos e imprescindibles pinceles que irán dibujando, primero una Colombia potencia de la vida, precaria, seguramente, pero potencia, al fin y al cabo, y luego, una potencia mundial de la vida, porque, esos pinceles, superado cierto umbral, no solo serán impecablemente efectivos, por la ética, sino, por la estética, luminosa y vitalmente bellos.

 

Y para urdir en la realidad presente otros saltos cualitativos que prefiguren esa Colombia potencia de la vida, se le presenta a todo el liderazgo, a toda la militancia, a todos los simpatizantes del Pacto Histórico, pero, también, a todos los indiferentes de la banalidad del mal, una oportunidad de diamante más que de oro: ganar esta segunda fase de la madre de todas las batallas, ganar la presidencia y la vicepresidencia en primera vuelta.

Parece ser, que, ahora sí, el Pacto Histórico ha gestionado la inteligencia, la crítica y la astucia mínima para, como, con la designación de su candidata vicepresidencial y el volver favorable el desfavorable affaire electoral, demostrar que sabe desear, que sabe qué hay que hacer para cumplir el deseo, el sueño, la gesta heroica de ganar en primera vuelta.

Parece ser, que, ahora sí, el Pacto Histórico ha construido una partitura teórica, con un contexto de formulación que tiene unas mínimas certezas (experticias, dominios epistemológicos), con sus fértiles dudas, qué tal que no, para desatar, en el contexto de aplicación una emocionalidad vigorosa que expanda y profundice los esfuerzos y sobre esfuerzos de millones de personas con un sueño común.

Como se ha picado en punta en el conjunto de las tramas electorales (porque la democracia no es el abuso de las estadísticas), como se ha hecho mucho con poco, ahora, en este precioso horizonte de época, aumentado lo poco, hay que hacer, mucho pero mucho más: hay que vencer en primera vuelta.

Y hay que hacerlo para, entre otras muchas poblaciones, honrar y homenajear a la juventud pensadora, aguda, que vigoriza al Pacto Histórico, en una de las expresiones felices de uno de sus lúcidos, Aquino: hay que ganar en primera vuelta porque VEN-SEREMOS. A.M.R.

Se necesita un escritor

Gabriel García Márquez retrata sus preocupaciones ante la máquina de escribir en uno de sus artículos en EL PAÍS de 1982.

Me preguntan con frecuencia qué es lo que me hace más falta en la vida, y siempre contesto la verdad: "Un escritor". El chiste no es tan bobo como parece. Si alguna vez me encontrara con el compromiso ineludible de escribir un cuento de quince cuartillas para esta noche, acudiría a mis incontables notas atrasadas y estoy seguro de que llegaría a tiempo a la imprenta. Tal vez sería un cuento muy malo, pero el compromiso quedaría cumplido, que al fin y al cabo es lo único que he querido decir con este ejemplo de pesadilla. En cambio, no sería capaz de escribir un telegrama de felicitación ni una carta de pésame sin reventarme el hígado durante una semana. Para estos deberes indeseables, como para tantos otros de la vida social, la mayoría de los escritores que conozco quisieron apelar a los buenos oficios de otros escritores. Una buena prueba del sentido casi bárbaro del honor profesional lo es sin duda esta nota que escribo todas las semanas, y que por estos días de octubre va a cumplir sus primeros dos años de sociedad. Sólo una vez ha faltado en este rincón, y no fue por culpa mía: por una falla de última hora en los sistemas de transmisión. La escribo todos los viernes, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, con la misma voluntad, la misma conciencia, la misma alegría y muchas veces con la misma inspiración con que tendría que escribir una obra maestra. Cuando no tengo el tema bien definido me acuesto mal la noche del jueves, pero la experiencia me ha enseñado que el drama se resolverá por sí solo durante el sueño y que empezará a fluir por la mañana, desde el instante en que me siente ante la máquina de escribir. Sin embargo, casi siempre tengo varios temas pensados con anticipación, y poco a poco voy recogiendo y ordenando los datos de distintas fuentes y comprobándolos con mucho rigor, pues tengo la impresión de que los lectores no son tan indulgentes con mis metidas de pata como tal vez lo serían con el otro escritor que me hace falta. Mi primer propósito con estas notas es que cada semana les enseñen algo a los lectores comunes y corrientes, que son los que me interesan, aunque esas enseñanzas les parezcan obvias y tal vez pueriles a los sabios doctores que todo lo saben. El otro-propósito -el más difícil- es que siempre estén tan bien escritas como yo sea capaz de hacerlo sin la ayuda del otro, pues siempre he creído que la buena escritura es la única felicidad que se basta de sí misma.

“Cuando no tengo el tema bien definido me acuesto mal”

Esta servidumbre me la impuse porque sentía que entre una novela y otra me quedaba mucho tiempo sin escribir, y poco a poco -como los peloteros- iba perdiendo la calentura del brazo. Más tarde, esa decisión artesanal se convirtió en un compromiso con los lectores, y hoy es un laberinto de espejos del cual no consigo salir. A no ser que encontrara, por supuesto, al escritor providencial que saliera por mí. Pero me temo que ya sea demasiado tarde, pues las tres únicas veces en que tomé la determinación de no escribir más estas notas me lo impidió, con su autoritarismo implacable, el pequeño argentino que también yo llevo dentro.

“Los lectores comunes y corrientes son los que más me interesan”

La primera vez que lo decidí fue cuando traté de escribir la primera, después de más de veinte años de no hacerlo, y necesité una semana de galeote para terminarla. La segunda vez fue hace más de un año, cuando pasaba unos días de descanso con el general Omar Torrijos en la base militar de Farallón, y estaba el día tan diáfano y tan pacífico el océano que daban más ganas de navegar que de escribir. "Le mando un telegrama al director diciendo que hoy no hay nota, y ya está", pensé, con un suspiro de alivio. Pero no pude almorzar por el peso de la mala conciencia y, a las seis de la tarde, me encerré en el cuarto, escribí en una hora y media lo primero que se me ocurrió y le entregué la nota a un edecán del general Torrijos para que la enviara por télex a Bogotá, con el ruego de que la mandaran desde allí a Madrid y a México.

Sólo al día siguiente supe que el general Torrijos había tenido que ordenar el envío en un avión militar hasta el aeropuerto de Panamá, y, desde allí, en helicóptero, al palacio presidencial, desde donde me hicieron el favor de distribuir el texto por algún canal oficial.

“Escribo la novela todos los días”

La última vez, hace ahora seis meses, cuando descubrí al despertar que ya tenía madura en el corazón la novela de amor que tanto había anhelado escribir desde hacía tantos años, y que no tenía otra alternativa que no escribirla nunca o sumergirme en ella de inmediato y de tiempo completo. Sin embargo, a la hora de la verdad, no tuve suficientes riñones para renunciar a mi cautiverio semanal, y por primera vez estoy haciendo algo que siempre me pareció imposible: escribo la novela todos los días, letra por letra, con la misma paciencia, y ojalá con la misma suerte con que picotean las gallinas en los patios, y oyendo cada día más cerca los pasos temibles de animal grande del próximo viernes. Pero aquí estamos otra vez, como siempre, y ojalá para siempre.

Ya sospechaba yo que no escaparía jamás de esta jaula desde la tarde en que empecé a escribir esta nota en mi casa de Bogotá y la terminé al día siguiente bajo la protección diplomática de la embajada de México; lo seguí sospechando en la oficina de Telégrafos de la isla de Creta, un viernes del pasado julio, cuando logré entenderme con el empleado de turno para que transmitiera el texto en castellano. Lo seguí sospechando en Montreal, cuando tuve que comprar una máquina de escribir de emergencia porque el voltaje de la mía no era el mismo del hotel. Acabé de sospecharlo para siempre hace apenas dos meses, en Cuba, cuando tuve que cambiar dos veces las máquinas de escribir porque se negaban a entenderse conmigo. Por último, me llevaron una electrónica de costumbres tan avanzadas que terminé escribiendo de mi puño y letra y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, como en los tiempos remotos y felices de la escuela primaria de Aracataca. Cada vez que me ocurría uno de estos percances apelaba con más ansiedad a mis deseos de tener alguien que se hiciera cargo de mi buena suerte: un escritor.

“La buena escritura es la única felicidad que se basta de sí misma”

Con todo, nunca he sentido esa necesidad de un modo tan intenso como un día de hace muchos años en que llegué a la casa de Luis Alcoriza, en México, para trabajar con él en el guión de una película.

“No sería capaz de escribir una carta de pésame sin reventarme el hígado”

Lo encontré consternado a las diez de la mañana, porque su cocinera le había pedido el favor de escribirle una carta para el director de la Seguridad Social. Alcoriza, que es un escritor excelente, con una práctica cotidiana de cajero de banco, que había sido el escritor más inteligente de los primeros guiones para Luis Buñuel y, más tarde, para sus propias películas, había pensado que la carta sería un asunto de media hora. Pero lo encontré, loco de furia, en medio de un montón de papeles rotos, en los cuales no había mucho más que todas las variaciones concebibles de la fórmula inicial: por medio de la presente, tengo el gusto de dirigirme a usted para... Traté de ayudarlo, y tres horas después seguíamos haciendo borradores y rompiendo papel, ya medio borrachos de ginebra con vermouth y atiborrados de chorizos españoles, pero sin haber podido ir más allá de las primeras letras convencionales. Nunca olvidaré la cara de misericordia de la buena cocinera cuando volvió por su carta a las tres de la tarde y le dijimos sin pudor que no habíamos podido escribirla. "Pero si es muy fácil", nos dijo, con toda su humildad. "Mire usted".  Y entonces empezó a improvisar la carta con tanta precisión y tanto dominio que Luis Alcoriza se vio en apuros para copiarla en la máquina con la misma fluidez con que ella la dictaba. Aquel día -como todavía hoy- me quedé pensando que tal vez aquella mujer, que envejecía sin gloria en el limbo de la cocina, era el escritor secreto que me hacía falta en la vida para ser un hombre feliz.

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO EN EL UNIVERSO DE LAS IDEAS

 

“Qué es el amor sino comprender y alegrarse

de que otro viva, actúe y sienta de manera

diferente y opuesta a la nuestra?

Para que el amor supere con alegría los

antagonismos no debería suprimirlos,

negarlos. Incluso el amor así mismo

contiene como presupuesto suyo

la dualidad (o la pluralidad)

indisoluble, en una

sola persona.”

Nietzsche F.

“Quien con monstruos lucha, cuide de

convertirse a su vez en monstruo.

Cuando miras largo tiempo a un

abismo, el abismo también

mira dentro de ti.”

Nietzsche F.

 

Como “el conflicto no es entre el bien y el mal, sino entre conocimiento y la ignorancia” (Buda), esto es, “la verdad os hará libres” (Pablo D’Ors), el Pacto Histórico está yendo de menos a más porque orienta el diseño y la aplicación de sus planes y programas, de acuerdo con las categorías analíticas de la filosofía, la ciencia y el arte, es decir, con base en la inteligencia, la crítica y el arte.

El incremento de esa tríada, como tendencia, ha supuesto, también, una mayor presencia de su tradición escrita, en cantidad y calidad, en los escenarios formales e informales y un mayor esfuerzo por cuidar su tradición oral: “uno es esclavo de lo que dice y amo de lo que calla”.

Al crecimiento de su inteligencia, crítica y astucia, ha correspondido, la consecuente disminución de la ignorancia (la llenura, que todo lo explica, de las ideologías), fenómeno que no se está viviendo en las otras organizaciones políticas; ello debería representar una ventaja comparativa para el Pacto Histórico.

Para que represente una ventaja comparativa, es inexorable complejizar (la filosofía, la ciencia y el arte lo hacen), para llegar a la sencillez que implican las experticias (dominios epistemológicos). Por el contrario, la tendencia de las ideologías es a simplificar la realidad, y, como, se ha visto a través de la historia, con su hegemonía, a simplificarla, para buscar el ahogado rio arriba, para “eternizar” la horrorosa cultura de la muerte.

Tal vez, el tema de temas, en el presente horizonte de época, para aprovechar al máximo esa y otras ventajas comparativas, es el lenguaje, siendo, a la vez, urgente e importante complejizarlo, pues es él, el puente levantisco, que conecta y conectará sinérgicamente con las ciudadanías libres, responsables y democráticas presentes en la dirigencia, en la militancia y en los simpatizantes, con el conjunto del Pacto Histórico, y, con la sociedad colombiana, toda.

No hacerlo, no complejizar el lenguaje, significa caer en las incontables trampas que un sector de la elite tradicional y toda la elite emergente, tiende a diario, minuto a minuto, a lo largo y ancho de la geografía nacional, por todos los poderosos medios con que cuenta; su propósito estratégico: cual canto de sirena, enganchar al Pacto Histórico para que, ciegamente, un poco sonámbulo, a veces, juegue en la cancha inclinada, en su contra, que, astutamente, le disponen.

Las ideologías fuertes y megafuertes de las elites hegemónicas, movilizan un lenguaje que les es propio, desde sus aprioris y sus prejuicios, desde la contumaz intolerancia que ellos prohíjan, expresadas en el racismo, el clasismo, la desigualdad, etc., reguladas cruelmente por un eje modelador, las terribles violencias, físicas y simbólicas. Todo ello constituye la cultura de la muerte y el lenguaje que la urde, es, por supuesto, el lenguaje de la muerte.

El lenguaje de la muerte tiene, a su vez, un eje: frente al contrario, el disparo lingüístico, físico o simbólico (con su mensaje claro e inequívoco), ad hóminem, directo, sin ambages, a la humanidad de la personas, nunca a sus ideas.

¿Por qué? Porque, dentro de la economía de las ideologías (y con más razón, las fundamentalistas, las megafuertes), el prepuesto, por el ansia de primar (derivado del instinto de supervivencia o terror o temor a la muerte), es la convicción, casi sanguínea, de que se es el centro, el ungido, el merecedor (lógico, sin ninguna prueba científica) de todos los recursos que lo rodean.  

Representa, por tanto, un ego ensimismado, demasiado enamorado de sí mismo. ¿Y los demás? 

Aparecen para la ideología como recursos desechables, que se les usa, cuando son provechosos. Cuando no, se los desecha, a través de las violencias físicas y simbólicas, como a cucarachas.

¿Qué hacer frente al disparo ad hóminem?

Como el disparo ad hóminem no es un argumento (argüir, dejar en claro, afín a inteligencia y crítica: cribar, dejar en claro para separar el grano de la paja), no deja en claro sino en oscuro, en paja, entrar a jugar en esa cancha inclinada, minada por la formidable astucia acumulada de las élites hegemónicas, es pelea de tigre con burro amarrado, para quien quiere jugar en una cancha equilibrada, justa.

Luego, atender los incontables disparos ad hóminem y sus correspondientes e intensos hervideros emocionales, implica la astucia de, pasado un umbral destructivo, expandir y profundizar los caminos jurídicos nacionales e internacionales, no obstante, su precariedad. Por fortuna, el Pacto Histórico ha venido constituyendo un equipo jurídico sólido, que va de menos a más, y que le ha representado un relativo blindaje en el conjunto de sus procesos.

Sin embargo, tal vez por agotamiento, tal vez por pulsiones ideológicas, y, en no pocas veces, por no complejizar las temáticas que le son inherentes, especialmente, como asunto estratégico, el lenguaje, se cae en la trampa de ir a jugar en la cancha inclinada que le dispensa el adversario, con los impactos electorales y culturales negativos que esos juegos representan.

Tales errores, sometidos a crítica, podrían volver favorable lo desfavorable, y, con las relaciones de poder del Pacto Histórico, in crescendo, gestionar desde su inteligencia, su crítica y su astucia la expansión y profundización de canchas equilibradas, en las que, las virtudes epistemológicas (un mayor conocimiento, una menor ignorancia) que ha ido acumulando puedan brillar y se traduzcan en granitos de arena para el desafío de ganar en primera vuelta.

Por lo pronto, después del salto cualitativo representado en la designación de Francia Márquez como candidata a la vicepresidencia, con un mayor sentido de la planeación, de la dirección, de la organización, para que haya mayor coherencia de ellos, con las ejecuciones, el Pacto Histórico está democratizando el esfuerzo  y sobre-esfuerzo en sus dirigentes, en su militancia, en sus simpatizantes, y en las poblaciones que se vayan sumando (por efectos de la emocionalidad reflexiva), siguiendo la elemental aritmética: dos personas piensan y hacen (ontología del lenguaje) más que una, tres más que dos…etc., etc.

Esa democratización del esfuerzo y los sobre-esfuerzos representan otro salto cualitativo en su acumulado de inteligencia, crítica y astucia y permitirán una mayor efectividad en el incremento sostenido, gradual (sin madurar el aguacate artificialmente) de su caudal electoral, en la conjuración o atenuación ( no ojalá, sino, por lo expuesto, debe ser de mayor solidez que lo alcanzado en las elecciones del pasado 13 de marzo) del fraude, que empezó a ambientarse con la trama de las encuestas, ecosistema en el que, también, ni más faltaba, las élites hegemónicas juegan con la cancha inclinada, muy a su favor.

 

 

En el contexto de sus ideologías fuertes y megafuertes, las elites mafiosas, que re-fundaron la patria construyendo un narcoestado espeluznante y cruel, por decir lo menos, por fortuna, con pies de barro, observan con espanto, con terror, con angustia, con ansiedad, los avances integrales del Pacto Histórico y de otros movimientos alternativos que se complementan, y la audiencia crece y crece la audiencia.

Y ante esos pasos de animal grande, la economía ideológica de la elite mafiosa no puede escapar a la ley de la conservación de la energía.

En otros tiempos, cuando el animal grande que lo horrorizaba procedía con la lógica de la violencia como partera de la historia, dicha élite, con la cancha, fuertemente inclinada a su favor, arreció la violencia y dio paso al innombrable y su sequito mafioso, quienes expandieron y profundizaron la fórmula de la motosierra y sucedáneos.

En el actual horizonte de época, la fórmula de la violencia física va quedando para los sectores más vulnerables y periféricos, tanto de la ciudad como del mundo rural. Como, por diversas razones, ya no es posible que la elite mafiosa apele a la intensidad y a la envergadura de la violencia física generalizada de los 80s y los 90s y del 2002 al 2014, la energía disminuida allí, será transferida a la violencia simbólica.

Con una claridad: que el avance del Pacto Histórico, sus pasos de animal grande representan una apuesta coherente y contundente por la cultura de la vida, que, en principio, de manera inequívoca, excluye, sin dubitaciones, la violencia física, y que, reconoce, que la violencia simbólica, al disminuir la primera, se incrementa, por efectos compensatorios, y, por tanto, su deconstrucción será gradual, lenta y firme en su interior y en toda la sociedad.

Como el ethos de las ideologías fuertes y megafuertes ya no se pueden mover con la comodidad en las canchas inclinadas de la violencia física (como lo prueba la reciente masacre de civiles en el Putumayo), y, por el avance sostenido del Pacto Histórico, no obstante, las canchas inclinadas de la elite mafiosa, su percepción de seguridad y estabilidad entra en crisis, y su sensación de vértigo y horror al vació ideológico, se incrementan y se incrementarán.

A más avance de la inteligencia, la crítica, la astucia y la efectividad, ética y política del Pacto Histórico, mayor vértigo y horror al vacío de la derecha y ultraderecha mafiosas.

Esa tendencia, que parece irreversible, llevará a esa élite mafiosa, por el libreto del innombrable y su sequito, por los imprevistos desfavorables de la coyuntura electoral, es decir, por terror, angustia y ansiedad (la amenaza del tigre de la codicia que parece querer echarlos al suelo), de aquí al 29 de mayo, a multiplicar ad nauseam las canchas inclinadas, cada vez más inclinadas.

 

Mientras tanto, es de esperar, a la manera de Petro escucha, de Francia desde Medellín, que el Pacto Histórico proseguirá, con su inteligencia, crítica, astucia y argumentaciones (en todas, el imperativo es separar el grano de la paja, es decir, la sindéresis), gestionando y accionando incontables canchas equilibradas, no inclinadas, vigorizándolas al máximo,

Es de esperar que, con el especial sentido de la planeación, de la organización, de la laboriosidad que se está tejiendo, aparezcan los saltos cualitativos que catapulten al Pacto Histórico a ganar la Presidencia y la Vicepresidencia en la primera vuelta, con dos líderes que, no solamente dicen que son uno y una, sino que, en la aplicación, uno y una parecen uno y una y uno parecen una.

Es de esperar que las elecciones del 13 de marzo y del 29 de mayo constituyen los juegos panamericanos de la política colombiana.  Que el cumplimiento responsable y efectivo de las esencias del programa de gobierno del Pacto Histórico lo hará ganador de nuestros juegos olímpicos.

Es de esperar que las ciudadanías libres, responsables y democráticas, sus dirigentes, su militancia y sus simpatizantes vayamos entendiendo, en este periodo electoral y en el post-electoral, que, si la pluralidad es el individuo, inexorablemente dual, hay que celebrar la diferencia, incluso, las monstruosas canchas inclinadas, pues es el presente, es lo que es.

Que el desafío maravilloso está en expandir y profundizar la inteligencia, la crítica y la astucia para que llegue un momento en que las canchas inclinadas sean la excepción que confirma la regla.

Que, si a ese ethos hemos de llegar, en un tiempo relativamente dilatado, es porque hemos y seguiremos luchando contra los monstruos de las canchas inclinadas, pero, por la crítica, supimos y sabremos modular ese Doctor Jekyll y ese Mr. Hyde que todos llevamos dentro.

Que hemos y seguiremos observando el abismo, pero, por la crítica, el abismo ya no nos mirará porque, en su lugar, ha florecido la vida, la Colombia potencia mundial de la vida.     A.M.R.

BOTO MI VOTO

Antes de votar, considere la siguiente reflexión sobre el papel político que usted, como individuo, representa dentro de una sociedad. Y si, realmente, es un ser autónomo, racional y pensante como se vanagloria de ser. A continuación, presentaremos tres de reglas básicas referentes a la filosofía política, las cuales fueron escritas hace siglos.

  1. Aristóteles fue un filósofo griego que vivió durante el siglo IV a.C. Para él, los seres humanos, por una parte, somos considerados “animales políticos”; en otras palabras, los seres humanos pertenecemos a una determinada sociedad y, por tanto, participamos en mayor o menor medida de las decisiones políticas, siempre en aras del bien común (no piense que al decir “bien común” se hace referencia al comunismo o al castrochavismo). Así, pues, sólo los dioses y los animales son los únicos seres que son capaces de vivir aislados (pero como usted no es ningún animal ni puede llegar a ser un Dios, tenga en cuenta que debe y tiene que pensar en los demás), de tal modo que los seres humanos necesitamos de la sociedad no sólo para subsistir sino también para existir. Los seres humanos, por otra parte, somos considerados “seres racionales”, es decir, que somos seres dotados de ciertas habilidades de discernimiento y entendimiento, que nos hacen conscientes de nosotros mismos y de los demás. Gracias a la razón, podemos llegar a pensar y buscar lo que realmente parece ser justo, virtuoso y bueno, a saber, la felicidad (no, acá tampoco se hace alusión al comunismo o al castrochavismo).

  2. La falacias argumentativas también juegan un rol importante en la actividad política. Recuerde que una falacia es un argumento (o mejor un pseudoargumento) que parece ser válido, pero en realidad no lo es. ¡POR FAVOR, NO SUSTENTE NI DEFIENDA SUS IDEAS POR MEDIO DE ELLAS! Ahora bien, en época de elecciones es muy común recurrir a las siguientes falacias lógicas: a. Argumento ad hominem: cuando se busca atacar a la persona, en vez de sus argumentos, por ejemplo, cuando Federico Gutiérrez (alias “Fico”) ataca a Petro, señalándolo de guerrillero, en los debates presidenciales, pero no refuta ninguno de sus argumentos; b. Argumento ad populum: cuando se apela al argumento de la mayoría (éste, sí se considera un argumento populista), por ejemplo, cuando se apela a lo siguiente: Petro convertirá a Colombia en una segunda Venezuela, ya que es un ferviente seguidor del castrochavismo; c. Falacia del alegato especial: cuando se alude a una sola visión, dando a entender que el contrincante no es capaz de entender el debate en cuestión, por ejemplo, cuando se afirma lo siguiente: Petro dejará este país igual que dejó a Bogotá, un total caos; d. Falacia del francotirador: cuando se intenta buscar el sentido de algo que, en definitiva, no lo tiene, por ejemplo, cuando se alude a lo siguiente: Si Petro sale en fotos con Chávez, entonces es un comunista; e. Generalización apresurada: cuando se afirma o concluye algo teniendo en cuenta sólo una pequeña muestra, por ejemplo, cuando se dice lo siguiente… sabe qué, mejor no le haga caso a las encuestas que salen en los periódicos, diarios ni mucho menos en la televisión, la mayoría son falsas; f. Falacia del hombre de paja: cuando se tiene un argumento superior al otro, pero en vez de refutarlo, se menosprecia o se caricaturiza, por ejemplo, la mayoría de intervenciones en los debates presidenciales por parte del candidato Federico Gutiérrez (alias “Fico”) buscan caricaturizar o menospreciar los argumentos de Petro, creando hombres de paja; g. Falacia de la pendiente resbaladiza: si ocurre A, es muy probable que ocurra o pase B, por ejemplo cuando se afirma lo siguiente: Si elegimos a Petro, en consecuencia, habrá expropiación como sucedió en Venezuela; h. Falacia del falso dilema o falsa dicotomía: cuando se cree que sólo existen dos puntos de vista, por ejemplo, cuando se desconoce sobre teoría y filosofía política y se afirma que la izquierda es equivalente al socialismo o comunismo y la derecha es equivalente al fascismo.

  3. En su texto: ¿Qué es la ilustración?, Kant arguye a favor de la salida del hombre de su condición de minoría de edad (no, no se hace referencia acá de cuando usted cumple 18 años y ya está listo para regalar su voto por un plato de lechona), que representa la incapacidad del hombre para poder servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro. La propuesta de Kant se cierne sobre el siguiente lema: SAPERE AUDE, cuyo significado es el siguiente: “atrévete a pensar”. Para él, la cobardía y la pereza son los principales factores que mantienen enclaustrados a los hombres en su minoría de edad, guiados a su vez por otros seres humanos que fácilmente se erigirán como sus tutores.

Ahora bien, ¿todavía podemos considerarnos seres autónomos, objetivos y con una capacidad extraordinaria de raciocinio capaz de discernir con total coherencia sobre los asuntos políticos de nuestro país?

Enrique Pereira.

COLOMBIA Y SU NUDO GORDIANO

“la expresión nudo gordiano procede de una leyenda griega según la cual los habitantes de Frigia (actual Turquía) necesitaban elegir un rey, por lo que consultaron al oráculo. Este respondió que el nuevo soberano sería quien entrase por la Puerta del Este acompañado de un cuervo posado sobre su carro. El que cumplió las condiciones fue Gordias, un labrador que tenía por toda riqueza su carreta y sus bueyes. Cuando lo eligieron monarca fundó la ciudad de Gordio y, en señal de agradecimiento, ofreció al templo de Zeus su carro, atando la lanza y el yugo con un nudo cuyos cabos se escondían en el interior, tan complicado que nadie podía desatarlo. Según se dijo entonces, aquel que lo consiguiese conquistaría el Oriente del continente. ​

Cuando Alejandro Magno se dirigía a conquistar el Imperio persa en el 333 a. C., tras cruzar varias regiones conquistó Frigia, donde le enfrentaron al reto de desatar el nudo. Él solucionó el problema cortándolo de un golpe con su espada​, diciendo (según la narración de Curcio Rufo): “Es lo mismo cortarlo que desatarlo”.

Para este mito existen múltiples interpretaciones, pero, a mi parecer, hay dos que se acercan al pensamiento contemporáneo que nos atañe:

En la primera se podría equiparar con la actitud de los mal llamados coaches enamorados de las soluciones simples a problemas complejos, les encanta de un solo tajo desamarrar el nudo con frases como “tienes que echarle ganas” y si se fracasa es que no hubo demasiado esfuerzo o falta de él y aquello niega el éxito.

Y la segunda es la que se muestra precisamente en oposición a la anterior en donde los problemas complejos a los cuales se puede alguien enfrentar requieren de soluciones complejas, y si no se es lo suficientemente inteligentes como para solucionarlo, siempre llegará quien, por la fuerza, trate de hacerse con una solución simple.

Habiendo dicho esto, hoy por hoy Colombia se enfrenta a múltiples nudos gordianos en términos de economía, canasta familiar, pensiones, trabajo, salud, educación… entre otros, que aquejan a las personas que habitan el país o los que trabajan fuera, para poder enviar algo de dinero a su familia que aún sigue en Colombia; siendo la suma de estos problemas un gran nudo, el cual, durante las campañas, los candidatos a la presidencia prometen desenmarañar. Es aquí cuando los debates, las propuestas, las posiciones, la visión del país, pero sobre todo sus formas de abordar las problemáticas mencionadas anteriormente, toman relevancia a la hora de elegir a quien debería gobernar. Todos quieren pasar la puerta en el carro con el cuervo.

Es importante aclarar el hecho de que existe una cierta tendencia en la ciudadanía colombiana a que les encanten las respuestas simples a problemas complejos, existen hasta dichos para eso, no por nada las expresiones “el que piensa pierde” o “eso hágale sin mente” sean de uso cotidiano, a la hora de tomar decisiones en las vidas de los habitantes de esa Colombia facilista, aún hasta para las más importantes se tiene la creencia de que la divina providencia o alguna especie de suerte estará funcionando a favor. Esta actitud disfrazada de idiosincrasia, no es más que el reflejo de una profunda ignorancia fruto de la crisis educativa y social, en medio de la cual el ciudadano promedio no se da cuenta de lo importante dedicarse un tiempo para pensar, para poder plantear mejores soluciones a los problemas, sencillos o complejos, tanto de la cotidianidad como de las cosas que implican el futuro de todos de un país entero, que sufrirá las consecuencias de elegir representantes, llevados por pasiones o mala información; y no es por pereza o por estupidez, sino por la falta estructural de herramientas para alcanzar ese  pensamiento complejo de lo cotidiano.

Lo mencionado anteriormente, es en otras palabras el éxito del neoliberalismo, la normalización de la ignorancia, pero una ignorancia que no por carencia, sino como llenura y exceso de ideologías, de miedos, una peligrosa e irresponsable ausencia de la duda, en otras palabras, tenemos el buche lleno de certezas que no tienen nada que ver con nuestro principio de realidad. Por lo anterior, es importante repensar la forma en que tomamos una decisión tan importante como lo es, por quién votar, a quién vamos a designar para desatar nuestro nudo gordiano por las vías del conocimiento y no como lo hizo Carlo magno, por las vías de la violencia, o como se nos vendió ya hace varios años, con mano firme y corazón grande.

Pero ¿y por quién votar entonces? Esta es la pregunta que deberían estar haciéndose todos los colombianos. Si bien la democracia se nos muestra como un sistema de participación, a veces sentimos que no podemos escoger entre los mejores, sino simplemente escogemos lo que hay, los más populares, los de las encuestas, y en el peor de los casos el que diga fulano o por el que le pueda ganar a mengano, para no volvernos como nuestro país vecino. ¿Y qué tal que la pregunta este mal formulada? Qué tal si dejamos de preguntarnos por quién votar y mejor empezamos a preguntarnos ¿quién representa mejor mis intereses como ciudadano de a pie?, Porque eso si es lo que hacen los empresarios, como aquel de los bancos y los peajes o el de los bolsos y zapatos, además de que los mismos políticos buscan alianzas en inversionistas del extranjero; sus decisiones entonces, no se basan en ideologías y mucho menos en una cadena de WhatsApp, se basan en números, en proyecciones de sus propios ingresos, en políticas y leyes que beneficien sus finanzas, su apoyo a determinado político es más una inversión a un plazo de cuatro años, que una mera reacción visceral después de ver varios videos de la Cabal o de escuchar lo malo que fueron los candidatos en su pasado o de escuchar que nos vamos a volver como tal o cual país.

Usted, querido colombiano, quien probablemente al igual que yo es un asalariado más, o está esperando su pensión, o es independiente, o ya trató de hacer empresa y se quebró, o simplemente está ad-portas de iniciar su vida laboral, debería estar preguntándose: ¿Cuál de los candidatos representa mejor sus intereses como colombiano de a pies en el mediano y largo plazo? Y dicho esto, llegamos a un primer reto de nuestro nudo ¿cómo saber lo que es verdad y lo que no cuando la verdad toma distintos matices según desde donde se mire? Por ejemplo, para un Mario Hernández o Sarmiento Angulo, pobres viejecitos sin nadita que comer, un candidato que promueva el continuismo está bien, alguien que deje todo como está, un sistema tributario desigual, donde la clase media es la que sostiene el país y los que más ganan tributan menos, alguien que no toque el dinero de “sus pensiones”, pues lo utilizarán para comprar elecciones, hacer carreteras en las que luego debemos pagar peajes costosos y hasta centros comerciales para seguir ganando a costa de nuestros ahorros. Todo esto bajo la premisa de que antes debemos agradecer que nos den empleo, que deberíamos estar agradecidos y tener sentido de pertenencia para con la empresa, como si no entregáramos a cambio de unos centavos, nuestra salud, tiempo con nuestros seres queridos, calidad de vida, pago de altos intereses para mantener una banca que ni siquiera es nacional y ahora aún más grave, entregamos sin ser consultados nuestros ahorros de pensión, entonces ¿sentido de pertenencia? Eso es lo que los empresarios deberían tener con sus empleados, que son quienes mantienen sus fortunas a flote.

El segundo nudo gordiano que debemos desatar es la idea de ¿para qué? es o ¿cuál es el rol de la política en el país? Pues he tenido que escuchar personajes promoviendo su candidatura a la presidencia como la administración de una empresa, se ufanan de no haber sido políticos, sino empresarios. Pero es que el rol de una política verdadera no es equiparable al de una empresa, si bien, un presidente tiene que propender por la productividad del país, no puede ignorar el hecho de que el fin no es llevar todo un pueblo a favorecer la economía, sino que la economía debe florecer para devenir en bienestar de todo un pueblo, quienes a fin de cuentas sostenemos la economía. 

Por lo tanto, es urgente recordar que el papel del político no es representar intereses particulares, ni de banqueros o fabricantes de bolsos y zapatos, sino mediar entre las relaciones de poder que se dan entre los mecanismos económicos y la clase trabajadora, para establecer condiciones dignas y de igualdad de posibilidades, en otras palabras, alguien capaz de garantizar que aquellos que tienen mayores recursos económicos y aquellos que empiezan desde abajo como asalariados o independientes tengan reales oportunidades de crecimiento y no como pasa hoy día, que entre más trabajamos, más endeudados estamos o menos valor tiene nuestro trabajo frente a la inflación o una canasta familiar que sube sin control alguno.

Acercándome entonces al final de mi disertación, tengo una creencia que me suscita la situación anteriormente descrita y es que, al contrario de ciertos empresarios que “irradian” nobleza y son “generadores” de empleo en su afán de mantener como un sistema desigual la economía en nuestro país, para generar tanto dinero que no alcanzarían a gastarlo ni en tres vidas; el deseo de los colombianos de a pie es menos pretencioso, esta bañado de una humildad tan simple como legitima, no sé ustedes, pero por lo menos yo sólo quiero una manera digna de ganar un salario en el que se vea reflejado mi esfuerzo; la posibilidad de tener una casa digna, educación de calidad para mi hijo y el derecho a la vida garantizado. Probablemente usted no se identifique con esto, probablemente sí, o a lo mejor quiera cosas distintas, pero igual de humildes a las mías. Entonces, podríamos esperar usted y yo a que entre por la puerta grande aquel elegido por el oráculo uribista o por las encuestas de la revista semana, aquel con el cuervo en la carroza, o como hace cuatro años aquel que el oráculo nos vendió: Un cerdo en vez de un cuervo. Alguien capaz de seguir intrincando aún más un nudo que no quieren desatar porque así está bien; claramente las pocas familias que tienen la plata de este país están bien representadas. Los únicos interesados en desatar este nudo somos los pobres, quienes nos hemos enfrentado a él con soluciones simples por más de 200 años sin solución alguna, por supuesto, porque ahí estamos como dice el dicho “meando fuera del tiesto”.

Entonces, ¿va usted a seguir buscando las soluciones a los problemas del país en las redes sociales, o en los videos virales? ¿O en las noticias del medio día?, aprendamos a dudar de lo simple. Lo invito a que se toque el bolsillo, vea su extracto bancario, proyéctese en el futuro, vea cómo le está yendo laboralmente a sus hijos, acuérdese de las peripecias de ir al médico, o las muchas horas que ha gastado en Transmilenio para ir a un trabajo que no retribuye el esfuerzo que este implica y luego si, tome una decisión. Y si usted ya es consciente de lo que he planteado acá, sea amable al tratar de convencer a otros de sus propias precariedades, no se enfrasque en discusiones que no van para ningún lado, sino que ahondan aún más la brecha que nos separa como pueblo en crisis y además empobrecido. Se nos enseñó desde pequeños, que es más fácil educar a otros o enseñarles sus propios errores por la fuerza, pero en este punto creo que es más que obvio, que vamos a necesitar de todo nuestro esfuerzo y paciencia para encontrar una solución compleja a nuestro nudo gordiano. Tampoco espere una solución inmediata, arreglar un país en cuatro años es algo imposible, sáquese eso de la cabeza, porque ese es el camino a la desilusión y el regreso a los males de antes, es una respuesta casi inconsciente ya que parte del problema de tomar decisiones es que también hemos aprendido a pensar por opuestos: “si no está conmigo está contra mí”; izquierda o derecha, blanco o negro, es lo fácil ¿no? Así bien, y para concluir esta reflexión, no encontraremos una solución sin haber pasado por un proceso de tamizaje y decantación, sin haber puesto nuestros intereses a la luz de las propuestas y las políticas de los candidatos, sin preguntarnos si aquel por quien voto realmente me representará en los años por venir, si usted ya hizo esa labor, considérese afortunado, está un paso más cerca de llevar una vida real y dejar de ser el títere de los intereses que los demás que si la tienen muy clara de cara a las elecciones.   

Pablo Rojas.

LAS TRES COLUMNAS MÁS BUSCADAS DE FERNANDO GARAVITO.

Se cumplen cinco años de la muerte del periodista quien debió exiliarse en los Estados Unidos después de escribir la biografía no autorizada de Álvaro Uribe

Por: Las2orillas | octubre 27, 2015

Juan Mosca o El señor de las Moscas eran los seudónimos con los que este periodista firmaba sus investigaciones. Sus más cercanos amigos sabían que se hacía llamar así, en homenaje al libro del británico William Golding. Entró de lleno al periodismo cuando en 1975 junto a María Mercedes Carranza y Daniel Samper Pizano fundó la revista "Estravagario", en la ciudad de Cali para el periódico El Pueblo. Garavito fue esposo de Mercedes Carranza con quien tuvo a una hija, Melibea Garavito Carranza. Fue director de la revista Cromos, editor del periódico El Espectador y columnista del mismo medio, donde se convirtió en uno de los periodistas más críticos de las diversas esferas del mal en el país.

Escribió 14 libros entre investigaciones periodísticas y poesía. Su nombre produjo un gran remesón tras escribir la biografía no autorizada del expresidente Álvaro Uribe Vélez. Después de publicar este documento comenzó a recibir amenazas, todo indica que en el año 2002 por presiones del gobierno de turno su columna en El Espectador fue suspendida y ese mismo año se exilió en los Estados Unidos. Fernando Garavito murió en un extraño accidente en el año 2010 en ese país.

A continuación, reproducimos tres de sus columnas más buscadas en internet y comentadas en las universidades de periodismo del país:

Ciertas yerbas del pantano

[Columna publicada dos años antes de que Álvaro Uribe fuera Presidente]

Con bombos y platillos El Tiempo lanzó esta semana a Álvaro Uribe Vélez como su candidato presidencial. Cuatro columnas en primera página, foto desplegada con puño afirmativo y gesto intenso, preguntas concretas, respuestas ambiguas. El candidato anunció que va a asumir la defensa de los colombianos. Muy bien. Pero, ¿quién nos defenderá a los colombianos del candidato?

Su hoja de vida es más bien una hoja de muerte. Fue estudiante pobre del colegio Jorge Robledo, hijo de don Alberto Uribe Sierra, uno de esos personajes de los que está llena la historia de Antioquia, que le ponen la trampa al centavo y viven un poco de echar el cuento, de comprar al fiado, de captar dineros, de deber un poco aquí y un poco en la otra esquina. Pese a que don Alberto se convirtió en el corredor oficioso de finca raíz de ciertas yerbas del pantano y que era ostentoso como una catedral, con helicóptero y rejoneo incluidos, murió más pobre que el padre Casafús, quien fue tal vez el autor del milagro. Porque si no es un milagro, ¿cómo se explica que haya dejado esa inmensa y oportuna riqueza que sacó de problemas a sus tres vástagos, el candidato, el Carepapa y el Pecoso, que hasta el momento habían pasado las duras y las maduras para explicar la procedencia de algunos dinerillos?

Por ese entonces el candidato ya había salido del colegio y había olvidado a ciertas yerbas del pantano que fueron sus compañeros de curso, y que sólo volvieron a saber de él por los éxitos de su carrera política, por las frecuentes noticias del periódico, y por la fotografía que lucían los orgullosos propietarios de La Margarita del Ocho en su salón principal, donde aparecía rodeado por las más importantes ciertas yerbas del pantano, la cual desapareció misteriosamente sin que nadie haya vuelto a dar cuenta de su paradero. Al terminar su bachillerato, el candidato estudió Derecho en la Universidad de Antioquia y comenzó a sostener a los cuatro vientos que él "algún día" llegaría a ser presidente de la República. Y claro, va a serlo, como lo señala su meteórica carrera.

Primero, como representante de Guerra Serna, fue jefe de Bienes de las Empresas Públicas de Medellín, donde atropelló a todo aquel que no quiso vender sus tierras para el desarrollo hidroeléctrico El Peñol-Guatapé. Luego pasó sin pena ni gloria por la Secretaría General del Ministerio del Trabajo. Más adelante, en el gobierno de Turbay Ayala, fue director de Aeronáutica Civil. Allá logró el más acelerado desarrollo que haya tenido la industria aérea en Antioquia. El departamento se vio de pronto cruzado por múltiples pistas y por modernas aeronaves con sus papeles en regla. Durante ese período, fue socio de su director de Planeación, el notable empresario deportivo César Villegas, con quien importó las casas canadienses de madera que ahora lucen con tanto garbo su elegante perfil en las fincas de las más discretas ciertas yerbas del pantano. Pero salió de Aerocivil a raíz de un pequeño escándalo del cual dio cuenta pormenorizada el periódico que ahora apoya su candidatura, y se dedicó de lleno a la política.

Dejó a Guerra Serna con sus rifas de neveras y de electrodomésticos, y se hizo nombrar alcalde de Medellín en el gobierno del poeta Belisario. Allá aprendió a las mil maravillas el ceremonial que oculta la ineficiencia, pero salió sin consideración a sus méritos cuando visitó en el helicóptero oficial a ciertas yerbas del pantano. Después llegó al Congreso en compañía de su primo, Mario Uribe, electo ahora presidente del Senado sin siquiera una mención a su fervor religioso, que fue evidente a sus visitas al Señor Caído, en La Catedral, con credo incluido. Pero ese es un cuento que otro día les cuento.

El candidato fue también gobernador de Antioquia, donde se dedicó a convivir pacíficamente. Allá mostró su entusiasmo neoliberal, que hoy oculta con tanto cuidado: cerró la Secretaría de Obras, dejó cesantes a dieciséis mil empleados, privatizó las Empresas Departamentales de Antioquia, acabó con los hospitales regionales, e inició la privatización de la Empresa Antioqueña de Energía, antes de dilapidar el presupuesto en contratos de pavimentación que nunca logró terminar, y en la venta de futuros de la Empresa de Licores, todo lo cual contribuyó a dejar a Antioquia, que es inmensamente rica, en la ruina total.

Estuvo en Harvard, claro está (¿quién que es candidato no ha estado en Harvard?), donde jugó tenis con Andrés Pastrana mientras Juan Rodrigo Hurtado le hacía las tareas; compró hacienda en Córdoba (¿quién que es candidato no tiene hacienda en Córdoba?) donde quedó bajo la protección de ciertas yerbas del pantano; tuvo un almacén de alimentos y bebidas (¿quién que es candidato no ha tenido un almacén de alimentos y bebidas?) que se llamó "El gran banano"; y terminó por ser el candidato in pectore de los sectores más oscuros, peligrosos y reaccionarios del país. Los cuales, sobra decirlo, no son solamente Enrique Gómez y Pablo Victoria y compañía. También son, Dios nos ampare, las famosas y nunca bien elogiadas ciertas yerbas del pantano.

[Nota: Columna publicada en El Espectador, agosto 27, año 2000, página 14 A]

¡Róbese un banco!

Para dirigir la política de crédito de la América Latina, la solución es fácil: róbese un banco.

A finales de julio, veinte de los veintiocho países con derecho a voto eligieron como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, BID, al embajador de Colombia en los Estados Unidos, Luis Alberto Moreno.

La hoja de vida de Moreno dice que "al momento de su nombramiento en Washington (1998), se desempeñaba como socio de un fondo de inversiones con negocios en Latinoamérica". Rigurosamente cierto. Ese fondo era el WestSphere Capital Andina, del que formaba parte junto con otros políticos de medio pelo en Colombia.Él y sus socios se hicieron al poder en 1998, en apariencia bajo la dirección de Andrés Pastrana. Pero Pastrana era sólo un figurín, un caballerete. El cerebro de la organización era Moreno.

De los socios de WestSphere, Moreno fue embajador en los Estados Unidos, Fernando Londoño, ministro del Interior y cerebro del régimen en el actual gobierno, Luis Fernando Ramírez, ministro de Defensa, y Camilo Gómez comisionado de Paz. El otro, Moisés Jacobo Bibliowicz, permaneció en el sector privado, donde se dedicó a llevar los negocios del grupo.

Esos negocios habían comenzado de tiempo atrás cuando, en un acto de piratería internacional, WestSphere compró el Banco del Pacífico, una entidad con sede en el Ecuador y con una importante sucursal en Colombia.

Todo grupo que se respete, debieron pensar los socios, tiene un banco. Y helos aquí, propietarios de uno en bancarrota y sin que nada ni nadie pudiera salvarlo de la ruina. Pero estamos en Colombia. Y ¿qué importancia puede tener semejante minucia en un país hundido en la corrupción como Colombia?

Pues bien, con la complicidad de la directora de Impuestos (que después fue embajadora en Canadá), y de la superintendente bancaria (que llegó a ser ministra de Salud), los socios lograron recibir depósitos por impuestos que sumaron 35 millones de dólares. Una vez el dinero se esfumó (porque se esfumó), el gobierno cerró el banco e inició la investigación de rigor que no condujo a nada. Luego, los socios entraron a ocupar sus altos destinos, y los colombianos se quedaron con los crespos hechos.

Repito: el autor de esa masacre es ahora el nuevo y flamante presidente del BID. Cuando al señor Rodríguez, secretario de la OEA, le comprobaron manejos indebidos como presidente de Costa Rica, tuvo que renunciar a su cargo un mes después de posesionarse. Pero en Colombia las cosas son a otro precio. En Colombia todos son cómplices.

De manera que Moreno seguirá ahí hasta que el robo (por el cual se le sigue un proceso penal en el Ecuador) pueda tener una dimensión que se acomode más a su ambición que a su estatura. Y no se trata de una frase ambigua: Moreno es enano.

Poner al BID en manos de Moreno, es como poner el queso en la cueva del gato.

Paramilitar para paramilitares

El 27 de febrero de 1997, los pobladores de Bijao del Cacarica, una población perdida en el noroeste de Colombia, fueron invitados a un partido de fútbol. Quienes los convocaron señalaron que la asistencia era obligatoria. No hubo carteles, porque en esos sitios se desconocen toda suerte de sofisticaciones, ni perifoneo, dado el mínimo tamaño del casco urbano. Bastó “pasar la voz”. Uno de los equipos, el conformado por los miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia, se perfilaba como ganador. El otro, el de los soldados del Ejército Nacional, buscaba de alguna manera salir avante del compromiso. En medio del silencio sepulcral provocado por los acontecimientos de los tres últimos días, los vecinos se reunieron poco a poco bajo la sombra de los árboles. Fue entonces cuando los equipos saltaron a la cancha. Alguien preguntó cómo podría distinguirlos, si todos vestían el mismo uniforme y todos lucían la misma facha feroz y llevaban terciados al hombro idénticos fusiles. “Tiene que fijarse en el letrero del brazo derecho”, respondió otro. “Los que tienen letrero son de las AUC. Los otros, del Ejército”.

Tres días atrás, en su oficina de la XVII Brigada, con sede en Carepa, el general Rito Alejo del Río había puesto en marcha la “Operación Génesis”, contra el frente 57 de las FARC. Con el apoyo de aviones provistos de bombas y ametralladoras, soldados y paramilitares llegaron hombro a hombro a Bijao, quemaron casas, saquearon la población y amenazaron de muerte a los vecinos. Por eso, cuando estos supieron que habría un encuentro amistoso, pensaron que la ola de terror comenzaba a ceder, y que los intrusos regresarían pronto a sus cuarteles.

Una vez reunidos, el árbitro hizo sonar su silbato. Cada uno de los equipos ocupó su puesto estratégico en el terreno de juego. Entonces, un ayudante trajo hasta el centro de la cancha una bolsa de fique, y vació su contenido en un punto equidistante entre los encargados de hacer el primer disparo. Los asistentes dejaron escapar un grito de horror. El balón con el que jugarían los contendientes era la cabeza de Marino López, uno de sus amigos.

Durante largos minutos el único ruido que pudieron percibir los habitantes fue el de las patadas que daban los jugadores contra el cráneo destrozado. En medio del oprobioso sol de esa mañana interminable, el equipo de las Autodefensas logró vencer dos veces la portería de su adversario. Después del segundo gol el capitán del equipo vencedor anunció que el balón había sacado la mano (“sacar la mano” es una frase que se aplica en Colombia a lo que ya no sirve), y que, por consiguiente, terminaba el partido.

Los miembros del equipo del Ejército Nacional tuvieron que conformarse. No les gustaba perder, pero el juego había sido limpio. El delantero, que estuvo a punto de meter dos o tres goles, se disculpó con sus compañeros. “El balón era pésimo”, les dijo. “Ojalá la próxima vez lo inflen antes del partido”.

Luego, los contendientes se abrazaron y salieron a emborracharse a la tienda del pueblo. “Lo que es aquí no queda uno solo de esos bandidos”, anunció el jefe de las autodefensas. Y todos aplaudieron.

Este, claro está, es el guión necesario para una película de terror. Porque, en realidad, lo que pasó fue mucho peor.

“El 27 de febrero estando allá en Bijao” –le cuenta a “Justicia y Paz” uno de los testigos– “llega un grupo de paramilitares y un militar, a eso de las 9:00 de la mañana. Marino López, me dice ‘estoy con miedo, no sé si salir a Turbo’. Los paramilitares y también militares rodearon todo el caserío. La gente ya había salido, unos más arriba, otros a La Tapa. Nos juntaron a todos, nos amenazaron. A Marino lo obligaron a bajar unos cocos. Él como con miedo, y nosotros diciéndoles, ‘ya nos vamos’. Marino les decía ‘si fueron tres días los que nos dieron’, y dijo uno ‘ustedes se van hoy’. Dos de los doce militares tomaron a Marino. Luego de entregarles los cocos, él se puso sus botas y su camisa, y les pidió sus documentos de identidad. Uno de ellos dice: ‘Ahora sí quiere el documento de identidad, guerrillero. Reclámeselos a su madre”. Y vuelven a acusarlo de guerrillero. Él les dice: ‘ustedes saben que yo no soy guerrillero’. Lo insultan, lo golpean. Uno de los criminales coge un machete y le corta el cuerpo. Marino intenta huir, se arroja al río, pero los paramilitares, lo amenazan: ‘si huye le va peor’. Marino regresa, extiende su brazo izquierdo para salir del agua. Uno de los paramilitares le mocha la cabeza con el machete. Luego le cortan los brazos en dos, las dos piernas a la altura de las rodillas. Y empiezan a jugar fútbol con su cabeza. Todas y todos lo vimos. Ya no había nada más que decir, qué hablar. Todo estaba dicho. Endiablados, sin ninguna fe, ninguna moral. Todo gris, el alma, el cielo, la tierra. Todo se hizo silencio. Todo fue terror. El bombardeo del cuerpo, el bombardeo del alma. La muerte se hizo un juego”.

Ese fue el comienzo del año de terror que vivió la región de Cacarica en 1997. El 4 de abril, siguen los testimonios, un comando de militares y paramilitares acantonados en Apartadó, le abrieron el vientre a Daniel Pino delante de observadores internacionales que habían llegado días antes a la zona para comprobar algunas denuncias relacionadas con los atropellos a los derechos humanos. Tratando de detener el derrame de sus intestinos, el campesino agonizó durante una hora sin que nadie pudiera auxiliarlo.

El 28 de mayo del mismo año, militares y paramilitares (anoto que repetiré cuantas veces sea necesario “militares y paramilitares”) le cortaron el cuero cabelludo a Edilberto Jiménez, un vecino de Pavarandó, lo pasearon por el pueblo con el cráneo cubierto de moscas y de jejenes, y lo remataron delante de la casa de sus padres. El 15 de junio, en Bella Vista, Bojayá, militares y paramilitares acuchillaron en el cuello a Wilmer Mena y luego le cortaron los brazos. Y después, el 26 de noviembre, militares y paramilitares sacaron de sus casas a Heriberto Areiza y a Ricaurte Monroy, vecinos de La Balsita, les arrancaron los ojos y les llenaron de ácidos las órbitas vacías.

Estos son sólo algunos ejemplos del procedimiento y de los autores materiales de la “Operación Génesis”, ideada por el general Del Río. Presionado por la comunidad internacional, el gobierno de Andrés Pastrana lo llamó a calificar servicios. Pero en Colombia esos hechos siempre quedan impunes. Poco tiempo después, Álvaro Uribe, un político gris que quería llegar a la Presidencia de la República, le dio el título de “Pacificador del Urabá” en un banquete de desagravio. Y quedó como tal, y como tal se le conoce.

Pues bien. El “Pacificador del Urabá” perdió su visa para entrar a los Estados Unidos cuando el gobierno de ese país lo acusó como sospechoso de narcotráfico y terrorismo. El pasado 12 de marzo, en su habitual rueda de prensa, el Departamento de Estado anunció que la medida se tomó “en 1999, por los cargos mencionados, bajo ley de inmigración numerales 212 A3B y A2C”.

EL EVANGELIO SEGÚN MARCOS (Cuento)

Jorge Luis Borges.

El hecho sucedió en la estancia Los Álamos, en el partido de Junín, hacia el sur, en los últimos días del mes de marzo de 1928. Su protagonista fue un estudiante de medicina, Baltasar Espinosa. Podemos definirlo por ahora como uno de tantos muchachos porteños, sin otros rasgos dignos de nota que esa facultad oratoria que le había hecho merecer más de un premio en el colegio inglés de Ramos Mejía y que una casi ilimitada bondad. No le gustaba discutir; prefería que el interlocutor tuviera razón y no él. Aunque los azares del juego le interesaban, era un mal jugador, porque le desagradaba ganar. Su abierta inteligencia era perezosa; a los treinta y tres años le faltaba rendir una materia para graduarse, la que más lo atraía. Su padre, que era librepensador, como todos los señores de su época, lo había instruido en la doctrina de Herbert Spencer, pero su madre, antes de un viaje a Montevideo, le pidió que todas las noches rezara el Padrenuestro e hiciera la señal de la cruz. A lo largo de los años no había quebrado nunca esa promesa. No carecía de coraje; una mañana había cambiado, con más indiferencia que ira, dos o tres puñetazos con un grupo de compañeros que querían forzarlo a participar en una huelga universitaria. Abundaba, por espíritu de aquiescencia, en opiniones o hábitos discutibles: el país le importaba menos que el riesgo de que en otras partes creyeran que usamos plumas; veneraba a Francia, pero menospreciaba a los franceses; tenía en poco a los americanos, pero aprobaba el hecho de que hubiera rascacielos en Buenos Aires; creía que los gauchos de la llanura son mejores jinetes que los de las cuchillas o los cerros. Cuando Daniel, su primo, le propuso veranear en Los Álamos, dijo inmediatamente que sí, no porque le gustara el campo sino por natural complacencia y porque no buscó razones válidas para decir que no.

El casco de la estancia era grande y un poco abandonado; las dependencias del capataz, que se llamaba Gutre, estaban muy cerca. Los Gutres eran tres: el padre, el hijo, que era singularmente tosco, y una muchacha de incierta paternidad. Eran altos, fuertes, huesudos, de pelo que tiraba a rojizo y de caras aindiadas. Casi no hablaban. La mujer del capataz había muerto hace años.

 

Espinosa, en el campo, fue aprendiendo cosas que no sabía y que no sospechaba. Por ejemplo, que no hay que galopar cuando uno se está acercando a las casas y que nadie sale a andar a caballo sino para cumplir con una tarea. Con el tiempo llegaría a distinguir los pájaros por el grito.

A los pocos días, Daniel tuvo que ausentarse a la capital para cerrar una operación de animales. A lo sumo, el negocio le tomaría una semana. Espinosa, que ya estaba un poco harto de las bonnes fortunes de su primo y de su infatigable interés por las variaciones de la sastrería, prefirió quedarse en la estancia, con sus libros de texto. El calor apretaba y ni siquiera la noche traía un alivio. En el alba, los truenos lo despertaron. El viento zamarreaba las casuarinas. Espinosa oyó las primeras gotas y dio gracias a Dios. El aire frío vino de golpe. Esa tarde, el Salado se desbordó.

Al otro día, Baltasar Espinosa, mirando desde la galería los campos anegados, pensó que la metáfora que equipara la pampa con el mar no era, por lo menos esa mañana, del todo falsa, aunque Hudson había dejado escrito que el mar nos parece más grande, porque lo vemos desde la cubierta del barco y no desde el caballo o desde nuestra altura. La lluvia no cejaba; los Gutres, ayudados o incomodados por el pueblero, salvaron buena parte de la hacienda, aunque hubo muchos animales ahogados. Los caminos para llegar a la estancia eran cuatro: a todos los cubrieron las aguas. Al tercer día, una gotera amenazó la casa del capataz; Espinosa les dio una habitación que quedaba en el fondo, al lado del galpón de las herramientas. La mudanza los fue acercando; comían juntos en el gran comedor. El diálogo resultaba difícil; los Gutres, que sabían tantas cosas en materia de campo, no sabían explicarlas. Una noche, Espinosa les preguntó si la gente guardaba algún recuerdo de los malones, cuando la comandancia estaba en Junín. Le dijeron que sí, pero lo mismo hubieran contestado a una pregunta sobre la ejecución de Carlos Primero. Espinosa recordó que su padre solía decir que casi todos los casos de longevidad que se dan en el campo son casos de mala memoria o de un concepto vago de las fechas. Los gauchos suelen ignorar por igual el año en que nacieron y el nombre de quien los engendró.

En toda la casa no había otros libros que una serie de la revista La Chacra, un manual de veterinaria, un ejemplar de lujo del Tabaré, una Historia del Shorthorn en la Argentina, unos cuantos relatos eróticos o policiales y una novela reciente: Don Segundo Sombra. Espinosa, para distraer de algún modo la sobremesa inevitable, leyó un par de capítulos a los Gutres, que eran analfabetos. Desgraciadamente, el capataz había sido tropero y no le podían importar las andanzas de otro. Dijo que ese trabajo era liviano, que llevaban siempre un carguero con todo lo que se precisa y que, de no haber sido tropero, no habría llegado nunca hasta la Laguna de Gómez, hasta el Bragado y hasta los campos de los Núñez, en Chacabuco. En la cocina había una guitarra; los peones, antes de los hechos que narro, se sentaban en rueda; alguien la templaba y no llegaba nunca a tocar. Esto se llamaba una guitarreada.

Espinosa, que se había dejado crecer la barba, solía demorarse ante el espejo para mirar su cara cambiada y sonreía al pensar que en Buenos Aires aburriría a los muchachos con el relato de la inundación del Salado. Curiosamente, extrañaba lugares a los que no iba nunca y no iría: una esquina de la calle Cabrera en la que hay un buzón, unos leones de mampostería en un portón de la calle Jujuy, a unas cuadras del Once, un almacén con piso de baldosa que no sabía muy bien dónde estaba. En cuanto a sus hermanos y a su padre, ya sabrían por Daniel que estaba aislado -la palabra, etimológicamente, era justa- por la creciente.

 

Explorando la casa, siempre cercada por las aguas, dio con una Biblia en inglés. En las páginas finales los Guthrie -tal era su nombre genuino- habían dejado escrita su historia. Eran oriundos de Inverness, habían arribado a este continente, sin duda como peones, a principios del siglo diecinueve, y se habían cruzado con indios. La crónica cesaba hacia mil ochocientos setenta y tantos; ya no sabían escribir. Al cabo de unas pocas generaciones habían olvidado el inglés; el castellano, cuando Espinosa los conoció, les daba trabajo. Carecían de fe, pero en su sangre perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista y las supersticiones del pampa. Espinosa les habló de su hallazgo y casi no escucharon.

Hojeó el volumen y sus dedos lo abrieron en el comienzo del Evangelio según Marcos. Para ejercitarse en la traducción y acaso para ver si entendían algo, decidió leerles ese texto después de la comida. Le sorprendió que lo escucharan con atención y luego con callado interés. Acaso la presencia de las letras de oro en la tapa le diera más autoridad. Lo llevan en la sangre, pensó. También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota. Recordó las clases de elocución en Ramos Mejía y se ponía de pie para predicar las parábolas.

Los Gutres despachaban la carne asada y las sardinas para no demorar el Evangelio.

Una corderita que la muchacha mimaba y adornaba con una cintita celeste se lastimó con un alambrado de púa. Para parar la sangre, querían ponerle una telaraña; Espinosa la curó con unas pastillas. La gratitud que esa curación despertó no dejó de asombrarlo. Al principio, había desconfiado de los Gutres y había escondido en uno de sus libros los doscientos cuarenta pesos que llevaba consigo; ahora, ausente el patrón, él había tomado su lugar y daba órdenes tímidas, que eran inmediatamente acatadas. Los Gutres lo seguían por las piezas y por el corredor, como si anduvieran perdidos. Mientras leía, notó que le retiraban las migas que él había dejado sobre la mesa. Una tarde los sorprendió hablando de él con respeto y pocas palabras. Concluido el Evangelio según Marcos, quiso leer otro de los tres que faltaban; el padre le pidió que repitiera el que ya había leído, para entenderlo bien. Espinosa sintió que eran como niños, a quienes la repetición les agrada más que la variación o la novedad. Una noche soñó con el Diluvio, lo cual no es de extrañar; los martillazos de la fabricación del arca lo despertaron y pensó que acaso eran truenos. En efecto, la lluvia, que había amainado, volvió a recrudecer. El frío era intenso. Le dijeron que el temporal había roto el techo del galpón de las herramientas y que iban a mostrárselo cuando estuvieran arregladas las vigas. Ya no era un forastero y todos lo trataban con atención y casi lo mimaban. A ninguno le gustaba el café, pero había siempre una tacita para él, que colmaban de azúcar.

El temporal ocurrió un martes. El jueves a la noche lo recordó un golpecito suave en la puerta que, por las dudas, él siempre cerraba con llave. Se levantó y abrió: era la muchacha. En la oscuridad no la vio, pero por los pasos notó que estaba descalza y después, en el lecho, que había venido desde el fondo, desnuda. No lo abrazó, no dijo una sola palabra; se tendió junto a él y estaba temblando. Era la primera vez que conocía a un hombre. Cuando se fue, no le dio un beso; Espinosa pensó que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Urgido por una íntima razón que no trató de averiguar, juró que en Buenos Aires no le contaría a nadie esa historia.

 

El día siguiente comenzó como los anteriores, salvo que el padre habló con Espinosa y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres. Espinosa, que era librepensador pero que se vio obligado a justificar lo que les había leído, le contestó:

-Sí. Para salvar a todos del infierno.

Gutre le dijo entonces:

- ¿Qué es el infierno?

-Un lugar bajo tierra donde las ánimas arderán y arderán.

- ¿Y también se salvaron los que le clavaron los clavos?

-Sí -replicó Espinosa, cuya teología era incierta.

Había temido que el capataz le exigiera cuentas de lo ocurrido anoche con su hija. Después del almuerzo, le pidieron que releyera los últimos capítulos. Espinosa durmió una siesta larga, un leve sueño interrumpido por persistentes martillos y por vagas premoniciones. Hacia el atardecer se levantó y salió al corredor. Dijo como si pensara en voz alta:

-Las aguas están bajas. Ya falta poco.

-Ya falta poco -repitió Gutrel, como un eco.

Los tres lo habían seguido. Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha lloraba. Espinosa entendió lo que le esperaba del otro lado de la puerta. Cuando la abrieron, vio el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: es un jilguero. El galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz.

FIN

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO EN LA CURVA FINAL DE LOS JUEGOS PANAMERICANOS DE LA POLÍTICA COLOMBIANA.

“Ligia Riveros: ¿Realmente ustedes están interesados en su legalización? ¿En ser un partido político?

Jaime Bateman: Hemos dicho en varias oportunidades que eso sería lo ideal, pero a nosotros nos interesan más la apertura democrática, los cauces

democráticos, las libertades políticas, las soluciones a los

problemas fundamentales del pueblo.

Por eso estamos luchando. Ahí es donde ponemos el acento.”

Ligia Riveros y José M. Cataño. Fragmento entrevista a Jaime Bateman Cayón

“Una neurosis no funciona lo mismo si el sujeto sabe lo que le está pasando que si lo ignora, una sociedad tampoco funciona lo mismo si la gente sabe cuáles son

los procesos que ocurren, que si no lo sabe.

​Por lo tanto, ahí tenemos una primera diferencia interesante: la ignorancia de lo

que es, hace parte del ser del objeto estudiado y por tanto no hay

tal estudio que sea efectivamente neutro”.

Zuleta E.

 

“Según el gran físico Louis de Broglie, existiría una relación entre el hecho de «ser ocurrente» y el de hacer descubrimientos científicos, significando aquí «ser ocurrente»

 la capacidad de «establecer repentinamente aproximaciones inesperadas». Si ello fuera cierto, los alemanes serían incapaces de innovar en materia de ciencia. Swift se

extrañaba ya de que un pueblo de espíritu lento y pesado tuviese en su

haber tantas invenciones. Sin embargo, la invención supone menos la

vivacidad de espíritu que la perseverancia, la capacidad de ahondar,

de rebuscar, de empeñarse en lograr algo... La chispa surge

de la obstinación”.

E.M. Cioran

 

"Las polémicas son inútiles, estar de antemano de un lado o del otro es un error, sobre todo si se oye la conversación como una polémica, si se la ve como un juego en el cual alguien gana y alguien pierde.

El diálogo tiene que ser una investigación y poco importa que la verdad salga de boca de uno o de boca de otro. Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa

llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos”.
Jorge Luis Borges

 

 

 

“Hubo una vez un hombre que perdió sus llaves en el lado oscuro de la calle y fue a buscarlas al otro lado, debajo del poste de luz. Cuando alguien le pregunto por qué

buscaba las llaves de ese lado y no del lado que las había perdido,

contestó que porque allí había más luz.
Esta historia muestra la forma como vivimos nuestra vida: buscando las

cosas en el lugar equivocado. Sentimos que nuestra vida

no funciona, que debiera ser diferente, y por eso

vivimos buscando toda clase de soluciones.

Pero no nos damos cuenta de que,

al hacerlo, nos alejamos

del único lugar

donde está la solución:

 nosotros mismos.”

Charlotte Joko Beck, Steve Smith

 

 

“El bambú es la planta con el crecimiento más rápido que existe en todo el reino vegetal. Hay quien dice, que, en la etapa de desarrollo, si te sientas pacientemente a observarlo, puedes verlo crecer. Ya que puede llegar a crecer hasta 1 metro por día.


 

Si siembras una semilla de bambú en la tierra de tu jardín, la riegas y la cuidas... y en siete años de cuidados no consigues que brote ni un pequeño tallo. No desesperes… Podría ser una decepción para ti, pero recuerda que el éxito es un proceso. Te preguntarás ¿Cómo es qué esa planta que crece tan rápido no crece en mi jardín?” (http://www.despertar-emprendedor.com/2018/01/la-metafora-del-bambu.html )

 

Una de las muchas trampas del lenguaje es la “privatización” de ciertas palabras a una determinada ideología. Por ejemplo, emprendimiento y éxito, son conceptos que, pareciera, fuesen propiedad de la ideología neoliberal. Camarada, compañero, de las ideologías de izquierda, y así, ad infinitum. Sin embargo, el éxito, las matemáticas, la física, las metas, el emprendimiento, etc., etc. no son conceptos propiedad de ninguna ideología. Son patrimonio de la humanidad, es decir, del universo, pues, “somos polvo de estrellas”. (Sagan Carl).

Cuando el lúcido Jaime Bateman Cayón, revela en agosto de 1982, que la meta del M-19, como movimiento político, no solo es ser legal, sino que lo legal, en tanto medio, siempre como medio, al lado de otros muchos medios (el sancocho nacional), se pone al servicio de la vida, de la cultura de la vida, el centro.

Se pone al servicio de la vida, gestionando la política de la vida, esto es, “la apertura democrática, los cauces democráticos, las libertades políticas, las soluciones a los problemas fundamentales del pueblo.  Por eso estamos luchando. Ahí es donde ponemos el acento”, ni más ni más, en la gestación, desarrollo y consolidación de una república libre, responsable, democrática, cuyo vagón remolque son, ya en embrión, sus ciudadanías, indefectiblemente, de y hacia amplios horizontes: la antípoda del rebaño, otrora el rebaño.

Y como se puso el acento, quienes lo pusieron, liderados, virtuosamente, por Gustavo Petro, y otros, en la sombra, a distancia discreta, como tiene que ser, entraron de lleno en la metáfora del bambú, con yerros y aciertos, como todos, con empecinada obstinación, no como todos, y el que abandona, el que se cansa, pierde. Y, tal vez, ese empecinamiento, obstinado, es el homenaje más hermoso que se le pueda hacer a Jaime Bateman y a sus afines, que sumados, en su esencia virtuosa, constituyen al pueblo colombiano, finalmente, el bellamente homenajeado.

 

Y no se desesperaron, en esencia, a pesar de que se desesperaron, a veces, y las ulceras y otras anomalías no faltaron, pero era y es la forma, no el fondo. El fondo ha sido y es la paciencia y la tenacidad.

El gran senador y mejor pensador, Iván Cepeda Castro, simboliza, entre muchos, esa tenacidad, esa paciencia, esa obstinación y la extiende al conjunto del Pacto Histórico, como, nítidamente lo precisa en un trino del 10 de mayo de 2022: “No somos ingenuos. Sabemos que los sectores más arcaicos y extremistas de la política colombiana recurrirán a los peores métodos -incluidas las acciones criminales- para evitar el triunfo del Cambio Histórico”.

Y no fueron ingenuos porque, tercamente, también, en el bonito sentido del término, buscaron y buscan las llaves no en el poste de luz, en el facilismo, sino en el lado oscuro de la calle, donde se perdieron, y al hacerlo, ha habido y hay mayor conocimiento (ciencia, filosofía y arte, mejor orientadas) y menor ignorancia (menos ideología y mejor orientada). Y las buscaron y las buscamos con laboriosidad obstinada.

Y se han ido encontrando las llaves y el éxito (el cumplimiento de la esencia de las metas) ha ido, sigue y seguirá llegando porque encontrar las llaves es complejizar los fenómenos, es comprenderlos mínimamente, y ese reconocimiento hace que el fenómeno funcione diferente, como efectivamente ocurrió en los resultados de la primera mitad de los juegos panamericanos de la política electoral colombiana, el 13 de marzo de 2022, en los que el Pacto Histórico (el espíritu heroico, épico de Jaime Bateman y afines, esto es, del noble pueblo colombiano) fue la fuerza mayoritaria.

Y lo fue, porque en la tríada tiempos, espacios y esfuerzos, estos últimos fueron expandidos y profundizados en una bella democratización del esfuerzo y las responsabilidades, como tiene que ser, optimizando, por supuesto, los tiempos y los espacios.

Ello produjo, también, como tiene que ser, un incremento significativo (aunque, todavía, en modo embrión, ni más faltaba) del nivel de inteligencia, de la crítica y de la astucia de las ciudadanías libres, responsables y democráticas, dentro y por fuera del Pacto Histórica, y de  su conjunto, pues sus ideologías fuertes se han debilitado, y su ethos científico, filosófico y artístico prosigue su fortalecimiento.

Las siembras de semillas de bambú que plantó el gran Jaime Bateman Cayón y afines, en su época, antes y después, se las ha cuidados con especial y amoroso esmero y el 13 de marzo, unas formidables varas crecieron hasta 20 mts y el Pacto Histórico, con otras fuerzas alternativas y complementarias, aseguró una mínima gobernabilidad, si se gana la presidencia.

Para la segunda mitad de los juegos panamericanos de la política colombiana electoral, que tendrán lugar y tiempo el 29 de mayo de 2022, como no se sembraron vientos sino vigorosas y resilientes semillas de bambú, han estado, están y estarán emergiendo varas de 20 mts o más, en  tiempos récords y una explosión, mejor, un tsunami de profusa creatividad, de obstinada laboriosidad, de mística y épica, de emocionada abnegación, brota de las entrañas del Pacto Histórico, y, en general, de todo el Frente Amplio por la Paz, por la Vida, embrionando y alumbrando fértiles saltos cualitativos, con todos sus yerros, por supuesto, siempre, hasta donde se pueda, sometidos a crítica.

Y a ese crecimiento aritmético (pero amplio), todavía, en los saltos cualitativos del Frente Amplio y del Pacto Histórico en la campaña presidencial y vicepresidencial, las élites de la derecha y la extrema derecha mafiosa, vía acción-reacción primitivas,  sienten, re-sienten que la temperatura de su hervidero emocional, de su terror, de su angustia, de su ansiedad, de algo que va más allá de la hiperdesesperación, avanza peligrosamente y amenaza con colocarla en modo de estampida, de un punto de no retorno en su capacidad de autocontrol.

Esa tendencia, fuertemente in crescendo, en el ethos de la élite mafiosa, puede obligar un cambio en la intensidad del uso y el abuso que hace de la violencia simbólica, de la cual se verán perlas mucho peores (más inefectivas, más risibles) que lo del perdón social, lo de sancionar al Alcalde Daniel Quintero, lo de resucitar a Carlos Castaño para otorgarle su apoyo al Pacto Histórico, respondido con especial sindéresis por el gran senador, Luis Fernando Velasco, etc., etc.

Como el terror que la invade crece exponencialmente (es la primera vez que su zona de confort, tan violenta y cruelmente cuidada, está seriamente amenazada, después de 500 años), el riesgo está en que, superado cierto umbral, dicho incremento la lleve a perder su capacidad de autocontrol, colocándose en modo estampida, y, entonces, la violencia física, reservada hasta ahora, para los sectores urbanos y rurales más vulnerables, se convierta en canto de sirena irresistible para atenuar su vértigo y su horror al vacío ideológico, y decida, en su hiperdesesperación, apelar a los magnicidios (no sería solamente, Gustavo Petro, como en Bolivia, la presa no fue solo Evo Morales) y a la violencia generalizada.

 

Frente al diagnóstico de “no somos ingenuos”, cabe esperar que la elevación, en expansión y profundización, de la inteligencia, la crítica y la astucia del Frente Amplio y del Pacto Histórico, se entienda con especial nitidez, separando el grano de la paja, que, no en la recta, que en la curva final de la segunda mitad de los juegos panamericanos de la política electoral colombiana, su tsunami de creatividad, de obstinación laboriosa, se traduzca en crecimientos ya no aritméticos sino exponenciales de sus salto cualitativos y que no se gane raspando sino contundentemente, en la primera vuelta, entre otras cosas, porque se ha sido, se es y se será heroicamente valientes, es decir, que se toman riesgos, no con cautela, sino con una muy especial, muy esmerada cautela.

Así, el problema ya no es ganar, pues se ha deseado bien, con efectividad y se está sabiendo qué hacer para ello, para ganar en primera vuelta. El problema, para estos últimos 15 días de la curva final, es desear bien para ganar con contundencia en la primera vuelta, es decir, obtener el 55%, o más, de los votos para las candidaturas del Pacto Histórico y del Frente Amplio por la Paz, por la Vida.

El desafío precedente implica para el actual nivel de inteligencia,, crítica y astucia del Pacto Histórico y del Frente Amplio, redoblar los esfuerzos, y, casi, generalizar los sobreesfuerzos  que millones (cada vez más, pues la audiencia crece y crece la audiencia), de sus directivos (que ojalá todos sus parlamentarios  y senadores pongan no su grano sino su grava), de su militancia y de sus simpatizantes, aprieten y profundicen su acelerador, no su desesperación, pues, por fortuna, dichos sobre-esfuerzos son para la cultura de la vida.

Esa cultura de la vida que se enaltece y vigoriza con la entrada, por la puerta grande, de los artistas y los deportistas, al Frente Amplio, y, otras muchas y ricas simbologías que revelan la maravillosa simbiosis, en su ethos, de la ética, los pies de la política (la ética de mayoría de edad cultural es la política) y la estética.

Con esas ética, política y estética, Colombia se convertirá en una potencia mundial de la vida porque entendió y aprovechó (sabiduría) el diagnóstico de Borges: “Me toco vivir tiempos difíciles, como a todos los hombres”. A.M.R.

El fenómeno “Uribe”

Cuando se trata de marchar por la justicia, el derecho a una educación y salud de calidad, los uribistas sólo hacen mella y alboroto de aquellas personas que exigen un mejor futuro para Colombia, tildándolos de “izquierdistas”, “vagos”, “guerrilleros”, etc. Sin embargo, cuando se trata de defender a un político como Álvaro Uribe Vélez, que posee más de 270 procesos abiertos en su contra por paramilitarismo, narcotráfico, genocidio, compra de votos, etc., se apilan como roedores indignados exigiendo “justicia” por este genocida, denigrando el buen nombre de las pocas instituciones que aún se empeñan por alcanzar algo de justicia.

El Uribista promedio es un pelafustán que cree que exigir por una educación y salud de calidad es promover el socialismo. Sin embargo, ellos no saben qué es el socialismo, porque son personas promedio que sólo escuchan, leen y difunden información falsa que medios de comunicación como CARACOL o RCN se encargan de promocionar. Justifican las acciones y los asesinatos de este “honorable” matarife, ratificando algo como: “es que Uribe nos salvó de la guerrilla”, “antes no se podía viajar por Colombia porque el país estaba controlado por la guerrilla”, en fin.

La mentalidad de un Uribista reside en la avaricia, el egoísmo y el utilitarismo, son personas que justifican la desigualdad social diciendo algo como lo siguiente: “el que es pobre es porque quiere”; pues no, la mayoría no es pobre porque quiere, sino porque el progreso de un país como Colombia se ha visto obstruido y empantanado constantemente por la influencia de partidos políticos manchados de sangre y corrupción. Partidos que supuestamente son de “centro” y se vanaglorian de fomentar la “libertad” y la “democracia”, pero resultan ser simplemente FASCISMOS disfrazados de democracia.

Enrique Pereira.

Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?

(Véase en diciembre de 1783, página 516)[1]

Immanuel Kant [2]

La ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad causada por él mismo. La minoría de edad es la incapacidad para servirse del propio entendimiento sin la guía de otro. Esa minoría de edad es causada por el hombre mismo, cuando la causa de ésta no radica en una carencia del entendimiento, sino en una falta de decisión y arrojo para servirse del propio entendimiento sin la dirección del de algún otro. Sapere Aude! [3]  ¡Ten valentía para servirte de tu propio entendimiento! Esta es la consigna de la ilustración.

La pereza y la cobardía son las causas de por qué una gran parte de los hombres, luego de que la naturaleza los ha declarado libres, ya desde hace tiempo, de una dirección externa (naturaliter maiorennes)[4] , no obstante permanecen a gusto como menores de edad toda la vida; y de por qué le resulta a otros muy fácil convertirse en sus tutores. Es muy cómodo ser menor de edad. Si tengo una guía espiritual que tiene fe por mí, si tengo un médico que juzga por mí la dieta y así por el estilo, entonces no necesito esforzarme por mí mismo. No tengo necesidad de pensar, cuando sólo puedo pagar. Otros asumirán la fastidiosa tarea por mí. Los tutores que se han apropiado buenamente de la supervisión, se preocupan también de que la gran mayoría de los hombres (incluidas todas las del bello género), piensen que el paso a la mayoría de edad, además de ser fatigoso, resulta también muy peligroso.  Después de haber entontecido a su ganado particular y de haberse asegurado con cuidado que esas criaturas no se atrevan a dar paso alguno más allá de las andaderas que los retienen, les muestran entonces los peligros que les amenazan cuando intentan caminar por sí solos. Pero ese peligro no resulta ahora muy grande, pues ellos aprenderían finalmente a caminar con algunos contratiempos; un sólo ejemplo de este estilo previene y por lo general atemoriza de cualquier otro intento posterior.

A cada hombre en particular le resulta difícil salir de la minoría de edad convertida, ahora sí, en casi una segunda naturaleza. Incluso hasta se ha encariñado con ella y será en realidad incapaz de servirse de su propio entendimiento, por cuanto no se le permitiría ni siquiera hacer el intento. Las prescripciones y las formalidades, o sea, los instrumentos mecánicos de un uso racional o mejor del mal uso de sus dones naturales, son los grilletes de una minoría de edad que se vuelve permanente. Aquel que la rechazara, haría con ello, no obstante, un salto tan inseguro sobre una zanja tan estrecha, por cuanto no está acostumbrado al movimiento libre. Por lo tanto, son sólo muy pocos, los que satisfactoriamente se han podido liberar de la minoría de edad por medio del esfuerzo de su espíritu, y avanzan con paso seguro.

 

[1] La indicación a la paginación de la “Berlinischen Monatsschrift” (Boletín mensual de Berlín) se refiere a la siguiente anotación en el artículo “¿Es conveniente que la alianza matrimonial se legitime adicionalmente por la religión?”, del señor clérigo Zöllner: “¿Qué es la ilustración? Esta pregunta que quizá sea tan importante como la pregunta ¿qué es la verdad?, tiene que ser respondida antes que se comience a ilustrar y hasta el momento no he encontrado respuesta en ninguna parte”

[2] Traducido del alemán por Álvaro Corral, marzo 10 de 2003.

[3] Expresión latina: “¡Atrévete a pensar!”.  Nota del traductor.

[4] Expresión latina: mayoría de edad natural.  Nota del traductor.

Pero que una sociedad se ilustre es por el contrario bastante probable; incluso, cuando se deja sólo la libertad, es algo inevitable. Pues siempre se encontrarán, incluso entre los tutores señalados de la gran masa, algunos pensadores autónomos, quienes luego de haberse sacudido ellos mismos del yugo de la minoría de edad, extenderán a su alrededor el espíritu de un aprecio racional del valor propio y de la vocación de cada hombre para pensar por sí mismos. En esto resulta curioso que la sociedad, la cual con anterioridad ha sido sometida al yugo por ellos, es obligada luego a permanecer sometida, cuando ha sido incitada a la rebelión por parte de algunos de sus tutores, incapaces ellos mismos de cualquier ilustración. Por eso es tan dañino sembrar prejuicios, porque a la postre se vengan ellos mismos en quienes fueron sus creadores o antecesores. Por esto, es que una sociedad puede alcanzar la ilustración sólo despacio. Con una revolución se puede lograr la caída del despotismo personal o la opresión codiciosa o imperiosa, pero nunca se logrará una verdadera reforma del modo de pensar, sino que los nuevos prejuicios servirán, al igual que los anteriores, como elementos de guía para la gran masa irreflexiva.

Para la ilustración no se requiere más que la libertad; y por cierto la menos dañina de todas las que se puedan llamar libertad, o sea aquella para poder hacer uso público de la razón en todos los asuntos. Pero por todas partes oigo ahora la llamada: “¡No razonad!” El oficial dice: “¡No razonad, sino haced la maniobra!” El recaudador de impuestos dice: “¡No razonad, sino pagad!” El guía espiritual dice: “¡No razonad, sino creed!” Sólo un único señor en el mundo dice: ¡razonad todo lo queráis, y sobre lo que queráis, pero obedeced!. Aquí hay limitaciones a la libertad por todas partes. ¿Pero qué limitación es acaso un obstáculo para la ilustración? ¿Cuál no, sino que incluso sea capaz de estimularla? Yo respondo que el uso público de la razón debe ser siempre libre y éste sólo puede lograr realizar la ilustración ente los hombres. El uso privado de la misma tiene que limitarse con frecuencia demasiado sin obstaculizar por ello el progreso en particular de la ilustración. Pero entiendo por uso público de la propia razón el que hace cualquiera como intelectual ante su público del universo de lectores. Denomino uso privado, el uso que está permitido hacer de su razón cuando se le confía una cierta responsabilidad o un cargo civil.

Ahora bien con ciertos asuntos relacionados con el interés del Estado, resulta indispensable un cierto mecanismo por medio del cual algunos entes del Estado tengan que comportarse sólo con pasividad, para que por medio de una unidad artificial se indiquen por parte del gobierno las metas públicas, o por lo menos se protejan de la destrucción de esas metas. En este caso no está permitido, por cierto, razonar, sino que uno tiene que obedecer. Pero, en tanto que esa parte de la máquina se considera ahora también como miembro de la nación en su totalidad, o incluso de la sociedad cosmopolita, con ello en calidad de intelectual que se dirige al público en sentido propio por medio de escritos, entonces sí puede en ese caso razonar, sin que por ello se menoscaben los asuntos para los cuales ha sido contratado en cuanto miembro pasivo. Sería pues muy pernicioso que un oficial, al que sus superiores le ordenan algo, quisiera, estando al servicio, exponer sus razones en voz alta acerca de la finalidad o la utilidad de esa orden; él tiene que obedecer.

Sin embargo, en justicia, no se le puede prohibir que en cuanto intelectual haga comentarios sobre los errores del servicio militar y los presente a consideración del público. El ciudadano no se puede oponer a las tareas que le han sido impuestas; incluso una crítica de tales imposiciones, cuando deben ser ejecutadas por él, puede ser castigada como un escándalo que pudiera originar desacatos generalizados. Pero precisamente un individuo no actúa sin consideración en contra del deber de cualquier ciudadano, cuando él en cuanto intelectual manifiesta en público sus pensamientos en contra de la inconveniencia o incluso de la injusticia de tales ordenanzas.

Igualmente se encuentra restringido un sacerdote a presentar su discurso de catequesis a sus discípulos de la iglesia a la que sirve; pues ha sido aceptado con esa condición. Sin embargo, en cuanto intelectual tiene total libertad, incluso la vocación para ello, de comunicar al público todos sus pensamientos, bien intencionados y revisados cuidadosamente, acerca de lo erróneo en tal símbolo y culto religioso, y todas las propuestas para una mejor organización de los asuntos religiosos y eclesiásticos. No hay pues aquí nada que se pueda imputar a la conciencia como una carga. Pues lo que enseña como desarrollo de su cargo, en cuanto representante de la iglesia, lo coloca como algo en consideración de lo cual no tiene el poder libre, para enseñarlo según su propio parecer, sino que se encuentra allí para exponerlo por mandato y en nombre de otro. Él dirá que nuestra iglesia enseña esto o aquello; éstas son las razones argumentativas que expone. Extrae a continuación todos los usos prácticos para su comunidad a partir de preceptos, que él mismo no suscribiría con absoluto convencimiento y con cuya exposición se pueda comprometer al mismo tiempo, por cuanto no es completamente imposible que en ellos estuviera oculta la verdad, pero que en cualquier caso no se encuentre ninguna contradicción interna con la religión. Pues si creyera encontrar esto último, no podría en conciencia continuar con las tareas a su cargo y tendría que renunciar. El uso que hace un maestro asalariado de su razón ante su comunidad, es entonces un uso meramente privado, por cuanto ésta es siempre sólo una reunión casera, así sea muy numerosa; y en vista de lo cual, en cuanto sacerdote, no es libre, y no le está permitido serlo, por cuanto desempeña una tarea ajena. Por el contrario el clérigo, que en cuanto intelectual hace uso publico de su razón y habla por medio de escritos al público propiamente dicho, es decir al mundo, goza entonces para ese efecto de una libertad ilimitada para servirse de su propia razón y para hablar en nombre propio. Pues es una importunidad que conduce a la eternización de los disparates, que los tutores del pueblo (en asuntos religiosos) deban ser también menores de edad.

¿Pero no debería tener justificación una comunidad de religiosos, por ejemplo una reunión eclesiástica, o una digna Classis [1]  (como se denomina ella misma entre los holandeses) para obligarse con un juramento mutuo sobre un cierto símbolo religioso inmodificable, para así poder ejercer una perpetua tutoría superior sobre cada uno de sus miembros y por medio de ellos sobre el pueblo, y pretender incluso eternizarla? Yo afirmo que esto es imposible. Un contrato que se firmara para evitar para siempre cualquier ilustración posterior del género humano, es sencillamente nulo y sin ningún efecto, así esté ratificado por el poder supremo, por parlamentos o pomposas capitulaciones de paz. Una época no se puede confabular y conjurar, para colocar a la siguiente en una situación en la que sea completamente imposible ampliar sus conocimientos (tanto ilustres como los más diligentes), deshacerse de errores y avanzar en general un paso más hacia la ilustración. Eso sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya determinación originaria precisamente consiste en ese progresar; y la descendencia está completamente justificada para arrojar lejos, tales decisiones asumidas de manera desautorizada y ultrajante. La piedra de toque de todo lo que sobre un pueblo se puede determinar en cuanto ley, se encuentra en la cuestión acerca de si un pueblo se puede imponer o no a sí mismo una ley tal.

 

[1] Classis era una de las tantas sectas religiosas surgidas en Europa a raíz de la Reforma. Sus características de severidad son criticadas aquí por

Kant. Nota del traductor

Ahora bien, eso sería posible, con la expectativa al mismo tiempo de algo mejor en un tiempo breve, para introducir un cierto orden, y en la medida en que se dejara libre a cualquier ciudadano, especialmente a los religiosos, en calidad de intelectuales, para hacer sus observaciones en público, es decir, por medio de escritos, acerca de lo erróneo de las instituciones anteriores, en las que todavía permanece el orden establecido, hasta que el conocimiento sobre las características de esos asuntos haya demostrado su eficiencia y haya llegado públicamente, por medio de la unión de sus voces (aun cuando no de todas), para presentar una propuesta ante el trono, y proteger aquellas comunidades, que se hubiesen unido en sus posiciones conceptuales del mejor conocimiento sobre una institución religiosa diferente sin tener por supuesto que perjudicar a quienes deseen permanecer con los antiguos. Pero unirse en torno a una constitución religiosa inmodificable y que no pueda ser controvertida por nadie en público, incluso en el lapso de vida de un ser humano, y destruir con ello un período de tiempo en el desarrollo de la humanidad, y hacer estéril por ello incluso a una descendencia desmejorada, es algo que en absoluto no está permitido. Un ser humano puede postergar la ilustración en lo que respecta a su persona, e incluso sólo por algún tiempo, en lo que tiene la obligación de saber; pero hacerlo por renuncia, sea con respecto a su persona, pero mucho más con respecto a su descendencia, significa lesionar los sagrados derechos de la humanidad y pisotearlos. Pero si no está permitido en absoluto que un pueblo decida sobre este asunto, mucho menos puede entonces decidirlo el monarca en nombre del pueblo, pues su prestigio como legislador se fundamenta precisamente en que él reúne la voluntad general del pueblo en la suya. Cuando él sólo observa que toda mejora verdadera o aparente subsiste conjuntamente con el orden civil, entonces sólo puede permitir hacer a sus súbditos lo que ellos por su bienestar espiritual tengan a bien hacer. Ninguno de esos asuntos le importa, pero cuidará que nadie le impida violentamente a otro trabajar en la determinación y en el fomento de sí mismo con todas sus capacidades. De igual manera perjudicaría su majestad, si se entromete por ejemplo, al elogiar ante la inspección gubernamental los escritos, con los cuales sus súbditos intentan poner en limpio sus opiniones, tanto cuando lo hace a partir de su óptimo conocimiento máximo, exponiéndose así al reproche: Caesar non est supra grammaticos; [1]  como también, y mucho más, por cierto, cuando envilece su máxima potestad para apoyar en su Estado el despotismo espiritual de algunos tiranos contra el resto de sus súbditos.

Si ahora pues, se pregunta si vivimos en una época ilustrada, entonces la respuesta es no. Pero vivimos en una época de la ilustración. Falta realmente mucho para que los hombres, tal como están las cosas ahora, miradas en general, estén en condiciones -o incluso que sólo puedan ser colocados,- para servirse bien y con seguridad de su propio entendimiento sin la dirección de algún otro en asuntos de la religión. Tenemos claras señales de que sólo ahora se les abre a los hombres el campo para trabajar libremente en ello, y reducir gradualmente los obstáculos que impiden la ilustración general y poder salir así de su minoría de edad causada por ellos mismos. Bajo esa perspectiva, esta época es una época de la ilustración o el siglo de Federico[2].

Un príncipe que no encuentra indigno de sí afirmar que considera una obligación no prescribir nada sobre los asuntos religiosos de los hombres, sino dejarlos en completa libertad, y que a su vez rechaza la palabra altisonante de la tolerancia, es él mismo ilustrado y merece, por parte del mundo

 

[1] Nota del traductor: Expresión latina: El Cesar no está por encima de los gramáticos

[2] Nota del traductor: Kant se refiere aquí a Federico el Grande, rey de Prusia, considerado como el ejemplo del monarca ilustrado, tolerante en materia religiosa y abierto al desarrollo ilimitado de las ciencias y las artes.

y de la posteridad agradecida, ser alabado como aquel que por primera vez, por lo menos por parte del gobierno, liberó al género humano de la minoría de edad y dejó en libertad a cada cual para servirse de su propia razón en todos aquellos asuntos de la conciencia. Bajo su apoyo está permitido que los religiosos, merecedores de respeto y sin menoscabo de sus obligaciones ministeriales, ofrezcan al mundo en calidad de intelectuales para discusión libre y pública, sus conocimientos y juicios que aquí o allá pueden divergir del símbolo religioso que han escogido.

Pero, por supuesto, goza de esa libertad mucho más cualquier otra persona que no está limitada por alguna obligación ministerial. Ese espíritu de la libertad se extiende también más allá, incluso donde se tiene que luchar con obstáculos externos de un gobierno que no se comprende a sí mismo. Pues se ilustra con un ejemplo: con libertad no se requiere absolutamente nada para lograr la tranquilidad pública y para preservar la unidad del Estado. Los seres humanos superan lentamente y por sí mismos la condición rústica, si no se trabaja artificialmente con todo el empeño para preservarlos en esa situación.

He abordado el asunto principal de la ilustración, el de la salida del hombre de su minoría de edad causada por él mismo, primordialmente en asuntos de la religión, por cuanto con respecto a las artes y las ciencias, nuestros gobernantes no tienen ningún interés en jugar a tutores sobre sus súbditos; ante todo también tal minoría de edad, que es quizá la más perniciosa y también la más humillante de todas. Pero la manera de pensar de un jefe de Estado, que protege la primera, avanza un poco más e intuye que incluso en consideración a su constitución resulta inocuo permitir a sus súbditos, hacer un uso público de su razón y presentar en público al mundo sus pensamientos sobre una mejor concepción de la constitución misma, incluso con una crítica sincera de la ya existente. Sobre esto tenemos un ejemplo brillante con el que ningún monarca se antepone al que honramos.

Pero también sólo aquel, que al ser él mismo ilustrado y no teme las sombras, y tiene a la mano un ejército numeroso y bien disciplinado para garantizar la tranquilidad civil, puede decir lo que una nación libre no se puede atrever: “¡Razonad lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!” Así se muestra un paso extraño e inesperado de las cosas humanas, algo que considerado en general parece completamente paradójico. Un grado más amplio de libertad civil parece ventajoso a la libertad del espíritu del pueblo y se le colocan, no obstante, limitaciones inabordables; un grado menos de esta libertad, genera por el contrario el espacio, para expandirse con toda su fuerza. Pues si la naturaleza ha ovillado bajo esa dura cáscara la semilla, por la que se preocupa con la máxima ternura, entonces ésta coopera poco a poco, a la manera del pueblo (por medio del cual se hace lentamente más capaz de la libertad para obrar), y finalmente a la manera de los principios del gobierno, que encuentra aceptable tratar a los seres humanos, que son mucho más que máquinas, de acuerdo con su dignidad.

Königsberg en Prusia, 30 de septiembre de 1784

 

De mantras y envidiosos: CUALQUIERA MENOS PETRO.

“Y aconteció, andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, y de su grosura. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; mas no miró con agrado a Caín ni a la ofrenda suya. Y Caín se ensañó en gran manera y decayó su semblante. Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado y por qué ha caído tu semblante?... Y habló Caín a su hermano Abel; y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y le mató” Génesis, Capítulo 4, versículos 3 al 8.

Cuando el amigo, familiar o vecino nos cuenta, en medio de su alegría, que pudo comprar un teléfono celular de última tecnología y alta gama, fácilmente le hacemos comentarios como: “Uy, esos teléfonos han salido malos, son muy caros para lo que ofrecen, pero chévere que se lo pudo comprar”. Si nos cuentan por ejemplo que lograron obtener la visa para ir a trabajar unos años a Estados Unidos, los comentarios se refieren al hecho de tener que aceptar trabajos “indignos” como lavar platos, lavar baños, pasear perros o cuidar adultos mayores y cambiarles el pañal, pero para disimular rematamos diciendo cosas como: “Pero bueno, de todas formas, chévere que puede ir a trabajar allá, a ganar en dólares”. En ambos casos con ese tonito condescendiente lleno de ardor en la entrepierna.

Está en nuestra médula la envidia, hemos normalizado esos comentarios y ni nos damos cuenta que son simplemente eso, envidia; la misma envidia que sintió Caín cuando mató a su hermano Abel, la envidia cainita. No queremos que nos vaya bien, queremos que al otro le vaya mal, no quiero ir a trabajar a Estados Unidos y ganar en dólares, lo que quiero es que el otro no pueda ir y que, si va, le vaya mal. Envidia cainita, la envidia que mata, la envidia que no deja crecer, un sentimiento amargo que aplasta las flores del jardín vecino, pero que no me mueve a poner bonito el mío, y que, desafortunadamente está completamente enquistado en nuestra cultura.

Y es que muchas veces hasta nuestras mamás y papás nos lo enseñaron, cuando no podían comprarnos lo que nosotros queríamos y veíamos al vecino o al primo con ese cuaderno argollado, esa maleta de marca, esos zapatos o ese juguete de moda anhelado. ¡Mamá! ¡Mamá! A mi primo si le compraron los cuadernos argollados, y la mamá, educada en el mismo sistema nos decía algo como: Papito, pero esos cuadernos salen malos, con nada se dañan, las hojas se le caen fácil. Pobrecitas las mamás, solo pretendían evitarnos el sufrimiento; pero luego estábamos haciendo sentir mal al primo diciéndole: Esos cuadernos suyos son malos, pueden ser bonitos, pero son malos. Ambos perdíamos en esa infantil disputa y todos perdemos con la envidia de Caín.

Pero ojo, no confundamos envidia, con envidia cainita, porque la primera, la envidia laica, se asocia es a esa tristeza mezclada con enojo y aliñada con otras amargas especias; la envidia que experimenta cualquier parroquiano porque desearía tener para sí, algo que otro posee; pero esta envidia laica muta en la envidia cainita cuando mueve las pasiones, decisiones y acciones de este Caín moderno para atacar al otro, para destruir eso que yo no quiero que él tenga y por lo tanto yo no me esfuerzo en conseguir para mí, esa, esa mutante envidia es la envidia del colombiano, la que hace que las tías envidiosas juzguen tus planes cuando los cuentas en las reuniones familiares, la que hace que los primos resentidos quieran pordebajear tus logros y decisiones, como comprar tal o cual vehículo o propiedad, emprender un negocio o simplemente ir de viaje.

Así pues, habiendo puesto sobre la mesa el tema de esta envidia traída a nosotros con el patrocinio de la conquista española y la cultura judeocristiana, me remito a la promesa expresada en el título de este ejercicio, “Cualquiera menos Petro”; y es que esta consigna, este mantra, no podría ser mejor para poner de ejemplo y revisar, cómo esta envidia nos ha llevado a tomar pésimas decisiones en las urnas durante décadas, pero que se hizo más evidente en las elecciones de hace cuatro años, cuando las razones para votar por tal o cual candidato giraban en torno precisamente a ese deseo de que no gane el otro, que gane el mío, así el mío sea un bodrio; porque pilas, yo lo que quiero es que el otro no gane, entonces voto en su contra, sin importarme la porquería que estoy eligiendo yo. Fue así entonces que millones de personas se volcaron a las urnas con la consigna “CUALQUIERA MENOS PETRO” y entonces subió Duque, bueno, lo subieron, lo treparon.

Hoy, cuatro nefastos años después, en este eterno déjà vu, el mantra, siguiendo su inherente recurrencia, resuena en redes sociales y sigue siendo la razón (o sin razón) por la cual miles irán a las urnas este 29 de mayo. Seguimos sin hacer la tarea, el 13 de marzo, por ejemplo, decenas de miles de personas no tenían idea de qué estaban eligiendo; el desconocimiento de nuestras instituciones es preocupante y el manejo de los tarjetones resultó más complicado que hacer un sudoku sin saber los números arábigos. Si, así se salió a las urnas en Polombia, con la carga de envidia cainita, las vísceras revueltas y la ignorancia disfrazada de indignación, considerando que las cosas iban a cambiar tomando las mismas malas decisiones de siempre, quejándonos en redes, peleando con la familia y amigos, riñendo, refunfuñando, pero no preparándonos para hacer el ejercicio electoral como corresponde.

Ahora, a escazas horas de las presidenciales, el mantra sigue: CUALQUIERA MENOS PETRO, gritan aún miles en redes sociales, en reuniones familiares y charlas con colegas del trabajo; la gente sigue, pues no puede ser de otra manera, carcomida por la envidia cainita, más ahora que hay “repunte” de las manipuladas encuestas, del Ingeniero energúmeno y ya son tres opciones, a falta de una, de los cualquieras, es decir, ese cualquiera menos Petro puede ser Uribe encarnado en Federico, Fajardo o Rodolfo y la gente de a pie, ciega, considera que son tres opciones diferentes, que no es envidia cainita lo que los mueve, sino que es su patriotismo, su anhelo por salvar el país de Petro, del Castro chavismo, de la izquierda, que aunque no ha gobernado, es la responsable de que el país esté vuelto un mierdero; por eso y más, CUALQUIERA MENOS PETRO reza el mantra del envidioso, del Caín que cree que el voto es una opinión, cuando en realidad el voto debe ser un argumento.

“Se muere más gente de envidia que de otros males en Colombia” Frase popular.

Mario Rojas.

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO EN EL MUNDO DE SOFÍA.

"El primer coro de la roca"

Se cierne el águila en la cumbre del cielo,
el cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia de la palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.

T.S. Eliot

Versión de Jorge Luis Borges.

“Toda idea es neutra en sí misma, o debería serlo; pero el hombre le da vida, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, toma figura de acontecimiento: el pasaje de la lógica a la epilepsia queda consumado… Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas.

Idólatras por instinto, convertimos en algo incondicionado los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses.  La historia no es más que un desfile de Falsos Absolutos, una sucesión de templos edificados a pretextos, un envilecimiento del espíritu ante lo Improbable. Aun cuando se aleja de la religión, el hombre permanece dominado por ella; forjando, hasta agotarse, simulacros de dioses, después los adopta febrilmente:  su necesidad de ficción, de mitología, triunfa de la evidencia y del ridículo.  Su capacidad de adorar es responsable de todos sus crímenes: aquél que ama indebidamente a un dios, obliga a los demás a amarlo, en espera de exterminarlos si se rehúsan a hacerlo. No existe ninguna intolerancia, ninguna intransigencia ideológica o proselitismo que no revelen el fondo bestial del entusiasmo. Si el hombre pierde su facultad de indiferencia se convierte en asesino virtual; si transforma su idea en dios las consecuencias que resultan de ello son incalculables. Sólo se mata en nombre de un dios o de sus imitaciones: los excesos suscitados por la diosa Razón, por la idea de nación, de clase o de raza son de la misma familia que los de la Inquisición o de la Reforma. Las épocas de fervor se destacan en hazañas sanguinarias: Santa Teresa sólo podía ser contemporánea de los autos de fe, y Lutero de la masacre de los campesinos. En las crisis místicas los gemidos de las víctimas corren paralelos con los gemidos del éxtasis… Patíbulos, calabozos, presidios, sólo propseran a la sombra de una fe —de esa necesidad de creer que ha infestado para siempre el espíritu. El diablo palidece mucho al lado de quien dispone de una verdad, de su verdad. Somos injustos en lo que respecta a los Nerones, a los Tiberios: no fueron ellos los que inventaron el concepto de herético: sólo fueron soñadores degenerados que se divertían con las masacres. Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia en el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático.”

 (Cioran E.M.).

Si se sigue la tríada tiempos, espacios y esfuerzo, en el devenir de la especie humana, es plausible concluir que la historia es la sucesión de múltiples ideologías, diferentes en sus gramáticas, pero con unos pilares comunes: uno de ellos, consistiría en la tendencia a buscar el ahogado río arriba, a buscar las llaves en el poste de luz, donde no se perdieron. Esa porfía, tal vez, tenga que ver con la conciencia de la vida, es decir, de la muerte, su complemento.

Y ha sido porfiado el ser humano porque hace parte del mundo de la vida, es parte de su evolución y un rasgo distintivo de la economía de la biología es la ley de la parsimonia o de la navaja de Ockham: invertir, para una acción eficaz, la menor energía posible.

En el principio, la especie humana fue esencialmente biología; con el lenguaje, como principio activo, lenta y tortuosamente se fue configurando la cultura, el cultivo de ese ser consciente de la vida y, por tanto, de la muerte.

Para responder esa condición singular, única, por lo que se conoce, de la especie humana, el primer gran artefacto de supervivencia es la ideología (tomada como credo, basado en la fe y no en la prueba), cuyo vagón remolque fue el mito. Con ella el ser humano pudo sobrellevar la “insoportable” conciencia de la muerte fisiológica (la gran espina, la espina, por antonomasia), cuando, pareciera ser, una de las pulsiones del universo, como parte de su economía evolutiva es el “no te mueras”, “eternízate”.

Frente a esa pulsión universal, el canto de sirena consiste, urdida la cultura, en amañarse demasiado en la placenta ideológica, que dulcifica el vértigo, el terror a la muerte ( el temor de temores), lo domestica y termina convertido en un fanático de la sobrevivencia primaria, de seguir respirando gracias al poste de luz donde no se perdieron las llaves, gracias, en suma, a la cultura del facilismo: la angustia de la conciencia de la muerte, se resuelve buscando el ahogado río arriba, no importa que esa búsqueda, guiada, en esencia por la ideología, termine convirtiendo al buscador en el buscado: la especie humana se ahoga así misma, y a muchas otras, en la era del Antropoceno.

Ello, la hegemonía de la ideología en la historia, le hace decir, no pocas veces, por ejemplo, en Héroes y engranajes, al gran pensador argentino, Ernesto Sábato: “Avanza la ciencia, crece la técnica y el único que no mejora es el hombre”.

Por la hegemonía de las ideologías, el ser humano no ha logrado superar las pulsiones de la biología en la cultura, y, en su esencia evolutiva, este desertor de la zoología (Cioran E.M.), se mantiene, a siglo XXI, en bicicleta estática, echando para atrás, pues el tiempo aprieta, pero hay un rugido estremecedor que pareciera querer derribarlo de su zona de confort ideológica: el cambio, la inefable crisis climática.

Con su llegada ruidosa, la crisis climática advierte severamente que, continuar  en la placenta ideológica, seguir buscando el ahogado río arriba, en la cultura del facilismo, ya no es un negocio gana gana para conjurar su terror a la muerte.

Por el contrario, porfiar en la placenta ideológica, implica ir hacia el máximo terror a la muerte, no graneada sino en masa. Ya no será el duelo para los cientos de miles de fallecimientos que ha producido el Covid 19, anomalía relativamente bondadosa con la especie humana. Serán millones, serán decenas, centenas, miles de millones. Y hay sabias y sabios que lo han advertido, no casi, sino desesperados, no obstante, su tormentosa serenidad, a la manera de David Attenborough.

Una de las características fundamentales de la sabiduría es que complejiza la realidad (ley antiparsimonia: se invierte mucha energía para llegar a una acción efectiva) para regularla de manera sencilla. Las experticias que complejizan y hacen sencillas las cosas, propias de las sabiduría, es la antípoda de la ideología, la cual simplifica la realidad y, por tanto, complica, enreda mortalmente su trámite, y al tratar de conjurar el terror a la muerte, en el actual horizonte de época, termina exacerbándolo y se vuelve peor, pero mucho peor, el remedio que la enfermedad.

Si la ideología se la concibe como un credo (no comprobación, basada en la fe), la sabiduría deriva de la simbiosis entre filosofía, ciencia y arte.

En ese contexto,“…digamos que se dan tres niveles distintos de entendimiento: a) la información, que nos presenta los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede; b) el conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca principios generales para ordenarla; c) la sabiduría, que vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos. Creo que la ciencia se mueve entre el nivel a) y el b) de conocimiento, mientras que la filosofía opera entre el b) y el c). De modo que. no hay información propiamente filosófica, pero sí puede haber conocimiento filosófico y nos gustaría llegar a que hubiese también sabiduría filosófica. ¿Es posible lograr tal cosa? Sobre todo: ¿se puede enseñar tal cosa?”. (Savater F.).

Cuando la ideología hegemónica regula la ciencia, entonces, la guerra, por ejemplo, se optimiza a niveles espeluznantes, con sus bombas atómicas, sus motosierras y todos sus sucedáneos. Dos botones de muestras horrorosos en la actualidad: la guerra de ucrania y la guerra colombiana.

Esa hegemonía ideológica que regula la ciencia, la hace abominable, igual que a la filosofía (que pudiera ser una mera simulación), aunque, a veces, el arte se salva, pero, de alguna manera, la obra monumental de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina ha honrado la cultura de la muerte. Pudiera, por supuesto, honrar, en su momento, la cultura de la vida, pues, cierto arte escapa a las coyunturas históricas, es atemporal.

Si la sabiduría, es decir, la filosofía, la ciencia y el arte en simbiosis fértil (ética) y bella (estética), hegemonizan y regulan ideología para conjurar y volver favorable el terror a la muerte, o sea, volver favorable lo que es (las pocas rosas y las muchas espinas), entonces, la Colombia Humana y la Humanidad, complejizarán (ley de la antiparsimonia, cultura de la dificultad, de buscar las llaves en el lado oscuro de la calle, donde están perdidas) y harán sencillas las cosas de la vida.

Por fortuna, el Pacto Histórico y el Frente Amplio por la Paz y la Democracia, parece haber entendido el riesgo, el terrible empobrecimiento, espiritual y material, que puede culminar con la extinción de la especie humana y de muchos patrimonios vivos, inherentes al universo, ninguno, ni más importante, ni menos importante que los otros, y el antropocentrismo está crujiendo, si prosigue la hegemonía de las ideologías fuertes en Colombia.

Por lo expuesto en su programa, porque en sus directivos y directivas, en sus militantes y simpatizantes, en el conjunto de sus ciudadanías libres, responsables y democráticas, pareciera darse la tendencia epistemológica irreversible de buscar el ahogado río abajo, de buscar las llaves en el lado oscuro de la calle, donde se perdieron, en la cultura de la dificultad, es decir, de apostar inequívocamente por la urdimbre de una sabiduría colombiana, que por lo pronto, se encuentra en modo embrión.

El gran Frente Amplio por la Paz y la Democracia está apostando, entonces, en gestar, desarrollar y consolidar la hegemonía de la sabiduría, esto es, de la sinergia entre la filosofía, la ciencia, el arte y la ideología (siempre subordinada), para convertir a Colombia en una potencia mundial de la vida.

Si se escucha a incontables jóvenes lúcidos del Frente Amplio por la Paz y la Democracia, entre ellos y ellas, a Sofía Petro, se siente no el ruido sino el susurro, no la violencia simbólica y física sino el pensamiento que cautiva, los puentes que unen las diversidades, si se unen sus sabidurías con las de los menos jóvenes, y con la de los viejos, que hemos sido nada o poco sabios, entonces, podríamos convertir la queja de Eliot y de Sábato en un sueño bellamente esperanzador:

Aquí está la información que hemos convertido en conocimiento.

Allá y acá está el conocimiento que hemos convertido en sabiduría.

Y por toda Colombia, por allí y por acullá, está fluyendo, en mero embrión, la sabiduría que hará de Colombia una potencia mundial de la vida.

Por supuesto, ni más faltaba, lo niños y jóvenes, representados en su sabiduría por Francisco Vera y Sofía Petro y muchos, pero muchos más, con seguridad, encontrarán una dirigencia, una militancia, unos simpatizantes, unas ciudadanías libres, responsables y democráticas, en el Frente Amplio por la Paz y la Democracia que sabrán tramitar con especial sabiduría los resultados de las elecciones del 29 de mayo de 2022. Por fortuna, ni más faltaba.   A.M.R.

LA LIEBRE Y LA TORTUGA

En el pueblo de los animales parlanchines vivía una liebre con unas orejas muy grandes. La liebre era muy veloz y, por eso, le gustaba presumir delante de todos los animales de ser la más rápida corriendo.

Además, la liebre siempre se reía de la tortuga, de sus patas cortas y de su lento caminar.

Todos los días, al ver pasar a la tortuga, la liebre le decía:

- ¡Buenos días, señora tortuga! ¿A dónde va usted tan lenta? ¡Ja, ja, ja! La tortuga, que era muy buena, no se enfadaba nunca, porque quería llevarse bien con todos sus vecinos.

Una mañana la tortuga tuvo una idea y le dijo a la liebre: - ¡Buenos días señora liebre!  Todos los días la oigo decir lo mismo, pero ¿se atreve a correr conmigo para ver cuál de las dos llega antes a la meta?

La liebre, al oír esto, casi se muere de la risa, pensando que le ganaría fácilmente, pero, como tenía ganas de divertirse un rato, aceptó.  

Como juez de la carrera eligieron a la zorra y todos los animales del pueblo se reunieron para verlos correr: 

el mono, el hipopótamo, el oso, el búho, el loro y hasta el pájaro carpintero acudió a la competencia. La señora zorra dio la señal de salida:

- ¡Preparados, listos…ya! Y la carrera comenzó.

La liebre salió corriendo y cuando la tortuga había dado solo dos pasos la liebre ya se había perdido de vista.

La liebre, al ver que se había alejado mucho de la tortuga, se paró a descansar en una roca y se quedó dormida. Mientras tanto, la tortuga seguía caminando y, aprovechando el sueño de la liebre, la lenta tortuga, pasito a pasito y sin parar, se fue acercando a la línea de meta, hasta conseguir ganar la carrera. 

Cuando la liebre se despertó ya estaba atardeciendo, miró hacia atrás y, al no ver a la tortuga, se echó a reír pensando que aún estaría muy lejos. Estiró un poco las piernas y, de un salto llegó a la meta. Pero no le sirvió de nada, porque la tortuga había llegado antes.

Desde entonces, la liebre comprendió que no hay que dejar las cosas sin terminar, que tampoco hay que burlarse de los demás y que, poco a poco y sin parar, las metas se pueden alcanzar.   

ESOPO.

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO EN EL ASCENSO FINAL, VERTIGINOSO, DE LOS JUEGOS PANARERICANOS DE LA POLÍTICA COLOMBIANA

 

“Cada uno debe buscar a América dentro de su corazón, con una sinceridad severa, en vez de tumbarse paradisíacamente a esperar que el fruto caiga solo del árbol.  

América no será mejor mientras los americanos no sean mejores. [...]

El fárrago, el fárrago es lo que nos mata. Al mundo no debemos presentar

canteras y sillares, sino a ser posible edificios ya construidos [...]”-

Alfonso Reyes

 

“Ayer pudimos comprobar como todo el establecimiento

y sus medios de comunicación intentan destruir a

 @petrogustavo.

Mientras tanto, RH haciendo show desde de Miami,  y

dando entrevistas complacientes. Señal

que cabalgamos. Vamos con toda”.

Tweet 10-06 /22

Damian Pachón Soto

 

Y, como se preveía, al acercarse el 19 de junio de 2022, al percibir que su candidato, Rodolfo Hernández corre el riesgo de ganar, pero, también, el de perder, la elite mafiosa (el gobierno Duque y la mayoría del establecimiento), inclina más todas las canchas que están bajo su control, que son casi todas, pues, controla, casi a su antojo, los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, a su favor, y, por supuesto, en contra de la fórmula presidencial y vicepresidencial del Pacto Histórico.

Y todas las canchas son todas, incluida la de la Registraduría, fuertemente inclinada, porque la mina de puntos ciegos, cuyas claves solo conoce la élite mafiosa, rompiendo totalmente el principio de equidad, con las fuerzas políticas que le adversan. El nuestro es un estado social de derecho, en el cascarón, es decir, un narcoestado, cuya yema y clara nunca han existido. En su lugar, puntos ciegos en todos los tres poderes, cuyo secreto únicamente conoce la red mafiosa, sociópata y sicópata, ni bobos que fueran.

Ni bobos que fueran, pues, si hay algo que reconocerles es su formidable astucia: son Luis Alfredos Garavitos, directores del ICBf y de los jardines infantiles, son asesinos en grande que se presentan como santos patriarcas, y dicha presentación les funciona, les es rentable.

"Yo lo vi a Lazarus Morell en el púlpito —anota el dueño de una casa de juego en Baton Rouge, Luisiana—, y escuché sus palabras edificantes y vi las lágrimas acudir a sus ojos. Yo sabía que era un adúltero, un ladrón de negros y un asesino en la faz del Señor, pero también mis ojos lloraron." (Borges J.L.).

Ese personaje, Lazarus Morell, es de la misma familia de José Ignacio Sáenz de La Barra, el sociópata del Otoño del Patriarca (G.G.M.) que coleccionaba cabezas, hasta el asco. Los dos prefiguran, por su cruel maldad sociopática, al ex-innombrable, a Álvaro Uribe Vélez, tal vez, el mayor genocida de América   Latina. (Serie Matarife).

También prefiguran a Iván Duque, otro sociópata en grande (Serie Matarife) con traje ejecutivo, como José Ignacio.

Y, por supuesto, ni más faltaba, de la misma manera, Lazarus y José Ignacio prefiguran a Rodolfo Hernández Suárez, que, como Federico Gutiérrez, Iván Zuluaga, etc., además de seres humanos, han mutado a personajes que la élite mafiosa moldea a conveniencia.

Ahí hay un hilo de conocimiento científico acumulado, usado por sus ideologías fuertes(extrema derecha), hilvanado, tal vez, en su momento por el psiquiatra Luis Carlos Restrepo y afines, cuya principal virtud es conocer los impactos socio-sicológicos de la acumulación primitiva de capital, durante 5 siglos.

Esa acumulación primitiva u originaria de capital tuvo, desde sus inicios, hasta la actualidad, como renglón económico eje, no un producto (aunque se ha exportado a Haití y otras naciones) sino una disposición facilista y extremadamente autoritaria: la “industria” de la violencia.

La “industria” de la violencia, que es buscar las llaves en el poste de luz, donde no se perdieron, en la cultura del facilismo, es buscar el ahogado río arriba, y, tarde que temprano, termina por colapsar una cultura, pues deriva de una ideología patriarcal, machista, clasista, antropocéntrica, etc. y ha urdido una cultura y una economía hibridas en las que se mezclan formas esclavistas, mayoritariamente feudales, con incrustaciones de modernización capitalista, totalmente desprovistas, de algún viso de modernidad, ni siquiera la visión dominante en occidente, la modernidad racionalista kantiana.

Una regulación de esa naturaleza significa la existencia de un régimen del terror y de la corrupción al extremo, a perpetuidad, por, aproximadamente, 500 años, dibujando un clima, un ethos cultural, en el que unas partes de la población colombiana, las más golpeadas, que son mayorías, están buscando, a toda hora, menos resolver el hambre fisiológica, que se mueren muchos de ese tipo de hambre, y más, conjurar la gran angustia, el gran desasosiego del alma, el hambre de hambres, un terror a la muerte que se cuela en todos sus huesos, en todas sus sangres, y paraliza, hiela el conjunto de la cultura, la maniata.

Y las hambres del alma buscan el sosiego en cualquier parte, desesperadamente, y, a veces la encuentran, en la promesa de los jehovás, de los patriarcas furiosos, elementales (Laureano Gómez, Álvaro Uribe, Rodolfo Hernández, etc.), de los cuales, la cultura, no pocas veces, se decepciona tarde, o en la distracción de los bufones (Iván Duque, Federico Gutiérrez, etc.), que las calman a veces, y muy poco, y las decepciones son mucho más rápidas, de ahí el Duque chao, chao, chao, cuando apenas en el 2019, no llevaba siquiera, la mitad de su mandato.

Y sin embargo, la cultura se mueve, como diría Galileo. La cultura es una organización viva, y, a pesar de que la oriente la línea de Parménides, del no cambio, las culturas van cambiando, pues somos parte del universo, y en él, la razón está de parte de Heráclito, lo único que permanece es el cambio, de uno no se baña dos veces en las mismas aguas de un río.

Y con las canchas, bien inclinadas, con las hambres del alma y fisiológicas, in crescendo, no obstante todo ello, el Pacto Histórico, el Frente Amplio por la Paz y la Democracia, se impuso en la primera etapa de los juegos panamericanos de la política colombiana, en las elecciones legislativas del 13 de marzo de 2022, se impuso con más de 8’500.000 votos, en su segunda etapa, la primera vuelta presidencial-vicepresidencial, el 29 de mayo de 2022, y tiene grandes probabilidades de triunfar, en la tercera etapa, en la segunda vuelta presidencial-vicepresidencial que se realizará el 19 de junio.

Tiene grandes probabilidades de triunfar en la tercera etapa, porque las dos primeras etapas las ganó remando río arriba, mientras la élite mafiosa, remaba río abajo, aterrorizados, eso sí, hasta que apareció el patriarca Rodolfo para conjurar en parte su desasosiego y sus fárragos, sus fárragos, sus desordenes que los hacen ver como “locxs jugando con caca”. Esa aparición si estuvo, largamente buscada y milimétricamente planeada, sí se atan los cabos que han ido apareciendo, por su formidable astucia.

El Frente Amplio por la Paz y la Democracia, ha ganado las dos primeras etapas y lo ha hecho porque entendieron y aplicaron, con Alfonso Reyes, que debían buscar a América, y a Colombia, en particular, dentro de su corazón (buscando las llaves donde se perdieron, en el lado oscuro de la calle, en la cultura de la dificultad), con una sinceridad severa, porque entendieron y aplicaron que América, y en particular, Colombia, no será mejor, mientras los colombianos no seamos mejores.

Porque entendimos y nos aplicamos a construir los cimientos del edificio de una República libre, responsable y democrática, con una sinceridad severa, y en ese proceso de siembre de tan caros cimientos ( el 13 de marzo y el 29 de junio de 2022 fueron sus hitos, en el presente horizonte de época), su inteligencia, crítica y astucia han dado ya, varios saltos cualitativos.

Es plausible que el actual nivel de inteligencia, crítica y astucia del Frente Amplio por la Paz y la Democracia, liderados sabiamente por Gustavo Petro y Francia Márquez, gestione, desarrolle y consolide una estrategia fina, sigilosa y efectiva, porque ese nivel, cuando la mar está más tempestuosa y agresiva, y por todos lados se avizoran nubarrones, se crece, como se creció en el proceso y en la final de la champions, el Real Madrid, remando río arriba, y, sin embargo, triunfó, heroicamente.

Cuando el brillante filósofo colombiano, Damián Pachón Soto, expresa, respecto de la cita electoral del 19 de junio de 2022,  de que hay señales inequívoca de que cabalgamos, un heroísmo contenido en el Quijote, se adivina, también, inequívocamente.

Cuando se juega, casi siempre, con las canchas inclinadas en su contra, el universo ha provisto al ser humano del componente heroico, para poder superar, en esas condiciones tan desfavorables, tan difíciles, tan altamente complejas, con éxito tales desafíos, no necesariamente, en no pocas veces, triunfando, sino haciendo acumulados.

Para el desafío actual de triunfar en la segunda vuelta, hay ya acumulados dilatados de inteligencia, crítica y astucia que lo presagian, pero el ascenso es tortuosamente difícil porque los otros van descendiendo. Pero, también, por fortuna, es altamente heroico, y en eso consiste el heroísmo. En hacer mucho con poco y hacer que los adversarios hagan muy poco con demasiado, en una abundancia codiciosa, que, no pocas veces, los abruma y los paraliza, porque el dinero, finalmente, no compra la vida, no evita la muerte, menos mal. ¡Vamos con toda!   A.M.R.

 

Acerca del elector colombiano promedio: Elucubraciones “biologicofilosóficas”

El perro y el frasco.

  • Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad.

  • Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en estos mezquinos seres corresponde a la risa y o la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.

  • ¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.

Charles Baudelaire.

Si existe tal cosa como la naturaleza humana, es posible que exista la naturaleza del colombiano, que, en el interior de cada parroquiano parido en estas prolíficas tierras, haya un fragmento de información, un grupito de bases nitrogenadas tan especialmente acomodadas, que dicha organización les permita encargarse de la expresión no solo de un fenotipo, sino de algo que va más allá, y tal cual le debe pasar a cada parroquiano de los diferentes países del mundo, es posible entonces, la naturaleza del argentino, del peruano, del checheno, del ucraniano. Así pues, esta naturaleza humana del colombiano, ha sido producto del darwinismo, por lo tanto, no es algo que se ha dado de la noche a la mañana, sino que, durante siglos a punta de golpes, escasez, maltrato, violencia de todo tipo, se ha ido configurando ese delicado fragmento genético en el núcleo de las células diploides (las de los tejidos) y por supuesto haploides o reproductivas (óvulos y espermatozoides) de estos individuos.

La naturaleza del colombiano, ese acervo “geneticocultural”, se expresa de diferentes maneras en los individuos que forman la población, por ejemplo, la mayoría de estos especímenes andan en la constante búsqueda de una figura paterna o materna, la figura de un adulto (no un mayor de edad en sentido kantiano, mayor de edad cultural), que ojalá sea verraco, bravo y controle las vainas, que hable duro y mande a callar, que esté dispuesto a dar plomo, que no tenga pelos en la lengua, proveedor, pendenciero, con un temperamento de mierda y un carácter débil, porque ojo, recordemos, que el carácter es lo que domina al temperamento.

Así pues, además de que estos especímenes tardan tanto y la mayoría de las veces no logran superar esas etapas de su desarrollo psicosexual, denominadas complejo de Electra y Edipo, muestran otra característica propia de su naturaleza, y es lo que se conoce como síndrome de Estocolmo, estos sujetos se enamoran de su captor, logran identificarse muy rápido y fácil con él, al punto que, lo transforman en mesías, lo endiosan y como en cualquier culto, pierden todo horizonte de objetividad y pensamiento crítico, son cegados por la fe. Lo cual está relacionado a otra característica; y es que estos ejemplares son perezosos a la hora de pensar, hay una gran flojera a usar su propio entendimiento, son, si se puede decir, expertos en buscar atajos, soluciones rápidas, aunque no duraderas, a problemas generalmente complejos, enredando más sus vidas.

Sin embargo, tienen una gran capacidad para el trabajo físico, capacidad que han sabido utilizar para soportar las adversidades a las que se ven enfrentados cotidianamente, su capacidad para sobrevivir y sobreponerse es superior a la de otros sujetos en diferentes ecosistemas y acervos “geneticoculturales” distintos, logran, en su mayoría, subsistir con pocos recursos, con dietas pobres, en condiciones de salud siempre adversas; han hecho de la escasez, el maltrato, la injusticia y vivir al límite, su zona de confort; por ello es tan complejo introducir otro tipo de dinámicas en este ecosistema, tienen sus nichos tan claros, que la sola idea de que se vea alterado les hace perder la cabeza y reaccionan de forma visceral y desmedida.

Todo lo anterior, primero, para efectivamente complicarlo a usted como lector o lectora, e invitarla o invitarlo a hacer algunas consultas para repasar biología y otras cositas más (en caso de que no las recuerde), segundo, para entretenerme como profesor de biología a la hora de hacer este ejercicio, tercero, para practicar un poco este complejo arte de la escritura complicándome a mí mismo y cuarto, para presentar mis sencillas elucubraciones acerca del por qué un nefasto personaje como Rodolfo Hernández está, ojalá que no, a pocos días de ser el presidente de Colombia.

Y es que, los números no mienten (a menos que sean alterados en los E14 por la Registraduría), millones de personas han depositado su voto a favor del uribismo representado ahora en Rodolfo Hernández, aclarando que, uribismo no es más que el nombre que hace unos años se le dio a esa parte tóxica de la cultura colombiana, a ese acervo “geneticocultural” que no debe ser heredado a las próximas generaciones, pues aunque Rodolfo Hernández claramente representa al colombiano promedio, también representa todo lo que como sociedad debemos dejar atrás; verbigracia el machismo, misoginia, homofobia, xenofobia, racismo, corrupción, intolerancia; violencia en diferentes formas; el ingeniero RH representa, no el factor Rhesus aglutinógeno, esa proteína de la sangre humana integrada a los glóbulos rojos, que permite determinar el grupo sanguíneo casi siempre, ya sea Rh + o -; sino representa más bien un VPH (Virus del papiloma humano) o un VIH (Virus de inmunodeficiencia humana), representa todas esas enfermedades de las que nos debemos curar, esos males ancestrales que es hora de sanar.

Estamos siendo testigos de una gran oportunidad de cambio, la opción para un nuevo paradigma, un modelo que, aunque será difícil de sacar adelante (por la resistencia natural de estos especímenes que disfrutan de su zona de confort y tienen miedo), en el corto plazo nos dejará ver unos ligeros cambios, en el mediano plazo, nos permitirá visualizar un futuro mejor y en el largo plazo, nos permitirá haber construido una nueva y mejor realidad, nos permitirá rediseñar el ecosistema, empezar otro proceso evolutivo, depurar el genoma, vivir dignamente.

No seamos como el perro, indigno compañero de la triste vida de Baudelaire, recibamos el delicioso perfume, no nos dejemos exasperar, que, así como nos acostumbramos a vivir en el límite, con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas, podemos acostumbrarnos, valorar y cuidar un modelo de vida más saludable, honorable, digno.

 

Mario Rojas. 

Ad Portas de la segunda. Y yo, nunca más impávido.

“La lucha más importante que cualquier líder político podría asumir por su sociedad es sacarla de la guerra, y lograr entregarles a las actuales generaciones y a las futuras un país que conviva en paz”

Gustavo Petro (junio 14 de 2008, diario El Espectador)

“La sociedad colombiana es y ha sido gobernada por el odio. Mientras la sociedad colombiana sea gobernada por el odio no va a alcanzar la paz”

Gustavo Petro (noviembre 27 de 2007, sesión plenaria en Congreso de la República)

 

Hoy, a horas de la segunda vuelta en la carrera por la presidencia de Colombia, me percato de que acá, en la patria boba, ya no hay esas grandes manifestaciones desde el arte; esos grandes artistas que contra viento y marea denuncian el establecimiento corrupto, no hay esas grandes creaciones que mueven masas y que generan cambios por una vida digna. Hay, en su lugar, giras de artistas como Bad Bunny con venta total en cada país que visita (Colombia uno de ellos) y en tiempo record, además, hay influenciadores en redes sociales ganando millones de adeptos a sus bailes y comentarios superficiales sobre temas irrelevantes, hay artistas plásticos haciendo basura sin fondo para lavar el dinero de los corruptos y llenando galerías con obras chatarra para decorar las casas de viejas y viejos godos que se han tragado al país durante décadas.

Sin embargo, no puede ser diferente, cómo podría, si a punta de manipulación mediática y balazos, han distraído a los unos y callado a los otros, han disfrazado las mentiras del establecimiento corrupto con tantas máscaras, que se hace cada vez más difícil develar las realidades, se hace cada vez más difícil pensar con claridad, porque el ruido de las paparruchas nos distrae y llena de rabia. Que maldito sistema tan bien orquestado, que pantomima tan grande la que nos presentan para tenernos entretenidos mientras siguen haciendo de las suyas. Hoy, a pocas horas de la segunda vuelta, el establecimiento corrupto ha sabido utilizar esa realidad, ha sabido aprovechar todo lo que ha sembrado a lo largo de décadas, miedo, ignorancia, hambre, angustia, tristeza, desazón, violencia de todo tipo y en todos lados, la ha sembrado mediante el abandono de sus deberes constitucionales, como brindar educación de calidad, salud, techo y servicios públicos básicos.

El estado colombiano, narco, paramilitar y corrupto, podrido hasta la médula, parece que tiene la sartén por el mango, ha presentado su estrategia y está a puertas de volver a colocar otro crápula en la presidencia, un sujeto que representa todo lo que deberíamos dejar atrás, pero que, como todo paradigma alimentado por el dogma y los miedos, se niega a irse, se niega a perder el control de sus millones de víctimas, un Rodolfo Hernández, imputado por corrupción, que  desconoce el aparato estatal, y vocifera que se limpia el culo con la ley, que presenta propuestas populistas como llevar a cada colombiano y colombiana a conocer el mar, que putea y amenaza a quien sea, siempre que le lleven la contraria con argumentos, que sale a posar de viejito querido cuando en realidad no es eso, sino un crápula, cavernícola pintado de payaso para entretener y distraer al público, que es como el perro de Baudelaire, al que no se le pueden ofrecer perfumes finos que le exasperen porque ladra y en el caso del perro colombiano, hasta muerde y asesina.

Pero hay esperanza, se puede dar un giro a este muladar, es posible en las urnas generar un cambio de paradigma, hacer una apuesta por la vida, por la paz, por la justicia social, por el presente y el futuro, por nosotros y sobre todo por los que están en condiciones más difíciles que las de nosotros. Ya no tenemos las grandes representaciones artísticas, ya no hay grandes líderes que desde su obra mueven a millones, al último lo mataron en los años noventa, Jaime Garzón, el último bastión de la crítica en Colombia que tenía ese gran alcance y profundidad del que carecen hoy algunos que lo intentan, pero que sin embargo, por si las moscas, los han callado y exiliado como en su momento le pasó a Pirry y a Santiago Rivas (Presentador de Los Puros Criollos), o se cuidan de no pasar esas líneas invisibles puestas por el sistema, como es el caso de Juanpis González, Martín de Francisco o Santiago Moure.

Pero si, como dije, hay esperanza, porque así ya no existan esos grandes artistas líderes y grandes obras, si hay miles de personas que no necesitan esos líderes, que contra viento y marea están trabajando, con carencias, errores y miedos, pero con una convicción que crece, un ánimo que no desfallece, convencidos de que el éxito consiste precisamente, en ir de fracaso en fracaso, sin perder el entusiasmo, como lo planteó Churchill; con una meta clara, con argumentos que respaldan ideales colectivos, logrando asirse a fuertes estructuras como la filosofía, la ciencia y el arte. Porque puede que la noche esté muy oscura, que el establecimiento estatal corrupto tenga todas las armas, pero el proyecto del Pacto Histórico es tan coherente y está tan bien representado en la voz de Gustavo Petro y Francia Márquez, que están dadas las condiciones para, como expresé líneas atrás, darle un giro a este muladar.

Así pues, salir a votar (el 19 de junio y todas las veces), no solo es un acto de responsabilidad ciudadana, no es solo una opinión, es un argumento, eso es el voto, o al menos así lo concibo en mí mismo, un argumento que respalda mis posturas, un argumento contra el establecimiento corrupto, y es un argumento porque detrás de él hay un ejercicio de preparación responsable, un ejercicio de revisión y organización que procura objetividad, hay un Ethos.

Finalmente, como ya no hay esas grandes expresiones artísticas, porque no las dejan surgir, entonces me apego nuevamente a lo expresado por Eduardo Galeano: “Muchas personas pequeñas, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo”.

Mario Rojas.

RÁPIDA MIRADA SOBRE LA ACTUALIDAD POLÍTICA COLOMBIANA

Ángel Mauricio Ramos Rubiano

Tras casi cuatro años de gobierno el presidente Iván Duque Márquez deja su cargo con una desaprobación del 67%, la más alta registrada por los últimos expresidentes, según una encuesta realizada por INVAMER (empresa de consultoría) el 19 de mayo de 2022.

El gobierno avanzó en temas como por ejemplo la matrícula universitaria gratuita en universidades públicas para estratos 1, 2 y 3, un aumento significativo en el presupuesto de educación, el aumento del uso de energías renovables en un 100%, el 70% de los colombianos vacunados contra el COVID-19, ampliación en la cobertura de suministro de agua y un crecimiento económico positivo.

Estos logros son cuestionables para algunos analistas, ya que la matrícula universitaria gratuita no fue iniciativa del gobierno sino producto de fuertes protestas, el crecimiento económico en gran medida es halado por los dividendos del sector financiero (muy rechazado en Colombia por escándalos de corrupción y sus vínculos políticos) y no tanto por un crecimiento de la industria y el comercio, el aumento del presupuesto en educación no es un logro del gobierno sino que la ley obliga a que siempre sea de esta manera.

Para muchos, el gobierno de Duque pasará a la historia como uno de los peores. Sus ministros han sido fatales, en especial el ministro de hacienda Carrasquilla, fuertemente rechazado por sus escándalos de corrupción y quien tuvo que renunciar a su cargo; el ministro de defensa Botero que se retira como el peor de la historia y quien además de su pésima gestión apoyo a militares que violaron a niñas indígenas y realizaron bombardeos en donde murieron niños inocentes y fueron pasados por guerrilleros; la ministra Abudinen de las Telecomunicaciones, salpicada en un escándalo de pérdida de más de 17.6 millones de dólares destinados a la cobertura de internet en los lugares más pobres); y así sucesivamente con los ministerios de justicia, relaciones exteriores etc. El mandato de Duque deja al país con un crecimiento en el desempleo 12.1% (que se venía dando desde antes de la pandemia), una mayor desigualdad social, mayores índices de pobreza (13 millones de colombianos como menos de dos comidas al día), 50 billones de pesos perdidos al año por corrupción (más de 12.600 millones de dólares), y la inflación más alta en 22 años.

Sumado a esto, hubo un crecimiento en la violencia y la inseguridad debido al aumento del narcotráfico. Ha habido una política fallida de lucha contra las drogas y los cultivos ilícitos en donde se privilegia la fumigación y no la sustitución de cultivos, sin medir las consecuencias sociales y ambientales que esto genera.

El manejo de la política exterior ha sido lamentable y se ha perdido liderazgo con los países de la región. Todo esto y mucho más, sumado a las múltiples salidas en falso del presidente, que le han valido toda clase de burlas, se reflejan en su impopularidad que ha llegado en ocasiones hasta cerca del 80%, cifra nunca antes vista.

La impopularidad del gobierno y el partido político Centro Democrático al que representa (partido del expresidente Duque), se vio reflejado en las pasadas elecciones en la que Oscar Iván Zuluaga, retiró su candidatura por su baja intención de voto en las encuestas.

Por su parte, el candidato de la oposición, Gustavo Petro (senador y quien fue alcalde de Bogotá), alcanzó un 40.32% de la votación en primera vuelta para la elección de presidente del pasado 29 de mayo, seguido de Rodolfo Hernández (empresario constructor y quien fue alcalde de Bucaramanga) con un 28.17% de los votos. La segunda vuelta electoral de este 19 de junio, definirá el candidato quien empezará a ejercer como presidente el 7 de agosto de este año.

Las alianzas entre candidatos perdedores en primera vuelta favorecen a Rodolfo Hernández quien ha logrado igualar la intención de voto de su contrincante, e incluso en algunas encuestas lo dan como ganador.

A favor de Gustavo Petro, se puede decir que conoce a la perfección el país y su realidad, es un gran orador, tiene propuestas muy sólidas en especial en lo educativo (en donde propone ampliar la cobertura en la educación superior de tal forma que todos los jóvenes puedan acceder sin restricciones “la educación como derecho y no como privilegio”), lo social y lo ambiental. Pretende una reforma al sistema de salud (en donde propone un ambicioso programa de salud preventiva) y al sistema pensional (en donde propone dar una pensión de $500.000 (127 dólares) a ancianos pobres desprotegidos. Muchas minorías étnicas se sienten identificadas con el candidato Petro y su fórmula vicepresidencial Francia Márquez quien ha sido una líder afrocolombiana y ha luchado por la paz en zonas muy pobres y abandonadas pero con una violencia cada vez mayor, también es apoyado por grupos feministas y de la comunidad LGTBI. A parte de la sensibilidad social que representa Petro, ha sido uno de los mayores defensores de los acuerdos de paz y sus debates en el senado revelaron los vínculos de los paramilitares con cerca del 60% de los congresistas, muchos de ellos hoy en las cárceles o huyendo de la justicia.

En Contra de Petro, se encuentra la resistencia que genera en una gran parte de la población que lo tilda de comunista (por su pasado guerrillero en el M19, grupo que se desarmó a finales de los 80´s, uno de los hechos que generó el cambio de Constitución) y teme que el modelo económico que propone “nos convierta en una nueva Venezuela”. Para algunos analistas económicos, el desligue de la economía minera que propone Petro, dejaría desfinanciado gran parte del presupuesto nacional, por lo que parece inviable, por lo menos a corto plazo. Algunas de sus últimas alianzas políticas han sido desafortunadas con personas involucradas en escándalos de todo tipo.

A favor de Rodolfo Hernández se puede decir que es un gran administrador (hecho que ha demostrado en su vida de empresario como constructor y en la alcaldía de Bucaramanga), pareciera no tener alianzas con políticos tradicionales (aunque muchos políticos, en especial del Centro Democrático, lo apoyan). Su vida pública se resume a su labor en la alcaldía ya que no ha tenido ningún otro cargo público. Sus propuestas se basan en la lucha contra la corrupción. Tiene un lenguaje directo (muchas veces agresivo y con malas palabras) que conecta con un grueso de la población. Su plan de gobierno no es muy sólido y se limita a decir que va a luchar contra los corruptos. Algunas de sus propuestas parecieran haber sido copiadas del candidato Petro, como la ayuda pensional para adultos mayores pobres.

En su contra, Rodolfo Hernández tiene una imputación de cargos por corrupción (la fiscalía ordena que se investigue porque hay material que prueba su participación en hechos ilegales); tiene un desconocimiento de país (no sabe que algunas regiones existen) y del funcionamiento del Estado; su sensibilidad social es escasa (habla de la alegría de poner a los pobres a pagar 15 años de intereses por los apartamentos que les vende); se le acusa de misógino y racista; no tiene un plan de gobierno estructurado ni una política exterior clara, tampoco una posición sobre la lucha antidroga ni sobre la implementación de los acuerdos de paz; evade los debates; maneja un lenguaje grotesco y fue suspendido de su cargo de alcalde por tres días por golpear a un concejal.

El panorama no parece claro en esta segunda vuelta electoral, lo cierto es que de nuevo el país se encuentra polarizado y lleno de noticias falas y acusaciones de unos contra otros. El debate político es incipiente y todo se traslada al campo personal. Parece que en Colombia hoy es un riesgo decir a que candidato se apoya.

BIBLIOGRAFÍA

https://www.elcolombiano.com/colombia/politica/colombianos-desaprueban-gestion-del-presidente-ivan-duque-segun-encuesta-de-invamer-NH17545239

https://www.portafolio.co/economia/finanzas/casi-13-millones-de-colombianos-comen-dos-o-menos-veces-al-dia-564788

 

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO AMPLIADO EN EL COMIENZO DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE LA POLÍTICA COLOMBIANA: EL INEVITABLE, FIEL Y EFECTIVO CUMPLIMIENTO DE LAS ESENCIALIDADES DE SU PROGRAMA (PLAN DE DESARROLLO) DE GOBIERNO 2022-2026, LA URDIMBRE DE LOS CAROS CIMIENTOS (I)

 

 

“¿Dónde está la vida que hemos perdido

viviendo?

¿Dónde está la sabiduría que hemos

 perdido en conocimiento?

¿Dónde está el conocimiento que

hemos perdido en información?”

T.S.Eliot

 

“P. S. 2. Usted lidera las encuestas por su coraje en la lucha contra los leviatanes de la corrupción y el paramilitarismo, porque tiene ideas modernas en lo ecológico,

viables en lo económico y sensibles en lo social, pero, si es elegido,

 recuerde que el presidente es una suerte de

coordinador

de esfuerzos, no el dueño de la verdad.

Que es la gente la que encaja los taburetes y las mesas y cuece los

alimentos, la que erige el templo, labra el surco, inventa

las lenguas, entona las canciones y

teje las fábulas.

Que el político solo es, en el mejor de los casos,

un intérprete de las ansiedades del pueblo.”

Julio César Londoño

En columna de El Espectador

7 de mayo de 2022

 

“Bonito. Pero las luchas no son

solo individuales. Para que

tengan éxito, son también,

colectivas.”

Tweet 21-06 /22

Presidente Gustavo Petro

 

“Lo que más me inquieta es que todos

se preguntan: ¿qué va a pasar?

Casi nadie se pregunta:

¿qué vamos a hacer?”

Julián Marías

 

 

“Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz.”.

Estanislao Zuleta

 

 

La celebración

 

Después de haber ganado, heroica, místicamente, las dos primeras etapas, la del 13 de marzo de 2022 y la del 29 de mayo de 2022, para la etapa final, aquella en la que se sabría de qué estaba hecho el Pacto Histórico Ampliado, hubo un salto cualitativo en su misticismo y en su heroicidad, y, finalmente, se triunfó en la etapa más ardua, el 19 de junio de 2022, su tercer hito en los juegos panamericanos de la política colombiana.

 

Ese día, especialmente, ríos de revueltas emociones contenidas durante, aproximadamente, 500 años, por fin horadaron el portentoso y astuto dique, y salieron a borbotones explosivos, en muchos, millones, seguramente, y en otros, los menos, con su racionalismo a cuestas, en atragantada salida, también bañaron de difíciles lágrimas sus rostros, lágrimas de todo, y la celebración se desbordó, digna y pacíficamente ruidosa, y se transformó en una catarsis, en una hermosa curación colectiva.
 

Más allá de la jubilosa y heroica celebración, se vivió, también, una enriquecedora fiesta de sanación colectiva.

 

La teoría comprensiva, filosófica, científica y artística, como malla de seguridad cada vez más eficaz

 

Se anduvo en la cuerda floja, en las dos primeras, y más en la tercera, pero, por fortuna, la consistencia, certezas y dudas de la teoría comprensiva que orientó y orienta al Pacto Histórico Ampliado, elevó su nivel, de menos a más, con saltos cualitativos de enorme valor, y pudo amortiguar las muchas caídas (errores a granel, y, a veces, fallas protuberantes) que se tuvieron.

 

Por supuesto, al elevar su nivel teórico también crecía su nivel de inteligencia, crítica y astucia, y, con ellas, se entendió a cabalidad que “si quieres resultados distintos, no puedes seguir haciendo los mismas cosas”(Einstein A.), que la teoría filosófica, científica  y artística es siempre rigurosa, y por tanto, siempre es flexible, nunca rígida.

 

Como se sabe, teoría viene de Theoros, héroe mítico griego, que consultaba el oráculo (la máxima comprensión, la de los dioses) o era enviado a las ciudades vecinas a comprender su ethos, dentro de sus dinámicas y tensiones de poder.

 

Por tanto, Theoros, teoría es comprensión, esto es, la teoría (es filosófica, científica y artística) hace visible lo invisible.

Por el contrario, la ideología hace invisible lo visible, incluso, instrumentalizando férrea y cruelmente la ciencia (tal vez un ejemplo paradigmático ha sido la hipersensibilidad de las ideologías hegemónicas al fenómeno Wikileaks-Julián Assange). Entre más fuerte la ideología más se invisibiliza lo visible y lo menos visible.

 

Por supuesto, finalizados los panamericanos, comenzaron los Juegos Olímpicos de la política colombiana, inmediatamente después de institucionalizada la victoria, y siendo su grado de dificultad mayor, mucho mayor, realmente, es de esperar que el Pacto Histórico Ampliado afine, expanda y profundice su teoría comprensivo, para con base en la ciencia de la gestión de conocimiento, cumpla las esencialidades de su programa, más tarde plan de desarrollo 2022-2026, que resultará, qué tal que no, una partitura más sólida y consistente.

 

Como, para nuestros juegos olímpicos, la vara del salto está más alto, mucho más alta, en los cuatro años que vienen, la elevación de la robustez de la teoría, implica que los niveles de inteligencia, crítica y astucia del Pacto Histórico alcanzan saltos cualitativos tales que lenta, gradual y firmemente se van urdiendo unos cimientos consistentes y bellos, en estos 4 años, del edificio de la República Libre, Responsable y Democrática colombiana, ni menos, pero, sin ansiedad y desesperación, si se puede, sí más.

 

En ese contexto, es plausible esperar que las críticas saludables (es un pleonasmo, porque toda crítica, si es crítica y se lee críticamente, siempre es saludable) entre los valiosos senadores Gustavo Bolívar y Roy Barreras, lo sean, y no, por los egos que se lastiman, las críticas no lo sean y más bien, se vuelva reyerta, y entonces, los líderes terminan olvidando lo sagrado, el interés público.

Representar el interés particular no siempre pasa por agenciar intereses económicos, pues, en no pocas ocasiones, se agencian intereses emocionales, y, lo peor es cuando se mezclan los primeros con los segundos.

 

Esa será un botón de muestra, y hay muchos peros muchos más, para valorar el nivel de inteligencia, crítica y astucia del Pacto Histórico Ampliado, y ante la proliferación de niñxs malcriados en el Centro Democrático y los partidos tradicionales que le han acompañado, gestione una regulación de ética ciudadana, de adultos y adultos, que no abusan del yo quiero, sino que entienden que, en no pocas ocasiones, hay que hacer lo que es útil y no lo que a uno le gustaría.

 

Cuando se asevera de las diferencias en la crítica, de los conflictos, “de reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”, (E.Z.), se está hablando, para la nación colombiana, de un momento de llegada.

 

El momento de partida, no obstante, las incipientes ciudadanías libres, responsables y democráticas, es de minoría de edad cultura fuerte, de premodernidad, algo que se puede evidenciar, con cierta claridad, en el último mapa electoral.

 

Por supuesto, se infiere que los líderes (entre ellos, Senado, Cámara,

Asambleas, Consejos y otras instancias institucionales) del Pacto Histórico Ampliado hacen parte de esas ciudadanías, y creería, es un imperativo categórico, que, con todas sus razones y emociones, funjan como verdaderos líderes gestionadores y no como caudillos, porque “la palabra convence, pero el ejemplo arrastra.”.

 

 

Las primeras verdades de Perogrullo como fuente propulsora primaria, base, del cambio vitalista: los imperativos categóricos.

 

 

 

A partir de una mirada especulativa a la evolución del universo, antes y después de la aparición de la especie humana, es posible inferir unas Perogrulladas que los diversos artefactos epistemológicos, las ideologías, la filosofía, la ciencia y el arte, tramitan de manera diferente, de acuerdo con las relaciones de poder que imperen.

 

  • Esfuerzo

En la tríada espacio, tiempo y esfuerzo, el universo material activa el esfuerzo en términos de ensayo-error, en unos tiempos y espacios dilatados. Nuestra vida es un segundo fugaz en la vida de una estrella.

 

  • Principio de gradualidad

Como la ideología (el credo) es vivir la vida como uno quisiera que fuera la vida, traicionando el principio de gradualidad cósmica, entonces, entra a forzar, a través de la violencia física y simbólica y sus autoritarismos la vida tal como es, y en ese sentido, dicha traición no solo ha significado crueldades y miserias inefables, sino que intoxica al universo, un estornudo para él, con el cambio climático.

 

En el caso de la ideología estalinista, forzar ese principio de gradualidad cósmica, a través de la colectivización forzada, significó millones de muertes, sufrimiento e incontables hambrunas. Ni qué decir del trauma cambodiano con el sueño de un paraíso agrario. No se quedó atrás china con un experimento similar. Si por oriente llovió, por Occidente no escampó, con sus incontables invasiones, conquistas y colonizaciones, en los que el principio de gradualidad se hizo añicos.

 

La historia de la humanidad es la historia de las ideologías que la han hegemonizado hasta ahora, con excepciones que la confirman. La historia de las ideologías es la historia de la traición al principio de gradualidad, con las excepciones que la confirman.

 

Esas excepciones confirman, también, que, si se es fiel, del paso a paso, no fanático, al principio de gradualidad cósmica, es porque en dichos nichos culturales, las relaciones de poder son favorables a la filosofía, la ciencia y el arte, con ideologías, útilmente subordinadas (hasta el momento, el ejemplo del Pastor Alfredo Saade es encomiable).

 

De lo anterior se colige que, dado el nivel teórico actual, del nivel de la inteligencia, crítica y astucia (de cribar, separar el grano de la paja con sigilosa sagacidad), del Pacto Histórico Ampliado, el programa y plan de desarrollo 2022-2026, y, que con la orientación sabia del Presidente Gustavo Petro y la VicePresidenta Francia Márquez, gestionando las relaciones de poder favorables de la filosofía, la ciencia y el arte, la urdimbre efectiva y consistente de los cimientos de modernidad cualificada (más allá de Kant y Descartes, cerca de Darío Botero Uribe) resultará de los desarrollos de las diversas líneas de tiempo programáticas en términos del principio de gradualidad cósmica, del paso a paso.

 

Es decir, de acuerdo con los ritmos que le vayan imprimiendo la teoría comprensiva, filosófica, científica y artística, a la gran orquesta colombiana, cuyos líderes, el Presidente y la VicePresidenta elegidos están sabiendo y sabrán mover los palitos, sabiamente, para asegurar el principio de gradualidad cósmica, de construir sobre lo construido, del todos  ponen, todos toman, porque esos son, Gustavo Petro y Francia Márquez, los Coordinadores de esfuerzo, que educan para sacar el diamante de todo el pueblo colombiano (más de 50 millones de habitantes), extraños totalmente (así, no pocos, los asuman como tales, como mesías, como redentores) al caudillismo, inherente a las ideologías, especialmente a las fuertes.

 

Ni más faltaba:  la coordinación de esos millones de esfuerzos tendrá el aliento, la gasolina de un mayor misticismo y de un mayor heroísmo porque, ya no es activar el esfuerzo de los militantes, de los simpatizantes y de sus ciudadanías libres, responsables y democráticas del Pacto Histórico Ampliado, sino que el reto es maravillosamente titánico. El Sísifo rebelde se apresta a subir ya no una roca de una tonelada sino otra de 10 toneladas: activar el esfuerzo de todos los individuos y los colectivos de toda la nación colombina, precisamente, entre otras cosas, para que lo sea. Y como colocó la primera en la meseta, atendiendo el principio de gradualidad cósmica, y combinado sabiamente con el esfuerzo persistente, obstinado, místico y heroico, colocará la segunda piedra en la cima vuelta plano.

 

Y la colocará en 4 años si no se pierde la perspectiva, y para no perderla hay que atender la inteligencia, la crítica y la astucia permanentes.

 

Por ejemplo, el excelente escritor y pensador Julio César Londoño, un apasionado estudioso de la evolución del universo, uno de los universales colombianos (así como el Reporte Coronel podría titularse Las sabidurías de Daniel, igual con sus textos, las sabidurías de Julio César; ojalá todas esas cientos, miles de sabidurías que hay Colombia y en el mundo, se expandan y profundicen en la cultura colombiana, en una primavera filosófica, científica y artística), advierte, con la lucidez que lo caracteriza:

 

“…Recuerde que el presidente es una suerte de coordinador de esfuerzos, no el dueño de la verdad.  Que es la gente la que encaja los taburetes y las mesas y cuece los alimentos, la que erige el templo, labra el surco, inventa las lenguas, entona las canciones y teje las fábulas. Que el político solo es, en el mejor de los casos, un intérprete de las ansiedades del pueblo.”. (Londoño J.C.)

 

Por fortuna, también habita la lucidez, en ese mismo sentido, en el Presidente Gustavo Petro, cuando, ante una cascada de elogios de un simpatizante, en un vídeo, la encaja con cortesía, pero no deja que su ego se embriague, abre su yo, mira al diferente como igual, y lo complementa, con humildad (no obstante, la leyenda) con una alerta no naranja sino roja:

 

“Bonito. Pero las luchas no son solo individuales. Para que tengan éxito, son también,

colectivas.” (Tweet 21-06 /22. Petro G.)

 

Definitivamente, Julio y Gustavo, Uds. dejan totalmente clara y precisa otra Perogrullada estratégica: una golondrina no hace agua. En cambio, más de 50 millones de colombianos, más los que del mundo se sumen para sumar, no solo harán mucha agua vital sino los caros cimientos de la República Libre, Responsable y Democrática de Colombia.

 

Todo ello, por supuesto, si los coordinadores en Dirección (Gustavo y Francia), mueven los palitos coordinadores de esfuerzos no para enterrar los diamantes en bruto del talento humano de la nación colombiana, es decir, para educar y no para adoctrinar.

 

Sin embargo, como se constató en los tres hitos electorales del 2022, en los que el triunfador fue el Pacto Histórico Ampliado, no era suficiente con los movimientos de los palitos de esos dos formidables líderes. Hubo que activar, por las razones que sea que se activaron, místicas, heroicas o de otra naturaleza, miles, millones de esfuerzos, tal vez, de las ciudadanías libres, responsables y democráticas y del conjunto de su militancia.

 

Si se activaron esos millones de esfuerzos, cuando la roca pesaba 1 tonelada, ahora, que la roca a subir, Plan de Desarrollo 2022-2024, pesa mucho pero mucho más, con más veras, y en mucha mayor cantidad y calidad, si atendemos otra queja, que también es una perogrullada:

 

“Lo que más me inquieta es que todos se preguntan: ¿qué va a pasar? Casi nadie se pregunta: ¿qué vamos a hacer?” (Julián Marías).

 

¿Preguntémonos con el pensador y escritor Julián Marías, qué vamos a hacer cada uno, como individuo y colectivo, ante el titánico reto y esfuerzo de millones y millones de colombianos para urdir los cimientos del Edificio Colombia Potencia Mundial de la Vida?

 

Es claro que, en todas las instituciones colombianas reguladas por los poderes ejecutivo, judicial y legislativo, a pesar de la premodernidad y de sus muchas vulnerabilidades, en todas ellas hay núcleos de productividad en todas las temáticas vitales.

 

En imprescindible, generalizar esos núcleos de productividad. Por ejemplo, es de imaginar que, el poder legislativo, en Cámara y Senado el Pacto Histórico Ampliado gestionará que vayan a los cargos directivos el talento humano con mayor experticia idónea, es decir, que asuman como sagrado el interés público.

 

Con las relaciones de poder favorables, el Pacto Histórico Ampliado gestionará, con toda seguridad, que los cargos directivos del Poder Ejecutivo, Ministerios, Direcciones Nacionales, etc., sean asumidos por experticias idóneas, con criterio público, sin que ello obstruya la gobernabilidad, pactos que en el presente horizonte de época deben estar totalmente alejados de las corrupciones clientelistas y corporativistas.

 

En el mismo sentido, debe ser saneado el poder judicial. El propósito estratégico: enderezar, equilibrar ágil y firmemente, gradualmente, el conjunto de canchas del poder ejecutivo, del legislativo y del judicial en todas sus instituciones, porque si el ejemplo empieza por casa, los millones de ciudadanos, experimentaremos, por el ejercicio probo de nuestros líderes, un mayor enganche emocional, para pensar, planear, desarrollar y consolidar iniciativas individuales y de grupo  que agreguen granos, cientos al principio, miles después, millones dentro de poco de tiempo en el sueño común de tejer la modernidad colombiana cualificada.

 

Millones que nos educaremos en abrir nuestros diamantes en bruto, sacarlos y pulirlos hasta llegar a las experticias con interés público, porque nos dimos cuenta que durante 500 años, las sabidurías y la filosofía, fueron ahogadas, cuando no aniquiladas, la poca ciencia y el arte, también lánguido, cruelmente instrumentalizados, y en cambio, toda la información, difundida acríticamente, como auto de fe, alimentó y alimenta las doctrinas, las ideologías fuertes.

 

El palo está para cucharas: hay que gestar, desarrollar y consolidar, desde la teoría comprensiva que orienta al Pacto Histórico Ampliado muchos ethos culturales, pedagógicos, educativos que alegren el espíritu de Eliot, trabajando la información críticamente, esto es, comprendiendo lo que se lee, para convertirla en conocimiento científico y filosófico, el cual, utilizado para el buen vivir, para vivir sabroso, es la sabiduría.

 

La sabrosura de la vida no tiene que ver, para nada, con el hedonismo superficial, con las farras, los bacanales y las frivolidades eternas, que, de vez en cuando, coadyuvan al hedonismo en profundidad.

 

Las sabidurías del presidente Petro y la VicePresidenta Francia Márquez lo han dejado cristalino y preciso: para vivir sabroso hay que alimentar el estómago, el cerebro y el espíritu.

 

Para alimentar el estómago hay que laborar sabroso, para alimentar el cerebro hay que trabajar sabroso (50 mil horas, promedio, aproximadamente, para llegar a ser Gran Maestro Internacional de ajedrez) y para alimentar el espíritu, ahí si hay que esforzarnos con sabrosura, y en todos los casos, con obcecada obstinación.

 

Todo ello, por todo y por todo, porque “la chispa nace de la obstinación” (Cioran E.M.). Como, sabiamente, lo aclaró el Doctor Pedro R. Eslava M., profesor de la Universidad de los Llanos: “No se puede ganar una maratón, entrenando diariamente 100 metros”.

 

Así no se puede ganar, ni siquiera terminar una maratón, y, por fortuna, el Presidente Gustavo Petro y la VicePresidenta Francia Márquez, dos grandes maratonistas de la política y de la vida lo saben, de palabra y de hecho, porque las han corrido y ha poco hemos ganado tres.

 

Las muchas maratones 2022-2024 no las podemos perder porque, entonces, para qué ganamos las anteriores. Como adultos y adultas de la nación colombiana no podemos otorgarnos el derecho de haber matado el tigre y ahora asustarnos con el cuero.

 

Como individuo y grupo de trabajo, como no nos asustamos con el cuero ya estamos pensando y planeando el granito de arena que le aportaremos a los cimientos. Es lo menos que podemos hacer, porque otros muchos, millones sin duda, dieron demasiado, dieron toda su vida y su muerte heroicas y es menester honrarlos y es menester honrarnos. Así de sencillo. A.M.R.

FILOSOFÍA ¿PARA QUÉ?

Álvaro Enrique Pereira Reyes

 

Nos dicen que recordemos la filosofía, porque la recta filosofía fomenta la justicia, la equidad y el respeto por y para el hombre, no al hombre que instituye o instaura una doctrina filosófica, porque con un hombre se puede acabar, liquidar, inmolar o suprimir. Pero miles y cientos de años más tarde la filosofía puede seguir cambiando al mundo. Si entiendes esto, comprenderás que la filosofía es un arma de doble filo, es decir que, la filosofía puede ser efectiva o contraproducente a la vez. Efectiva cuando está sujeta a la objetividad, imparcialidad o ecuanimidad. Contraproducente cuando por infamias e interpretaciones erradas de los hombres se instauran ideologías o religiones nocivas, justificadas todas en nombre de la filosofía. No culpemos a la filosofía por tan bochornosos desastres causados por diferentes doctrinas: políticas de izquierda o derecha, religiosas o económicas, que más de una vez envilecieron, humillaron o degradaron al hombre. Culpemos a aquellos hombres que se adiestraron o adoctrinaron bajo filosofías mal leídas e interpretadas, ideologías absurdas y religiones perniciosas, y que, con el descaro que los diferencia aun así se hacen llamar filósofos o redentores. Pues bien, la filosofía es una herramienta que sirve para muchas cosas, no sólo para preguntarse sobre la naturaleza de nuestras ideas, o la definición acerca del Ser, sino también para desenmascarar dictaduras, acabar con injusticias, mejorar la democracia, o proveer al hombre de razón, entre muchas otras. Se ha fomentado a partir de injurias desechar a la filosofía de las aulas, y ¡por supuesto que tienen razones para hacerlo!, porque la filosofía es peligrosa, la filosofía obliga a pensar y a decidir, y las dictaduras bien establecidas necesitan mantener a sus “idiotas útiles” amaestrados. Por eso mismo, ¡aléjate de la filosofía!, a menos que quieras vivir sin miedo y en libertad. ¡Sapere aude! (atrévete a saber).

Sobre derrotas y derroteros: Todos al bus de la victoria.

“La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable, ni en la vida personal – en el amor y la amistad -, ni en la vida colectiva. Es preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo”

Sobre la guerra. Estanislao Zuleta.

No estoy seguro si fue JFK, Napoleón u otro, el que dijo: “La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana”; pero más allá del autor, es una acertada frase que cae como anillo al dedo en esta época post electoral, en la que muchas personas, otrora “enemigas”, enfrascadas en duelos partidistas y en orillas contrarias de un mismo río, se atacaban de diferentes maneras, tratando de aplastarse, para lograr, pasando sobre los demás, alcanzar la cima y hacerse con la triada completa, no solo el ejecutivo, sino el legislativo y el judicial; sin embargo, hoy, tras la victoria del proyecto del Pacto Histórico, los antiguos rivales, buscan subirse al bus de la victoria, presentan cuanta muestra de ADN político tengan a su alcance, para demostrar que efectivamente también son padres de ese triunfo, que tienen el linaje.

La victoria del Pacto Histórico, el ascenso al poder de la que han llamado nueva izquierda, ha movido toda la estantería política del país; este proceso ha sido como abrir las ventadas de la casa vieja, permitir la entrada del sol, desempolvar, organizar cachivaches y empezar a remodelar; ha sido como abrir la puerta de la casona de los Buendía y el laboratorio instalado por Melquiades, para empezar a leer los pergaminos en sánscrito y descubrir en ellos, no un desenlace fatal, sino por el contrario, que la respuesta siempre estuvo al alcance de nosotros y que, es hablando, escuchando, debatiendo con la fuerza de la razón y el argumento, no con la razón de la fuerza como se ha venido haciendo durante décadas; que se puede cambiar para bien, el destino de esta prole que se niega a ser como aquella centenaria, cuyo destino fue cerrado por alguien con cola de cerdo; sin querer con ello hacer referencia al presidente saliente.

Así pues, en las últimas semanas nos hemos encontrado con imágenes para la posteridad, reuniones que quizá pensamos nunca se darían, me refiero claro está a Gustavo Petro y Álvaro Uribe en una misma mesa hablando, compartiendo, interactuando. Esta imagen, además de haber sido materia prima para varios memes, ha sido también manzana de la discordia para muchas personas, que todavía no logran comprender que hay de fondo en esos actos una carga simbólica tremenda, un ejemplo de juego limpio, una muestra de “nosotros no haremos lo mismo que ustedes”; porque en este proyecto caben todos, todos los que quieran aportar algo positivo, no falsos positivos; caben todos los que quieran construir país de verdad, sentar las bases para edificar un verdadero hogar para cada persona colombiana que quiera vivir sabroso, aunque sabemos que el camino será largo y culebrero.

Y es que todos cabemos en el bus de la victoria, acá no hubo derrotas, hay, por el contrario, la posibilidad de un nuevo y unificador derrotero, en el que cada persona puede y debe aportar, dar su granito de arena para la consolidación de un proyecto que promete, una propuesta de país que a todos favorece, inclusive a los que tendrán que, ahora sí, ponerse las pilas a pagar impuestos y poner a producir la tierra. Todos y todas cabemos en este bus de la victoria, todos y todas somos padres y madres de este triunfo, porque durante décadas la violencia nos ha tocado de una u otra manera, ya sea en la ciudad o en el campo, ya sea mientras caminamos por las calles de un barrio popular o mientras caminamos por elegantes condominios; pues al ser colombianos, tristemente eso nos ha unido, la violencia.

Entonces, es hora de construir esos espacios en los que el conflicto se pueda vivir sabroso también, que la diferencia no signifique silenciar al otro sino crecer en ella, avanzar gracias a ella; caminar diferentes caminos, pero con destinos similares, a ritmos diferentes, pero con la posibilidad real de llegar a buen puerto, es hora de que todas esas personas e iniciativas que movían manifestaciones en las calles, se transformen en actores y acciones que construyan, elevar la revolución a nuevos escenarios, porque si bien, en algún momento fue necesario salir a gritar y aguantar los gases lacrimógenos (ojalá no vuelva a suceder, pero si llegase a ser, se saldría nuevamente), ahora es necesario que esos movimientos evolucionen y acompañen al líder y lideresa del proyecto por el que votaron millones, con su trabajo, comprendiendo que no se eligió santos o mesías, que el bus de la victoria se puede varar y todos en algún momento tendríamos que empujar y hasta repararlo para que pueda seguir su marcha.

Ahora bien, no hace falta tratar de salvar el mundo, porque son las acciones cotidianas las que realmente empiezan a sumar y las que los de a pie podemos hacer, por ejemplo y para no ir más lejos, sea cual sea su trabajo, hágalo con amor y honestidad todos los días, eso, algo tan aparentemente obvio y elemental, significa aportar a la construcción de una sociedad de amplios horizontes, libre, responsable y democrática. No arrojar basura en las calles, separar los residuos del hogar, respetar las normas de tránsito, ser puntual, saludar, hacer la fila, pagar el pasaje, recoger el popó del perro, ahorrar agua, ahorrar energía eléctrica, en fin, esas pequeñas cosas que hacen los ciudadanos de sociedades civilizadas y que cuando lo vemos realizado en otros países, nos sorprendemos, porque si, tristemente nos sorprende el nivel de cultura ciudadana que pueden llegar a tener las personas en otros lugares del mundo, y aunque sabemos que podemos hacer lo mismo, no lo ponemos en práctica.

Hay altas expectativas, pero los dados ya están en el aire y la esperanza de dejar de ser una fosa común o un cuadrilátero, crece; pero crecerá tanto como lo permitamos, creando para ello los espacios idóneos en los que los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, como se presentó en la cita de Zuleta al inicio de esta disertación. Tú ¿estás listo para trabajar en este gran proyecto nacional?

Mario Rojas.

Marx  K. sentenció: “La violencia es la partera de la historia”. Corrección: “La ideología, ha sido, hasta ahora, la partera de la historia”, porque es el cerebro de la operación. Y la violencia física y simbólica constituye el mecanismo eje para imponerse, para construir su hegemonía, siempre espeluznante.

 

Corrigiendo a Marx K., la filosofía, la ciencia y el arte, articuladas exclaman: “El pensamiento, y no la violencia, podría ser el partero de la historia”. Si comprendemos en profundidad la ideología, sus intolerancias, violencias, corrupciones   y economías, e intentamos comprender, también a profundidad, la filosofía, la ciencia y el arte, se podría insistir: “Si, definitivamente, el pensamiento, puede ser el partero de la historia”, sí miles, millones, ponemos nuestro granito de arena en las profundizaciones y acciones del cambio por la vida, 2020-2026.

 

 

La tensión entre violencia y pensamiento humanos: dos historias distintas: la primera hacia abajo, miseria y más miseria, espiritual y material, siempre. La segunda hacia arriba, enriquecimiento integral que no pierde de vista que rico y rica no son quienes tienen mucha riqueza sino quienes saben vivir con poco, digna, altiva y sabrosamente.

 

  1. La apuesta por vivir sabroso se acerca y para lograrlo debemos reconocer que somos una sociedad que ha vivido aterrorizada por muchos años en donde el principal renglón económico es la violencia.

 

La madre ideología (ley de la parsimonia) pare dos hijos siameses: violencia y corrupción al extremo

  1.  "¿De qué me hablas viejo?", es de esta manera como el presidente Iván Duque se manifiesta frente a un hecho que silencio la vida de muchos, esta y otras formas de violencia promovidas desde el gobierno se viven a diario en Colombia, algunos normalizan estos hechos, es por eso que robarse quinientos mil millones recursos destinados para el proceso de paz resulta insignificante esas y otras cifras de mayor o menor valor son eventos de corrupción que pone a los Colombianos a padecer fisiológica y espiritualmente se silencian a diario miles de corazones a causa de la desnutrición, la guerra y la impunidad frente a todos esos hechos macabros es agonizante.

 

Urdir la INDUSTRIA DEL PENSAMIENTO, es una responsabilidad de todos, de los más de 50 millones de colombianos

 

  1. Mencionados tan solo algunos de esos hechos maquiavélicos, resulta urgente invitar a cada uno de los colombianos a hacer parte del cambio, la política del amor, de la vida, vivir sabroso, son propuestas que cada uno debe cultivar y Cultivar dejando huella, eso sí, sin pisar a nadie. 

 

La cultura de la gratitud como un componente inherente a la Industria del Pensamiento, de la no ideología, de la no intolerancia, de la no violencia, de la no corrupción.

 

  1. Antes de ponerle punto final a este escrito, quiero manifestar mi sentimiento de gratitud a todas y todos los que han hecho posible que la dirección del rumbo de este país cambie, quitarle el timón a la politiquería no ha sido una tarea fácil, muchos corazones heroicos dejaron de latir por esta causa es hora de revitalizarlos espiritualmente y que la valentía aflore como nunca.

 

LAUFER

 

Vargas Llosa, el equivocado eres tú

El veredicto que hace el Nobel sobre Colombia puede sonar bien en Madrid, frente a sus áulicos, pero no en Bogotá

 

 

MARÍA JIMENA DUZÁN

07 JUL 2022 - 05:15 COT

 

El escritor y premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa ha dicho a manera de sentencia que los colombianos votamos mal porque elegimos a un exguerrillero del M-19 como nuevo presidente del país. “Si actúa en la legalidad, bienvenido”, dijo con un gesto de escepticismo y de profunda desconfianza y, como si ya hubiera hecho su juicio sobre lo que le va a suceder a Colombia, dejó caer su ultimátum al concluir que la elección de un exguerrillero en la presidencia ponía en peligro la legalidad que por años ha tenido Colombia. “Hay una legalidad que se ha mantenido todos estos años a pesar de que la guerrilla representaba otra cosa”, remató en su diatriba.

 

El veredicto que hace el Nobel sobre Colombia puede sonar bien en Madrid, frente a sus áulicos, pero no en Bogotá. Aquí su dictamen resulta ligero, injusto e irrespetuoso para con los 11 millones de colombianos que ejercieron su derecho al voto. Su dictamen parte del estigma y de la descalificación moral y convierte a los colombianos que votaron por Gustavo Petro en seres sospechosos, que no son de fiar.

 

Vargas Llosa se equivoca de cabo a rabo en su lectura sobre el proceso político que vive Colombia. Duque, el presidente que él tanto admira, nos deja un país sumido en una crisis institucional de inmensas proporciones. Bajo su gobierno, los clanes políticos que funcionan como mafias vivieron a sus anchas y se adueñaron de los órganos de control. Retrocedimos en casi todo: se incrementó de nuevo la pobreza, volvimos a estar en el rango de los países más desiguales del mundo, se deforestó la selva y se le puso freno a la implementación de la paz. La esperanza de cambio que se había desatado en todas las regiones afectadas por la guerra, luego del acuerdo de paz nunca fue atendida y Duque se dedicó a gobernar para los suyos y a viajar por el mundo, promocionando logros que los colombianos nunca vimos.

 

No votamos mal. Votamos por el cambio que Duque represó. No fue un acto suicida, como insinúa Vargas Llosa, sino una aspiración legítima, propia de las democracias que se van modernizando.

 

Ningún país vota mal, cuando se expresa en las urnas. Y menos cuando vota por un cambio y elige ese camino de manera consciente y libre.

 

Vargas Llosa descalifica a Gustavo Petro por haber sido guerrillero y, antes de que comience a gobernar, nos vaticina lo peor. Sin embargo, en Colombia las cosas no son tan tajantes. Petro dejó las armas hace más de 30 años, cuando la guerrilla del M-19 hizo un acuerdo de paz con el Gobierno de ese entonces. Desarmados, formaron parte de la Asamblea Constituyente que redactó una nueva constitución que rige hasta hoy. Desde entonces han sido grandes defensores de la legalidad, no su amenaza. Exguerrilleros del M-19 han llegado a ser alcaldes, gobernadores, ministros e importantes intelectuales. Algunos de ellos han militado incluso en las toldas del uribismo, pero la mayoría ha invertido su capital político en la construcción de una izquierda democrática que cortó su vínculo con la guerrilla y que se opone a la lucha armada. Pese a estos avances, la izquierda estuvo excluida del poder durante décadas enteras y solo se convirtió en una opción real luego de que las Farc desarmó su ejército en el 2016.

 

El triunfo de Petro es también un portazo a la lucha armada y a todo lo que significó en Colombia. Las guerrillas prosperaron en el país porque muchos líderes progresistas que intentaron llegar al poder fueron asesinados. Con la elección de Petro, se acabó esa conjura y la política se democratizó.

 

Vargas Llosa teme por el estado de derecho en Colombia y dice que ve a la “legalidad” amenazada, pero desconoce su verdadera naturaleza. Nuestra legalidad ha sido perversa porque durante la guerra aprendió a vivir con un pie en la ilegalidad. Eso lo acaba de decir el informe de la Comisión de la Verdad cuando afirma que el conflicto en Colombia no se dio entre dos bandos armados, sino que fue todo un entramado en el que participaron muchos sectores de la sociedad, legales e ilegales.

 

Vargas Llosa es un escritor y ensayista que ha cautivado al mundo. Sin embargo, cuando se mete en la política casi nunca acierta.

3. VITALISMO CÓSMICO Y BUEN VIVIR

Dos racionalidades descolonizadoras

 

 

Damián Pachón*

 

INTRODUCCIÓN

 

Tras el derrumbe del socialismo  real,  del  cantado  triunfo del capitalismo y el constitucionalismo liberal en la década de los noventa del siglo pasado, en América Latina no cundió de manera unilateral y definitiva el llamado pensamiento úni- co, tal como lo percibió de manera optimista Francis Fuku- yama. De hecho, lo que pasó fue la creación de nuevas corrientes de pensamiento, entre ellas, el vitalismo cósmico, de Darío Botero Uribe en Colombia, y la utopía, aún en construc- ción, denominada Buen vivir/Vivir bien. En este trabajo se establecerá un diálogo entre estas dos vertientes de pensa- miento. Para desarrollarlo, el texto se dividirá en dos partes. En la primera, se partirá de los conceptos de vida, naturaleza y concepción ambiental de ambas corrientes; en la segunda, se expondrá la crítica del vitalismo cósmico en la economía actual y algunas de sus confluencias con el Buen vivir; y, fi- nalmente, se darán algunas conclusiones donde se resalta su carácter contrahegemónico frente a la civilización capitalista actual.

 

 

 

* Escuela de Trabajo Social, Universidad Industrial de Santander, Colombia.

 

 

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LA NATURALEZA ES UN CIRCUITO DE VIDA

 

Vitalismo cósmico

 

Este se perfila a partir de los años noventa con el libro El de- recho a la utopía, texto en el cual se abandona la noción usual e ingenua del término, y se le reivindica como un concepto positivo, abierto, que se alimenta de la imaginación como crea- ción, partiendo de la realidad, para configurar mundos alter- nativos, más allá de lo establecido. En este sentido, “la utopía es lo posible que no está contemplado en la racionalidad dominante” [Botero, 2005a: 25].

Frente a la resignación y el conformismo, producto de la crisis del socialismo real, y frente al esteticismo inocuo del posmodernismo, Darío Botero Uribe, uno de los pensadores colombianos más importantes del siglo pasado, emprendió la creación de un pensamiento frente a la crisis: el vitalismo cósmico. Este nombre no es gratuito, surge a partir de la idea de que la civilización industrial, moderna, está destruyendo la vida, no solo la biológica, sino la vida sicosocial. Es decir, no solo está en riesgo la naturaleza, sino que el capitalismo ha desertificado la vida espiritual humana. Por eso, hoy “la vida debe ser la categoría fundamental del pensamiento filo- sófico” y el pivote para la construcción de un pensamiento alternativo a la modernidad tardía.

El vitalismo concibe la vida en tres dimensiones: vida cósmica, biológica y sicosocial. La vida cósmica se  refiere  a una energía, que no se reduce a la materia, pero que no exis- te por fuera de ella, que apareció en el cosmos y configuró la naturaleza. En este sentido, la vida surgió dentro del cosmos y el resto de los vivientes, incluido el hombre, son “pedazos de cosmos”: “la vida es una energía del cosmos, universal, una co- rriente que fluye a través de trillones de entes, de varieda- des, de especies, géneros diversos, que configura un sistema

 

 

organizado, en el cual se da un intercambio que permite con- cluir que la vida se alimenta de la vida” [Botero, 2006: 25].

La vida, pues, proviene de la vida, porque es transmisible, y se alimenta de la vida para continuar. En este sentido, es una y ya en la naturaleza, en la vida biológica que cono- cemos con todos sus biotipos, deviene múltiple. Esto permite decir que la naturaleza es un circuito de vida interconectado, que intercambia energía permanentemente. La vida es un ciclo, y en estricto sentido, la muerte no existe, pues cuando un biotipo, perro, planta, pez, “muere”, solo regresa al circui- to vitalizado, regresa al río de la vida. En el caso humano el fenómeno es diferente, pues este lamenta el desvanecimiento de su subjetividad. En rigor, la muerte en la acepción occiden- tal es una pobre idea metafísica. Esto no quiere decir que la vida no pueda ser dañada o aniquilada.

Ahora bien, el hombre logra con su pensamiento crear “su mundo propio”. Esta dimensión es lo que el vitalismo deno- mina “trasnaturaleza”. En ella, el humano se proyecta en el mundo, con los demás. Es en este mundo donde se da la vida sicosocial. El hombre es, por eso, bidimensional, natural/ trasnatural: por un lado, hace parte de la vida biológica, de la naturaleza; y, por el otro, es parte de la cultura, del pensa- miento, de la civilización. En esta relación, la vida biológica es “condición de posibilidad de la existencia humana”, de la civilización. Por eso, la civilización actual, al destruir el plane- ta, está cometiendo algo más que un error de cálculo, está cometiendo un suicidio.

Este desequilibrio es producto de la racionalidad occiden- tal, es decir, de una razón denominada ratio que tomó fuerza con los romanos: un pueblo altamente racionalizador, previ- sor, constructor de caminos, grandes edificios, puentes, baños, desagües, canales, etc. Un pueblo que reorientó el logos griego para quienes la razón era ante todo un discurso teórico gene- ral y reflexión. Esta racionalidad, ratio, fue descrita por Thomas Hobbes [1994: 32-33] como razón cálculo. Desde el

 

                                                                                                                 

 

siglo XVII la razón es suma y resta; es una razón que mira pros y contras, es razón técnica, previsión, cuenta, cómputo, es razón instrumental [Horkheimer, 2010], una razón que domina y que somete el mundo “exterior”. Así interpreta Bo- tero Uribe [2005b: 76] esta raciomundanidad: “la razón de que se vale el hombre para transformar el mundo, para apro- piárselo es la razón de la modernidad, es ratio, una razón cuantitativa, económica, productiva, financiera, comercial. Esa razón ha venido siendo cada vez más estrecha, más limi- tada, más agobiante”.

Frente a la raciomundanidad, aparece la cosmovitalidad latinoamericana, la cual está sustentada en una racionali- dad diferente, más amplia, que complementa la estrecha ra- zón moderna: la no-razón [Botero, 2007b]. La no-razón es una racionalidad que se ocupa del mito, del inconsciente, del lenguaje artístico, las emociones, las pasiones, la lúdica, lo simbólico, el amor, la sensibilidad, la creación, la individua- lidad concreta, etc., es decir, de aquellos “objetos” de conoci- miento normalmente vilipendiados y dejados de lado por la ratio de occidente. La no-razón se ciñe a lógicas propias para asir el mundo, concebirlo, sentirlo, plasmarlo. Por eso, la cosmovisión ancestral indígena está más cerca de la no-razón que de la ratio, pues siempre ha defendido el puente vitalista naturaleza/transnaturaleza, la armonía, la vida. Botero Uribe [2006: 78] afirma:

 

La cosmovitalidad latinoamericana tiene su base en la hibri- dación de tres culturas de la no-razón y el logos: la indígena, la hispana y la africana: una larga historia de colonialismo, de do- lor y creatividad ha configurado en las distintas naciones unas culturas de lo afectivo, lo lúdico, el ritmo, el goce, la pa- sión, la creatividad, la improvisación, la solidaridad, la resis- tencia a la opresión, la alegría, el conjuro mágico contra el dolor y la tragedia (cursivas de autor).

 

 

Esta es la manera como la racionalidad del vitalismo cósmico concibe la vida y la naturaleza, en relación con la racionalidad técnica aún hegemónica en occidente. De ahí se desprenden, como se verá en la segunda parte, importantes consecuencias para la proyección práxica y la organización socioeconómica de la humanidad.

 

EL BUEN VIVIR Y LA PACHASOFÍA

 

Explicitar la manera como el Buen vivir concibe la vida y la naturaleza implica aclarar la “racionalidad andina”. En primer lugar, para el mundo indígena no se trata de buscar la verdad, como aquello que está oculto y debe encontrarse o desvelarse mediante un esfuerzo cognoscitivo tal como en la cultura oc- cidental; más bien, en estas culturas, la realidad se presenta de manera simbólica, pues antes que una representación abstracta, se busca una presentación misma de la realidad mediante el culto y la ceremonia [Estermann, 2006]. Igual- mente, “el indígena toma la naturaleza como un objeto semio- lógico” [Botero, 2007a: 114]. Por ejemplo, la tierra no es un objeto que se trabaja, inerte, “sino un símbolo vivo y presente del círculo de la vida, de la fertilidad y retribución, del orden cósmico ético” [Estermann, 2006: 106]. En estas culturas, “la realidad se revela como un conjunto holístico de símbolos significativos para la vida cotidiana”, más que objetos desen- trañados para ser manipulados.

En segundo lugar, antes que operar con el concepto de sustancia como lo hace gran parte de la filosofía occidental, las culturas andinas le apuestan a la relacionalidad. Mientras en Aristóteles la sustancia es la cosa individual, el ente, único, aislado, conformado por la cópula materia y forma, donde esta última es lo fundamental, en las culturas andinas lo que exis- te son nudos o nodos, rizomas, conexiones, redes, vínculos. Es decir, no existe “algo” que luego se relaciona, sino que todo

 

 

está previamente unido, ya que un ente totalmente separado sería una abstracción absoluta. Esto  implica,  también,  que los “accidentes” no son cualidades, agregados de las cosas, ni producto de ellas, ni de su desenvolvimiento dialéctico. No. Forman parte ya del todo, de lo interrelacionado. Esta rela- cionalidad tiene un papel fundamental en la concepción antropológica, pues no hay individuo aislado como en la tra- dición liberal, pues él “se halla insertado en una red de múl- tiples relaciones” [Estermann, 2006: 110].

De este principio de relacionalidad del todo, se desprenden tres subprincipios fundamentales para entender la cosmovi- sión andina. El primero de ellos es el de correspondencia, es decir, “que las regiones o campos de la realidad se corresponden de una manera armoniosa”, por ejemplo, macro y microcosmos, “tal en lo grande como en lo pequeño”, “hay correspondencia entre lo cósmico y humano, lo humano y lo no-humano, lo orgá- nico e inorgánico, la vida y muerte, lo bueno y lo malo, lo divi- no y humano” [Estermann, 2006: 138]. El segundo subprincipio es el de complementariedad, esto es, que cada cosa siempre tiene un complemento, coexiste con otro ente, solo el comple- mento hace pleno o completo a un determinado elemento. En este sentido, se supera la lógica excluyente occidental, pues incluso el opuesto es un complemento, o frente a dos opcio- nes, por ejemplo, hombre o mujer, puede haber una tercera opción: trans. Es, en realidad, como en la versión del yin y yang, a saber, un pensamiento correlativo. El tercer y último subprincipio es la reciprocidad: “(a) cada acto corresponde como contribución complementaria un acto recíproco. Este principio no solo rige en las interrelaciones humanas (en- tre personas o grupos), sino en cada tipo de interacción, sea intra-humana, entre ser humano y naturaleza, o sea, entre ser humano y lo divino” [Estermann, 2006: 145].

En tercer lugar, dejando de lado el principio de relaciona- lidad y continuando con la explicación de la “racionalidad andina”, hay que decir que esta es no-racionalista, es decir,

 

 

es una modalidad distinta de la razón, donde la realidad no es aprendida mediante el “ver intelectual”, teoría, o realidad atrapada en el concepto, sino que el acceso a la misma se da por medio de todos los sentidos, es más, se privilegian los ac- cesos no visuales, tales como el tacto, el olfato o el oído. “Este último es la base para las diversas maneras mnemotécnicas de la tradición oral” [Estermann, 2006: 114]. De ahí que es- tas culturas tengan una racionalidad emocional y afectiva.

En cuarto y último lugar, mientras en la cultura occidental la ciencia es concebida como un conjunto de proposiciones sobre la realidad, conocimiento que debe cumplir las caracte- rísticas de la universalidad, necesidad, verificabilidad y repetibilidad, en las culturas andinas la ciencia (el saber) es:

 

El   conjunto   de   la   sabiduría   (sophia)   colectiva   acumulada y transmitida a través  de  las  generaciones.  Existe  un  saber […] del subconsciente colectivo, transmitido por procesos sub- terráneos de enseñanza de una generación  a  otra  en  forma oral y actitudinal (‘saber hacer’), mediante narraciones, cuen- tos, rituales, actos cúlticos y costumbres. Este saber no es el resultado de un esfuerzo intelectual, sino el producto de una experiencia vivida amplia […] se fundamenta sobre todo en el argumento de autoridad (el peso de los ancianos o yayaqkuna), de antigüedad (el peso de la tradición), de frecuencia (el peso de la costumbre) y de coherencia (el peso del orden)” [Estermann, 2006: 119].

 

Esto da cabida a otras formas de conocer, las cuales no son primitivas, precientíficas o premodernas. De lo que se trata es de comprender que la ciencia es solo una forma de trato con el mundo, y que en este sentido, muchas culturas tienen ma- neras de asir lo real, y de emitir juicios y valoraciones dife- rentes sobre la misma.

Explicadas brevemente estas notas de la racionalidad andi- na, se pasa a exponer su concepción de la vida y la naturaleza.

 

 

El Buen vivir/Vivir bien es también una filosofía andina de la vida. O mejor, una pachasofía o filosofía de la pacha. Significa, según Luis Macas [2010], “la vida en plenitud”. La vida en excelencia material o espiritual. Esta vida plena se da o realiza en la pacha, que como sustantivo quiere decir globo terráqueo,  tierra,  planeta,  universo,  “estratificación del cosmos”, etcétera. Incluye no solo dimensiones espaciales (arriba, abajo, medio), sino también temporales (antes, des- pués), pues todo se da en un lugar y en un tiempo. También la tempoespacialidad de las almas, los espíritus, Dios, pues lo que se presenta es una “ontología reveladora de la comunión espiritual entre divinidades del cielo, terrenas o del inframun- do y los chamanes y líderes espirituales de  las  comunida- des” [Botero, 2007a: 114]. Implica, desde luego, lo que llamamos naturaleza, por eso en estricto sentido, pacha significa “cosmos interrelacionado” o “relacionalidad cósmica” [Ester- mann, 2006: 155-158]. Ese cosmos, orden, universo, mundo es una totalidad viviente, sin que esta categoría sea asumi- da de manera  cerrada,  ni  dialéctica.  En  la  filosofía  andina la Pachamama es sujeto. De ahí que, en las constituciones de Bolivia y Ecuador, tenga derechos.

Como dice Darío Botero Uribe [2007a: 114]: “nada en la naturaleza tiene para ellos el significado del mundo cósico, de una objetividad puesta para el uso caprichoso del hom- bre […] La tierra no es un mero bien de producción sino algo sagrado”. Si la naturaleza no es mundo cósico,  si  no  ha sido desmagicalizada para ser dominada, esto quiere decir que se presenta en el Buen vivir/Vivir bien una superación del famoso dualismo occidental, cartesiano, sujeto-objeto, donde el hombre está “aparte” de la naturaleza, y la toma como “cosa”, creando así una abstracción ingenua, pues el hombre se “saca” con su espíritu del mundo natural y se pone en un más allá, desarraigado, desunido. El hombre occiden- tal se concibe como una mente flotante, un espíritu alado sin cuerpo, al decir de Schopenhauer, mientras que, en el mundo

 

 

indígena, que no ha desencantado la physis, “los espíritus forman parte del mundo en que nos movemos, pueblan nues- tro horizonte. No existe una espiritualidad separada del mundo material” [Botero, 2007a: 115]. Si la naturaleza no es algo exterior al hombre, no puede ser concebida en el mundo andino como mercancía; no hay una relación instrumental con ella.

En su escrito Naturaleza y territorio desde la mirada de los pueblos indígenas, la ecuatoriana Nina Pacari sostiene [2009: 33]:

 

Según la cosmovisión indígena, todos los seres de la naturaleza están investidos de energía que es el SAMAI y, en consecuencia, son seres que tienen vida: una piedra, un río (agua), la mon- taña, el sol, las plantas, en fin, todos los  seres  tienen  vida  y ellos también disfrutan de una familia, de alegrías y tristezas al igual que el ser humano.

 

Por su parte, el indígena boliviano David Choquehuanca afirma que el Suma Qamaña (Vivir bien) [2010: 10] es: “recuperar la cultura de la vida y recuperar nuestra vida en completa armonía y respeto mutuo con la madre naturaleza, con la Pacha Mama, donde todo es VIDA”. En este sentido, “no hay nada separado”. Si todo es vida, “no hay muerte […]. Aquí la muerte es otro momento de la vida porque se revive en las montañas o en las profundidades de los lagos o ríos” [Mamani, 2011: 69]. Es en esta concepción, compleja, rica, variada, vitalizadora, donde se materializan los principios de rela- cionalidad, complementariedad, equilibrio y reciprocidad [Ibáñez y Aguirre, 2013: 26].

Esta concepción del Buen vivir resitúa al hombre en la naturaleza. En estricto sentido no puede hablarse de hombre y naturaleza, sino del hombre en y con la naturaleza, pues el humano está inserto, mora, habita en la Pachamama, no está separado de ella, intercambia energía con todos los

 

 

 

seres vivos enlazados por el vínculo  animista  y  energético del cosmos. En este sentido, se trata de un biocentrismo holís- tico, donde los flujos vitales circulan vigorizando todo. Esta racionalidad es una superación del antropocentrismo moder- no renacentista que concibe al hombre como causa eficiente de lo existente, como punto de origen, desligado de todo, y empoderado con la antorcha de la razón. Es el hombre autó- nomo, libre, des-religado del cosmos, de la comunidad y de la naturaleza.

Concluyendo este apartado, podemos decir que el Buen vivir y el vitalismo cósmico confluyen en varios puntos: una racionalidad alternativa a la ratio, la centralidad del concep- to de vida, la concepción relacional del Cosmos, donde la “muerte” no existe, y de donde se desprende una concepción ambiental propia [Botero, 2007a] y una superación del antro- pocentrismo moderno.

 

HACIA UNA ECONOMÍA PARA LA VIDA

 

La economía neoliberal es la nueva teología de la sociedad contemporánea. Es un producto del desenvolvimiento paula- tino de una razón profana que aceleró la historia a partir del año 1070, cuando se invadió Jerusalén, y que originó como reacción las Cruzadas que, a partir del año 1099, abrieron la vieja y estática cultura medieval a un ritmo nuevo: la forma vida-frenesí. Fueron la secularización de la razón, el adveni- miento del individualismo, el antropocentrismo, y la trans- formación de la sociedad feudoburguesa de los siglos XIV, XV y XVI, los elementos que configuraron la sociedad capitalista, posible solo por el matrimonio del Estado con el capitalis- mo. Max Weber [2004] mostró cómo el derecho romano y su asunción por el Estado contribuyeron a  la  racionalización que favoreció la nueva mentalidad económica, mientras que

 

                                                                                                                                                                                                                    

 

la burocracia y la profesionalización favorecieron la adminis- tración de la nueva empresa.

Ese no fue un proceso inmanente de la historia europea. Fue posible gracias a los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI, que posibilitaron la formación del sistema- mundo/moderno/colonial que permitió crear en el ámbito mun- dial un mapa jerárquico de  los  intercambios  económicos,  a la vez que brindó insumos para la consolidación de la subje- tividad europea. Por eso es que el colonialismo y su producto, la colonialidad, es la cara oscura de la modernidad [Mignolo, 2007]. Ahora, ¿cuáles son las notas fundamentales de esa ra- cionalidad capitalista? Boris Marañon [2016: 37-38] las ha sintetizado así:

 

Esta racionalidad está orientada principalmente por el cálculo, la utilidad individual y las necesidades materiales, por eso la ganancia se considera como el fin más importante de la actividad económica y la vida en general […] En el caso de la racionali- dad económica instrumental, capitalista: a) hay una apropia- ción individual y privada de la riqueza; b) se busca reducir al máximo los costos de los recursos: la tierra y el trabajo; c) la producción se organiza de manera jerárquica (unos mandan y otros obedecen) y con una división del trabajo que promueve la enajenación y limita la creatividad, a menos que signifique un beneficio para el capitalista; d) el disfrute de los bienes pro- ducidos es solo para aquellos que mediante el mecanismo de los precios pueden adquirirlos; e) el consumo se limita a las necesidades materiales, sin atender las necesidades afectivas, identitarias y creativas, entre otras; y f) la naturaleza es algo exterior, son recursos susceptibles de ser explotados.

 

Veamos ahora la crítica planteada por el vitalismo cósmi- co y sus confluencias con el Buen vivir. Un punto de partida interesante para este análisis es la afirmación contundente de Botero Uribe [2007b: 24] de que “no somos occidentales”, pues “no lo son nuestras concepciones, nuestras formas de

 

 

 

vida, nuestro arte”. Esta premisa se basa en una comprensión de la realidad, de los sectores populares, de sus creencias y del sincretismo cultural de América Latina. En este sentido, nuestra cultura es una mezcla, variada, rica y compleja de la cultura hispánica, la cultura indígena y la cultura africana. Todas ellas, con racionalidades muy diferentes a la ratio occidental, pues mientras la cultura europea tardomoderna, ha cosificado la razón, en el sentido de que esta se identifica plenamente con el mundo tal como es, las otras tres culturas son tipificadas, más bien, como logos (discurso, reflexión) y no-razón (sensibilidad, creación, etcétera). Como la raciona- lidad es un presupuesto, un a priori con el cual nos desenvol- vemos en el mundo, esta implica formas muy diferentes de ser. Por eso, mientras la cultura occidental se caracteriza por una alta productividad, el individualismo, la hiperactividad, el egoísmo, la “abstracción de la ratio respecto de la vida con- creta”, el sentido práctico, la adoración del falso dios dinero, la acumulación, la ganancia, el hedonismo, el consumismo, la obsolescencia, y, desde luego, la destrucción de la naturaleza y la vida. En contraste: “la cultura indígena presenta los si- guientes rasgos: el sentido comunitario, la sensualidad […] el respeto hierático a la naturaleza, la carencia de la ratio occidental, el anti-individualismo, la preferencia por el goce sencillo, naturalista de la vida; la tendencia a evadirse de la realidad por distintos medios” [Botero, 2007b: 25].

En términos concretos, esta racionalidad implica una economía no caracterizada por la lógica del cálculo, de la acu- mulación y de la ganancia. Es, más bien, una economía de subsistencia, básica, sencilla, sin un alto y complejo compo- nente tecnológico, para la satisfacción inmediata, el consumo y la complacencia de las necesidades materiales. En este sen- tido, carece del concepto de progreso como perfectibilidad ilimitada en el futuro, así como la noción del desarrollo ba- sado  en  el  crecimiento  de  las  fuerzas  productivas.  Como ha dicho Alberto Acosta [2014: 37]:

 

 

 

 

 

Lo que interesa aquí es que bajo algunos saberes indígenas no existe una idea análoga a la de desarrollo, lo que lleva a que en muchos casos se rechace esa idea. No existe la concepción de un proceso lineal de la vida que establezca un estado anterior y posterior, a saber, de subdesarrollo y desarrollo; dicotomía por la que deben transitar las personas para la consecución del bienestar, como ocurre en el mundo occidental.

 

Un segundo aspecto a tener en cuenta es que esta com- probación de que la racionalidad económica andina, del Buen vivir/Vivir bien, al no concebir la idea de progreso y de desa- rrollo como fines, considera que el fin de toda economía y toda producción debe ser el de vigorizar la vida natural y huma- na. Por eso, se debe restaurar el telos de la racionalidad, un telos que se ha perdido en la cosificación de la razón actual, hay que recuperar los fines para las prácticas y los actos hu- manos, teniendo en cuenta los desajustes producidos sobre la vida. De ahí que el vitalismo proponga una economía social que permita fortalecer la cosmovitalidad. Esta tiene que di- versificar la producción y defender los intereses de los peque- ños Estados, pues la monoproducción favorece la dependencia y el colonialismo. Al favorecer la economía de los pequeños Estados y la de las comunidades de vida con sus autonomías y diversificación productivas, se cuestiona la llamada vinculación a la globalización económica: “la globalización es una retórica de las potencias para ampliar sus mercados y el horizonte de sus economías; para América Latina puede ser o no ser bene- ficiosa, dependiendo de la manera como se maneje” [Botero, 2007b: 80].

No es que se promueva el chovinismo, sino que se acon- seja que la vinculación a la globalización debe ser selectiva, planificada, pensada, pues en la mayoría de los casos la globalización es utilizada como dispositivo de dominio por

 

                                                                                                               

 

los países poderosos, que son los que más se benefician. La globalización no es la panacea para vivir mejor, por eso el pensamiento económico debe pensar las realidades concre- tas, las especificidades, las necesidades, etcétera, y a partir de ahí, crear instituciones y modos productivos acordes: “En América Latina deberíamos crear un modelo económico propio que consulte las  características  culturales  raizales […] Un modelo, que a diferencia del ascetismo británico que sirvió para potenciar el capitalismo en sus albores, tuviese un ritmo […] más imaginativo, más asociativo” [Botero, 2007b: 184].

El camino no es aislarse, sino partir desde lo particular para elevarse a una mayor comunicación e intercambios con otras culturas. En este sentido, tal como en el Buen vivir, la filosofía vitalista es intercultural [Cruz, 2016: 188]. Hay que superar la idea ingenua de que la globalización y el creci- miento económico producen beneficios para todos al “irrigarse” en la sociedad. Esto es falso porque la inversión es selectiva y la apropiación de los beneficios también lo es, por lo cual se crean poblaciones desechables, descartables que no pueden perpetuar su corporalidad viviente. La globalización no genera el filtro ni la irrigación de los beneficios para todos, pues ella comporta una neoapropiación por desposesión de lo común,  de  la  tierra,  del  agua,  del  aire,  del  conocimiento, de la diversidad genética del planeta, es decir, de lo que se ha llamado los bienes comunes. De esa manera privatiza la vida y priva a las comunidades de sus  medios de subsisten- cia y realización.

Un tercer aspecto por resaltar es que el vitalismo tam- bién le apuesta a la economía solidaria, como una forma eco- nómica válida, crítica y alternativa del capitalismo habitual [Pachón, 2006 y 2010], que mediante la reinversión y el cré- dito a los asociados y a las cooperativas genera beneficios para todos. En este sentido, la apuesta del vitalismo es por economías alternativas y diversificadas. Sin embargo, hay que

 

 

aclarar que Botero Uribe no está llamando, como también sostiene Alberto Acosta, a un mundo idílico, romántico, pues en su perspectiva se trata de conservar el Estado, “con auto- nomías, autogobiernos y cierto federalismo”, donde la comu- nidad política también hace uso de la ratio, pues en un mundo complejo como el actual, mantener ciertos niveles producti- vos sigue siendo necesario para satisfacer las necesidades de la población [Botero, 2008]. La diferencia es que, en la pos- modernidad vitalista, la vida es el centro gravitacional sobre el que gira la organización política y económica de la sociedad. Aquí la razón cálculo y de los valores técnicos no aparece como el discurso fundante, ni por encima del puente vitalis- ta naturaleza/trasnaturaleza; tampoco por encima de una vida pletórica de sensibilidad, goce, placer, solidaridad y be- lleza. La ratio queda subordinada a otra racionalidad más ancha, pero sigue teniendo un papel importante, pues gra- cias a ella será posible en la sociedad del conocimiento “potencializar la automatización y generar la sociedad del tiempo libre”, del ocio creativo, donde cada cual pueda realizar su proyecto autoconsciente de vida, su pluridimensionalidad humana, ya que el trabajo físico es sustituido paulatinamen- te por la tecnología [Botero, 2006: 123-135].

Como la economía del Buen vivir/Vivir bien, al margen de las distintas versiones y usos que se le han dado al concepto en la lucha por instaurar su significado [Gudynas, 2014; Rivera, 2015], el vitalismo es una utopía abierta, dialogante, que aprende no solo del pensamiento occidental, sino  de otras tradiciones. Rechaza  toda  filosofía  de  la  historia  y, por ende, toda noción de progreso y desarrollo en sus versio- nes eurocéntricas y occidentales; pone en primer lugar  la vida, la naturaleza y la comunidad, apostándole a la relacio- nalidad cósmica y a los equilibrios entre la vida sicosocial, la vida biológica y el cosmos. Es por eso una filosofía biocén- trica que recoge valores como la solidaridad, la ayuda y la

 

 

cooperación, como maneras de favorecer la cosmovitalidad latinoamericana.

 

CONCLUSIONES

 

La crítica descolonial debe apuntar a cancelar los efectos que produjo el colonialismo en nuestra América, o lo que los teó- ricos descoloniales llaman colonialidad, categoría que no es usada por Darío Botero Uribe, pero que se encuentra implí- cita en su formulación teórica. Ello solo es posible con una deconstrucción del presente, esto es, con una demolición de las herencias coloniales afincadas en la cultura, la vida coti- diana, la economía, la academia, las formas religiosas, el ra- cismo, el patriarcado, el logocentrismo, entre otras de sus manifestaciones. Se trata de perturbar la comprensión del presente para  transfigurarlo.  Igualmente,  esa  crítica  pasa de manera prioritaria por deconstruir la subalternidad men- tal de los intelectuales latinoamericanos y su complejo de inferioridad o de “hijo de puta” [González, 2014] y crear cien- cias sociales propias y críticas. En este empeño, la apuesta de Darío Botero Uribe y el Buen vivir confluyen, pues en ambos casos se trata de superar la colonialidad del saber.

Por eso, la crítica de la racionalidad dominante, la supe- ración del eurocentrismo y de gran parte de los principios de la modernidad, entre ellos, el individualismo, el antropo- centrismo, la subordinación de la vida al capital, la lógica del desarrollo, del progreso y de la acumulación; la considera- ción de la naturaleza como cosa, el dualismo sujeto/objeto, la desvalorización de la vida  comunitaria,  la  desreligación del hombre de su mundo, la primacía de la economía sobre la vida en general, etcétera, tal como se ha mostrado, permiten concluir que el vitalismo cósmico y el Buen vivir, son pro- yectos descolonizadores, y por eso mismo, se constituyen en

 

 

alternativas posibles para superar la civilización capitalista actual.

Finalmente, hay que seguir en la lucha por la instaura- ción del concepto de Buen vivir, pensarlo y evaluar sus posi- bilidades críticas, así como como su terrenalización en la práctica. Por ejemplo, pensar asuntos como: ¿qué sucede con el Buen vivir/Vivir bien en sociedades donde la descampesi- nización y la correlativa urbanización parece un proceso indetenible? ¿Cómo aporta en una sociedad con una alta tasa demográfica donde, aun prescindiendo de las falsas nece- sidades, se requiere un alto nivel tecnológico y productivo?

¿Cómo aporta a las luchas contemporáneas en torno al patriar- cado, el feminismo, las luchas de género, el racismo, las luchas ambientales? ¿Cómo se articula el Buen vivir con los movi- mientos sociales altermundistas? Estas son preguntas que también valen para el vitalismo cósmico y otras manifestacio- nes descoloniales en el pensamiento latinoamericano actual.

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO AMPLIADO EN EL COMIENZO DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE LA POLÍTICA COLOMBIANA: EL INEVITABLE, FIEL Y EFECTIVO CUMPLIMIENTO DE LAS ESENCIALIDADES DE SU PROGRAMA (PLAN DE DESARROLLO) DE GOBIERNO 2022-2026, LA URDIMBRE DE LOS CAROS CIMIENTOS (II)

 

 

 

“A los movimientos populares se les ha presentado como

producidos por el hambre, los impuestos, el desempleo;

nunca como una lucha por el poder, como si las masas

pudieran soñar con comer bien, pero no con

ejercer el poder”.

M. Foucault

Texto citado por el presidente electo, Gustavo Petro, en

la última semana de 2022, pocos días después

de su triunfo electoral

 

 

“Alejandría era la mayor ciudad que el mundo occidental había visto jamás. Gente de todas las naciones llegaban allí para vivir, comerciar, aprender. En un día cualquiera sus puertos estaban atiborrados de mercaderes, estudiosos y turistas. Era una ciudad donde griegos, egipcios, árabes, sirios, hebreos, persas, nubios, fenicios, italianos, galos e íberos intercambiaban mercancías e ideas. Fue probablemente allí donde la palabra cosmopolita consiguió tener un sentido auténtico: ciudadano, no de una sola nación, sino del Cosmos. Ser un ciudadano del Cosmos... Es evidente que allí estaban las semillas del mundo moderno. ¿Qué impidió que arraigaran y florecieran? ¿A qué se debe que Occidente se adormeciera durante mil años de tinieblas hasta que Colón y Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron la obra hecha en Alejandría? No puedo daros una respuesta sencilla. Pero lo que sí sé es que no hay noticia en toda la historia de la Biblioteca de que alguno de los ilustres científicos y estudiosos llegara nunca a desafiar seriamente los supuestos políticos, económicos y religiosos de su sociedad. Se puso en duda la permanencia de las estrellas, no la justicia de la esclavitud. La ciencia y la cultura en general estaban reservadas para unos cuantos privilegiados. La vasta población de la ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos que tenían lugar dentro de la Biblioteca. Los nuevos descubrimientos no fueron explicados ni popularizados. La investigación les benefició poco. Los descubrimientos en mecánica y en la tecnología del vapor se aplicaron principalmente a perfeccionar las armas, a estimular la superstición, a divertir a los reyes. Los científicos nunca captaron el potencial de las máquinas para liberar a la gente. Los grandes logros intelectuales de la antigüedad tuvieron pocas aplicaciones prácticas inmediatas. La ciencia no fascinó nunca la imaginación de la multitud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la entrega más abyecta al misticismo. Cuando al final de todo, la chusma se presentó para quemar la Biblioteca no había nadie capaz de detenerla. El último científico que trabajó en la Biblioteca fue una matemática, astrónomo, física y jefe de la escuela neoplatónica de filosofía: un extraordinario conjunto de logros para cualquier individuo de cualquier época. Su nombre era Hiparía. Nació en el año 370 en Alejandría. Hiparía, en una época en la que las mujeres disponían de pocas opciones y eran tratadas como objetos en propiedad, se movió libremente y sin afectación por los dominios tradicionalmente masculinos. Todas las historias dicen que era una gran belleza. Tuvo muchos pretendientes, pero rechazó todas las proposiciones matrimoniales. La Alejandría de la época de Hiparía -bajo dominio romano desde hacía ya tiempo- era una ciudad que sufría graves tensiones. La esclavitud había agotado la vitalidad de la civilización clásica. La creciente Iglesia cristiana estaba consolidando su poder e intentando extirpar la influencia y la cultura paganas. Hiparía estaba sobre el epicentro de estas poderosas fuerzas sociales. Cirilo, el arzobispo de Alejandría, la despreciaba por la estrecha amistad que ella mantenía con el gobernador romano y porque era un símbolo de cultura y de ciencia, que la primitiva Iglesia identificaba en gran parte con el paganismo. A pesar del grave riesgo personal que ello suponía, continuó enseñando y publicando, hasta que, en el año 415, cuando iba a trabajar, cayó en manos de una turba fanática de feligreses de Cirilo. La arrancaron del carruaje, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas, la desollaron arrancándole la carne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas, su nombre olvidado. Cirilo fue proclamado santo.”. (Carl Sagan. Cosmos. En: ¿Quién habla en nombre de la tierra?).

 

La posesión

 

Sí la celebración por el triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez, en la elección presidencial y vicepresidencia del 19 de junio de 2022, representó una explosión masiva de júbilo, una sanación colectiva en la que nudos paralizadores de siglos se rompieron, dejando respirar un magma emocional, que siempre resistió y avanzó en el contexto de la cultura de la muerte, desde pulsiones esencialmente inconscientes, su posesión, este 7 de agosto de 2022, es una regulación cultural mucho más consciente.

 

Es una regulación mucho más consciente, por cuanto se tiene la claridad y la precisión de su significado: después de más de 200 años de vida republicana, y de, aproximadamente, 500 años de hegemonía brutalmente violenta del interés particular, es la primera vez, y por tanto, el comienzo de la muy difícil briega de posicionar, de posesionar el interés público (de todo el pueblo, de toda la idea de nación) en la presidencia, en la vicepresidencia, en el congreso, en los ministerios, en los entes descentralizados, etc., etc.

 

Las anteriores posesiones presidenciales y vicepresidenciales (salvo pocas excepciones que confirman la regla, al menos, parcialmente, muy parcialmente), posicionaban, posesionaban el síndrome de Peter Pan (como lo deja claro la gran María Jimena Duzán en reciente reflexión sobre el presidente Iván Duque), la infantilización, frivolización y miserabilización de la cultura bajo la hegemonía del yo quiero malcriado, que soslaya el tú debes.

 

En consecuencia, la posesión del 7 de agosto será una fiesta popular alegre, divertida, artística, pero al mismo tiempo será un ritual con toda la solemnidad y seriedad que el acontecimiento representa: se posesiona la madurez del pueblo, de la nación colombiana, a través de dos adultxs, dos personas mínimamente autónomas, conscientes de la responsabilidad pública que asumen: coordinar en dirección la ejecución del programa de gobierno para ir, sin prisa pero sin pausa, posicionando, posesionando el interés público en el centro de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

 

La diferencia entre la administración pública y privada de los infantes malcriados que han gobernado a Colombia, y la que se inicia el 7 de agosto de 2022, con los adultxs, Gustavo Petro y Francia Márquez, es que los primeros, al gobernar, no son, al mismo tiempo que políticos, educadores: fueron y son adoctrinadores hasta que la venda que enceguecía se ha agrietado, y hoy, la mayoría de la población, como el niño del cuento El traje del Emperador, cada vez es más consciente de que el Presidente Iván Duque se posesionó desnudo, y, entregará el mando, mucho más desnudo, todavía.

 

Por el contrario: como adultos, los coordinadores en dirección, el Presidente E, Gustavo Petro y la Vicepresidenta E, Francia Márquez, al mismo tiempo que políticos, son y serán especiales educadores: su ejemplo, de hacer su yo quiero, combinado sabiamente con el tú debes (si se es libre, se es responsable, si se es libre y responsable, se es democrático), para que el pueblo colombiano urda autonomía, es decir, la capacidad de manejar el timón de su nave sin dañar a los demás y sin dañarse a sí mismo.

 

Y ese sueño, el de urdir una nación de amplios horizontes, en el que la tendencia cultural sea no dañar a los demás ni a sí mismo, es, ni más ni menos, el inicio de una nueva era, el sueño que se posesiona el 7 de agosto de 2022, la esperanza de que vayamos tejiendo una república libre, responsable y democrática, para lo cual, todas, todos, seguramente, aportaremos nuestro grano de arena, pues, de alguna manera, todos nos posesionaremos

ese día.

 

Ese día todos nos posesionaremos en la presidencia y la vicepresidencia de Colombia, con Gustavo Petro y Francia Márquez, porque empezará a gestionar sinergia entre el individuo y el colectivo para que se entienda, en todo su esplendor, la riqueza cultural de un ego, de un yo que se va abriendo para ver fuera, en el otro, en los otros, a sus iguales, en la vida y en la muerte: “Soy porque somos”.

 

Soy presidente, soy vicepresidenta, porque lo somos. Si así fuere, el costo de la posesión, que ha escandalizado a los derrochones malcriados, será una inversión, cuyas ganancias, se sabrán invaluables. Y por el tú debes, responsable, así deberá ser.

 

Saber desear

 

Revisando el programa del Pacto Histórico, 2022-2026, es plausible detectar un hilo conductor: la pretensión responsable de enderezar, de equilibrar, todas las canchas inclinadas del conjunto de la vida nacional en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Esa pretensión implica un énfasis en los pies de la política, la ética pública de libertad-responsabilidad, implica que la ética de niñxs malcriados sea inherente a la politiquería.

 

Como coloca el énfasis en la ética de libertad-responsabilidad (yo quiero responsable, tú debes responsable), coloca el énfasis en la política, y no con mayúscula, pues política es política. Servir al interés particular en detrimento del interés público es politiquería. Esa politiquería y esa ética de niño malcriado es la que ha puesto a Colombia, desde sus inicios, patas arriba.

 

Pues bien, gestionar el inicio de la voluntad de poder de enderezar el país y colocarlo cabeza arriba, es una tarea harto compleja, son los juegos olímpicos de la política colombiana, una roca 10 veces más pesada que la que se subió en los tres eventos electorales recientes. E igual que podemos cometer muchos errores, someterlos a crítica y corregirlos, no podemos fallar en subir y colocar la roca, en estos 4 años, en la superficie plana.

 

Para hacerlo, hay que saber desear, hay que saber qué hay que hacer, qué implica pensar, comprender y hacer, para que el propósito se cumpla.

 

“Llegó la hora de cambiar. Colombia será Potencia Mundial de la Vida mediante un Pacto Histórico que de manera urgente concrete un nuevo contrato social para el buen vivir y el vivir sabroso con todas las diversidades de la nación para entrar por fin en una era de paz cuyo rostro sea una democracia multicolor, expresión de los mandatos ciudadanos, que haga realidad la igualdad, una economía productiva que genere riqueza basada en el trabajo y la protección de la casa común.

 

“Este programa para el cambio, construido desde los territorios y las voces de sus gentes, está concebido como el inicio de una transición, que en lo inmediato hará posible la vida digna, la superación de la violencia y la justicia social y climática, al tiempo que se consolidan las condiciones permanentes para una paz grande que le permita a toda la sociedad colombiana una segunda oportunidad sobre la tierra”. (Programa de gobierno 2022-2026, Pacto Histórico. Pág. 6).

 

En estos dos párrafos, el programa del Pacto Histórico deja claro el propósito central de acometer la gestión que posicione a Colombia cabeza arriba, es decir, la urdimbre de una república libre, responsable, democrática, multicolor, con el conjunto de canchas equilibradas y asumiendo el interés público como sagrado.

 

Las secciones que expone, desde Colombia Potencia Mundial de la Vida, pasando por El Cambio es con las mujeres, y entrando en detalle en los capítulos Colombia, economía para la vida y Colombia, sociedad para la vida, representan desafíos enormes en la gestión de múltiples reformas estructurales, que, como la agraria, la tributaria, la política, la paz total, etc., demandan no solo el concurso del esfuerzo juicioso y heroico de la presidencia, de la vicepresidencia, de los ministerios, institutos, congresistas, autoridades y todo el poder judicial, sino de toda la nación colombiana.

 

Para enganchar, para enamorar al conjunto de la población colombiana, los adultxs, Presidente Gustavo Petro y Vicepresidenta Francia Márquez han anunciado la designación de ministros y ministras (también, otros altos y altas funcionarias, verdaderos y verdaderas educadoras) que más que minister (menos) son magister (más, magno), es decir, verdaderos educadores y educadoras.

 

En las primeras reflexiones que se han escuchado de ellas y ellos, se advierte la coherencia entre su formulación discursiva, esto es, su pensamiento filosófico, científico, político y ético, y las aplicaciones, entre lo que se dice y lo que se hace; por tanto, de ellos y ellas se aprende de su ejemplo, tanto de su hablar como de su hacer.

 

Es de suponer, que las otras y los otros funcionarios que restan por nombrar, corresponda al patrón de las designaciones ya anunciadas, esto es, a experticias idóneas, con criterio de servicio al interés público, y que, en consecuencia, incrementarán el número de las y los políticos que, gobernando, educan (sacar el diamante en bruto, para pulirlo e ir a la excelencia). Ahí el mérito recae en las sabidurías de los coordinadores en dirección, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez, que han ido mejorando su cátedra educativa, ejerciendo la política, desde hace un buen tiempo, y su ejemplo ha sido y es encomiable.

 

No obstante, los palitos que se mueven en las coordinaciones en dirección de la presidencia y la vicepresidencia, no se están moviendo con la misma efectividad que en el senado y en el parlamento, revelando que, en el ecosistema del Pacto Histórico, se han prendido, por lo pronto, las alertas amarillas, convocando (para que la inteligencia lo sea, y la astucia no sea la del fin justifica los medios, la del niñx malcriado) la expansión y la profundización de la crítica, su único y efectivo remedio.

 

Sobre los desencuentros de los senadores Wilson Arias y Paulino Riascos, en el Senado y del representante Agmeth Escaf y Mafe Carrascal, originados por la elección de las mesas directivas de dos comisiones, es imprescindible, importante y urgente urdir una partitura para que se muevan los palitos con efectividad.

 

Los errores se cometieron y es posible que no se pueda gestionar una cancha no inclinada para reconfigurar las dos mesas directivas y corregirlo. Ese es el principio de realidad, es el presente, y hay que celebrar esos moscos en leche. Pero hay que celebrarlos, sólo y sólo sí, no quedan como puntos ciegos.

 

Hay que iluminarlos a través de la crítica permanente, para que se lo corrija y no se corra las consecuencias nefastas de seguir cayendo en el mismo hoyo.

 

Consecuencias nefasta significó para la Unión Soviética, haber dejado pasar, sin la crítica que se podía haber hecho (Lenín estaba en estado crítico de salud y Trosky ocupado con sus ejércitos), las incontables triquiñuelas, trampas y todo tipo de maniobras que en la oscuridad hacía Stalin, las cuales lo llevaron a conquistar la máxima dirigencia del estado, contagiarle de su mediocridad e ineficiencia, y en lugar de gestionar su crecimiento, lo que logró fue hincharla, y colocarla en estado de dilatada agonía,  pues, colapsó décadas después de su muerte.

 

La ciencia médica, también, advierte las consecuencias nefastas, mortales, de dejar puntos ciegos sin someterlos a estudio, por ejemplo, con las llamadas enfermedades silenciosas. En el mundo pedagógico, dejar puntos ciegos en la línea de formación filosófica-ética y científica de un estudiante, en medicina, por ejemplo, es comprometer su idoneidad, y de alguna manera, también, su inversión, y sobre todo, arriesgar a los pacientes.

 

Por esas razones, como se trata de enganchar,  de enamorar a la población colombiana, para que aporte su grano de arena en la sentada de los cimientos del Edificio de la República libre, responsable y democrática, de la Colombia, Potencia Mundial de la Vida, es imprescindible, para el Pacto Histórico y, sobre todo, para la nación colombiana, como lo precisa con gran sindéresis y sentido de responsabilidad, el senador Wilson Arias, en la última entrevista con Pablo Bohórquez,, en Palabras Mayores, no sólo iluminar esos dos puntos ciegos, a través de la crítica, expandiéndola y profundizándola, sino normalizar la crítica.

 

Normalizar la crítica para no dejar puntos ciegos, hará que no sólo se considere al gran senador Wilson Arias, un gran educador, al hacer la política, inspirando y haciendo aprender con el ejemplo, sino que, en 4 años, habiendo comprendido la voluntad de poder criticar y corregir sus errores, podamos hablar del gran senador Paulino Riascos, del gran educador Paulino Riscos.

La crítica, en el contexto de los ecosistemas filosóficos, científicos y artísticos, como el del Pacto Histórico Ampliado, es un negocio gana gana; como se puede evitar, a tiempo, la pérdida de millones de pesos, también, se puede conquistar la excelencia integral en muchos congresistas ( a la manera de un Germán Navas Talero, de un Iván Cepeda, de una Aida Abella, de un Gustavo Petro) porque supieron, a tiempo, que el error siempre es virtud, sí se lo somete a crítica y se lo corrige con efectividad.

 

La misma lógica analítica aplica para los valiosos representantes Agmeth Escaf y Mafe Carrascal. Que no desaprovechan el negocio gana gana de la crítica filosófica, científica y artística, para que, en cuatro años, hablemos con alegría y orgullo de ellos, como dos grandes representantes, por sus méritos, y no por sus astucias de avivato(a), y, dos grandes educadores, por su ejemplo virtuoso.

 

En últimas, está prístinamente claro que, para el cumplimiento efectivo de las múltiples líneas de gestión del programa de gobierno del Pacto Histórico, 2022-2026, es imprescindible saber desear, ser conscientes de qué implica pensar y hacer para esa efectividad, pues, sin el concurso multitudinario, masivo de la nación colombiana, no se podrán construir los cimientos del Edificio Colombia Potencia Mundial de la Vida, por lo cual, como hay que ganar las olimpiadas de las política colombiana en estos 4 años, enganchar, enamorar al conjunto, como tendencia general, de la población colombiana, es un imperativo categórico.

 

En el propósito central de normalizar la crítica para que todo los y las congresistas del Pacto Histórico Ampliado (Frente Amplio por la Paz y la Democracia), con su probo ejercicio legislativo, también se constituyan en educadores de la nación colombiana, con su ejemplo inspirador de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, asumiendo lo público como sagrado.

 

En ese sentido, el ejemplo del gran senador Gustavo Bolívar, quien está apostando por enriquecer el ecosistema de la crítica con un artículo que pública con cierta periodicidad. Que la crítica circule cada vez más a través de la tradición escrita, es un propósito estratégico para desarrollar, por parte del Pacto Histórico, de acuerdo con los imperativos categóricos que se desprenden de su programa de gobierno, 2022-2026. En ese orden de ideas, sería fértil, publicar textos escritos, al menos, con periodicidad mensual, por parte de la mayoría de los congresistas. Ese buen ejemplo, podría cundir, entre nosotros, los profesores, y, en no pocos estudiantes.

 

Un congreso de adultos y adultas ilustradoxs, reflexivxs, coherentes, unos poderes ejecutivo y judicial, emulándolos, y el buen ejemplo cundiría en la población colombiana, tan necesitada de referentes decentes.

 

Las segundas verdades de Perogrullo como fuente propulsora primaria, base, del cambio vitalista: los imperativos categóricos.

 

“Vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros” (Kant, I.), aparece como verdad de Perogrullo, que perdemos de vista, con no poca frecuencia, cuando no la ignoramos. Sabido es, por los estudios comparados de la etología y la neurociencia, para no nombrar sino dos campos científicos, las diferencias de las lógicas epistemológicas entre múltiples especies de animales diferentes del animal humano, y el ser humano.

 

No obstante, las diferentes epistemologías (se podría extender la comparación con los otros dominios: vegetales, hongos, bacterias, protistas), hay un rasgo común: en todos los casos, el conocimiento está para la supervivencia, para prolongar, lo más que se pueda, la vida.

 

En ese contexto, por su relación indisoluble con la supervivencia, es que las epistemologías de la vida biológica y de la vida sico-social (Darío Botero Uribe), son muy precarias, cuando se trata de establecer la relación del conocimiento humano, no con la supervivencia, sino con la Verdad. Y al establecer esa relación como indisoluble, las ideologías fuertes, sobre todo, las ideologías religiosas monoteístas, y sobre todo en su cenit, extraviaron al ser humano.

Lo extraviaron porque lo sacaron de la naturaleza y del cosmos y en su delirio antropocéntrico, con el ego ensimismado, lo asumió como un objeto para usar y desechar, sin dar nada a cambio. No se la asumió como un cuerpo gigantesco, dentro del cual, como una parte infinitamente pequeña, simbióticamente, tomamos y aportamos, y aportamos, tomamos y cuidamos.

 

Vista la relación indisoluble entre conocimiento y supervivencia, en las especies vivas, es un propósito estratégico profundizar y conocer al máximo esa relación, en el caso de la especie humana, la única especie, que se sepa, que tiene conciencia de sí misma, de su vida y de su muerte. Es esa condición consciente la que singulariza y hace especial, curiosa y peligrosa, la epistemología humana. Peligrosa, sobre todo para sí misma y para muchas maravillosas expresiones vitales, pero no para el universo, que igual que con los dinosaurios, ensayará evolutivamente con otras formas vitales, juguetón como es.

 

Y es estratégico, como nunca, en el presente horizontes de época en el que se está debatiendo, por fortuna, el enfoque científico-filosófico que orientará la política de Ciencia y Tecnología, del Pacto Histórico, de acuerdo con las conminaciones conceptuales y metodológicas, de su programa de gobierno, 2022-2026.

 

Así como la química y la bioquímica, la física y la biofísica y la biología, ven agua corriendo por las venas y nervaduras de todas las expresiones vitales, una ciencia y una filosofía y un arte, en la Antigua Grecia, no pudieron pasar por encima de su época (tal vez, Diógenes El Cínico, el célebre Perro Celestial y sus afines, si lo hicieron), y, aunque casi todo lo interrogaron y criticaron, nunca se les ocurrió cuestionar la esclavitud, como lo narra, no sin tristeza, Carl Sagan, en el segundo epígrafe del presente texto.

 

Y no se puso en cuestión el modo de producción esclavista, porque la filosofía, la ciencia y el arte griego, estaban férreamente regulados por la ideología esclavista. Esa ideología asumía como inferiores a los esclavos y a las mujeres, de la misma manera como, desde el racismo, sin remordimientos, se masacran indígenas colombianos porque el prejuicio ideológico los asimila a una danta, a una presa de monte. Es decir, como objetos para usar y desechar.

 

Y claro, sí la bioquímica, la biofísica y la biología, ve agua corriendo por todas las expresiones vitales, la filosofía, el arte y las ciencias sociales que escapan de las ideologías fuertes, ve el poder corriendo, a lo largo y lo ancho y por todos los poros de la cultura. Como el agua en la vida, el poder en la vida sico-social, en la vida cultural.

 

Y si el poder corre por toda la vida cultural, como el agua por la vida biológica, entonces, así como el agua no se tiene, en términos de que unos se la apropian y a otros se les roba, y quedan sin ella, no el agua no se tiene, sino que es metabolizada por los organismos vivos, pues el agua es inherente a la vida, así mismo el poder no se tiene como sostenía el marxismo ortodoxo, como alguien que se lo apropia y de lo cual la mayoría carece.

 

Como el agua, es inherente a la vida biológica, y sin agua, no la hay, el poder es inherente a la vida cultural y sin poder no la hay.

 

Dentro de la relación conocimiento y supervivencia, comprender la complejidad del agua, para no seguir jugando con fuego, como nos lo está mostrando la rudeza, in crescendo, del cambio climático.

 

Para atenuar la furia del solvente universal, además de que las ciencias empírico-analíticas la ven en todo el circuito de la vida, la saben íntimamente inherente a la vida, hay que profundizar, también, la complejidad del poder, para no seguir jugando con fuego, porque se ignora, y, en no pocas veces, se fuerza la ignorancia de no reconocer que el poder circula por toda la vida cultural (el solvente universal de la cultura), y, que, si no lo reconocemos y lo ejercemos con responsabilidad, quienes ejercen el poder hegemónico desde sus ideologías fuertes, proseguirán enfureciendo, el agua, la lluvia que no cesa, o que cesa mucho tiempo.

 

Por esta época no hay elites ilustradas que, desde la filosofía, la ciencia y el arte, en el mundo, ejerzan el poder asumiendo como centro la vida. Las elites que hegemonizan el mundo están cómodas en la zona de confort que les ha dado el haber colocado, en el centro, la cultura de la muerte.

 

Ese reconocimiento hace muy oportuna la cita que la cuenta twitter del Presidente E Gustavo Petro, sabiamente registra:

 

“A los movimientos populares se les ha presentado como

producidos por el hambre, los impuestos, el desempleo;

nunca como una lucha por el poder, como si las masas

pudieran soñar con comer bien, pero no con

ejercer el poder”.

M. Foucault

Texto citado por el presidente electo, Gustavo Petro, en

la última semana de 2022, pocos días después

de su triunfo electoral

 

Cuando el pensador francés llegó a la conclusión (hace más de 40 años, aproximadamente) de la responsabilidad de las masas de transformarse en ciudadanías libres a través del ejercicio del poder, que lo vio en la célula cultural como al agua en la célula biológica, se estaba en Guate-mala. La urgencia y la importancia de considerar su invitación, casi su regaño, es porque estamos en Guate-peor, con el cambio climático burlándose, un tanto, de las predicciones científicas, que se quedan cortas, no pocas veces.

 

Hacer consciente la omnipresencia del poder en todo el cuerpo de la vida cultural, es un reconocimiento base para empezar a ejercerlo, siempre en clave educativa, porque en clave de adoctrinamiento el poder se tiene, y se tiene, porque la brutal violencia física y simbólica, aparentemente, despoja a la mayoría, del mismo, y entonces, la masacra cruelmente, como a Hiparía, el obispo Cirilo y sus turbas fanáticas.

 

 

“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en encontrar nuevos paisajes, sino, en tener nuevos ojos”. (Proust M.).

 

Como el viaje de Proust, el de Gustavo y Francia y el de toda la nación colombiana, cuyo despegue se formaliza el 7 de agosto de 2022, es el maravilloso periplo hacia una nueva era en la que el centro es la vida, y se fraguarán los nuevos ojos de águila que inspirarán e iluminarán los cimientos del Edificio de la Colombia Potencia Mundial de la Vida.

 

¡Y por supuesto, se sabrá desear!  ¡No queda de otra!  ¡Errar se puede, pero fallar, jamás!

A.M.R.

Un domingo, no como cualquiera. Relato de un NADIE.

 

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres,

que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la

buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la

Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal,

sino en la crónica Roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

 Eduardo Galeano.

 

Lo más temprano que pude, salí ese domingo a buscar un articulado en la estación de Transmilenio cercana a mi casa, uno que me llevara al centro. Así fue que tomé un cinco, la ruta fácil en la cual llegaría en 15 minutos a la estación de la avenida Jiménez, al lado del emblemático San Victorino; y una vez allí, salí a buscar la carrera décima y sobre la acera oriental empecé a caminar hacia el norte, buscando la calle diecinueve para subir hacia la carrera octava, al primer filtro de seguridad.

Caminé en pasos cortos, presurosos y ágiles, pues el gentío por la acera era considerable, por lo que debía esquivar y avanzar, tal como lo hizo el Pacto Histórico en su travesía hasta la Casa de Nariño. La ansiedad me hacía mover en pequeñas carreritas, pero tratando de no perderme cada detalle, mirando a mí alrededor.

Banderas tricolor grandes, medianas y pequeñas, gorras, sombreros, llaveros, manillas, bandanas, mucha mercancía alusiva a Gustavo y Francia. Familias, parejas, solitarios, mascotas, ancianos, jóvenes, negros, indígenas, todas las caras, todos los cabellos, todos los colores de Colombia en un río humano que buscaba, al igual que yo, desembocar en la Plaza de Bolívar.

Agua, gaseosa, chicles, maní, cigarrillos, papitas fritas, mazorcas, chorizos con papa o arepa, empanadas, obleas, variadísimas viandas se ofrecían en decenas de chazas ubicadas sobre los andenes y en la avenida diecinueve que estaba cerrada y cumplía ese día con su papel de peatonal. Y los NADIES, los NADIES para arriba y para abajo, unos buscando el centavo, otros buscando la plaza, otros mirando el paisaje, como sorprendidos por lo que estaba pasando.

Tres anillos de seguridad más tarde, maleta abierta, minuciosa requisa, cédula en mano y mucha paciencia en las largas pero ágiles filas, me llevaron finalmente a la esquina noroccidental de la Plaza de Bolívar, abajito del Palacio de Justicia, otrora tomado por el M-19 y hoy opacado por los gritos victoriosos de los nuevos rebeldes, apostados en todo su frente, con banderas de múltiples colores, las banderas de los diferentes, de los NADIES, de los ninguneados.

Una vez dentro del perímetro de la plaza, inicié a caminar, escurriéndome en medio de los miles de personas que allí estaban con el mismo propósito que yo, ver, por primera vez en doscientos años, la representación de un sentir popular asumiendo las riendas del país. Empecé a sentir que caminaba por Colombia, miraba para un lado y había gente de una región, miraba para otro lado y había gente de otra región, se oían los coros de los muchachos y muchachas de la primera línea al frente del Palacio de Justicia, los cantos y coros de comitivas del Putumayo, Cauca, los Llanos, del Eje Cafetero, y en fin; veía hermosos colores de trajes típicos, acentos de todas las regiones y rostros felices, rostros muy felices en todos y en todas, sin importar más que ese momento, todo el mundo disfrutando aquel pequeño bocado de gloria que no conocíamos y juntos entonando el constante coro:

¡Si se pudo! ¡Si se pudo!, que unas veces iniciaba en medio de la plaza, otras veces en un extremo, y así, simplemente un par de personas empezaban a gritarlo y al momento miles seguían el cántico.

El radiante y fuerte sol bogotano se había mantenido oculto al inicio de ese domingo, como esperando; aguantando las ganas de salir también a celebrar, pero poco a poco fue asomándose entre las densas nubes grises que luego se irían dispersando para dejar unas pocas, blancas como algodones, flotando en ese azul hermoso, que era casi una metáfora de lo que estaba sucediendo; ese tránsito de los días grises a una época de radiantes colores y mucha luz.

Poco a poco, con el paso de los minutos se llenaba más la plaza, se oía a las personas hablar de sus esperanzas con este nuevo gobierno, hablaban de la JEP, de la paz, del trabajo, del medio ambiente, de los líderes sociales y ambientales, hablaban de la educación, del campo, de las ciudades, se contaban historias de tomas guerrilleras, de paramilitares, historias de supervivencia, historias de lucha, hasta se oía hablar de Gaitán, de Galán, de Pizarro, de Jaime Garzón y hasta del valor de la divisa gringa.

Caminé un rato por la carrera séptima, desde la esquina de la casa del florero unas cuadras hacia el norte, mirando artistas en las tarimas, la gente cantando, unos bailando, otros sentados siguiendo la transmisión por redes, otros compartiendo con amigos y familiares, otros caminando con mensajes en pancartas, recordando a los caídos durante las manifestaciones llevadas a cabo durante los cuatro nefastos años del gobierno saliente, y pensé en Lucas Villa y las decenas de víctimas mortales que dejó el llamado Estallido Social en el 2021, un aproximado de 80; eran jóvenes de entre los 17 y 26 años de edad, unos estudiantes, otros trabajadores y otros trabajadores que estudiaban; recordé las denuncias de abuso sexual en los CAI de policía, los vídeos de los agentes del ESMAD golpeando y arrastrando jóvenes y jovencitas en estado de indefensión, recordé las largas caminatas de mi esposa, por las avenidas de Bogotá en medio de las manifestaciones, para llegar a casa a la media noche luego del trabajo; me pareció sentir el malestar de los lacrimógenos que lanzaron frente a mi casa, sobre la avenida de las Américas, para dispersar a una multitud que simplemente, iba con banderas y cánticos reclamándole al gobierno, por los derechos adquiridos durante décadas de sangre y fuego.

Ya de regreso a la Plaza, busqué nuevamente un punto en el que pudiera ver la tarima y las pantallas, para empezar a disfrutar del evento. El corazón hinchado de alegría, empezarían los actos protocolarios, el desfile de invitados e invitadas y con cada nombre, loas o abucheos; escuchando gritos como, ¡Asesino! Cuando nombraban al presidente Guillermo Lasso de Ecuador o aplausos y gritos de ¡Ese es!, cuando nombraban a Gabriel Boric presidente de Chile o ¡Abajo la monarquía, viva la república!, cuando nombraban al anacrónico monarca Felipe VI de la mala madre patria, y ni para qué escribo lo que gritamos cuando se nombró a Barbosa, el supuesto segundo hombre más importante del país; sin embargo, algo completamente atípico, fue ver y escuchar como el público, al salir Roy Barreras, se soltó en abucheos y palabrotas, pero en la medida que su discurso avanzaba, el silencio se sintió; luego, poco a poco el silencio se fue transformando en gritos de aprobación y aplausos; tremendo orador, nada que hacer, al César lo que es del César.

Finalmente, salieron los héroes, Francia con Gustavo y la plaza fue un solo grito de victoria, aplausos, lágrimas, banderas en alto, abrazos, diferentes cantos y coros, euforia total, sin saber todavía cuál iba a ser la primera orden del presidente. La toma de juramento fue una maravilla, ver a María José Pizarro al lado de Petro colocándole la banda presidencial, verlo ahí, en vivo, poder cantar el himno nacional a todo pulmón, interpretado por la filarmónica en la Plaza de Bolívar, durante la posesión del primer presidente y vice presidenta del pueblo, después de doscientos años de oligarquías en el poder, fue indescriptible; oír las notas que interpretó Teresita Gómez en el piano, como preludio a la llegada de la espada, una mujer negra, considerada, porque efectivamente lo es, la mejor pianista que ha parido nuestra tierra, caramba, que domingo para recordar fue ese, un domingo, no como cualquiera.

Ahora, que ya pasó todo el festejo, que se abrió al público, luego de dos décadas de narco gobiernos y paramilitares en el poder, la emblemática Plaza Núñez, ubicada entre la Casa de Nariño y el Congreso de la República y entre la carrera séptima y la carrera octava, y cuando se ha empezado a hablar del impacto positivo de los tan solicitados impuestos a los azucarados y ultra procesados, el pago de horas extra desde las seis de la tarde y muchos detalles más de la gestión inicial de Francia y Gustavo, empieza a despejarse poco a poco el camino, en lontananza la ruta se ve clara, crece despacio y milimétricamente la certeza de que, se nos viene mucho trabajo, trabajo duro, para construir sobre las ruinas que nos dejaron los saqueadores del erario, sobre todo el último, para re inventar un nuevo país, una nueva y mejor realidad, para vivir sabroso hasta que la dignidad se haga costumbre.

 

Mario Rojas.

LOS “SOFISTAS” DEL SIGLO XXI

ENRIQUE PEREIRA

“Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran” - Voltaire.

En el siglo V, antes de nuestra era, Atenas era considerada el ejemplo por antonomasia de polis griega, pues representaba la forma “ideal” de un gobierno de corte democrático, a diferencia de Tebas o Esparta, cuyas formas de gobiernos eran principalmente oligárquicas. Atenas, por otra parte, constituyó la antesala de la reflexión filosófica, en ella se establecieron los cimientos del pensamiento occidental. Aunque la reflexión filosófica ya se había gestado un siglo antes en Grecia (siglo VI a.C.), con la aparición de los “filósofos naturalistas” o los “filósofos presocráticos”, que se enfocaron en buscar y determinar el “principio” y la “sustancia” (arjé) de las cosas, no fue sino hasta el siglo V a. C., que el objeto de estudio de la filosofía cambió para centrarse fundamentalmente en el individuo y la sociedad. Durante esta época, tal como sugiere la historia y la literatura filosófica, manaron dos papeles, a saber: el de protagonista, representado por Sócrates, y el de antagonista, encarnado por los sofistas.

El término “sofista” proviene del vocablo griego sophía, cuyo significado es relativo a sabiduría, y sophós, que se refiere a sabio. El término, a raíz de las obras publicadas por Platón (427-247 a.C) y Aristóteles (384-322 a.C), comenzó a adquirir connotaciones negativas, es decir, matices desagradables, puesto que Sócrates se encargó de denunciar y amonestar a los sofistas, ni siquiera por el hecho de que estos individuos se dedicaran a impartir saberes o conocimientos de toda índole (ética, astronomía, política, epistemología, etc.), sino porque se dedicaban a cobrar por la enseñanza de dichos saberes, y además hacían mella del razonamiento, que se centraba en la eficiencia persuasiva mas no en la búsqueda de la verdad, a través del uso rebosado y artificioso de “sofismas” o “falacias”; en otras palabras, se les culpó por pretender hacer pasar argumentos falsos como si fuesen verdaderos. En este sentido, Sócrates, que despreciaba los métodos sofísticos, y a pesar de haber sido considerado el hombre más sabio de Atenas por el oráculo de Delfos, no pudo acabar con los sofistas, para quien no eran más que charlatanes o embaucadores. Pero no es de extrañar, estos “charlatanes”, “embaucadores” o “gurúes”, han existido desde los mismos albores de la humanidad, incluso han vuelto a resurgir con más vigor y frescura en el siglo XXI.

Podría llegarse a pensar que, gracias a los avances científicos con los que contamos en pleno siglo XXI, en áreas tales como la astrofísica, la medicina, la química, la neurobiología, etc., los seres humanos tendríamos que vivir en sociedades más laicas, libres, democráticas y reflexivas (tanto a nivel científico como filosófico). Sin embargo, esto no ocurre así. Si observamos detenidamente, en algunos países de Europa occidental, por ejemplo, han vuelto a adquirir protagonismo los partidos ultraderechistas ¡cómo si el peso de la historia no fuese suficiente!; los movimientos antivacunas han reemplazado la medicina tradicional por algo que denominan “medicina homeopática”, porque creen que las medicinas tradicionales, valoradas científicamente, carecen de estudios ¡ahora cualquier individuo (lego) se cree experto en medicina!; los astrólogos, con su ego y prepotencia, afirman que las degradaciones de los astros influyen y determinan las conductas humanas ¡claro! ¡cómo si a un universo, cuya edad rebasa los 13800 millones de años le importara lo que una persona realiza un viernes por la noche!; los famosos couch, se creen profesionales en el ámbito de la psicología ¿de verdad creen que por haber realizado un curso de 30 horas por internet se creen con la potestad de valorar el estado mental de una persona?; ¡preocúpese, la lista aún no acaba!

¡Tenga cuidado! También hay sofistas en pleno siglo XXI, y son más peligrosos que los de antaño. A estos “charlatanes”, “embaucadores” o “gurúes” no les importa su salud mental ni usted, sólo andan en busca de su dinero. Las sectas y/o pseudociencias, conformadas por estos “charlatanes”, “embaucadores” o “gurúes” new age (como prefieren llamarse), constituyen el medio por el cuál buscan enriquecerse a costa suya, y todas ellas comprenden una serie de rasgos en común, abusando descarada y desproporcionalmente tanto de la ciencia como de la filosofía. De acuerdo con Mario Bunge: “Toda actividad intelectual, sea auténtica o sea falsa, posee una filosofía subyacente y, en concreto, una ontología y una gnoseología”; en otras palabras, las ciencias y las pseudociencias comprenden en sus fundamentos un conjunto de postulados filosóficos, de modo tal que hay filosofía de la ciencia y filosofía de la pseudociencia. La pseudociencia, por una parte, es aquella práctica, creencia o afirmación que es presentada como ciencia fáctica, pero es incompatible con el método científico. La ciencia, por otra parte, se caracteriza por ser escéptica, por supuesto, contemplando un escepticismo moderado mas no radical, en cambio la pseudociencia es dogmática, por eso, se vanagloria de su seguridad; así, cuando un conocimiento sea lo suficientemente bueno para usted, en donde no caben las críticas ni hay fallas, desconfíe. Una de las formas, legadas por Karl Popper (filósofo de la ciencia), para determinar la diferencia entre ciencia y pseudociencia, surge a partir del criterio de falsación, que radica en intentar refutar una teoría mediante un contraejemplo (contrastación), de no ser posible refutarla, dicha teoría queda “corroborada” y aceptada sólo de manera provisional (falibilismo); es decir, ninguna teoría por más coherente, precisa, amplia, simple y fecunda que pueda llegar a ser, será absolutamente verdadera; y de su problema generalizado de la demarcación, que estriba en determinar los criterios para poder decidir, entre dos teorías dadas, cuál de ellas es “más científica”. Ambos criterios: falsación y demarcación, constituyen los pilares del método científico.

No evite la ciencia y desconfíe de la pseudociencia. La pseudociencia es siempre peligrosa, contamina la cultura y, cuando concierne a la salud, la economía o la política, pone en riesgo la vida, la libertad o la paz […] la pseudociencia es extraordinariamente peligrosa cuando goza del apoyo de un gobierno, una religión organizada o grandes empresas. De acuerdo con Bunge: “los científicos y filósofos tienden a tratar la superstición, la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de masas; están demasiado ocupados con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. […] la superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil: se trata de virus intelectuales que puede atacar a cualquiera -lego o científico- hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica”.

¡Aquí están los filósofos!

Entrevista al filósofo colombiano Damián Pachón Soto

 

Filosofía y prensa en Colombia: El caso del Magazín Dominical de El Espectador (1980-1990). Libro que revive el famoso debate sobre el papel del filósofo en los problemas nacionales, debate planteado por Rodrigo Restrepo colaborador de la Revista Arcadia el 3 de marzo del 2011.

J.C.P: ¿Cómo recibió la academia el artículo de la revista Arcadia del 3 de marzo del 2011 cuando se cuestionó el papel del filósofo en la sociedad?

 

Damián P: Me parece que el artículo de Restrepo es criticable por la información que contenía, la falta de investigación del autor a la hora de escribir el texto. Porque no solamente Estanislao Zuleta era muestra de la función pública y social del intelectual, hubo muchos más; también hizo falta una alusión más profunda a los blogs que se dedican al ejercicio de la filosofía, en fin, hubo mucha deficiencia en la investigación. A pesar de eso, me parece que fue un artículo muy importante, porque levantó ampollas en los filósofos y nos llevó a cuestionarnos para ver que incidencia teníamos sobre los problemas nacionales. Sobre ese debate se hicieron muchos eventos en universidades y respuestas en medios digitales como en la misma revista Arcadia. Fue un buen momento de estremecimiento y de introspección sobre qué papel teníamos los filósofos en la sociedad y en la Academia.

 

J.C.P: ¿Hay en la historia de la academia o en la prensa un acto parecido a ese, en donde se desafiara el papel del intelectual?

 

Damián P: que yo sepa no, pero lo que sí sé ahora, es que siempre ha existido realmente una relación importantísima entre presan y difusión cultural, entre prensa y filosofía: no solo me remito al siglo XIX en la época de los gobiernos liberales de José Hilario López donde la cultura europea se difundió en folletines…la literatura de folletines es un ejemplo de eso. También en España en la época de Ortega y Gasset se llevó la filosofía a la prensa. Y también para tener en cuenta el caso de América Latina, en la Nación de Buenos Aires, la labor que hacía Francisco Romero fue importante. Danilo Cruz Vélez, Rafael Gutiérrez Girardot, esta gente colombiana, los llamados normalizadores de la filosofía en Colombia, publicaron artículos, reseñas en periódicos como El Tiempo, El Espectador, El siglo. El periódico siempre ha jugado un papel importante en la difusión de las ideas filosóficas, de nuestra conexión con el mundo intelectual y las ideas del pensamiento europeo. Entonces, precisamente, mi libro lo que busca es rescatar esta relación. Yo creo que la historiografía filosófica se ha dedicado a la recepción y hoy en día vamos más allá en el sentido de que hay que estudiar los modos de producción, difusión y consumo de la misma filosofía. Es lo que yo llamo “una historia social de la filosofía”. Este tipo de estudios ya se han hecho en literatura, pero lo que yo quiero mostrar es que desde esta postura se puede hacer una historia social de la filosofía en donde también se pueda hacer un rastreo sobre el papel que ha jugado la prensa escrita en la difusión de la filosofía en Colombia, en América Latina.

 

J.C.P: fueron 47 artículos encontrados en el trabajo investigativo. ¿Esta cantidad es suficiente para evaluar el verdadero papel del intelectual?

 

Damián P: cuando tratábamos de plantear la pregunta sobre el papel del intelectual en la prensa, se descubrió que tocaba tomar la prensa nacional y también los periódicos regionales. Entonces nos pusimos a mirar el Heraldo, El País, el colombiano, y encontramos más de 500 artículos. Tuvimos que suscribir la investigación solamente al El Espectador. Yo tengo en un CD todos los demás artículos, de tal manera que lo que se muestra en el libro es una investigación y una respuesta parcial. Se tuvo que delimitar la investigación- y esto por problemas ya específicos de la investigación en Colombia y es que se exigen resultados en un año porque solo hay financiación para ese tiempo. Si me hubieran dado recursos para cinco años, pues se habría hecho una lectura, un filtro de los 500 artículos. Pero en sí, los hechos demuestran que sí ha existido una participación del filósofo en la prensa.

 

J.C.P: ¿Cómo se hizo la clasificación de los textos?

 

Damián P: Se eliminaron todos los artículos que fueran notas necrológicas, que fueran reseñas sobre libros. Hicimos filtros con temas como la paz, la educación, el narcotráfico, la violencia, el papel de la universidad y a partir de estos filtros, se delimitó el material a analizar. Lo otro que había que había qué definir era qué se entendía por filósofo o intelectual, y qué era un artículo de interés filosófico.

 

J.C.P: ¿Filósofos como Hoyos, Gutiérrez Girardot, Jaramillo, estaban en Colombia cuando hablaban de la problemática del país?

 

Damián P: Todos ellos estaban en Colombia excepto Gutiérrez Girardot, quien con una mirada desde afuera publicó en revistas, en el diario El Tiempo y siempre estuvo pendiente de lo que sucedía en términos de coyuntura política. Cada uno desde su formación escribía sobre cosas diferentes, sus intereses cambiaban como el caso de Gutiérrez quien criticaba a la universidad, al intelectual y todo lo difícil que era pensar y hacer filosofía en Colombia.

 

J.C.P: En su libro usted afirma que los filósofos sí se ocupan de los problemas nacionales. Después de culminar esa investigación que cubría una década, ¿cómo ve usted ese papel de los filósofos desde los años 90 hasta la actualidad?

Damián P: es una situación difícil. Estas dificultades tienen que ver con asuntos que se mencionan en la revista Arcadia. Allí se expone el problema que se le presenta al filósofo a la hora de escribir, porque está acostumbrado a hacerlo de una manera muy elevada, con citaciones extensas que la prensa no permite. Lo que uno ve es que hay muchas reflexiones sobre la coyuntura pero que se publica preferiblemente en revistas científicas. El espacio de la prensa escrita no se presta para una reflexión de largo aliento, entonces cada vez- y lo digo con conocimiento de causa-  que uno escribe en la prensa le toca moderarse, hacer mucho esfuerzo en el lenguaje y la síntesis. De cierta manera esta es una invitación para que el filósofo se vuelva periodista y aprenda a difundir, que no tenga la idea de que llevar la filosofía a la prensa es bajar de nivel, porque la historia ha demostrado que este acto ha promovido un mayor interés por la filosofía.

 

J.C.P: ¿Cómo romper con esa muralla que no deja que la gente del común conozca estas reflexiones que se generan en la academia filosófica?

 

Damián P: yo creo que el filósofo tiene que aprender a escribir como periodista y tiene que hacer ese gran esfuerzo. Por otra parte, la gente sí accede a ciertos contenidos filosóficos hoy. Lo hace, por ejemplo, utilizando Internet y algunos blogs. Allí hay un gran consumo de conferencias y debates filosóficos. Existe el caso de Zizek en Europa y de Santiago Castro Gómez en Colombia donde sus conferencias, subidas a Youtube, tienen miles de visitas. También en la prensa escrita como es el caso de Le Monde Diplomatique– donde escribo con frecuencia- hay varios artículos con más de 10.000 visitas. Son otras formas de acercarse a la filosofía. El problema es que no hay estudios específicos sobre estas formas de circulación, distribución y consumo.  Es este tipo de estudios que propongo con la historia social de la filosofía.

 

J.C.P: ¿En la actualidad hay espacio para los filósofos en los medios?

 

Damián P: Hay pero muy pocos en medios de alto consumo. En el Malpensante, Arcadia, Le Monde Diplomatique hay espacio. Pero ya acceder a El Tiempo y a El Espectador es limitado por las mismas agendas de los medios. Pero también depende del filósofo y su especialización… no a todos les interesa escribir. Yo no vería a un fenomenólogo escribiendo sobre la violencia en Colombia. Más bien, veo al profesor de política, filosofía colombiana o filosofía latinoamericana haciéndolo.

 

J.C.P: ¿Qué conclusión y que caminos deja la investigación?

 

Damián P: hay que hacer una reconstrucción de la historiografía filosófica nacional para dictaminar el estado actual de la filosofía, entre otras cosas teniendo en cuenta el factor del papel de la prensa escrita como difusora de la cultura. Lo otro es la falta de estudios sobre este tema y además, para poder llegar a conclusiones más profundas se debe seguir estudiando los archivos que tenemos, y no solamente en los grandes periódicos sino también en los regionales.

 

J.C.P: ¿Con todo lo que está pasando a nivel político se puede pensar en un fracaso de la democracia?

 

Damián P: yo creo que la democracia tiene que responder a retos históricos. La democracia ha servido para ganar espacios en los cuales yo como ciudadano no estoy dispuesto a renunciar…, no pienso perder, por ejemplo, las libertades que la democracia liberal me ha otorgado. Tampoco estaría dispuesto a renunciar a ninguna de las reivindicaciones que la democracia social desde finales del siglo XIX y del siglo XX ha puesto de presente como necesidades históricas que tenemos hoy en día. Tampoco estaría dispuesto a renunciar a ciertas demandas que ha reivindicado la democracia pluralista. La democracia ha tenido una suma muy compleja de demandas que satisfacer, pero estoy de acuerdo en que la democracia es insustituible, pues no se ha inventado nada mejor. No se trata de eliminarla, se trata de poner la democracia a la “altura de los tiempos”, de las necesidades de la actualidad.

 

*Esta entrevista se publicó en el medio de comunicación Al poniente en el mes de abril. Editada  para Otras voces, Otros libros

De primero a grado once….

 

"La escuela nos enseña la ubicación geográfica de los ríos, pero jamás nos explica la importancia del agua. Sabemos dónde queda Caquetá, aprendemos de memoria los nombres de las ciudades capitales y sabemos ubicar a Mesopotamia en el mapamundi. Somos un baúl repleto de contenidos, pero vacío de contexto.”

Rodolfo Llinás

 

 

 

 

Escolarizados por más de once años para obtener un título que nos certifica como bachiller, académico o, en su defecto, técnico. Durante este tiempo la escuela privilegia los eventos informativos, los datos descontextualizados apartándose de su principal responsabilidad sacar el diamante que cada estudiante tiene dentro.

 

Cuando la escuela privilegia la información sobre la comprensión, escolarizarse es un suicidio, pero, como  es obligatorio, es un acto criminal;   las masacres en las escuelas: por ejemplo, abundan clases de inglés por más de once años, apenas sabiendo decir yes, como tendencia general. Sí los recursos no fueran “abudineados”,  como se ha hecho durante décadas, y las otras variables convergentes fuesen enriquecidas integralmente, incluyendo la muy precaria formación de “maestros”,  Colombia sería un país bilingüe. Y no solo con el inglés, también ocurre con matemáticas, español, ciencias naturales, sociales… y las demás áreas, todas fracturadas para favorecer los intereses particulares del corporativismo docente y del corporativismo mundial. 

 

En primer grado o antes, transición, preescolar, sala cuna… llegan estudiantes, niños con deseos enormes de conocer el mundo, algunos los comparan con esponjas que no solo buscan informarse porque es evidente, al día siguiente lo olvidan, sino de conocer y esto implica comprender lo que acontece en el mundo. Toda esa energía se va agotando y con esto obstaculizando la vocación innata de descubrimiento de los niños.

 

Los grados segundo, tercero, cuarto, quinto……. funcionan de la misma manera: eventos informativos descontextualizados a edades muy tempranas, la escuela asesina el deseo de aprender de los niños, pareciera que la orden es inhibir el crecimiento de las alas de los niños y quienes continúan en esta masacre asisten a la universidad; allí llegan como aves de corto o cortísimo vuelo para convertirse en parientes comportamentales del avestruz metiendo, ante cualquier dificultad, la cabeza en el suelo porque volar ya no pueden.

 

 

Julián De Zubiría Samper @juliandezubiria economista, educador​ y columnista​ colombiano, reconocido por ser fundador y director del Instituto Alberto Merani, menciona algunas de las variables que no se han enfrentado para mejorar nuestra calidad.

 

Primera. La formación de docentes es de muy baja calidad en Colombia. Los egresados de las facultades de educación siguen obteniendo los niveles más bajos en lectura crítica y razonamiento numérico entre todos los egresados de las universidades. El dicho es sabio: “Nadie da de lo que no tiene”. Si los futuros docentes no tienen consolidadas las competencias en lectura y razonamiento sobre las que van a ser evaluados sus estudiantes, es obvio que no las podrán desarrollar. Así mismo, que los docentes tengan maestrías o doctorados no eleva la calidad en la educación básica, lo que implica que el escalafón colombiano está fundamentado sobre supuestos falsos. Esto sucede porque la educación superior está por completo desarticulada de la educación básica y media y porque las facultades de educación, en general, no consolidan las competencias para pensar, leer y convivir de sus estudiantes.

 

Segundo. Pisa encuentra que una variable altamente asociada con buenos resultados es haber recibido educación inicial de calidad y estima que la educación inicial, eleva en promedio 32 puntos los resultados en lectura y matemáticas en el grado noveno. Resulta que tan solo un tercio de los estudiantes colombianos afirma haber asistido a educación inicial y que, la educación inicial oficial en nuestro país es escasa y de muy baja calidad. En el campo, por ejemplo, no existe. En este tema estamos muy atrás del resto de naciones de América Latina. Acierta el informe final de la Comisión de sabios al respecto al destacar la enorme prioridad que debe alcanzar la educación inicial en las políticas de Estado, al fin de cuentas es la inversión más rentable que conoce el ser humano, porque los niños que la reciben, a mediano plazo son más sanos emocional, social y cognitivamente.

 

Tercero. Colombia carece de un currículo nacional y en este tema hemos dado bandazos que nos ubican también en una situación de gran desventaja frente a América Latina: los jóvenes ven cada año, en promedio, 14 asignaturas fragmentadas, desarticuladas y casi por completo centradas en informaciones impertinentes y descontextualizadas. Con estos currículos, nadie consolida las competencias comunicativas, científicas o matemáticas que son evaluadas en Pisa o en SABER. Sin cambios en los currículos y en los modelos pedagógicos, tampoco será posible una mejora significativa en la calidad de la educación. García Márquez lo expresaba dos décadas atrás cuando afirmaba que queríamos “una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva”. Va siendo hora que lo tengamos muy presente.

 

Cuarto. Los estudios de la Unesco en América Latina han encontrado que el clima del aula es la variable más asociada a la calidad educativa. Según estos, alcanzan mayor calidad las instituciones educativas que acogen a los niños, les brindan seguridad y apoyo, les permiten preguntar libremente en clase y confiar en sus compañeros y profes. Por el contrario, los jóvenes colombianos tan solo confían en el 4% de las personas que conocen y durante la guerra con las Farc, las escuelas se convirtieron en escenarios de combate. Así pues, según un reciente informe de la Fundación Compartir, 1579 docentes han sido asesinados durante el conflicto. Lo dominante en el debate político nacional es la ira, la sed de venganza y la intolerancia. Estas son condiciones muy propicias para el maltrato, la humillación y el bullying en las familias y las escuelas. Estudios recientes evidencian que la mitad de los niños en Colombia reciben maltrato físico sistemático por parte de sus padres y, en PISA 2018, el 32% de los jóvenes del país afirmó haber sido sometido a situaciones de bullying por parte de sus compañeros. La conclusión es obvia: la paz, la reconciliación y el fortalecimiento de la convivencia de calidad, son condiciones previas para que como nación mejoremos en la calidad de la educación que brindamos a nuestros niños y jóvenes.

 

Quinto. Según Unesco, una variable altamente asociada a la calidad de la educación es el liderazgo pedagógico en cabeza de las directivas. En Colombia sucede todo lo contrario: los rectores se dedicaron a cuestiones por completo administrativas y jurídicas y dejaron de lado sus funciones pedagógicas: se retiraron por completo de las aulas y de las reuniones de profesores. Es algo similar a que los capitanes de barco no salieran a navegar, sino que se quedaran en sus oficinas.

 

Como señale inicialmente los ejemplos, variables que dan cuenta de lo criminal que puede ser la escolaridad en Colombia son innumerables, mi invitación respetuosa es conocer, reconocer y actuar de manera reflexiva para sumar al bienestar de nuestro país, es responsabilidad de todos, sumarnos para sumar.

 

LFVB

DE LA NORMALIDAD A LA REVOLUCION CULTURAL

(DOCUMENTO PARA EL DEBATE SOBRE EL CAMBIO)

POR: Alexander Cobo O.

Les_lumiere@yahoo.com

Gestor cultural

 

El Arte debe ser trasgresor de la normalidad o no es arte. Un arte normalizado puede ser una bella artesanía o un eco de una trasgresión artística hecha norma, que se aceptó y adaptó a una cultura.

 En la cultura anidan las normas que son la base del control social que ejerce el poder hegemónico en las sociedades modernas, la cultura controla más el comportamiento humano que las leyes o la ética.

Entonces un llamado al cambio debe sustentarse en una revolución cultural que modifique las normas sociales que es, en últimas, cambiar el poder por medio de la transformación del comportamiento humano.

No existe entonces un cambio real si no se cambia la cultura a través del arte y la educación. Los artistas y gestores culturales a lo nuestro: liderar la revolución cultural y los académicos a liderar la revolución académica. Unidos, para la creación de una conciencia vital, entorno a un solo objetivo: construir la cultura de la Paz, que es la cultura de la Vida, del vivir en armonía con la naturaleza y en ultimas, del vivir sabroso.

¿Qué revolución cultural requerimos?

Una cultura donde no sea normal matar por tener control territorial para delinquir, ni ver morir de hambre a la patria en un país de abundantes potencialidades (aclarando que la patria somos los colombianos, no la tierra, somos los humanos). Ni sea normal robar los presupuestos públicos o que los peores humanos, los más bandidos, sean los líderes que nos gobiernen y que ser delincuente sea el mejor camino para triunfar. Una cultura en la que no sea normal que Pablo Escobar sea más admirado que Gabo.

Necesitamos un cambio de valores estéticos y éticos en el arte, para que predomine la vida; una forma diferente de pensar y de sentir que permita definir un sueño colectivo, que nos unifique (sin perder la diversidad que nos fortalece), entorno a la visión de un deber ser de nuevo país, que con urgencia requerimos y al definirlo, este sueño lo suscribamos como un contrato social que nos comprometa a ejecutarlo.

Desde las trincheras del arte o el quehacer cultural construiríamos, transformándonos en el proceso, LA CULTURA DE LA VIDA, QUE CON TANTA URGENCIA NECESITAMOS.

 

La perversión de la discusión pública en Colombia

Presentamos un análisis de los recientes desarrollos que ha tenido la discusión pública en el país.

Damián Pachón Soto

El año pasado (2019) el Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional publicó un libro titulado Discusiones filosóficas con Jorge Aurelio Díaz. En el texto, un merecido homenaje a uno de los mejores conocedores de la obra de Hegel en el continente, y uno de los maestros de varias generaciones de filósofos en Colombia, el profesor Díaz sostiene: “siempre he creído que de quienes más podemos aprender es precisamente de aquellos que discrepan de nosotros, cuando esa discrepancia es el resultado de un buen conocimiento y de una seria reflexión. Además, lo que más ha enriquecido a la filosofía, como bien podemos verlo en su historia, son las divergencias que despierta entre sus cultivadores…”.

Pues bien, de las palabras del profesor Jorge Aurelio me interesa resaltar tres aspectos: 1) el valor mismo que la da a la discrepancia, pues ésta ha hecho avanzar la filosofía entre sus cultivadores, 2) la condicionalidad que le impone a la misma, esto es, que sea “el resultado de un buen conocimiento”, y 3) la necesidad misma de pensar, de “una seria reflexión”. Y resalto estos aspectos porque en el debate público en Colombia, entre los funcionarios mismos del gobierno, entre gobierno y la oposición, y entre los ciudadanos, faltan, justamente, estas ideas regulativas para las discusiones sobre los más variados asuntos del país y su agenda pública. Esta ausencia es notoria cuando se analizan las declaraciones públicas, o los comentarios a un artículo o una columna de opinión, o las disputas en las redes sociales.

 

Discrepar o no estar de acuerdo con alguien, para decirlo de manera sencilla, implica partir de la cosa misma, de lo enunciado por el otro, del texto, del conocimiento del asunto. Requiere, entonces, una buena comprensión del mismo. Pero no se trata, como bien decía Gadamer, de ocultar mis propios pre-juicios o juicios previos sobra la cosa, pues partimos del circulo hermenéutico, sino de exponerlos, no sólo para que el otro exponga los suyos, sino para, eventualmente, cuestionar mis propios prejuicios. Este es un buen punto de partida: aquí estoy dispuesto a variar mis puntos de vista y estoy dispuesto a dejarme interpelar, y esto ocurre porque valoro y respeto al otro, al alter-ego, lo cual no implica dejar de defender con argumentos mi propia posición.

En Colombia, el debate público, en la actual confrontación política a distinto nivel, está gobernado por las pasiones políticas. Los “contendientes” han sido modelados, binarizados, formateados; su pensamiento es operativo, responde a estímulos, está mecanizado. Criticar a la derecha supone inmediatamente defender a la izquierda; y resaltar una buena propuesta de la izquierda pareciera indicar, automáticamente, criticar al gobierno. Si se nombra a Gustavo Petro, el otro piensa automáticamente en Uribe, y viceversa; criticar a Álvaro Uribe es ser defensor de Petro, ser guerrillero, mamerto, atenido; criticar al gobierno por no garantizar el derecho constitucional a la vida y la integridad física de los jóvenes es “politizar” las masacres, etc. La crispación ideológica es tanta, tan tóxica y degradada, que distintos adjetivos se han unido a nombres propios, por ejemplo, Uribe a paramilitar; Petro al castrochavismo o al nuevo embeleco del prechavismo o neochavismo. Es decir, en Colombia el interlocutor llega armado, con verdades fijadas, no dispuesto a dejarse convencer con razones. Es el dogmatismo recalcitrante que inmuniza su castillo de certezas, es el fanatismo disfrazado de un supuesto argumento.

 

En estos casos, es el partidismo y la ideología los que vuelven inmunes a los “dialogantes”. Se parte, entonces, del irrespeto al otro, a su saber, a sus ideas. No se entiende, como decía Darío Botero Uribe en un bello ensayo titulado Del poder de la palabra a la democracia, que: “comunicarse es reconocer al otro”, pues “al intercomunicarme reconozco el valor del otro en mi propio valor, es decir, derivo una actitud ética”. Y si falta esa ética sólo queda la violencia, el exterminio y la constitución del otro en enemigo, en el caso del gobierno, en “enemigo público interno”, como último recurso.

 

Ahora, las discrepancias, como dice el maestro Díaz, deben ser fundamentadas, producto de un “buen conocimiento”, es decir, implica estudiar, leer, estar bien informado, comprender e interpretar. Y esto es lo otro que no ocurre en nuestro degradado discurso público, donde, por ejemplo, se confunde comunismo con socialismo porque no se ha leído una línea de Marx; o donde exigir derechos es ser de izquierdas o del mal llamado “marxismo cultural”. Esa falta de ilustración se debe a que la gente recibe los lemas, los mensajes, los eslóganes, etc., directico del medio, especialmente, de las redes sociales, de la televisión, y los fagocitan como recibiendo un calmante para evitar pensar; es más, los reciben como misiles para ser redirigidos e insultar al otro. La mayoría de las veces ya no se trata del argumento en sí mismo, sino de la persona, del otro (ad hominem). En realidad, se comenten todas las falacias posibles.

Aquí se cumple la sentencia de Schopenhauer: “son aquellos que son totalmente incapaces de tener opiniones propias y un juicio propio, que no son más que el mero eco de opiniones ajenas”. Y, sin embargo, defienden esas ideas con recelo e intolerancia. Desde luego, el juicio propio implica, como decía Kant, pensar por sí mismo y hacer uso de la razón, a la vez que someter las cosas, el asunto de que se trate a un examen público y libre, sin sustraer el tema a la crítica tal como aparece en una nota al pie de la famosa Crítica de la razón pura.

 

Schopenhauer, que expuso un texto de 38 estrategias para tener siempre la razón, usando medios lícitos e ilícitos (dialéctica erística), y que, justamente con ellas nos pone en guardia para saber lo que no debemos hacer, también decía: “en suma, son muy pocos los que pueden pensar, pero todos quieren tener opiniones”. Esos que quieren opinar y no se forman son los que han convertido el espacio virtual y la vida cotidiana en una especie de gallera barrial del chisme. Aquí, siguiendo a Díaz, hay que dar un paso más allá: no sólo se trata de tener un buen conocimiento, sino de pensar, reflexionar, esto es, partiendo de la investigación del tema, de la información, de estar bien enterado, tomarse la molestia de demorarse en la cosa, merodearla, darle vueltas; reconstruirla -tal vez- con eso que Ortega y Gasset llamaba un perspectivismo integral. De esta manera, se trasciende la mera información, el contenido dado, y se abre así, por ejemplo, una mirada inédita sobre el asunto, se avizoran otras aristas del tema, se otean posibilidades hermenéuticas. Y valga decir de paso: la educación debe preocuparse por lograr estas competencias en sus ciudadanos, así se vive y se con-vive de una mejor manera en la polis.

Se trata, para decirlo de otro modo, de ejercer debidamente la polémica. Hoy en Colombia los medios titulan cualquier desacuerdo, cualquier disputa, cualquier enunciado emitido por autoridad relevante, personaje famoso, telediva, o por cualquiera de esos “influenciadores” de moda, como polémica. Pero, ¿qué es la polémica? La palabra viene de polemos, de guerra. Pero la polémica es, como decía Rafael Gutiérrez Girardot, “guerra intelectual”. Eso sí, con la diferencia de que en este tipo de guerra no se trata de eliminar al otro, sino de tener razón donde el contrincante no la tiene. Pero eso es algo que se alcanza dialécticamente.

 

En nuestro caso, los medios que deberían informar responsablemente, con calidad, prescinden de mostrar los argumentos que están en el fondo de una polémica, los variados puntos y las ideas concretas en desacuerdo. Es decir, convierten el enunciado, la disputa intelectual, en parte del show mediático, huero, sin la materia, el contenido que la produce, la sostiene y la alimenta.

 

Es hora de reivindicar el diálogo y la conversación en Colombia, de dignificar el lenguaje del cual nos hemos enajenado, de enaltecer la palabra y la ética del discurso. De sustituir la violencia, el insulto, la camorra inútil, por los argumentos. Esta es una responsabilidad de los medios de comunicación, de los líderes políticos, de los líderes de opinión… Y de cada ciudadano en la esfera pública y privada. Sin estos elementales principios no hay verdadera democracia y no saldremos jamás de lo que el ya citado Botero Uribe llamaba: el “círculo dantesco” de la violencia en Colombia. Se trata, pues, de sustituir la violencia por el poder comunicativo, en un país que requiere, de manera impostergable, una justicia social para dignificar a los ciudadanos, a los hablantes.

Sobre el ICFES, cortes de cabello, uniformes y el fiasco de la escuela Prusi-Anal.

Reflexiones de un profesor sarcástico y pesimista, de colegio privado clase media en Bogotá

El Aprendiz

Aprendí a escuchar, gritando
Aprendí a dudar, confiando
Aprendí a sufrir, queriendo
Aprendí a llegar, esperando

Guardo bien las marcas de cada lección
Porque lo que duele enseña
La ignorancia es la cuna del miedo
Pero no me da miedo preguntar "¿por qué?"
De cuan profundo es un río me entero
Solo cuando meto el pie

Aprendí a volver mientras fui yendo
Aprendí para ser quien estoy siendo
Y de gritar, de sufrir, de sangrar, de asumir
De perder, de fallar, de todo eso aprendo

Aprendí a evadir, confrontando
Aprendí a elegir, descartando
Aprendí a pelear, resistiendo
Aprendí a acertar, fracasando

Mi cabeza no es un vaso por llenar
Es una luz a ser encendida
Me he esforzado en ser buen alumno
Pero nunca presumo de lo que sé
Como el tridente de Neptuno
Tengo el poder en mi saber

Aprendí a volver mientras fui yendo
Aprendí para ser quien estoy siendo
Y de gritar, de sufrir, de sangrar, de asumir
De perder, de fallar, de todo eso aprendo

Y aunque el cuestionar me haga resbalar a la prudencia
Sé que la duda es uno de los nombres de la inteligencia
Mi semblante de estudiante es en esencia ser feliz
Siendo el eterno postulante, el eterno aprendiz

Aprendí a volver mientras fui yendo
Aprendí para ser quien estoy siendo
Y de gritar, de sufrir, de sangrar, de asumir
De perder, de fallar

Aprendí a volver mientras fui yendo
Aprendí para ser quien estoy siendo
Y de gritar, de sufrir, de sangrar, de asumir
De perder, de fallar, de todo eso aprendo

De todo eso aprendo, de todo eso aprendo
De todo eso aprendo

Canción de El Cuarteto de Nos, del álbum Habla tu espejo. Autor: Roberto Musso.

A guisa de editorial: 

Empiezo este ejercicio como una forma de unirme a los estudiantes, en parte a los de grado undécimo (pero en el fondo a todos y todas, desde el preescolar y hasta undécimo), quienes hace unos días presentaron su prueba estandarizada, la ahora llamada SABER 11. Y aunque lo más probable es que este ejercicio nunca haga eco, y se convierta en lo de siempre, un “quejarme sin remedio” o el fallido intento de aportar mi inútil grano de arena; realmente considero que mi frustración diaria como docente debo llevarla a algún tipo de catarsis antes de intentar otra pérdida de tiempo en las aulas.

Considero que decidí ser docente por allá en el 95, luego de leer a Rousseau; creyendo, con la inocencia del adolescente estrato 2, que podría ayudar a mejorar el mundo; esa idea se sostenía en mí hasta no hace mucho, pero siento que ha ido muriendo lenta y dolorosamente. Pero mi pesimismo como docente realmente es lo que me levanta a diario de la cama y me lleva al aula, pues me gusta ser docente y seguirlo intentando, a pesar de que sé, que no voy a lograr prácticamente nada, pues esto no es la pelea de David contra Goliat, en la que podemos ganar con una piedrita, porque eso es en comparación, lo que hacemos los profesores, lanzamos piedritas contra el enorme sistema que nos devora o que se devora a sí mismo cual uróboro.

Es por lo anterior que procedo a quejarme en este estallido a modo de catarsis, en una más o menos organizada verborrea.

Otro siglo de escuela Prusi-Anal:

¡Mucho hemos avanzado caramba! La tecnología nos abruma, va más rápido que nuestra capacidad para comprenderla y usarla de manera responsable. No logramos sacarle el jugo a Windows 98 y a los celulares flechas (Nokia 1100 con linternita), pero ya vamos en Smartphone de hasta 8 millones de pesos, hemos dejado muchas cosas atrás sin haberlas aprovechado totalmente; por ejemplo, dejamos atrás la escuelita tradicional y vamos ya en escuelas experimentales con modelos pedagógicos traídos de Finlandia y cualquier otra latitud; para educar mejores niños para el mundo color de rosa que desde la casa y la escuela se vende y esos padres modernos le pintan a sus niños co-dependientes e hipersensibles.

En virtud de lo anterior, quiero decir, que creo en verdad que la campana, la tiza, la pizarra, las filas y el reglazo, aún tienen algo que ofrecernos, sobre todo en estos aciagos y apocalípticos días. Nos faltó más tiempo en ese “obsoleto” sistema de escuela Prusiana; escuela para el trabajo, que nos hacía fuertes, capaces de soportar la crítica y trabajar bajo presión, organizados y sin chistar, juiciosos, en filas, únicamente parando para comer; nos faltó más tiempo en ese crisol formativo, por eso creo que nos debemos otro siglo de escuela Prusiana, de escuela para la “vida real”, al menos como la vivimos acá en este platanal la mayoría. Pero tristemente los niños y las familias de hoy no soportan las exigentes lides de la realidad y pretenden cambiarla desde los hashtags y los fondos de foto de perfil con la bandera a algún país caído en desgracia, el tan de moda: Pray For...

Es una lástima que hayamos perdido esas útiles prácticas punitivas que formaban el carácter; verbigracia la arrodillada sobre granos de maíz, el reglazo en las manos, el tirón de orejas, las sentadillas, el pellizco, ¡ay! el pellizco, que herramienta más sutil, modesta y eficiente, un pellizco detenía casi cualquier posibilidad de mal comportamiento al instante, centraba la atención y sin dar tanta explicación movía los aletargados sentidos del estudiante disperso o calmaba al hiperactivo, sin necesidad de un diagnóstico de TDAH y pastillas, más natural, orgánico. Tiempos aquellos en los que se salía del colegio a darse en la jeta con los compañeros para solucionar las bobadas de la infancia, no había demandas, no había trauma, simplemente se aprendía de los golpes de la vida a no ser huevón.

Tiempos aquellos de la escuela Prusiana, hoy hacen falta esas eficaces estrategias, esos maestros estoicos cual Seneca, que nos preparaban para el exigente mundo laboral; pero el modelo de escuela moderna que hoy tratamos de imitar desde países que nos llevan 500 años de ventaja, nos tiene en una enorme sala cuna “preparando” a los niños para un mundo color de rosa, un mundo que solo está en la mente de los padres sobreprotectores y los docentes “progres” y de avanzada. Que mala estrategia, si la realidad es otra, peor que la de hace 50 años y este mundo necesita gente fuerte, trabajadora, que haga caso, no niños “creativos” que quieren salvar el mundo desde las redes sociales y jovencitas pseudo-feministas que luchan mostrando las tetas por el empoderamiento femenino, en la mañana con pañoleta verde y en la noche bailan las cuatro “beibis” en cualquier antro ¿A dónde iremos a parar?

Necesitamos otro siglo de escuela Prusi-anal…

Al Tablero el Uniforme:

¿Por qué usamos uniforme en las escuelas? En este extraño mundo de la pedagogía hay tantas cosas que no parecen tener una razón y se ven demás de innecesarias, hasta incoherentes. ¿Cuáles serían pues las razones del uso de uniformes? Algunos dicen que, en términos pedagógicos, formativos, no las hay, otros por el contrario tienen un listado bastante convincente, al menos si se le ve desde un solo ángulo; por ejemplo, uno de mis compañeros de trabajo casi literalmente me dijo un día: Razones pedagógicas no, son razones convivenciales y una decisión del dueño del letrero, al menos para el caso de los privados. Algunos de mis estudiantes por su lado dicen que se usa uniforme por economía, practicidad y ganas de joder.

Así pues, decidí indagar en algunas páginas web y hallé cosas similares a las ya conocidas en este mundo escolar; en www.bananaprint.es  por ejemplo, hay un listado que justifica su uso así: Ahorra tiempo, evita faltas de disciplina en el colegio, mejora el rendimiento escolar, aumenta la creatividad, evita las comparaciones, es publicidad para las escuelas, aumenta la seguridad de los alumnos, inculca una actitud, ahorra dinero, precios más ajustados (todas razones fácilmente refutables en verdad). En la página web www.eresmama.com  algunas razones halladas a favor del uniforme son: Igualdad, pertenencia, practicidad, disciplina, costos; pero así mismo mencionan dos en contra: Falta de libertad y sexismo.

Sin embargo, sea cual sea la postura que justifique el uso de uniforme en los colegios, creo que debería tener un propósito de fondo, pero ¿cuál podría ser ese propósito? Considero que, si hay una razón para el uniforme, es formar a las personas en la tolerancia y el respeto a la diferencia; es decir, que un estudiante que ha utilizado uniformes con ese sentido formativo, desde que estaba en el jardín, al graduarse de bachillerato debería ser alguien capaz de mirar más allá del simple aspecto de una persona y juzgarla con base en sus comportamientos, sus acciones, su ser, sus valores, no sus atuendos. Pero por el contrario, somos una sociedad llena de fascistas juzgando a los demás por la manera en la que se visten, nos creemos mejores que otros, privilegiamos la forma pero no el fondo, privilegiamos el aspecto sobre el contenido; de hecho, nos hemos vuelto “expertos” en reconocer marcas y jerarquizarlas, porque no es lo mismo usar Croydon que Converse; el anhelo de lograr un falso estatus nos intoxica como individuos y como sociedad, entonces esas actividades tan criticables, los jeanday, se convierten en el momento incómodo por excelencia, para unos y glorioso para otros, es cuando chicos y chicas sacan sus mejores galas del closet para ir a desfilar al colegio, en un ejercicio lleno de prejuicios, señalamientos, miradas inquisidoras y comentarios mal intencionados, sobre la pinta del compañero. No hemos aprendido nada que nos haga más tolerantes y respetuosos del aspecto de los demás a través del uso del uniforme.

Hace un tiempo, para citar un ejemplo más concreto, en una institución educativa que desarrolla una hermosa actividad de filosofía y literatura, en la que se convoca a diferentes colegios, para llevar a cabo una jornada bellísima de disertaciones e intercambios argumentados; me hallaba al lado de unos chicos (estudiantes míos) que en un receso comentaban lo siguiente (parafraseo): - Hermano si vio a la pelaita esa del colegio X como tenía esas uñas de largas y pintadas de blanco, severa ñera, esas pelaitas de allá (de uno de los colegios invitados al evento del cual somos anfitriones) son bien guisitas y los manes, son re ñeros… que boleta!! – Caminé un rato por el patio, mezclándome entre los asistentes que tomaban el receso y lo peor fue oír a un par de docentes haciendo similares comentarios sobre el aspecto de algunos estudiantes de los colegios invitados. Lleno de motivos regresé al lado de los chicos que había escuchado hacía un momento (porque con los profesores no me iba a medir fuerzas en ese momento), porque son los que realmente me importaban en ese instante y con paso tranquilo y modos suaves me acerqué y les dije: - Que ñerada la pinta de algunos ¿no creen? A lo que ellos asintieron con sospecha. – ¡Fascistas! – les dije (explicando posteriormente lo que era el fascismo); acaso quiénes se creen ustedes para juzgar a los estudiantes de otros colegios por su apariencia, ustedes están en este evento tan hermoso y no logran interiorizar nada, atreverse a hacer mofa y comentarios mal intencionados acerca de las decisiones de los demás sobre su apariencia, colocándose a ustedes mismos por encima de los demás. Me alejé de los estudiantes, con la esperanza de haber logrado en ellos una reflexión, aunque lo más probables es que no.

Definitivamente todo parece indicar que el uniforme está mandado a recoger, el uniforme no sirve pedagógicamente para lo que debería, no fomenta lo que debería en términos axiológicos; simplemente los argumentos de su uso siguen siendo los mismos, la practicidad, economía, un falso sentido de pertenencia la mayoría de las veces, en fin, lo que se ha mencionado al inicio de este desvarío. Si estuviéramos dispuestos a darnos la pela de quitar los uniformes desde primaria, con el acompañamiento adecuado, quizá lograríamos mejores resultados, enseñaríamos tolerancia de verdad, respeto a la diferencia, no serían escandalosos los piercing, tatuajes, atuendos variopintos o sencillas pintas, no juzgaríamos a las personas por sus fachas, sino por sus acciones; si le enseñamos a los pequeños que los demás se pueden ver diferentes y eso no es malo, que no importa qué costo tengan las prendas que usa, sino la persona en sí misma; en un par de generaciones tendríamos notorias mejoras en este platanal y no gente criticando los tenis de la ministra…

 

Sobre el ICFES y otras maneras de tortura:

Con el decreto 3156 del 26 de diciembre de 1968, siendo presidente Lleras Restrepo, surge el Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (ICFES), como entidad adscrita al ministerio de educación, pero sería en 1980 con el decreto 2343, puro número para el chance, que se hace obligatorio presentar la prueba de estado o ICFES, la cual se vuelve requisito para el ingreso a la educación superior en cualquier programa de pregrado dentro del país. Pero como a la gente le quedó grande pronunciar bien el nombre de la prueba, le cambiaron el nombre a: Prueba SABER, pues le decían IFES, IDFEX, IXFEX, en fin; esta prueba tiene ya más de una década con ese cambio de nombre, gracias al decreto 5014 y además un cambio sustancial en la misma estructura de la entidad, la estructura de la prueba, sus objetivos y el nombre de la entidad, ahora se llama Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación, pero pues, por el “prestigio” del antiguo nombre y la recordación en el público, que lo sigue pronunciando mal, la entidad se sigue llamando IFES o IXFES, o IDFES … ¡Carajo! es ICFES.

Toda la verborrea anterior, me trae a este punto, y es que, la organización de pruebas estandarizadas para medir unos “mínimos” es cuento viejo, si sirven o no, realmente ya ni me importa, pues es una discusión tan mamona como hablar del sexo de los ángeles; pero a propósito de la tan anhelada llegada de los resultados de la prueba cuando uno la presenta, la cuestión es si los estudiantes obtendrán unos buenos resultados que les permitan seguir adelante con las metas de sus padres, porque realmente me atrevo a afirmar que más de la mitad de los estudiantes de undécimo seleccionan su pregrado por presión familiar y social, sino que está tan normalizado que no lo notamos; así pues, los padres en su afán de ver realizadas sus frustraciones a través de sus hijos, procuran toda una suerte de estrategias para que sus planes se vean concretados y poder sacar pecho con los resultados de sus hijos en las reuniones familiares, contando el puntaje obtenido, invisibilizando al chico o a la chica detrás de un número y el nombre del título que planearon obtendrá su hija o hijo, le dicen en las reuniones familiares: el doctor, el ingeniero. Y me surge la pregunta ¿Será que en verdad los chicos y chicas quieren seguir estudiando lo mismo de siempre? De hecho, ¿será que quieren salir del colegio inmediatamente a seguir estudiando?

El examen del ICFES como forma de tortura responde a los requerimientos del FMI, que define las agendas de países pendejos como el nuestro, manejando todo a partir de la deuda, generando estrategias cada vez más obvias (obvias al menos para la gente que lee y quiero pensar que soy de esos, de los menos pendejos) pero eficientes, para mantener a las personas en la carrera de las ratas, prueba tras prueba desde el preescolar, nos están torturando, haciéndonos sentir mal por los números obtenidos en ellas o peor, dándonos alas de cera; perpetuando modelos fascistas de clasificación, jerarquización y exclusión, dentro de un modelo económico diseñado para que seamos infelices pero nos creamos el cuento de que en verdad estamos bien. Ese tortuoso afán de alcanzar “metas” que otros nos plantean, y seguir haciendo parte de los engranes de la bien aceitada máquina mundial.

Corremos por la nota, corremos por el resultado de la prueba saber, corremos por el mejor puesto, corremos por llegar primero al nuevo centro comercial, corremos a endeudarnos para comprar cosas que nos dicen que necesitamos para ser felices, corremos y corremos detrás de la zanahoria con el dedo del gamonal en el culo para que no se nos olvide quién manda…

Rápido, rápido, debes tener el puntaje más alto, ocupar el primer puesto, obtener las mejores notas, estudiar la carrera que más te dé plata, comprar rápido el carro, el apartamento, tener dos hijos (la parejita), viajar por el mundo, rápido, más rápido, no importa nada más; viste tu decadente cuerpo con ropa de marca, ten un perro de raza y que esté de moda, mantén al día tus redes sociales con fotos de tu comida y mostrando tu felicidad, visita los mejores cines, restaurantes y bares, rápido, rápido que se acaba…

¿Realmente la escuela tiene que ser así y tenemos que seguir viviendo de esa manera?

Sonó la campana ¿qué hizo?, se acabó el tiempo…

Mario Rojas.

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO AMPLIADO EN EL COMIENZO DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE LA POLÍTICA COLOMBIANA: EL INEVITABLE, FIEL Y EFECTIVO CUMPLIMIENTO DE LAS ESENCIALIDADES DE SU PROGRAMA (PLAN DE DESARROLLO) DE GOBIERNO 2022-2026, LA URDIMBRE DE LOS CAROS CIMIENTOS (III)

 

 

“Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos.

Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira

que se desliza de su boca: ‘Yo, el Estado, soy

el pueblo’ ¡Es mentira ¡

Creadores fueron quienes crearon los pueblos y

suspendieron encima de ellos una fe

y un amor: así sirvieron a la vida”.

F. Nietzsche

 

Para el objetivo de reformar el Congreso (reducción salarial,

acabar con la ‘mermelada’ y el ausentismo) propongo cesar

las discusiones inútiles y concentrarnos en el objetivo:

crear un bloque multipartidista que logre la

aprobación de esos cambios. Se requiere

eficacia no peleas”.

Tweet 13-VIII/22

Iván Cepeda

 

“Una de las mayores responsabilidades que tenemos quienes

ejercemos liderazgo político es hacer nuestra actuación

pública de forma rigurosa. O se realiza pedagogía y

debate democrático o se hace espectáculo

y farándula”.

Tweet 14-VIII/22

Iván Cépeda

 

 

“Reitero lo dicho: quienes asumimos la representación de

nuestros compatriotas en el Congreso -y en cualquier

otro cargo público-, debemos desarrollar esa tarea

con máxima responsabilidad y asumir el liderazgo

del cambio político dando ejemplo. Basta ya de

espectáculos vergonzosos”.

Tweet 3-IX/22

Iván Cepeda

 

 

  1. El paso de la biología a la cultura: la ideología, la epistemología gélida que ha urdido el monstruo más frío de los monstruos fríos, el Estado de la Cultura de la Muerte.

 

Por lo que se sabe de las líneas gruesas de la evolución cósmica, las pulsiones dominantes de la especie humana (la que deriva del hombre de Cromagnon – la especie homo sapiens-, seguramente, enriquecida genéticamente con aportes de otras especies afines), en sus primeros pasos nómadas, estuvieron relacionadas con el peso de la biología, heredados de otros seres vivos, especialmente, de los mamíferos.

 

En esa relación indisoluble del conocimiento con la supervivencia, esa economía biológica de sobrevivencia compartía características comunes a los mamíferos, y al conjunto de los seres vivos, como tendencia general: el instinto territorial, gregario y endogámico (refractario a lo extraño), autoritaria y violentamente jerárquico, etc. Como, por ejemplo, con las manadas de leones, la dinámica de la relación entre conocimiento y supervivencia, de la especie humana, en su viaje nómada, forjó eje de dicha relación a la razón de la fuerza, esto es, a la violencia física (abundante) y la simbólica (fue de menos a más).

 

Con el incremento de las poblaciones humanas y otras razones propias de la relación entre conocimiento y supervivencia, la especie humana fue pasando, gradualmente, del nomadismo al sedentarismo, dando un enorme salto cualitativo con el gran éxito de la agricultura, que significó también el paso de la biología a la cultura.

 

La cultura tuvo como eje modelador espiritual el mito, cuya expansión y profundización a través de un lenguaje cada vez más enriquecido, constituyó el cimiento para la aparición, desarrollo y consolidación de los sistemas ideológicos, primero, politeístas, luego monoteístas, en términos de hegemonía.

 

Con el paso del nomadismo al sedentarismo, la especie humana siguió teniendo como eje modelador de la geografía de la supervivencia a la violencia física (con tendencia a disminuir, al paso del tiempo) y simbólica (con tendencia a aumentar, algo muy evidente, por estos tiempos).

 

El conocimiento ideológico entra a garantizar seguridades espirituales para la lucha por la supervivencia, al mismo tiempo que prosigue el desarrollo, profundización y consolidación de toda la carga instintiva biológica territorial, jerárquica, autoritaria, refractaria a lo extraño, etc., normalizando, si se quiere, dicha biología, con un agravante: la ideología recoge, en estado puro, el terror a la muerte, para domesticarlo, con el costo de una ansiedad y una angustia intensas, un no hallarse frente a la gran parca.

 

Cómo se explica la codicia de un Luis Carlos Sarmiento Angulo y afines, sino en tanto un intento totalmente desesperado y fallido de comprar la vida. En el Reino Unido lo saben bien, pues acaba de fallecer la Reina Isabel II, cuyo linaje era divino en épocas del frenesí católico y protestante.

 

Esa ansiedad y esa angustia existencial que acompaña la especie humano, la cultura y sus ideologías, van a normalizar, también, con la violencia como eje modelador, la hegemonía aplastante del interés particular sobre el interés público, lo cual se ha traducido en dos grandes catástrofes: la desigualdad, en la que minoría exigua, acumula la mayor parte de la riqueza, y, con ella, consolida el dominio y la esclavitud de la mayoría de la población, en unos países más, en otros menos, como tendencia general.

 

También ha habido y hay excepciones que confirman la regla. La otra gran catástrofe se origina en la codicia, con su progreso a perpetuidad, que, con su calentamiento global, amenaza la existencia de la especie humana y de muchas otras especies. Por lo demás, en la era del Antropoceno, son muchas las especies vivas desaparecidas por la locura ansiosa del simio megalómano (Ciorán E.), un niñx malcriado que sigue buscando el ahogado río arriba. El caso de la extinción del tigre de Tasmania es paradigmático.

 

Esas dos catástrofes culturales, profundamente injustas y crueles, preñaron tanto al estado primigenio como al moderno, un estado absolutamente devoto del muy minoritario y muy voraz interés particular (esencialmente mezquino: primero yo, segundo yo, lo que sobre pa´ mí y el resto que triture grava).

 

Por tanto, es un estado que aborrece, sin ninguna clase de conmiseración y remordimiento, detesta el interés público, asume a la mayoría, los nadies como desechables. Ese es el Estado, el monstruo más frío de los monstruos fríos, olfateado con especial agudeza por el pensador alemán. Y ese monstruo, astuto como nadie, cuando habla sus ternuras, son sus colmillos chirriando su gelidez monstruosa, es decir, su oscura y cruel sociopatía.

 

En ese sentido, como un parteaguas, el discurso del Presidente Gustavo Petro en la ONU, fue y es una especie atípica: una gramática de sabiduría, basada en fundamentos filosóficos, científicos y artísticos, que, tal vez, por primera vez, en la historia de la humanidad, hila un comprensión acertada del Estado, el monstruo más frío de los monstruos fríos, sin eufemismos, y, de las razones de su cruel gelidez.

 

No obstante, no se queda en la queja. Propone una partitura, una hoja de ruta para buscar el ahogado río abajo, esto es, para acercar al estado al interés pública, para gestionar su calidez y su abrazo amoroso, fundamentado, por supuesto, ya no en la ideología, sino en fundamentos filosóficos, científicos y artísticos. Son estos últimos, los que hacen posible la política, y la política siempre es cálida, amorosa. La ideología, siempre, más cargada, menos cargada, pero, siempre había hablado en la ONU, la gelidez, siempre había hablado en la ONU…hasta el discurso del Presidente Gustavo. No es poca cosa, pero apenas es el comienzo…de una obstinación hasta que la dignidad se haga costumbre.

Cuando la dignidad se haga costumbre es porque se habrá urdido un estado devoto del interés público, cálido y amoroso, porque “la chispa nace de la obstinación”, y, por fortuna, la obstinación, que no el fanatismo, es cada vez más intensa y profunda en el Pacto Histórico y en el Frente Amplio y en la coalición de gobierno.

 

Empero, empero, como se sabe, una sola golondrina no hace verano, mucho más cuando la golondrina, por sus sabidurías, es refractaria al caudillismo, y cercana a liderazgos coordinadores que aprietan pero no ahorcan ni ahogan, gestionando la expansión y profundización de múltiples liderazgos afines, desatando millones de esfuerzos de la militancia, de los simpatizantes del Pacto Histórico, y todo el pueblo, en general, incluidos quienes le adversan, que si lo hacen con argumentos, también son valiosos granos.

 

Empero, empero, aunque una golondrina no hace agua, la no existencia de una partitura consistente, sólida, para orientar esos millones de esfuerzos, comenzando por la de los lideres coordinadores (presidente, vicepresidenta, senadores, representantes a la cámara, alcaldes, gobernadores y cientos de miles de funcionarios más), la golondrina, por la ausencia de una complementación de los esfuerzos de otras experticias, pudiera cometer voluntarismo.

 

Y el voluntarismo termina matando cualquier proyecto, sea en la actividad que sea, porque termina en caudillismo, como lo expone El último baile, con un voluntarismo titánico de Michel Jordan, que se confundía con caudillismo, que ganaba partidos, pero no campeonatos, hasta cuando la sabiduría de Phil Jackson, activó el concepto de equipo, de desatar el diamante de cada uno de los jugadores y no concentrarse solo en el de Jordan. La lección es clara: con el voluntarismo, se ganan partidos, pero siempre se pierden los campeonatos. Diluyéndolo y activando el equipo, se pierden partidos, pero se ganan campeonatos.

 

Está claro, frente al campeonato de los juegos olímpicos de la política colombiana, la sentada de los cimientos del Edificio de un Estado Social de Derecho libre, responsable, y, por tanto, democrático, asume al pueblo colombiano como el equipo que ha de sentar dichos cimientos, al margen del caudillismo y del voluntarismo.

 

Al margen del caudillismo y del voluntarismo es un desafío titánico, pues, la cultura colombiana está regulada por ideologías fuertes, por fortuna, en proceso de debilitamiento.

 

En consecuencia, no hay que desestimar, para nada, la crítica persistente e invaluable del sabio y tenaz senador Iván Cepeda, frente a los riesgos del caudillismo y el voluntarismo, expresada en los tres tweets que aparecen en el epígrafe. Uno del 13-VIII/22, otro del 14-VIII/22 y el tercero, del 3-IX/22. Entre el primero y el tercero hay un lapso de 20 días.

 

Ello revela la persistente preocupación del senador Cepeda, pues, él, siendo consciente de que, los pies de la política corresponden a una ética de mayoría de edad cultural, libre-responsable-democrática, evidencia comportamientos de afines, propios de la politiquería y su ética de minoría de edad cultural, del todo vale, verbigracia, el caso del senador Alexander Flores.

 

No estaría demás, aprovechar esa coyuntura para visibilizar un posible equívoco: cuando hay problemas de comportamiento, generalmente se habla de activar, en las organizaciones político-sociales (en el Pacto Histórico, por ejemplo), el comité de ética, como si el comportamiento no fuese la coyuntura a regular.

 

Si X comportamiento, quiere decir, el hacer de la política (servir con efectividad al interés público) o de la politiquería (servir con efectividad al interés particular), riñe con los presupuestos políticos del Pacto Histórico, como lo ha dejado claro el senador Cepeda, porque corresponde a la politiquería y a la ética del todo vale, entonces, lo que hay que activar no es una comisión de ética sino una comisión educativa coordinadora.

 

 

Una comisión educativa coordinadora porque el problema ético del todo vale y de su politiquería no puede ser resuelto por el voluntarismo moral sino por una estrategia educativa (filosófica, científica y artística, totalmente extraña a la ideología y a sus adoctrinamientos, propio de las ideologías fuertes, con casos paradigmáticos en los regímenes totalitarios).

 

La estrategia educativa (saca el diamante y lo pule), diferente de la estrategia ideológica de adoctrinamiento (entierra el diamante en bruto, corta las alas), implica la comprensión filosófica, científica y artística  de los comportamientos problemáticos, y, dada esa comprensión diagnóstica, la estrategia crítica de superación de los comportamientos que favorecieron el interés particular, para que correspondan, como debe ser, a aquellos que desarrollen, profundicen y consoliden el  interés público.

 

Por fortuna, hay en el Pacto Histórico y sus aliados, ciento de miles, seguramente, de experticias educativas idóneas, que pudieran facilitar la gestación, desarrollo y consolidación de una consistente estructura educativa que regule, con una partitura coherente, los saltos cualitativos que el Frente Amplio y el Pacto Histórico deben gestionar para lograr subir la pesada roca del Plan de Desarrollo 2022-2026 a puerto seguro y fértil.

 

 

 

  1. De la cultura gélida del estado de la muerte al Estado cálido de la cultura de la vida: las implicaciones del saber desear.

 

En la medida en que, a través de una estrategia, de un plan educativo, el Frente Amplio y el Pacto Histórico, no solo sepan resolver los problemas de afonía politiquera-todo vale, sino, que un plan educativo nacional, a la manera de la salud ambulante, una educación ambulante, corra procesos educativos orientados al fortalecimiento filosófico, científico y artística de las comunidades, para compensar las gigantescas falencias del monstruoso laberinto escolar en que ha terminado el mal llamado sistema educativo nacional, cuya deconstrucción es un desafío titánico.

 

En esa medida, a través de la educación, no moralizando el problema comportamental del senador Alexander Flores, sino comprendiéndolo, y, desde esa comprensión, diseñar e implementar una estrategia para su resolución, el senador Flores, seguramente, en el presente y en el futuro, ejerce y ejercerá como político, por tanto, asumirá comportamiento íntegramente favorable al interés público, probando que el error es virtud, solo y solo sí, se lo somete a crítica.

 

Superado el problema, el senador Flores encarnará, por político y mayor de edad cultural, libre-responsable, representará, como lo representan hoy, con sabiduría, Gustavo Petro, Francia Márquez, Iván Cepeda, Wilson Arias, Aida Abella, y un largo etcétera, por fortuna, al Estado cálido y amoroso que ellos encarnan.

 

Con su acostumbrada lucidez, el senador Iván Cepeda ha afirmado con contundencia que se puede incurrir en muchos errores, pero no fallar. Pero, para no fallar, se puede incurrir en muchos errores (ojalá, no por negligencia), pero someterlos siempre a crítica, es decir, normalizar la crítica, y, con base en ella, corregirlos. Solo así, no se falla.

 

Por ejemplo, por ser la colombiana una cultura de ideologías fuertes, la erudición (sin contexto, de ella se vive parasitariamente) es altamente sobrevalorada, mientras la sabiduría es denostada. Es en ese contexto que se han producido los errores de la Ministra de Minas y Energía, Irene Vélez Torres, errores de forma, pero, no irrelevantes. Si los de forma deben ser sometidos a crítica y corregidos, no se diga los de fondo, que deben ser diseccionados críticamente.

 

Conclusión

 

A 45 días, aproximadamente, de haber iniciado su gestión de gobierno, el Frente Amplio y el Pacto Histórico, con el Presidente Petro, la Vicepresidenta Francia, los congresistas, los ministrxs, etc., etc., han estado gobernando para todos los colombianos, y de eso se trata.

 

Con grados de dificultad, mucho mayores de los que se preveían, se están cumpliendo las líneas gruesas programáticas, sobre todo, por el viaje heroico en el que está el Presidente, la Vicepresidenta, casi todos los ministrxs, con serias falencias en el congreso, en términos de politiquería y ética de minoría de edad cultural, del todo vale,  falencias que deben ser corregidas, para que la tendencia general sea, gradualmente conquistada, la del conjunto del Frente Amplio y el Pacto Histórico, y su militancia y sus ciudadanías libres, responsables y democráticas, la de un viaje heroico de libertad-responsabilidad generalizado y profundizado.

 

Con seguridad, armado el Plan de Desarrollo 2022-2026, que enriquecerá, en tanto partitura, las variadas disonancias actuales, no solo se irá de menos a más en términos cuantitativos, sino que un proceso administrativo optimizado (planeación, organización, dirección, ejecución y control y lógicas afines), implicará, con efectividad, saltos cualitativos, tanto en la cualificación de la formulación de la partitura como en sus aplicaciones coherentes.

 

Esos saltos cualitativos constituirán material fino para consolidar la urdimbre de los cimientos del Edificio Colombia Potencia Mundial de la Vida, es decir, de una república libre, democrática y responsable.

 

Diferente al desgaste de los gobiernos ideológicos, con el paso del tiempo, los gobiernos sabios se crecen en su transcurrir, y, sí, en 45 días se ha hecho regular-malo, por ejemplo, en los próximos 45 días se debe llegar a regular, y así sucesivamente, hasta estabilizarse, por el acumulado de conocimiento y sabiduría, en bueno, coqueteando con la excelencia en el último año, y, por qué no, quién quita, cometiéndola.

 

Y respecto de la paz total, para homenajear a Zuleta, por su insistencia en “que solo un pueblo maduro para el conflicto está maduro para la paz”, que paralelamente a los diversos procesos de negociación, diversas entidades y organizaciones sociales y políticas (MEN, MinCultura, MinCiencias, MinMinas, MinAmbiente, MinSalud, MinJusticia, MinDefensa, etc., las ciudadanías libres, responsables y democráticas, etc.) deben activar procesos de desarrollo, profundización y consolidación de transformación cultural, una sugestiva y apasionante revolución cultural en el conjunto de la nación colombiana.

 

 

“Cada uno debe buscar a América dentro de su corazón, con una sinceridad severa, en vez de tumbarse paradisíacamente a esperar que el fruto caiga solo del árbol. América no será mejor mientras los americanos no sean mejores. [...] El fárrago, el fárrago es lo que nos mata. Al mundo no debemos presentar canteras y sillares, sino a ser posible edificios ya construidos [...]”- Alfonso Reyes

 

Sí el fárrago es mezclar cosas desordenadas e inconexas, entonces, es certero el diagnóstico cultural de Alfonso Reyes para América Latina, para Colombia, en particular, hegemonizada, hasta el anterior gobierno, por niñxs malcriados, colocaron a Colombia, con sus incoherencias, parasitismos, violencias, la pusieron patas arriba. Para deconstruir el fárrago y construir la coherencia fértil, la revolución cultural propuesta por el pensador mexicano, no sin enojo, es un sugestivo y responsable tú debes y yo quiero, es un sabroso imperativo categórico, por supuesto, para vivir sabroso. A.M.R.

¿Licenciados en “cuidadología” de niños mal criados? O ¿un ejercicio docente cambiante que debe trascender las temáticas y aterrizar en la realidad, para despegar nuevamente?                   

El saber disciplinar vs el desarrollo de competencias

 

“Cuando la educación no es liberadora, el sueño de los oprimidos es ser el opresor”

Paulo Freire.

 _ Mi hijo estudió en esa universidad_ dijo el conductor del taxi, rompiendo un cómodo silencio, sumergido en mis pensamientos, haciendo planes como la lechera.

_ Me recordó algo muy doloroso usted, cuando me dijo que lo llevara a esa universidad_ continuó el conductor de ese Spark similar al de mi esposa, quizá hasta del mismo modelo, que había abordado sobre la avenida las Américas frente a la clínica del occidente, para que me llevara aquel 25 de septiembre a presentar la prueba.

Íbamos por la sexta cuando empezó a hablar, a contarme que su hijo había estudiado en esa universidad, La Gran Colombia, pero que hacía tres años había fallecido de un paro cardíaco luego de participar en un evento deportivo en un centro comercial. Así pues, completamente secuestrado por la historia del taxista, no tuve más opción que prestarle atención y luego en un ejercicio casi obligatorio de empatía, presentarle mis condolencias.

_Hace cuánto trabaja en esa universidad_ preguntó el conductor, pero le dije que me estaba dirigiendo hacia allá a presentar la prueba para aspirar a un cargo como docente en el sector público, que no trabajaba allí, sino en otro lado. Y pues me deseó buena fortuna en la prueba y luego me dejó en la esquina de la carrera quinta con calle doce. Bajé por la acera sur de la calle doce y encontré la fila, aun no era muy larga, había llegado temprano, corroboré que esa fuera la sede en la que me debía presentar y procedí a buscar un lugar atrás de la fila. Un par de minutos después empezaron a llegar más personas, entre ellas, dos chicas, veinteañeras ellas, que se ubicaron atrás de mí, venían hablando acerca de la prueba, ambas egresadas de la Universidad Pedagógica, recuerdo que la más joven era licenciada en Biología; ambas estaban un poco nerviosas y la bióloga había perdido el lápiz, así que le regalé uno, y esa fue la excusa para que me invitaran a su conversación.

_ Soy Licenciado en Producción Agropecuaria de la Unillanos en Villavicencio_ Les respondí cuando preguntaron, luego continuó el interrogatorio y les iba hablando conforme me bombardeaban, como buscando algún consejo o palabras que las calmaran, pero lo único que atiné a decirles fue: _No es el fin del mundo si uno no pasa, hay más caminos para llegar a la meta, sea cual sea esa meta_ (que tonto yo, tratando de sonar sabio). Los porteros dieron entrada y se empezó a mover la fila. Cédula en mano y la citación, para luego buscar el salón 205 del Bloque L.

A la entrada del salón la lista pegada en la pared, mi número de cédula al final de ella, rápidamente me percaté de que era el número más corto, ochenta y seis millones y pico, y era el número treinta y cinco de la lista, el último, pupitres organizados en culebrita, yo en la cola, justo en la puerta del salón, soportando el helado clima bogotano de esa mañana, con los vestigios de la gripa que me suele ganar la batalla cuando somatizo las cargas laborales y emocionales. Con algo de tiempo antes de iniciar la prueba, empecé a escribir este relato en el revés de la hoja de citación que llevaba impresa. Leía los carteles pegados en el tablero con las normas de la prueba y el nombre de la cuidadora, el cual no recuerdo con exactitud, pero creo que era Jeimy.

Luego de semanas y semanas estudiando para el examen, con base en lo que se rotaba en las redes, y pagando un curso con una empresa supuestamente “especializada” en el tema y con base en mi única experiencia con este examen, vivida ya hace un poco más de diez años; concentrado en la bendita matemática y los problemas tipo:

  • Si juan tiene 20 años y su hermano Pedro tiene el triple de su edad y la edad sumada de los dos dentro de 20 años es 150 ¿cómo se llamaba su papá y por qué los abandonó? Procedí a abrir la bolsa con la hoja de respuestas, la hoja de ejercicios y la cartilla con las 142 preguntas que me correspondían. Vaya sorpresa, que examen tan diferente a lo que esperaba, a lo que cualquiera hubiese esperado.

Ahora bien, no es que sienta que haya perdido el tiempo estudiando tanto, pues al final, cuando se estudia, se entrena el cerebro, las competencias y habilidades, no solo se trabaja en temáticas específicas y memoria, así que, considero que no perdí el tiempo, pero en verdad, vaya sorpresa este examen. Y al respecto, definitivamente tengo una postura, un tanto diferente a la de Sharon Barón, que escribió un artículo para la www.revistahekatombe.com.co titulado: La supremacía del docente cuidador frente al docente intelectual: una crítica a la prueba escrita aplicada en el concurso docente (dejo el link abajo para que usted juzgue).

Pero, por qué discrepo en unos puntos bien cruciales con lo planteado, a modo de crítica por la docente atrás citada, empezaré diciendo que, si bien es cierto que muchas cosas andan mal con escuelas y colegios del país (por ahora solo hablaré de ellos); la pandemia fue algo así como un catalizador que aceleró la reacción y hoy, dos años después, esas realidades se expresaron de forma innegable, tanto en lo público como en lo privado, así que, por ejemplo, quedó claro que si un estudiante necesita aprender un concepto, una fórmula o algo similar, las redes le ofrecen muchas posibilidades, basta mencionar a Julio Profe para darnos cuenta que los casos de factorización se pueden aprender desde la comodidad del celular acostado en la cama, pero, si esa fuera la única razón de la escuela, todo ya estaría resuelto, sería tan sencillo como decir: Todos los profesores y profesoras volvámonos creadores y creadoras de contenido y ya; pero ojo, la escuela es más, mucho más, un docente realmente juicioso e intelectual, como dice Sharon, lo sabe.

Ahora bien, esta nueva realidad post pandemia, ha traído o expuesto una impresionante cantidad de problemas emocionales, no solo en los niños, niñas y adolescentes, sino en las familias y los mismos docentes, problemas que no son ajenos a la actividad cotidiana en el aula, es decir, yo como docente de ciencias naturales y otras cositas más, soy solvente en mi saber disciplinar, sin embargo, ¿de qué vale eso, si me encuentro con innumerables obstáculos comportamentales que perjudican el ambiente de aula? Es decir, no puedo enseñarles a estudiantes que están lesionados, que tienen grandes vacíos de todo tipo y cuyas familias, las más de las veces, no colaboran, porque “sospecho” que no saben cómo y no se han dado cuenta de que hay un problema y que deberían estar colaborando para resolverlo.

Dice en el artículo de la profesora Sharon que, le parece mal que se haya dado tan poca relevancia al saber disciplinar y haya tenido tanto peso el estudio de casos en los que se plantean, y la parafraseo, situaciones con estudiantes problemáticos, familias problemáticas, compañeros problemáticos y un ambiente escolar jodido, y por lo tanto, que el examen dejaba la sensación de que el estado no quiere docentes “intelectuales” sino docentes “cuidadores”, pero, acaso ¿qué es lo que se está viviendo y qué necesidades urgentes hay que cubrir en el contexto escolar actual? y ¿cuál, al menos en escuelas y colegios, debe ser el papel de los docentes actualmente (además de transmitir su saber disciplinar)? Pues si usted que lee esto ha sido docente en los últimos años, de primaria, básica y media, en lo público y/o privado, ya se debe estar dando cuenta de cuál es la respuesta.

Por otro lado, ¿es en serio que Sharon considera que el grueso de los docentes de escuelas y colegios del país son “intelectuales” y además en este momento y se les está pidiendo a los que aspiran a ingresar al magisterio que dejen de serlo? No lo creo, considero por el contrario que, realmente el grueso de los docentes en escuelas públicas y privadas del país, salvo las excepciones obvias como los colegios IB (Bachillerato Internacional o International Baccalaureate); simplemente llevan años haciendo lo mismo en la escuela, lo mismo en las clases, porque de lo contrario: ¿dónde están los masivos resultados excelentes de las pruebas estandarizadas nacionales e internacionales (como las pruebas PISA (Programme for International Student Assessment)?o ¿dónde está esa masiva producción intelectual de los docentes y de los estudiantes? ¿dónde están esos súper currículos integradores, de escuelas concebidas como reales espacios de creación científica? No los veo, solo veo docentes que hacen sus maestrías, no importa en qué, para ascender, inflar un poco su ego, ganar un poco mejor y ya.

Ahora bien, otrora, esta prueba recibía muchas críticas porque no era diseñada para licenciados, sino para profesionales de otras áreas, ingenieros que siempre despreciaron la labor docente, pero al no ser lo suficientemente buenos como para dedicarse a su profesión como tal, buscaban entrar a enseñar, física, matemáticas, química o tecnología en un colegio, profesionales que pasaban la prueba con holgura y se quedaban con las plazas; cosa que molestaba mucho al gremio docente; pero ahora, que se plantea una prueba en la que se reconoce más esa labor cotidiana, ese esfuerzo emocional e intelectual, para construir mejores ambientes de aprendizaje, ¿también se falló?

Definitivamente tener contento a todo el mundo es bien jodido, y puede que yo ni pase la prueba, pero contrario a Sharon, si me siento satisfecho con ella, no me preocupa que no me hayan evaluado el saber disciplinar, no me preocupa que siendo profesor de ciencias naturales con años de experiencia, no haya tenido que demostrar, para satisfacer mi ego, lo que sé de mi disciplina, ¡pero por favor¡, es que se sobre entiende que si usted se presenta para ser profesor de Matemáticas, como mínimo sabe de su disciplina, pero, ¿puede resolver las situaciones que afectan el ambiente escolar, para que ahí si pueda explayarse en el aula y enseñar los casos de factorización? ¿Sabe cómo proceder en casos de abuso? ¿Sabe cómo proceder en caso de ideaciones suicidas o suicidios? ¿Sabe cómo responder en caso de actos sexuales en menor de catorce años? ¿Sabe cómo evitar la re-victimización? En fin, desde donde lo veo, el aula, en preescolar, primaria, básica y media, el problema no es disciplinar, el problema es diferente y qué pesar con la profesora Sharon si la prueba no le permitió alimentar su narcicismo, pero la realidad en las aulas es más compleja que simplemente ir a “dar clase”.

Y en verdad considero que hay que arreglar muchas cosas, miles de fallas en nuestro sistema educativo Prusi-Anal, como lo expresé en un texto anterior, pero se atiende primero lo urgente y luego lo importante; se arregla la casa, antes de meter el trasteo, de lo contrario, seguirá el mierdero más tenaz en la escuela y no avanzaremos.

Y como no escribo para colonizar a nadie o convencerlos porque ajá… Acá dejo el link del artículo de la profesora Sharon y si tiene tiempo para leerlo, juzgue usted y saque sus propias conclusiones.

https://www.revistahekatombe.com.co/la-supremacia-del-docente-cuidador-frente-al-docente-intelectual-una-critica-a-la-prueba-escrita-aplicada-en-el-concurso-docente/

Mario Rojas.

¿CÓMO DEFENDER A LA SOCIEDAD DE LA CIENCIA?

Por: Enrique Pereira.

En su artículo Cómo defender a la Sociedad de la Ciencia, Feyerabend nos advierte de los peligros de la ciencia y de su dominio despótico que prevalece en la actualidad. La ciencia, ha pasado a convertirse en un saber indiscutido y oficializado, de igual forma, que las ideologías. Aunque Feyerabend no niegue, históricamente, el papel que asumió la ciencia como empresa en la lucha contra el autoritarismo y la superstición religiosa, si critica su carácter dogmático, doctrinal e indiscutible en la actualidad. En la edad media, por ejemplo, no existía la separación entre la iglesia y el Estado, y, por lo tanto, las verdades estaban supeditadas a la autoridad religiosa. Con el advenimiento y el desarrollo de la ciencia moderna, el Estado logró desprenderse de la iglesia, y esto dio paso a la libertad de culto. Sin embargo, tal segregación se hizo a costa del sometimiento, ahora de aquello que permitió que se independizara de la iglesia. Por esta razón, ahora, el Estado se encuentra unido y subyugado a la ciencia. Se pregunta Feyerabend: Si la ciencia es considerada como una forma más de conocimiento ¿por qué no es posible aprender en la escuela sobre astrología, magia, curanderismo, horóscopos, entre otros., y sí se ha vuelto obligatoria la enseñanza de la matemática, la geografía, la física, la biología o la química? y ¿por qué es posible escoger su propia tendencia religiosa, pero no su ciencia? Feyerabend enfatiza en lo siguiente: “La ciencia es sólo una de las muchas ideologías que impulsan a la sociedad y debería ser tratada como tal” (Feyerabend, 1981, pág. 7). Es decir, que Feyerabend considera que la ciencia no es un saber mucho más privilegiado que la religión, sino, por el contrario, es simplemente una ideología más que debe ser tratada como tal, desprendida de toda actividad política del Estado. Por esta razón, la ciencia debe ser considerada como una amenaza, de la cual, debemos defendernos como sociedad, puesto que en el pasado existió una dependencia intelectual en manos de la religión, en donde todas las verdades eran dictaminadas por la iglesia; y hoy en día, éstas mismas prácticas se repiten pero a través de la práctica científica, tal como manifiesta Feyerabend: “Se enseñan “hechos científicos” a muy tierna edad en la forma en la que los “hechos religiosos” se enseñaban hace más de un siglo. No se hace ningún intento por despertar las capacidades críticas del alumno para que pueda ver las cosas en perspectiva” (Feyerabend, 1975, pág. 296).

 

Feyerabend, P. (1981). Cómo defender a la sociedad de la ciencia. Oxford University Press, 156-167.

 

Los desvelos filosóficos de

Darío Botero Uribe

 

Otto Morales Benítez*

Resumen

En este artículo se realiza una semblanza general del pensador colombiano Darío Botero Uribe, en especial, sobre sus ideas en torno al pensamiento latinoamericano. En este sentido, se aborda el problema

de la particularidad y la universalidad del pensamiento, la crítica de la

modernización y el colonialismo intelectual, el problema de la cultura

y de su puesto en la filosofía latinoamericana y colombiana, a la vez que establece una relación con la problemática del mestizaje indoamericano.

Palabras clave: pensamiento latinoamericano, filosofía, Vitalismo

Cósmico, identidad, mestizaje, indoamérica.

 

Pórtico

Darío Botero Uribe fue profesor muy distinguido y con altas calificaciones culturales

de la Universidad Nacional. Su vocación y voluntad, se inclinaron hacia la investigación. Su afán mental, se descubría en el mundo del racionamiento. Era una mentalidad

de hombre que busca, en el pensamiento, el destino del continente indoamericano.

Solución de la cátedra

Dirigía la Revista Politeia para orientar y crear nuevas atmósferas a los sueños de los

profesores, estudiantes y seres del continente, inclinados a la reflexión constante. Sus libros –publicó varios– tienen contenidos de calidad: escritura limpia, libre de elucu-

braciones inútiles; juicios claros acerca de materias de exigente reflexión científica y

filosófica; mensaje de amplia nobleza espiritual para despertar nuevas inteligencias

a los logros de amplísima dimensión –filosófica, jurídica, económica, acerca de la

realidad, y del mensaje indoamericano– con tesis personales. Es un razonador ob-

sesionado por hallar la verdad para sí, sus discípulos, sus lectores y quienes deben

expandir temas nuevos sobre nuestro destino.

Pensamiento indoamericano

Darío Botero Uribe escribió, en el 2007, la quinta edición de su libro “Manifiesto del

pensamiento latinoamericano”, el cual vamos a seguir en estos afanes de aproximación

a sus inquietudes capitales1

.

Desde luego, él principió por indagar qué alcance tendrá, y para ello –para llegar a

conclusiones válidas– hace un recorrido, interno y externo, sobre diversas materias,

desde las literarias hasta la calificada filosofía; desde la historia hasta el mestizaje;

desde el modernismo hasta el sentido de la nacionalidad. Cada uno de estos temas,

los amplía, los diversifica. Se extiende en indagaciones por varios continentes. Su

vigor intelectual le permite atarse a reflexiones, sugerencias, conclusiones y ampliar

las perspectivas hacia el futuro.

Preguntas inquietantes

Él, comienza por preguntarse si tiene sentido hablar de un pensamiento en el conti-

nente. Pero, además, lo expresa con rigor mental, diciendo cómo lo concibe:

Autónomo, sí, pero que no conduzca a aceptar, esa condición, de que, por eso mismo,

se desenvuelve en un mundo aparte. Esto, es inconcebible.

Será un pensamiento universal que se distingue por tener algunas connotaciones

específicas que le dan su acento propio.

Sin repararse de la universalidad, pero sin someterse, ciegamente, a ella. Pero con

su mensaje peculiar porque “es expresión de un ethos particularmente determinado.

Pensamiento universal, porque este no se puede aislar y no tiene límites.

Ayuda ese pensamiento a comprender lo nuestro. Pero el autor advierte con claridad:

“no nos debemos hipotecar…”. El pensamiento es social y responde a requerimientos

comunitarios, culturales y políticos. Es decir, nace del torbellino que impulsa el existir.

Culturas

Naturalmente, él indaga por el problema de las culturas, que tienen una relación

con aquel. Para su concepción, estas son más bien formas de interpretación del pen-

samiento. Y recalca que las teorías filosóficas que nacen de una cultura, se pueden

aplicar en otra. Porque el pensamiento de reflexión específica, se bifurca sobre un

objeto o más procesos determinados o determinables.

Él, señala una tercera opción cuando escribe: “un pensamiento sin referencias a lo

universal, es expresión de un ethos particular, determinado” (2007).

Por ello mismo, se implementan los diálogos entre diferentes escuelas. Pero no

repiten lo que otras piensan: “dentro de otras condiciones históricas y formaciones

culturales”. Estas de un país a otro, son diferentes.

Pensamiento particular

Botero Uribe presenta su tesis con solidez: “la única forma de acceder al pensamiento

universal, es producir un pensamiento genuino sobre nuestra particularidad. Solo

a partir de profundizar en lo nuestro, podemos alcanzar la universalidad” (2007).

Sabemos que existe “diversidad de culturas”. Pero se pertenece a una cultura. Cuando

se admite la “superioridad” de una cultura sobre otra, no ayuda. Aparece su ser es-

condido. A eso, contribuye el colonialismo.

Las culturas son abiertas. Son un universo. Se equivocan quienes piensan que “son

una camisa de fuerza”. Al contrario, ellas son expansivas y se comunican entre sí. Se establecen interrelaciones que nadie puede obstaculizar. Su capacidad de comuni-

cación, no logra detenerse con propósitos mentales.

Nuestro autor nos advierte que “hay visiones conservadoras, reaccionarias de la cul-

tura”. Pero estas, no obedecen, a sus tendencias. Al contrario, su espíritu es abierto,

dinámico, explorador e inquietante. Botero Uribe indica lo aconsejable: “desde una

cultura asumida, reflexionada, hay que propiciar el diálogo con otras culturas” (2007).

Indoamérica unida y solidaria

Nuestro autor en un estudio escribe: “¿se puede pensar en una América Latina unida

y solidaria? En caso afirmativo: ¿cuáles serían los lazos que permitirían formar una

gran nación subcontinental?” (2007).

En primer lugar, los lazos históricos: la América Latina contemporánea, es el

producto del desencuentro hace quinientos años de los europeos, los nativos

americanos y los africanos traídos después por los españoles y portugueses.

España y Portugal, formaron un solo Estado y una sola nación; y si bien en la

época del descubrimiento, formaban dos estados independientes, las similitudes

lingüísticas y culturales son evidentes.

No obstante que se dan diferencias en la colonización del Brasil respecto a la de

hispanoamericana, de la misma forma hay también fenómenos singularizadores

en la historia republicana de las excolonias lusitanas e hispanas. Sin embargo,

puede afirmarse que se presenta una similitud en los avatares históricos de

todos los latinoamericanos, tanto por el tratamiento que les han dado inicial-

mente las potencias europeas y más tarde los EE.UU., como también por los

fenómenos sociohistóricos internos: la inestabilidad política, el caudillismo, la

desigualdad, la pobreza, el mestizaje, los factores culturales; la circunstancia de

organizar estados y naciones frente a los prepotentes estados europeos en plena

expansión. En el período colonial, España creó virreinatos y otras formas de

administración de los territorios y los mantuvo aislados unos de otros. Cada

virreinato, se entendía directamente con la corona. Esa atomización política

de América Latina, se confirmó con la independencia, al formarse un conjunto

de estados soberanos con unos territorios delimitados de conformidad con el

uti possidetis juris (2007).

Otros apartes

Botero Uribe, se detiene en señalar que en indoamérica hay formas de integración.

No solo las económicas. Las culturales, tienen su amplísimo medio de establecer

las unidades, consiguiendo nuevos escenarios y constantes empalmes, cada día con

fuerza de mayor densidad mental.

He recurrido varias veces a recordar que el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre,

al estudiar la historia del británico Toynbee y detenerse en los mismos asuntos de la

inteligencia, llegó a la conclusión de que nosotros gozábamos de un Tiempo-Espacio-

Histórico Indoamericano peculiar. Que no era igual ni al de España, ni al de Europa,

ni África ni Oceanía. Que nos distinguía y nos permitiría llegar a lo que él llamaba

una cultura “novomúndica”.

El mismo Botero Uribe cita el libro: “¿Existe una filosofía de nuestra América?” y

reproduce las palabras de su autor cuando dice: “Augusto Salazar Bondy ha sido,

entre los pensadores latinoamericanos, quien planteó la tesis más radical de la ca-

rencia de originalidad del pensamiento filosófico en América Latina” (1998, p. 346).

Al respecto escribió:

La filosofía hispanoamericana sanciona, pues, el uso de patrones extraños e

inadecuados, y los sanciona en un doble sentido, derivado de la ambivalencia

de nuestro existir, a saber: como asunción consciente de conceptos y normas sin

raíces en nuestra condición histórico-existencial, y como producto imitativo, sin

originalidad y sin fuerza que, en lugar de crear, repite un pensar ajeno (Ibíd.).

Realidad concreta=identidad

Para nuestro autor, “pensar es determinar, esclarecer los elementos que configuran

una realidad concreta: las relaciones del mundo social en que viven” (Botero, 2007).

Por falta de claridad, se repite lo que otros piensan.

Así llegamos a un tema cardinal como es el de la identidad. Es bien difícil, porque las

formas de la vida, tienden a homogenizarse. Para algunos autores, este tema parte de

gente del continente, y es preocupación desde el siglo XVIII.

Pero la realidad social y cultural, es que sin una identidad determinada, el ser se siente

sin apoyos para su propio reaccionar y para portarse en el quehacer cotidiano. La

identidad, según las tesis de los expertos, es “una cualidad o conjunto de cualidades”.

Para otros, es el reconocimiento de una cultura y una nación o un pueblo.

Unidad latinoamericana

Otra de sus preocupaciones mayores, es el de la Unidad Latinoamericana. Para él,

tiene su valor insoslayable e insustituible. Botero Uribe es cuando nos dice con claras

advertencias:

El diálogo desde América Latina con otras culturas y formaciones socioeco-

nómicas, se posibilita en la medida en que asumamos nuestro ser cultural, en

que seamos conscientes del hemisferio histórico que nos configura, en que

tengamos claro lo que nos une y lo que nos diferencia. En el encuentro con

formas socioculturales diferentes, podemos utilizar las experiencias históricas,

aprender, incluso adaptar transformándolas, instituciones e ideas. Pero no

todo lo que es bueno para otros, es bueno para nosotros. La cultura es como

la ecología: una cadena. En este caso, de significaciones que penetran subrep-

ticiamente por los poros de las instituciones, de las formas organizativas, de

los proyectos, de las obras de arte, de las ideas y de los conceptos. Hay algunas

formas sociales, políticas e intelectuales que expresan muy bien el espíritu

(der Geist, en el sentido de Hegel) de un pueblo que al ser transfiguradas a

otras culturas se desnaturalizan, no son comprendidas por el genio popular, o

funcionan como una especie de cuerpo extraño de la cultura ajena en la pro-

pia. La cultura debe servirnos no como de peso muerto, no como una fuerza

gravitacional conservadurista, que declara sagrada la medición y, por eso,

inmodificable. La cultura, por el contrario, debemos utilizarla para perfilar el

futuro, para avanzar y no para retroceder (Ídem).

Luego, más adelante escribe: “Es ineludible que América Latina asuma una conciencia

histórica y cultural que le permita juzgar la pertinencia para sí del pensamiento de los

otros y sea capaz de crear las teorías que expliquen lo que nos diferencia y singulariza”.

El pensamiento de Botero Uribe, es claramente dinámico y tiene confianza en que

se puede explorar lo nuestro y señalar lo que nos distingue. Esto implica que él ya

tiene conciencia de lo que le ha dado fuerza y claridad a lo nuestro frente a otras

culturas. Él, está convencido de que hemos superado las formas de subyugación,

y que, si todavía existen algunos vestigios, hay que exterminarlos con un pensa-

miento propio.

Mentalidad colonizada

Para este filósofo, lo más dramático en la cultura del continente, es que la inteligencia

padece de una limitación absolutamente perjudicial para el crecimiento del pensa-

miento. Es el hecho de obedecer a una “mentalidad colonizada”:

… La ciencia social se ocupa cada vez menos de producir conocimientos con

la connotación de desvelar el sentido del movimiento social en un campo de-

terminado, y mucho más de desarrollar sistemas operativos, de controlarlos, de

medir la producción cuantitativa del sistema, de corregir los desfases (Ídem).

Más adelante agrega:

La segunda discrepancia respecto a la razón, parte de su misma presencia, para

el pensamiento occidental. La razón soluciona la conducta de los individuos,

la vida social, el trabajo, la producción, etc. Habermas incurre en un racio-

nalismo similar al que venimos glosando, al aplicar la acción comunicativa a

la formación del consenso en una sociedad democrática. En la configuración

del mundo de la vida y en la propia organización del subsistema político,

Habermas privilegia el acuerdo a través de actos ilocucionarios, más allá de

las diferencias de clase, de la disparidad cultural, de las perspectivas políticas.

¿A dónde, sino a la razón apela Habermas para construir formalmente con

una especie de actos de habla determinados, un puente en las conciencias que

dirima todas las diferencias de intereses y de perspectivas? e controlarlos, de

medir la producción cuantitativa del sistema, de corregir los desfases (Ídem).

Es decir, la razón, a través de la palabra, facilita que se resuelvan y concilien las dife-

rencias de la razón y, así, lograr la liberación mental.

El neoliberalismo

Botero Uribe se preocupa de las limitaciones que sufre la cultura. Desde luego, ellas

aparecen en ciertos sistemas políticos y él formula críticas acertadas. El neoliberalismo

afecta lo económico pero, a la vez, arrasa con sistemas culturales. Esto, lo entendió

muy bien y arremetió contra los principios de tanta intensidad reaccionaria. Levanta

palabras de advertencia, que es necesario escuchar. Su primer aviso de peligro, nos

convoca a la reflexión:

Cuando aceptamos como quiera el neoliberalismo, que el mercado regule la

producción y consecuencialmente la vida social, estamos sucumbiendo a una

terrible alienación: y no solo al azar sino el caos guían el proceso social: el

caos es incapaz, por lo menos en materia económica, de producir la armonía

social… (Ídem).

En los años 80 y 90 han aparecido un movimiento y un proceso, los cuales conspiran

contra la unidad latinoamericana por la forma como han sido entendidos y mane-

jados; se trata del neoliberalismo y la globalización. Este movimiento y este proceso,

han traído aparejada una ideología capitalista liberal, según la cual el criterio funda-

mental de la vida social, es el mercado y no interesan nacionalidades ni soberanías.

Entraríamos, entonces, a hacer parte de una corriente mundial del comercio y la

economía productiva. Incluso americanistas tan importantes como Leopoldo Zea, se

dejan llevar, emotiva y acríticamente, por el acuerdo de integración comercial entre

México y Estados Unidos, para considerar que todos nuestros problemas quedarían

resueltos con este tipo de mecanismo2

.

El filósofo Botero Uribe se mantiene alerta sobre los diversos aspectos que van limi-

tando la expresión integral de la inteligencia indoamericana en sus diversos aspectos:

La ratio jugó un papel esencial en la lucha contra los prejuicios, en el desa-

rrollo científico y tecnológico. Esto es indudable, pero no obstante, esto ha

sido posible con un costo muy alto. La ratio impone ahora una visión más

estrecha, más reduccionista: la sensibilidad se embota, la gran cultura se torna

no funcional; el arte comienza a perder su autonomía, a adquirir una función complementaria en la producción material, a ser cada vez más decorativo, más

accesorio, más comercial; pierde la función crítica; la función de crear belleza

pasa a ser un atributo de la mercancía; el valor estético se subordina al valor

de cambio (Ídem).

La modernización

Otro tema capital que lo desvela, es la modernización. Su posición frente a ella, es,

explícitamente, clara y dinámica. Su análisis, no tolera dudas. Él, anda en la búsqueda

de la verdad interior. La suya, con el interés de que les sirva a sus lectores. Así, frente

a ella, expresa: “No hay idea más engañosa que la modernización. Se supone que

debemos ser modernos y la modernidad se asume como un concepto claro, unívoco

y, de contera, valioso, productivo y creativo”.

La modernidad, por el contrario, es un concepto contradictorio, desde su primera

formulación por Hegel hasta nuestros días. Numerosos pensadores han tomado

posición a favor o en contra. Ha tenido duros críticos, especialmente Nietzsche,

Heidegger, Bataille, Foucault (Habermas, 1989, p. 28)3

”.

Como anota Habermas:

Hegel descubre en primer lugar como principio de la Edad Moderna, la sub-

jetividad. A partir de ese principio explica, simultáneamente, la superioridad

del mundo moderno y su propensión a la crisis; ese mundo hace experiencia

de sí mismo como mundo del progreso y, a la vez, del espíritu extrañado. De

ahí que la primera tentativa, la tentativa de Hegel, de traer la modernidad a

concepto, vaya de la mano de una crítica de la modernidad (Ibíd.).

La modernidad, es el reino de la ilusión. Como ideas afines a la modernidad y que de

alguna manera participan en su despliegue, aparecen la razón, el progreso, el bienestar,

la superación del atraso, el reinado de las luces, el desarrollo de las fuerzas productivas,

el devenir del hombre como individuo autoconsciente y libre, la superación de prejui-

cios, la muerte de Dios y el surgimiento del individuo auto-responsable socialmente.

En sus palabras no hay dudas, ni subterfugios, ni esguinces mentales, son de claro

entendimiento.

La escritura de indoamérica

Como es natural en un escritor culto, Botero Uribe habla, con conocimiento cultural,

acerca de muchos escritores del continente, los menciona con atisbo a su razonar

americano. Siempre les encuentra una raíz que avanza hacia la profundidad de su

atadura con lo esencial de nuestro mundo. Este, nos indica cómo su actitud men-

tal está respaldada por un conocimiento severo de quienes han pensado nuestro

desarrollo intelectual, con cercanías a la historia, a lo doctrinario de la política, al

entendimiento de la realidad. De suerte que su postura filosófica, es una síntesis de

esa asimilada riqueza espiritual. Por sus razonamientos, pasan, en su apoyo, José

Martí, Darcy Ribeiro, Andrés Bello, Bilbao, Germán Arciniegas, Roberto Fernández

Retamar, José Carlos Mariátegui, Baldomero Sanín Cano, Mariano Picón Salas y

Arturo Uslar Pietri.

Estas cercanías, le permiten formular tesis esclarecedoras:

Lo aducido hasta acá, permite concluir que no somos occidentales, aun cuan-

do nadie duda que somos tributarios de la cultura occidental y que tenemos

múltiples relaciones con ella. Un examen profundo del tema, cuyas razones

serán presentadas más adelante, permite concluir que la tesis más próxima a

la identidad de los latinoamericanos, es la de la hibridación racial y cultural

que ha generado una cultura inédita. Pero lo primero que cabe observar, es

que este proceso no ha concluido. La fragua de ese resultado histórico-cultural,

continúa fundiendo los distintos elementos. O mejor sería decir, ese proceso

ha sido interferido en formas distintas (Ídem).

Para Botero Uribe, lo que sigue preguntándose es el mestizaje. Con mayor interés

en lo cultural. El fenómeno –que yo he trabajado con intensidad– (Morales, 2007),

es el mestizaje. Lo he dicho con énfasis que él que nos da identidad y nos diferencia,

en los diferentes órdenes, de los demás continentes.

La Universidad de Santo Tomás, en Bogotá, edita mi nuevo libro “Mestizaje e identi-

dad”, que avanza en consolidar mis creencias. Botero Uribe hace advertencias válidas:

La globalización, en las condiciones actuales, no es más que una reorganización

colonialista. Integración al mercado mundial sí, ¿pero cómo? El cómo que no

se plantea la intelectualidad mimética del Tercer Mundo. De la misma manera

respecto al problema de la identidad que subyace a todo este planteamiento,

diálogo con todas las culturas, con todos los pueblos, pero desde nuestro ser,

desde nuestra identidad reflexionada. Pero voy a explicar un tanto el alcance

de estas reflexiones para evitar equívocos. No recomiendo el nacionalismo, ni

el aislamiento. Vivimos en un mundo interdependiente, en el cual cada día

son más ricas las interrelaciones con otros estados y otras regiones del mundo.

Pero no podemos ser ingenuos: los grandes estados tienen hoy más conciencia

de sí mismos que nunca. Perderse en una internacionalización, sin las debidas

reservas, sin una estrategia calculada, es alienarse a fuerzas extrañas que tienen

una conciencia muy clara de su papel: es servir de campo de rapiña a fuerzas

que han entrado a la globalización con una estrategia precisa respecto de su

papel (Ídem).

La filosofía latinoamericana

En el comienzo del estudio de la filosofía latinoamericana, nos hallamos con un texto

clarificador de parte esencial de nuestro destino: “el pensamiento hostoniano sobre

la educación de la mujer”. Se parte de la tesis de que ella es capital en el proceso de

integración cultural y social que vivimos. A este y otros ensayos de Hostos, se refiere

María Elena Bermúdez, de la Universidad de Georgia (Cuadernos Americanos, 2004).

Este pensador, moralista y social, advierte que “acatemos la igualdad moral de los dos

sexos”. Porque una mujer dedicada, trabajando de unísono con el hombre, logrará

llegar a una mejor sociedad. La postura de Hostos sobre la mujer, se fundamenta

en el pensamiento Krausista de su época. Él, condena la triple esclavitud en la cual

ha vivido: religiosa, política y económica… el camino hacia una mejor sociedad (se

logrará) a través de la educación de la mujer.

Aparece un estudio de Patricia Galeana, historiadora de la Universidad Autónoma

de México (Galeana, 2003), con el título de “Leopoldo Zea: Embajador Cultural de

México y América Latina ante el mundo” y señala que, con sus “reflexiones filosó-

ficas, (ha logrado) despertar la conciencia de los latinoamericanistas”. Zea destaca

la riqueza de razas y culturas y señala el problema de América Latina con el destino

 universal de la humanidad. En su libro “La filosofía americana como filosofía sin

más”, él hace una crítica de quienes quieren eliminar el pasado que nos constituye,

con lo que no seríamos nadie. Afirma que cada ser humano puede aportar algo a la

cultura universal, sin renegar de sus raíces sino con la asunción cabal de su historia,

de sus principios y valores. A la vez, sabiendo “respetar la peculiaridad de los otros”.

Mis planteamientos

Cuando la Universidad Central de Bogotá, y su Rector Jorge Enrique Molina, presen-

taron el libro del maestro Leopoldo Zea, “Filosofar: a lo universal por lo profundo”

(Morales, 1999), dije:

Que su maestro José Gaos, el español víctima de la guerra fratricida, le enseñó

que “todo auténtico filosofar parte de las realidades concretas”, que deben ser

conocidas para incorporarlas a aquel razonar. Pero que, además, el utilizar la

razón, dependía de las oportunidades de la historia y de la cultura. No era, por

lo tanto, una elucubración, sin asidero humano (Ídem).

Continué:

Tomando aliento en estas premisas, se fue estabilizando la creencia en el for-

talecimiento de una filosofía indoamericana. Es cuando se hace la afirmación

de categórica importancia ante los escépticos: se puede filosofar, hacer ciencia,

desde una determinada circunstancia que no tiene, ni puede ser la misma de la

filosofía y ciencia europea–occidental. El uruguayo Arturo Ardao, de inmediato

recalca que ella no dejó de buscar su acento propio (Ídem).

Más adelante, afirmé que ordenadamente, Leopoldo Zea va conduciendo sus con-

clusiones hacia la evidencia del existir una filosofía indoamericana. Para ese fin, cita

al argentino Francisco Romero, quien sostiene que, en 1940, se inicia un gran movi-

miento hacia aquella. Es elemental, pues se reúnen varios elementos aglutinadores:

1) se han organizado facultades especializadas en la materia; 2) los movimientos

eclécticos que hace poco citamos, despertaban inquietudes en torno a la no existencia

de una Europa incontrovertible; 3) en el continente, aparecieron profesores, discí-

pulos, escribiendo, inquiriendo y cuestionando; 4) coincide con la aparición de las ciencias sociales y humanas en el área, que vuelven al hombre de indoamérica hacia

su propia realidad. Romero insiste:

Se inicia una etapa de normalidad filosófica”, en nuestro continente. Deja de

ser un tema de conciencias solitarias, porque principia a interesar a la comu-

nidad. En este interesantísimo proceso, se observa mucho del pasado cultural

indoamericano, que es filosófico, quiérase o no. El profesor mexicano Luis

Villoro llama la atención insistiendo que es un oficio especializado (Ídem).

El Maestro Leopoldo Zea recoge una pregunta que formulan muchos escépticos:

“¿dónde está el sistema filosófico? Y él mismo la contesta: llegamos a un filosofar

auténtico, pleno, y por auténtico y pleno, peculiar, esto es, distinto del que se ha

venido planteando al filosofar en Europa”.

Estas tesis centrales, nos permiten afirmar que ya no pueden mandar a nuestros

filósofos a la diáspora.

En un libro, “Prolegómenos a la filosofía en México”, que recoge textos que ordenó

Gustavo Escobar Valenzuela de las conferencias de Rafael Moreno, se concluye: “la

filosofía siempre realiza desde su ser situado, desde un horizonte ante la realidad

social que demanda respuestas y soluciones”.

José Luis Orozco en su estudio “De la filosofía de la historia a la teoría de las relaciones

internacionales”, escribe: “…filosofía latinoamericana, es un mal reflejo de la filosofía

europea… (pero) busca su autonomía”.

Siguiendo a Samuel Ramos se concluye que filosofía y cultura, tienen que partir de

nuestros propios intereses y nuestra propia vocación histórica. Según Gaos, desde lo

particular de los principios, se puede llegar a lo universal, propio y dialécticamente,

esto es su todo en sí mismo. Quiere decir que lo particular, lo propio de su pueblo,

debe ser el centro o punto de partida del filosofar.

Para Moreno –a quien ya citamos– “toda filosofía nace de un pueblo concreto para

resolver problemas igualmente concretos”.

José Santos Herceq4

 sostiene que “la originalidad de su pensamiento que pudo lla-

marse en sentido fuerte latinoamericano se asoma, se instruye. Una reflexión que

no nace en América Latina y es pensada por latinoamericanos, sino que también va

enriqueciendo ciertos rasgos propios particulares, especiales” (Herceq, 2003).

El maestro colombiano Danilo Cruz Vélez, (de Filadelfia, del Gran Caldas), en

diferentes oportunidades, manifestó que el solo hecho de hacer la pregunta –de si

existía una filosofía latinoamericana– ya implicaba el comienzo de la creencia en

su existencia, y él tomaba desde Alberti, en el siglo XVIII, sus planteamientos para

advertir cómo era su realidad científica.

Filosofía de Colombia

Otro filósofo colombiano, Rubén Sierra Mejía (de Salamina, del Gran Caldas), en su

obra de “La filosofía en Colombia5

”, escribe:

Aquel cambio de actitud que caracteriza a la ruptura de la práctica filosófica

en Colombia, ha permitido tomar a la filosofía de una manera autónoma, con

problemas propios y sin una función pragmática inmediata. Se trata ahora

de un trabajo profesional y académico que se manifiesta, ante todo, como

actividad eminentemente profesoral, ya que ha sido en la vida universitaria

donde ha encontrado su primera motivación nuestra producción filosófica. Es

ello la consecuencia de la carencia de fuentes de trabajo intelectual distintas

a la que ofrece la cátedra: ausencia de editoriales, de periodismo cultural y

científico, de institutos de investigación, etc. Quizás también debamos ver, en

esta circunstancia, la causa principal del marginamiento del trabajo filosófico

colombiano del resto de manifestaciones culturales y de su escasa influencia

en la vida nacional (Sierra, 1985).

Más adelante agrega:

Dentro de este nuevo clima favorable al cultivo de la filosofía, llama la atención

el amplio espectro de corrientes filosóficas representadas en Colombia. El interés profesional de la filosofía no se limita ahora a unos cuantos pensado-

res, promovidos por editoriales latinoamericanas como sucedía en el pasado,

sino que va desde la fenomenología, cuyo cultivo lleva varias décadas, hasta

la filosofía anglosajona, tradicionalmente ignorada o mirada despectivamente

entre nosotros. Este amplio espectro, está permitiendo una convivencia de

pensamientos contrapuestos, por lo que favorece, por lo demás, la discusión

académica entre las escuelas. El juego campal de las ideas, tendrá, irremedia-

blemente, como resultado, la necesaria desdogmatización del pensamiento, que

es una condición para que la cultura, y en especial la filosofía, puedan dar el

fruto crítico que les ha sido peculiar en sus épocas de mayor esplendor (Ibíd.).

Para acentuar la actualidad e importancia del pensamiento filosófico colombiano,

Sierra Mejía se detiene en estudiar las contribuciones de Rafael Carrillo, Cayetano

Betancur, Luis E. Nieto Arteta, Jaime Vélez Sáenz, Danilo Cruz Vélez, Rafael Gutiérrez

Girardot, Daniel Herrera Restrepo, Francisco Parada, Estanislao Zuleta y Guillermo

Hoyos Vásquez.

Contribución de Botero Uribe a la filosofía

Darío Botero Uribe realizó una contribución esencial, personalísima, a nuestra filo-

sofía, con el planteamiento de su “Vitalismo Cósmico” (que) “es una filosofía (son

sus palabras) de Colombia y América Latina para el mundo”.

Para examinar esta tesis, tendremos que apoyarnos, continuamente, en sus plan-

teamientos. Botero Uribe (de Calarcá, del Gran Caldas) ha realizado un plausible

esfuerzo por plantear su propio testimonio filosófico. Él, no se ha negado la alegría

intelectual de levantar, en palabras, su juicio sobre el mundo que lo rodea, el que él

sueña y el que le permite expresar sus conceptos singularísimos. La obligación, es

estudiarlo con respeto mental en sus precisiones conceptuales. No hay, por lo tanto,

ninguna originalidad en la síntesis que me atrevo a concluir.

Botero Uribe se hace una pregunta: “¿qué tipo de filosofía?” Y él mismo se contesta:

“se trataba, entonces de una filosofía en ciernes: se preguntaba por el destino trágico

de la vida, la transformación del ser vivo para unirse con el cosmos; la individualidad,

la universalidad, el egoísmo y la socialidad del humano”.

El hombre de pensamiento6

, avanza en la enunciación de las tesis de su aporte filo-

sófico: “una filosofía de la vida, debe enseñar al hombre a amar la vida, a vivirla con

pasión, a realizar una tensión entre sus fuerzas vitales” (Botero, 2009). Este, es un

llamado al ser racional para que oriente su energía espiritual a fines que le encenderán

su vida de fulgores estéticos.

Más adelante aclara, apelando a una cita, que se puede alcanzar la “espiritualización

de la muerte, la espiritualización del amedrentamiento y el terror. Allí se detiene para

anotar que no se debe llegar a la “espiritualización de la vida, de la vida cotidiana, del

artesano, del obrero, del profesional, del ama de casa. La espiritualidad no es sino la

comunidad del espíritu entre los hombres: la amistad, la solidaridad, la fraternidad”

(Ibíd.).

Más adelante puntualiza que:

Lo que quiere el filósofo, es defender la vida de las asechanzas, de la intoleran-

cia, de la brutalidad, del crimen; al tiempo, crece la conciencia ambiental por

la destrucción sistemática de los ecosistemas, por el arrasamiento de bosques,

por la contaminación del aire, de los ríos, por la desertización y por todo el

universo de destrucción de la vida (Ibíd.).

Él, pues, formula un gran resumen de lo que hoy busca la humanidad, a través de

la política de paz y, en el Derecho Agrario, que es evitar el calentamiento global y

la destrucción de los recursos naturales. Es poner a reflexionar al hombre sobre sus

deberes colectivos de tipo social. Esto, además, es parte de uno de los humanismos,

pues él advierte que hay muchos.

En el ensayo Vitalismo Cósmico como filosofía ética y ambiental, Botero Uribe

acentuó sus creencias:

Cuando inicié la investigación que ha dado como fruto El Vitalismo Cósmico,

no propuse como ámbito teórico una exploración de la naturaleza, para cuyo

propósito había necesidad de indagar en la filosofía clásica, en particular

Aristóteles, Epicuro, Averroes, Pietro Pomponazzi, Descartes, Spinoza, Leibniz,

Schopenhauer, Nietzsche, Freud… y los desarrollos modernos de la ciencia, entre otros, Darwin y el darwinismo, sir Charles, Scherrington, FranÇois Jacob,

Henri Atlan, Erwin Schrödinger, Lynn Margulis, Carl Sagan, James Loveluck,

Illya Prigogine. Debía concebir el paso de la naturaleza como categoría univer-

sal; al animal humano como particularidad; esto me condujo a crear la categoría

de transnaturaleza para caracterizar el salto desde la naturaleza animal hasta

el homo sapiens (Ídem).

En Latinoamérica

Botero Uribe, tenía conciencia de que él estaba haciendo un aporte nuevo en el

continente. Lo dice con certeza: “con el Vitalismo Cósmico, por primera vez, surge

en América Latina una filosofía como una concepción de pensamiento unitario que

representa un sentido y un perspectiva de nuestro mundo”. De suerte que es una

invitación a que, de conformidad con nuestras circunstancias, se haga el examen

de su contribución a afianzar muchas creencias y señalar las soluciones que podían

indicarse en el mundo filosófico. Para que no queden dudas, indica:

La unidad y coherencia del pensamiento vitalista latinoamericano parte de

la energía vital que se desliza del cosmos a la naturaleza; de esta a la trans-

naturaleza, una corriente que deviene y fluye… es una filosofía que no parte

del absoluto, ha renunciado a decir la última palabra… no cae en la finitud

heideggeriana que arroja al ser humano a un abismo metafísico, el cual, sin

reconocerlo, conduce a la búsqueda del absoluto; ni tampoco a la infinitud

idealista de Agustín de Hipona o de Tomás de Aquino, quienes escribían como

si hubiesen descifrado el sentido último del mundo…

Botero Uribe nos hace presente parte de lo que impulsó su meditación. Él escribe:

Había que ponerse a pensar la vida como una forma teórica, epistémica, am-

biental, social y política en el ámbito de la cultura precolombina, de la herencia

colonialista, de la violencia, de la desigualdad, de la ignorancia, pero, también,

en la pérdida de sentido de la vida que implica la modernidad tardía (Ídem).

Estas palabras, dan claridad en el sentido de que su teoría, se asoma a un atisbo amplio

de muchas de las características que determinan nuestras vidas, pero, a la vez, ellas en concordancia con hechos históricos lejanamente acontecidos y, otras, que en esta

época, nos acosan con sus deberes comunitarios.

El hombre de estudio, tiene conciencia de lo que implica su concepción cuando

manifiesta que “El Vitalismo Cósmico, es una lectura de la historia contemporánea

de América Latina en clave filosófica, desde una conciencia crítica, la mía”.

Hace un buen deslinde: “El Vitalismo Cósmico, es una filosofía colombiana y latinoa-

mericana que no tiene ninguna referencia ni influencia de los vitalistas europeos”.

Queda esta teoría para que los hombres de estudio de la filosofía la profundicen, le

den el marco y la densidad que Botero Uribe buscaba enaltecer con los pensamientos

que cruzaban su escritura de tan avanzada claridad. Él, deja un ejemplo que no puede

abandonarse por las gentes de estudio de Colombia.

Final

Ha sido grato, intelectualmente, hacer este repaso sobre los desvelos intelectuales

de Darío Botero Uribe. Él, nos deja el ejemplo de ser hombre de estudio, que busca,

en su propio mundo espiritual, soluciones de profundidad a sus preguntas filosófi-

cas. Al responderlas, crea su propia y personal teoría. Ennoblece así la filosofía de

Colombia y en Latinoamérica. A la vez, su actitud aerodinámica, se prolongará. Él

la ejerció en lo verbal y en lo escrito. Dejó sus objetivos, custodiando sus reflexiones

en un medio de tan densa claridad como es nuestra altísima aula de la Universidad

Nacional. Botero Uribe creó y soñó en el mundo iluminado de la inteligencia, a través

de la sutileza de la palabra.

Bogotá, barrio “El Refugio”, 2012.

 

Referencias

Bermúdez, M. (2004). Cuadernos Americanos. No. 104. México: UNAM.

Botero, D. (2007). Manifiesto del pensamiento latinoamericano. Bogotá: Editorial

Magisterio, 5ª edición.

Galeana, P. (2003). Cuadernos Americanos. No. 97. Méxic

Habermas, J. (1989). El discurso filosófico de la modernidad. Madrid: Taurus.

Morales, O. (2007). Derecho precolombino: raíz del Nacional y del Continental. Bogotá:

Editora Guadalupe Ltda.

Morales, O. (1984). Memorias del Mestizaje. Bogotá: Plaza y Janés.

Morales, O. (2012). Mestizaje e Identidad. Editorial Universidad Santo Tomás.

Morales, O. (1999). Filosofar: a lo universal por lo profundo. Bogotá.

Salazar, A. (1988). ¿Existe una filosofía de nuestra América? En Filosofía e identidad

cultural en América Latina. Caracas: Monte Ávila Editores.

Zea, L. (1997). La lucha de México y la América Latina por la democracia y el de-

sarrollo. Publicado en la Revista Politeia, (20). Bogotá: Universidad Nacional de

Colombia.

ENSAYOS INÉDITOS

 

Ernesto Sábato

 

Un argentino que pretende utilizar a Marx como maestro sostiene que el Don Segundo Sombra de Güiraldes no existe, que es apenas la visión que un estanciero

tiene del antiguo gaucho de la provincia de Buenos Aires. Lo que es más o menos

como acusar a Homero de falsificador porque exhaustivos registros llevados a cabo en las montañas calabresas y sicilianas no han dado con un sólo cíclope. Con este mismo criterio de naturalista habría que rechazar a Modigliani por su manía de pintar mujeres con gargantas inexistentes. Pero ¿"inexistentes" dónde? No desde luego en el espíritu del pintor. La diferencia entre Modigliani y una máquina

fotográfica es que el arte no es una copia de la mera realidad externa sino un acto

ontocreador, más cercano al sueño que al espejo.

Por ahí andaba todavía el modelo que empleó Güiraldes para inventar su personaje.

Creo que se llamaba Segundo Ramírez. Los astutos administradores de la fama lo

exhibían a los turistas extranjeros. Evité la tristeza de conocerlo, pero aún así puedo asegurar que era un mistificador, porque el auténtico Don Segundo es el mito imaginado por Güiraldes, que misteriosamente reveló un secreto de la condición pampeana. Inmortal, como todos los mitos. Que los sociólogos de la

literatura y los profesores de folklore no pierdan el tiempo tratando de desautorizarlo.

 

Los granos de un montón

 

Un vicerrector de la universidad de Cambridge, llamado Lightfoot, en época menos inclinada a la incredulidad, mediante un minucioso estudio del Génesis, probó que Adán fue creado el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo, a las 9 de la mañana. Ahora me entero de que en 1978 se cumplió el milenario de la lengua castellana. Sorprendido por la exactitud, traté de averiguar cómo era la cosa, y la cosa era así: en cierto momento del año 978, un monje de San Millán de la Cogolla, en el margen de un manuscrito en latín, escribió anotaciones en una

disparatada jerga románica, ignorando que acababa de inaugurar el castellano. Se me dirá que estoy bromeando, pero no hago sino parafrasear los argumentos que se ofrecen para esta celebración. Porque si no, ¿de qué fecha estamos hablando? No tratándose del esperanto sino de una lengua viva, debemos suponer que el buen hombre no inventó el nuevo idioma, formado durante siglos, poco a poco, torpe y balbuceantemente, por analfabetos que para criar cerdos, enfurecerse con la mujer, pedir la comida y amenazar a los chiquilines no iba a aprender a Cicerón.

Nunca se sabrá cuánto duró este proceso, que algún purista llamaría de corrupción del latín; primero, porque no aduvimos cerca de ese durante algunos cientos de años, y, segundo, porque tampoco puede establecerse cuándo se alcanza la categoría de montón agregando granos de trigo.

Calma, estructuralistas Hay un tipo de beato del estructuralismo que con gusto aboliría la historia, lo que me parece un poco exagerado, cuando advertimos cómo pasa todo, no sólo el Imperio Romano sino la propia moda del estructuralismo. Esa gente enarbola la sincronía como un garrote y al que sale con antigüedades como ésta, un golpe en la cabeza, mientras se profieren palabras como reaccionario, subdesarrollo y oscurantista.

Pero sí, hombre, ya lo sabemos, desde la época en que estudiábamos matemáticas,

en la década del 30, mucho antes de que se nos viniera la moda desde París.

¿Cómo no íbamos a saber que "La pasión según San Mateo" o un gusano son estructuras? Tampoco ignorábamos que era una saludable reacción contra los atomistas, los positivistas y los fanáticos del historicismo. Pero se les fue la mano.

Vean con la lengua: una realidad en perpetuo cambio, en la que, tarde o temprano - ¡oh, diacronía de las ideas!- hay que aceptar el modesto pero demoledor hecho de  la transformación de las estructuras, aunque sea como una sucesión de estados  sincrónicos; tarde o temprano hay que admitir que en todo estado de una lengua  está oscuramente la energía que conducirá a una nueva estructura.

Bueno, por favor, no es tan deshonroso. En suma, que el estructuralismo es válido

haste el momento en que deja de serlo.

Las vulgaridades de la novela Cuenta Gide en su Journal que Valéry no se decidía a escribir una frase como "La marquise sortit a cinq heures". ¿Y qué prueba eso? Una novela, y hasta una gran

novela, está llena de frases tan triviales como ésa, como la vida misma: Hegel también se desayunaba. Además, una ficción es como un continente, en que para  llegar a lugares que han de fascinarnos deben atravesarse estúpidas llanuras sin  otros atributos que el polvo, el cansancio y la monotonía.

Muchas veces me he preguntado si Valéry no consideró sus impotencias como virtudes. Apuesto a que habría querido escribir el Quijote, que está plagado de

marquesas que salen a las cinco. Se pasó la vida hablando de las matemáticas y  usando giros de su idioma, que los profanos admiran tanto más cuanto más los ignoran; y sin embargo no pudo aprobar el ingreso a no sé qué escuela por culpa de  esas matemáticas. Pascal abandonó a los trece años a esa mujer por la que Valéry  suspiró sin poder poseerla. Como para que no escribiera aquella frase rencorosa:

"Pascal perdió la oportunidad de darle a Francia la gloria del cálculo infinitesimal".

Y a propósito de Pascal

Es característico que ni él, ni Kierkegaard, ni Nietzsche fuesen filósofos

sistemáticos: fueron irregulares, fragmentarios; y tal vez porque en ellos la vida y el misterio son más importantes que la explicación y el sistema. Los tres son

emocionales, místicos, atormentados. Devolvieron el pathos al pensamiento, y

fueron grandes escritores. Si es cierto que el Absoluto no se alcanza como pretendía Hegel sino por arrebatos y éxtasis, de modo parcial, por pedazos, ellos revelaron vastas regiones de ese misterioso continente.

Psicología con p

Al corregir las pruebas de galera de un libro mio me sorprendí al advertir la grafía

"sicológico", donde yo habia puesto "psicológico". Porque aun cuando una

editorial se haya jurado una determinada política lingüística, no puede imponérsela

a los escritores, que generalmente tienen sus propias ideas sobre el idioma. No ya

la dirección de una editorial sino tampoco la propia Real Academia de Madrid

tiene derecho a hacerlo, pues al fin de cuentas las normas de ese cuerpo son la

consagración de las modalidades impuestas por el pueblo y los escritores.

¿Qué argumentos se pueden oponer a la grafía psi? No, por supuesto, la fonética,

ya que la gente culta generalmente la pronuncia así. Y en el caso de que no se la pronunciase, tampoco es un argumento, porque si fuéramos a caer en la locura de

escribir las palabras tal como se pronuncian tendríamos que poner payasadas como sológico, asaña y rebolusión, al menos en Buenos Aires.

Por lo demás, que en ningún idioma hay correspondencia entre el lenguaje hablado

y el escrito, puesto que el escrito esta fijado por los textos y aquél va cambiando en el espacio y en el tiempo. En alguna parte y en alguna época se pronunciaba o

pronuncia "bosque", pero hoy aquí en Buenos Aires decimos "bojque"; del mismo modo, supongo, que en algún tiempo en Francia se decía "mesme", para luego derivar hacia "mejme", y luego a "mehme", para terminar escribiéndose "meme" donde el acento circunflejo indica que allí hubo alguna vez una perecedera ese. Si el lenguaje escrito fuese alterado cada vez que el pueblo y las costumbres fonéticas cambian, sería cosa de no acabar, y una forma más demencial de dividir el territorio lingüístico en parcelas liliputienses: ya que habría que usar una forma para Buenos Aires, con sus "bojques" y "yubias", y otra para Santiago del Estero, con sus "bosques" y "iubias". Pero qué digo, habría que establecer una lengua para el Barrio Norte de Buenos Aires y otra para La Boca.

Todo idioma se aleja de lo escrito. Y algunos, como el inglés, que allí donde

escriben Londres pronuncian Constantinopla. Esos investigadores que andan con

grabadores han contado no menos de veinte formas de pronunciar la letra o, entre las cuales la más sorprendente es la que figura en la palabra women.

La lengua oral es tan voluble que a veces hasta imita a la escrita, lo que ya es el

colmo de vuelta. Así, antes del Renacimiento se escribia y se pronunciaba "oscuro"; pero los eruditos de la época, por escrúpulo etimológico, apuntalaron la palabra con una b. Podría haberse mantenido muda, como corresponde a una momia o un fósil. Pero las enérgicas educadoras lograron que los chicos pronunciaran finalmente "obscuro". Lo que, por supuesto, y si se dejan de lado los golpes, nada tiene de dramático; hay que tomarlo ahora como una costumbre más y no hacer tanto escándalo. De modo que si a un escritor se le da la real gana de escribirlo sin b, hay que respetarlo. Y si no se lo respeta, hay que protestar. Que es exactamente lo que le pasó a Unamuno cuando un pedante corrector le puso en una de sus pruebas: "¡Ojo! ¡Obscuro!", corrigiendo lo que había escrito don Miguel. A lo que, tachando enérgicamente la insolencia, contestó, también al margen: "¡Oreja! ¡Oscuro!"

Vanguardia y progreso en el arte

La palabra "vanguardia" se la vincula al progreso. Pero en el arte no lo hay (cf.

Collingwood), como lo revela el auge que en el París de comienzos de siglo tuvo el

arte de los negros y polinesios. En el arte hay acciones y reacciones. Corsi y

ricorsi. Hay dialécticas de escuelas, ciclos, sempiterna lucha entre lo apolíneo y lo

dionisíaco, entre bizantinismo y vitalismo entre complicación y simplificación,

entre artificio y naturalidad, entre claro y oscuro, entre violencia y serenidad, entre

romántico y clásico. Y no sólo hay sucesión sino contraposición de tendencias o escuelas (Quevedo y Góngora).

Piénsese, dicho sea de paso, qué "avanzado" resultó de pronto el arte hierático de Ramsés II frente al mero naturalismo europeo. Pero esto del progreso es una manía  invencible. ¿Cuál era el personaje de Proust que suponía mejor a Wagner que a Beethoven, nada más que porque viene después? Pero no estoy seguro ni del personaje (una mujer, me parece) ni de los músicos.

 

 

POR UNA CRÍTICA A LA IZQUIERDA DESDE LA IZQUIERDA.

 

POR JORGE VOLPI*.

 

Ante la creciente amenaza fascista que se expande como una mancha de agua desde Italia y Alemania hacia el resto de Europa, diversos partidos y grupos de izquierda —entre los que se cuentan desde republicanos y anticlericales hasta socialistas, comunistas y anarquistas— conforman grandes coaliciones para contener al enemigo común. No sin dificultades, estos Frentes Populares aumentan su influencia y llegan al poder en Francia y España, aunque, una vez allí, se ven desgarrados por las pugnas entre sus facciones. Hoy sabemos, además, que se hallaban infiltrados por pertinaces espías soviéticos que no solo buscaban controlar a sus dirigentes, sino eliminar cualquier crítica hacia Stalin y el modelo de sociedad que se empeñaba en imponer.

 

La consigna de los agentes del Komintern establecía que, más allá de los errores o desvíos de los partidos y gobiernos aliados de Moscú, cualquier autocrítica significaba un apoyo a los enemigos. Además de los casos de Gide, Orwell, Weill o Koestler, quienes acabarían por mostrar su desencanto hacia la URSS, granjeándose la enemistad de sus antiguos compañeros de ruta, miles más fueron acallados, denunciados, ridiculizados, denigrados o ejecutados por oponerse, desde la izquierda, a los excesos o errores de su propio campo: hasta el mínimo desvío de la línea oficial era visto como una traición que los convertía en imperialistas o fascistas encubiertos, como los infelices que aceptaron sus culpas durante los Juicios de Moscú.

 

Casi un siglo después, cuando América Latina vira otra vez hacia la izquierda —y Europa hacia la derecha—, el argumento estalinista se vuelve a escuchar con fuerza: cualquier crítica hacia los Gobiernos progresistas desde sus propias filas se torna inadmisible. Basta que alguien se manifieste contra ciertas políticas, señale hipocresías, desaciertos o engaños de sus líderes, para que las acusaciones de servir al enemigo —ahora identificado, a vuelapluma, con el neoliberalismo— no se hagan de esperar. Como se comprobó trágicamente en los años treinta del siglo pasado, nada resulta tan perjudicial para la izquierda como la falta de este examen interno que la vuelve, a la postre, despótica.

 

Sorprende, por ejemplo, que tantos simpatizantes de izquierda celebren el mapa de América Latina que, según ellos, vuelve a pintarse de un solo color: un tenue rojo que, según ellos, ilumina Cuba, México, Argentina, Bolivia, Honduras, Nicaragua, Venezuela, Chile y Colombia y, si las encuestas no fallan, muy pronto también Brasil. Semejante ejercicio responde, en el mejor de los casos, a una pobre simplificación y, en el peor, a una ceguera voluntaria. Para empezar, ni Cuba ni Venezuela ni Nicaragua son regímenes de izquierda, por más que la encarnasen en sus inicios, a menos que se la quiera asociar con la represión. Cuba es una dictadura: el injustificable bloqueo estadounidense —que no aplica a otras tiranías como Arabia Saudí— no basta para redimirla. Lo mismo puede decirse de la Nicaragua de Ortega y Murillo, dedicada a aplastar y encarcelar con idéntico celo a sus opositores. Venezuela, por su parte, tampoco podría considerarse una nación democrática. Cualquier gobierno —o persona— que en verdad se llame de izquierda no debería dejar de señalar las constantes violaciones a los derechos humanos cometidas a diario en estos lugares.

 

En México y Argentina nos hallamos frente a gobiernos que han articulado amplias coaliciones donde lo mismo caben la extrema izquierda que sectores reaccionarios, a los que se han sumado miembros de las antiguas y detestadas élites priístas y peronistas, con resultados desiguales. La apuesta por militarizar la seguridad pública coloca al Gobierno de López Obrador cada vez más cerca del populismo de derechas. Tras un periodo de profunda inestabilidad, Bolivia y Honduras apenas recuperan cierto rumbo, mientras que Perú se halla sumido en el caos debido a la impericia de su presidente. En este escenario, apenas Chile, con su nueva generación de líderes —y a pesar del rechazo al proyecto de nueva Constitución—, y Colombia, aunque aún sea pronto para decirlo, representan una sólida esperanza para la izquierda latinoamericana.

 

¿Cuál es el baremo para juzgar cuáles gobiernos son auténticas opciones de izquierda? Los agruparía, básicamente, en tres rubros: políticas sociales y recuperación del estado de bienestar; políticas de redistribución y combate a la desigualdad —que han de contemplar una reforma fiscal que tase a los más ricos—; y una rigurosa agenda de derechos ciudadanos, con un énfasis en la recuperación del estado de derecho, la igualdad de género, la diversidad sexual, étnica y lingüística. Dejando de lado a Cuba, Nicaragua y Venezuela —que, insisto, son regímenes autoritarios—, y el impasse peruano, en los demás países de la región ha habido tantos avances como retrocesos. En el caso mexicano, por ejemplo, mientras por un lado hay que celebrar los apoyos a sectores tradicionalmente marginados y el importante aumento al salario mínimo, resulta imposible no deplorar la inclemente austeridad —típicamente neoliberal—, el desdén hacia la sociedad civil, la ciencia y la cultura o el cada vez mayor auge militarista. En otros países, el balance resulta igual de incierto.

 

El neoliberalismo ha sido una ideología tan escurridiza y perniciosa que contamina incluso a quienes se jactan de aborrecerla. Si a ello se suma que, a fin de llegar al poder y conservar su popularidad, numerosos líderes coquetean con el populismo de derechas —los extremos se tocan y resulta difícil distinguir a Maduro y Ortega de Bukele y Bolsonaro—, una crítica a la izquierda desde la izquierda se vuelve indispensable. Por desgracia, parecería que es lo que menos ansían algunos de nuestros gobernantes: cada mañana, López Obrador —para retomar el caso mexicano— acusa a activistas de derechos humanos, feministas, columnistas y periodistas asociados con la izquierda de haberse vuelto conservadores solo porque no tolera la menor indisciplina.

 

Es la misma táctica que recomendaban los manuales del Komintern: polarizar al máximo a la sociedad para que esta se divida en dos campos antagónicos, de modo que, si no estás con nosotros, estás con ellos. Las redes sociales se dedican, como antes los panfletos comunistas, al trabajo sucio: a la menor crítica al líder en turno llueven las acusaciones de añorar a los gobiernos del pasado, de actuar por rencor al haber perdido privilegios o de venderse al enemigo. Este maniqueísmo sirve, de idéntica manera, a la derecha opositora, ansiosa por reclutar entre sus filas a cualquier crítico de sus rivales aunque no simpatice con sus ideas. El pavoroso escenario de los años treinta del siglo XX no debería repetirse: si la izquierda no acepta la crítica desde izquierda se convierte en aquello que aspira a combatir.

 

Ha de celebrarse que en muchas partes de América Latina las antiguas oligarquías conservadoras, empeñadas en mantener sus privilegios desde tiempos ancestrales, y de sumir a sus sociedades en la desigualdad y la violencia, al fin sean apartadas del poder. Pero ello no significa darle carta blanca a los regímenes que se proclaman progresistas sin serlo. A ellos les corresponde no solo admitir la crítica entre sus filas, sino propiciarla con denuedo, pues se trata de un elemento crucial para crear sociedades más justas, más igualitarias y más libres. El siglo XX nos enseñó con creces que, cuando la izquierda pierde su voluntad crítica, extravía su alma.

 

(*) Jorge Volpi es escritor.

Sobre la educación. Reflexiones y Realidades. Parte 1 de 2.

La educación puede ser vista y definida desde diferentes ópticas, pero más allá de eso, indudablemente ha sido uno de los mayores logros de la humanidad. Poder transmitir a los más jóvenes, aquellos elementos esenciales para perpetuar la cultura y de paso perpetuar la especie, constituye por mucho, la mejor estrategia de supervivencia y evolución.

El acervo cultural y cognitivo transmitido de generación en generación, puede verse inclusive como un bien, una herramienta, un recurso, algo heredable, y que, muchas veces, se configura en una manera de ejercer el poder, ya sea para bien o para mal, si se quiere ver con la lupa del maniqueísmo.

Que como humanidad seamos capaces de compilar tanto conocimiento y transmitirlo a los más jóvenes, nos ha permitido llegar hasta donde nos encontramos, ya sea que estemos al borde del colapso y extinción, en un punto de no retorno o quizás en el punto preciso para poder dar un giro al timón de la nave humana y llegar a configurar nuevas dinámicas, que favorezcan nuestra supervivencia, sin embargo, y si algo me parece evidente, es que ya estamos lejos del punto de partida, hemos recorrido enormes distancias, en alguna dirección, no sabemos cuál, y ya perdimos de vista ese distante punto de partida.

Hablar de educación es, por lo tanto, hablar de la historia de la humanidad y de cómo hemos creado a lo largo de los siglos, diferentes estrategias para mejorar ese proceso, ajustándolo a las necesidades y los tiempos en cada lugar del mundo, en cada cultura.

La transmisión de conocimientos en la especie humana empezó con la tradición oral, cuando los mayores y mayoras, en torno a la fogata; a modo de cuentos, de relatos, enseñaban a los más jóvenes, las habilidades y conocimientos básicos para sobrevivir en el mundo que habitaban y que su tribu llevaba generaciones preservando de esa forma, para ser enseñadas a los más jóvenes y que ellos, pudieran seguirlas aplicando y mejorando, para luego transmitirlos y continuar con el ejercicio educativo.

La invención de la escritura mejoró ese proceso, pues ya no quedaba todo en responsabilidad de la palabra y la memoria de los más viejos, corriendo siempre el riesgo de desaparecer por completo, sino que, se pudo por primera vez, guardar de manera tangible el conocimiento, guardar cada detalle, acumular y luego entregar a la siguiente generación, así los viejos ya no estuviesen en este plano corporal, pasando las tablillas o pergaminos a los herederos.

Poco a poco la humanidad fue mejorando su manera de guardar y entregar la información y en algún punto apareció el concepto de escolaridad, de tutor, maestro y discípulos en la escuela; dicen que fue en Grecia, quizás sea cierto, pero a la hora de la verdad, no es relevante a quien darle siempre el crédito, el punto es, que el sistema mejoró, la estrategia se hizo más pulida, el proceso alcanzó más eficiencia y efectividad, empezó a ganar relevancia y credibilidad, tanto, que hasta nuestros días, sigue existiendo, mejor dicho, desde la antigüedad, la escuela llegó para quedarse, pero ojo, hablo de la escuela, no de la educación y aquí es menester hacer una aclaración, escuela y educación no son lo mismo, están vinculadas, pero son conceptos a veces hasta antagónicos.

Pero, luego de siglos ejecutando estrategias para transmitir el conocimiento, durante las últimas décadas, al menos en Colombia, donde todo sucede tarde o llega tarde, empezó a crecer una cierta incomodidad en la escuela (detectada en principio, según yo, por los estudiantes), como bola de nieve continuó ganado relevancia esa sensación de que algo (mucho) no estaba bien en las aulas, y entonces, empezamos a hacer lo que “mejor” sabemos, mirar para afuera y copiar algo (el rastacuerismo o simulación de Rafael Gutiérrez Girardot?), para traerlo como panacea o bálsamo mágico buscando resolver un “problema” que  ni en esa época ni hoy, se comprende, el problema de la educación en Colombia.

Y es que acá, el feudo del sagrado corazón, se parece como al hermanito menor de un grupo de muchos más hermanos, vistiendo siempre con ropa prestada o regalada de sus hermanos mayores, con ropa que le queda grande. Sí, Colombia lleva mucho tiempo trayendo modelos del exterior, ideas prestadas, estrategias del llamado “primer mundo”, de sociedades que nos llevan cientos de años de ventaja en muchas cosas, pero aun sabiendo eso creemos, con esa mentalidad perezosa, que podemos obtener los mismos resultados que ellos, todo por no querer ponernos a investigar y crear algo a la medida de nuestra realidad y necesidades, que solo basta con decir, comuníquese y cúmplase, para que mágicamente, sin esfuerzo, la escuela colombiana y los procesos educativos funcionen como funcionaron en Finlandia o Inglaterra, o de donde sea que se haya copiado el modelito.

Pero antes de seguir, hagamos memoria juntos, una sencilla línea del tiempo. Recuerdo las anécdotas de mamá (hoy una mujer mayor de 60 años), ella me decía que para ir a estudiar le tocaba caminar mucho y que los profesores tenían toda la información de la clase en una especie de libro guía, que le tenían miedo a la mayoría de los profesores y profesoras, sobre todo si eran de matemáticas, porque al menor incidente implementaban castigos; como ponerlos de rodillas sobre granos de maíz duros. Cuenta además mi mamá, que hacían tareas en las noches con luz de vela o lámpara de petróleo, que usaban uniformes regalados y unos cuadernos muy modestos, que cuidaban con el alma cada uno de sus útiles escolares, porque si había para un lápiz, no había para el borrador. Era muy apreciado hacer la primaria, con grado quinto aprobado podías cambiar el rumbo de tu vida en aquel entonces, y que decir de llegar a ser bachiller o bachiller normalista, pues buenas oportunidades se les daban a esas personas y realmente muchos las aprovecharon, aunque otros muchos no; eran otros tiempos.

A mí me tocó más fácil que a mi mamá y toda esa generación, por ejemplo, ya la escuela no quedaba a horas de camino, no tenía que hacer tareas con luz de vela y hasta la misma arquitectura de la escuelita era más completa y mejor diseñada. Pero los profesores aún ejercían la profesión con mano dura, el castigo físico era pan diario, representado en pellizcos, coscorrones, palmadas, patadas, gritos, mechoneadas, palabras fuertes, no soeces (la mayoría de las veces), pero hirientes, saben a qué me refiero con hirientes ¿cierto?, de hecho, recuerdo en bachillerato, que los profesores fumaban dentro de la institución (el profesor de química se hacía en la puerta del laboratorio con un tinto y un cigarrillo, mientras nosotros dentro, hacíamos los talleres teórico-prácticos) y que se sentaban a tomar sus tragos en las tiendas que quedaban justo al lado del colegio, muchas veces con estudiantes (grandes, de grado undécimo que en esa época tenían bigote y pinta de señores) y alguno que otro padre de familia; y si, así fue la escuela y el colegio que me tocó en los ochenta y noventa y la que mucho antes le tocó a mi mamá. Supongo que usted que lee este texto, estará recordando más anécdotas y podríamos llenar páginas y páginas con todas ellas, pero sigamos con el tema.

La escuela y la educación, como dije atrás, son dos cosas, algunas veces muy relacionadas, otras veces antagónicas, sobre todo cuando se piensa en, cuál es el valor de educar, tal como se titula el texto de Fernando Savater.

Para mi mamá, por ejemplo, el valor de la educación que recibió, consistió en aprender a leer y escribir, además de las operaciones básicas de la matemática, como lo son: suma, resta, multiplicación y quizás la división; así mismo, algo de geometría y algunos detalles más, que le dieron las bases para volverse una gran modista, por otro lado, a mí la escuela y el colegio me dieron las bases para sacarme un buen ICFES y entrar a una universidad pública a estudiar una licenciatura y ser hoy un profe de ciencias naturales y educación ambiental, entre otras cosas.

Así pues, considero que, la educación es algo que trasciende a la mera transmisión de información y que la escuela es mucho más que un currículo desagregado impartido dentro de un espacio con condiciones controladas, a cargo de personal capacitado para ejecutarlo. Mi mamá, por ejemplo, no necesitó para sacar adelante su proyecto de vida, grandes logros académicos y menos que los profesores la criaran en la escuela como si fuera su hija y le enseñaran buenos modales y demás habilidades blandas, porque evidentemente las aprendió en casa; la disciplina la aprendió en su hogar, el orden, la pulcritud, el respeto, la honestidad, la lealtad y demás, las aprendió de su familia y no por accidente, sino en un ejercicio consciente de parte de sus padres, que sin saber leer y escribir, que era el caso de mi abuela, le enseñaron de forma intencionada, esos valores; la escuela solo tuvo que apoyar un poco esa enseñanza y concentrarse en la capacitación académica determinada por el ministerio y organizada en el currículo.

Hoy, la escuela se ha transformado muchísimo, es decir, ahora es una especie de apéndice de la familia, obligada, además de ser una guardería, a realizar la labor formativa en valores sobre los hijos de los demás, hacer de papás y mamás, y claro está, de docentes especializados en sus asignaturas, pero también de ser psicólogos, apoyo espiritual y más. Vaya situación más incómoda en la que estamos los profesores de primaria, básica y media hoy día, pero como si eso no bastara, al menor error, llueven las demandas. Pero pilas, la idea no es sonar quejumbroso ni algo similar, es exponer los hechos, que son tan evidentes, que, en el último examen de la convocatoria docente, las preguntas giraban en torno precisamente a estudios de caso, en los que había violencia intrafamiliar, bullying, abandono, pandillas, drogadicción, abuso sexual, xenofobia y si, algunos problemas académicos y convivenciales leves.

Pero de qué va todo esto, pues vuelvo sobre la pregunta, cuál es el valor de educar. Fernando Savater presenta varios pilares en su texto, de los cuales iré echando mano para ir navegando cada vez más profundo y lo que he venido planteando irá tomando sentido.

Existe en la actualidad una batalla entre la escuela, la educación y la familia, una batalla por el destino de los jovencitos y jovencitas. Es necesario entonces dejar como pilares las siguientes preguntas:

  • ¿Cuál es el valor de la educación?

  • ¿Cuál es la importancia de la escuela?

  • ¿Qué entendemos por educación?

  • ¿Qué entendemos y esperamos de la escuela?

Y cerraré esta primera entrega de la reflexión con la frase “Llega a ser el que eres”.

Por Mario Rojas.

ACERCA DE LA IDEOLOGÍA             

Texto de la conferencia dictada el 26 de febrero de 1974 en EAFIT

ESTANISLAO ZULETA.

TEMARIO:

 

1.            Ideología y Ciencia.

2.            Aspectos conscientes e inconscientes de la Ideología.

3.            La Ideología como mecanismo de dominación.

 

1. Ideología y Ciencia.

 

El de la ideología es un tema recientemente muy debatido. Para poder tener una primera idea de en qué consiste el problema, es necesario comenzar por hacer una diferenciación, o mejor una oposición, entre la Ideología y la Ciencia. Para dar una definición de la ideología, el mejor camino es una diferenciación con la Ciencia. Uno puede hacer una definición aproximativa, pero queda muy vaga mientras no pase a una distinción con criterios claros de la Ideología y la Ciencia. Este es un problema muy viejo en la historia del pensamiento humano. Se presentó ya en el momento en que se conoció la ciencia como tal y adquirió un cierto grado de autonomía, es decir, en la Grecia Antigua.

 

Pero volviendo ya a plantear una buena parte de los criterios que permiten diferenciar la Ideología y la Ciencia, voy a remitirme a ellos para que comencemos a hacer esa distinción. El primer gran pensador de la antigüedad que hace una diferencia, aunque no emplea esa palabra, es Platón, pensador en el que se reúnen dos condiciones: Por una parte es un ideólogo -idealista-, y por otra parte es un epistemólogo de la Ciencia Griega, es decir, su obra es en gran parte una larga reflexión sobre las conquistas de la Ciencia Griega (realmente son la Geometría y las Matemáticas) y un desarrollo que lo conduce a la fundación de la lógica. Es decir, nosotros encontramos la lógica escrita y desarrollada en Aristóteles, pero ya está fundada con todas sus premisas importantes en Platón. Encontramos ya en la obra de Platón una caracterización de la diferencia de Ideología y Ciencia, a la que me voy a remitir para comentarla.

 

Las dos obras más importantes de Platón que se pueden estudiar para profundizar en este aspecto y de las cuales voy a sacar la mayor parte de las referencias son “El Teeteto” o “De la Ciencia” y “El Sofista” o “Del Ser”. Naturalmente que en muchas otras obras también se encuentran referencias muy importantes, especialmente en “El Filebo”; y también una obra muy notable para llegar a una buena diferenciación es “Georgias”, de Platón. Me remito, pues, a Platón, por que es un pesador en el cual el drama o la oposición ideología y ciencia se presenta por primera vez en términos nítidos. Partiendo del criterio que vamos a tener en cuenta y que expone Platón en Georgias, es el siguiente: El no habla de ideología, habla de opinión, y la opone (la opinión) a la ciencia o al saber efectivo.

 

                                                

1 Trascripción del material mecanografiado (Publicación del Comité de Relaciones Universitarias) realizada por la estudiante de Trabajo Social Esperanza Rojas Marín, revisada y corregida por Rafael Antonio Fonseca Corredor. Junio de 2008.

En Georgias, el primer criterio que establece Platón, supremamente interesante, es el siguiente: Cuando se trata del saber efectivo, cuando se trata de la Ciencia, no hay ninguna autoridad que pueda servir de respaldo. Este es un primer criterio, y es un criterio esencial; Sócrates discutiendo con Georgias le indica que ningún argumento de autoridad puede ser recibido en una discusión científica; es decir, siempre insiste allí Sócrates: “Si tu, Georgias trajeras aquí los siete sabios de Grecia, Pericles y todos los griegos juntos y ellos juraran todos que tú tienes razón, eso no demostraría nada. Sería una opinión de ellos y tuya.” La única autoridad que la ciencia admite es la demostración; una proposición científica es válida sólo con este respaldo: El respaldo de una demostración; y por lo tanto sobra cualquier referencia autoritaria.

 

Las referencias autoritarias son múltiples; por ejemplo, uno puede considerar como una referencia autoritaria la tradición: “Tradicionalmente se ha pensado esto”, o “Hace tantos miles de años se ha pesado esto”. Sócrates, por ejemplo, también dice: “Tienen de su parte una gran autoridad antigua, Homero, y eso no demuestra nada”.

 

La autoridad puede ser una autoridad establecida; la autoridad puede ser la presión de la opinión general; todas esas autoridades pueden incluso aparecer combinadas pero con relación a la ciencia no tienen validez ninguna. Si nos remitimos, para dar un salto muy largo de 2000 años, al fenómeno, por ejemplo, de Galileo, se puede encontrar un pensador científico que está tratando de establecer la ciencia física y hacer avanzar la ciencia astronómica contra la autoridad; ahí la democracia no tiene ninguna posibilidad de respaldar nada; por ejemplo, Galileo estaría en minoría. Realmente a nadie se le ocurre en términos científicos proponer la teoría de que la mayoría tiene la razón; en ese sentido la ciencia no es democrática; si se hubieran hecho algunas elecciones en la época de Galileo sobre las proposiciones de él o las de la Iglesia, seguramente él habría salido muy mal parado en esas elecciones; además, la opinión general de la humanidad estaba contra él y la tradición de milenios; sólo tenía de su parte un elemento: La demostración que en ciencia basta.

 

En cambio, ya tenemos un carácter típico de la ideología: se funda siempre en las tradiciones, en los modos de vida, en las autoridades de cualquier tipo y no se funda en la demostración. Cuando uno hace una proposición científica no tiene que remitirse (aunque algunos cometen muchas veces ese error) a una autoridad, así sea un gran pensador o un gran descubridor; a nadie se le ocurre sostener una teoría cualquiera en física o en cualquier  ciencia remitiéndola a su autor; es decir, que “los tres ángulos del triángulo suman dos rectos por que así lo dijo Euclides”. Nadie necesita decir eso, por que todo el mundo lo puede demostrar rápidamente por sí mismo. La ciencia escapó a la propiedad de un autor y se convierte en una propiedad general precisamente  en la medida en que se funda en una demostración y ya es completamente secundario que nosotros sepamos quién dijo o no sepamos quién dijo una determinada formulación científica. Vemos un criterio de distinción. 

 

Pero Platón es mucho más agudo y da un nuevo criterio todavía más interesante en El Sofista; aquí Platón toma las cosas como si  dijéramos al revés: En lugar de establecer primero lo que llamaríamos hoy una teoría del conocimiento, él nos hace, en una forma muy interesante, una teoría de la ignorancia. Se pregunta en El Sofista (lo mismo también en El Filebo), en qué consiste la ignorancia. Y llega a una conclusión en la que tenemos que demorarnos un momento porque es fundamental para establecer una teoría de la Ideología. La conclusión de Platón es esta: La ignorancia no es un estado de carencia como se lo imagina el sentido común; si la ignorancia fuera un estado de carencia, dice Platón,  nada habría más fácil que la enseñanza: Sería como dar de comer a un hambriento. Introducir algo allí donde hay alguna carencia es algo supremamente sencillo, pero desgraciadamente, la ignorancia no es un estado de carencia, sino (y esa es la fórmula de Platón) un estado de llenura. Es un conjunto inmenso de opiniones en las que tenemos una confianza loca; no es una falta. Esta, por el contrario, es propia de la ciencia; el saber que no sabe, no es en absoluto propio de la Ideología.

 

La Ideología, por su naturaleza, tiene horror al vacío, para todo tiene respuesta. Y mientras nosotros más nos alejemos en el camino de la humanidad hacia atrás, por ejemplo hacia sociedades que llamamos primitivas, nos encontraremos con unas ideologías más globales. Así, una sociedad con una mentalidad mágica es una sociedad en la que a uno le explican todo: Si llueve o si hace sequía; si hay temblores de tierra o si no los hay;  si hay alguien enfermo es por que algún espíritu se ha posesionado de su cuerpo; si se alivia, es porque el chaman de su tribu  es más poderoso que el espíritu que se ha posesionado de su cuerpo; si se muere, es por que era más poderoso el espíritu. Todo está explicado. Lo que no sabe en absoluto un personaje  que esté sumergido en la ideología es precisamente que hay muchas cosas que ignora. La formula que es tan frecuente oír en las clases de Filosofía de Sócrates, aquella de que “sólo sé que nada sé”, no es ni mucho menos un rasgo de falsa humildad; era una muy interesante observación: El primer saber efectivo es un saber negativo, es el saber de que la opinión que teníamos no era nada más que una opinión y no constituye un conocimiento.

 

Los griegos, como se puede ver, ya fueron muy lejos en este campo. Por ejemplo, Platón muestra en El Sofista, que dado que la opinión es un estado de llenura, la educación es en gran parte crítica y refutación y no simple información de algo de que se carece. Siempre, sépase o no se sepa (aunque Platón no lo formula así), se tienen teorías sobre todo; y mientras más bajo es el desarrollo cultural, más grande es lo que Platón llamaba la ignorancia; es más fuerte la definición de Platón: Estado de llenura, creer que se sabe lo que no se sabe (también lo formula así). Uno puede hacer la experiencia en cualquier momento  y es una experiencia cotidiana: A un médico se le presenta un síntoma  y muy fácilmente remite a exámenes y dice que no sabe; además, también hay muchas cosas que sabe que no sabe (por ejemplo cuál es el origen del cáncer); pero si se le presenta un síntoma a una de las señoras que venden hierbas en las plazas de mercado, le diagnostican y le recetan inmediatamente: Un viento encajado y agua de boldo o cualquier otra cosa; lo que si no se acepta es que no sabe. Ese es un rasgo esencial de la Ideología. Es el carácter totalitario de la ideología en el sentido de que cree poder dar cuenta de todo, a su manera, ante un público ingenuo. 

 

Si nosotros situáramos el uno al lado del otro, a un científico, por ejemplo a un perito en ciencias sociales y a un religioso de esos de corte antiguo y comenzaran a hacerse preguntas, es muy probable que para el público ingenuo el científico quede muy mal parado ante un mismo interrogatorio. Por ejemplo, dirían: ¿Cuál es el origen de la vida? y el científico tendría que decir que no se sabe; ¿Y del origen del hombre? y el científico tendría que salir con que no se sabe; y ¿Cuál es el origen del lenguaje? y el científico tendría que decir que hay varias hipótesis, pero que no hay todavía una teoría científica sobre ese punto. El religioso no tendría problema; diría: “Dios le dictó  a Adán las palabras en el paraíso y luego en la torre de Babel  lo dividió en varios idiomas”; el asunto es claro y está completo. Esa es una diferencia, y es que la ciencia avanza poco a poco en un mundo de incógnitas. Y para aprender a aceptar la ciencia es necesario aprender a vivir en un mundo de preguntas abiertas, de preguntas que todavía no están contestadas. En cambio, la ideología responde a todo. En ese sentido es mucho más cómoda y completa, en ese sentido es mucho más tranquilizadora. Una ideología cualquiera que le permite a uno consolarse con una respuesta aunque no está demostrada y aunque sea muy misteriosa y muy vaga, a cualquier planteamiento que uno se haga, es mucho más tranquilizadora que una ciencia en la que gran parte de las preguntas carecen aún de respuestas; se hallan en estado de hipótesis, en estado de investigación.

 

Tenemos, pues, un segundo aspecto muy importante de la diferencia entre la ideología y la ciencia que también nos ayuda a definir lateralmente la ideología y que procede de una reflexión muy antigua; es esta: la ideología se caracteriza por que tiene horror al vacío, por que es un estado de opinión generalizada que tiende a dar cuenta de todo. Muchas veces nosotros no lo tenemos claro, sino que tenemos una serie de prejuicios sobre un punto determinado. Por ejemplo, se nos pregunta por la diferencia entre Latinoamérica, y no hemos hecho una investigación de tipo científico, pero tenemos una serie de prejuicios, bien sea raciales, bien sea de determinismo geográfico o todos ellos combinados, o las características psicológicas del pueblo español, o del pueblo inglés, o cualquier otra cosa por el estilo, aunque no la hayamos pensado detenidamente, realmente sólo cuando entramos en una ciencia, nos damos cuenta de que lo que teníamos muy claro no es nada claro. Todo el mundo sabe aquello que no ha estudiado; ese es un problema desgraciadamente típico; si uno no ha estudiado nunca el psicoanálisis, sabe muy bien qué son los celos y puede dar ejemplos y hablar continuamente de ellos. Si uno comienza a estudiar algunos mecanismos psíquicos de los celos y la paranoia de Freud se da cuenta de que no sabía qué cosa eran los celos. Y así como ocurre con esto, ocurre con muchos otros campos del saber. Todo el mundo, sin necesidad de haber leído El Capital de Marx, sabe qué cosa son las mercancías; las vitrinas de los almacenes están llenas de mercancías, todo el mundo puede dar ejemplos. Pero la sorpresa de los primeros capítulos de El Capital de Marx es que uno no sabía qué era la mercancía. De la misma manera que todo el mundo sabe qué cosa sea el dinero o por lo menos sabe que es mejor tenerlo que no tenerlo y no tiene ninguna duda de para qué sirve. Sin embargo, si uno estudia el tercer capítulo de El Capital, se da cuenta de que el dinero es un conjunto de funciones, que son cinco y que son muy complejas; descubre una cosa muy curiosa para uno: que uno no sabía qué era el dinero.

 

La ciencia es un paso hacia el no saber a partir de una apariencia de saber. El ingreso en la ciencia –y eso ya lo había visto Platón– es un paso hacia el no saber, pero hacia un no saber riguroso: Que sabe que no sabe y ya sabe qué busca, a partir de una apariencia de saber, de una opinión, decía Platón. Platón fue más lejos; especialmente se puede leer en ese sentido El Teeteto. Platón (ya habíamos visto algunos ejemplos como la mercancía y los celos tomados de formulaciones modernas) también se había dado cuenta de este aspecto; es decir, que uno de los mecanismos del error (de la opinión diría él) por medio de los cuales nos imaginamos saber lo que no sabemos, es una confusión muy típica: La creencia de que porque se conoce el sentido de una palabra, es decir, que porque no hay que buscarla en el diccionario, entonces ya se conoce el concepto que representa; esa es una confusión muy típica; Platón nos la muestra en El Teeteto, en una conversación inolvidable; Sócrates pregunta al Teeteto ¿Qué es la ciencia? y éste comienza a darle ejemplos (la Geometría, la Medicina, etc.); entonces Sócrates lo para en ese punto y le dice que no le está contestando lo que él le está preguntando, y le da este ejemplo: “Si yo te pregunto, Teeteto, qué es el barro y tú me dices que con él se hacen estatuas y se hacen ollas y se hacen ladrillos y se hacen tejas, tú no me estás contestando lo que yo te estoy preguntando. Tu tendrías que decirme que el barro es cierta clase de tierra mojada con agua y después me podrías decir qué se hace con ella” y lo va acorralando con su sistema de ironías hasta mostrarle que el verdadero problema es que él no sabe qué es la ciencia.

 

Es preciso distinguir dos actividades ante el saber: La ciencia es siempre un conocimiento demostrable (porque si no es demostrable no es un conocimiento; es una opinión), parcial, indefinido; en lugar de ratificar con una totalidad, la ciencia cada vez que haga un descubrimiento, hace un descubrimiento de nuevas perspectivas en lo desconocido. Es cierto, por ejemplo, que fue muy importante llegar a establecer, a conocer el movimiento de los planetas alrededor del sol y de los satélites alrededor de los planetas. Pero ello, al mismo tiempo que es la respuesta a una serie de incógnitas, es la apertura de una nueva e inmensa serie de incógnitas. La ciencia no tiene un punto final, un tranquilizador final. No busca un estado de descanso, de reposo absoluto de la mente en una respuesta global y final; al contrario, multiplica las inquietudes y las preguntas cada vez que crea un nuevo descubrimiento y un nuevo conocimiento. Si se conoce el átomo, se resuelven una serie de problemas muy importantes en Química y en Física pero se crean una cantidad inmensa de problemas que hasta entonces no existían. Y así con todo tipo de conocimientos. El conocimiento requiere por lo tanto una actitud distinta a la actitud que requiere y que tiende a imponer la ideología: La actitud de la búsqueda y del gusto en la búsqueda misma; del saber que no se sabe y gusto en la empresa de buscar, más bien que la actitud de descanso en la apariencia de un saber probado. 

 

Una imagen de la felicidad distinta, decía Nietzsche en el prefacio de La Gaya Ciencia; no la felicidad concebida como reposo, como droga, como sueño, cielo o como muerte; es decir, como un estado definitivo y acabado; sino la felicidad concebida como lucha , como conquista, como búsqueda y como trabajo. Es también una tónica diferente.

 

Se podría caracterizar la ideología con relación al saber y al no saber diciendo que la ideología excluye la auto-critica. Una ciencia es un movimiento esencialmente crítico. Si me remito a un punto de partida tan lejano en lugar de partir de alguna de las nociones actuales sobre ciencias, es porque Platón subrayó muy bien que el movimiento inicial fundamental de toda ciencia es un movimiento crítico, como expone un teórico moderno de la ciencia, Bachelard, al decir que el proceso de la ciencia no es un proceso de acumulación pasiva y progresiva de informaciones nuevas, sino un procedimiento de ruptura crítica con un saber anterior. Toda ciencia se establece en una lucha con una ideología que la antecede siempre. La ciencia no comienza nunca por un tete a tete de la conciencia vacía con la cosa desnuda; el conocimiento puro y desprejuiciado con el mundo sin interpretación alguna. La ciencia siempre comienza por la crítica de una interpretación previa. Por lo tanto su primer movimiento es crítico.

 

Por eso me remití a un pensamiento tan viejo; pero se puede encontrar en una teoría más moderna, por ejemplo en la Formación del Espíritu Científico de Bachelard. 

 

2. Aspectos conscientes e inconscientes de la Ideología.

 

Ahora bien, la fuerza de la ideología es muy grande; mucho más grande de lo que parece; porque la ideología no es simplemente un error subjetivo.

 

Y ahí es donde tenemos que detenernos durante otro momento: Si la ideología fuera un simple desenfoque personal o subjetivo, una demostración sería suficiente para disolverla; y en realidad cuando una ciencia se establece contra una ideología o interpretación (por  ejemplo la Química, la Astronomía contra la astrología, etc.), que la precede siempre, así sea mágica, parte de una demostración, pero no fácilmente hace desaparecer la ideología porque la ideología tiene fundamentos muy profundos; no es un simple error subjetivo. Es, lo que podríamos llamar un error encarnado. Los filósofos materialistas y racionalistas franceses del siglo XVIII se imaginaban por ejemplo que la religión era o una equivocación o una tramoya, una maniobra de los curas y los señores feudales para engañar al pueblo; una de las dos cosas o ambas.  Por ejemplo muchos de los enciclopedistas y racionalitas de la Revolución Francesa, consideraban así la religión. Entonces se imaginaban que era muy fácil refutar eso disipando las tinieblas de la ignorancia, como se decía en esa época. Pero lo que no habían comprendido es que no se trataba ni de una simple mentira o una maniobra voluntaria ni de la simple tiniebla de la ignorancia, si no de un conjunto muy complejo que estaba profundamente arraigado en la  vida y que no bastaba con refutar;  eso fue lo que nunca descubrieron, como entre nosotros el siglo pasado, los famosos liberales radicales, ateos, “comecuras”, que tenían las mismas ideas de los filósofos del siglo XVIII sobre la religión. A nadie se le puede ocurrir que un fenómeno tan complejo en la historia (por ejemplo el Cristianismo, un fenómeno que hace dos mil años de carrera en la Historia universal) sea cualquier cosa que se le ocurrió a alguien soltar en un café y que por casualidad prendió. Tampoco, ni mucho menos, creer que sea una simple maniobra patronal antisindical o algo por el estilo.

 

El verdadero problema de la ideología es que no basta refutarla; es necesario trabajar otros dos campos, ese es un aporte de Marx y Freud. Es necesario, primero, interpretarla y en segundo lugar transformar la realidad que la hace necesaria. Marx hizo este comentario que es muy corto pero de un contenido y un alcance muy amplio. Refiriéndose al libro de Feuerbach “La Esencia del Cristianismo”, libro que es una oposición, digamos así, de tipo naturalista al cristianismo, Marx dice lo siguiente: “Bueno; el señor Feuerbach piensa que la Sagrada Familia no es más que una idealización y exportación en el cielo de la familia humana; de la familia corriente, de la familia profana; pero lo que no piensa el señor Feuerbach es por qué la familia humana, corriente, requiere una idealización, qué hay en ella que la conduzca a producir una idealización, ese es otro problema.” Cuando Marx dice por ejemplo aquella fórmula tan famosa y a veces tan mal comprendida de que no es suficiente interpretar el mundo y que es necesario transformarlo, él no quiere decir solamente que no es suficiente hacer filosofía en las cátedras sino hacer activismo en las calles o cosas por el estilo; él lo que quiere decir es una cosa mucho más profunda: Que el error está encarnado en formas de vida y no es solamente una opinión desviada. 

 

Por ejemplo en El Capital la dedica mucho tiempo del primer capítulo y ya en el cuarto tomo vuelve sobre el problema a discutir el tema del Fetichismo de la mercancía. Para dar el ejemplo en forma clara voy a hacer una definición rápida del tema; El Fetichismo es un fenómeno muy corriente que consiste en lo siguiente: En adjudicar a algún elemento de un conjunto, en su naturaleza de elemento, en su naturalidad, en su naturaleza anclada, las propiedades que adquiere de las relaciones que tiene en ese conjunto. Por ejemplo, el Fetichismo de la mercancía cosiste en adjudicar a la mercancía, es decir, a la cosa en su materialidad inmediata, en su valor de uso, una propiedad que depende de la Organización Social dentro de la cual sirve: El hecho de tener valor; y confundir así el valor (un efecto social) con una propiedad natural. Marx llamaba Fetichismo a eso: A la adjudicación a una cosa de las propiedades que adquiere a raíz de sus relaciones en un conjunto, para decirlo en términos más o menos simplistas.

 

En realidad Marx muestra una cosa también: Que el Fetichismo es un fenómeno esencial al mundo capitalista y no un error particular, que no se resuelve por medio de una refutación y ni siquiera por medio de una interpretación, porque contiene un elemento que lo hace indisoluble y es que es necesario al funcionamiento de las relaciones mercantiles en las que se basa el mundo capitalista. Por tanto, su disolución no puede ser simplemente la crítica teórica del Fetichismo; su disolución sólo puede proceder en la superación de una producción para el mercado y el paso a una producción que se base en el cálculo de los efectos sociales útiles de lo producido y no del aumento de valor en la producción. Mientras la sociedad toda viva produciendo para generar más valor y no para generar efectos sociales útiles determinados, entonces el Fetichismo es un elemento de ese tipo de vida y no es un simple error de un señor. 

 

El otro problema es este: La ideología, como el mismo Marx decía pero no lo precisó (en general es un pensamiento muy incompleto de Marx; es, mejor dicho, un comienzo de elaboración de una teoría de la sociedad) es en gran parte inconsciente y para poder ser ideología, es necesariamente inconsciente de sus fundamentos; está fundada en algo que ella misma no sabe. Dejemos por un momento el término del inconciente en el sentido que le da Marx, es decir, de no conocer sus propios fundamentos, y veamos un aspecto que es muy importante para no caer en una teoría puramente empirista de la ciencia. (Ahora volveremos sobre el problema del inconsciente). Es este aspecto: Como la ideología está encarnada, como hace parte de un modo de vida y no simplemente de una opinión o de una desviación mental; o de una mala colocación de algo dentro de la cabeza, sino de un modo de vida, su refutación no es nunca suficiente; es necesario un proceso más complejo, que es la interpretación y otro proceso, todavía más complejo, la transformación del modo de vida en que está encarnada. Eso significa (pongamos primero en claro este punto) que de la ideología no se puede salir por una simple experiencia, en el sentido no de experimentación científica porque ésta ya es un conjunto de preguntas elaboradas en forma de experimento, sino de experiencia directa. 

 

En realidad ninguna experiencia saca a ninguna sociedad de la magia. No hay que creer que si las sociedades primitivas en determinado momento superaron la etapa del pensamiento mágico, ello se debió a que había un conjunto inmenso de experiencias (por ejemplo sobre la ineficacia de ciertos procedimientos mágicos; que el echo de que se bailara y se regara agua no hacía llover; que el echo de que se soplara con humo y se hiciera una danza no curaba a la gente, etc.), en realidad esos hechos no demuestran a nadie, que esté en una ideología mágica, que la magia no es cierta. La ineficacia, relativa (porque muchas de las enfermedades eran de las que hoy llamaríamos de tipo psicógeno y sí eran curadas por procedimientos mágicos) por ejemplo ante la naturaleza: Que le caigan rayos al enemigo y que no caigan para acá y otra clase de ruegos por ese estilo, han sido ineficaces pero no por eso se abandonó la magia. La magia se abandonó porque la sociedad cambió; porque la sociedad dejó de ser una sociedad comunitaria primitiva, orgánica, y comenzó a ser una sociedad jerárquica, fundada en dominadores y dominados y entonces se pasó de la magia a la religión. 

 

Pero a la religión tampoco la refuta ninguna ineficacia, ninguna experiencia particular; es decir, si uno no toma una posición interpretativa y crítica, no hay ninguna experiencia que refute a una creencia religiosa; todo el mundo sabe que tanto entre la magia como entre la religión la ideología tiene una característica que es otro elemento importante para tenerlo en cuenta en una definición global: Refractaria a la experiencia por completo. Hay una tribu en África que tiene la costumbre de consagrar sus flechas en una ceremonia mágica para hacerlas más mortales; pero no por eso deja de echarles además veneno de serpientes. Cuando salen de cacería estos señores tienen esta combinación (así la técnica y la magia se combinan a veces en forma muy curiosa); si el animal al cual hieren con la flecha muere, significa que la ceremonia de consagración fue eficaz; si el animal sobrevive y sale corriendo, eso significa que la culebra no era venenosa. Y ellos tienen la cosa muy clara. Y no hay que ir hasta esas remotas edades para encontrar esas combinaciones: Es muy corriente también que una señora que tiene un niño enfermo le ponga una vela a la virgen del Carmen para que el niño se alivie; pero no por eso deja de aplicarle por ejemplo penicilina y de llamar al médico; si el niño se alivia es probable que ella crea que la virgen del Carmen le salvó al muchachito y si se le muere, a lo mejor piensa que el médico se lo mató. 

 

De manera que no hay que ir hasta el fondo del Congo; ni mucho menos. Esas combinaciones de técnica y pensamiento mágico son muy frecuentes, son frecuentísimas y no hay que buscarlas muy lejos. Ahora bien; yo lo traigo a cuento para mostrar que la ideología es refractaria a la experiencia. Tomemos por ejemplo una romería; si se hace un ruego por un milagro y el asunto resulta bien, magnífico; si el asunto resulta mal, por ejemplo la persona se muere (la encomendada) eso no pone para nada en cuestión la fe. La  fe está por encima de toda relación crítica con la experiencia: es por lo tanto refractaria a la experiencia. Y al racionamiento también es refractaria en la medida en que se hunde en figuras que podríamos denominar estructuras psíquicas especiales. 

 

Uno puede poner un ejemplo que no es nada traído de los cabellos para ilustrar el asunto; supongamos una fobia, que es uno de los fenómenos más corrientes y que ni siquiera se puede considerar un fenómeno patológico grave, ni mucho menos; una fobia de las que se presentan en la histeria de angustia, incluso esos cuadros que son casi anormales. Se puede observar allí que hay un tipo de reacción que ninguna forma de argumentación disuelve. La señora X, por ejemplo, le tiene pavor a los ratones; la señora se encuentra en la sala de su casa con un ratón, sale gritando y se sube a la mesa, muerta de miedo; el ratón por su parte también se muere de miedo y va y se esconde en un agujero. Naturalmente, si uno le explica a la señora razonablemente que el ratón no es peligroso para ella y que entre los dos más bien el ratón tiene la razón porque ella es mucho más peligrosa para él, eso no la va a convencer nunca, porque la reacción que ella tiene no la tiene en un nivel consciente; es necesario pasar por un largo proceso; es la interpretación de qué significa el ratón en su inconciente y qué estructura implica en ese inconsciente esa significación. Si se logra la interpretación y la transformación de un conjunto de reacciones vitales, ya puede ser eficaz la explicación; de lo contrario no. La ideología no sería tan fuerte si no tuviera raigambre inconsciente; si fuera un simple conjunto de errores teóricos en un nivel puramente teórico aislado de lo vivido, de lo inconsciente y de la organización social. La ideología es un fenómeno tan poderoso, porque tiene un arraigo en la vida humana muy profundo y no es simplemente un error teórico; un error que podría llamarse desenfoque subjetivo o mala información o una especie de carencia como decía Platón, la falta de un conocimiento. No; es el afecto de una forma de vida y eso es lo que hace que la ideología sea tan poderosa.

 

3.La Ideología como mecanismo de dominación.

 

Ahora bien, la ideología también es una forma necesaria en toda dominación; es decir, en toda sociedad que se funde en una dominación –en una dominación de clase–; y seguramente en las dominaciones de casta primitivas ya también la ideología comenzó a ser una forma necesaria de dominación. Ahora, cada sociedad tiene que producir la propia. Nosotros por ejemplo tenemos un fenómeno muy curioso al que voy a referirme para terminar y es las enormes dificultades que plantea la necesidad de una ideología política que requiere el Capitalismo y que produjo hace muchos siglos, es decir, en el siglo XVII; la enorme dificultad que representa la ideología capitalista, los requerimientos ideológicos del Capitalismo, para el desarrollo de conocimientos científicos sobre la sociedad. La ideología capitalista hereda del pensamiento religioso un principio: (Esa ideología que formula en gran parte como una ideología jurídica) En la época medieval, el concepto de Libertad, que podríamos denominar de libre albedrío. En la época del cristianismo medieval, en la época en que el cristianismo era la ideología “común” a la sociedad, ese principio era un principio sobre el que se fundaba todo el aparato teológico; como sabemos, la teoría del pecado, la teoría del castigo, la teoría del premio, todo lo demás, estaba fundado sobre un principio que es el del libre albedrío. 

 

El derecho recoge esa idea, que por lo demás no es ningún invento cristiano (ya está en los estoicos por ejemplo, desde antes y en algunos pensadores griegos muy anteriores). Ese principio de libre albedrío es un principio que dificulta mucho la formulación de una ciencia de la conducta. Freud, por eso cuando escribe uno de sus primeros libros: Psicopatología de la vida cotidiana (para una discusión en detalle de ese principio, remítase al último capítulo), se encuentra, como muchos otros pensadores lo habían echo antes, ante ese problema: Si nosotros tenemos una potencia no determinada, la libre voluntad, a la que no se le pueden adjudicar causas, la conducta humana no puede ser explicada; porque de todas maneras explicar es remitir un conjunto de fenómenos a las leyes que los determinan y a sus causas. Entonces simplemente tenemos que la conducta humana podrá ser aceptada, valorada, moralmente condenada, o elogiada, pero no podrá ser explicada; no tenemos por lo tanto el principio que nos permita la posibilidad siquiera de elaborar una Psicología. Y si hablamos de la conducta humana en términos colectivos, tampoco una Sociología, como ciencia; como ciencia; como ciencia determinada de un objeto y estudio de los fenómenos que tienen lugar en ese objeto desde un punto de vista explicativo. Podrá haber descripciones de la conducta humana (como dicen algunos ideólogos modernos idealistas) comprensivas que por medio de la simpatía, la empatía, la comprensión o cualquier otro rasgo fenomenológico se aproxima a entender lo que otro hace por una forma de identificación, pero no una ciencia en el sentido de tomar la conducta como objeto de una explicación. 

 

Ahora bien, esa libertad que había sido criticada desde muy antiguo en forma puramente teórica por los filósofos (el más grande de ellos y el más claro en ese punto es Spinoza y luego Nietzsche), esa idea de libertad, es por así decirlo, esencial para el funcionamiento objetivo del mundo capitalista. El mundo capitalista es un mundo que se funda en una economía de cambio. El postulado del cambio es que el cambio es libre; es decir, voluntario. El mundo capitalista se funda en la forma contractual. El postulado del contrato es que el contrato es de libre voluntad. Ahora; todo el mundo sabe que en una economía donde hay división social del trabajo en ramas (fuera de que hay una división social  de trabajo en clases –trabajo que manda y trabajo que obedece– trabajo que piensa y trabajo que ejecuta, etc.) es decir, trabajo que hace unas cosas y trabajo que hace otras cosas, el cambio es obligatorio. Un señor que hace zapatos y que no come zapatos ni vive dentro de un zapato cambia necesariamente; sin embargo, también es necesario que él se imagine que el cambio es libre; que él cambia porque le da la gana; que el cambio no es como lo que le ocurre a un ciervo, que le toca entregar al señor feudal una determinada renta o un determinado diezmo a cambio de un muy dudoso premio post mortem, pero de todas maneras (él se siente) obligado; en el mundo capitalista es necesario que se sienta libre.

 

Desde un punto de vista teórico ya Kant había mostrado antes que la libertad, es decir, un conjunto de actos, hechos, sin causas, no es pensable. Spinoza dio una definición extraordinariamente brillante y que traigo a cuento porque es muy corta; dice: “Libertad  es el nombre que damos a la ignorancia que tenemos de la causa de nuestros actos”. Como no sabemos por qué actuamos, entonces pretendemos que actuamos libremente, por supuesto, esta es una concepción tan remota, como les digo, que se puede encontrar en el siglo XVII. Para que no nos confundamos, estoy hablando de la concepción CristianoCapitalista porque el capitalismo reinterpretó el cristianismo a su modo para recoger de él esa idea. Por supuesto hay otras concepciones de la libertad que no son metafísicas y desde la más remota antigüedad no postulan un libre albedrío. Platón, en el Banquete dice que el amor y el pensamiento son libres. El lo que quiere decir con eso es que no pueden ser obligados en forma de una coacción, es decir, que a nadie se le puede obligar a pensar u obligar a amar; si una persona ama, este hecho es el resultado de toda su vida y no de una coacción actual;  de su infancia o según Platón (porque Platón trae una teoría fantástica sobre eso) de sus reminiscencias de otra vida y de muchas otras cosas. Platón no quiere decir con eso que no tiene causas, sino que no tiene coacción, lo que es distinto; el pensamiento por supuesto tiene causas: Causas eficientes, formales, materiales, como decía Aristóteles; pero lo que no tiene es posibilidad de una coacción; no puede ser obligatorio; lo mismo que el amor; que es lo que sostenía ya Platón. 

 

Pero la libertad en ese sentido es otra cosa que la libertad metafísica a la que yo me estoy refiriendo. La libertad metafísica que el cristianismo sostiene es una manera de crear una base teórica al concepto de culpa, de premio o de castigo. Por eso Nietzsche en términos poco amables para el cristianismo –como en general acostumbra a hablar– llamó a la teoría de la libertad una metafísica de verdugos; primero declaran el sujeto libre y autor exclusivo de lo que él es; lo que lógicamente es aberrante: El ser que es su propia causa; y después de que lo declaran libre, lo declaran culpable de todo lo que él ha sido víctima y entonces pasa a ser castigado. Aquí tenemos nosotros una construcción de la libertad que el sistema capitalista toma a veces en forma muy directa, de la concepción cristiana. Por ejemplo, si uno estudia, digamos en el pensamiento jurídico, que algunos autores hacen una distinción entre el dolo y la culpa; que consideran el dolo como algo intencionado, hecho a propósito para quebrantar una norma, etc.; y la culpa como algo que podía haber sido previsto pero que no es necesariamente intencional; uno se acuerda de Astete, ahí mismo: El pecado venial y el mortal; con pleno consentimiento; es decir, que es tomado por el derecho en forma directa; y el derecho lo necesita porque necesita un sistema represivo. Para poder formular un sistema represivo hay que formular una autonomía del sujeto. Si nosotros pensamos que el sistema para suprimir el robo es suprimir todas las causas del robo (por ejemplo la propiedad privada y su correspondiente expropiación) entonces no tenemos ningún principio justificativo de la represión solamente policiva del hecho.

 

Si nosotros consideramos que la conducta humana es el efecto de las condiciones sociales, de las condiciones personales, familiares, de todo el conjunto de vida que la determina, entonces nosotros no tenemos un principio justificativo de la represión. Por lo tanto es necesario crear una teoría de la libertad. Pero una teoría de la libertad limitada. En ese sentido ya no sigue el capitalismo tan de cerca al cristianismo sino que empobrece terriblemente la concepción de la libertad. Ahora; en el pensamiento capitalista, la libertad es una función puramente negativa; es decir, se postula que el hombre es libre para realizar todo aquello que no le impida la ley; o en otras palabras, la policía. Porque si no fuera por la policía, la ley no sostendría los latifundios; ni mucho menos; en absoluto; el hecho de tener en la notaría un papelito escrito tampoco garantizaría el latifundio ni nada de eso; se necesita para que lo garantice la policía. 

 

El hombre se considera libre e igual en la Constitución. La constitución, decía Marx, es lo que la sociedad dice de sí misma. Pero a las sociedades, como a los individuos, no se les puede juzgar por lo que dicen de si mismas sino por lo que hacen. Un individuo puede decir de sí mismo que él es un genio incomprendido al que todo el mundo toma por un bobo; pero sin embargo no hace más que bobadas. A las sociedades les pasa cosas muy por el estilo: Proclaman de sí mismas en sus cartas constitucionales una gran cantidad de cosas; una de ellas es la libertad. La libertad es concebida como una relación con la policía; el hombre es libre de todo aquello que no le impida la policía. Por ejemplo la enseñanza es libre; todo el mundo puede entrar a estudiar en cualquier rama de la educación; la ley no se lo prohíbe a nadie; se lo prohíben otras cosas; se lo prohíbe la vida, se lo prohíbe la economía; las circunstancias en que vive; por ejemplo es un minifundista de Nariño y es muy probable que no vaya a ninguna Universidad. La enseñanza es libre; la policía no se lo prohíbe; sólo el 1% va, pero la policía no le prohíbe el 99% que vaya. Todo el mundo es libre de elegir y ser elegido; cualquier campesino de Boyacá puede ser elegido presidente de la República pues es libre; lo que pasa es que a lo mejor ni siquiera sepa qué cosa sea una República; eso es otra cosa; él es libre por completo pero solamente en un sentido: En el sentido de que no le está prohibido por la ley; en cuanto a que esté prohibido por la vida, eso no le interesa a la constitución; ese ya no es asunto de la libertad en el sentido capitalista del término. 

 

Ahora; uno puede considerar que la libertad consiste en que todo el mundo piense lo que le de la gana y que nadie puede meterse con eso. La libertad de prensa consiste en que todo el mundo exprese en sus periódicos todo lo que quiera; sus pensamientos; y que nadie, –la ley– se lo prohíbe. Todas esas libertades tomadas de los derechos del hombre y del ciudadano fueron comentadas muy corta pero sagazmente por Marx en la Sagrada Familia con este pequeño comentario: Detrás del ciudadano encontramos siempre al propietario; el concepto de ciudadano allí es un concepto muy ambiguo; en realidad todas esas libertades están tomadas de la libertad de propiedad y de la libertad de industria. Claro que todo el que tenga el capital para poner un periódico es libre para poner su periódico y de sostener lo que quiera; el nazismo o el comunismo o lo que quiera: Como libertad de industria.

 

Cuando dice que el derecho de cada cual va hasta donde está limitado por el derecho igual de los demás, ¿A qué derecho se puede referir para que esté limitado por el derecho de otro? Si uno está pensando en un propietario, por ejemplo de la tierra, es clarísimo que su derecho, es decir, su propiedad está limitada allí donde comienza el derecho del otro; eso es clarísimo. Pero si uno está pensando por ejemplo en el arte, en la posibilidad de escribir, de crear, de pensar o de estudiar, uno no ve en qué sentido el derecho de otro sea un límite para el de nadie. Sólo que está pensando el hombre como propietario. Lo que hay detrás de la palabra hombre en el fondo del texto, es la palabra propietario y detrás de la libertad, la libertad de industria. 

 

Así quedó empobrecida la heredada concepción de la libertad. Era necesario y sigue siendo necesario; no hasta una refutación. Por mucho que se desarrolle la Sociología y explique que determinadas conductas, determinadas capas sociales o determinados individuos; o la Psicología; pueden ser específicamente explicados por sus causas como efecto necesario de una determinada confluencia de causas; sobre esta idea no puede funcionar el mundo capitalista; sobre esa idea no se puede construir una teoría del castigo, una teoría de la responsabilidad, una teoría del contrato ni una economía del cambio.

 

Entonces es necesaria una fundamentación ideológica de una determinada forma de vida. Esa fundamentación ideológica es al mismo tiempo una concepción metafísica y, –para decirlo en una palabra de Marx– apologética. Apologética en la terminología de Marx quiere decir que donde quiere describir algo, en realidad lo está es defendiendo; es decir, que hace la apología de lo que pretende estar describiendo. Ahora bien, si nosotros estudiamos una concepción del cambio en un economista clásico o en un economista moderno, por ejemplo en Smith, en Ricardo o en cualquier economista de los que nosotros llamamos clásicos, podemos encontrar esto: El cambio es concebido como un acto libre; ese acto libre se basa en dos libertades, porque el cambio es un proceso entre dos libertades; cada uno de los dos cambia porque cree que le conviene cambiar según el principio de la libertad; si no lo creyera, no lo cambiaría. Cada uno de los dos que cambian (porque un cambio es por lo menos entre dos propietarios, porque el cambio es cambio de propiedad) supone que lo que recibe es mayor que lo que da; porque si no, no lo cambiaría, puesto que el cambio es libre, ambos son por lo tanto dos beneficiarios porque cada uno de los dos supone que recibió algo que vale más que lo que da, o que es más útil o mejor  que lo que da; y si no lo supiera, se quedaría con lo que tenía y no lo cambiaría; ese es el principio de la economía de cambio y de mercado. 

 

Ahora, ese principio se basa por supuesto en el concepto de libre albedrío y ese tipo de descripción es inmediatamente apologético; como el capitalismo es una economía de cambio, como el capitalismo es un conjunto de cambios (cambios de dinero por mercancía, cambio de fuerza de trabajo por salario, cambios de unos determinados bienes por otros), el capitalismo es en general un proceso de cambio. Y como en cada cambio produce dos beneficiarios, el capitalismo es un proceso de beneficio común; todo está perfectamente claro. Pero todo está en la palabrita eminentemente liberal: si no, no lo cambiaría; porque el asunto está en que se supone el cambio libre. Si el señor no considerara que el salario que se le paga es mejor que el tiempo de trabajo que él da a cambio de ese salario, pues no lo cambiaría; pero entonces, ¿Qué haría? Ese es el problema. Si no creyera que es mejor recibir un salario que trabajar diez u ocho horas, no lo cambiaría; el problema está en el postulado de que el cambio es libre. Ahora bien; si una parte mayoritaria, inmensamente mayoritaria carece de medios de producción, tiene que cambiar su fuerza de trabajo por un salario; esa es una obligación. No una obligación de la policía; es una obligación de la vida capitalista y ningún policía lo obliga a que vaya a contratarse; ya no estamos en el esclavismo; ahora estamos en la libertad; él solo va a contratarse sin ningún capataz que lo guíe. 

 

Así, pues, que formula una teoría de la libertad; pero lo que quiero mostrar es que esa teoría por ser ideológica no es un simple error que se pueda disolver simplemente; esa teoría está escrita en el funcionamiento del modo capitalista de producción. Lo que Marx descubrió es que los errores están encarnados en la vida social y no son simples despistes subjetivos; y que por lo tanto la crítica y la interpretación son un momento: La transformación es el elemento fundamental de una refutación efectiva. Este es el fenómeno de la ideología como proceso encarnado de la vida. Si no contuviera elementos necesarios de un modo de vida, la ideología sería fácil de despachar con una refutación teórica; como se puede despachar con una refutación teórica un teorema o un problema matemático mal hecho; se puede despachar con un procedimiento cualquiera; por reducción al absurdo, o por cualquier otro. Pero como la ideología no es un despiste en el secreto de la intimidad del sujeto sino un elemento en la forma de vida social o en la forma de vida personal, el problema de ideología no es un problema de simple refutación. Eso mismo enseña Freud con respecto a la religión. Él no la considera como un error; considera que tiene muchos elementos inconscientes verdaderos y que precisamente son los que hacen más difícil un tratamiento puramente refutatorio. Una religión cualquiera (uno puede concebir la griega, o cualquiera otra). 

 

Las ideologías tienen ese aspecto: no son simples errores sino que tienen elementos vividos expresados en forma simbólica y que son muy profundos. Por ejemplo, la idea de un paraíso primitivo y de un paraíso perdido, es una idea frecuente en muy diversas religiones; y concepciones incluso pseudocientíficas como por ejemplo el Buen Salvaje de Rousseau. Y en muchas otras formas: la idea de una edad de oro, los griegos la tenían; la Atlántida de Platón, las Islas afortunadas; es una idea vieja y muy frecuente. Con especificaciones como la que nosotros conocemos de la concepción judaica es muy interesante: La infancia de cada individuo se proyecta como infancia de la humanidad, se construye la imagen de una época en la que no daba vergüenza estar desnudo, en que no se tenía conocimiento de la ciencia del bien y del mal, en que no había por qué ser castigado al respecto de la ciencia del bien y del mal, y en que había una protección de la que se es arrojado por la madurez; es decir, la infancia individual se proyecta como infancia de la humanidad; no corresponde por supuesto a ninguna investigación antropológica ni arqueológica sobre los orígenes de la humanidad; pero corresponde a un mito personal de todo el mundo. Y por lo tanto no es vivida simplemente como una idea errada. 

 

Todas las prácticas desculpabilizantes, penitencias y similares, y las concepciones culpabilizantes psíquicas (por ejemplo épocas en las que fue recesaría alguna determinada maniobra para expulsar los pecados) son prácticas que se encuentran en muchas estructuras psíquicas. Freud mostró en un texto muy interesante –Acciones obsesivas y prácticas religiosas–, la similitud extraordinaria entre algunas prácticas de ciertas religiones y las ceremonias de algunas estructuras de obsesivos y concluye con una fórmula muy dura: Esto no debe asombrarnos; lo que ocurre es que la neurosis obsesiva es una religión privada; pero sólo porque la religión es una neurosis obsesiva colectiva. Y por lo tanto ninguna de las dos es susceptible de una refutación directa, sino de tratamiento.

 

Ese punto de vista de Freud en cuanto a lo personal es un punto de vista que hacía muchos años había planteado Marx con aquello de que es necesario transformar el mundo y no solamente interpretarlo. Porque la ideología está encarnada; está en los procesos sociales y en las estructuras individuales; no es simplemente un conjunto de errores subjetivos. 

 

Tenemos pues en primer lugar que la ideología se funda en la autoridad de cualquier tipo. La tradición, los antepasados, o la opinión general, que es una autoridad; o en una autoridad institucional; el papa por ejemplo, o no institucional, eso no importa. En segundo lugar; tiene un horror al vacío; es a su modo omnisapiente o por lo menos panopinante –si no se le quiere decir algo tan favorable–; es refractaria a la experiencia y requiere algo más que la crítica y la interpretación: el tratamiento.

Sobre la educación. Reflexiones y Realidades. Parte 2 de 2.

Por: Mario Rojas.

 

En la primera parte de esta disertación, quedaron planteadas unas preguntas, las cuales es necesario retomar, para iniciar esta segunda parte:

¿Cuál es el valor de la educación?

¿Cuál es la importancia de la escuela?

¿Qué entendemos por educación?

¿Qué entendemos y esperamos de la escuela?

Así mismo, se cerró el texto anterior con la frase “llega a ser el que eres”, tomada del libro de Fernando Savater, el Valor de Educar.

Y ahora, para continuar, me gustaría hacer una primera afirmación: “La escuela no tiene como propósito educar”.

La escuela, al menos la tradicional, esa que funciona de manera ortodoxa, fiel a las normas dadas por el establecimiento, esa escuela en la que tanto ustedes, como yo, aprendimos a leer y escribir, a sumar y restar, pero seguramente también a hacer trampa en el examen y a copiar la tarea; esa escuela de pupitres en fila, uniformes, cortes de cabello, horarios cerrados, campana y pizarrón, materias separadas en franjas cortas, y en fin, esa escuela; es la que no tiene como propósito educar, sino entrenar, adoctrinar y perpetuar un sistema erigido sobre la especulación, el terror y la ideología, una escuela que concibe al estudiante como un recipiente al que hay que llenar, un sujeto que debe ser adiestrado para que funcione como engranaje de una maquinaria, ergo reemplazable y barato.

La escuela, y no digo que no lo intente, porque hay casos en los que lo hace, no podría, al menos como lo ha venido haciendo hasta ahora, transformarse en un ente para la educación; es decir, es como si pretendiéramos que un alicate funcionara como martillo, y si, quizá usted logre clavar alguna que otra puntilla con un alicate, pero esas puntillas serían la excepción que confirman la regla, se tendrían que conjugar toda una serie de variables para que con el alicate, se pudiera clavar efectivamente una que otra puntilla.

Si pensamos en la escuela, esa de la que estoy hablando, la de las masas, si la pensamos desde sus “aciertos” esperados, podríamos mencionar por ejemplo que, debería lograr entrenar personas capaces de responder pruebas estandarizadas nacionales o internacionales, con resultados de alta calidad el grueso de las veces, sin embargo, lo que logra es apenas un insignificante nivel de éxito, eclipsado por innumerables fracasos totales, resultados mediocres, lo cual es cómico, porque si lo mínimo que debería hacer ese tipo de escuela, es entrenar bien a sus estudiantes para que salgan victoriosos en la pruebas, y ni eso hace, ¿cómo podría este tipo de escuela educar de verdad y sacar el diamante que hay en cada estudiante?

Estudiantes tuerca, tornillo o engranaje, sociedad masificada, como línea de ensamblaje, escuela factoría, fábrica de partes intercambiables, baratas y de pésima calidad, con obsolescencia programada; eso es la escuela de las masas. Pero, quiero aclarar que, aunque es así de nefasta, no significa que sea la única responsable del fracaso social de países como el nuestro, tal como se quiere hacer ver algunas veces, el problema de feudos como Colombia, es más profundo y no se puede reducir la responsabilidad a una sola variable, pero si podría, aunque utópico, llegar a transformarse en parte de la solución, porque la escuela, a pesar de todo, es necesaria, muy necesaria.

Pero según lo anterior y para empezar a trabajar en las preguntas planteadas: ¿qué entendemos y esperamos de la escuela?, bueno, pues hasta acá es claro que, se entiende por escuela a esta entidad encargada de entrenar a las personas de diferentes edades (pre escolar, primaria, básica, media, técnica, tecnológica, profesional, etc.), utilizando diversos recursos y estrategias, para que el sistema social siga funcionando, pues siempre hacen falta personas que realicen las innumerables labores que cotidianamente mueven el mundo, es decir, conductores, vigilantes, estilistas, ingenieros, médicos, enfermeras, cocineros, meseros, entrenadores deportivos, árbitros, futbolistas, bomberos, policías y si, profesores; profesores entrenados para entrenar, pero, se suele esperar más de la escuela, sobre todo de parte de las familias de los educandos, quienes han descargado en ella un gran porcentaje de la responsabilidad formativa de sus hijos, no solo en el entrenamiento de las habilidades técnicas y tecnológicas, sino que esperan que los profesores entrenadores, casi desde cero, formen en valores y otro tipo de habilidades, a sus hijos e hijas, como las ahora llamadas habilidades blandas; sin comprometerse y hacer parte desde el hogar, lo cual es una muestra precisamente de lo planteado por Savater, en el capítulo tres de El Valor de Educar, el Eclipse de la Familia. Así es que, se entiende y espera de la escuela, algo que no es y cosas que no puede dar, craso error.

Pero continuemos con la otra pregunta ¿qué se entiende por educación? Y si ya la cosa era complicada hablando de la escuela, hablar de educación enreda más a las personas, en primera medida, porque dentro de lo que entienden, generalmente se le asocia de forma indisoluble, casi como sinónimos a la escuela con la educación, es decir, se considera una verdad que las personas van a la escuela a educarse. La educación es algo más trascendental, la educación es un conjunto de elementos que permiten sacar el brillo de cada persona, sacar su diamante, permite darle las herramientas para que alcance la libertad, sea responsable y aporte al ejercicio democrático, la educación es un proceso intersubjetivo, intencionado y coherente, en el que los individuos logran salir de la caverna, se construyen como seres autónomos y con pensamiento crítico, capaces de alcanzar estadios superiores en cuanto el desarrollo de su juicio moral, y eso, eso no lo hace la escuela, la escuela que tenemos, ella hace todo lo contrario.

Ahora bien, la escuela es importante, pero no de la manera que las mayorías creen, revisemos la otra pregunta ¿cuál es la importancia de la escuela? Note que dentro de la pregunta se afirma que la escuela si es importante, porque, una cosa es que en la escuela no se eduque a las personas, pero otra muy diferente es que ella no tenga relevancia. Entender a la escuela como el centro de entrenamiento y capacitación que realmente es, resulta esencial; dejar de pensar que ella es la responsable de que las personas se formen como seres humanos, que reciban las herramientas para construir en la intersubjetividad su humanidad, siendo libres, responsables y democráticos, es un error; pero, ir a la escuela conscientes de lo que ella en verdad ofrece, enviar a los niños, niñas y adolescentes a la escuela, con la claridad de que allí recibirán un entrenamiento y no educación, empezaría a cambiar las cosas. Los padres y madres de familia no pueden, ni deben seguir endilgando a la escuela lo que es su responsabilidad por principio, al menos en el componente axiológico.

Sin embargo, en ese proceso de entrenamiento escolar, con el apoyo de la familia y en trabajo conjunto, se puede avanzar en educación, al menos en la teoría, porque lo que se tiene, son, como dije antes, excepciones que confirman la regla, es decir, hay contextos en los que las familias aún logran articularse con las instituciones educativas y cada una hace su parte, logrando, por lo tanto, mejores resultados, pero reitero, son excepciones que confirman la regla.

Entonces ¿cuál es el valor de la educación? Pues bueno, hay mucho que decir al respecto, pero retomaré la frase del inicio: “Llega a ser el que eres” y la complementaré con “Nacemos humanos, pero eso no basta, es necesario también llegar a serlo”, ambas tomadas de Savater y el Valor de Educar; para aterrizar en el hecho de que, la educación nos debe permitir vivir mejor, alcanzar una vida digna, equilibrada, la educación nos debe permitir convertirnos en seres humanos, entendiendo que la humanidad es una cualidad, por lo que o se tiene o no se tiene, es decir, se puede ser humano en el sentido biológico, pero no ser humano en ese sentido trascendental, que a lo largo de siglos, ha ido significando y construyendo con los aportes de miles de pensadores, que han procurado consolidar todas esas cualidades positivas, esos valores que representan lo más sublime a lo que deberíamos aspirar.

Sí, la educación es nuestro más grande logro como especie, nuestro más importante avance evolutivo, la mejor herramienta y estrategia para darle un giro a esta realidad tan desfavorable que hemos construido, la educación es quizás la última alternativa para salvarnos; pero aún no nos hemos dado cuenta y por eso seguimos sumidos en el abismo de esa ignorancia como llenura, esa ignorancia planteada por Platón, en la que las personas en lugar de estar vacías, estamos llenas, llenas de opiniones, de verdades, de certezas carentes de prácticamente cualquier tipo de respaldo científico, el saber efectivo, y así funcionan las familias, las escuelas y todo el mundo; pero se puede cambiar, hay que intentarlo al menos.

Por todo lo anterior y ya para cerrar, les recuerdo que nada de lo que acá he dicho, es verdad absoluta y no está escrito sobre roca y que se puede complementar con los Podcast sobre la educación, porque de eso se trata la educación, porque no somos productos acabados y siempre debemos estar en la construcción para, como dice Savater “Llegar a ser el que eres” y tú ¿Quién eres?

 

 

 

 

PROCLAMA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Se comparte con la comunidad universitaria el pensamiento expresado por el ingeniero José Germán López Quintero acerca de la proclama de Gabriel García Márquez, divulgada hace 17 años y que toma plena vigencia cuando el país le rinde homenaje póstumo al Nobel.

En estos tiempos críticos en los que "somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan", en estos contextos que reclaman un "cambio social" de la mano de una "educación desde la cuna hasta la tumba", yo creo que este debería ser un texto de lectura y reflexión obligatorias en todas las aulas, en todas las áreas disciplinares, en los distintos niveles educativos...

Como bien nos lo recomendó nuestro Gabriel García Márquez hace diez y siete años (17) años, y no le hemos querido hacer caso, es necesario primero reconocer lo que somos, por qué somos lo que somos; para luego sobreponernos a nuestro destino y buscar la solución a nuestros males, la cual está precisamente en la educación, pero no la que se predica hoy en día, sino una educación que equilibre lo científico, lo humano y lo material, "que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar".

LA PROCLAMA: POR UN PAÍS AL ALCANCE DE LOS NIÑOS

Los primeros españoles que vinieron al Nuevo Mundo vivían aturdidos por el canto de los pájaros, se mareaban con la pureza de los olores y agotaron en pocos años una especie exquisita de perros mudos que los indígenas criaban para comer. Muchos de ellos, y otros que llegarían después, eran criminales rasos en libertad condicional, que no tenían más razones para quedarse. Menos razones tendrían muy pronto los nativos para querer que se quedaran.

 

Cristóbal Colón, respaldado por una carta de los reyes de España para el emperador de China, había descubierto aquel paraíso por un error geográfico que cambió el rumbo de la historia. La víspera de su llegada, antes de oír el vuelo de las primeras aves en la oscuridad del océano, había percibido en el viento una fragancia de flores de la tierra que le pareció la cosa más dulce del mundo. En su diario de a bordo escribió que los nativos los recibieron en la playa como sus madres los parieron, que eran hermosos y de buena índole, y tan cándidos de natura, que cambiaban cuanto tenían por collares de colores y sonajas de latón. Pero su corazón perdió los estribos cuando descubrió que sus narigueras eran de oro, al igual que las pulseras, los collares, los aretes y las tobilleras; que tenían campanas de oro para jugar, y que algunos ocultaban sus vergüenzas con una cápsula de oro.  Fue aquel esplendor ornamental, y no sus valores humanos, lo que condenó a los nativos a ser protagonistas del nuevo Génesis que empezaba aquel día. Muchos de ellos murieron sin saber de dónde habían venido los invasores. Muchos de éstos murieron sin saber dónde estaban. Cinco siglos después, los descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos.

Era un mundo más descubierto de lo que se creyó entonces. Los incas, con diez millones de habitantes, tenían un estado legendario bien constituido, con ciudades monumentales en las cumbres andinas para tocar al dios solar. Tenían sistemas magistrales de cuenta y razón, y archivos y memorias de uso popular, que sorprendieron a los matemáticos de Europa, y un culto laborioso de las artes públicas, cuya obra magna fue el jardín del palacio imperial, con árboles y animales de oro y plata en tamaño natural. Los aztecas y los mayas habían plasmado su conciencia histórica en pirámides sagradas entre volcanes acezantes, y tenían emperadores clarividentes, astrónomos insignes y artesanos sabios que desconocían el uso industrial de la rueda, pero la utilizaban en los juguetes de los niños.

 

En la esquina de los dos grandes océanos se extendían cuarenta mil leguas cuadradas que Colón entrevió apenas en su cuarto viaje, y que hoy lleva su nombre: Colombia.  Lo habitaban desde hacía unos doce mil años varias comunidades dispersas de lenguas diferentes y culturas distintas, y con sus Identidades propias bien definidas. No tenían una noción de Estado, ni unidad política entre ellas, pero habían descubierto el prodigio político de vivir como Iguales en las diferencias. Tenían sistemas antiguos de ciencia y educación, y una rica cosmología vinculada a sus obras de orfebres geniales y alfareros inspirados.  Su madurez creativa se había propuesto incorporar el arte a la vida cotidiana -que tal vez sea el destino superior de las artes-, y lo consiguieron con aciertos memorables, tanto en los utensilios domésticos como en el modo de ser. El oro y las piedras preciosas no tenían para ellos un valor de cambio sino un poder cosmológico y artístico, pero los españoles los vieron con los ojos de Occidente: oro y piedras preciosas de sobra para dejar sin oficio a los alquimistas y empedrar los caminos del cielo con doblones de a cuatro. Esa fue la razón y la fuerza de la Conquista y la Colonia, y el origen real de lo que somos.

 

Tuvo que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran el estado colonial, con un solo nombre, una sola lengua y un solo dios. Sus límites y su división política de doce provincias eran semejantes a los de hoy.  Esto dio por primera vez la noción de un país centralista y burocratizado, y creó la Ilusión de una unidad nacional en el sopor de la Colonia. Ilusión pura, en una sociedad que era un modelo oscurantista de discriminación racial y violencia larvada, bajo el manto del Santo Oficio. Los tres o cuatro millones de indios que encontraron los españoles estaban reducidos a no más de un millón por la crueldad de los conquistadores y las enfermedades desconocidas que trajeron consigo. Pero el mestizaje era ya una fuerza demográfica incontenible.  Los miles de esclavos africanos, traídos por la fuerza para los trabajos bárbaros de minas y haciendas, habían aportado una tercera dignidad al caldo criollo, con nuevos rituales de imaginación y nostalgia, y otros dioses remotos. Pero las leyes de Indias habían impuesto patrones milimétricos de segregación según el grado de sangre blanca dentro de cada raza: mestizos de distinciones varias, negros esclavos, negros libertos, mulatos de distintas escalas.  Llegaron a distinguirse hasta dieciocho grados de mestizos, y los mismos blancos españoles segregaron a sus propios hijos como blancos criollos.

Los mestizos estaban descalificados para ciertos cargos de mando y gobierno y otros oficios públicos, o para ingresar en colegios y seminarios. Los negros carecían de todo, inclusive de un alma, no tenían derecho a entrar en el cielo ni en el infierno, y su sangre se consideraba impura hasta que fuera decantada por cuatro generaciones de blancos. Semejantes leyes no pudieron aplicarse con demasiado rigor por la dificultad de distinguir las intrincadas fronteras de las razas, y por la misma dinámica social del mestizaje, pero de todos modos aumentaron las tensiones y la violencia raciales. Hasta hace pocos años no se aceptaban todavía en los colegios de Colombia a los hijos de uniones libres. Los negros, Iguales en la ley, padecen todavía de muchas discriminaciones, además de las propias de la pobreza.

 

La generación de la Independencia perdió la primera oportunidad de liquidar esa herencia abominable. Aquella pléyade de jóvenes románticos inspirados en las luces de la Revolución Francesa, instauró una república moderna de buenas Intenciones, pero no logró eliminar los residuos de la Colonia. Ellos mismos no estuvieron a salvo de sus hados maléficos. Simón Bolívar, a los 35 años, había dado la orden de ejecutar ochocientos prisioneros españoles, inclusive a los enfermos de un hospital. Francisco de Paula Santander, a los 28, hizo fusilar a 38 prisioneros de la batalla de Boyacá, inclusive a su comandante. Algunos de los buenos propósitos de la república propiciaron de soslayo nuevas tensiones sociales de pobres y ricos, obreros y artesanos y otros grupos de marginales. La ferocidad de las guerras civiles del siglo XIX no fue ajena a esas desigualdades, como no lo fueron las numerosas conmociones políticas que han dejado un rastro de sangre a lo largo de nuestra historia.

 

Dos dones naturales nos han ayudado a sortear ese sino funesto, a suplir los vacíos de nuestra condición cultural y social, y a buscar a tientas nuestra Identidad. Uno es el don de la creatividad, expresión superior de la inteligencia humana. El otro es una arrasadora determinación de ascenso personal. Ambos, ayudados por una astucia casi sobrenatural, y tan útil para el bien como para el mal, fueron un recurso providencial de los indígenas contra los españoles desde el día mismo del desembarco. Para quitárselo de encima, mandaron a Colón de isla en isla, siempre a la isla siguiente, en busca de un rey vestido de oro que no había existido nunca.  A los conquistadores alucinados por las novelas de caballería los engatusaron con descripciones de ciudades fantásticas construidas en oro puro, allí mismo, al otro lado de la loma.  A todos los descaminaron con la fábula de El Dorado mítico que una vez al año se sumergía en su laguna sagrada con el cuerpo empolvado de oro. Tres obras maestras de una epopeya nacional, utilizadas por los indígenas como un instrumento para sobrevivir. Tal vez de esos talentos precolombinos nos viene también una plasticidad extraordinaria para asimilarnos con rapidez a cualquier medio y aprender sin dolor los oficios más disímiles: faquires en la India, camelleros en el Sahara o maestros de inglés en Nueva York.

 

Del lado hispánico, en cambio, tal vez nos venga el ser emigrantes congénitos con un espíritu de aventura que no elude los riesgos. Todo lo contrario: los buscamos. De unos cinco millones de colombianos que viven en el exterior, la inmensa mayoría se fue a buscar fortuna sin más recursos que la temeridad, y hoy están en todas partes, por las buenas o por las malas razones, haciendo lo mejor o lo peor, pero nunca inadvertidas. La cualidad con que se les distingue en el folclor del mundo entero es que ningún colombiano se deja morir de hambre.  Sin embargo, la virtud que más se les nota es que nunca fueron tan colombianos como al sentirse lejos de Colombia.

 

Así es. Han asimilado las costumbres y las lenguas de otros como las propias, pero nunca han podido sacudiese del corazón las cenizas de la nostalgia, y no pierden ocasión de expresarle con toda clase de actos patrióticos para exaltar lo que añoran de la tierra distante, inclusive sus defectos. En el país menos pensado puede encontrarse a la vuelta de una esquina la reproducción en vivo de un rincón cualquiera de Colombia: la plaza de árboles polvorientos todavía con las guirnaldas de papel del último viernes fragoroso, la fonda con el nombre del pueblo inolvidado y los aromas desgarradores de la cocina de mamá, la escuela 20 de julio junto a la cantina 7 de agosto con la música para llorar por la novia que nunca fue.

La paradoja es que estos conquistadores nostálgicos, como sus antepasados, nacieron en un país de puertas cerradas. Los libertadores trataron de abrirlas a los nuevos vientos de Inglaterra y Francia, a las doctrinas jurídicas y éticas de Bentham, a la educación de Lancaster, al aprendizaje de las lenguas, a la popularización de las ciencias y las artes, para borrar los vicios de una España más papista que el papa y todavía escaldada por el acoso financiero de los judíos y por ochocientos años de ocupación islámica.  Los radicales del siglo XIX, y más tarde la Generación del Centenario, volvieron a proponérselo con políticas de inmigraciones masivas para enriquecer la cultura del mestizaje, pero unas y otras se frustraron por un temor casi teológico de los demonios exteriores.  Aun hoy estamos lejos de imaginar cuánto dependemos del vasto mundo que ignoramos.

 

Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan.  Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por perecerse a su historia escrita.

 

Por lo mismo, nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner el país al alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan. Semejante despropósito restringe la creatividad y la intuición congénitas, y contrataría la imaginación, la clarividencia precoz y la sabiduría del corazón, hasta que los niños olviden lo que sin duda saben de nacimiento: que la realidad no termina donde dicen los textos, que su concepción del mundo es más acorde con la naturaleza que la de los adultos, y que la vida sería más larga y feliz si cada quien pudiera trabajar en lo que le gusta, y sólo en eso.

 

Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad.  Nuestra insignia es la desmesura.  En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota.  Destruirnos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico.  Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir.  Al autor de los crímenes más terribles lo pierde una debilidad sentimental. De otro modo: al colombiano sin corazón lo pierde el corazón.

 

Pues somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Aunque somos precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la vida diaria que no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especiales animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta.  Nos indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos que muchas veces la realidad es peor. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos sacamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos llegado el caso -y Dios nos libre- todos somos capaces de todo.

 

Tal vez una reflexión más profunda nos permitiría establecer hasta qué punto este modo de ser nos viene de que seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente, formalista y ensimismada de la Colonia. Tal vez una más serena nos permitiría descubrir que nuestra violencia histórica es la dinámica sobrante de nuestra guerra eterna contra la adversidad. Tal vez estemos pervertidos por un sistema que nos incita a vivir como ricos mientras el cuarenta por ciento de la población malvive en la miseria, y nos ha fomentado una noción instantánea y resbaladiza de la felicidad: queremos siempre un poco más de lo que ya tenemos, más y más de lo que parecía imposible, mucho más de lo que cabe dentro de la ley, y lo conseguimos como sea: aun contra la ley. Conscientes de que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por ser incrédulos, abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo solitario por el que cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí mismo.  Razones de sobra para seguir preguntándonos quiénes somos, y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio.

 

La Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo no ha pretendido una respuesta, pero ha querido diseñar una carta de navegación que tal vez ayude a encontrarla.  Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación, desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética -y tal vez una estética- para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas.  Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños.

 Gabriel García Márquez

 Tomado de:  MISIÓN CIENCIA, EDUCACIÓN Y DESARROLLO (1997), Colombia al filo de la oportunidad, Bogotá: IDEP

Fuente:

http://comunicaciones.utp.edu.co/noticias/25170/proclama-de-gabriel-garcia-marquez

Este Hilo semanal viene como anillo al dedo, en relación con la emergencia de género y la urgencia por visibilizar el maltrato, la violencia y toda esa realidad cruda que las mujeres, niñas y adolescentes, viven a diario.

Antígonas colombianas: 

Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo.

Resumen

La participación de las mujeres colombianas en el ámbito de la política data solo de las últimas décadas. Mientras recientes representaciones cinematográficas se centran en mujeres jóvenes que participaron en la guerrilla, en este artículo combino la recreación histórica de la tumultuosa época de la década del noventa en Urabá, región del norte de Colombia, con el análisis textual de la biografía parcial, Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo (Marbel Sandoval Ordóñez 1997). Propongo que el texto es de un gran valor documental al presentar los desafíos que las mujeres colombianas que participaron en política y/o cargos públicos durante los convulsionados años noventa debieron enfrentar. En este escenario, se destaca Gloria Cuartas quien, creyendo en valores de igualdad y dignidad, luchó a favor de los derechos humanos y se enfrentó al aparato militar y paramilitar que desprestigió su labor a favor de la pacificación de la región. Al reivindicar a Cuartas, Sandoval Ordóñez escribió un texto feminista en el cual la defensa de los derechos humanos, los derechos de las mujeres y el pacifismo se destacan y que desafían el patriarcado colombiano.

Palabras clave: feminismo; derechos humanos; mujeres en política; violencia de género; Colombia.

En noviembre de 2016, se aprobó en Colombia el Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, producto de años de negociaciones que se iniciaron en el 2012 entre representantes del gobierno y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El acuerdo significa el fin de actos de violencia que dejaron numerosos muertos, desaparecidos, y 7.4 millones de desplazados o migrantes internos.1 A pesar de la diversidad de intereses que movía a estos diferentes grupos, en las últimas décadas la lucha armada se caracterizó por una proliferación de homicidios. Eva Irene Tuft menciona que la mayoría de las víctimas mortales en los primeros cuatro años de la década de los 1990 en Colombia se debieron a asesinatos: “De las 14, 865 personas reportadas como muertas en la violencia política en Colombia entre 1990 y 1994, solo 5,358 en realidad murieron en enfrentamientos armados entre el gobierno y la guerrilla”.2 También afirma que, en muchos casos, hubo violaciones sistemáticas de derechos humanos: “Más de 2,000 personas fueron víctimas de desapariciones forzosas entre 1987 y 1994, y a pesar que la tortura está prohibida por la ley colombiana, el informador especial de la ONU respecto a tortura se ha referido a la práctica como endémica, especialmente en zonas de conflicto”.3 En la nueva etapa del post-conflicto signada por la reconciliación, se hace necesaria una investigación minuciosa sobre los roles y responsabilidades de los diferentes actores involucrados como forma de entender el costo social de décadas de violencia. Dentro de este contexto, las diferentes actividades desempeñadas por mujeres colombianas durante el conflicto armado ponen en evidencia las múltiples dimensiones de este conflicto.

Aún cuando las mujeres colombianas desempeñaron diversos roles durante el conflicto armado, los mismos estuvieron influenciados por la dinámica de género en Colombia. Para Elena Garcés, en una sociedad patriarcal como la colombiana, el solo hecho de ser mujer significa estar en peligro.4 Las pasiones despertadas por los enfrentamientos ideológicos y armados exacerban las diferencias genéricas. Como lo explican Sandra Cheldelin y Maneska Eliatamby “tradicionalmente las mujeres tienen una gran historia para contar en la narración de la guerra: la de víctima”.5 Sin embargo, muchas mujeres creyeron en los ideales revolucionarios de las FARC y el ELN y empuñaron las armas, lo que las llevó a tener roles activos. No obstante, como queda evidenciado en varios textos, las mujeres que participaron en la guerrilla se enfrentaron a actitudes discriminatorias por parte de sus camaradas de armas. Por ejemplo, incidentes narrados en las autobiografías Trochas y Fusiles (Alberto Molano 1994) y Confesiones de una guerrillera (Zenaida Rueda 2009), citados por Camilo Alberto Jiménez Alfonso, quien nota “cuán difícil es para las mujeres que están en la organización de la guerrilla. Por lo cual, cuando las mujeres hablan, ellas reafirman la opresión y el abuso de la autoridad emanadas de los hombres soldados de la guerrilla”.6 La participación de la mujer en la guerrilla colombiana ha acaparado la atención reciente de algunas producciones visuales como la película Alias María (José Luis Rugeles 2015) y la popular serie de TV Caracol, La niña (2016), ambas centradas en dos jóvenes guerrilleras. Sin embargo, desde mediados de los años 1990, algunos textos no-ficcionales exploraron otras dimensiones de la participación femenina en la política y organizaciones guerrilleras.

Ciertamente, a fines del siglo XX y principios del actual fueron publicadas autobiografías e investigaciones periodísticas que, basadas mayoritariamente en historias orales, proveen visiones no hegemónicas del conflicto colombiano. Me refiero a Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo (1997) de Marbel Sandoval Ordóñez, Escrito para no morir. Bitácora de una militancia (1998) de María Eugenia Vázquez Perdomo y Las mujeres en la guerra (2000) de Patricia Lara Salive. Estos textos brindan importantes revelaciones no solo respecto a la forma en la que las mujeres participaron y fueron afectadas por la violencia armada, sino también sobre hechos históricos en los que mujeres ejerciendo cargos políticos sufrieron violencia física o psicológica. Aquí es necesario recordar que, “la violencia en contra de las mujeres en un conflicto armado es una manifestación del universal y desigual poder en las relaciones entre hombres y mujeres”.7 En este ensayo, me interesa examinar Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo, una investigación periodística sobre Cuartas quien, desde 1995 a 1997, se desempeñó como alcaldesa de Apartadó, municipio del departamento de Antioquía. Sus gestiones durante este periodo le valieron amenazas de muerte y acusaciones de instigación a la violencia. Como el texto periodístico de Sandoval Ordóñez se gestó casi a la par de los acontecimientos históricos que vivía Cuartas, la colaboración entre ambas evoca a Antígona, personaje de la tragedia griega de Sófocles que denunció un estado militarista y sus alianzas que conspiraban contra los derechos humanos. Jean Bethke Elshtain sostiene que “el punto de vista de Antígona es el de una mujer que se atreve a desafíar el poder público dando voz a imperativos y obligaciones familiares y sociales”.8 En el caso de Cuartas, las motivaciones que la llevaron a participar de la gestión pública fueron contribuir a la pacificación de una región asediada por la violencia y defender la dignidad de los residentes. Al enfocarse en una funcionaria pública amenazada de muerte por su labor en favor de colombianos desposeídos, Sandoval Ordóñez también transgrede límites en la escritura de un texto periodístico sobre una mujer “marcada”. Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo es tanto un documento histórico como un texto feminista. La primera parte de este artículo se aboca a describir la participación femenina en la esfera política colombiana y las tensiones en la región en la que Cuartas asumió la función pública para contextualizarlas. En la segunda parte, analizo el texto de Sandoval Ordóñez proponiendo que la periodista elabora una caracterización de Cuartas en consonancia con postulados feministas, presentándola como una pacifista cuyas acciones en pos de la justicia social en Apartadó la volvieron víctima del aparato militar masculino.

Mujeres y política en Colombia

La inserción de mujeres colombianas en el ámbito político data de los últimos sesenta años ya que obtuvieron el derecho al voto en 1957. Si se considera que Paraguay permitió que las mujeres votaran a partir de 1961, esto significa que Colombia fue el penúltimo país latinoamericano en dar el voto a las mujeres.9 Este atraso en brindar el derecho al sufragio a las mujeres colombianas también resultó en su lenta introducción al ámbito de la política. A principios de la década del noventa, la académica Francesca Miller advertía sobre el proceso de adaptación de las candidatas a los valores de partidos y sociedades patriarcales:

Una de las medidas más visibles del grado de éxito de los movimientos de igualdad de derechos—a diferencia de los movimientos de mujeres—ha sido tradicionalmente el número de mujeres que lograron un cargo político. Esta es una vara cuestionable en cualquier contexto político, ya que la habilidad de ser elegida o designada generalmente significa que la mujer se identifica con su partido dominado por hombres, no como mujer y menos como una feminista.10

En lo referente al número de mujeres que se postularon para cargos políticos en Colombia, Nikki Craske, escribía a fines de los años noventa—la misma década en la que Cuartas acepta ser alcaldesa—“ la participación de la mujer como representantes políticas en el área institucional ha sido limitada”.11 Datos concretos de quienes estaban al frente de municipalidades reforzaban la mínima participación de mujeres: “En Colombia, de más de 1.000 municipios, sólo 56 son dirigidos por mujeres, y para el próximo período resultaron elegidas 55 para alcaldesas”.12 Esto quiere decir que a casi medio siglo del voto femenino, o sea, a principios de los años 1990, solo un 5% de mujeres estaban al frente de gobiernos locales. Curiosamente, a pesar del ínfimo número de mujeres en cargos electivos, algunos observadores percibían un cambio fundamental en la sociedad colombiana y en la política. Por ejemplo, el periódico El Tiempo informaba:

No se puede dudar: la mujer está actuando y en qué forma. Sale del hogar, ocupa altísimas posiciones, desarrolla múltiples actividades. Su presencia es hoy algo corriente inclusive en los cafés y mentideros antes destinados al sexo masculino. Es por eso por lo que se llama Conferencia la cumbre de las faldas que se lleva hoy a cabo en Bogotá, donde 54 alcaldesas se reúnen a discutir sobre problemas municipales, la realidad de sus presupuestos, los peligrosos déficits, los planes de desarrollo, en fin, toda una gama de temas que solo hasta hace algunos años estaban reservados a los hombres, y hoy se plantean no solo rodeados de pantalones masculinos sino también entre hermosas faldas.13

El tono frívolo de esta noticia de El tiempo, periódico liberal de Bogotá, pone de manifiesto que, en plena época de enfrentamientos entre guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes y militares, no se hiciera alusión ni a hechos de violencia ni a la forma en que la misma afectaba la participación de mujeres en la política municipal. Tampoco se detenía a analizar los proyectos de las alcaldesas ni los desafíos que enfrentaban, especialmente de las que ejercían en zonas que eran escenarios del conflicto armado como, por ejemplo, la región del Urabá.

La situación política en Apartadó en los 1990

A principios de los años 1990, el municipio de San José de Apartadó presenció numerosos hechos sangrientos debido a circunstancias políticas especiales. San José de Apartadó (de aquí en adelante Apartadó) es un municipio creado en 1967 cuando se separó del de San Carlos. Según María Teresa Uribe, Apartadó cuenta con una población heterogénea al ser “refugio de diversos grupos sociales excluidos: esclavos fugados, indígenas que llegaron tras la disolución de los resguardos, derrotados de las guerras civiles, entre otros”.14 Tanto Apartadó como San Carlos se encuentran en la región del Urabá, zona rica en recursos naturales, con proximidad al Pacífico y Panamá, lo que la volvió una región altamente disputada entre los distintos grupos armados.15 En el Urabá se cultivan bananos por lo que existen dueños de plantaciones y trabajadores que participaban en sindicatos, entre ellos el poderoso Sintrainagro con 13.600 afiliados en la zona.16 En las décadas del setenta y ochenta, se produjeron invasiones de campesinos quienes se apropiaban de tierras para construir sus hogares. Clara Inés García señala que en los años noventa, además de los conflictos entre patronos-sindicatos, guerrilla-estado, se sumó la lucha interguerrillera.17 Finalmente, por la presencia de la guerrilla, también surgieron las Asociaciones Comunitarias de Vigilancia Rural (Convivir) en 1994 que cumplían funciones de inteligencia y defensa del orden en zonas rurales y que se vincularon a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), grupos paramilitares y traficantes de droga, liderados por Carlos Castaño (1965-2004).18

En la lucha intraguerrillera en Urabá se enfrentaron el Ejército de Liberación Popular (ELP) y ex miembros de FARC. Los antiguos guerrilleros del ELP que habían dejado las armas, o sea, que estaban desmovilizados, se agruparon en el partido Esperanza, Paz y Libertad, con gran influencia en Sintrainagro. A su vez, la Unión Patriótica (UP), partido creado a mediados de los años 1980, aglutinaba a antiguos guerrilleros de las FARC, comunistas y socialistas.19 Abbey Steele explica que, “[l]a organización política de las FARC en Apartadó formó una base natural para la UP. Cuando las elecciones se extendieron al nivel local en 1988, los candidatos de la UP ganaron los puestos de alcaldes entres municipalidades del Urabá: Apartadó, Mutatá, Río Sucio”.20 Uno de los alcaldes de Apartadó perteneciente a la UP y “el primero por elección popular”, Ramón Elías Castillo fue amenazado de muerte y, por consiguiente, renunció a la alcaldía. Castillo fue sucedido por otro miembro de la UP, Diana Stella Cardona.21 Abogada de profesión, Cardona (1956-1990) fue secuestrada en Medellín por dos hombres que se hicieron pasar por su custodia y fue asesinada.22 Este crimen tuvo importantes repercusiones para la Unión Patriótica: “Como protesta por este nuevo crimen, . . . decidió ayer retirarse de los acuerdos de paz que firmarán en los próximos días el Gobierno y la guerrilla del M-19 así como retirarse del Tribunal de Garantías Electorales. La UP acusa al Gobierno de complicidad y pide la renuncia del ministro de Defensa y de varios oficiales que operan en la región del Urabá antioqueño”.23 Otra consecuencia del asesinato de Cardona fue el fracaso de las conversaciones de paz, hecho que propició la violencia armada que afectaba a la población civil continuara.24

A principios de los años 1990, la violencia hacia los pobladores de Apartadó adquirió un nivel inusitado e hizo aparente la necesidad de un consenso político para las elecciones municipales.25 El texto investigativo sobre Cuartas menciona que las FARC presionaba a empresarios bananeros, cobrándoles cuotas de protección, y masacraba a campesinos.26 Aunque estos hechos fueron graves, el acontecimiento más notorio fue la matanza de La Chinita en enero de 1994, donde un grupo de vecinos se había congregado para recaudar fondos para una familia necesitada. Hombres armados irrumpieron en la celebración y dispararon indiscriminadamente a la población civil, dejando 35 muertos.27 Por esta masacre, el alcalde de Apartadó y militante de la U.P., Nelson Campo Núñez, fue encarcelado y condenado por homicidio y rebelión, aunque en 2005 fue liberado y recibió una reparación del estado colombiano por haberlo confinado sin pruebas. Además, los alcaldes del Urabá se volvieron blancos de los atentados perpetrados tanto por las FARC como por grupos paramilitares. En años recientes y haciendo un balance de esos eventos, un representante de la organización gubernamental Corpolibertad, Guillermo Correa, declaró que “en Colombia se cometieron dos genocidios políticos: el de la Unión Patriótica y [el otro] el de Esperanza, Paz y Libertad”.28 Precisamente los miembros de ambos partidos sufrieron atentados en los años 1990.29

En 1994 la creciente polarización y ola de homicidios que condujo al retiro de los candidatos del partido de la Esperanza y UP para la alcaldía de Apartadó propició la participación de otros ciudadanos. A Cuartas le ofrecieron ser candidata a mediados de ese año, pero inicialmente rechazó la propuesta. Meses después, al ser convocada por Monseñor Isaías Duarte Cancino (1939-2002) como candidata del consenso, Cuartas aceptó postularse como alcaldesa. Era la candidata de un frente que representaba “a doce grupos políticos de Apartadó entre los que se encontraban movimientos cívicos y cristianos, comerciantes y deportistas y representantes de las negritudes, además de Esperanza, Paz y Libertad, el Partido Comunista y la Unión Patriótica”.30 A pesar de que, en los dos meses previos a las elecciones municipales de 1994, los miembros del consenso hicieron campaña política, sólo votó un 20% de los empadronados. Cuartas fue elegida para liderar Apartadó, puesto que asumió el 1 de enero de 1995. Su periodo de gobierno estuvo afectado tanto por la violencia armada como por una situación económica recesiva.31 A continuación, analizo las estrategias de representación que retratan a Cuartas en su biografía parcial.

Texto escrito a varias manos

En primer lugar, es necesario detenerse en la autora de la investigación periodística sobre Cuartas. Marbel Sandoval Ordóñez nació en Bogotá en 1959. Durante los años 80, trabajó como periodista en Colprensa, Vanguardia Liberal, un diario regional con base en Bucaramanga y El Tiempo, uno de los más importantes periódicos colombianos que pertenecía a la familia Santos.32 Su interés en el texto es dar a conocer la vida de una mujer “comprometida y transparente” que “toca el corazón de lo que es Colombia”.33 Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo fue publicado en 1997, a meses de que Cuartas terminara su periodo de alcaldesa. Si se tiene en cuenta que en los agradecimientos Sandoval Ordóñez menciona que “fueron necesarias muchas horas de entrevistas”,34 se infiere que el texto se fue gestando casi a la par de la actividad de Cuartas como alcaldesa de Apartadó. Para ambas mujeres, la exposición pública en un contexto de violencia política significó exponer su seguridad mental y física ya que “en Colombia, las mujeres activistas, como otras que son articuladas, son asesinadas”.35 Consecuentemente, la actividad política de Cuartas y la labor periodística de Sandoval Ordóñez conllevaron el riesgo de que ambas fueran blancos de los grupos armados.

La investigación sobre la vida y gestión pública de Cuartas se abre con un breve capítulo titulado “Muerte en Urabá”. La voz autorial cede el protagonismo a la alcaldesa quien, a través de una cita, relata eventos del 21 de agosto de 1996. Ese día se encontraba visitando una escuela para un acto llamado “Hagamos juntos la tarea por la paz” cuando una estudiante le informa de la presencia de hombres armados que decapitaron a un niño que pasaba caminando. Al observar tal horror, el texto relata que Cuartas se escondió con los demás menores en el interior de la escuela para protegerse de los disparos que arreciaron primero contra el edificio y luego contra su vehículo oficial. Cuando la alcaldesa fue identificada por los atacantes, éstos le gritaron “guerrillera hijaeputa”.36 Como consecuencia de este acto de violencia, Cuartas denunció al general Rito Alejo del Río, Comandante de la Décimoséptima Brigada, quien a su vez le inició un juicio por calumnia. Al revivir este suceso, la voz de Cuartas reflexiona: “Creo que asesinaron al niño como una manera de que los niños me tuvieran miedo y se alejaran de mí”.37 Esta muerte constituyó un hecho de violencia intimidatoria con el objeto no solo de controlar a los pobladores del Urabá, sino también de obligar a Cuartas a dejar su cargo de funcionaria pública. Para Matta Aldana, este tipo de crueldad tenía como objetivo “causar pánico y presionar el abandono de la causa política”.38 Este dramático inicio constituye el epílogo del periodo de Cuartas como alcaldesa ya que tiene lugar en sus últimos meses en la función pública y la presenta, desde el punto de vista de los atacantes—paramilitares o militares—, como miembro de la guerrilla y, por lo tanto, como una oponente a la que se puede intimidar y/o eliminar.

A pesar de estar caracterizada como víctima de violencia, Cuartas también es testigo de un crimen atroz documentado en el texto de Sandoval Ordóñez. El capítulo introductorio es fundamental por dos motivos. Primeramente, no solo explica la cooperación entre alcaldesa y periodista, sino que ambas, de distintas maneras—a través de la reflexión de la primera y mediante la escritura de la segunda—rescatan las voces de las verdaderas víctimas: los niños de una comunidad que también presenciaron y sufrieron el ataque armado. En segundo lugar, tanto en las palabras de Cuartas como en el título del análisis periodístico, aparece la expresión “tener miedo”. De esta forma, se traza un contraste entre niños y Cuartas porque mientras los primeros pueden ser amedrentados por un tiroteo, la denuncia de la alcaldesa contra la máxima autoridad militar del Urabá muestra su coraje y valor aún frente a las posibles consecuencias negativas de tal atentado. Si la acción de identificar como autor a un militar de alta jerarquía puede ser asociada con la rebeldía que caracterizó a Antígona, el texto de Sandoval Ordóñez también presenta a Cuartas guiada por el interés de proteger a los miembros indefensos de su comunidad, retomando otra función del personaje mitológico. Ambas acciones interpelan al estado y su ineficacia a la hora de dar protección y derechos concretos a los sectores pobres de la población del Urabá.

El capítulo “Muerte en Urabá” deja de manifiesto el liderazgo de Cuartas y su apreciación que la muerte violenta del niño de la que es testigo y el ataque armado victimizan a la población civil de Apartadó. Cuartas entiende la agresión como un abuso contra los derechos humanos de la población del Urabá. Anderlini explica que “los defensores de la seguridad humana sostienen que el más básico de los derechos humanos debe ser protegido en todas las etapas del conflicto armado”.39 Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo muestra el impulso de Cuartas de proteger a los civiles durante el ataque de la escuela: “Hubo un instante en que todo se calmó, entonces metimos a los niños en el restaurante escolar, en todas partes y yo me metí en el baño con tres de ellos, con las dos jefas de núcleo y el secretario de educación porque los niños, todos, los teníamos cubiertos con los profesores”.40 El texto biográfico deja constancia de cómo los otros adultos presentes y Cuartas utilizan sus cuerpos como escudos para garantizar el resguardo físico de los menores. En el cuerpo femenino que envuelve a los estudiantes para aislarlos de las balas, se pone de manifiesto el altruismo de la alcaldesa que encuentra reciprocidad entre aquellos a quienes defiende. La narración de Sandoval Ordóñez menciona a una niña que cobija a Cuartas, señalándole cómo y dónde esconderse.41 Porque ha sobrevivido a ataques similares, esta menor conoce la progresión de las acciones de los agresores y la utiliza para resguardar a la funcionaria. La generosidad de la niña indefensa contrasta con las acciones menos arriesgadas de grupos oficiales para socorrer a Cuartas durante el atentado: “después me dijeron que la Cruz Roja no había querido ir por mí”.42 Por lo que la alcaldesa también es presentada en el mismo estado de vulnerabilidad que los niños. Como lo explica Virginia Bouvier, “las mujeres, en los sectores rurales en general y en los pobres en particular, la juventud, los Afro-colombianos, y los indígenas tienen una historia de exclusión política, social y económica en Colombia y ellos sufren especialmente el conflicto armado”.43 En este sentido se podría considerar a Gloria Cuartas como un testimonio, siguiendo a John Beverley quien destaca que “su punto de vista es desde abajo . . . su naturaleza como género implica un reto al status quo de una sociedad dada”.44 El texto de Sandoval Ordóñez posiciona, entonces, a Cuartas en relación con una comunidad de afectados por el conflicto armado, en la cual su seguridad física está tan amenazada como la de los pobladores de Apartadó.45

El tema de enfrentar el miedo reaparece en momento de la asunción de Cuartas al cargo de alcaldesa. El miedo permea a las personas de su entorno quienes temían por su seguridad: “Cuando se empezó el proyecto de este libro, no fueron pocos quienes advirtieron: ‘Hay que escribirlo rápido, antes de que la maten’”.46 El texto sobre la alcaldesa hace referencia a la búsqueda de fuerza espiritual que Cuartas realiza en su lectura de la biblia regalada por una de sus tías47 y en especial del salmo 91 que exhorta a confiar en la voluntad divina que se manifestará en momentos de peligro. También, Sandoval Ordóñez cita a un amigo de Cuartas que la insta a superar sus temores y a desempeñar una labor admirable: “Por tus tres años sin derecho al descanso, al desfallecimiento o al miedo, brindo desde la distancia”.48 Para que los lectores comprendan la dimensión del sacrificio personal de Cuartas al arriesgar su vida, el texto de Sandoval Ordóñez la contextualiza.

La autora de Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo se dedica a trazar meticulosamente los orígenes familiares y la formación intelectual y profesional de Cuartas. Casi un 40% de la investigación gira en torno a la familia de Cuartas. El estatus de hija única de un matrimonio inestable le confiere a su infancia el sentimiento de soledad de haber crecido “huérfana” de padres, aunque estuviera rodeada de tíos. Precisamente Sandoval Ordóñez enfatiza la soledad de Cuartas como una forma de ilustrar la iniciativa de la futura alcaldesa en el trazado de su propio camino. La periodista sugiere que, para sobrellevar la ausencia de sus padres, Cuartas mantuvo firmes lazos con la religión católica y las monjas de las Oblatas y Carmelitas, donde cursó su secundario. Sandoval Ordóñez presenta la espiritualidad de Cuartas desarrollada en un ámbito femenino que le sirvió de apoyo y le brindó un modelo de vida: “mi vida como una opción desde los pobres encontraba ya una razón para existir”.49 La periodista destaca tanto el interés de Cuartas de enfocarse en el trabajo social como su afán por tener una formación completa cuando menciona un curso de telecomunicaciones que Cuartas tomó en la Cruz Roja y su participación en el Grupo de Derecho Internacional.50 De esta manera, lo espiritual aparece unido a una formación pragmática y ecléctica en actividades que tenían como objetivo el servicio a los demás.

El texto de Sandoval Ordóñez narra los pormenores del bautismo de fuego profesional de Cuartas a raíz de un desastre natural. El 31 de marzo de 1983 tuvo lugar un terremoto en Popayán que dejó un saldo de más de doscientos cincuenta muertos y la destrucción de numerosas edificaciones, algunas de las cuales databan de la época de la colonia. Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo relata la forma en que Cuartas, todavía estudiante universitaria, fue contratada como parte de la asociación “Antioquia por el Cauca”, para reconstruir la zona dañada. En esa ocasión, Cuartas conoce a Gabriel Jaime Giraldo, un político de Antioquia, quien se interesa por lo acontecido en el Cauca y pasa a convertirse en su mentor. Cuartas es quien pone el cuerpo figurativa y literalmente, trasladándose a Popayán para reconstruir la región. La biografía parcial de Cuartas hace referencia al hecho de que la estudiante de asistencia social, descripta en varios pasajes como de baja estatura, no sólo debe participar en diferentes tareas sino también proyectar una imagen de seguridad y liderazgo para tranquilizar a quienes habían perdido sus hogares. En esta descripción, Sandoval Ordóñez destaca la disposición e iniciativa de la joven Cuartas para aprender en el teatro mismo de los acontecimientos.

En Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo se hacen evidentes otras dos caracterizaciones de Cuartas. En primer lugar, es descrita teniendo una agenda con numerosas actividades: ayuda a reconstruir un barrio, atiende a la guerrilla, lidera la construcción de un polideportivo y casa de la cultura, habla con periodistas.51 Además, el texto biográfico la muestra como profundamente comprometida con los necesitados, ya sean personas que perdieron sus hogares por el terremoto, niños o una de sus parejas que era adicto a las drogas. El espíritu de servicio a los demás es signo de su abnegación por los demás. El texto de Sandoval Ordóñez cita a una amiga de Cuartas que explica: “Los seres con historias como las de Gloria tienden a sobreproteger porque quieren dar lo que no tuvieron”.52 Tanto su compromiso como su esfuerzo de proteger a los otros la presentan como una persona dedicada a mejorar el nivel de la vida en comunidades con necesidades. Si como describe Anderlini: “para muchas mujeres no hay líneas entre los espacios privados y los públicos”,53 en la biografía parcial de Sandoval Ordóñez, Cuartas aparece viviendo en función de ayudar a los demás. Sin embargo, esta caracterización puede llegar a ser problemática ya que puede confundirse con los postulados de grupos izquierdistas que también luchaban en busca de mejoras en las condiciones de vida de los sectores de clases bajas y el campesinado.

Como forma de legitimar la actividad social de Cuartas, Sandoval Ordóñez menciona los contactos profesionales de quien llegaría a ser alcaldesa. Uno de sus mentores fue el arzobispo de Cali, Monseñor Duarte Cancino quien patrocinó su candidatura para la alcaldía.54 La periodista explica que otro mentor fue Giraldo, a quien conoció cuando se formó “Antioquia por el Cauca”. El hecho que este político-empresario también fuera amigo de Álvaro Uribe Vélez sirve para legitimar la actividad de Cuartas en el área social. En un primer momento, ambos trabajaron juntos ya que Uribe Vélez era el gobernador de Antioquia durante el tiempo en que Cuartas era alcaldesa de Apartadó. Por ejemplo, la biografía detalla que en octubre de 1995, visitaron Europa buscando llamar la atención sobre las atrocidades cometidas en el Urabá. De esta manera, Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo muestra a la alcaldesa yendo más allá del ámbito tradicional del gobierno local al gestionar ayuda internacional, presentándose como representante de una población asediada por la violencia. Si el fin de pacificar la zona unía a Uribe Vélez y Cuartas, los métodos de cada uno eran diferentes.

A pesar de esta colaboración entre gobernador y alcaldesa, Sandoval Ordóñez también marca importantes diferencias entre ambos en torno a género y posiciones políticas. Para la periodista, “Álvaro Uribe Vélez [es], un político liberal considerado como un representante de la derecha colombiana y Gloria Cuartas, una defensora incansable de los derechos humanos”.55 Después del viaje a Europa, Uribe Vélez se declara a favor de la intervención internacional para solucionar la violencia en Urabá, minimizando el impacto que tendría en la soberanía nacional. Por el contrario, Sandoval Ordóñez señala que Cuartas “no cesó en su empeño de solicitar presencia internacional, aunque no de tropas”.56 La disparidad entre ambos en lo concerniente a género y posturas políticas es clave para entender el poder de Uribe Vélez quien no solo llegó a la presidencia de Colombia, sino que también avaló a los grupos paramilitares que hostigaban a la misma población a la que Cuartas ayudaba.57 El contraste que realiza Sandoval Ordóñez ilustra su alineamiento con los postulados de las feministas que subrayan las diferencias entre hombres y mujeres: “primero, los hombres relativamente violentos y las mujeres relativamente pacíficas. Segundo, los hombres son más autónomos y las mujeres están más conectadas a sus relaciones sociales”.58 Esta diferencia genérica organiza la narración de lo acontecido durante el gobierno de Cuartas.

El texto de Sandoval Ordóñez se bifurca en torno a las acciones emprendidas por hombres y las de Cuartas. La periodista cita, por ejemplo, el discurso de la alcaldesa identificando a agresores y haciendo un llamado a la conciliación: “Reitero a la Coordinadora Guerrillera, al señor Fidel Castaño y a quienes tengan a bien seguir coordinando estos grupos en Urabá, que lo único que están haciendo es polarizando la población, llenándola de odio, de dolor, de tristeza”.59

Cuartas abogaba por la paz necesaria para la gobernabilidad y supervivencia de los habitantes de Urabá y por lo tanto, sumaba el apoyo “[d]el consenso político de Apartadó, los comerciantes, los educadores respaldan mi decisión de buscar contactos con la guerrilla y los paramilitares”.60 El testimonio presenta a Cuartas tejiendo alianzas no solo con las fuerzas vivas de Apartadó sino también con los alcaldes de la región61 como forma de lograr la pacificación de la zona a su cargo.62 Para Sandoval Ordóñez, la violencia en Urabá tenía cara de hombre cuando informa sobre las 18 muertes acontecidas en Chigorodó el 12 de agosto de 1995 y que “hombres uniformados con prendas del Ejército y la policía”63 llegaron a un corregimiento de Apartadó seis días después, saquearon una cooperativa y asesinaron a cuatro hombres. Otros siete hombres fueron eliminados esa misma noche. En un contraste claro con las actividades de diálogo y pacificación de Cuartas, Sandoval Ordóñez pone de manifiesto que las acciones de hombres armados en Urabá sembraban el caos y la muerte en la región. En claro contraste, tanto las acciones de Cuartas, como la memorialización de Sandoval Ordóñez se encuadran dentro del feminismo radical, el cual “está arragaido en un entendimiendo del patriarcado como un sistema que crea y continuamente reproduce el sexo/género como jerarquías en las cuales los hombres dominan a las mujeres”.64 Al defender la paz, Cuartas se posiciona contra el patriarcado colombiano que generaba represión y muertes.

El liderazgo de Cuartas en defensa de la seguridad de los habitantes de Apartadó le valió tanto ser reconocida por su labor a favor de la paz como ser condenada. Sandoval Ordóñez la llama de “pacifista, enemiga de las armas y amante de la vida”.65 El periódico La Semana ofrece una caracterización en las mismas líneas: “Esta trabajadora social no parece conocer fronteras en la pacificación de la región”.66 Sandoval Ordóñez y La Semana hacen referencia a la iniciativa de Cuartas de buscar ayuda internacional en el exterior para lograr un cese de violencia en Urabá, tarea reconocida con un premio de la UNESCO.67 En agosto de 1996, Cuartas también recibió la condecoración Simón Bolívar concedida por el Ministerio de Educación, casi al mismo tiempo en que cinco testigos anónimos la acusaron de colaborar con la guerrilla.68 El texto de Sandoval Ordóñez expone que a medida que Cuartas ganaba interlocutores y presencia internacional, su posición interna se debilitaba: en junio de 1997, las agrupaciones reunidas en el consenso pidieron su renuncia, caratulándola de dictadora y acusándola de haber desordenado la alcaldía.69 Sandoval Ordóñez da lugar a la explicación de Cuartas: “Cada vez que yo iba asumiendo con mayor fuerza la defensa de la vida de la gente de Apartadó y me iba oponiendo a esta limpieza, a esta manera tan cruel de asesinar al pueblo, vi retirándose gradualmente a la gente”.70 La narración de Sandoval Ordóñez enfatiza la falta de apoyo popular que caracterizó los últimos meses de Cuartas frente a la alcaldía.

Al mismo tiempo que Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo se refiere a la defección popular en torno a Cuartas, el texto describe los tensos vínculos de la alcaldesa con un general del ejército y el líder de las fuerzas paramilitares. La comunicación con el general Rito Alejo del Río estuvo marcada por sus acusaciones de que Cuartas tenía simpatías con la guerrilla.71 Frente a la vocal defensa de sus colaboradores y su gestión, “desde esa vez el general Rito Alejo cree que soy una irreverente”.72 Para el representante del Ejército, el hecho de que una mujer civil no se intimidara de su autoridad y cargo era percibido como una falta de respeto. A su vez, Del Río era aliado de Uribe Vélez quien introdujo a los paramilitares en la zona. El texto biográfico expone esta alianza militarista que atentaba contra los pobladores más humildes de Urabá. La alcaldesa se entrevistó con Carlos Castaño (1965-2004), el líder de las milicias paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia para saber el destino de desaparecidos e invitarlo a un diálogo para terminar con la justicia extraoficial de su organización en contra de quienes creían que simpatizaban con la guerrilla. De acuerdo a Sandoval Ordóñez, Castaño se quejaba de que Cuartas lo trataba mal, anécdota que demuestra el valor de Cuartas, quien se no se amedrentaba al tratar con un jefe de una organización represiva.73

La última caracterización que surge de Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo es el valor de Cuartas en acompañar a las víctimas. Ante el pedido de asistencia de mujeres cuyos maridos habían sido asesinados por los paramilitares, el texto de Sandoval Ordóñez menciona que la alcaldesa se atrevió a pasar el cerco de las milicias para recuperar los cuerpos: “siempre me preocupé por la caja del muerto, por ir a buscar al desaparecido, por acompañar a la viuda, por prestar el carro”.74 En estas tareas de dar consuelo a los sobrevivientes y digno entierro a las víctimas de la violencia, Cuartas ejerce el papel de Antígona, quien desafió la autoridad para enterrar el cuerpo de su hermano. La biografía parcial de Sandoval Ordóñez pone de manifiesto que si el poder masculino, a través de los paramilitares, cobraba víctimas, Cuartas se encargaba desde la falta de poder, de recuperar la dignidad de los caídos. Además, Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo muestra la dinámica que se establece entre dos mujeres que participaron en la vida pública en Colombia en la década de los noventa. Carmiña Navia Velazco expone que: “En la tradición feminista, compartir la experiencia y la conciencia ha sido fundamental para las mujeres. En pequeños grupos, las mujeres han reflexionado sobre sus vidas en un ambiente de confianza y de encuentro de género sin la interferencia política que significa la presencia de hombres”.75 Entre alcaldesa y periodista se gesta una camaradería surgida de los valores comunes plasmados en una visión en favor de los perseguidos, de la legalidad y del estatuto subalterno de la mujer que se enfrenta al aparato bélico masculino.

En conclusión, Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo posee considerable importancia. No sólo brinda un testimonio de los enfrentamientos en Urabá a mediados de los noventa, lo que lo hace un texto de interés histórico al presentar una visión no-hegemónica, sino que también, por la compenetración entre autora y alcaldesa que denuncian el accionar militarista y autoritario, es un documento feminista. Como tal provee una narración alternativa a los hechos de violencia que afectaron las regiones rurales de Colombia. Sandoval Ordóñez enfatiza la iniciativa y liderazgo de Cuartas para crear mejores condiciones de vida durante su periodo como alcaldesa de Apartadó y su lucha para obtener la paz y abrir canales de comunicación entre diversos grupos armados. Esta biografía parcial alude a los obstáculos que enfrentó Cuartas por sus valores y compromiso a favor de la vida a la vez que deja constancia del trauma de haber vivido amenazada de muerte, expuesta a la violencia armada y de haber sido testigo de muertes violentas durante el conflicto armado. Su desafío al haber ingresado en la política local en una región altamente convulsionada en los años 90, le valió amenazas y una creciente sensación que su seguridad estaba en peligro. A su vez, la labor transgresora de Sandoval Ordóñez consistió en memorializar hechos en los que los representantes del estado colombiano participaban de acciones en contra de la población civil del Urabá.

Notas

1.            Víctor Hinojosa, “Negotiating Peace and Strengthening the State: Reducing Violence in Colombia,” en Hanna S. Kassab y Jonathan D. Rosen (eds.), Violence in the Americas (New York: Lexington Books, 2018), p. 73.

2.            Eva Tuft, “Integrating a Gender Perspective in Conflict Resolution: The Colombian Case,” en Inger Skjelsbaek y Dan Smuth (eds.), Gender, Peace and Conflict (London: Sage, 2001), p. 147.

3.            Tuft, “Integrating a Gender Perspective,” p.147.

4.            Elena Garcés, Colombian Women. The Struggle Out of Silence (Lanham: Lexington Books, 2008), p.14.

5.            Sandra Cheldelin y Maneska Eliatamby, Women Waging War and Peace: International Perspectives of Women’s roles in Conflict and Post-Conflict Resolution (London: Continuum, 2011), p. 1.

6.            Camilo Alberto Jiménez Alfonso, “Victims and Warriors. Representations and SelfRepresentations of the FARC-EP and Its leaders,” en Andrea Fanta Castro et al (eds.), Territories of Conflict. Traversing Colombia through Cultural Studies (Rochester, NY: University of Rochester Press, 2017), p. 77.

7.            Judith Gardam y Michelle Jarvis, Women, Armed Conflict and International Law (London & Boston: Kluwer Law International, 2001), p. 7.

8.            Jean Bethke Elshtain, “Antigone’s Daughters,” en Anne Phillips (ed.), Feminism and Politics (Oxford; New York: Oxford University Press, 1998), p. 372.

9.            Francesca Miller, Latin American Women and the Search for Social Justice (Hanover and London: University Press of New England, 1991), p. 96.

10.          Miller, Latin American Women and the Search for Social Justice, p. 240.

11.          Nikki Craske, Women and Politics in Latin America (Cambridge: Polity Press, 1999), p. 60.

12.          Anónimo, “Alcaldesas, el nuevo poder en países de Hispanoamérica,” El tiempo, 14 de diciembre de 1994. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-265475 Consultado el 6 de febrero de 2019

13.          Anónimo. “Alcaldesas,” El Tiempo, 27 de junio de 1993. https://www.eltiempo.com/ archivo/documento/MAM-149177 Consultado el 6 de Febrero de 2019.

14.          Citado en Gloria Inés Restrepo, “Memoria e historia de la violencia en San Carlos y Apartadó,” Universitas Humanistica, no. 72 (2011), pp. 158-188, p. 153.

15.          Catalina Rojas, “Women and Peace Building in Colombia. Resistance to War, Creativity for Peace,” en Virginia Bouvier (ed) Colombia: Building Peace in a Time of War (Washington: United State Peace Institute, 2009), p. 210.

16.          María del Rosario Arrazola, “Esperanza, Paz y Libertad en la mira del EPL,” El Tiempo, 29 de agosto de 1992. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-189124 Consultado el 10 de Febrero de 2019.

17.          Clara García, “Urabá: Políticas de paz y dinámica de guerras,” Estudios Políticos (1997), pp. 138-49, p. 139.

18.          Virginia Bouvier (ed.), Colombia: Building Peace in a Time of War (Washington: United State Peace Institute, 2009), p. 63.

19.          Luis Alberto Matta Aldana señala que “la UP aparte de ser un movimiento heterogéneo, pluralista, democrático y amplio, pretendía ser un espacio político para los partidos políticos tradicionales y receptor de los levantados en armas que hacían y que deseaban hacer tránsito hacia la vida civil”.

                Luis Alberto Matta Aldana. Poder capitalista y violencia política en Colombia. Terrorismo de estado Genocidio contra la Unión Patriótica (Bogotá: Ideas, 2002), p. 2.

20.          Abbey Steele, “Electing Displacement: Political Cleansing in Apartadó, Colombia,” Journal of Conflict Resolution, 55:3 (2011), p. 430.

21.          Castillo fue blanco de dos atentados a raíz de los cuales se exilió en Holanda desde 1989 hasta 1993. A su regreso, se vinculó primero a la Universidad de Caldas y luego la de Manizales, desde donde regresaba cuando fue asesinado. (“Ex alcalde” 2015: s.p.) “Asesinado ex alcalde de Apartadó, ” El Tiempo, 21 de febrero de 1996. https://www. eltiempo.com/archivo/documento/MAM-355323 Consultado el 10 de Febrero de 2019

22.          En el 2015, Jhon Alirio Rodríguez Parra fue acusado como uno de los autores del homicidio (“Capturado” 2015: s.p.).

23.          Pilar Lozano, “Asesinada en Colombia una alcaldesa de la Unión Patriótica,” El País, 28 de febrero de 1990 https://elpais.com/diario/1990/02/28/internacional/636159608_850215. html Consultado el 9 de febrero de 2019.

24.          Maurizio Alì asegura que, “esta zona ha sido el epicentro de la crisis humanitaria crítica que ha forzado a las personas a mudarse a zonas más seguras”. Maurizio Alì, “The

Darién Gap: Political Discourse and Economic Development in Colombia,” en Andrea Fanta Castro et al (eds.), Territories of Conflict. Traversing Colombia through Cultural Studies (Rochester, NY: University of Rochester Press, 2017), p. 113.

25.          Diana Cubides et al sostienen que “[l]a violencia contra la UP ha sido caracterizada como sistemática, tanto por organismos nacionales como internacionales, dada la intención de atacar y eliminar a sus representantes, miembros e incluso simpatizantes”. Diana Cubides, Celia M. Durán, Melissa Ríos Sarmiento, “Unión Patriótica, Verdad, Justicia y Reparación,” Inciso, núm. 15 (2013), p. 250.

26.          Marbel Sandoval Ordoñez, Gloria Cuartas. Por qué no tiene miedo? (Bogotá: Planeta Colombiana, 1997), p.155-183.

27.          Sandoval Ordoñez, Gloria Cuartas, pp. 156-7.

28.          Anónimo, “Exterminio de EPL en Urabá, crimen de lesa humanidad?,” Verdad abierta, 21 de noviembre de 1994. https://verdadabierta.com/exterminio-de-epl-en-uraba-crimende-lesa-humanidad Consultado el 10 de febrero de 2019.

29.          Carlo Nasi cita a estudiosos que compararon tendencias de violencia en distintas municipalidades en Colombia y que llegaron a la conclusión que durante 1978-1995 las organizaciones de la guerrilla abrieron nuevos frentes en áreas estratégicas caracterizadas por actividades económicas dinámicas. Carlo Nasi, “Colombia’s Peace Processes, 19822002. Conditions, Strategies, and Outcomes,” en Virginia Bouvier (ed.), Colombia: Building Peace in a Time of War (Washington: United State Peace Institute, 2009), p. 61. 30. Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 161.

31.          Según datos del banco Mundial, entre 1995 y 1999, Colombia atravesó una crisis macroeconómica que aumentó la pobreza. Nasi, “Colombia’s Peace Processes,” p. 63.

32.          Es autora de una trilogía de novelas: En el brazo del río (2006), Joaquina Centeno (2013) y Las brisas (2017).

33.          Sandoval Ordoñez, Gloria Cuartas, p. 343.

34.          Sandoval Ordoñez, Gloria Cuartas, p. 10.

35.          Saman Anderlini, Women Building Peace. What They Do, Why It Matters (London:

Lynne Rienner, 2007), p. 83.

36.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 21.

37.          Ibid.

38.          Matta Aldana, Poder capitalista y violencia política en Colombia, p. 7.

39.          Anderlini, Women Building Peace, p. 12.

40.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 18 41. Ibid., p. 19.

42.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 20.

43.          Bouvier, Colombia, p. 8.

44.          John Beverley, “Anatomía del testimonio,” Revista de crítica literaria latinoamericana, 25:13 (1987), pp. 7-16, p. 9.

45.          Ronald Anrup se refiere a la opción de la alcaldía por la pacificación: “Desde el año 1996, el poblado de San José de Apartadó se declaró neutral frente a los actores armados, estrategia a la que ya venían acogiéndose algunas comunidades de la región. El pacto llamado Comunidad de Paz fue suscrito un año después con el acompañamiento de la Diócesis de Apartadó, la Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz y el Centro de Investigaciones y Educación Popular”. Ronald Anrup, Antígona y Creonte: Rebeldía y Estado en Colombia (Bogotá: Ediciones Grupo B, 2011), p. 134.

46.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 208.

47.          Ibid., p. 177.

48.          Ibid., p. 178

49.          Ibid., p. 62.

50.          Ibid., p. 79.

51.          Ibid., pp. 93-98.

52.          Ibid., p. 83.

53.          Anderlini, Women Building Peace, p. 75.

54.          Duarte Cancino fue asesinado el 16 de marzo del 2002. Se había expresado en contra del ELN, las FARC y los paramilitares que secuestraban a la población civil.

55.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 87.

56.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 231.

57.          Gustavo Rugeles sostiene que “El entonces gobernador Álvaro Uribe Vélez estaba convencido de que los civiles debían armarse para defenderse de la guerrilla, así como el Estado, desde la gobernación, debía facilitar y apoyar su articulación con las Fuerzas Militares. El modelo que implementó en Urabá, con base a las Convivir fue el laboratorio que una vez llegó a la Presidencia de la República quiso generalizar a través de su política de seguridad democrática”. Gustavo Rugeles, “Las Convivir que se volvieron organizaciones paramilitares,” Las 2orillas, 1 de diciembre de 2013. https://www. las2orillas.co/las-convivir-se-volvieron-organizaciones-paramilitares/ Consultado el 27 de febrero de 2019.

58.          Joshua Goldstein, War and Gender. How Gender Shapes the War System and Vice Versa (Cambridge: Cambridge University Press, 2001), p. 201.

59.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 187.

60.          Clara García reconoce la labor de pacificación: “es en la Alcaldía de Apartadó donde surge el más intenso e impactante llamado al gobierno nacional para que acepte alguna manera de diálogo regional dentro de una estrategia de paz. Este llamado logra un cierto nivel de aceptación en el ámbito nacional.” Clara García, “Urabá: Políticas de paz y dinámica de guerras,” Estudios Políticos (1997), pp. 138-49, p. 139.

61.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 203.

62.          Cheldelin y Eliatamby afirman que “La creación de cooperaciones con otras organizaciones, defensores de derechos humanos y especialistas en resolución de conflictos es clave para la asegurar la construcción de comunidades estables basadas en el respeto mutuo y la legalidad Creating partnerships with other organizations, human rights advocates and conflict resolution specialists is critical to build stable communities based on mutual respect and the rule of law”. En Cheldelin y Eliatamby, Women Waging War and Peace, p. 289.

63.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 188.

64.          Lina Césped-Báez, “Creole Radical Feminist Transitional Justice. An Exploration of Colombian Feminism in the Context of Armed Conflict,” en Fabio Andrés Díaz Pabón (ed.), Truth, Justice and Reconciliation in Colombia: Transitioning from Violence (London: Routledge, 2018), p. 104.

65.          Ibid., p. 207.

66.          Anónimo, “La guerrera por la paz,” La Semana, 10 de octubre de 1995. https://www.

semana.com/gente/articulo/la-guerrera-de-la-paz/26890-3 Consultado el 10 de febrero de 2019.

67.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 232.

68.          Ibid., p. 277.

69.          Ibid., pp. 240-41.

70.          Ibid., p. 243.

71.          En 1998, el embajador norteamericano en Colombia, Curtis Kamman, informó sobre el “‘el sistemático armado y equipamiento de los agresivos paramilitares regionales’ [que] eran ‘claves’ para el éxito militar del Gen. Rito Alejo del Río Rojas, ahora siendo juzgado por el asesinato y la colaboración con los escuadrones de muerte paramilitares mientras era comandante de una unidad militar clave en el norte de Colombia”. En “The United States versus Rio Alejo del Río Rojas,” National Security Archives, 29 de septiembre de 2010. https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB327/index.htm Consultado el 25 de febrero de 2019.

 Según el periódico El Espectador: “[d]el Río llegó como comandante de la Brigada XVIII en 1995, en momentos en que la guerrilla y el paramilitarismo libraban una guerra a muerte en la región del Urabá, en una confrontación que poco a poco se proyectaba hacia el Chocó. En la misma época, llegó a la Gobernación de Antioquia Álvaro Uribe Vélez, quien de inmediato emprendió una dura ofensiva militar contra los grupos guerrilleros en el departamento, encontrando en el general (r) a uno de sus principales aliados. En ese contexto, el general (r) del Río intervino activamente en la llamada operación Génesis, que después fue respaldada por el accionar paramilitar en la región, al punto de generar un masivo desplazamiento en la región de Cacarica. Varias organizaciones de derechos humanos comenzaron a denunciar lo sucedido, razón por la cual llegaron a la Fiscalía las primeras denuncias contra el general (r)”. En “Rito Alejo del Río: la historia del general (r) condenado que volvió a la libertad,” El espectador, 30 de septiembre de 2013. https://www.elespectador.com/noticias/judicial/rito-alejo-del-rio-la-historiadel-general-r-condenado-que-volvio-la-libertad-articulo-715783 Consultado el 21 de febrero de 2019.

72.          Sandoval Ordóñez, Gloria Cuartas, p. 275.

73.          Ibid., p. 277.

74.          Ibid., p. 237.

75.          Carmiña Navia Velasco, Guerras y paz en Colombia. Miradas de Mujer (Cali: Universidad del Valle, 2003), p. 53.

Sobre la historia del pensamiento filosófico

 

La primera hebra que consideramos necesario seguir nos obliga a situarnos en el interior del desarrollo del pensar filosófico y hacerlo a partir del nacimiento mismo de la filosofía. Al respecto, daremos una visión muy general y esquemática, pues hemos abordado este tema más extensamente en otra parte.' Como bien sabemos, el nacimiento de la reflexión filosófica nos conduce a la antigua Grecia, particularmente a Jonia, aquella parte del mundo griego integrada por diversas ciudades de Asia Menor. Esta referencia a la antigua filosofía griega es un aspecto característico de la filosofía de Nietzsche, para quien la filosofía griega representa una filosofía arquetípica». Ello implica que ella expresa la estructura y las opciones básicas de todo pensar filosófico. Esta idea la vemos recogida, por ejemplo, en Humano, demasiado humano, cuando escribe:

 

[…] en casi todos los sentidos, los problemas filosóficos de hoy están nuevamente formulados tal como lo fueran dos mil años atrás.

 

En la Grecia de entonces, diversos individuos iniciaron lo que hoy conocemos como reflexión filosófica, al formular una pregunta que buscaba dilucidar el «principio» (el arkhe) de todos los fenómenos naturales. El significado de este «principio>> era múltiple y de alguna manera integraba tres aspectos: origen, fundamento y gobierno, cada uno de ellos ligados también al término castellano «principio». La misma pregunta fue pasando de mano en mano y las respuestas que cada uno de pensadores ofrecieron fueron muy diferentes. Para Tales de Mileto, la respuesta fue el agua: para Anaximandro, lo indefinido (el apeiron). Para Anaxímenes, el agua; para Empédocles el principio estaba integrado por cuatro elementos: el agua, el aire, la tierra y el fuego; y así sucesivamente.

 

Alrededor del año 500 a. C., sin embargo, se levantaron frente a esta pregunta dos concepciones antagónicas. En el extremo oriental del mundo griego, en la ciudad de Éfeso, entonces bajo protectorado persa, Heráclito planteó que el principio de todo lo existente se expresaba a través de tres términos o tres imágenes diferentes: el devenir, el fuego y el logos, la palabra. Para Heráclito, nada permanecía siendo lo mismo en el tiempo. Todo se halla en un proceso de devenir y transformación permanentes. Nada, sostenía Heráclito, es de una forma determinada y estable. Pero Heráclito acometía у algo más: daba vuelta la pregunta por los fenómenos naturales, concebidos éstos como algo externo, y proclamaba: Indagué en mi propia naturaleza Con ello inauguraba la reflexión filosófica sobre el fenómeno humano.

 

 

En el extremo occidental del mundo griego, en la ciudad de Elea, en el sur de Italia, Parménides sostenía exactamente lo opuesto a lo señalado por Heráclito. Para Parménides, el fundamento y principio de todo lo existente es el ser y éste es eterno e inmutable. El cambio, señalaba Parménides, aquello que Heráclito había colocado en el centro de su propuesta, no es sino una ilusión que resulta del efecto distorsionador de nuestros sentidos. Nada cambia. Todo es, siempre ha sido y siempre seguirá siendo lo mismo.

 

A partir del cambio en la dirección de la reflexión filosófica que había iniciado Heráclito, en la mitad del siglo V a. C. se desarrolló un importante movimiento, conocido como el movimiento sofista, que recogió la influencia del pensar heracliteano. Los sofistas devinieron los primeros profesores profesionales que conoció la historia de Occidente. Así como Hipócrates había iniciado el estudio de la medicina y del cuerpo humano con el propósito de curar las enfermedades, los sofistas se plantearon como tarea utilizar el poder del lenguaje (cuya importancia ya había sido invocada por Heráclito) para diagnosticar y curar el alma humana

 

Uno de los objetivos que se impusieron los sofistas era producir hombres virtuosos, que fueran capaces de alcanzar la excelencia, distinguirse y ganar posiciones en el seno de sus comunidades. El instrumento fundamental para lograrlo era el desarrollo de competencias conversacionales. Para ello enseñaban el manejo efectivo de las distintas acciones de lenguaje con el ánimo de desarrollar en los jóvenes capacidad de persuasión en el interior de sus comunidades. En una sociedad democrática como la que entonces existía en un número significativo de poleis griegas, la convivencia social se regía por los acuerdos alcanzados por la palabra. Cuando esta capacidad se rompe, la integración social debe normalmente recurrir a la violencia y a la imposición. Los principales sofistas eran, por lo general, promotores de una convivencia democrática.

 

Desde el interior del movimiento sofista, surgió en Atenas un filósofo que modificó el papel hasta entonces asumido por la filosofía. Para muchos, fue el verdadero fundador de la filosofía, término que antes de él no había sido incluso acuñado. Nos referimos a Sócrates. Sócrates fue el primer filósofo de la vida. Esta era una temática completamente nueva para la reflexión filosófica. La principal inquietud de Sócrates era reflexionar sobre el significado del bien vivir y las virtudes o principios- guías que lo habilitan.

 

De lo propuesto por Sócrates en este momento nos interesa destacar tan sólo dos aspectos**. El primero de ellos apunta al hecho de que Sócrates al fundar la primera filosofía de la vida encara una encrucijada. Se le abren dos caminos, dos opciones diferentes. Por un lado, seguir el camino de Heráclito o bien optar por el camino de Parménides.

 

Diógenes Laercio nos señala la admiración que Sócrates habría manifestado por Heráclito, sosteniendo, sin embargo, que había mucho en su filosofía que no lograba entender plenamente. Diógenes Laercio nos reporta:

 

[...] dicen que Euripides, que le había entregado a Sócrates una copia del libro de Heráclito, le preguntó que pensaba de él. Este respondió: “Lo que entiendo es excelente, y creo que lo que no entiendo también lo es, pero pienso que se necesitaría de un buceador de Delos para llegar a su fondo”.***

 

Los buceadores de la isla de Delos eran famosos por su habilidad para extraer perlas del fondo del mar. Al parecer Sócrates no tenía alma de buceador. El hecho es que optó por construir su filosofía de la vida apoyándose en Parménides y en su noción de ser, en vez de seguir el camino del devenir y la transformación sugerido por Heráclito.

 

Resulta interesante examinar a partir de lo anterior los diálogos platónicos que involucran a Sócrates. En términos generales, se observa que Sócrates procuraba persuadir a su interlocutor de que, a pesar de su creencia de entender el sentido de una determinada virtud, en rigor era ignorante de ella, pues no era capaz de remitirla al ser que le confería su real sentido. El objetivo de Sócrates era instalar en su interlocutor la perspectiva del ser, expresada en ideas abstractas y universales, a partir de la cual éste pudiera acceder a la verdad trascendente en la que toda virtud descansa y, desde allí, orientar la vida por la senda del bien vivir. Esto, consideramos, es el propósito central del quehacer socrático.

 

 

La noción parmenidea del ser, que para Sócrates representó en un recurso orientador de sus indagaciones, fue convertida posteriormente por Platón, su discípulo, en la piedra angular de toda reflexión filosófica. El tránsito de Sócrates a Platón marcó la inauguración de una reflexión propiamente metafísica. Poco tiempo después, Aristóteles, discípulo de Platón, a partir de algunos desacuerdos con su maestro, inauguró un camino alternativo de reflexión metafísica. A esta última se podrá llegar, por lo tanto, siguiendo estas dos grandes opciones: aquella representada por Platón y aquella que nos ofrece Aristóteles. Ambos se convertirán en los dos grandes pilares de lo llamaremos el programa metafísico.

 

Estos dos grandes filósofos, Platón y Aristóteles, tuvieron el gran mérito de desarrollar dos grandes sistemas filosóficos, sistemas que por lo general tienden a cubrir el conjunto de los dominios de reflexión filosófica. Desde la noción de ser de Parménides, se levantaron imponentes edificios a través de los cuales se buscó dar cuenta del conjunto de la realidad. Esto es precisamente lo central de la metafísica: ella ofrece las coordenadas básicas para pensar la realidad. Esto representa innegablemente una novedad frente a las reflexiones previamente- te ofrecidas por Sócrates, siempre referidas a su preocupación central: determinar en qué consiste el bien vivir».

 

Lo que en Platón se constata en su reflexión sobre la realidad, en Aristóteles es conducido algo más lejos. En la Metafísica, éste se preocupó por explicitar el carácter de su propia mirada metafísica. Sin embargo, esta obra puede ser leída desde distintas perspectivas. La más habitual es aquella que busca explicar la concepción que Aristóteles desarrolló al respecto. Pero es posible asumir otra perspectiva y preguntarse no sólo por aquello que Aristóteles expuso, sino preguntarse contra quién o contra quiénes lo hizo. En otras palabras, cuáles fueron los adversarios del pensar aristotélico, contra quiénes están dirigidos sus argumentos o, dicho de otra forma, a quiénes buscaba invalidar. La respuesta a esta pregunta es reveladora: la Metafísica está escrita para demostrar que tanto Heráclito como los sofistas estaban equivocados.

 

Durante el resto de la Antigüedad, la metafísica debió enfrentarse a otras corrientes filosóficas que, con grados de influencia desiguales, se desarrollaron en el período helenístico en Grecia y luego durante el período romano. Una de estas nuevas corrientes fue el estoicismo, corriente en la que el pensamiento de Heráclito ejerció una clara influencia. El estoicismo fue una corriente muy afín a la sensibilidad filosófica de Nietzsche. Por otro lado, en el período romano, se desarrolló aceleradamente una corriente cultural de carácter muy distinto, la que, progresivamente, influyó de modo creciente en la manera de pensar y encarar la vida de los hombres y mujeres de la época. Nos referimos al cristianismo.

 

Durante el período del emperador Constantino, el cristianismo accedió al poder imperial romano, se apropió del Estado y pronto se convirtió en la religión oficial del imperio. En este nuevo contexto político se inició un proceso cultural muy diferente: la progresiva fusión del cristianismo con la propuesta metafísica. Esta fusión tendió a consolidarse durante la Edad Media. Dos hitos merecen destacarse en este proceso: el primero está representado por el pensamiento teológico de Agustín, que, en el siglo IV, produjo una integración entre el cristianismo y la metafísica de Platón; el segundo, en el siglo XIII, corresponde a Tomás de Aquino, cuya teología se inspira en la metafísica de Aristóteles.

 

Esta fusión entre el cristianismo y la metafísica consolidó la hegemonía del programa metafísico, el que devino en columna vertebral no sólo de la reflexión filosófica, sino también del conjunto de la reflexión teológica. A partir de esta consolidación hegemónica, el desarrollo filosófico posterior se realizó en el interior del marco de presupuestos planteados por la metafísica. Ello condujo, más adelante, a que Alfred North Whitehead sostuviera que la historia de la filosofía occidental no es sino una nota al pie de página, un mero comentario, de la filosofía de Platón. Hay, sin duda, algo exagerado en ello, pero expresa el reconocimiento del carácter hegemónico que alcanzó el programa metafísico.

 

La importancia de la hegemonía del programa metafísico no sólo se manifestó en los desarrollos propiamente filosóficos que hubo a partir de ese momento. El mayor impacto que resultó de ello guarda relación con efectos que tuvieron lugar más allá del ámbito del pensar filosófico. El principal efecto de la hegemonía metafísica se produjo en la influencia que sus premisas tuvieron en la conformación del sentido común de los hombres y mujeres occidentales.

 

El núcleo del sentido común occidental devino tributario del programa metafísico. Ello implica que la metafísica se convirtió en la unidad básica de la mirada de individuos que estaban completamente alejados del pensamiento filosófico y que muchas veces no sabían ni habían oído hablar de filosofía. La metafísica se modelaba, sin ellos saberlo, en la estructura básica de su mirada del mundo, de la vida, de los demás y de sy ellos mismos. Todos devinimos metafísicos, la gran mayoría sin estar siquiera consciente de ello. La Iglesia, dado el rol que asumió durante toda la Edad Media, cumplió un papel de fundamental importancia en este proceso de socialización de la mirada metafísica.

 

Las cuatro premisas básicas del programa metafísico

 

¿En qué consiste el programa metafísico? ¿Cuál es la estructura básica de su mirada? ¿Cuál es ese «núcleo básico al que nos hemos referido? Hay diversas respuestas a estas preguntas; éste es un tema en el que podríamos profundizar por mucho tiempo. Lo que buscamos -no lo olvidemos-es situar el pensamiento de Nietzsche y, por lo tanto, nos circunscribiremos a lo que nos parece fundamental para comprenderlo. Desde esa perspectiva. Sostenemos que el núcleo básico del programa metafísico puede resumirse en cuatro grandes premisas.

 

1. El sentido de este mundo y de esta vida está conferido por un mundo y una vida situados más allá.

 

En primer lugar, es un rasgo propio de la mirada metafísica, ofrecer una concepción de la realidad conformado por el postulado de su carácter dual. La realidad no es una, nos dice la metafísica, sino que está conformada por dos órdenes de realidad diferentes. El primer orden es aquel que detectamos con nuestros sentidos y que se nos manifiesta directamente en nuestras experiencias. Se trata del mundo físico del que nos hablaban los presocráticos. Para los metafísicos el mundo de los sentidos y de las experiencias es un mundo distorsionado, es un mundo falso. El sentido de ese mundo, sostienen los metafísicos, no reside en su interior y es, por lo tanto, vano buscarlo dentro del mundo físico o natural. El sentido del mundo físico, postulan ellos, se encuentra más allá (meta) de la naturaleza (physis). Es este segundo orden abstracto y trascendente el que le confiere sentido al mundo concreto de la experiencia.

 

Platón opone al mundo de las experiencias sensibles el mundo de las formas abstractas e inmutables. Su alegoría de la caverna apunta precisamente a ello. Ella busca mostramos que lo que vemos con los sentidos son imágenes distorsionadas, sombras producidas por una luz a la que no accedemos, pues está a nuestras espaldas, pero que produce las figuras que percibimos. Aristóteles dividirá la realidad en dos pisos: el mundo de las apariencias, al que accedemos con los sentidos, y el mundo profundo de las esencias inmutables.

 

2. La noción del ser como eterno e inmutable

 

La segunda gran premisa del programa metafísico se refiere a la noción del ser, propuesta inicialmente por Parménides. Aquel mundo trascendente es un mundo en que encontramos el real ser de las cosas. El sentido de cualquier cosa le está conferido por su ser, un ser eterno e inmutable que habita el mundo trascendente que está más allá de las experiencias que nos muestran nuestros sentidos. Cada vez que procuramos referirnos a cómo una cosa es, ello representa un intento por acceder a su ser y con ello se expresa una primera intuición que nos dirige hacia el ser, hacia el mundo trascendente en el que tal ser habita. Ese ser se manifiesta, por lo tanto, en todo aquello que percibimos con los sentidos, en aquello que conforman los materiales de nuestras experiencias, pero reside fuera de la experiencia sensorial. La noción del ser, por lo tanto, está detrás de todo lo que existe y está presente, de manera más o menos explícita, en todo intento por conocer lo que existe.

 

Una de las tareas que se propone la metafísica es acercarnos de manera general al ser de las cosas y hablarnos incluso del ser que está detrás del ser de todo lo existente. ¿En qué consiste el ser? O, dicho en otras palabras, ¿cuál es el ser del ser? Ello conduce a la metafísica a sostener no sólo que cada cosa que vivimos y experimentamos posee su propio ser, sino que esos distintos seres no son sino la expresión de un único Ser general, con mayúscula. Es fácil reconocer la simetría formal que exhibe ese razonamiento filosófico con el presupuesto cristiano que detrás de todo lo que existe se encuentra un Dios único. En todo lo que existe se nos manifiesta la presencia de Dios, la presencia del Ser.

 

¿Cuáles son los atributos de ese Ser? Ya Parménides se había referido a ellos. Los atributos del Ser, señala la metafísica clásica, son cuatro: presencia, unicidad, permanencia y eternidad. La presencia apunta al hecho de que el Ser se manifiesta, se expresa en el mundo de la experiencia. El Ser se revela, de la misma manera como Jehová se le reveló a Abraham o a Moisés. La unicidad implica que el Ser es en último término uno y, por lo tanto, en el ser de cada cosa se expresa a su vez ese Ser único, el Ser de los seres diversos: un sólo Dios, no más. La permanencia nos habla de la inmutabilidad del Ser El ser no cambia, no se transforma. Por lo tanto, todo cambio, toda transformación, es la expresión de cambios a nivel de la manifestación del Ser, pero nunca del cambio del propio Ser. El cambio se constituye, en consecuencia, como expresión de las limitaciones de nuestra mirada, que es incapaz de trascender el orden de la experiencia y de acceder al orden inmutable del Ser. Por último, el Ser es eterno. No tiene principio, ni fin, ha existido siempre y siempre existirá

 

3. El concepto metafísico de la verdad

 

La tercera premisa del programa metafísico gira en torno a la noción de verdad. La verdad, para la metafísica, no es sino la expresión de la revelación del Ser. Ese ser que se nos manifiesta de muy distintas maneras, por lo general distorsionadas, sin mostrarse directamente a sí mismo, puede también manifestarse de manera directa. Cuando logramos ver al ser en su plenitud y total luminosidad accedemos a la verdad. La verdad, para la metafísica, consiste en acceder al ser de las cosas, así como la Verdad (con mayúsculas) implica acceder al Ser único y supremo y a su luz. La noción de verdad para los griegos se expresaba con el término aletheia, término que significaba manifestación. Revelación, en último término, epifanía. La verdad apunta a la capacidad del ser de mostrarse, de revelarse, como se reconocía en el primer atributo del ser presencia.

 

4. La primacía de la razón en los seres humanos

 

La cuarta y última premisa nos habla no sólo del Ser sino de la relación de los seres humanos con él y de nuestra capacidad para acceder a él y, por lo tanto, de alcanzar la verdad. Así como el Ser se nos puede simplemente revelar, de manera inversa los seres humanos tenemos la capacidad de acceder a él Esta vez se trata del proceso inverso, de un proceso que parte de los seres humanos y se dirige hacia el Ser y la Verdad. Ello implica postular un camino que conecte a los seres humanos con el Ser. Ese camino, para los metafísicos, es la razón.

 

La razón, para éstos, es el atributo fundamental de los seres humanos, atributo a través del cual participamos en el Ser y simultáneamente nos permite acceder a él. El ser humano, sostienen los metafísicos, es un ser eminentemente racional. Esto es lo que nos diferencia de los animales y aquello que constituye la especificidad misma de lo humano. Nuestra humanidad, por lo tanto, se confunde con nuestra racionalidad. El mundo de nuestras pasiones y el dominio de nuestra corporalidad son lo que tenemos en común con los animales; son parte de nuestra animalidad y no de nuestra humanidad.

 

Ésa fue la premisa central de la mirada al ser humano propuesta inicialmente por Sócrates y preservada posteriormente por el programa metafísico. El programa metafísico se articulaba, en consecuencia, en torno a cuatro pilares: el carácter dual de la realidad, el ser, la verdad y la razón.

 

Heráclito

 

Para enfrentar a Sócrates y desarrollar una mirada diferente acerca de la existencia humana, Nietzsche realiza una operación curiosa. En una época muy distinta a aquella en la que vivió Sócrates, Nietzsche procura, sin embargo, colocarse en la misma encrucijada en la que aquel se vio enfrentado, para explorar así el camino que Sócrates descartó. En vez de ignorar a Heráclito y de confrontar a los sofistas, como entonces lo hizo la metafísica, Nietzsche toma exactamente el camino contrario: se apoya en Heráclito y afirma la validez de los argumentos de los grandes sofistas. Y es desde allí que propone llevar a cabo una refundación de la filosofía de la vida.

 

Su principal punto de apoyo en esta tarea, será precisamente Heráclito. En El crepúsculo de los ídolos, Nietzsche escribe:

 

Coloco a un lado con la más alta reverencia el nombre de Hendclito. Cuando el resto de la muchedumbre de los filósofos rechazaban la evidencia de los sentidos por mostrar esta pluralidad y cambio, él rechazó sus evidencias que los conducían a sostener que las cosas tenían duración y unidad […] La razón es la causa de nuestra falsificación de la evidencia de los sentidos. Pero Herádito estará siempre en lo cierto en esto, en que el Ser es una ficción vacía. El mundo “aparente” es el único que existe el supuesto mundo real (de los filósofos] sólo ha sido añadido de manera mentirosa.

 

En Ecce Homo, hablando de Heráclito, señala:

 

(-) en cuya cercanía siento más calor y me encuentro de mejor humor que en ningún otro lugar. La afirmación del fluir y del aniquilar, que es lo decisivo en la filosofía dionisiaca, el decir Sí a la oposición ya la contienda, el devenir, el rechazo, incluso al concepto mismo de ser, en todo esto tengo que reconocer, en cualquier circunstancia, lo más afín a mí entre lo que hasta ahora se ha pensado.

 

En la antigua confrontación que se produce entre la posición de Heráclito y la de Parménides, Nietzsche no duda dónde colocarse. Dice, en La voluntad de poder

 

Parménides dijo no podemos pensar lo que no es nosotros nos colocamos en el otro extremo y decimos lo que puede pensarse tiene que ser ciertamente una ficción

 

En el mismo libro, más adelante, en una referencia que parece estar dirigida tanto a Aristóteles como a Parménides, Nietzsche sostiene:

 

La ley de la contradicción proveyó la fórmula, el mundo verdadero, aquel hacia el cual uno se dirige para definir el camino, no puede contradecirse a sí mismo, no puede cambiar, no puede devenir, no tiene inicio ni final.

 

Este es el más grande error que hasta ahora ha sido cometido, la fatalidad esencial del error sobre la tierra: se creyó poseer un criterio de realidad en las formas de la razón-cuando lo que sucedía era que uno disponía de ellas para dominar la realidad y para tergiversarla de una manera astuta

 

Y pongan atención: ahora el mundo devino falso, precisamente debido a las propiedades que constituyen su realidad: el cambio, el devenir, la multiplicidad, la oposición, la contradicción, la guerra.

 

El objetivo de Nietzsche de refundar la filosofía de la vida no es gratuito, ni se produce en el vacío. Ello se lleva a cabo con el propósito de resolver lo que en su opinión es la crisis más profunda que encara la modernidad: aquella profunda crisis que se registra en el dominio de los valores y que se expresa en el nihilismo. Su gran desafío filosófico asume la forma de tenaza en la que se combinan dos ejes: por un lado, la encrucijada socrática de la Antigüedad y, por otro, la profunda crisis de valores que afecta a la modernidad. Nietzsche es un filósofo moderno y, a pesar de apoyarse en la encrucijada que en Grecia marca el nacimiento de la filosofía, su propia filosofía busca responder a los desafíos de su época y muy especialmente de lo que él percibe que vendrá después.

 

Hay en Nietzsche, por lo tanto, una permanente tensión. Por una parte, está esa reiterada referencia al mundo clásico griego. Por otra, existe en su pensamiento una modernidad radical que quizás ningún otro filósofo ha logrado alcanzar. Las condiciones del presente le quedan cortas a Nietzsche, pues su filosofía se proyecta como ninguna hacia el futuro. Pero ello, como veremos luego, es también parte central de su propuesta filosófica. Esa proyección hacia el futuro será un rasgo característico de su concepción de la vida humana.

 

Para Nietzsche, por lo tanto, es necesario volver a Sócrates, colocarse en su lugar, pero desde allí moverse en una dirección distinta. Se trata de inaugurar una filosofía de la vida sustentada en el camino que Sócrates excluyó: el camino de Heráclito, a quien Nietzsche describe como el único filósofo que no ha falseado la realidad y por quien sostiene «el más alto respeto»>. Heráclito permite concebir la vida colocando en el centro dos elementos claves: la transformación y el poder de la palabra (el logos). Se trata de una concepción de la vida entendida en clave muy diferente de lo que permitía Parménides, quien colocaba en el centro la noción de un ser inmutable.

 

Nietzsche considera que su obra más destacada es Así habló Zaratustra. Zaratustra fue un profeta persa de una época difícil de precisar. Algunos estudios lo sitúan alrededor del 700 a. C. Otros sugieren que habría sido muy anterior. Los griegos lo llamaban Zoroastro. Era un profeta de gran influencia cuando los persas tenían bajo su protectorado a Asia Menor. Éfeso, la ciudad-estado en la que vivía Heráclito, estuvo precisamente bajo dicho protectorado durante la vida del filósofo. Se le ha atribuido a Zaratustra el haber sido el primero en destacar la importancia de la separación del bien y del mal, fundamento de toda moralidad.

 

Nietzsche, que busca precisamente cuestionar las bases de la moral tal como la conocemos, hace del propio Zaratustra su principal portavoz. En una primera aparición, representa a Zaratustra cumpliendo con la misión que le hemos históricamente atribuido. Luego lo hace retirarse a las montañas, oportunidad en la que, según Nietzsche, comprende que se equivocó. Ello determina un segundo retorno de Zaratustra, esta vez con un mensaje radicalmente opuesto al primero. Se trata de deshacer su primera doctrina y en rigor deshacer aquella línea que separaba en forma absoluta y tajante el bien y el mal, y colocar tal demarcación como algo exterior, que pesaba «sobre los hombres. En Ecce Homo, Nietzsche nos señala:

 

Zaratustra fue el primero en considerar la lucha entre el bien y el mal como la gran rueda en la maquinaria de las cosas: su contribución consiste en la transposición de la moralidad en el reino metafísico, como una fuerza y un fin en sí mismo, […] Zaratustra creó el más calamitoso de los errores, la moral; por lo tanto, le correspondía ser él el primero en reconocerlo.

 

La aparición de este segundo Zaratustra, que viene a deshacer su primer error, nos muestra, por lo tanto, un personaje radicalmente diferente del primero. Muchos han sostenido que este Zaratustra es, en rigor, una reencarnación de Heráclito. Nietzsche reconoce esta estrecha relación entre su Zaratustra y Heráclito. En Ecce Homo, nos dice:

 

La doctrina de Zaratustra puede, a final de cuentas, haber sido ya enseñada por Heráclito.

¿CÓMO JUSTIFICAMOS NUESTRAS CREENCIAS? CHARLES S. PEIRCE

ENRIQUE PEREIRA

Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate ('Abandonar toda esperanza, quienes aquí entráis'): Éste, es el epígrafe con el que Dante Alighieri se topa enfrente de las puertas del averno antes de iniciar su viaje, tanto por el purgatorio como por el paraíso, en busca de su amada Beatriz. Ahora bien, las palabras que esta inscripción contiene no sólo son perfectas por hacer alusión a la funesta condena que padecen los hombres que habitan en cada uno de los círculos del infierno, sino que es idónea también para mencionar los hombres que se ciñen o adhieren con todo su esfuerzo y convicción a sus creencias.

Los seres humanos vivimos por y para nuestras creencias; nos enemistamos, ajusticiamos y linchamos unos a otros por defenderlas y preservarlas. Amamos tanto nuestras creencias que son ellas quienes edifican, cimentan y mantienen nuestra propia perspectiva, representación e interpretación de la realidad; de una realidad que suponemos inmutable, una realidad que no cambia, que se mantiene sin alteración alguna, porque el cambiar es pernicioso, dañino e inestable. Asimismo, damos por hecho que las creencias que tenemos nos proveen de conocimientos fiables, creemos que ellas son verdaderas y, además, están justificadas. Por eso evitamos la lógica, porque pretendemos creer que estamos capacitados en el arte de razonar, pero un arte que sólo se queda en el dominio individual mas no social; cada persona está convencida de la corrección de sus opiniones y muchas veces, no concibe la idea, de por qué otros pueden sostener una opinión distinta.

El ser humano, por desgracia de algunos, oscila a lo largo de su vida en dos estados, a saber: entre el estado de creencia y el estado de duda. Ambos se distinguen por una cuestión práctica. La creencia, por un lado, está tan arraigada a nosotros que se define como un hábito, una disposición o una regla que se encarga de dirigir nuestras acciones y encauzar nuestros deseos; además, es un estado de satisfacción o complacencia, hermético en la mayoría de las veces, pues nos rehusamos a abandonarlo. Mientras que la duda es, por otro lado, un estado que nos causa inquietud, insatisfacción e irritación, y esta irritación es algo que buscamos eliminar, cesar, mitigar porque nos cierra la opción de seguir arraigados en nuestras viejas creencias. La duda es buena porque nos da la alternativa de buscar nuevas creencias, quizá mejor justificadas o verdaderas, o quizá no. En resumen, las creencias nos constriñen a actuar de determinadas maneras, bajo ciertas condiciones, mientras que la duda nos anima o impele a través de la indagación o investigación a alcanzar nuevas creencias.

Si nos encontramos en un estado de duda, seamos pacientes, sepamos sobrellevar la irritación e insatisfacción que nos causa, pues la indagación a la que la duda da lugar procede de cuatro formas, de las cuales hay que saberse librar de algunas. El método de la tenacidad, el método de la autoridad, el método a priori, y el método científico son los cuatro métodos que nos permiten fijar creencias duraderas. ¿Cómo proceden? El primero se caracteriza por sostener tenaz u obstinadamente una creencia, prescindiendo de todo lo demás; la ventaja con la que este método cuenta es que elimina de forma inmediata el estado que nos causa irritación. Aunque es un método poco o nada veraz, pues aún rivaliza con las creencias justificadas o no de las demás personas. El segundo método es un tanto más problemático, porque la fijación de la creencia no se centra en un individuo, sino que pasa hasta un cuerpo político o social con autoridad sobre los demás. Es decir, que no sólo cedemos nuestros privilegios y libertades a un Estado que busca mantener “el control y el orden social”, sino que además accedemos a que este “ente político” nos convenza de qué es lo que debemos o no creer. Esto es nocivo para cualquier tipo de sociedad. El tercero se centra en el sujeto, más en particular, en la razón. Creemos o queremos creer que la razón sirve como guía y, todo aquello acorde o agradable a ella es verdadero y se encuentra justificado; no obstante, no podemos fiarnos de la razón para fijar una creencia, la historia nos ha demostrado, en muchos casos, que la misma razón humana es proclive al fracaso, y, por más lógico o razonable que nos parezca algo no hay que darlo por sentado. Cualquiera puede conjeturar con el fin de alivianar la dura carga de la razón concibiendo miles de entidades que estén acordes o en armonía con ella. El cuarto es el método más conspicuo, pero por desgracia el más censurado y olvidado. Nadie quiere hechos, sólo suposiciones. ¿Por qué? Porque es un método que requiere esfuerzo, tiempo y dedicación; su ventaja no es inmediata como el método de la tenacidad, sino que es mediato, requiere de un largo y desgastante proceso, un proceso con el que la mayoría no está dispuesto a comprometerse. Este método deja de lado el pensamiento individual y su influjo en el orden natural de las cosas, pues en la naturaleza no ejerce ningún efecto; siempre apela a los hechos. Aparte, nos permite avanzar en el conocimiento, ya que su naturaleza es autocorrectiva (siempre podemos empezar de nuevo), y en la formación de nuevas creencias, mejor justificadas y verdaderas. Por lo anterior y por otras razones, debemos tener cuidado con nuestras propias creencias, es fácil crearlas, motivarlas y alimentarlas a diario; podemos creer muchas cosas con respecto a ellas, y sí, en muchos casos son una carga porque distorsionan nuestra realidad, nublan nuestro entendimiento y no nos permiten avanzar. Estamos condenados a las creencias, pero por más de que el panorama sea lóbrego, observemos y analicemos qué clase de creencias estamos defendiendo y cómo. Sin más, acá les presento mi creencia.

                EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO AMPLIADO EN EL COMIENZO DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE LA POLÍTICA COLOMBIANA: EL INEVITABLE, FIEL Y EFECTIVO CUMPLIMIENTO DE LAS ESENCIALIDADES DE SU PROGRAMA (PLAN DE DESARROLLO) DE GOBIERNO 2022-2026, LA URDIMBRE DE LOS CAROS CIMIENTOS (IV)

“Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar,

 un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse

y pararse. La grandeza del hombre está en ser un

 puente y no una meta: lo que en el hombre

                                                                                        se puede amar es que es un tránsito

y un ocaso.

Yo amo a quienes no saben vivir

de otro modo que hundiéndose

 en su ocaso, pues ellos

son los que pasan

 al otro lado.”

 

Nietzsche F.

 

 

Heráclito

Heráclito camina por la tarde

De Éfeso. La tarde lo ha dejado,

Sin que su voluntad lo decidiera,

En la margen de un río silencioso

Cuyo destino y cuyo nombre ignora.

Hay un Jano de piedra y unos álamos

Se mira en el espejo fugitivo

Y descubre y trabaja la sentencia

Que las generaciones de los hombres

No dejarán caer. Su voz declara:

Nadie baja dos veces a las aguas

Del mismo río. Se detiene. Siente

Con el asombro de un horror sagrado

Que él también es un río y una fuga.

Quiere recuperar esa mañana

Y su noche y la víspera. No puede.

Repite la sentencia. La ve impresa

En futuros y claros caracteres

En una de las páginas de Burnet.

Heráclito no sabe griego. Jano,

Dios de las puertas, es un dios latino.

Heráclito no tiene ayer ni ahora.

Es un mero artificio que ha soñado

Un hombre gris a orillas del Red Cedar,

Un hombre que entreteje endecasílabos

Para no pensar tanto en Buenos Aires

Y en los rostros queridos. Uno falta.

Borges J.L.

 

HERÁCLITO

El segundo crepúsculo.
La noche que se ahonda en el sueño.
La purificación y el olvido.
El primer crepúsculo.
La mañana que ha sido el alba.
El día que fue la mañana.
El día numeroso que será la tarde gastada.
El segundo crepúsculo.
Ese otro hábito del tiempo, la noche.
La purificación y el olvido.
El primer crepúsculo...
El alba sigilosa y en el alba
la zozobra del griego.
¿Qué trama es ésta
del será, del es y del fue?
¿Qué río es éste
por el cual corre el Ganges?
¿Qué río es éste cuya fuente es inconcebible?
¿Qué río es éste
que arrastra mitologías y espadas?
Es inútil que duerma.
Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano.
El río me arrebata y soy ese río.
De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo.
Acaso el manantial está en mí.
Acaso de mi sombra
surgen, fatales e ilusorios, los días.

Borges J.l.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  1. Un marco conceptual sobre la cultura

  2. Época de cambios y cambio de época.

  3. El saber desear: la deconstrucción de la línea de Parménides y la urdimbre de la línea de Heráclito

  4. Conclusión

 

 

 

  1. Un marco conceptual sobre la cultura

 

Cuando Carl Sagan, expresando una bella conclusión poética, exclama “somos polvo de estrellas”, precisa una perogrullada  filosófica y científica que, sin embargo, para el sentido común del programa metafísico occidental, suena ininteligible, criptica y falsa.

 

Con el hombre de cromagnon, el homo sapiens, en su aventura inefable, vía ensayo-error, el cosmos, el universo, conquista, al costo de una gran incomodidad, la consciencia de la vida, esto es, la conciencia de la muerte, porque lo que es, se revela, como tendencia general, a la manera de una moneda, con su cara y su contracara, su sello, por ejemplo, el frío y el calor, lo duro y la blando, la vida con su muerte, porque no puede haber vida sin muerte, ni muerte sin su vida.

 

¿Qué pasaría, para la economía vital del universo, si, por ejemplo, las cucarachas, las ratas, las serpientes, y, sobre todo, la principal o única (según como se mire) plaga, la especie humana, no murieran?

 

Si, en la dinámica ensayo-error del cosmos, las cucarachas no murieran (y entraran a padecer la tortura de torturas, el tedio de Dios, el hastío de la eternidad), por plantear una posibilidad tonta, y, el resto de las especies vivas sí, por supuesto, únicamente existirían cucarachas (y bacterias y otros micro-organismos en simbiosis con ellas?). En ese sentido, si la vida es, ha sido inevitable, la muerte también, y, si la Vida es deseable, su Muerte también. De la moneda, no podemos desear un solo lado… porque tiene dos.

 

El privilegio de la conciencia de la vida, de la conciencia de la muerte, que el cosmos material (vida cósmica, vida biológica y vida sico-social; Botero, D.) vive con singular incomodidad en una, apenas, de sus millones de millones de partículas sociales, la especie humana, que la experimenta, sufrió y sufre esa incomodidad como un tormento infernal.

 

No, únicamente, la sufre como un tormento infernal, no, la vive como un tormento infernal insoportable. Y frente a lo insoportable siempre hay que hacer algo, a la desesperada, generalmente, y la especie humana lo hizo, con diferencias en los matices, por ejemplo, entre la geografía cultural occidental y la oriental, y entre ellas y otras manifestaciones culturales.

 

Aunque, en sus albores, la biología pesó fuertemente, con la generalización de la agri-cultura, con el paso del nomadismo al sedentarismo, la insoportable conciencia de la vida-muerte, se hizo problemáticamente soportable, a través de la mitología (irrumpió con fuerza en la fase nómada), y, con ella, estableciendo diversidad de sistemas ideológicos (con estructuras lógicas, aparecen como credos, por supuesto, fundamentados, esencialmente, en la fe).

 

En el caso de Occidente, en la Grecia pre-socrática, “alrededor del año 500 a. C., sin embargo, se levantaron frente a esta pregunta dos concepciones antagónicas. En el extremo oriental del mundo griego, en la ciudad de Éfeso, entonces bajo protectorado persa, Heráclito planteó que el principio de todo lo existente se expresaba a través de tres términos o tres imágenes diferentes: el devenir, el fuego y el logos, la palabra. Para Heráclito, nada permanecía siendo lo mismo en el tiempo. Todo se halla en un proceso de devenir y transformación permanentes. Nada, sostenía Heráclito, es de una forma determinada y estable. Pero Heráclito acometía у algo más: daba vuelta la pregunta por los fenómenos naturales, concebidos éstos como algo externo, y proclamaba: Indagué en mi propia naturaleza Con ello inauguraba la reflexión filosófica sobre el fenómeno humano.

 

 

En el extremo occidental del mundo griego, en la ciudad de Elea, en el sur de Italia, Parménides sostenía exactamente lo opuesto a lo señalado por Heráclito. Para Parménides, el fundamento y principio de todo lo existente es el ser y éste es eterno e inmutable. El cambio, señalaba Parménides, aquello que Heráclito había colocado en el centro de su propuesta, no es sino una ilusión que resulta del efecto distorsionador de nuestros sentidos. Nada cambia. Todo es, siempre ha sido y siempre seguirá siendo lo mismo.

 

A partir del cambio en la dirección de la reflexión filosófica que había iniciado Heráclito, en la mitad del siglo V a. C. se desarrolló un importante movimiento, conocido como el movimiento sofista, que recogió la influencia del pensar heracliteano. Los sofistas devinieron los primeros profesores profesionales que conoció la historia de Occidente. Así como Hipócrates había iniciado el estudio de la medicina y del cuerpo humano con el propósito de curar las enfermedades, los sofistas se plantearon como tarea utilizar el poder del lenguaje (cuya importancia ya había sido invocada por Heráclito) para diagnosticar y curar el alma humana

 

Uno de los objetivos que se impusieron los sofistas era producir hombres virtuosos, que fueran capaces de alcanzar la excelencia, distinguirse y ganar posiciones en el seno de sus comunidades. El instrumento fundamental para lograrlo era el desarrollo de competencias conversacionales. Para ello enseñaban el manejo efectivo de las distintas acciones de lenguaje con el ánimo de desarrollar en los jóvenes capacidad de persuasión en el interior de sus comunidades. En una sociedad democrática como la que entonces existía en un número significativo de poleis griegas, la convivencia social se regía por los acuerdos alcanzados por la palabra. Cuando esta capacidad se rompe, la integración social debe normalmente recurrir a la violencia y a la imposición. Los principales sofistas eran, por lo general, promotores de una convivencia democrática.

 

Desde el interior del movimiento sofista, surgió en Atenas un filósofo que modificó el papel hasta entonces asumido por la filosofía. Para muchos, fue el verdadero fundador de la filosofía, término que antes de él no había sido incluso acuñado. Nos referimos a Sócrates. Sócrates fue el primer filósofo de la vida. Esta era una temática completamente nueva para la reflexión filosófica. La principal inquietud de Sócrates era reflexionar sobre el significado del bien vivir y las virtudes o principios- guías que lo habilitan.

 

De lo propuesto por Sócrates en este momento nos interesa destacar tan sólo dos aspectos**. El primero de ellos apunta al hecho de que Sócrates al fundar la primera filosofía de la vida encara una encrucijada. Se le abren dos caminos, dos opciones diferentes. Por un lado, seguir el camino de Heráclito o bien optar por el camino de Parménides.

 

Los buceadores de la isla de Delos eran famosos por su habilidad para extraer perlas del fondo del mar. Al parecer Sócrates no tenía alma de buceador. El hecho es que optó por construir su filosofía de la vida apoyándose en Parménides y en su noción de ser, en vez de seguir el camino del devenir y la transformación sugerido por Heráclito.”. (Echeverría, R.).

 

Como es sabido, Sócrates, al optar por la línea cultural de Parménides, establece los pivotes, no para fundar una filosofía de la vida, sino para establecer, desarrollar y consolidar sistemas ideológicos que recogieron dicha herencia a través de la filosofía debilitada e ideologízada, si cabe el término, de Platón, Aristóteles, San Agustín y Tomás de Aquino, cuya armonización estructuró el programa metafísico en Occidente.

 

“La importancia de la hegemonía del programa metafísico no sólo se manifestó en los desarrollos propiamente filosóficos que hubo a partir de ese momento. El mayor impacto que resultó de ello guarda relación con efectos que tuvieron lugar más allá del ámbito del pensar filosófico. El principal efecto de la hegemonía metafísica se produjo en la influencia que sus premisas tuvieron en la conformación del sentido común de los hombres y mujeres occidentales.

 

El núcleo del sentido común occidental devino tributario del programa metafísico. Ello implica que la metafísica se convirtió en la unidad básica de la mirada de individuos que estaban completamente alejados del pensamiento filosófico y que muchas veces no sabían ni habían oído hablar de filosofía. La metafísica se modelaba, sin ellos saberlo, en la estructura básica de su mirada del mundo, de la vida, de los demás y de ellos mismos. Todos devinimos metafísicos, la gran mayoría sin estar siquiera consciente de ello. La Iglesia, dado el rol que asumió durante toda la Edad Media, cumplió un papel de fundamental importancia en este proceso de socialización de la mirada metafísica.

 

Las cuatro premisas básicas del programa metafísico

 

 

1. El sentido de este mundo y de esta vida está conferido por un mundo y una vida situados más allá.

 

En primer lugar, es un rasgo propio de la mirada metafísica, ofrecer una concepción de la realidad conformado por el postulado de su carácter dual. La realidad no es una, nos dice la metafísica, sino que está conformada por dos órdenes de realidad diferentes. El primer orden es aquel que detectamos con nuestros sentidos y que se nos manifiesta directamente en nuestras experiencias. Se trata del mundo físico del que nos hablaban los presocráticos. Para los metafísicos el mundo de los sentidos y de las experiencias es un mundo distorsionado, es un mundo falso. El sentido de ese mundo, sostienen los metafísicos, no reside en su interior y es, por lo tanto, vano buscarlo dentro del mundo físico o natural. El sentido del mundo físico, postulan ellos, se encuentra más allá (meta) de la naturaleza (physis). Es este segundo orden abstracto y trascendente el que le confiere sentido al mundo concreto de la experiencia.

 

Platón opone al mundo de las experiencias sensibles el mundo de las formas abstractas e inmutables. Su alegoría de la caverna apunta precisamente a ello. Ella busca mostramos que lo que vemos con los sentidos son imágenes distorsionadas, sombras producidas por una luz a la que no accedemos, pues está a nuestras espaldas, pero que produce las figuras que percibimos. Aristóteles dividirá la realidad en dos pisos: el mundo de las apariencias, al que accedemos con los sentidos, y el mundo profundo de las esencias inmutables.

 

 

2. La noción del ser como eterno e inmutable

 

La segunda gran premisa del programa metafísico se refiere a la noción del ser, propuesta inicialmente por Parménides. Aquel mundo trascendente es un mundo en que encontramos el real ser de las cosas. El sentido de cualquier cosa le está conferido por su ser, un ser eterno e inmutable que habita el mundo trascendente que está más allá de las experiencias que nos muestran nuestros sentidos. Cada vez que procuramos referirnos a cómo una cosa es, ello representa un intento por acceder a su ser y con ello se expresa una primera intuición que nos dirige hacia el ser, hacia el mundo trascendente en el que tal ser habita. Ese ser se manifiesta, por lo tanto, en todo aquello que percibimos con los sentidos, en aquello que conforman los materiales de nuestras experiencias, pero reside fuera de la experiencia sensorial. La noción del ser, por lo tanto, está detrás de todo lo que existe y está presente, de manera más o menos explícita, en todo intento por conocer lo que existe.

 

Una de las tareas que se propone la metafísica es acercarnos de manera general al ser de las cosas y hablarnos incluso del ser que está detrás del ser de todo lo existente. ¿En qué consiste el ser? O, dicho en otras palabras, ¿cuál es el ser del ser? Ello conduce a la metafísica a sostener no sólo que cada cosa que vivimos y experimentamos posee su propio ser, sino que esos distintos seres no son sino la expresión de un único Ser general, con mayúscula. Es fácil reconocer la simetría formal que exhibe ese razonamiento filosófico con el presupuesto cristiano que detrás de todo lo que existe se encuentra un Dios único. En todo lo que existe se nos manifiesta la presencia de Dios, la presencia del Ser.

 

¿Cuáles son los atributos de ese Ser? Ya Parménides se había referido a ellos. Los atributos del Ser, señala la metafísica clásica, son cuatro: presencia, unicidad, permanencia y eternidad. La presencia apunta al hecho de que el Ser se manifiesta, se expresa en el mundo de la experiencia. El Ser se revela, de la misma manera como Jehová se le reveló a Abraham o a Moisés. La unicidad implica que el Ser es en último término uno y, por lo tanto, en el ser de cada cosa se expresa a su vez ese Ser único, el Ser de los seres diversos: un sólo Dios, no más. La permanencia nos habla de la inmutabilidad del Ser El ser no cambia, no se transforma. Por lo tanto, todo cambio, toda transformación, es la expresión de cambios a nivel de la manifestación del Ser, pero nunca del cambio del propio Ser. El cambio se constituye, en consecuencia, como expresión de las limitaciones de nuestra mirada, que es incapaz de trascender el orden de la experiencia y de acceder al orden inmutable del Ser. Por último, el Ser es eterno. No tiene principio, ni fin, ha existido siempre y siempre existirá

 

3. El concepto metafísico de la verdad

 

La tercera premisa del programa metafísico gira en torno a la noción de verdad. La verdad, para la metafísica, no es sino la expresión de la revelación del Ser. Ese ser que se nos manifiesta de muy distintas maneras, por lo general distorsionadas, sin mostrarse directamente a sí mismo, puede también manifestarse de manera directa. Cuando logramos ver al ser en su plenitud y total luminosidad accedemos a la verdad. La verdad, para la metafísica, consiste en acceder al ser de las cosas, así como la Verdad (con mayúsculas) implica acceder al Ser único y supremo y a su luz. La noción de verdad para los griegos se expresaba con el término aletheia, término que significaba manifestación. Revelación, en último término, epifanía. La verdad apunta a la capacidad del ser de mostrarse, de revelarse, como se reconocía en el primer atributo del ser presencia.

 

4. La primacía de la razón en los seres humanos

 

La cuarta y última premisa nos habla no sólo del Ser sino de la relación de los seres humanos con él y de nuestra capacidad para acceder a él y, por lo tanto, de alcanzar la verdad. Así como el Ser se nos puede simplemente revelar, de manera inversa los seres humanos tenemos la capacidad de acceder a él Esta vez se trata del proceso inverso, de un proceso que parte de los seres humanos y se dirige hacia el Ser y la Verdad. Ello implica postular un camino que conecte a los seres humanos con el Ser. Ese camino, para los metafísicos, es la razón.

 

La razón, para éstos, es el atributo fundamental de los seres humanos, atributo a través del cual participamos en el Ser y simultáneamente nos permite acceder a él. El ser humano, sostienen los metafísicos, es un ser eminentemente racional. Esto es lo que nos diferencia de los animales y aquello que constituye la especificidad misma de lo humano. Nuestra humanidad, por lo tanto, se confunde con nuestra racionalidad. El mundo de nuestras pasiones y el dominio de nuestra corporalidad son lo que tenemos en común con los animales; son parte de nuestra animalidad y no de nuestra humanidad.

 

Ésa fue la premisa central de la mirada al ser humano propuesta inicialmente por Sócrates y preservada posteriormente por el programa metafísico. El programa metafísico se articulaba, en consecuencia, en torno a cuatro pilares: el carácter dual de la realidad, el ser, la verdad y la razón”. (Echeverría R.)

 

Con base en esas columnas filosóficas e ideológicas se estructura el programa metafísico, el programa de la inmutabilidad de Parménides, el de la cultura de la muerte, que ha hegemonizado y hegemoniza, como tendencia general, ya no a Occidente sino al conjunto de las manifestaciones culturales de la especie humana, hegemonizando el día a día de la cultura, su sentido común, el de Qatar, tan en boga hoy, y, por supuesto, el de Colombia.

 

El sentido común de Colombia (un archipiélago cultural, cada islote con sus puentes levantiscos, no obstante, su corporeidad geográfica) ha estado y está orientado, desde hace, aproximadamente, 500 años, por ideologías fuertes que gestaron, expandieron, profundizaron y consolidaron la línea de la inmutabilidad de Parménides.

 

¿Por qué, entonces, un país, orientado, sólida y brutalmente, por la línea de Parménides vota y le otorga el triunfo a un movimiento como el Pacto Histórico y el Frente Amplio por la Paz, cuyo programa de gobierno apuesta por gestionar, desarrollar y consolidar la línea de Heráclito, la línea del devenir y la transformación permanentes?

 

Porque las élites colombianas, que tuvieron siempre la frustración de no haber encontrado el Dorado, lo cual, seguramente, incrementó su codicia, la tensaron demasiado, en el último cuarto de siglo, especialmente, por los nuevos dorados, las drogas ilícitas y el oro negro y el carbón y un largo etcétera, agudizando hasta crueldades inefables la columna vertebral de su economía rentista, extractiva y parasitaria, esto es, las múltiples violencias físicas y simbólicas, que al expandir y profundizar la ideología neoliberal, llevaron, también, a niveles intolerables, la desigualdad social y la corrupción corporativa, generalizada en todo el conjunto de la cultura.

En suma, como lo constató el estallido social, la sobrevivencia primaria precaria (no morir de hambre ni de intemperie, en esencia) de la mayoría de la población, superó los límites de lo tolerable, y, vía, acción-reacción, con las tecnologías digitales, convertidas en un poderoso boomerang para las élites, ampliaron tenuemente el nivel de inteligencia colectivo, que, acompañado de una emocionalidad nutrida, especialmente, por el arte, produjeron las condiciones para que el Pacto Histórico y el Frente
Amplio por la Paz, hayan alcanzado la victoria en las legislativas y  en las presidenciales- vicepresidenciales.

 

En síntesis, el estado colombiano, paso, en la línea de la inmutabilidad de Parménides, de frío a gélido. Como se ha expuesto en otros hilos, el paso del estado gélido a un estado cálido y amoroso representa entrar a jugar (sería y responsablemente, por supuesto) los juegos olímpicos de la política colombiana, asumido como viaje heroico (Campbell J.), por cuanto significa subir a la cima de los cuatro años de gobierno, una roca 10 veces más pesada que la que se subió en las legislativas, los juegos panamericanos de la política colombiana.

 

  1. Época de cambios y cambio de época

 

 

Tanto en la campaña legislativa como en las presidenciales y vice-presidenciales, el Pacto Histórico y el Frente Amplio por la Paz y la Democracia, con sus senadores y representantes a la cámara, con el Presidente Gustavo Petro y la Vice-presidenta, Francia Márquez, como coordinadores en dirección, tanto en las formulaciones y aplicaciones discursivas (ontología del lenguaje si hay coherencia entre esos dos contextos),  apuestan por gestionar, desarrollar, expandir, profundizar y consolidar la línea de Heráclito, la línea de la transformación permanente.

 

Para evidenciar esa voluntad política decidida que, apuesta por la línea de la transformación permanente, no es sino estudiar los textos audiovisuales de presidencia y vice-presidencia, las declaraciones de los ministros y ministras, y, con muchos más yerros, la de los y las congresistas, cotejadas con las realizaciones que se van tejiendo.

 

En uno de los variados balances de los 100 días de gobierno, la gran periodista y valiosa y valiente ciudadana, María Jimena Duzán, acierta al definir el ejercicio de gobierno del presidente Gustavo Petro como atípico, por su pragmatismo, por su espíritu de concertación tolerante, etc.

 

Esa atipicidad del gobierno del Pacto Histórico y del Frente Amplio por la Paz y la Democracia, se fragua en las implicaciones de gestionar, desarrollar y consolidar la línea cultural de la transformación permanente, traducidas en la sinergia de la filosofía, la ciencia y el arte, y, las ideologías, subordinadas a sus directrices.

 

Se dirá que esa sinergia filosófica, científica y artística, es muy precaria, por la precariedad de la cultura colombiana en esas lides. Es posible que lo sea, pero, precaria o muy precaria, esa sinergia se traduce en una teoría comprensiva, filosófica, científica y artística, la cual orienta las formulaciones y aplicaciones del programa de gobierno del presidente y la vicepresidenta, que, con toda seguridad, se optimizarán con la ley de Plan de Desarrollo 2022-2026 y su ejecución coherente y efectiva.

 

Como se trata de gestionar los cambios en una cultura de ideologías fuertes, anclada, hace aproximadamente 500 años, férreamente, a la línea de la inmutabilidad, de resistencias formidables y de todo tipo a los cambios, esa gestión es como la de un equilibrista que camina en la cuerda floja con malla de seguridad, la teoría comprensiva, la partitura filosófica, científica y artística que orienta a los equilibristas del ejecutivo, del legislativo, del poder judicial que, lo son, porque están, decididamente, casados con el cambio, con la transformación permanente.

 

Por tanto, es clara e imprescindible la necesidad de ir fortaleciendo dicha teoría comprensiva, de tal suerte que, siguiendo unos principios básicos, el rigor y la flexibilidad (las responsabilidades se cumplen y se es flexible, porque no somos Dios), la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, la crítica permanente, la claridad, la síntesis, la pluralidad argumentada, por ser una sinergia de filosofía, ciencia y arte, se vaya de menos a más, contraria a la tendencia ideológica, que va de más a menos.

 

Un proceso filosófico, científico y artístico que orienta la política con mayúscula, con sus pies, su ética de mayoría de edad cultural, colocando el interés público en el centro, diferente, muy diferente, de las ideologías fuertes, con su interés particular como rey y su ética de minoría de edad cultural, del todo vale, y, que, por consiguiente, va de menos a más, reconoce que se está, efectivamente, en una época de cambios.

 

La reforma tributaria, la reforma rural integral, la paz total, etc., más las que cursan en el congreso, tramitadas en la línea de Heráclito, de la transformación permanente, se van constituyendo en los mojones que demarcan el espacio en el que se siembran los primeros cimientos de una república libre, responsable ý democrática, esto es, de una potencia mundial de la vida.

 

Pero, para que las reformas no sean engullidas por la línea de la inmutabilidad de Parménides, y se termine,  en cuatro años,  en otro gobierno gatopardista, no hay que perder de vista, no hay que perder la perspectiva, de que, reconociendo los mojones y el espacio de los cimientos, vayan siendo nutridos, estos últimos, por la incipiente transformación cultural que vía, tecnologías digitales, se está produciendo, especialmente, en los últimos 5 años.

 

Dicha transformación cultural, que armoniza con la línea de la transformación permanente de Heráclito, debe ser expandida, profundizada y consolidada por el estado en sus tres poderes, hasta donde las relaciones de poder lo permitan, por las ciudadanías libres responsables y democráticas (en expansión y profundización), por los medios de comunicación alternativos o no alternativos pero responsables y críticos, por el Pacto Histórico y el Frente Amplio por la Paz y la Democracia, por personas probas,  o en vías de probar su probidad, adscritos de los partidos tradicionales y no tradicionales y por muchos más actores de la cultura, pues, para evitar el fantasma del gatopardismo, no hay granito o grano de arena heracliteano  que sobre.

 

Hacerlo de esa manera, integrando, expandiendo, profundizando y consolidando la transformación cultural, encajada y potenciada en el espacio que demarcan los mojones, en la forma de cimientos consistentes, robustos y efectivos, implica que la época de cambios se va traduciendo en un cambio de época en la que una tímida pero valiente (tomar riesgos con cautela, es decir, con malla de seguridad) línea cultural  de la transformación permanente se va constituyendo en un cimiento desde el cual, se avizora un estado cálido y amoroso que coloca en el centro el interés público, que va integrándose, lenta y valientemente a la naturaleza, asumiéndose como uno más dentro de las millones de expresiones de la vida cósmica y de la vida biológica.

 

Como uno más, pero aprovechando su conciencia vida-muerte, para, con base en su sabiduría, en su mayoría de edad cultural ya no use el universo, la tierra, la luna y marte, en particular, como su propiedad, para usar según su capricho codicioso y de consumo insaciable, sino que suma a la naturaleza como un organismo social, cultural que tiene y tendrá mucho que aportar, sinérgicamente, así como aportan su grano de arena o su roca, las millones de expresiones de la vida cósmica, el agua, por ejemplo, o de la vida biológica, las abejas, por ejemplo, y de la vida sico-social, Heráclito, por ejemplo.

 

Ello significa pasar de una sobrevivencia primaria (el hambre del estómago, como tendencia general, únicamente, y de manera precaria) a una sobrevivencia decente (la satisfacción efectiva del hambre del estómago, de conocimiento y del hambre del espíritu). La meta de ir conquistando la sobrevivencia decente, una ciudadanía de amplios horizontes, libre, responsable y democrática, pasa por los principios de gradualidad y del rigor y la flexibilidad, por ejemplo, el caso de la necesidad de ampliar los ingresos vía hidrocarburos, lo cual no riñe, filosófica y científicamente, con la transición energética, pensada para unos trece años.

 

Como quien dice, si va a montar una empresa, y hay poca liquidez, no renuncie a su empleo. Ello no quiere decir que nunca va a dejar su empleo, si su propósito es ser independiente. Claro, seguramente, lo dejará en el momento apropiado, y a eso se le llama una decisión libre, responsable y democrática, no caprichosa, no fundamentalista.

 

 

  1. El saber desear: la deconstrucción de la línea de Parménides y la urdimbre de la línea de Heráclito

 

El presidente Gustavo ha hablado de un enemigo interno representado en el estado corporativo, altamente clientelizado y burocratizado, que coloca el interés particular en el centro de sus obsesiones, con una maraña intrincada de normas, mutuamente paralizadoras que lo honra.

 

En la misma dirección, se ha referido, en varias ocasiones, a la inercia, quiere decir, la poderosa consistencia y resistencia al cambio, a la transformación permanente, del sentido común colombiano, que, como tendencia general, está orientado por las ideologías fuertes que han gestionado, expandido y consolidado, durante siglos, la línea de la inmutabilidad de Parménides, que, por supuesto, ubica en el centro de sus obsesiones al interés particular.

 

Frente al alto grado de dificultad que implica gestionar, desarrollar, expandir y consolidar la línea de la transformación permanente de Heráclito, el primero paso es reconocer esa alta complejidad.

 

Planteemos, como ejemplo, el propósito estratégico y loable de la paz total. Ese propósito estratégico, además del reconocimiento de la alta complejidad para alcanzarlo, es sustancial examinar cómo lo está tramitando el gobierno nacional y el estado, en general.

 

Los equipos gubernamentales y de estado que están haciendo la gestión de conocimiento filosófico, científico y artístico, con experticias centradas en el interés público, parecieran estar siguiendo una metodología similar a la propuesta OSAR, del filósofo Rafael Echeverría, inspirada en la línea cultural de la transformación permanente de Heráclito, bien diferente de la política de guerra fallida que aplicó, por ejemplo, el anterior gobierno del expresidente Iván Duque.

 

En tanto propósito, la paz total, en el modelo OSAR, se traduce en un Resultado estratégico a conquistar. Para lograrlo, se pasa de la formulación de la teoría comprensiva, a su aplicación, a la Acción, que, realizada, produce un Aprendizaje Primario y un Aprendizaje Secundario. 

Como no se está en el cómo ideológico de acción-reacción, para examinar, esos Aprendizajes Primarios y Secundarios, en sus aciertos y yerros, entonces, se activa el Observador y su Aprendizaje Transformador.

Ello significa, según el principio de gradualidad y del rigor y la flexibilidad, que el Observador, somete a crítica rigurosa el Aprendizaje Primario y Secundario de la Acción correspondiente, hace los ajustes y actualizaciones en el Aprendizaje Transformador, lo cual, por el ir de menos a más, va implicando, pequeños avances, que, acumulados, producen saltos cualitativos.

 

Esos pequeños avances y los acumulados, finalmente, van transformando, muy lentamente, el Sistema de la inmutablidad y van urdiendo, al mismo ritmo, el Sistema de la transformación permanente, del estado cálido y amoroso que coloca en su centro estratégico el interés público.

 

En el caso del gobierno del expresidente Duque, el Resultado Estratégico a conquistar, era la perpetuación de la guerra, del cruel autoritarismo, expresado en violencias físicas y simbólicas desaforadas. La misma fórmula que comenzó con la conquista española hace, aproximadamente, 500 años.

 

Para lograr la perpetuación de la violencia como columna vertebral de la economía y la cultura colombianas, regulada y controlada, sin piedad, por las élites tradicionales y emergentes, se entraba a la Acción con el prejuicio (la ideología procede a priori, antes de la experiencia, y con base en prejuicios, algo así como vaya y mate y averigüe después), de destruir el enemigo interno, ubicando como los malos a la mayoría de la población (de ahí la lógica de las llamadas limpiezas sociales), y, ellos, la minoritaria élite, racista, clasista, genocida y sociópata, se asumían y se asumen como los buenos.

 

Ni la acción, en la metodología de ideología fuerte de la inmutabilidad del expresidente Duque, traía aprendizajes primarios ni secundarios (se mataban niños y luego, una y otra vez, se volvían a matar niños), tampoco contemplaba el observador y su aprendizaje transformador, y, su sueño delirante, perpetuar, ad eternum, el sistema del país del nunca jamás, para que la élite de niños y niñas malcriadas tengan 500 años más de divertimento, sobre la tierra,  obvio, si la tierra no se termina hastiando de sus muchos desafueros.

 

Por esa razón, y por muchas más, debido a la vocación sociopática, genocida y parasitaria de las élites colombianas, derivada de la línea de la inmutabilidad de Parménides, es imprescindible no soslayar la lúcida advertencia de Antonio Gramsci, quien, como Igmar Bergman, en El huevo de la serpiente, tenía por qué saberlo:

 

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

 

 

 

  1. Conclusión

 

Después de, aproximadamente, 125 días de haber iniciado su gestión de gobierno, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez, como coordinadores en dirección, están moviendo los palitos, basados en una partitura filosófica, científica y artística, cada vez menos precaria, que mejora por los aprendizajes y críticas abundantes que se van experimentando.

 

Tal vez, cribando, separando la paja del grano, tal vez, el grano más valioso de todos los granos valiosos, es que el gobierno del Pacto Histórico y del Frente Social por la Paz y la Democracia y la coalición de gobierno, liderados por los coordinadores en dirección, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia, orienta su partitura teórica, siguiendo los presupuestos e implicaciones de la línea del devenir y la transformación permanentes de Heráclito, en una fértil y maravillosa sinergia de la filosofía, la ciencia y el arte, subordinando las ideologías, como debe ser.

 

Tal vez, porque se está yendo de menos a más (como todo proceso filosófico, científico y artístico que lo sea), vía la incipiente transformación cultural, armonizada con las batería de reformas en ejecución, unas, y en preparación, otras, la cultura colombiana acepte la bella invitación de Nietzsche de, con todo el vértigo que produzca, en su transición y su ocaso y en sus temblores y en sus muchas valentías y resiliencias, de pasar al otro lado, para bañarnos en las cálidas aguas del hermoso río de Heráclito,  en sus aguas danzarinas que ya bailan, que ya nos chispean.

 

Como, de muchas maneras, somos el puente y no la meta, si los puentes van siendo abundancia, como lo van siendo, si nos aplicamos con mayor disciplina, honestidad, crítica, tolerancia y coherencia, tal vez, en el claroscuro, nuestros monstruos, que son legión, se fundan y paralicen en un largo y último sueño.

 

Y del claroscuro peruano, que aviva monstruos a granel, y, que, como tiene que ser, emociona, hasta la hilaridad, a nuestras y nuestros muchos monstruos sociópatas, aprender que, si se juega al equilibrista en el complejo mundo de la política y de la politiquería, hay que tener lista y bien dispuesta, una consistente malla de seguridad.

 

Y por supuesto, nunca perder la perspectiva: “Se pueden cometer muchos errores, pero no fallar”. (Cepeda I.)

 

Y no se puede fallar, porque, en el claroscuro, el dinosaurio de Augusto Monterroso, siempre está ahí, esperando, con codiciosa y fanática paciencia. A.M.R.

En defensa de la educación sexual en las instituciones educativas: “Reflexiones de un machista en rehabilitación” P1

Mario Rojas.

“No hay que describir la sexualidad, como un impulso reacio, extraño por naturaleza e indócil por necesidad a un poder que, por su lado, se encarniza en someterla y a menudo fracasa en su intento de dominarla por completo. Aparece ella más bien como un punto de pasaje para las relaciones de poder, particularmente denso: entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, padres y progenitura, educadores y alumnos, sacerdotes y laicos, gobierno y población. En las relaciones de poder la sexualidad no es el elemento más sordo, sino, más bien, uno de los que están dotados de la mayor instrumentalidad: utilizable para el mayor número de maniobras y capaz de servir de apoyo, de bisagra, a las más variadas estrategias”

Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber.

Michel Foucault.

En casa, durante mi adolescencia, por allá en los años noventa, hablar de algún tema relacionado con la sexualidad, era bastante complejo y complicado; es decir, preguntarle a mi mamá o a mi papá acerca de mis poluciones nocturnas (entiéndase como eyaculación durante el sueño, coloquialmente llamados: sueños húmedos); no era una opción, lo que uno hacía era limpiarse con una media, una camiseta sucia y disimular las manchas para que nadie se diera cuenta que eso estaba pasando, pues la vergüenza ante este tipo de situaciones era muy grande y además se asociaba con lo pecaminoso, con mañas y corrupción espiritual; y ni se diga de masturbarse, que vaina tan incómoda las primeras veces; pues uno recordaba que dios lo ve todo y que allí, en la intimidad del baño, él, como omnipresente y “omnivoyeurista”, estaría viendo a un adolescente promedio, pobre y del tercer mundo, hacerse una paja, practicar el onanismo. Por otro lado, tener que confesar eso en la iglesia (en mi caso como católico rehabilitado) también era otro cuento maluco; ahí de rodillas en el confesionario, tener que decirle a un cura que uno había pecado de “malos” pensamientos y con la masturbación, decirle que en medio de tantas locas ideas de adolescente, los sueños eran completamente incoherentes también y que muchos de ellos, durante una temporada, terminaban en algo sexual y la consecuente polución.

Sí, eso me pasó a mí y estoy absolutamente seguro que a muchos adolescentes de mi generación también. Ahora bien, en el colegio había alguna que otra charla sobre esos temas, pero ellas siempre estaban sesgadas por la moralidad cristiana, la moralidad religiosa y los imaginarios de quien nos hablaba del tema, por lo que, así trataran de hablar del pene, la vulva, la vagina y el condón, y de lo normal que es la exploración del cuerpo para vivir una sana sexualidad, siempre había en el discurso ese tufillo a mojigatería y moralidad ortodoxa, apostólica y romana, que lo hacía sentir mal a uno con esas vivencias, sentirse pecador, impuro, indigno, sucio, hacía que uno pensara en lo malo que es la sexualidad, el coito, la masturbación y el deseo sexual.

Pero a la hora de la verdad, supongo que me fue hasta bien, porque a las chicas adolescentes heterosexuales y a los chicos o chicas homosexuales, al menos a quienes conocí en esa época, muchas veces les fue mal en el colegio, simplemente por ser ellos mismos. Yo porque al ser catalogado como hombre y heterosexual, la estructura machista y patriarcal me daba unos “privilegios”, pero a los y las demás, ellos y ellas lo tuvieron y lo siguen teniendo más complicado. No quiero, ni puedo, imaginar cómo pudo ser para mis compañeros gay vivir su sexualidad en la adolescencia, donde hasta yo les hacía matoneo (bullying), donde a una niña que fuese algo ruda la tratábamos de machorra y lesbiana, usando esos conceptos a modo de insulto, a los chicos que entraban al grupo de porras les hacíamos mofa y los fastidiábamos, en fin, era el pan de cada día en el colegio, allá en los años noventa (hoy sigue pasando).

El contexto en el que muchos de nosotros vivimos y fuimos “educados” en relación con la sexualidad, en el fondo, fue el mismo, independiente de la región del país, de la configuración familiar y de la condición socio económica; generalmente, esos temas estuvieron y están atravesados por las ideologías religiosas, que como siempre han permeado (para mal, la mayoría de las veces en estos temas) todo en la sociedad. Si, en los años noventa, cuando el internet estaba recién llegando al país y solo los que estábamos en ciudades más o menos grandes podíamos acceder a un cibercafé y pagar media hora de navegación para hacer alguna consulta, porque en los pueblos pequeños, en las veredas, eso era algo imposible, hoy de hecho sigue siendo complicado el acceso a las TIC (Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones) en algunas regiones del país y de conectividad, ni hablar; por lo que aclarar dudas sobre sexualidad de forma autodidacta era bien difícil, e iba uno creciendo con un desconocimiento preocupante sobre esos temas y peor aún, llenos de pre juicios, temores, conceptos equivocados, traumas y comportamientos inaceptables pero normalizados. Sí, así crecimos los que fuimos adolescentes en los años noventa, aunque muchos hoy se sientan completamente sanos psicológica y emocionalmente y quizá nunca hayan cuestionado sus ideas machistas, patriarcales y retrógradas que generan una gran cantidad de formas de violencia, que normalizadas, se han vuelto invisibles, especialmente para las víctimas.

Entonces, la mayoría de los que hoy estamos entre los treinta y los cincuenta y tantos años de edad, que somos una fuerza laboral y con capacidad de decisión importante en el país, que trabajamos en las aulas (mi caso), detrás de los escritorios, en la política, en los hospitales y en cualquier parte y labor, tenemos de una u otra manera, muchas malas experiencias relacionadas con la sexualidad, con una sexualidad a veces mal vivida, a veces mal entendida, pero casi siempre mal “educada” (porque es producto de la mala educación recibida y de la educación no recibida); y no hablo solamente del coito y la privacidad de la alcoba, hablo de toda una serie de taras y comportamientos inaceptables relacionados con la cultura machista y la intolerancia, hablo de que a pesar de que muchos hombres no golpeemos a nuestras esposas, si manifestamos cotidianamente acciones abiertamente machistas y disimuladamente micro machistas, así también las mujeres, los gay y las lesbianas, todos y todas sin importar identidades, padecemos este problema cultural por falta de formación adecuada, así queramos tapar el sol con un dedo, el machismo lastima nuestra sociedad.

Cuatro de las personas más importantes que han pasado por mi vida, han sido víctimas de abuso sexual y las cuatro no pudieron, ni supieron en su momento, hacer algo, como denunciar, hablar o protegerse de la persona que las abusó; yo mismo en mi postura de hombre heterosexual maduro y capaz de defenderme, fui víctima de tocamientos por parte de otro hombre en un bus de Transmilenio hace unos años y tampoco supe cómo actuar en ese momento y quedé casi en estado de indefensión ante mi agresor. Es real, pasa todo el tiempo, a cada instante, mientras redacto este texto y mientas usted lo lee, alguien está siendo víctima de abuso, de alguna manera, de las muchas en que se puede dar; y es que, las estadísticas que se manejan sobre este asunto son aterradoras, porque más de la mitad de los casos de abuso, denunciados, si, solo los denunciados, son cometidos por personas cercanas a la víctima (tíos, primos, padrastros, hermanastros, padres, madres, amigos de la familia, etc.), y la mayoría le ocurre a niñas, adolescentes y mujeres, y la mayoría por parte de hombres hacia ellas, usted que lee esto, es posible, ojalá que no, que haya sido víctima de alguna clase de abuso y violencia sexual. Pero no me crea, por favor revise y si puede, amplíe la búsqueda: https://datarepublica.org/publica/49#:~:text=En%20Colombia%2C%20para%202020%2C%20seg%C3%BAn,del%20total%20de%20agresiones%20sexuales.  

Y a pesar de que la realidad es así de cruda y salvaje, a pesar de que se requieren acciones pedagógicas y políticas reales, no se avanza como se debería, el nivel de ignorancia tan grande, se vuelve cada día más peligroso, más perjudicial para todas las personas, pero en especial, para niñas, adolescentes, mujeres y personas de la comunidad LGTBIQ+, quienes ya se ha visto, no están seguras en ninguna parte, ni su hogar, ni la escuela, ni los hospitales, en ningún lado; y que cualquier persona puede ser un posible agresor. El desconocimiento de la ley, la falta de capacitación del personal que debería educar a los demás, la estructura social en sí misma, todo se articula para crear un escenario peligroso, complejo, complicado e inhumano. Y actualmente cursa en el congreso colombiano un proyecto que podría ser la primera gran estrategia nacional, para darle un giro a esta nefasta realidad y los opositores han empezado, nuevamente, y no es de extrañarse; a esgrimir sus argumentos moralistas, sus temores, sus ideologías tóxicas y retrógradas, para poner freno a algo que, a todas luces, no solo es urgente, sino que también es importante.

Porque si, no hemos recibido educación sexual apropiada, ni en casa, ni en las instituciones educativas, los lugares en los que se debería, en el primero porque se supone están las personas que más nos aman y en el segundo, porque se supone allí están los expertos, pero en la primera no se ha logrado hacer el proceso adecuado por ignorancia y las propias ideologías familiares, y en las segundas, porque no se ha podido avanzar legalmente en la configuración de currículos y capacitación efectiva del personal que podría hacerse cargo de este proceso y como es de esperarse en un país como el nuestro, por los sesgos e ideologías que muchas personas de las que trabajan en el magisterio, llevan al aula y perjudican el proceso.

Así pues, en esta primera entrega de mis reflexiones, me gustaría presentar el problema, para luego profundizar en la propuesta de solución y por qué en realidad, implementar la educación sexual en los colegios, más allá de ser una estrategia de la izquierda mamerta, castro chavista homosexualizadora e inmoral, es, por mucho, la mejor alternativa que tenemos y que ya ha dado frutos en otros países que se pueden tomar como ejemplo.

Así pues, los intentos de educación en sexualidad realizados en el grueso de las familias e instituciones de primaria, básica y media, se erigen sobre el miedo y la vergüenza, además de completamente alejados de la ciencia, la filosofía y el arte; por ejemplo: es vergonzoso, siendo una persona de la comunidad LGTBIQ+ dar muestras de afecto en público y las personas, que se autodenominan no homofóbicas, dicen no tener problema con eso, pero que lo hagan en otro lugar o en privado; pero esas mismas personas no tienen problemas cuando una pareja heterosexual hace lo mismo. En el caso del miedo, las charlas de educación sexual se centran en las enfermedades, el embarazo y todos los riesgos que conlleva el coito y las diferentes formas de afecto físico; dejando en un segundo plano el placer, la satisfacción de disfrutar de nuestro propio cuerpo y en consenso, compartirlo con alguien más; infunden miedo en los curiosos adolescentes para desestimular su natural curiosidad y deseo; y aclaro, esto siempre centrado en las explicaciones para heterosexuales.

Sumado a lo anterior, estos palos de ciego en la educación sexual colombiana, suelen estar muy distanciados del discurso científico a la hora de hablar de enfermedades, verbigracia el virus del papiloma humano, en el que hay un desconocimiento tremendo, o al hablar de los métodos anticonceptivos (sobre todo los hormonales), y ni para que hablar del desarrollo psicosexual; temas que, obligatoriamente requieren un manejo profesional con bases científicas claras; por ejemplo; no se habla de las fijaciones y fetiches, de la pornografía, de la masturbación y su comprobada importancia en el desarrollo psicosexual de las personas, ya que, hace parte de los procesos esenciales de auto conocimiento, que derivarán en una vida sexual en pareja más sana, más placentera; porque de hecho, se desconoce que, es un derecho de todas las personas, el placer, porque si no lo sabía sumercé que me está leyendo, parte de los derechos sexuales y reproductivos, es que toda persona tiene derecho a experimentar placer, disfrutar de su sexualidad a autosatisfacerse y experimentar con los sentidos, por lo que, toda persona tiene el derecho de disfrutar de su sexualidad sin que ello signifique o se vincule con la reproducción. Pero no me crea, mejor le dejo este documento muy corto que le puede dar una base: https://www.minsalud.gov.co/sites/rid/Lists/BibliotecaDigital/RIDE/DE/PS/derechos-sexuales-derechos-reproductivos-r1904-2017.pdf

Ahora bien, con base en lo que se ha expuesto hasta ahora, repasemos el papel de la mujer en la familia y la sociedad colombiana; yo suelo decir, que la mujer era (es) tres cosas:

  1. Empleada del servicio: La mamá, la abuela, la esposa, la hermana o la tía; la que se queda en casa mientras el esposo trabajaba, era (es) concebida en esa dinámica y estructura familiar, como la única responsable de mantener la casa en orden y servirles a los hombres del hogar, en ese orden de ideas, las niñas eran (son) educadas para atender el hogar y servirles a los hombres de la familia.

  2. Propiedad: La esposa era (es) concebida como propiedad del esposo, su cuerpo no le pertenece, no puede decidir sobre su útero, sobre su sexualidad, sobre sus finanzas, sobre su vida personal, la cual se pierde casi por completo al convertirse en esposa y madre. Acá debo hacer claridad, que esto está empezando a cambiar, pero falta terreno por recorrer y por ejemplo en el campo, esto es todavía una realidad.

  3. Útero: La mujer definida desde un único rol reproductivo, la mujer que debe tener hijos, la esposa que debe tener hijos, la que debe darle nietos a sus padres y suegros, la que debe dar un sobrino a sus hermanos y primos para sus sobrinos, la que es egoísta si no está dispuesta a parir.

Puede parecer reduccionista, pero son tres concepciones que derivan en toda una serie de realidades tan diversas como crueles e incómodas para millones de mujeres en algún momento de sus vidas. Es una realidad que el grueso de las mujeres colombianas debe casi siempre esforzarse un poco más para poder alcanzar metas económicas, académicas, profesionales, familiares, artísticas, deportivas y para vivir y disfrutar de su sexualidad, porque la sociedad le pone más obstáculos a ellas que a los hombres; y acá hago nuevamente la aclaración: y eso que estoy hablando de heterosexuales, porque le mundo que le ha tocado a las personas de la comunidad LGTBIQ+ es mucho más hostil, excluyente y violento.

Entonces, para acercarme al final de esta primera parte, recordemos que en Colombia, militares violan niñas, policías violan mujeres en los CAI, sacerdotes violan niños y niñas, profesores violan estudiantes, personal de la salud viola mujeres, hombres agreden mujeres, niñas y adolescentes en medios de transporte masivo, jefes hacen exigencias sexuales a sus empleadas, manejadores artísticos violentan a las mujeres en el mundo del cine, la televisión y otras formas de arte, líderes deportivos menosprecian a las deportistas, en fin, las mujeres no están tranquilas y a salvo, en algún momento del día, o en su cotidianidad, muchas sienten miedo y no es infundado, es real, porque las matan, las queman con ácido y las violentan de tantas formas que parece inverosímil.

Y sí, yo hago parte de esos hombres que culturalmente fuimos educados para agredir, para violentar a las mujeres, normalizando toda una serie de prácticas que, si no empezamos a ver con otros ojos, a reflexionar sobre ellas, no nos permitirán mejorar como seres humanos, transformarnos en mejores personas, libres, responsables, democráticas; capaces de una sociedad de amplios horizontes.

Una pregunta que se podría hacer sumercé, para empezar a reflexionar, antes de la segunda parte de esta reflexión, podría ser: ¿Qué sé yo acerca de educación sexual y sexualidad?; y dejándose llevar por la curiosidad, podría, no solo plantearse decenas de preguntas más puntuales, sino que puede que se anime a buscar en más fuentes y leer más sobre el tema, disponiéndose mental y espiritualmente para cambiar algunas de sus ideas y posturas, ahora que, si entra en esa búsqueda, en esa dinámica, con sesgos de confirmación, mejor absténgase de empezar, porque se puede transformar en algo peor, fortalecer su ideología machista y aumentar su intolerancia.

Transexualidad. Entre el estigma y el acoso

Por: Guillermo Cárdenas Guzmán

 

La psiquiatría, afortunadamente, ya no la considera una enfermedad mental, pero aún persiste rechazo social, desconocimiento y violencia hacia las personas transexuales. ¿Qué sabe la ciencia sobre ellas?

 

Querer ser mujer y asumirse como tal en una sociedad machista como la mexicana no sólo ha marcado a Aika Sofía Moreno Contreras con el sello del estigma y la discriminación: su cuerpo también exhibe las huellas de la agresión física que sufrió cuando un hombre irrumpió por la fuerza a su casa e intentó matarla.

Una tarde el atacante entró al patio de la casa, ubicada en el centro de Tlalpujahua, Michoacán, donde vive Aika junto con su madre y hermano. Al darse cuenta de que el intruso estaba alcoholizado y que amenazaba con violarlas, trató de llamar a la policía. Pero al escuchar que el extraño comenzó a agredir a una de las mascotas, Aika abrió la puerta y aún presa del miedo tuvo que enfrentarlo con ayuda de su madre. “Me di cuenta que estaba en el terreno de la casa porque empezó a ahorcar a uno de mis perros; decía: primero te mato a ti y después me cargo a ese marica”, recuerda.

 

Aika golpeó al agresor, que enfurecido comenzó a insultarla llamándole “puñetas y marica”. Tuvieron un forcejeo, pero el corpulento individuo de más de 1.80 metros de estatura se impuso. Sacó de sus ropas una navaja y le dio dos puñaladas, en la espalda —muy cerca de un pulmón— y en el brazo derecho a la joven de 27 años de edad. Aika corrió hasta la presidencia municipal de su pueblo, donde unos policías tomaron sus datos y llamaron a la ambulancia. Ella denunció el incidente como intento de homicidio ante el Ministerio Público. Pero muchas personas en su localidad pusieron en duda la veracidad de sus declaraciones, acusándola de ser protagónica.

 

La joven transfemenina —quien nació con genitales de varón, pero desde los tres años se siente de género femenino— considera que es lamentable que, así como sucede con las mujeres no transexuales que denuncian una agresión, requieran verlas casi muertas para creerles. “Trato de vivir como siempre, pero ahora tengo miedo porque sólo por ser trans creen que me hago la víctima. Espero que esto nunca les pase a sus hijas”.

 

Diversidad sin etiquetas

Al igual que la homosexualidad, que era común en la Grecia clásica, la transexualidad es conocida desde la Antigüedad. El sociólogo alemán Herbert Marcuse argumentó que emperadores romanos como Nerón y Marco Aurelio Antonino (Heliogábalo) poseían características que hoy definirían a una persona transexual.

 

Sobre Heliogábalo, diversos historiadores han escrito que además de pintarse los ojos, depilarse y usar maquillaje, llegó a ofrecer mucho dinero al médico que consiguiera dotarlo de genitales femeninos.

 

Fue hasta 1830 cuando Johannes Friedreich describió por primera vez en la literatura médica la situación de aquellas personas que como Aika Sofía, se identifican con un género y un sexo diferente al que biológicamente les correspondería de nacimiento. Otros autores aportaron definiciones que no distinguían, como se hace hoy, entre travestismo (uso de vestimenta, lenguaje o comportamientos del sexo opuesto) y transexualidad: desde la caracterización como “metamorfosis sexual paranoica” de Richard von Krafft (1894) hasta la alusión a una “inversión estética sexual” por parte de Havelock Ellis (1913).

 

En el siglo XX la medicina planteaba que la transexualidad era un trastorno endocrino, mientras algunas corrientes de la psicología y la psiquiatría proponían tratarla con terapias mentales. El primero en criticar la ineficacia de estas fue el médico de origen alemán Harry Benjamin, quien planteó el uso de tratamientos hormonales feminizantes o masculinizantes. Posteriormente los hallazgos y avances de las ciencias de la salud, la genética y la sexología —a la par de las luchas por los derechos de estas comunidades— fueron disipando la idea de que se trataba de una patología. Esto se vio reflejado en 2013, cuando el Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM-5) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría dejó de considerar la transexualidad como un trastorno. Y en 2018 la Organización Mundial de Salud actualizó su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) para que, a partir de 2022, se excluya la transexualidad del capítulo referente a trastornos de la personalidad y el comportamiento.

 

Ahora la transexualidad quedó englobada en un apartado llamado “condiciones relativas a la salud sexual”. Aun así, la descripción “incongruencia de género” en el CIE ha suscitado críticas de una parte de la población transexual, la cual considera que se le siguen imponiendo etiquetas médicas. Otros integrantes de esta comunidad sostienen que al incluirse estas descripciones en los manuales, ellos pueden reclamar derechos como asistencia médica y seguros en países como Estados Unidos.

 

Vista la transexualidad ya no como alteración, sino como una situación de vida, la sexóloga y química Isabel Saro Cervantes propone definirla como una variante biológica atípica de la identidad sexo-genérica. “Con esta expresión”, dice la especialista en su libro Transexualidad, una perspectiva transdisciplinaria, “me refiero a la discordancia que tiene una persona entre su sexo biológico (genitales), su sexo genético (XX o XY) y su sexo cerebral (el que la persona se sienta hombre o mujer), situación que afecta su identidad sexual”. Vidas contradictorias Desafortunadamente para las personas transexuales, esta discordancia entre su sexo biológico y genético y la identidad que desean asumir tiene múltiples implicaciones negativas en su vida, pues sufren desde la incomprensión de los padres y el rechazo social, hasta la discriminación escolar o laboral, el acoso y la violencia física y psicológica. “La mayoría de mis pacientes trans”, comenta Isabel Saro, “refieren que sus padres expresan un gran rechazo por ellas y ellos. Generalmente se sienten culpables de la situación por la que pasan sus hijos e hijas transexuales”.

 

Sandra Arcos Reyes lo constató cuando en un escrito hallado fortuitamente en la habitación de su hija, supo que ella en realidad se asumía como un varón (los expertos definen estos casos como transmasculinidad). “Al enterarme, lo primero que sentí fue culpa. No estuve presente por dedicarme a mi trabajo. Sentía que algo había hecho mal”, comenta Sandra acerca de la situación de su hijo.

 

Sandra recuerda que la primera señal que observó fue cuando a los nueve años la niña le preguntó qué nombre le habría puesto si hubiera nacido niño. “Yo le respondí que Alejandro, porque pensé en el emperador”. Años más tarde, el hallazgo del texto donde ella confesaba ser él sacudió los cimientos de su familia. “Fue como un terremoto que nos movió de la zona de confort en que habíamos vivido”.

 

Sandra llamó a varias amigas suyas psicólogas, pero ellas le dieron versiones contradictorias: la última le dijo que seguramente “la niña” estaba confundida y que pronto desistiría. Así la madre dejó pasar el tiempo, reconfortada con la idea de que su hija estaba equivocada. Hoy que el chico está a punto de cumplir la mayoría de edad —cuando legalmente será apto para iniciar los trámites para cambiar su identidad—, Sandra está plenamente convencida de que la equivocada era ella.

 

MANIFESTACIONES DIVERSAS

 

Aunque no existe consenso en las definiciones —pues para muchos sexólogos una persona transexual no necesariamente tiene que operarse o buscar cambiar su aspecto— en las comunidades LGBTTTI generalmente se aceptan las siguientes distinciones:

 

Transexuales

Personas que se sienten identificadas con un género y con un sexo diferente al que poseen de nacimiento (aspecto externo y genético). Buscan modificar su cuerpo y apariencia de acuerdo con la imagen que tienen de sí mismas.

 

Transgénero

Personas que se identifican con un género diferente al que tienen de nacimiento. A diferencia de los transexuales, no buscan modificar sus órganos sexuales internos o externos.

 

Transmasculinidad o transfeminidad

Son variantes de las dos expresiones anteriores. En el primer caso se trata de individuos que nacieron con genitales femeninos, pero cuya identidad de género es la de varones y viceversa en el segundo.

 

IDENTIDAD RECONOCIDA

 

2008

La Asamblea Legislativa de la Ciudad de México modificó los códigos Civil y de Procedimientos Civiles para reconocer jurídicamente a las personas transexuales y transgénero y permitirles cambiar su nombre e identidad.

 

2015

La misma Asamblea (hoy Congreso) autorizó otro cambio legal para que este trámite pudiera efectuarse en el registro civil. Así, los promoventes pueden obtener en pocas horas su acta de nacimiento actualizada sin necesidad de entablar un juicio.

 

4

Entidades más en el país han avalado reformas legales para reconocer la identidad de las personas trans: Michoacán y Nayarit (2017), Coahuila (2018) y Colima (2019).

 

REASIGNACIÓN INTEGRAL

La transexualidad requiere un tratamiento integral para la reasignación sexo-genérica; es decir, la transición de hombre a mujer (transfeminidad) o a la inversa (transmasculinidad). Este proceso, que puede tomar varios años y resulta costoso, contempla estos pasos:

 

1

Diagnóstico diferencial por expertos de diversas disciplinas para descartar trastornos psiquiátricos como doble personalidad, esquizofrenia o bipolaridad

 

2

Tras una terapia sexual para que entiendan su situación, se les solicita adoptar y vivir el papel de género deseado durante al menos dos años.

 

3

Si requieren modificar sus caracteres sexuales secundarios (barba, bigote, senos) se les aconseja una terapia de sustitución hormonal, así como cirugías de perfeccionamiento.

 

4

En casos de transmasculinidad que desean perder sus órganos sexuales internos, también se les sugieren cirugías para extirpar los ovarios y el útero.

 

5

Si buscan deshacerse de sus órganos sexuales externos, adicionalmente se les recomienda una Cirugía de Reasignación de Sexo, que requerirá seguimiento posterior.

 

De los 2 982 asesinatos de personas transexuales en el mundo entre 2008 y 2018, en América Latina ocurrieron 2 350: Brasil 1 238, México 408 y Colombia 145.

 

20 de noviembre

Día Internacional de la Memoria Transexual

Para recordar a las personas transgénero víctimas de crímenes de odio.

 

Fuentes: Isabel Saro Cervantes, Transexualidad, una perspectiva transdisciplinaria, Editorial Alfil, 2009. Trans Murder Monitoring (1 enero 2008 - 30 septiembre, 2018).

Algunos profesores de secundaria de Alejandro insistían en llamarlo por su nombre original consignado en los documentos oficiales. Actualmente los padres pueden tramitar un cambio de identidad para sus hijos nacidos en la Ciudad de México, pero requiere un juicio que lleva meses y cuesta alrededor de 60 000 pesos. En cambio el chico, que ahora comenzó el cambio físico para expresar su género, asumió el cambio de identidad sin ningún conflicto, como él mismo lo expresó a su mamá. “No me arrepiento de haber sido esa niña, que fue muy feliz, pero es hora de que nazca y sea visto Alejandro”.

 

Isabel Saro apunta que es de suma importancia ofrecer a estas personas una terapia integral —que incluya los aspectos médico-endocrinológico, psicológico y sexual— para evitar los errores en que incurren algunos profesionales de la salud, que les aconsejan seguir desempeñando, “por su bien y tranquilidad”, el rol que les tocó vivir acorde con sus genitales o peor aún, tomar hormonas para reafirmar su sexo biológico.

 

Al contrario, dado que los pacientes transexuales refieren no estar conformes con su sexo biológico desde la niñez, hacia los tres o los cinco años, Saro propone que la reasignación integral para la concordancia sexo-genérica, y en particular las terapias de sustitución hormonal, se inicien en la pubertad temprana, antes de que los chicos expresen sus caracteres sexuales secundarios.

 

De no recibir un tratamiento adecuado desde la pubertad, estas personas enfrentarán muchos problemas: desde angustia, ansiedad y baja autoestima por la contradicción que viven, hasta casos en que intentan mutilarse los genitales o administrarse hormonas sin vigilancia médica, lo cual puede traer secuelas irreversibles como trastornos hepáticos, renales o circulatorios.

Aunque las neurociencias o la genética hallaran una respuesta biológica sobre el origen de la transexualidad, esta resultaría insuficiente para dar cuenta de la complejidad de dicha condición, pues cada persona se desarrolla en un contexto social distinto.

—Siobhan Guerrero Mc Manus

En busca de respuestas

Así como los padres se cuestionan los orígenes de la transexualidad en sus hijos, también buscan respuesta los expertos en neurobiología, endocrinología, química, genética, psicología y antropología.

 

Los científicos han utilizado modelos animales para estudiar esta condición; sin embargo, las notables diferencias conductuales entre ellos y nosotros han dificultado la labor. Por ejemplo, hay especies en las que las hembras cambian de sexo temporalmente y se comportan como machos sólo cuando el número de estos disminuye. En cambio, asegura Isabel Saro, las personas transexuales están en discordancia sexo-genérica permanente.

 

Algunos autores como Melissa Hines, del Departamento de Psicología de la Universidad de Cambridge, han descrito cómo la influencia de ciertas hormonas se manifiesta muy tempranamente en ese sentido. “La evidencia muestra un papel muy importante de la exposición a testosterona prenatal en el desarrollo de intereses sexuados durante la infancia del individuo, así como en su orientación sexual posterior”, describe la especialista en un artículo publicado en 2011 en la revista Frontiers in Neuroendocrinology. Aunque otros estudios han descartado la posibilidad de que ciertas hormonas por sí solas sean los factores detonantes de la transexualidad.

 

En 1995 un grupo de expertos del Instituto para la Investigación del Cerebro en Holanda, dirigido por Jiang-Ning-Zhou, publicó un artículo en la revista Nature titulado “Una diferencia sexual en el cerebro humano y su relación con la transexualidad”. En este trabajo los autores plantearon que esta condición podría deberse a una variación en el tamaño de una estructura llamada núcleo basal de la estría terminal. Analizando cerebros humanos, Zhou y sus colaboradores encontraron que esta estructura, localizada en el hipotálamo y esencial en la regulación del comportamiento sexual, era más pequeña en las mujeres transexuales que en los varones tanto hetero como homosexuales.

 

Otras investigaciones han pretendido atribuir a ciertos genes o grupos de genes una influencia decisiva en la transexualidad. Por ejemplo: se ha propuesto que el gen SRY, que determina la formación de testículos, podría influir en la identidad de género de algunas personas trans.

 

Ivanka Savic, del Departamento de Neurociencia Clínica en el Instituto Karolinska en Estocolmo, Suecia, sostiene que no existen pruebas de que el entorno social ejerza ningún efecto sobre la identidad de género (la convicción de pertenecer a la categoría masculino o femenino) o la orientación sexual (si nos atraen varones o mujeres).

 

Siobhan Fenella Guerrero Mc Manus, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, sostiene que aun cuando se hallara una causa biológica de la transexualidad, esta resultaría insuficiente para dar cuenta de la complejidad de esta condición, pues cada persona se desarrolla en un contexto social distinto. La investigadora pone como ejemplo a los muxes, habitantes de la región zapoteca del Istmo de Tehuantepec, que nacieron varones, pero que pueden vestir como mujeres y adoptar roles femeninos en distintos ámbitos. “No es lo mismo la experiencia de un muxe en una comunidad indígena en Oaxaca a la de una mujer transexual en la Ciudad de México. Tenemos que entender cómo cada cultura construye su propio sistema de género”.

 

ASESORÍA Y ACOMPAÑAMIENTO

 

Asociación por las Infancias y Adolescencias Trans

Ofrece información, acompañamiento en trámites escolares, grupos de convivencia en familia, asesoría jurídica. Coordinadora: Tania Morales. taniainfancias@gmail.com. Tel.: (55) 40.55.06.71

 

Familias por la Diversidad Sexual, A.C.

https://familiasporladiversidad. org/paises/mexico/ Tel.: (55) 52 86 20 30, Cel. (55) 25.60.19.45 irmamiriam_angel@hotmail.com

 

Cadenas de violencia

Guerrero Mc Manus, bióloga y filósofa de la ciencia especializada en el estudio del feminismo y las diversidades sexuales, se dice satisfecha con el trabajo que realiza en la UNAM, donde su condición de mujer transexual no le ha impedido encontrar apoyo de la comunidad académica y estudiantil.

 

Pero fuera de la burbuja de la UNAM, la investigadora sí ha sufrido incidentes de violencia transfóbica. “Sucede muy seguido que la gente asume que me dedico al trabajo sexual o que descalifiquen mis opiniones en público con la pretensión de que no puedo ser objetiva porque vivo la identidad de género transexual”.

 

Esta situación se refleja en las cifras de la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017, en la cual 72 % de la población mayor de edad considera que en el país se respetan poco o nada los derechos de las personas trans. En sus formas más adversas, este rechazo social se manifiesta mediante crímenes de odio transfóbico. Cifras de la coalición Trans Murder Monitoring reflejan parte de este panorama adverso: entre 2008 y 2017 esta coalición de organismos contabilizó 2 606 asesinatos de ese tipo en el mundo; 41 % se registraron en Brasil (primer lugar en la lista) y 13 % en nuestro país (segundo lugar).

 

Aika Sofía, artesana y pintora, sabe de esta violencia irracional no sólo por el incidente en el que casi muere, sino también por la negativa de varias empresas a darle trabajo por usar maquillaje y ropa de mujer y por el acoso sexual que ha sufrido en el transporte público cuando viaja a la Ciudad de México.

 

En años recientes, gracias a la labor de grupos activistas y promotores de los derechos humanos, se han dado algunos avances en el país, como el reconocimiento del derecho de las personas trans a cambiar de identidad. Por otro lado, distintas organizaciones sociales han trabajado en favor de familias diversas e inclusivas, más allá de los esquemas tradicionales.

 

Sin embargo, aún falta difundir más los conocimientos médicos y científicos sobre las personas trans, para evitar discriminarlas y ponerles etiquetas a partir de su apariencia o identidad sexual y entender que no cambian de sexo, sino que viven con otro distinto al que les asignaron al nacer. También es necesario romper las que Siobhan Fenella Guerrero llama “cadenas de violencia” contra ellas.

 

Estas cadenas de violencia comienzan desde la infancia, cuando los familiares rechazan las manifestaciones de transexualidad. Esto vulnera su derecho a la educación y con el tiempo le dificulta el acceso al trabajo. Finalmente, por no contar con un empleo bien remunerado, estas personas no pueden ejercer sus derechos civiles y políticos “En estos temas nadie es neutro”, dice la académica universitaria, “todo el mundo tiene un cuerpo, una identidad de género. A lo que podemos aspirar es a la objetividad comunitaria: escucharnos y respetarnos todos”.

 

Hace falta difundir los conocimientos médicos y científicos sobre las personas trans, para evitar discriminarlas por su apariencia o identidad sexual y entender que no “cambian de sexo”, sino que viven con otro distinto al que les asignaron al nacer. Prohibida la

 

Más información

 

Guerrero Mc Manus, Siobhan y Leah Muñoz, “Transfeminicidio”, Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM: https://archivos. juridicas.unam.mx/www/bjv/ libros/11/5498/6.pdf

Red Mexicana Trans: www.facebook. com/REDMEXICANATRANS/

Salín Pascual, Rafael J., “La comprensión transexual de la relación entre el cuerpo y la mente”, Revista trabajo social, núm. 18, 2008: http:// revistas.unam.mx/index.php/ents/ article/viewFile/19581/18574

Guillermo Cárdenas Guzmán es periodista especializado en temas de ciencia, tecnología y salud. Ha laborado en diversos medios de comunicación electrónicos e impresos, como los diarios Reforma y El Universal. Actualmente es reportero de ¿Cómo ves?

En defensa de la educación sexual en las instituciones educativas: “Reflexiones de un machista en rehabilitación” P2 (de lo que podrían ser 4 partes).

Mario Rojas.

Abría la primera parte de este texto con la siguiente cita, tomada de Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. De Michel Foucault:

“No hay que describir la sexualidad, como un impulso reacio, extraño por naturaleza e indócil por necesidad a un poder que, por su lado, se encarniza en someterla y a menudo fracasa en su intento de dominarla por completo. Aparece ella más bien como un punto de pasaje para las relaciones de poder, particularmente denso: entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, padres y progenitura, educadores y alumnos, sacerdotes y laicos, gobierno y población. En las relaciones de poder la sexualidad no es el elemento más sordo, sino, más bien, uno de los que están dotados de la mayor instrumentalidad: utilizable para el mayor número de maniobras y capaz de servir de apoyo, de bisagra, a las más variadas estrategias”

Y con ella inicio, para desarrollar esta segunda parte, en la que pretendo entregarles, de la forma más objetiva, los argumentos que respaldan el título de este ejercicio.

Algunas personas dicen, que el feminismo busca la equidad, lucha por la igualdad, defiende a todos y todas; sin embargo, según dicen otros, parece que la realidad es diferente, que el feminismo es el extremo opuesto al machismo, ambos en la misma línea de intolerancia y guerra sexista, señalando al otro movimiento como el problema; pero no me corresponde juzgar eso y francamente no me interesa. Pero considero que son reales, tanto el machismo como el feminismo existen, sea cual sea la forma en que lo hacen, están presentes en nuestra realidad actual, con una diferencia por resaltar, de las muchas que tienen; que el machismo es antiquísimo, tanto, que pareciera estar presente desde el principio de la humanidad y en la mayoría de las culturas, mientras que el feminismo no, es relativamente una iniciativa o un movimiento joven.

Ahora bien, al hablar de machismo, algunos concordamos en que es una situación cultural, que por su antigüedad se ha asentado y filtrado todas las esferas sociales humanas; muy normalizado en la cotidianidad, tanto, que hay conductas que uno no creería que obedecen al machismo, por esa razón se habla ahora de micro machismo, para referirse a toda una serie de acciones tan sencillas, que fácilmente pasan inadvertidas, como considerar que las flores son un detalle que se da exclusivamente a mujeres y si se le han dado flores a un hombre heterosexual, seguramente fue en un contexto atípico y se constituye por tanto en excepción que confirma la regla. Sin embargo, y como en el texto anterior, les comparto esta TEDTalk con un relato sobre el tema, para ampliar nuestra visión acerca del asunto: https://www.youtube.com/watch?v=fN_4CeiGTlU&ab_channel=TEDxTalks

El “descubrimiento” y aceptación de nuestro propio machismo es el primer paso, la manera en que podemos empezar a realizar la reflexión, entendiendo que, para modificar esas conductas, es necesario ser paciente y persistente, pero, sobre todo, consciente; dejando atrás poco a poco la vergüenza que puede llegar a generar en algún momento, abandonar cualquier conducta que nos definía frente a los demás y que podemos ser criticados por ello.

Pero ¿por qué es tan difícil?

Empecemos con este fragmento del párrafo inicial de Foucault: “Aparece ella más bien como un punto de pasaje para las relaciones de poder, particularmente denso” Si, la sexualidad ha sido y es utilizada para el ejercicio del poder, y sí, es algo que viene desde diferentes flancos, pero me voy a ir por la “vieja confiable”, las iglesias y los sistemas de gobierno. En términos concretos, la sexualidad es algo que nos pertenece, nos ayuda a definir y erigir nuestra identidad y por lo tanto, nuestro rumbo en la vida; entonces, como es algo tan importante, tan determinante, controlarlo desde fuera, resulta en una estrategia bastante eficiente en el corto, el mediano y el largo plazo, me explico; pensemos en la masturbación, qué tan malo puede ser masturbarse de vez en cuando; ah pero es pecado, no puedes hacer eso, papito Dios y/o mamita María se enojan y hasta te pueden castigar por eso; y nos empiezan a quitar nuestro cuerpo; la capacidad de decisión sobre él, nos hacen ver todo lo relacionado con el disfrute de nuestro propio cuerpo (sin lastimar a nadie) como algo malo, pero por otro lado, nos están diciendo que otros sí pueden decidir sobre nuestro cuerpo y que debemos permitirlo, por ejemplo, en esas familias (demasiadas todavía) en las que se obliga a niños y niñas a saludar de pico en la mejilla a tíos, tías, abuelos, abuelas y demás; ¡ay! donde la criatura se niegue, de inmediato se le regaña, se le reprende y se le obliga; con la excusa de que debe hacerlo porque él o ella es mayor, es de la familia, es una muestra de respeto y más pamplinas que se suelen decir en esos casos. Se ha ejercido poder y control sobre el cuerpo de las personas, desde pequeñas, dominando su sexualidad, y tengo más ejemplos, pero creo que, con base en este, se pueden pensar muchos más y usted puede recordar algunas veces en las que, o lo ha hecho o se lo hicieron.

Y claro, como en países “laicos” como el nuestro, la iglesia y el sistema de gobierno trabajan de la mano desde hace siglos, pues este mecanismo les funciona divinamente, y han aprendido tanto a implementar su estrategia, que ya nos hemos creído el cuento de que, aprender de sexualidad es malo, una estrategia de la izquierda, del castro chavismo, de los mamertos que quieren todo regalado; pero mientras tanto, las cifras de abuso en sus diferentes formas, mayormente sobre niñas, niños, chicas adolescentes y mujeres, va en aumento.

Acá me pondré cansón, pero es necesario hablar de esa oposición inteligente que está detrás de detener esa propuesta, la de implementar la educación sexual como parte de los currículos y planes escolares a nivel nacional; y es que, el adoctrinamiento les es tan efectivo, que perder el control de la masa que como borregos se deja manipular, pone en riesgo toda su estructura criminal, corrupta e inhumana. Por eso, ni de broma pueden permitir que los empleados (esclavos, siervos sin tierra) de su finca, de su feudo, se apropien de sus cuerpos, porque eso les daría ideas, la idea de que pueden elegir sobre otras cosas, que no son precisamente ellos. Y podrán pensar que exagero, pero es simple indefensión aprendida. Y seguiré cansón, porque me gusta llevarlos fuera del texto, que esto sea discontinuo, por lo que acá les dejo otro vídeo sobre el concepto mencionado, para con base en él, continuar el siguiente párrafo: https://www.youtube.com/watch?v=OtB6RTJVqPM&ab_channel=buendesenladrillador

Ahora bien, si ya está un poco claro lo de indefensión aprendida, revisemos cómo se relaciona con la necesidad de la educación sexual. Volvamos a los niños y niñas, hablaré de mi sobrino, a la fecha de este texto, tiene 4 años de edad, mi hermana, docente y su esposo, profesional en comunicaciones, se han estado apoyado en profesionales para algunas cosas relacionadas con la educación en primera infancia del niño, y en ese proceso, le están enseñando acerca de su cuerpo, las partes de él, algunas funciones, higiene y límites, sí, límites; aprender a poner límites sobre su cuerpo frente a las demás personas; y resulta que a él no le gusta que le hagan cosquillas, pero cuando está con los abuelos y llegan los tío abuelos y otros primos grandes, lo agarran a cosquillas, y él, con base en lo aprendido en casa, odiando que le hagan eso, les dice que no, pero ellos no paran, mi sobrino lo intenta, pero ellos siguen con las cosquillas, sus primeros e infructuosos intentos no han servido, por lo que, para no “sufrir” opta por aguantar, reír de forma incómoda y dejarse hacer cosquillas, dejar que otro haga algo con su cuerpo, que él no quiere y que con las herramientas que tiene, no pudo evitar; menos mal, mi hermana se ha enterado y ha hecho el ejercicio pedagógico con la familia, quienes de forma incómoda (porque culturalmente no pueden comprender aún) han tenido que aceptar que no pueden hacer eso y poco a poco se le ha ido reparando a mi sobrino, para que siga aprendiendo que puede poner límites y que puede “denunciar” cuando se sienta agredido.

Extrapolemos entonces, si esto es con cosquillas, algo que se hace en público, de forma abierta, con la idea de que es una acción inocente, sana y sin consecuencias, ¿qué pasaría si se tratase de abuso sexual?, tocamientos a escondidas, acompañados de manipulaciones y amenazas, en donde alguien en una posición de poder superior, se aprovecha de alguien en una posición inferior, ¿qué pasaría?, pues que esa violación se volvería sistemática, la mayoría de las veces no saldría a la luz y la víctima viviría con ello durante mucho tiempo, si no es que toda su vida, o hasta que por alguna razón, todo estalle y denuncie años después. Porque no supo en principio cómo defenderse, cómo reaccionar, cómo denunciar, por qué, porque en otro contexto aprendió, de forma inconsciente, que no tiene voz, que su palabra no vale y que su cuerpo, no es suyo. Y no, no exagero, así se sienta feo, es la realidad, una muy cotidiana y cruda en todo el territorio nacional.

Pero la oposición inteligente y la iniciativa #conmishijosnotemetas, consideran que, la educación sexual se debe brindar en el hogar, que deben ser los padres y madres, abuelos, abuelas, tíos, tías, primos, primas, madrastras, padrastros, los que deben hacerse cargo de eso, para que sus niñas y niños no se vuelvan adictos a la masturbación o peor, homosexuales; y por qué menciono a tantas personas de la familia, porque en Colombia, hay muchas formas de familia, no solo la nuclear, por lo que, intervienen en la educación de niños y niñas en casa, una mamá soltera con los dos abuelos, un papá viudo con su nueva esposa, un hermano mayor con su mamá y un abuelo, en fin, un variopinto grupo familiar, sin la formación profesional para llevar a cabo este proceso tan delicado, porque no, mirar vídeos de internet no es suficiente para “capacitarse” en educación sexual, menos cuando hay tanto sesgo, ideología y adoctrinamiento en las mentes de esos padres, madres, tíos, tías... etc. Claro, la familia debe hacerlo, pero con el apoyo profesional, que se podría brindar desde la escuela (esperando que las cosas en las escuelas mejoren también, porque eso es otro cuento).

Así pues, la necesidad del apoyo profesional (capacitando primero a los profesionales) en este tema de la educación sexual, desde donde lo veo, es muy importante y urgente, porque muchas cosas en el corto, mediano y largo plazo, dependen de que se haga un cambio sustancial en la educación, entendiendo que esta, la educación, no es un proceso exclusivo de las escuelas, sino un elemento constitutivo de la sociedad misma, el más relevante si me lo preguntan.

El machismo por lo tanto, como parte de la cultura, también es susceptible de cambiar y perder fuerza, aplicando los procesos educativos adecuados, durante el tiempo que sea necesario, hasta que, en 30 o 50 años (este sería el mediano plazo), se vean los resultados positivos masivamente, es decir, disminuya o casi desaparezca el embarazo no planeado y no deseado al menos en adolescentes, por lo tanto el aborto y las muertes en clínicas clandestinas, o el abuso sexual en sus diferentes formas, la violencia de género y otras tantas realidades terribles que hoy queremos, bueno, quieren, algunas personas que ejercen cargos públicos u ocupan puestos poderosos, se traten con paños de agua tibia desde la biblia, la camándula, el catecismo y la prohibición, controlando el cuerpo de todas y todos con esas nefastas estrategias.

Y como no quiero aburrirles en el cierre del año, y lo que falta para culminar este texto como se debe, es bastante y lo más grueso de hecho, dejo nuevamente hasta este punto, no sin antes invitarles a que complementen el vídeo de la indefensión aprendida, con esta TEDTalk que les irá dando más argumentos y herramientas para ver y analizar este tema desde más perspectivas e ir construyendo sus propias conclusiones: https://www.youtube.com/watch?v=bkxygUbwdN0&t=163s&ab_channel=TEDxTalks

Continuará…

Una aventura de sexo y ciencia

Por: Pere Estupinyá

Una mirada a la investigación científica de la sexualidad humana y sus sorprendentes resultados.

Era noviembre de 2008 y estaba paseando por la sesión de carteles científicos del congreso de la Sociedad de Neurociencia, en Washington, D.C. Soy bioquímico y empecé mi doctorado en genética, pero lo abandoné hace ya más de 10 años para dedicarme exclusivamente a la comunicación de la ciencia. ¿Por qué? En parte porque si hubiera sido investigador, en ese congreso de neurociencia me habría dedicado a ir sólo a las sesiones relacionadas con mi trabajo, mientras que siendo comunicador podía dedicarme a explorar cualquier tema nuevo que me despertara curiosidad.

Con esa filosofía, disfruté deambulando entre los jóvenes científicos que anunciaban con carteles conferencias de temas como optogenética, enfermedad de Alzheimer, tristeza, células madre, memoria, dopamina, y pararme unos minutos a hacerles preguntas. En eso andaba una tarde cuando me topé con un cartel cuyo título, sin saberlo yo, iba a ser el detonante de una gran aventura: "Estimulación del clítoris induce activación de proteínas Fos en el cerebro de la rata".

¿Estimulación del clítoris de una rata? ¿Era realmente lo que yo estaba imaginando? Pues sí. Me quedé unos segundos plantado frente al cartel mirando la foto de una rata (deduzco que hembra) y leyendo descripciones de sus genitales y de las hormonas relacionadas con el deseo sexual, y luego me acerqué a la joven científica que estaba de pie frente al cartel. "Mayte Parada", decía su identificación. Con una expresión muy seria le dije: "Hola, me llamo Pere Estupinyà y soy periodista científico. Tengo una pregunta: ¿tú estimulas el clítoris de las ratas?". "Sí", respondió Mayte con serenidad. "¿Te puedo preguntar cómo?", continué. "Hay varias técnicas y cada investigador tiene su preferida. Yo utilizo un pincel y hago roces breves y rápidos cada varios segundos en lugar de fricciones constantes, porque así es como copulan las ratas".

Me imagino que en este momento ustedes tendrán la misma reacción que yo: tomárselo a broma, pensar "¿y eso para qué sirve?" y dudar de que el sexo se pueda estudiar científicamente, ¡y con ratas! Mayte intuyó mi escepticismo y me dijo algo así: "Hay muchas personas con problemas sexuales y la ciencia y la medicina están obligadas a estudiarlos como cualquier otra función de nuestro organismo. No sé por qué te extraña más leer un trabajo científico sobre el sexo que sobre la capacidad de concentración o la fuerza atlética, por ejemplo. Quizá —como a muchas otras personas— te sorprende que se estudie con ratas. Pero déjame que te diga que, en cuanto al desarrollo básico de los genitales y del sistema nervioso, no somos tan diferentes de las ratas ni de otros animales. Yo no estudio el comportamiento 'psicológico', sino la química que hay detrás del deseo sexual. Como la mayoría del resto de los animales, una rata hembra sólo quiere sexo si está ovulando, pero las ratas no tienen calendarios ni pueden hacer cálculos.

Es una química interna la que hace que se sienta excitada y tenga comportamientos de cortejo. Esa química interna también la tenemos nosotros, y aunque parezca sorprendente, en pleno siglo XXI todavía no la hemos comprendido del todo. Lo que hago es dar diferentes combinaciones de testosterona, prolactina, progesterona y estrógenos a las ratas para ver en qué condiciones les gusta más que les estimulen el clítoris. Muchas mujeres tienen problemas de deseo por aspectos psicológicos o de pareja, pero en ocasiones hay causas fisiológicas ocultas, y la nueva medicina sexual las empieza a contemplar".

Me quedé estupefacto. Era lo más interesante que había escuchado en el congreso. Estuve varios minutos más charlando con Mayte no sólo de hormonas, sino también del origen de los fetichismos, los cambios sociológicos en la sexualidad debido a Internet, vestirse inconscientemente con ropa más sugerente durante la ovulación, aumentar la sensibilidad para incrementar el placer sexual y tener orgasmos más intensos… y preguntándome cómo podía ser que, con más de 10 años dedicado a la comunicación científica, nunca se me hubiera ocurrido escribir sobre la ciencia del sexo. "Si quieres saber más", dijo Mayte, "deberías hablar con Jim Pfaus, mi jefe en la Universidad Concordia de Montreal, que es uno de los principales expertos del mundo en el estudio científico de la sexualidad". Tardé un poco, pero vaya que lo hice.

Pupilas dilatadas

Las pupilas se dilatan en el momento del orgasmo, como puede observar cualquier persona sexualmente activa (¡siempre y cuando su pareja no cierre los ojos en ese momento!). Luego de observarlo me quedé pensando posibles hipótesis del origen de este fenómeno y recordé a Mayte Parada y su propuesta de entrevistar a Jim Pfaus. Días después lo tenía al otro lado del teléfono diciéndome: "¡Claro que se dilatan las pupilas en el orgasmo! Es uno de los efectos del cambio del sistema nervioso autónomo parasimpático al simpático".

Piensa cómo funciona internamente tu cuerpo. Por un lado, las células responden a unas señales químicas, y por otro hay un extenso conjunto de nervios que activan músculos y recogen información de sentidos y órganos para enviarla al cerebro. Una parte de este sistema nervioso es voluntaria (la que utilizas para mover los dedos y pasar las páginas de esta revista) y otra es autónoma. La parte autónoma dirige sin pedirte permiso los latidos de tu corazón o el movimiento de tus intestinos. Este sistema nervioso autónomo tiene a su vez dos estados posibles: parasimpático y simpático. Las fibras parasimpáticas son las que tienes activas cuando te sientes tranquilo y tu cuerpo está relajado. Pero nuestro organismo está preparado para reaccionar de inmediato si en plena sabana de repente nos ataca un león. Esto se consigue activando las fibras simpáticas, que provocan tensión muscular, aumentan el metabolismo de la glucosa, generan sudoración, segregan adrenalina, aumentan el ritmo cardiaco y la presión sanguínea para activar la respuesta y dilatan los bronquios y las pupilas para respirar y ver mejor. Por extraño que parezca, durante el orgasmo también se activa el sistema nervioso simpático, y "por eso las pupilas se dilatan en el momento del orgasmo", me dijo Jim Pfaus. "Es un dato curioso, pero tiene importantes implicaciones", añadió.

A muchos chicos les habrá ocurrido algo paradójico: estar con una chica que les gusta y mentalmente muy excitados, pero al mismo tiempo muy nerviosos e incapaces de tener una erección. En España a eso le llamamos "gatillazo", y en realidad ocurre porque el estrés ha activado las fibras simpáticas antes de tiempo. Esta activación implica que se retire sangre de las funciones corporales no imprescindibles para enviarla a los músculos. Pues bien, si una situación de estrés activa el sistema simpático, por muy excitado que esté un hombre, su cuerpo retirará sangre del pene y la enviará a los músculos y no podrá tener una erección. En estas circunstancias el sistema nervioso no es precisamente tan "simpático". Pero también hay otra implicación: una vez empezada una relación sexual, para llegar al orgasmo se requiere la activación de esas fibras simpáticas. Es por esto que en algunas mujeres a las que les cuesta llegar al orgasmo, el estrés o la tensión puede facilitarlo. No obstante, hombres y mujeres no somos tan diferentes; eso fue lo que me dijo Jim en tono provocador, y añadió: "Sí lo somos en cuanto a educación y condicionantes sociales, y algo a nivel psicológico, pero neurofisiológicamente somos muy parecidos". Eso que puede sorprenderte se ve claramente si miras la estructura de los genitales. Pene y clítoris parecen muy distintos, pero en realidad son muy semejantes: el clítoris es como un pene más pequeño pero cuyo cuerpo se ha quedado interno y al exterior sólo sale el glande. De hecho en estado embrionario los óvulos y los testículos vienen de las mismas estructuras, y el pene y el clítoris también. Los mismos nervios pudendo y pélvico llegan a los genitales masculinos y femeninos.

Vida sexual satisfactoria

Algunas recomendaciones de los sexólogos son:

1. Eliminar traumas y presiones: sean de origen religioso o por experiencias dolorosas en el pasado, muchas personas —especialmente mujeres— sienten una resistencia interna al sexo. Un primer paso es trabajar con un sexólogo o terapeuta para eliminar estos frenos. Esto es válido tanto para individuos como para parejas.

2. Estar saludable: el sexo no sólo está en la cabeza, también en tu flujo sanguíneo, músculos y niveles hormonales. Hay trastornos físicos que afectan de manera específica la sexualidad y otras enfermedades como la diabetes que también la limitan. Pero más allá de ellas, estar y sentirte en buena forma es necesario si quieres alcanzar una sexualidad excepcional.

3. Conocerse a sí mismo: eso implica asimilar tus fantasías, deseos y preferencias, pero también conocer cómo funciona tu cuerpo por dentro. Conocer la estructura de tus genitales, el funcionamiento de tu sistema nervioso, y las características de tu organismo y tu mente es básico para aprender a sacarle todo su potencial. En el caso de las parejas, también deben esforzarse en conocerse a sí mismas, para lo cual la comunicación es imprescindible.

4. Abrir tu mente: el primer paso es quitar negatividades, y una vez que eso se consigue, hay que contemplar la sexualidad como algo bonito, positivo y que puede aportar mucho bienestar individual y a la pareja. Nadie obliga a nada, ni dice que se es más feliz con mucho sexo, porque no es cierto. Pero sí es bueno ser más flexibles con nuestros pensamientos, meditar, y no considerar como "extraños" algunos comportamientos diferentes a los nuestros.

Multiorgasmia

Con Jim hablamos de muchas cosas, como la predisposición genética a la multiorgasmia, las personas asexuales —que nunca sienten deseo ni atracción hacia otras personas—, y la posibilidad de que evolutivamente estemos predispuestos a la infidelidad. Para entonces ya estaba plenamente convencido de que quería escribir un libro sobre la ciencia del sexo. En las siguientes semanas empecé a leer muy diversos estudios científicos.

Sobre los orgasmos múltiples encontré estudios realizados con gemelos, que son una de las herramientas que tienen los investigadores para saber si un rasgo tiene mayor o menor componente genético. Si se compara la frecuencia del rasgo a estudiar (por ejemplo hiperactividad, personalidad adictiva, o presión sanguínea alta) en gemelos idénticos, que tienen el 100% de genes en común, y en mellizos, con 50% de genes en común, y resulta que ese rasgo está mucho más correlacionado en los gemelos idénticos, esto indica que la influencia genética es mayor en ese rasgo.

Utilizando la base de gemelos TwinsUK, los investigadores Kate Dunn y Tim Spector, enviaron un cuestionario a 3 654 parejas de hermanas gemelas en el Reino Unido de entre 19 y 83 años. Les preguntaban cuántas veces alcanzaban el orgasmo sólo con penetración, cuántas en pareja pero con otro tipo de estimulación física y cuántas mediante masturbación. Sus resultados, publicados en la revista Biology Letters en septiembre de 2005, mostraron que la capacidad de alcanzar el orgasmo tanto en el coito como mediante masturbación sí tenía un claro componente genético. En concreto, sugirieron que los genes podían explicar entre un 34 y 45% de las diferencias en la población. ¿En qué afectan estos genes? Todavía no se ha investigado con tanto detalle, pero parece que podría estar relacionado con la predisposición a la depresión o a la ansiedad, con diferencias anatómicas, o incluso con los niveles de prolactina (la hormona que influye en la saciedad sexual y es liberada tras el orgasmo).

En ciencia los estudios aislados siempre se toman con precaución, pero otra investigación realizada en Australia con 3 080 hermanas gemelas ofreció resultados muy parecidos: la frecuencia de orgasmos estaba significativamente más correlacionada en gemelas idénticas que en mellizas, incluso controlando factores como número de parejas, divorcios y aspectos socioeconómicos y culturales. Khytam Dawood y sus colaboradores, autores del estudio, que se publicó en la revista Twin Research and Human Genetics en 2005, también especulaban que este carácter genético podría estar asociado con otros rasgos de carácter como extroversión o desinhibición. Hay investigaciones en marcha que analizan genes implicados en el metabolismo de la serotonina, la vasopresina, los estrógenos y otras hormonas. Nadie está sugiriendo que la genética tenga un papel determinante, pero la conclusión es obvia: una mujer puede no alcanzar el orgasmo durante el coito por ansiedad, estrés, inhibición cultural o malestar con su pareja, pero también porque tenga una fisiología diferente a la de otra que sí tiene orgasmos con facilidad.

Cuando la emoción gana

El trabajo para el libro era un no parar de anécdotas y hallazgos, y más cuando empecé a visitar centros de investigación como el Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana, posiblemente el principal en materia de sexualidad. Allí por ejemplo investigan la parte más psicológica e irracional del sexo. Digo irracional en el sentido de que, cuando tomamos decisiones sobre sexualidad, nos solemos guiar más por la emoción que por la razón. Un ejemplo: participé en un estudio en el que me mostraron fotografías de rostros femeninos con un número que indicaba cuántas relaciones sin protección habían tenido esas chicas en los últimos dos meses. Yo tenía que decir qué tan probable sería, en una escala de 1 a 5, que tuviera relaciones sexuales con ellas. Antes de empezar el experimento, estaba convencido de que por guapa que fuera la chica no me acostaría con ella si había tenido muchas relaciones sin protección. Pero una vez que vi sus rostros, cuando alguna me gustaba mucho ya estaba pensando en pretextos para dejar de lado ese convencimiento. Y es que el deseo sexual cambia toda nuestra toma de decisiones, y reconocerlo es básico para entender nuestras acciones. Este poder de las emociones es lo mismo que demuestran infinidad de experimentos en psicología social.

Pero no podía escribir un libro completo sobre la ciencia del sexo sin incluir el enfoque sociocultural. Entrevisté antropólogos que investigan relaciones poliamorosas y han concluido que no somos monógamos sexuales pero sí emocionales; a investigadores que estudian si la pornografía genera adicción o no y que han encontrado que en la inmensa mayoría de las personas no. También entrevisté a expertos que comparan los cánones de belleza facial y corporal de diferentes culturas y entornos socioeconómicos; un resultado muy curioso es que cuando se tiene hambre nos atraen las personas un poco más rellenitas que si estamos saciados. Pero también quise conocer de primera mano qué pensaban actores y actrices porno, ver con mis propios ojos qué ocurría en clubs de sadomasoquismo, conocer cómo es la sexualidad de personas con lesión medular, entrevistarme con asexuales, con personas que han sufrido mucho por el injustificado rechazo social debido a su homosexualidad, visitar clubs de swingers sin avisar a nadie de que estaba tomando notas para un libro y talleres de sexo tántrico donde una mujer nos enseñaba a llegar al orgasmo con la respiración.

Esta aventura, que empezó de manera casual frente a un cartel científico en un congreso de neurociencia, me llevó a descubrir que la sexualidad humana es algo mucho más estimulante física e intelectualmente de lo que nunca había imaginado. Duró 18 meses lo que me tomó investigar para el libro y escribirlo. Se titula S = EX2. La ciencia del sexo.

Si me quedo con una moraleja es que la ciencia nos permite ver un mundo mucho más amplio del que nos muestran nuestros sentidos limitados. Gracias a ella vemos mucho más que estrellas en el Universo, sabemos cómo se comunican nuestras células y empezamos a comprender cómo funciona nuestro cerebro. Es un viaje fascinante, que te incito a no dejar escapar. Una vida sin ciencia es como una vida sin música: puede ser igual de maravillosa, pero nos perdemos una de sus mayores ofrendas.

Más información

Pere Estupinyà es periodista científico. Ha trabajado para los Institutos Nacionales de Salud, Estados Unidos, y el programa español de televisión Redes. Escribe para el diario El País y es autor del Rastreador científico en español del programa Knight del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Artículo tomado de: https://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/180/una-aventura-de-sexo-y-ciencia

En defensa de la educación sexual en las instituciones educativas: “Reflexiones de un machista en rehabilitación” Parte 3 final.

Por Mario Rojas.

Nota del autor: Si usted no ha leído la parte 1 y 2, las encontrará primero en este texto, y luego la parte 3 que es la final.

Parte 1.

“No hay que describir la sexualidad, como un impulso reacio, extraño por naturaleza e indócil por necesidad a un poder que, por su lado, se encarniza en someterla y a menudo fracasa en su intento de dominarla por completo. Aparece ella más bien como un punto de pasaje para las relaciones de poder, particularmente denso: entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, padres y progenitura, educadores y alumnos, sacerdotes y laicos, gobierno y población. En las relaciones de poder la sexualidad no es el elemento más sordo, sino, más bien, uno de los que están dotados de la mayor instrumentalidad: utilizable para el mayor número de maniobras y capaz de servir de apoyo, de bisagra, a las más variadas estrategias”

Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber.

Michel Foucault.

En casa, durante mi adolescencia, por allá en los años noventa, hablar de algún tema relacionado con la sexualidad, era bastante complejo y complicado; es decir, preguntarle a mi mamá o a mi papá acerca de mis poluciones nocturnas (entiéndase como eyaculación durante el sueño, coloquialmente llamados: sueños húmedos); no era una opción, lo que uno hacía era limpiarse con una media, una camiseta sucia y disimular las manchas para que nadie se diera cuenta que eso estaba pasando, pues la vergüenza ante este tipo de situaciones era muy grande y además se asociaba con lo pecaminoso, con mañas y corrupción espiritual; y ni se diga de masturbarse, que vaina tan incómoda las primeras veces; pues uno recordaba que dios lo ve todo y que allí, en la intimidad del baño, él, como omnipresente y “omnivoyeurista”, estaría viendo a un adolescente promedio, pobre y del tercer mundo, hacerse una paja, practicar el onanismo. Por otro lado, tener que confesar eso en la iglesia (en mi caso como católico rehabilitado) también era otro cuento maluco; ahí de rodillas en el confesionario, tener que decirle a un cura que uno había pecado de “malos” pensamientos y con la masturbación, decirle que en medio de tantas locas ideas de adolescente, los sueños eran completamente incoherentes también y que muchos de ellos, durante una temporada, terminaban en algo sexual y la consecuente polución.

Sí, eso me pasó a mí y estoy absolutamente seguro que a muchos adolescentes de mi generación también. Ahora bien, en el colegio había alguna que otra charla sobre esos temas, pero ellas siempre estaban sesgadas por la moralidad cristiana, la moralidad religiosa y los imaginarios de quien nos hablaba del tema, por lo que, así trataran de hablar del pene, la vulva, la vagina y el condón, y de lo normal que es la exploración del cuerpo para vivir una sana sexualidad, siempre había en el discurso ese tufillo a mojigatería y moralidad ortodoxa, apostólica y romana, que lo hacía sentir mal a uno con esas vivencias, sentirse pecador, impuro, indigno, sucio, hacía que uno pensara en lo malo que es la sexualidad, el coito, la masturbación y el deseo sexual.

Pero a la hora de la verdad, supongo que me fue hasta bien, porque a las chicas adolescentes heterosexuales y a los chicos o chicas homosexuales, al menos a quienes conocí en esa época, muchas veces les fue mal en el colegio, simplemente por ser ellos mismos. Yo porque al ser catalogado como hombre y heterosexual, la estructura machista y patriarcal me daba unos “privilegios”, pero a los y las demás, ellos y ellas lo tuvieron y lo siguen teniendo más complicado. No quiero, ni puedo, imaginar cómo pudo ser para mis compañeros gay vivir su sexualidad en la adolescencia, donde hasta yo les hacía matoneo (bullying), donde a una niña que fuese algo ruda la tratábamos de machorra y lesbiana, usando esos conceptos a modo de insulto, a los chicos que entraban al grupo de porras les hacíamos mofa y los fastidiábamos, en fin, era el pan de cada día en el colegio, allá en los años noventa (hoy sigue pasando).

El contexto en el que muchos de nosotros vivimos y fuimos “educados” en relación con la sexualidad, en el fondo, fue el mismo, independiente de la región del país, de la configuración familiar y de la condición socio económica; generalmente, esos temas estuvieron y están atravesados por las ideologías religiosas, que como siempre han permeado (para mal, la mayoría de las veces en estos temas) todo en la sociedad. Si, en los años noventa, cuando el internet estaba recién llegando al país y solo los que estábamos en ciudades más o menos grandes podíamos acceder a un cibercafé y pagar media hora de navegación para hacer alguna consulta, porque en los pueblos pequeños, en las veredas, eso era algo imposible, hoy de hecho sigue siendo complicado el acceso a las TIC (Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones) en algunas regiones del país y de conectividad, ni hablar; por lo que aclarar dudas sobre sexualidad de forma autodidacta era bien difícil, e iba uno creciendo con un desconocimiento preocupante sobre esos temas y peor aún, llenos de pre juicios, temores, conceptos equivocados, traumas y comportamientos inaceptables pero normalizados. Sí, así crecimos los que fuimos adolescentes en los años noventa, aunque muchos hoy se sientan completamente sanos psicológica y emocionalmente y quizá nunca hayan cuestionado sus ideas machistas, patriarcales y retrógradas que generan una gran cantidad de formas de violencia, que normalizadas, se han vuelto invisibles, especialmente para las víctimas.

Entonces, la mayoría de los que hoy estamos entre los treinta y los cincuenta y tantos años de edad, que somos una fuerza laboral y con capacidad de decisión importante en el país, que trabajamos en las aulas (mi caso), detrás de los escritorios, en la política, en los hospitales y en cualquier parte y labor, tenemos de una u otra manera, muchas malas experiencias relacionadas con la sexualidad, con una sexualidad a veces mal vivida, a veces mal entendida, pero casi siempre mal “educada” (porque es producto de la mala educación recibida y de la educación no recibida); y no hablo solamente del coito y la privacidad de la alcoba, hablo de toda una serie de taras y comportamientos inaceptables relacionados con la cultura machista y la intolerancia, hablo de que a pesar de que muchos hombres no golpeemos a nuestras esposas, si manifestamos cotidianamente acciones abiertamente machistas y disimuladamente micro machistas, así también las mujeres, los gay y las lesbianas, todos y todas sin importar identidades, padecemos este problema cultural por falta de formación adecuada, así queramos tapar el sol con un dedo, el machismo lastima nuestra sociedad.

Cuatro de las personas más importantes que han pasado por mi vida, han sido víctimas de abuso sexual y las cuatro no pudieron, ni supieron en su momento, hacer algo, como denunciar, hablar o protegerse de la persona que las abusó; yo mismo en mi postura de hombre heterosexual maduro y capaz de defenderme, fui víctima de tocamientos por parte de otro hombre en un bus de Transmilenio hace unos años y tampoco supe cómo actuar en ese momento y quedé casi en estado de indefensión ante mi agresor. Es real, pasa todo el tiempo, a cada instante, mientras redacto este texto y mientas usted lo lee, alguien está siendo víctima de abuso, de alguna manera, de las muchas en que se puede dar; y es que, las estadísticas que se manejan sobre este asunto son aterradoras, porque más de la mitad de los casos de abuso, denunciados, si, solo los denunciados, son cometidos por personas cercanas a la víctima (tíos, primos, padrastros, hermanastros, padres, madres, amigos de la familia, etc.), y la mayoría le ocurre a niñas, adolescentes y mujeres, y la mayoría por parte de hombres hacia ellas, usted que lee esto, es posible, ojalá que no, que haya sido víctima de alguna clase de abuso y violencia sexual. Pero no me crea, por favor revise y si puede, amplíe la búsqueda: https://datarepublica.org/publica/49#:~:text=En%20Colombia%2C%20para%202020%2C%20seg%C3%BAn,del%20total%20de%20agresiones%20sexuales

Y a pesar de que la realidad es así de cruda y salvaje, a pesar de que se requieren acciones pedagógicas y políticas reales, no se avanza como se debería, el nivel de ignorancia tan grande, se vuelve cada día más peligroso, más perjudicial para todas las personas, pero en especial, para niñas, adolescentes, mujeres y personas de la comunidad LGTBIQ+, quienes ya se ha visto, no están seguras en ninguna parte, ni su hogar, ni la escuela, ni los hospitales, en ningún lado; y que cualquier persona puede ser un posible agresor. El desconocimiento de la ley, la falta de capacitación del personal que debería educar a los demás, la estructura social en sí misma, todo se articula para crear un escenario peligroso, complejo, complicado e inhumano. Y actualmente cursa en el congreso colombiano un proyecto que podría ser la primera gran estrategia nacional, para darle un giro a esta nefasta realidad y los opositores han empezado, nuevamente, y no es de extrañarse; a esgrimir sus argumentos moralistas, sus temores, sus ideologías tóxicas y retrógradas, para poner freno a algo que, a todas luces, no solo es urgente, sino que también es importante.

Porque si, no hemos recibido educación sexual apropiada, ni en casa, ni en las instituciones educativas, los lugares en los que se debería, en el primero porque se supone están las personas que más nos aman y en el segundo, porque se supone allí están los expertos, pero en la primera no se ha logrado hacer el proceso adecuado por ignorancia y las propias ideologías familiares, y en las segundas, porque no se ha podido avanzar legalmente en la configuración de currículos y capacitación efectiva del personal que podría hacerse cargo de este proceso y como es de esperarse en un país como el nuestro, por los sesgos e ideologías que muchas personas de las que trabajan en el magisterio, llevan al aula y perjudican el proceso.

Así pues, en esta primera entrega de mis reflexiones, me gustaría presentar el problema, para luego profundizar en la propuesta de solución y por qué en realidad, implementar la educación sexual en los colegios, más allá de ser una estrategia de la izquierda mamerta, castro chavista homosexualizadora e inmoral, es, por mucho, la mejor alternativa que tenemos y que ya ha dado frutos en otros países que se pueden tomar como ejemplo.

Así pues, los intentos de educación en sexualidad realizados en el grueso de las familias e instituciones de primaria, básica y media, se erigen sobre el miedo y la vergüenza, además de completamente alejados de la ciencia, la filosofía y el arte; por ejemplo: es vergonzoso, siendo una persona de la comunidad LGTBIQ+ dar muestras de afecto en público y las personas, que se autodenominan no homofóbicas, dicen no tener problema con eso, pero que lo hagan en otro lugar o en privado; pero esas mismas personas no tienen problemas cuando una pareja heterosexual hace lo mismo. En el caso del miedo, las charlas de educación sexual se centran en las enfermedades, el embarazo y todos los riesgos que conlleva el coito y las diferentes formas de afecto físico; dejando en un segundo plano el placer, la satisfacción de disfrutar de nuestro propio cuerpo y en consenso, compartirlo con alguien más; infunden miedo en los curiosos adolescentes para desestimular su natural curiosidad y deseo; y aclaro, esto siempre centrado en las explicaciones para heterosexuales.

Sumado a lo anterior, estos palos de ciego en la educación sexual colombiana, suelen estar muy distanciados del discurso científico a la hora de hablar de enfermedades, verbigracia el virus del papiloma humano, en el que hay un desconocimiento tremendo, o al hablar de los métodos anticonceptivos (sobre todo los hormonales), y ni para que hablar del desarrollo psicosexual; temas que, obligatoriamente requieren un manejo profesional con bases científicas claras; por ejemplo; no se habla de las fijaciones y fetiches, de la pornografía, de la masturbación y su comprobada importancia en el desarrollo psicosexual de las personas, ya que, hace parte de los procesos esenciales de auto conocimiento, que derivarán en una vida sexual en pareja más sana, más placentera; porque de hecho, se desconoce que, es un derecho de todas las personas, el placer, porque si no lo sabía sumercé que me está leyendo, parte de los derechos sexuales y reproductivos, es que toda persona tiene derecho a experimentar placer, disfrutar de su sexualidad a autosatisfacerse y experimentar con los sentidos, por lo que, toda persona tiene el derecho de disfrutar de su sexualidad sin que ello signifique o se vincule con la reproducción. Pero no me crea, mejor le dejo este documento muy corto que le puede dar una base: https://www.minsalud.gov.co/sites/rid/Lists/BibliotecaDigital/RIDE/DE/PS/derechos-sexuales-derechos-reproductivos-r1904-2017.pdf

Ahora bien, con base en lo que se ha expuesto hasta ahora, repasemos el papel de la mujer en la familia y la sociedad colombiana; yo suelo decir, que la mujer era (es) tres cosas:

  1. Empleada del servicio: La mamá, la abuela, la esposa, la hermana o la tía; la que se queda en casa mientras el esposo trabajaba, era (es) concebida en esa dinámica y estructura familiar, como la única responsable de mantener la casa en orden y servirles a los hombres del hogar, en ese orden de ideas, las niñas eran (son) educadas para atender el hogar y servirles a los hombres de la familia.

  2. Propiedad: La esposa era (es) concebida como propiedad del esposo, su cuerpo no le pertenece, no puede decidir sobre su útero, sobre su sexualidad, sobre sus finanzas, sobre su vida personal, la cual se pierde casi por completo al convertirse en esposa y madre. Acá debo hacer claridad, que esto está empezando a cambiar, pero falta terreno por recorrer y por ejemplo en el campo, esto es todavía una realidad.

  3. Útero: La mujer definida desde un único rol reproductivo, la mujer que debe tener hijos, la esposa que debe tener hijos, la que debe darle nietos a sus padres y suegros, la que debe dar un sobrino a sus hermanos y primos para sus sobrinos, la que es egoísta si no está dispuesta a parir.

Puede parecer reduccionista, pero son tres concepciones que derivan en toda una serie de realidades tan diversas como crueles e incómodas para millones de mujeres en algún momento de sus vidas. Es una realidad que el grueso de las mujeres colombianas debe casi siempre esforzarse un poco más para poder alcanzar metas económicas, académicas, profesionales, familiares, artísticas, deportivas y para vivir y disfrutar de su sexualidad, porque la sociedad le pone más obstáculos a ellas que a los hombres; y acá hago nuevamente la aclaración: y eso que estoy hablando de heterosexuales, porque le mundo que le ha tocado a las personas de la comunidad LGTBIQ+ es mucho más hostil, excluyente y violento.

Entonces, para acercarme al final de esta primera parte, recordemos que en Colombia, militares violan niñas, policías violan mujeres en los CAI, sacerdotes violan niños y niñas, profesores violan estudiantes, personal de la salud viola mujeres, hombres agreden mujeres, niñas y adolescentes en medios de transporte masivo, jefes hacen exigencias sexuales a sus empleadas, manejadores artísticos violentan a las mujeres en el mundo del cine, la televisión y otras formas de arte, líderes deportivos menosprecian a las deportistas, en fin, las mujeres no están tranquilas y a salvo, en algún momento del día, o en su cotidianidad, muchas sienten miedo y no es infundado, es real, porque las matan, las queman con ácido y las violentan de tantas formas que parece inverosímil.

Y sí, yo hago parte de esos hombres que culturalmente fuimos educados para agredir, para violentar a las mujeres, normalizando toda una serie de prácticas que, si no empezamos a ver con otros ojos, a reflexionar sobre ellas, no nos permitirán mejorar como seres humanos, transformarnos en mejores personas, libres, responsables, democráticas; capaces de una sociedad de amplios horizontes.

Una pregunta que se podría hacer sumercé, para empezar a reflexionar, antes de la segunda parte de esta reflexión, podría ser: ¿Qué sé yo acerca de educación sexual y sexualidad?; y dejándose llevar por la curiosidad, podría, no solo plantearse decenas de preguntas más puntuales, sino que puede que se anime a buscar en más fuentes y leer más sobre el tema, disponiéndose mental y espiritualmente para cambiar algunas de sus ideas y posturas, ahora que, si entra en esa búsqueda, en esa dinámica, con sesgos de confirmación, mejor absténgase de empezar, porque se puede transformar en algo peor, fortalecer su ideología machista y aumentar su intolerancia.

 

Parte 2.

Abría la primera parte de este texto con la siguiente cita, tomada de Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. De Michel Foucault:

“No hay que describir la sexualidad, como un impulso reacio, extraño por naturaleza e indócil por necesidad a un poder que, por su lado, se encarniza en someterla y a menudo fracasa en su intento de dominarla por completo. Aparece ella más bien como un punto de pasaje para las relaciones de poder, particularmente denso: entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, padres y progenitura, educadores y alumnos, sacerdotes y laicos, gobierno y población. En las relaciones de poder la sexualidad no es el elemento más sordo, sino, más bien, uno de los que están dotados de la mayor instrumentalidad: utilizable para el mayor número de maniobras y capaz de servir de apoyo, de bisagra, a las más variadas estrategias”

Y con ella inicio, para desarrollar esta segunda parte, en la que pretendo entregarles, de la forma más objetiva, los argumentos que respaldan el título de este ejercicio.

Algunas personas dicen, que el feminismo busca la equidad, lucha por la igualdad, defiende a todos y todas; sin embargo, según dicen otros, parece que la realidad es diferente, que el feminismo es el extremo opuesto al machismo, ambos en la misma línea de intolerancia y guerra sexista, señalando al otro movimiento como el problema; pero no me corresponde juzgar eso y francamente no me interesa. Pero considero que son reales, tanto el machismo como el feminismo existen, sea cual sea la forma en que lo hacen, están presentes en nuestra realidad actual, con una diferencia por resaltar, de las muchas que tienen; que el machismo es antiquísimo, tanto, que pareciera estar presente desde el principio de la humanidad y en la mayoría de las culturas, mientras que el feminismo no, es relativamente una iniciativa o un movimiento joven.

Ahora bien, al hablar de machismo, algunos concordamos en que es una situación cultural, que por su antigüedad se ha asentado y filtrado todas las esferas sociales humanas; muy normalizado en la cotidianidad, tanto, que hay conductas que uno no creería que obedecen al machismo, por esa razón se habla ahora de micro machismo, para referirse a toda una serie de acciones tan sencillas, que fácilmente pasan inadvertidas, como considerar que las flores son un detalle que se da exclusivamente a mujeres y si se le han dado flores a un hombre heterosexual, seguramente fue en un contexto atípico y se constituye por tanto en excepción que confirma la regla. Sin embargo, y como en el texto anterior, les comparto esta TEDTalk con un relato sobre el tema, para ampliar nuestra visión acerca del asunto: https://www.youtube.com/watch?v=fN_4CeiGTlU&ab_channel=TEDxTalks

El “descubrimiento” y aceptación de nuestro propio machismo es el primer paso, la manera en que podemos empezar a realizar la reflexión, entendiendo que, para modificar esas conductas, es necesario ser paciente y persistente, pero, sobre todo, consciente; dejando atrás poco a poco la vergüenza que puede llegar a generar en algún momento, abandonar cualquier conducta que nos definía frente a los demás y que podemos ser criticados por ello.

Pero ¿por qué es tan difícil?

Empecemos con este fragmento del párrafo inicial de Foucault: “Aparece ella más bien como un punto de pasaje para las relaciones de poder, particularmente denso” Si, la sexualidad ha sido y es utilizada para el ejercicio del poder, y sí, es algo que viene desde diferentes flancos, pero me voy a ir por la “vieja confiable”, las iglesias y los sistemas de gobierno. En términos concretos, la sexualidad es algo que nos pertenece, nos ayuda a definir y erigir nuestra identidad y por lo tanto, nuestro rumbo en la vida; entonces, como es algo tan importante, tan determinante, controlarlo desde fuera, resulta en una estrategia bastante eficiente en el corto, el mediano y el largo plazo, me explico; pensemos en la masturbación, qué tan malo puede ser masturbarse de vez en cuando; ah pero es pecado, no puedes hacer eso, papito Dios y/o mamita María se enojan y hasta te pueden castigar por eso; y nos empiezan a quitar nuestro cuerpo; la capacidad de decisión sobre él, nos hacen ver todo lo relacionado con el disfrute de nuestro propio cuerpo (sin lastimar a nadie) como algo malo, pero por otro lado, nos están diciendo que otros sí pueden decidir sobre nuestro cuerpo y que debemos permitirlo, por ejemplo, en esas familias (demasiadas todavía) en las que se obliga a niños y niñas a saludar de pico en la mejilla a tíos, tías, abuelos, abuelas y demás; ¡ay! donde la criatura se niegue, de inmediato se le regaña, se le reprende y se le obliga; con la excusa de que debe hacerlo porque él o ella es mayor, es de la familia, es una muestra de respeto y más pamplinas que se suelen decir en esos casos. Se ha ejercido poder y control sobre el cuerpo de las personas, desde pequeñas, dominando su sexualidad, y tengo más ejemplos, pero creo que, con base en este, se pueden pensar muchos más y usted puede recordar algunas veces en las que, o lo ha hecho o se lo hicieron.

Y claro, como en países “laicos” como el nuestro, la iglesia y el sistema de gobierno trabajan de la mano desde hace siglos, pues este mecanismo les funciona divinamente, y han aprendido tanto a implementar su estrategia, que ya nos hemos creído el cuento de que, aprender de sexualidad es malo, una estrategia de la izquierda, del castro chavismo, de los mamertos que quieren todo regalado; pero mientras tanto, las cifras de abuso en sus diferentes formas, mayormente sobre niñas, niños, chicas adolescentes y mujeres, va en aumento.

Acá me pondré cansón, pero es necesario hablar de esa oposición inteligente que está detrás de detener esa propuesta, la de implementar la educación sexual como parte de los currículos y planes escolares a nivel nacional; y es que, el adoctrinamiento les es tan efectivo, que perder el control de la masa que como borregos se deja manipular, pone en riesgo toda su estructura criminal, corrupta e inhumana. Por eso, ni de broma pueden permitir que los empleados (esclavos, siervos sin tierra) de su finca, de su feudo, se apropien de sus cuerpos, porque eso les daría ideas, la idea de que pueden elegir sobre otras cosas, que no son precisamente ellos. Y podrán pensar que exagero, pero es simple indefensión aprendida. Y seguiré cansón, porque me gusta llevarlos fuera del texto, que esto sea discontinuo, por lo que acá les dejo otro vídeo sobre el concepto mencionado, para con base en él, continuar el siguiente párrafo: https://www.youtube.com/watch?v=OtB6RTJVqPM&ab_channel=buendesenladrillador

Ahora bien, si ya está un poco claro lo de indefensión aprendida, revisemos cómo se relaciona con la necesidad de la educación sexual. Volvamos a los niños y niñas, hablaré de mi sobrino, a la fecha de este texto, tiene 4 años de edad, mi hermana, docente y su esposo, profesional en comunicaciones, se han estado apoyado en profesionales para algunas cosas relacionadas con la educación en primera infancia del niño, y en ese proceso, le están enseñando acerca de su cuerpo, las partes de él, algunas funciones, higiene y límites, sí, límites; aprender a poner límites sobre su cuerpo frente a las demás personas; y resulta que a él no le gusta que le hagan cosquillas, pero cuando está con los abuelos y llegan los tío abuelos y otros primos grandes, lo agarran a cosquillas, y él, con base en lo aprendido en casa, odiando que le hagan eso, les dice que no, pero ellos no paran, mi sobrino lo intenta, pero ellos siguen con las cosquillas, sus primeros e infructuosos intentos no han servido, por lo que, para no “sufrir” opta por aguantar, reír de forma incómoda y dejarse hacer cosquillas, dejar que otro haga algo con su cuerpo, que él no quiere y que con las herramientas que tiene, no pudo evitar; menos mal, mi hermana se ha enterado y ha hecho el ejercicio pedagógico con la familia, quienes de forma incómoda (porque culturalmente no pueden comprender aún) han tenido que aceptar que no pueden hacer eso y poco a poco se le ha ido reparando a mi sobrino, para que siga aprendiendo que puede poner límites y que puede “denunciar” cuando se sienta agredido.

Extrapolemos entonces, si esto es con cosquillas, algo que se hace en público, de forma abierta, con la idea de que es una acción inocente, sana y sin consecuencias, ¿qué pasaría si se tratase de abuso sexual?, tocamientos a escondidas, acompañados de manipulaciones y amenazas, en donde alguien en una posición de poder superior, se aprovecha de alguien en una posición inferior, ¿qué pasaría?, pues que esa violación se volvería sistemática, la mayoría de las veces no saldría a la luz y la víctima viviría con ello durante mucho tiempo, si no es que toda su vida, o hasta que por alguna razón, todo estalle y denuncie años después. Porque no supo en principio cómo defenderse, cómo reaccionar, cómo denunciar, por qué, porque en otro contexto aprendió, de forma inconsciente, que no tiene voz, que su palabra no vale y que su cuerpo, no es suyo. Y no, no exagero, así se sienta feo, es la realidad, una muy cotidiana y cruda en todo el territorio nacional.

Pero la oposición inteligente y la iniciativa #conmishijosnotemetas, consideran que, la educación sexual se debe brindar en el hogar, que deben ser los padres y madres, abuelos, abuelas, tíos, tías, primos, primas, madrastras, padrastros, los que deben hacerse cargo de eso, para que sus niñas y niños no se vuelvan adictos a la masturbación o peor, homosexuales; y por qué menciono a tantas personas de la familia, porque en Colombia, hay muchas formas de familia, no solo la nuclear, por lo que, intervienen en la educación de niños y niñas en casa, una mamá soltera con los dos abuelos, un papá viudo con su nueva esposa, un hermano mayor con su mamá y un abuelo, en fin, un variopinto grupo familiar, sin la formación profesional para llevar a cabo este proceso tan delicado, porque no, mirar vídeos de internet no es suficiente para “capacitarse” en educación sexual, menos cuando hay tanto sesgo, ideología y adoctrinamiento en las mentes de esos padres, madres, tíos, tías... etc. Claro, la familia debe hacerlo, pero con el apoyo profesional, que se podría brindar desde la escuela (esperando que las cosas en las escuelas mejoren también, porque eso es otro cuento).

Así pues, la necesidad del apoyo profesional (capacitando primero a los profesionales) en este tema de la educación sexual, desde donde lo veo, es muy importante y urgente, porque muchas cosas en el corto, mediano y largo plazo, dependen de que se haga un cambio sustancial en la educación, entendiendo que esta, la educación, no es un proceso exclusivo de las escuelas, sino un elemento constitutivo de la sociedad misma, el más relevante si me lo preguntan.

El machismo por lo tanto, como parte de la cultura, también es susceptible de cambiar y perder fuerza, aplicando los procesos educativos adecuados, durante el tiempo que sea necesario, hasta que, en 30 o 50 años (este sería el mediano plazo), se vean los resultados positivos masivamente, es decir, disminuya o casi desaparezca el embarazo no planeado y no deseado al menos en adolescentes, por lo tanto el aborto y las muertes en clínicas clandestinas, o el abuso sexual en sus diferentes formas, la violencia de género y otras tantas realidades terribles que hoy queremos, bueno, quieren, algunas personas que ejercen cargos públicos u ocupan puestos poderosos, se traten con paños de agua tibia desde la biblia, la camándula, el catecismo y la prohibición, controlando el cuerpo de todas y todos con esas nefastas estrategias.

Y como no quiero aburrirles en el cierre del año, y lo que falta para culminar este texto como se debe, es bastante y lo más grueso de hecho, dejo nuevamente hasta este punto, no sin antes invitarles a que complementen el vídeo de la indefensión aprendida, con esta TEDTalk que les irá dando más argumentos y herramientas para ver y analizar este tema desde más perspectivas e ir construyendo sus propias conclusiones: https://www.youtube.com/watch?v=bkxygUbwdN0&t=163s&ab_channel=TEDxTalks

Continuará…

Parte 3. El final.

“Divide y vencerás” reza un popular dicho que, a pesar de su simpleza, representa una estrategia tan básica, que pareciera inefectiva y hasta ridícula, pero realmente es lo contrario, es esa simpleza la que la hace tan sencilla de implementar, quizá porque apela a comportamientos tan primitivos de las personas, como la envidia de Caín de la que habla Rafael Gutierrez Girardot, que resulta infalible.

Los altos niveles de intolerancia que enfrentamos cotidianamente en Colombia, se salen de toda proporción imaginable, el día a día en el país de Gabo y el Sagrado Corazón, realmente parece un relato cargado con una especie de cruel realismo mágico, y la crudeza con la que los hermanos Vicario apuñalan como a un cerdo a Santiago Nasar en la famosa “Crónica de una muerte anunciada”, no representa ni la mitad de la violencia de las escenas dantescas que suelen presentar las noticias en “Polombia”. Pero es todavía más cruel que un homicidio, una violación y la tortura, saber que esas situaciones se han vuelto paisaje, que ya no mueven fibras en las personas, que se encuentran anestesiadas, desconectadas, de una forma tan exagerada, que hasta culpan a la víctima de lo que le pasó, de paso y tristemente, justificando la violencia que sobre ella, la víctima, se ha ejercido; basta revisar los comentarios en redes sociales en torno al feminicidio de la DJ Valentina Trespalacios, una jovencita de apenas 23 años, presuntamente a manos de un extranjero llamado John Poulos; en los que las personas dicen que eso le pasó por andar buscando novios gringos, que eso le pasó por andar en esos ambientes tan negativos de rumba y cosas por el estilo, en verdad, que porquería de comentarios.

Así pues, pareciera que, en este país y el mundo, todo se ha reducido, casi en cualquier situación, a dos bandos, rojos versus azules, derechas versus izquierdas, creyentes versus no creyentes, ricos versus pobres, pro aborto versus pro vida, amantes de los perros versus todo el que no los ame, mujeres versus hombres, todos contra todos, todas contra todos, todas contra todas, “todes” contra “todes” y es quizá por ello, que se habla de agendas políticas que están detrás de semejante pandemónium, moviendo a las masas, aplicando el “divide y vencerás” y quién sabe, quizás sea así, quizás no; pero ese no es el punto, porque independiente de que hubiera o no una agenda política para semejante manipulación global, el machismo es real, es una manifestación cultural imposible de negar, así como no se puede negar la violencia en Colombia.

Durante años, hemos sido testigos de diferentes casos que han estremecido a colombianos y latinoamericanos, algunos han tomado más visibilidad que otros, por diferentes razones, pero es posible recordar, por ejemplo, el cruel asesinato de la niña Yuliana Samboní, a manos del ya condenado arquitecto Rafael Uribe, a finales del año 2016. Es también tristemente muy recordado el ataque con ácido a Natalia Ponce de León en 2014, a manos de Jonathan Vega, un hombre que se había obsesionado con ella; destapando una realidad hasta ese momento poco visibilizada, porque si bien, Natalia Ponce, no fue la primera, ni su fundación humanitaria la única y la pionera, si fue con quien se empezó a reconocer esa realidad, se empezaron a conocer cifras; por ejemplo, que en 2011 Colombia fue el país del mundo con más ataques con ácido hacia mujeres. Pero, más reciente, el asesinato de la creadora de contenido para la plataforma Tik Tok Marilyn Martínez a mediados de enero de este año, a manos de su esposo y frente a su hijo menor de edad, hecho sucedido en Perú. También muy difundido en redes, fue el feminicidio de las jovencitas argentinas en Ecuador, María José Coni y Mariana Menegazzo en Montañita, costa ecuatoriana; quienes fueron violadas, golpeadas y apuñaladas de forma brutal, por los ya condenados Alberto Segundo Mina Ponce y Aurelio Eduardo Rodríguez.

Las personas que alegan que el machismo y todo ese asunto del patriarcado no es real, argumentan con cifras también, cifras reales que muestran otras realidades, las de los hombres heterosexuales, por ejemplo que, del total de habitantes de calle en Colombia y otras partes del mundo, más de la mitad son hombres, que los hombres se suicidan más, que mueren más hombres de forma violenta, que mueren más hombres en la guerra, que los niños tienen mayores dificultades académicas que las niñas y en fin, datos y más datos, reales, comprobables, pero que son usados para deslegitimar un discurso que, a todas luces debería ser más visibilizado, porque de quedarnos en los meros números, no será posible avanzar en una reflexión más profunda. Pero ojo, que este asunto no es solo hacia hombres y mujeres heterosexuales, porque datos sobre la violencia sobre personas de la comunidad LGBTIQ+ hay bastantes, pero revisemos un par de casos, solo a guisa de ejemplo. Recuerdo en 2018, en Fontibón, una brutal agresión a dos personas identificadas como mujeres transexuales, durante las actividades del día del Orgullo Gay, que fueron agredidas por unos hombres con cascos de moteros y otros sin casco, que entraron al lugar en que se encontraban, una peluquería, y les propinaron una brutal golpiza que quedó registrada en video de seguridad y se hizo viral en aquella época. Así mismo, el año pasado, se publicó un artículo en el País, titulado “El silencioso asesinato de mujeres transexuales en Colombia” en el que narran, como al menos se sabe de 56 personas transexuales asesinadas en un año; por la razón de ser transexuales, lo que constituye un crimen de odio y legalmente, un feminicidio al tratarse de mujeres transexuales, pues, además, las características de los asesinatos, así lo confirman, ya que, son perpetuados en la calle y con un nivel de sevicia aterrador.

Los números son aterradores, nos permiten percibir una realidad tan violenta, que asusta a cualquiera, a cualquiera que sea mujer, gay, lesbiana, transexual, etc. Porque al menos, a los hombres heterosexuales no nos asusta a ese nivel; pues aunque los hombres heterosexuales son víctimas de homicidio, no los matan por ser hombres heterosexuales, los matan por más y múltiples razones, y no, eso tampoco está bien, pero se debe revisar esa realidad, porque una cosa es, al menos en este país tan violento, tener miedo de que te asesinen por quitarte las pertenencias, a que te asesinen por ejercer el derecho a ser quien eres en realidad, tal como “pasaba” con la comunidad negra, aunque George Floyd no estaría de acuerdo en que use el verbo en pasado; que no te perciban como un ser humano, sino como una aberración de la naturaleza, naturaleza juzgada con los moralismos y parámetros judeocristianos, que hablan de “normalidad” y mandatos divinos, pretendiendo imponerlos en toda la sociedad, es real, no un invento de unos políticos “mamertos” que manejan los hilos del poder de una agenda progresista que quiere “homosexualizar” al mundo.

Sin embargo, el control ejercido sobre elementos tan básicos como el terror a la muerte y la sexualidad, es, desde tiempos inmemoriales, parte de las estrategias que le han permitido a unos cuantos, controlar a miles, decenas de miles y millones, construyendo sistemas de gobierno sobre las bases de esos temores, alimentándolos para hacerlos más fuertes, capitalizándolos para sostener la economía de los reinos y enseñándolos a las siguientes generaciones a través de las escuelas, para perpetuarlos. Por eso, la sola idea de que las masas empiecen a apropiarse de sus temores, a darles nombre, rostro y sacarlos de las sombras para perderles el miedo, los aterroriza a ellos, porque si esas masas recuperan el control de sus cuerpos, sus mentes y sus espíritus, ellos perderán el poder.

Es por lo anterior, que a las masas se les hace creer que esa libertad, que ese conocimiento, es malo, pecaminoso, nocivo, que atenta contra lo bueno y lo bello que se les ha vendido, que destruye valiosas tradiciones y, por lo tanto, se debe frenar ese deseo de emancipación; por ejemplo, restringiendo la posibilidad de una educación laica, que promueva, propenda y forme, en y desde, la filosofía, las artes y las ciencias; una educación emancipadora, liberadora, como diría Freire.

Y es que, precisamente el machismo, como fenómeno cultural, es producto de múltiples variables, que a lo largo de los siglos ha ido fortaleciendo esas prácticas, creando justificaciones, falacias argumentativas cada vez más convincentes, sutiles; que resultan fáciles de asimilar como verdaderas, porque el germen machista está en el ADN cultural de cada persona y nos hace susceptibles al engaño. Pero, y esta es una hipótesis:

“La implementación de actos educativos conscientes, coherentes, filosóficos y científicos en torno a la sexualidad, en las instituciones educativas, tendrá en el corto, mediano y largo plazo, efectos positivos dentro de la sociedad colombiana”. Pero y ¿cómo? ¿cómo podría lograrse?; si el mismo sistema legal en Colombia es, en muchos sentidos, puro realismo mágico, o acaso usted que lee estas líneas ¿sabía que acá es legal el matrimonio para menores de edad, mayores de 14 años? Así como lo lee, en el país del sagrado corazón nos parece mala idea e ilegal, que un menor de edad pueda comprar licor o cigarrillos, tenemos una serie de prohibiciones para “cuidar” a nuestros niños, niñas y adolescentes, prohibiciones contempladas en la ley y otras determinadas desde las mismas costumbres de las familias colombianas, ah pero si un adulto embauca a una menor en una relación de noviazgo a todas luces desigual en muchos sentidos, y la embaraza, el aborto sería una aberración, mejor se le da el consentimiento para que se case con su embaucador, si, así funciona esta vaina y nadie está haciendo escándalo por ello. Para unas cosas las y los tratamos como bebés y en otras pretendemos que se comporten como adultos responsables.

Colombia es uno de los pocos países del mundo en el que todavía se permite este tipo de unión, que me hace pensar bajo qué criterios ¿para unas cosas un niño o niña se convierte de un sujeto que debe ser protegido a un sujeto de derechos?, ya que, si bien es cierto, se habla de mayoría de edad legal y edades para el consentimiento, también se puede hablar de mayoría de edad Kantiana, pero, y este es el punto, en términos del desarrollo psicosexual, afectivo, emocional y cognitivo, una niña de 14 años ¿en realidad debería casarse con alguien joven como ella o con alguien mayor, bastante mayor? ¿qué consecuencias ha traído para quienes lo han vivido?, muchas preguntas en torno a este asunto tan complejo, pero si usted no conoce casos así o conoce muy pocos, puede ser porque en el contexto social en el que ha vivido no es algo común, pero en la ruralidad de departamentos como Amazonas, Vichada, Vaupés o la Guajira, pasa y más de lo que se creería, esto, según datos del DANE para el lapso entre 2010 y 2021.

La realidad machista no solo es algo de hombres que golpean a sus esposas y cosifican a las mujeres, que justifican la prostitución como un trabajo y consideran que hay cosas exclusivas para niños y cosas exclusivas para niñas, no, el machismo y la estructura patriarcal permean instancias legales, pues al final, la legislación es construida y ejecutada por personas, falibles, la mayoría de las veces, que, desde sus imaginarios y posturas personales, transforman sus ideologías en leyes, normas, decretos y reglas, para marcar los rumbos de discusiones como estas y decidir sobre las vidas de las demás personas, quitándoles muchas veces hasta la posibilidad de decidir sobre sus cuerpos o de recibir protección sobre los mismos.

Pero como “dura lex, sed lex”, el deber ser, es preparar a nuestros niños y niñas para que esas leyes no los hagan sus víctimas, para que la realidad nefasta en que vivimos no se traduzca, como siempre, en el maltrato de los más vulnerables de la sociedad. No se puede tapar el sol con un dedo, la prohibición no funciona, enseñar de sexualidad con base en la vergüenza y el miedo, no funciona, hablarles de diversidad de identidades no transforma a los niños y niñas en homosexuales, conservar la castidad hasta llegado el matrimonio puede ser contraproducente, no existe lo normal en cuanto construcciones familiares, las familias son diversas, todas igual de respetables; la educación sexual es, entre muchas cosas, una manera de enfrentar problemas de salud pública, y si bien, no se trata de incentivar el coito y la masturbación en niños y niñas, tampoco se trata de hacerlos temerosos y avergonzados de sus cuerpos, por ello, el método de la educación sexual para la abstinencia, no resulta la mejor alternativa, es una mejor opción la educación sexual integral, aquella que implica educar en conocimientos de anatomía, fisiología, reproducción, salud y derechos sexuales y reproductivos, métodos anticonceptivos, planificación familiar, imagen corporal, autoestima, relaciones emocionales y su manejo responsable, delitos sexuales, consentimiento, proyecto de vida, comunicación, valores, género, identidad, orientación sexual, placer, toma de decisiones, enfermedades de transmisión sexual, embarazo, aborto, etc.

Y es que, un mayor grado de conocimiento permite un mayor grado de control, por lo que, niños, niñas y adolescentes bien informados y mejor formados, podrán evitar ser víctimas, pero mejor aún, victimarios, por ejemplo, una persona joven que está bien informada y mejor formada, es menos susceptible de contraer o contagiar enfermedades de transmisión sexual, así mismo, disminuye notablemente el riesgo de embarazo, por lo tanto, las tasas de abortos, ergo la cantidad de menores que mueren por practicarse a escondidas de sus familias, abortos en clínicas clandestinas; o que mueren por tener que llevar adelante un embarazo en edades y condiciones riesgosas.

El machismo se puede “combatir” con educación, y permitir la implementación de un currículo más flexible y abierto en las instituciones educativas de Colombia, es un primer paso y uno de los muchos elementos que podrían disminuir los niveles de intolerancia y violencia en el país, porque si aprendemos desde pequeños sin tabú sobre nuestros cuerpos, nos queremos como somos, nos valoramos como somos, será más fácil reconocer en el otro un sujeto igualmente sintiente, un sujeto de derechos, digno de respeto y cuidado, con un valor intrínseco a su humanidad, a quien debo respetar tal como me respeto a mí mismo.

La educación puede permitirnos construir una mejor sociedad, en el mediano y largo plazo, porque el proceso de reconstrucción cultural es largo, requiere constancia y un enfoque claro, requiere que nos apropiemos de lo que nos han quitado, nuestra mente, espiritualidad y cuerpo, requiere que superemos los discursos cosificadores e instrumentalizadores sobre nosotros mismos y sobre los demás, que dejemos de ver al otro como un enemigo, como un Twingo o un Casio, requiere que dejemos de ver al otro como una lista de requisitos cual si fuera un codeudor, requiere, que estemos todos y todas en el mismo bando, a pesar de pensar diferente y ser diferentes en tantos aspecto, una inclusión real, que vaya más allá, que hable de invidentes, sordos, personas con diferentes discapacidades, no esa inclusión forzada de las series de Netflix, que solo se ha centrado en colocar como relleno a personajes negros, gays, lesbianas o transexuales, para cumplir una cuota, o como los gabinetes gubernamentales, que consideran inclusión a las cuotas de participación de individuos pertenecientes a comunidades minoritarias, simplemente porque si, para cumplir con las cuotas, pero sin contemplar el fondo real de todo el asunto.

Estoy seguro, que si esas cuatro mujeres tan cercanas a mi vida en algún momento, que fueron víctimas de abuso, y sus familias, hubiesen recibido un mínimo de educación sexual como la he planteado en estas líneas, como se ejecuta en lugares como Países Bajos, ellas, no hubieran vivido semejantes situaciones tan crueles y de ser así, hubiesen sabido cómo actuar en cada caso, pero hoy, años después, ellas aún están tratando de resolver el trauma, aún conservan el miedo y hasta ahora están empezando a dimensionar las consecuencias de lo que vivieron. Por ellas, por mi sobrino, por mis estudiantes y por mí mismo, considero y me he comprometido en una larga batalla contra mi machismo, haciendo la invitación cada vez que me es posible, para que más y más personas se sumen a esa deconstrucción cultural tan necesaria, para alcanzar una sociedad de amplios horizontes, libre, responsable y democrática. Habrá fallas, caídas, fracasos, pero no se claudicará.

Gracias por hacer parte del cambio.

SISMOS

Por: Sergio de Rúgeles.

Los terremotos son un fenómeno natural. Cuando nos causan daños graves hablamos de desastres. Aunque el fenómeno natural aún no es predecible, los desastres se pueden prevenir. La ciencia nos da los conocimientos para hacerlo.

“La naturaleza no tiene palabra”, dijo Carlos Valdés, director general del Centro Nacional para la Prevención de Desastres, tras los terremotos de septiembre de 2017. Se refería a que los temblores siempre nos toman por sorpresa. Aún no sabemos calcular los plazos secretos que cumplen las rocas subterráneas.

En el siglo XIX, un autor menos conciso, pero más elocuente, Charles Darwin, experimentó en Chile un temblor sobre el que escribió: “Un terremoto intenso destruye en un instante nuestras más antiguas asociaciones: la tierra, emblema de solidez, se ha movido bajo nuestros pies como una fina corteza sobre un fluido –un segundo de tiempo ha creado en la mente una extraña sensación de inseguridad que horas de reflexión no nos habrían provocado”. Es exactamente lo que sentimos los habitantes de las regiones afectadas por los sismos del 7 y el 19 de septiembre de 2017.

 

SUELO INQUIETO

Quizá la tierra sea para nosotros emblema de solidez, como dijo Darwin, pero es por un error de perspectiva: somos minúsculos y nuestra vida es demasiado breve para darnos cuenta de que el suelo firme es todo menos firme. Si pasamos de nuestras insignificantes escalas de espacio y tiempo a la escala geológica de millones de años y de kilómetros cuadrados, la superficie terrestre se vuelve tan agitada como una pista de carritos chocones. La corteza exterior del planeta, llamada litosfera, está partida como un plato roto en extensas placas de entre 15 y 200 kilómetros de grosor que flotan sobre roca semifundida y arremeten unas contra otras como adolescentes en un mosh pit. Los choques, deslizamientos y roces de estas placas tectónicas alteran el dibujo de los continentes, levantan montañas y hacen aflorar volcanes (véase ¿Cómo ves?, No. 13). También son la causa de los sismos.

Frente a las costas del Pacífico mexicano corre una larga fosa submarina, o trinchera, en la que se libra una encarnizada batalla entre placas tectónicas. La fosa es el choque frontal de la gruesa, pero ligera, placa continental de Norteamérica (sobre la que va montado México) contra dos placas más delgadas y pesadas hechas de suelo oceánico: la placa del Pacífico y la placa de Cocos. En estos encontronazos tectónicos las placas oceánicas llevan todas las de perder por estar hechas de rocas más pesadas que las placas continentales, las cuales las someten y las obligan a hundirse (decimos que las “subducen”). La placa oceánica se mete por debajo de la placa continental como una alfombra que se desliza bajo la otra con tremenda fricción. En su deslizamiento, las placas se atoran, pero el movimiento de subducción no se detiene. La placa superior se comprime, acumulando energía elástica como un resorte. Esta compresión insostenible acaba por romper las rocas trabadas y la energía acumulada se libera en un paroxismo de ondas que se propagan en todas direcciones, como la reverberación de un alarido.

Nota: Lenguaje sísmico.

La escala de Richter, propuesta por Charles Richter en 1935, fue la primera escala de magnitud más o menos objetiva pero ya no se usa, por lo que ya no añadimos “grados en la escala de Richter” tras reportar la magnitud: simplemente decimos “magnitud 7.1”, “magnitud 8” (o M7.1, M8). También ha caído en desuso especificar si un sismo fue “trepidatorio” u “oscilatorio” porque hoy sabemos que todos los sismos producen movimientos de los dos tipos y que la distinción es artificial.

Las escalas de magnitud están graduadas de tal manera que un aumento de dos puntos en la escala equivale a 1 000 veces más energía liberada. Así, un temblor de M8 no es como dos de M4, sino como un millón.

MAGNITUD E INTENSIDAD

Cada temblor, como cada persona, es diferente, e igual que en las personas las diferencias tienen que ver con: 1) cómo nacieron y 2) cómo interactúan con el mundo.

Lo primero se mide por medio de la magnitud del sismo, que se relaciona con la energía liberada en el desgarramiento que le dio origen. Si un terremoto fuera un alarido, la magnitud sería la cantidad de decibeles medidos junto a la persona que lo profiere (o bien, como el wattaje de un foco, que da su potencia intrínseca, pero no dice cómo se verá a lo lejos). La intensidad, en cambio, es una propiedad de la interacción de las ondas sísmicas con el subsuelo, y por lo tanto es particular de cada localidad. Si el epicentro está lejos, la intensidad será baja como la de un grito en la lejanía, pero las propiedades locales del suelo pueden amplificar el grito y hacerlo reverberar.

Hay varios tipos de magnitud. Una se calcula a partir de la duración, otra de la amplitud máxima de las vibraciones, otra más (llamada magnitud de momento) se relaciona con el área del degajamiento rocoso. Unas magnitudes son adecuadas para sismos leves, otras para sismos fuertes, e incluso hay dos especiales para los sismos que provienen de las costas de Guerrero.

Después de un temblor el Servicio Sismológico Nacional reporta primero una magnitud calculada automáticamente por un programa de computadora a partir de la duración del sismo; luego —con más datos e intervención humana— la magnitud de momento. Por eso a veces el cálculo final de la magnitud difiere de la primera estimación.

La intensidad se mide en parámetros que van desde la percepción subjetiva de las personas (expresada en una escala originalmente inventada por Giuseppe Mercalli en 1901, hoy modificada), hasta variables medidas con instrumentos científicos o calculadas matemáticamente, como la aceleración máxima de los vaivenes de la tierra durante el temblor y la aceleración que experimentaron los edificios, que varía según el número de pisos. Cuando decimos “el temblor se sintió muy fuerte en mi casa” nos referimos a la intensidad, no a la magnitud.

Ver imagen de México y sus placas tectónicas en: https://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/228/sismos

GEOMETRÍA SUBTERRÁNEA

En 1990 un equipo dirigido por Gerardo Suárez, del Instituto de Geofísica de la UNAM, publicó en la revista Nature un artículo que revelaba una peculiaridad de la placa de Cocos. A partir de los registros sismográficos de muchos temblores ocurridos en Guerrero en 1986 y en 1987 (que son como ultrasonidos del subsuelo porque contienen información acerca del interior del planeta), Suárez y sus colaboradores dedujeron que la placa de Cocos no se hunde en el manto terrestre inmediatamente después de desaparecer bajo la placa de Norteamérica, como ocurre en otras placas que se subducen. Tras una primera rampa descendente en la que las placas están en contacto y se traban, llamada “zona de subducción”, la placa de Cocos se vuelve horizontal, formando una especie de rellano de unos 200 kilómetros de longitud por debajo de la placa de Norteamérica: un mezzanine tectónico antes de curvarse decididamente hacia abajo y sumergirse para siempre en la roca candente del manto terrestre.

Esta geometría subterránea se ha confirmado en varios estudios más. Entre 2005 y 2007 una colaboración internacional de la UNAM con dos universidades estadounidenses tendió una línea de 100 sismómetros a intervalos de unos cinco kilómetros desde Acapulco casi hasta Tampico pasando por la Ciudad de México para obtener una radiografía sísmica más precisa. El proyecto MASE (siglas en inglés de Experimento Mesoamericano de Subducción) nos ha dejado un mapa más detallado de la subducción de la placa de Cocos por debajo del territorio del centro y el sur de México.

SEPTIEMBRE

La anomalía en la subducción de la placa de Cocos explica algunas peculiaridades de los sismos de septiembre, en especial del que ocurrió el 19, que nos causó cierta perplejidad por la ubicación de su epicentro: ¿el temblor vino de Morelos?

En el centro del país estamos acostumbrados a que los terremotos nos lleguen de las costas de Michoacán, Guerrero y Oaxaca bajo las cuales se encuentra la zona de subducción, que genera sismos por ciclos irregulares de compresión y relajamiento de la placa superior. Estos “sismos de subducción” —o interplaca— son los más comunes y ocurren a entre cinco y 30 kilómetros de profundidad.

Los terremotos de septiembre, empero, fueron sismos intraplaca, que ocurren placa adentro, apartados de la zona de subducción y a profundidades superiores a los 50 kilómetros. No los causa la compresión de las placas, sino al contrario, la tensión debida al peso de la parte profunda de la placa de Cocos, que tira hacia abajo de la alfombra tectónica. Cuando ésta se desgarra, la ruptura de las rocas produce sacudidas sísmicas. Los terremotos intraplaca son menos comunes que los de subducción, pero tampoco son nada del otro jueves. El sismo del 7 de septiembre ocurrió a las 11:49 de la noche, cuando un tramo de 100 kilómetros de longitud de la placa de Cocos se desgarró a 70 kilómetros de profundidad frente a las costas de Chiapas. Con una magnitud de 8.1, es el sismo más grande que se ha registrado en México después de uno de magnitud estimada 8.6 que asoló el sur del país en 1787.

El sismo del 7 dejó 98 muertos y más de 300 heridos en Chiapas, Oaxaca y Tabasco al venirse abajo las construcciones en las que se encontraban.

A la 1:14 de la tarde del 19 de septiembre otra ruptura en la parte subterránea de la placa de Cocos a 57 kilómetros de profundidad puso a temblar la región de Puebla, Cuernavaca y la Ciudad de México. Este sismo liberó 32 veces menos energía que el de Oaxaca (y que el de 1985), pero ocurrió seis veces más cerca de esta región. Es el sismo fuerte más cercano a la Ciudad de México que se haya registrado. La cercanía se tradujo en destrucción y muerte: casi 400 personas murieron y en la Ciudad de México se vinieron abajo unos 40 edificios. Otros 2 000 quedaron dañados, la gran mayoría concentrados en una franja orientada de norte a sur al poniente de la ciudad. Este patrón de destrucción no es ninguna coincidencia.

AMPLIFICADOR LACUSTRE

Sabemos por lo menos desde 1964 que en la Ciudad de México el subsuelo lodoso del antiguo lago sobre el que se construyó la urbe concentra y amplifica las ondas sísmicas. Después del terremoto de 1985 muchos geofísicos de la UNAM y sus colaboradores internacionales han llevado a cabo cálculos y simulaciones por computadora del comportamiento de las ondas sísmicas en la cuenca del lago y su periferia. La más reciente y completa es de Víctor Manuel Cruz Atienza, del Instituto de Geofísica de la UNAM, y un grupo de colaboradores de Colombia y Francia. El equipo creó un modelo digital del Valle de México y usó la supercomputadora Miztli de la UNAM para simular las propiedades elásticas del subsuelo y estudiar cómo se propagan las ondas sísmicas en los distintos tipos de terreno del valle, especialmente en el suelo cenagoso del lago. Los resultados se publicaron en la revista Nature en diciembre de 2016.

La simulación muestra que el lago amplifica el movimiento hasta 50 veces respecto al suelo firme, pero además lo prolonga más allá de la duración del sismo original. Es como gritar en una catedral: el ruido reverbera un rato en el recinto. Por si fuera poco, el lago sintoniza las vibraciones: el sismo está compuesto de ondas de muchas frecuencias combinadas, igual que un grito, pero el lago selecciona para amplificar unas u otras, según la profundidad de los sedimentos (que llega a los 100 metros en la región del Aeropuerto Benito Juárez).

El movimiento del suelo lacustre depende también de la composición particular de frecuencias que traiga el sismo y la dirección por la que llegue, entre otras cosas. Así, en el sismo del 19 de septiembre de 2017 se observó que las ondas que completan un vaivén en menos de dos segundos fueron aproximadamente cinco veces más grandes que en 1985. En cambio, las ondas de más de dos segundos fueron unas 10 veces más grandes en 85.

Esto explica por qué el sismo de 2017 echó abajo más bien edificios de menor altura (4-7 pisos) que el de 85 (7-14 pisos). Un edificio oscila naturalmente con una frecuencia que depende de su altura. Los más altos son los más lentos. Si la tierra vibra con esa misma frecuencia, el edificio entra en resonancia y sus oscilaciones se hacen más y más amplias. En cada región del lago y cada sismo, resuenan unos edificios más que otros. No necesariamente es cierto que los temblores se sientan más, ni que uno corra más peligro, en los edificios altos, y eso lo mide una variable llamada “aceleración espectral”, que se refiere a la aceleración (o la fuerza) que experimentan los edificios de distintas alturas. No es lo mismo que la aceleración máxima del suelo durante el temblor, otra medida objetiva de intensidad. Los ingenieros civiles usan ambas aceleraciones para calcular las estructuras de los edificios, pero lo importante para la estabilidad de la estructura es la aceleración espectral. En el mapa de aceleraciones espectrales calculadas para el sismo de 2017 se ve que los edificios derruidos o dañados están principalmente en las zonas de mayor aceleración espectral a frecuencias de un segundo. Los edificios que oscilan naturalmente con esta frecuencia son los de entre cuatro y siete pisos.

A FALTA DE PREDICCIÓN, PREVENCIÓN.

Aunque no podamos predecir terremotos —y aunque los sismos de septiembre hayan “creado en nuestra mente una extraña sensación de inseguridad”, como escribió Darwin— sí podemos prevenir los desastres. Para eso está el reglamento de construcción de la Ciudad de México, elaborado tomando en cuenta todo lo que sabemos de las particularidades del suelo del Valle de México gracias a las investigaciones de geofísicos e ingenieros. Los ingenieros civiles mexicanos saben perfectamente cómo construir edificios que no se vengan abajo ni con los sismos más intensos de estas regiones. Si se sigue el reglamento, no tendrían por qué derrumbarse construcciones en esta ciudad. Es muy probable que los edficios que se vinieron abajo el 19 de septiembre de 2017 no cumplieran las normas, ya sea porque se construyeron antes de 1985 (si bien aún entonces había un buen reglamento, y ahí están para demostrarlo todos los edificios anteriores que siguen en pie) o porque las normas no se aplicaron. Pero si se aplican —y si se sigue siempre el protocolo de seguridad— podemos reducir mucho los riesgos y vivir más tranquilos.

Escala de Mercalli modificada:

I No se siente.

IV Vibraciones como las del paso de un camión pesado, agita coches estacionados, ventanas, vajillas y puertas se sacuden con ruido, los objetos de vidrio tintinean.

VII Se dificulta mantenerse en pie, lo sienten los automovilistas; muebles rotos, paredes dañadas, caen trozos de yeso, ladrillos y azulejos sueltos.

IX Pánico general, las construcciones débiles se derrumban, otras sufren daños importantes, se rompen las tuberías subterráneas, grietas en la tierra.

XII Daño casi total, se desplazan grandes masas de roca, saltan objetos por los aires.

Nota especial:

Esta semana presentamos un cuento, un relato ñero, una historia que esperamos haga parte de los relatos que, en la segunda temporada, nuestros amigos de La Chucua Récords, presentarán en su Podcast. Sí, así como están leyendo, un relato ñero, porque así se llama el Podcast y queremos invitarles a escuchar la primera temporada, seguirlos en sus redes, apoyarlos con lo que puedan, para que sigan haciendo esta bella tarea, resaltando la tradición oral, compartiendo esas historias que bien podrían ser las nuestras, porque son relatos de personas de a pie, colombianos y colombianas como nosotros, que a diario viven aventuras y sobreviven en un contexto tan diverso y variopinto como el nuestro.

Les dejamos acá los enlaces en los que pueden empezar a seguirlos y escucharlos. No se van a arrepentir:

https://youtube.com/@lachucuarecords5279

https://open.spotify.com/episode/7wHQXgibe89bkB3ntSMNF8?si=8mxfrUYPQAmK8vYKds1wcg&utm_source=whatsapp

 

Tres hermanos

Por: Mario Rojas

Fue en el año en que estaba repitiendo grado once, luego de haber estado todo el anterior sin estudiar, trabajando en mi emprendimiento de piñatas y decoración en Icopor; también había perdido grado décimo, así que estaba corrido tres años del grado de bachiller tan anhelado por mi papá y mi mamá. Ya tenía cédula y había comido calle mucho tiempo; pero siempre faltan cosas, sustos y experiencias. Mi viejo manejaba buseta, una Chevrolet de la Nueva Urbana, mi mamá se dedicaba a las labores de la casa, la tiendita, la modistería y a cuidarnos. Mi hermanita ya estaba en el colegio y empezaba a soportar la carga de ser mi hermana, la del repitente, del que ya había cultivado una cierta fama e historias locas en el colegio INEM de Villavicencio.

En aquella época, vivíamos en el barrio El Estero, un lugar de calles anchas y largas, con casas enormes, como en la que habitábamos, la casa de Don Pablo, de dos pisos, dos balcones, paredes color verde manzana, puertas y ventanas blancas, con un antejardín enrejado amplio en el que instalábamos un par de mesas Rimax con sus sillas y una maquinita, que hacían parte de nuestra tiendita familiar. Nosotros éramos los administradores de ese primer piso, teníamos el local comercial de la casa, el cual dividíamos con cortinas para hacer la alcoba de mis viejos, el taller de modistería, parte de la tienda y la alcoba de mi hermanita y yo. El resto de las piezas las arrendábamos, eran 4 y en cada una vivía una familia, todos amontonados como salchichas, compartiendo un solo baño y una sola cocina, además de los olores, los ruidos y las conversaciones, menos mal esos tiempos ahora son solo un mal recuerdo, uno muy malo que, me hace valorar haber llegado hasta donde lo hemos hecho hoy, mis cuchos, mi hermanita y yo. Vivir en inquilinatos es una boleta, una experiencia como de telenovela costumbrista de los ochenta; un capítulo del NN o de Don Chinche, pero sin el humorsito pendejo y hasta inocente, de las aventuras de una comunidad de barrio popular, todos hacinados en una casa, como la romantizada, pobre y llena de envidia, vecindad del Chavo.

A veces, rotaban mucho los inquilinos, y en esa entrada y salida de gente, llegaron un día tres hermanos; se notaba que venían de pueblo, de uno más pequeño que Villavicencio, casi del campo, los delataban sus modos, el acento y la mirada. El menor de ellos tenía más o menos mi edad, unos 20 años; el del medio, quizá rondaba los 25 y el mayor, tendría unos 30 años. Este último estaba en silla de ruedas, se le veía dolorido, enfermo, como si se hubiera escapado de la muerte no hace mucho.

Ellos venían a vivir una temporada corta, dos o tres meses a lo sumo, lo que durara el tratamiento para hacer caminar al hermano mayor, o al menos dejarlo en condiciones menos pailas de las que estaba, porque al mancito le costaba hasta respirar y se notaba que le dolía todo el cuerpo a toda hora. Pero lo curioso es que para el dichoso tratamiento, no iban a un quiropráctico o a una clínica de especialistas en ortopedia o algo así, estos manes iban donde una especie de brujo, rezandero y sobandero que vivía en la cuadra de enseguida, esos tipos que se ponen nombres como Don Rito y cosas así, y que al parecer era muy famoso entre ciertos sectores; claro que no se me hacía raro que en el barrio hubiera un tipo así, pues con el olor a tabaco de las noches, uno sabía que en la cuadra y sus alrededores había más de una bruja.

Eran las vacaciones de mitad de año en el colegio, cuando daban casi cinco semanas de descanso en junio, y yo me la pasaba en la tienda, cuidando, despachando, oyendo música en Radioactiva, que en esa época todavía era medio buena y estaba en Villavicencio, subiendo el volumen del equipo de sonido cuando se tiraban algo bueno de Metallica, los Guns, Nirvana o alguna de esas clásicas con las que muchos iniciamos en el mundo del Rocksito, también jugaba Tekino (The King Of Fighters) en una maquinita de palanca y ficha de esas grises onduladas, compitiendo con mis amigos de la cuadra y golosiando pan de queso con salchichón de 100 la raya y colombiana, la nuestra.

Pronto mi mamá se enteró de por qué el hermano mayor estaba en silla de ruedas y tan vuelto nada. Resulta que venía de uno de esos municipios del Meta olvidado por Dios y el gobierno, donde la coca era moneda y la ley estaba en manos de algún grupo de esos, los paras o los muchachos. En ese pueblo los tres hermanos vivían con sus padres y tenían una lancha con la que trabajaban pasando gente y mercancía al otro lado del río. En aquellos tiempos la guerra en el campo y esos pueblitos era tenaz, y muchas personas buenas y trabajadoras, estaban a merced de lo que cada bando les pidiera que hicieran. Así fue, como los paras acabaron amenazando a los hermanos y sus padres, por supuestamente ser auxiliadores de la guerrilla, por pasarlos y pasarles cosas en su lancha.

Ellos y sus padres no consideraron que esas amenazas se hicieran reales, porque tenían la inocente idea, de que “el que nada debe, nada teme”. Hasta que una noche llegaron hombres armados a la puerta de su casa y no les dieron tiempo de nada, papá y mamá trataron de detener a los tipos en la sala, mientras los tres hermanos escapaban por la parte de atrás, corriendo entre los patios de las casas vecinas, mientras oían los tiros que sellaban el destino de sus viejos y sentían las botas de los paras pisándoles los talones. En la huida en medio de los balazos, justo antes de encender el motor Yamaha fuera de borda de la lancha, al hermano mayor lo alcanzaron dos balas de 9mm en la espalda y con él herido de muerte y apenas con los chiros que llevaban puestos, escaparon por el río hasta encontrar refugio y recibir atención médica en un caserío, en el que por casualidad había personal de la cruz roja que hacía labor humanitaria por esos lados.

Después de dos semanas de los hermanos viviendo en la pieza que quedaba debajo de las escaleras para subir al segundo piso, yo ya parchaba con el menor por las tardes, ahí en la tienda, cuando llegaban del tratamiento; enseñándole a jugar Tekino, comiendo pan de queso, salchichón y colombiana. Recuerdo un día, que pude ver cuando cargaban al hermano mayor al baño, estaba en pantaloneta, y ahí estaban, las cicatrices aún frescas de los dos balazos, uno de ellos claramente al lado de la columna y el otro un poquito más hacia afuera, en el costado izquierdo. Lo llevaban para bañarlo, la casa olía a yerbas, porque le preparaban un agua con diferentes matas, como parte del tratamiento para bañarlo en las mañanas y en las noches. En esa época y todavía, yo no creía en brujas y esas cosas, pero a pesar de mi escepticismo, lo cierto es que, en la tercera semana del tratamiento, el semblante del man era mucho mejor; ya podía mover las piernas, aunque no soportaba el dolor cuando intentaba ponerse de pie, pero para ver las trazas en las que llegó, ya estaba prácticamente curado.

Una tarde, cuando llegaron de la terapia, estábamos tomando gaseosa y hablando carreta, los dos hermanos Vanegas, Roger y Estivel, William Méndez y Yo, luego de dejar a su hermano en la alcoba, el menor salió y se sentó con nosotros. Charlamos sabroso un rato y aunque yo ya sabía la historia por boca de mi mamá, él se abrió con nosotros y nos contó todo el relato del por qué estaban ahí; nos dijo que estaba feliz porque su hermano estaba mejorando súper rápido y que era probable que en unas dos semanas ya se fueran, que iban a empezar una nueva vida en Bogotá, que un hermano de su papá y el abuelo los estaban esperando en el 20 de julio, creo que, en Guacamayas, que ya les tenían lista una pieza con las tres camas y hasta un televisor, que podrían trabajar en la rusa, en panadería o en últimas, vendiendo vitelitas y escapularios afuera de la iglesia del veinte. Pero lejos de esa violencia que les había quitado a sus papás y casi se les había llevado a su hermano.

En medio de la emotiva conversación, el pendejo del Roger Vanegas salió con una de las suyas, se me quedó viendo fijamente y luego miró a nuestro nuevo amigo y dijo con su peculiar voz: Uy pelaos, ustedes dos se parecen resto; casi de inmediato su hermano Estivel y el avispado del William confirmaron, y en coro repitieron: Uy sí, estos manes se parecen resto. Claro, era verdad; teníamos la misma estatura, flacos, el mismo estilo de cabello, con peinado vaginal tipo honguito y larguito hasta debajo de las orejas, como Nano, en De Pies a Cabeza, puro peinado de gomelo de barrio.

En ese momento la comparación nos hizo gracia, pero al otro día, eso iba a cambiar radicalmente, al menos para mí.

Fue un lunes, mi cuarta y última semana de vacaciones y la cuarta semana de los tres hermanos viviendo con nosotros. A las dos de la tarde, como todos los santísimos días, salieron los tres hermanos, iban felices, charlando, haciendo planes; el menor caminaba atrás, llevando una maleta con cosas del tratamiento y el del medio empujaba la silla del mayor, me saludaron al pasar por el lado de la mesa, en la que siempre estaba garabateando dibujos de dragon ball mientras cuidaba la tienda, tomando el fresco en el antejardín; desde donde los pude ver bajar por la orilla de la calle, hasta que doblaron la esquina en el callejón que comunicaba nuestra cuadra con la de enseguida. Tres segundos más tarde se oyeron los disparos; primero cuatro, luego dos y luego cinco.

Aunque no era raro escuchar tiros en el barrio y sus alrededores, porque por ahí mataban gente todas las semanas, en el Bochica, en el Mi Llanura, en el Buenos Aíres, el Villa Ortiz y el Popular, casi nunca se oían a esa hora y menos un lunes, así que me puse de pie y desde atrás de la reja miré hacia abajo, de donde me pareció que venía el sonido, cuando de repente apareció el hermano menor al trote, que digo al trote, en tremendo pique, pasó rápido por mi lado y entró en la casa, tardó unos segundos y salió apresurado, diciéndome mientras pasaba: Nos encontraron esos hijueputas, se cargaron a mis hermanos. Llevaba unas sábanas en las manos y emprendió carrera nuevamente hacia el callejón. En ese momento llamé de un grito a mi mamá, que estaba en el patio lavando ropa; salió pronto y detrás de ella mi hermanita, que le ayudaba a escurrir y colgar, les dije: Ya vengo, y me fui corriendo al callejón.

Al llegar, aún no los había tapado con las sábanas, el mayor seguía en la silla, le habían acabado la cabeza de un tiro y tenía otro en el pecho, sangraba a chorros, aún daba la impresión de moverse como palpitante el cuerpo, el hermano del medio estaba en el suelo boca arriba, le habían puesto dos tiros en la cabeza, apenas si le quedaba rostro y los otros dos en el pecho, su cuerpo también se movía un poco. Nunca había visto tanta sangre en mi vida.

Y el hermano menor, ileso, ni un rasguño; pero pronto me fijé, había 5 impactos en el murito del antejardín de la casa frente a la cual los habían masacrado, dos manes en una RX 115 envenenada los alcanzaron y los cerraron de frente, ambos se bajaron de la moto y los acabaron a plomo, pero cuando le dispararon al menor, él fue más ágil y saltó detrás del muro, allí, pecho tierra, se ocultó los segundos necesarios para evitar los balazos; aún tenía los reflejos que desarrolló cuando prestó servicio militar como bachiller, hacía apenas un año larguito que había salido nuevamente a la vida civil.

Le ayudé a tapar los cuerpos de sus hermanos, la gente se acercó poco a poco a mirar la escena dantesca, las sábanas tapaban los cuerpos, pero no la cantidad de sangre. Pronto llegó una bola de la policía con dos oficiales dentro y dos motos con cuatro agentes más, en ese momento supe que me tenía que ir para la casa, a seguir cuidando la tienda y tomar algo.

Esa noche en un campero, el hermano menor, solitario, sacó el poquito trasteo que tenían en la pieza y se fue.

En la casa no quisimos hablar del tema, estábamos impactados. Dos días después, tratando de volver a la rutina, recordé al Roger Vanegas diciendo: Uy pelaos, ustedes dos se parecen resto. Esa maldita comparación me tuvo paranoico unas semanas; pensando que iban a volver los de la RX a terminar el trabajo, que me darían piso confundiéndome con el menor de los tres hermanos. El sonido de las RX 115 envenenadas era característico, había muchas en Villavicencio en aquellos tiempos, para hacer piques, sicariato o las dos cosas, así que por donde iba escuchaba una moto de esas atrás de mí y me corría un escalofrío por el espinazo.

Pero pronto desapareció el miedo… En los noventas, la violencia recrudecía y se tenía uno que acostumbrar, para poder vivir tranquilo en barrios como el Estero…

Para leer un país.

Por Germán Rey.

Cuando se estudian las estadísticas de lectura lo que se observa realmente es la complejidad de un país. Una exploración de los datos cuantitativos de los módulos de hábitos de lectura de la encuesta continua de hogares (2002 y 2005) confirma dos grandes realidades de Colombia: su amplia diversidad y su enorme desigualdad.

La lectura como experiencia de diversidad

Por una parte, está la diversidad. Que en el caso de la lectura significa la coexistencia de diversidad de lecturas, en contraste y sobre todo en complementariedad. Está, por ejemplo, la lectura de los jóvenes frente a la lectura de los adultos, la de las mujeres frente a la de los hombres. La de los jóvenes, que leen más de lo que habitualmente se supone, es una lectura marcada fundamentalmente por el deber y las exigencias escolares, abierta a las nuevas tecnologías y muy vinculada con la música y la televisión. Los adultos, a diferencia de los jóvenes, se interesan por la lectura de periódicos, los libros de autosuperación y, a medida que aumenta la edad, los libros religiosos.

La lectura también es un asunto de género. Las mujeres leen más que los hombres y tienen a su favor una cualidad extraordinaria: los niños estiman que sus madres son las personas más adecuadas para leerles en voz alta y las que ocupan el primer lugar como promotoras del hábito de leer. La mujer, además de lectora es fundamental en la reproducción social de la lectura.

Pero la diversidad de las lecturas es aún mayor y más rica. Se leen libros y revistas, periódicos y textos escolares. Pero también manuales, historietas, cómics y folletos. Se lee sobre soporte físico, pero cada vez más sobre soporte digital. Y al hacerlo se entremezclan, de una manera creativa, el texto escrito con el video, la imagen fotográfica con las infografías y los sonidos.

Uno de los datos que más asombró a los colombianos fue el desarrollo de la lectura en Internet, la única que creció en Colombia. En sólo cinco años las cifras se doblaron y en las 13 principales ciudades del país se pasó del 5% al 11%. En Bogotá los resultados fueron aún más abrumadores: prácticamente se triplicaron. Pero lo más interesante del aumento es que esto sucedía mientras que el promedio de lectura de libros en Colombia se desplomaba el 33%, pasando de 2.4 libros leídos al año a 1.6.

El lugar común suele repetir que internet es un enemigo de la lectura. Semejante afirmación no se confirma en los datos de la encuesta. Son los que leen más libros, los que más asisten a bibliotecas y los que tienen más libros en su casa, los que también leen más por internet. Lo que nos demuestra que las lecturas diversas son más complementarias que enemigas entre sí.

Entretanto hay otras lecturas o que no se mueven o que se están desplazando hacia otros lugares. Sucede con la lectura de periódicos y revistas, que en los mismos cinco años apenas ha crecido un punto. Muchos lectores, por su parte, están migrando de las páginas de estos medios a sus sitios virtuales.

Según señala Digital Life (2006) en el mundo los menores de 18 años les dedican a los medios digitales una media de 14 horas semanales, a la televisión 12, a la radio 6 y a los periódicos, revistas y cine, 2 horas a la semana. Por primera vez los medios digitales superaron a la televisión.

La diversidad de las lecturas es incluso más amplia y profunda. Además de las diferencias de edades, género y soporte técnico, hay otros signos importantes: también son diversos los objetivos, modos, géneros y lugares de la lectura.

En la lectura de libros, el propósito que sobresale es el instruccional. Se lee, especialmente en ciertas edades, para responder a una obligación. Sin embargo, como se comprueba en Bogotá, la lectura por placer está creciendo lentamente, lo que es una excelente noticia.

En internet, el panorama es aún más interesante. Hay una diversidad de propósitos de lectura, desde el funcional, es decir, el que relaciona la lectura con el trabajo o con el estudio, hasta el entretenimiento (leer para divertirse), el encuentro (conversar a través del chat y del correo electrónico), la actualización (tener más información sobre un tema determinado) y la lectura de periódicos y revistas. Este paisaje, que ya es diverso en su composición, se hace aún más diverso cuando se analiza la lectura en internet por ciudades.

Los modos de leer están cambiando. "Los maestros, dice el sociólogo francés Bernard Lahire, deberían entender que no hay solo un tipo de lectura ni una sola manera de leer". Lahire critica la lectura mecánica de la escuela, fundamentada en una relación intelectual, y en la que se procede como si se abriera un motor para sacar las piezas y ver cómo funciona. Una lectura dominada por la lingüística estructural o la semiología textual, en la que los niños y los adolescentes no se identifican con los personajes y las historias sino con la armazón formal de lo leído. "La escuela, dice, olvidó que una parte de los textos -que están presentes en el medio popular- están ligados a gestos, a acciones. Son instrucciones de uso en definitiva". En su opinión, muchas veces se leen libros que no están hechos para ser interpretados sino para ser convertidos en gesto. Esta gestualidad es la que también se encuentra en la Encuesta nacional de cultura (2002) realizada por el Ministerio de Cultura y en la que se corroboró que el interés de los colombianos por la cultura extranjera está centrado en algo tan concreto como el aprendizaje de su idioma.

Los modos de leer, de los cuales sólo ofrece algunos indicios la Encuesta, están relacionados con la historia previa, los contextos culturales y sociales en los que habitan los lectores, la experiencia de la vida urbana o rural en la que despliegan su existencia cotidiana, el entrecruce con otras lecturas que provienen a su vez de otros lenguajes y enciclopedias, como el audiovisual o el virtual.

Otros rasgos de la diversidad de las lecturas son los géneros y los lugares del leer.

Las obras literarias son las más leídas (35,1%), seguidas por los textos de estudio (24%), los libros científicos (12%) y los libros de autoayuda (11,2%) que, a su vez, se diferencian por ciudades. En Cali, por ejemplo, se leen más libros esotéricos, en Medellín más de autoayuda y en Cartagena más religiosos. Un dato muy interesante es que quienes leen obras literarias lo hacen motivados por el gusto (38,1%), aunque es evidente que la escuela es un lugar muy significativo de la lectura literaria, casi siempre unida con el deber escolar.

La lectura es también topológicamente diversa. Se leen libros y se consulta internet en la casa, pero también se navega en el trabajo, la escuela y los cibercafés. La casa se ha convertido en uno de los espacios fundamentales del consumo cultural, debido a la convergencia intermedial pero también a la inseguridad y a la pérdida de significado de lo público. La escuela, entre tanto, mantiene su liderazgo como lugar de socialización en la vida pública y foro de recreación cultural.

La lectura como experiencia de desigualdad.

Una segunda realidad que se percibe en la situación de la lectura en Colombia es la experiencia de la desigualdad. En el continente más desigual del mundo, Colombia registra índices profundos de desigualdad, es decir de grandes diferencias entre los más ricos y los más pobres de su población. Si la economía del país creciera a una tasa promedio del 5,5% durante 15 años y la desigualdad se redujera a una tasa promedio de 0,5% anual, la proporción de pobres se reduciría a la mitad. Ese es el tamaño del reto. Como señala Alejandro Gaviria, la tolerancia a la desigualdad ha disminuido y la demanda por la redistribución ha aumentado.

Y aunque habitualmente cuando se habla de desigualdad se traen a cuento las estadísticas económicas, la verdad es que las inequidades se viven también en la política, en la vida social y en la cultura. La lectura, por tanto, no podía ser un territorio alejado de las desigualdades. Es más, en ella se manifiestan algunos rasgos de inequidad que alejan las posibilidades de los más pobres para acceder y disfrutar de los conocimientos, la crítica y la imaginación.

Los estudios de consumo cultural en Colombia, como en otros países latinoamericanos, han mostrado que el acceso a los libros y la lectura es desigual. En primer lugar, hay una brecha casi insalvable entre el campo y las ciudades, ya sea en promedios de lectura como en tenencia y compra de libros (el 22,15% de los hogares colombianos no compró libros en los últimos 12 meses), incluyendo los textos escolares.

La lectura también ahonda las desigualdades entre ricos y pobres y entre los que poseen mayores niveles educativos y los que tienen menos educación. Aunque el estrato que predomina entre los lectores colombianos es el estrato 3, hay una mayor propensión a la lectura en las personas del estrato 6.

La lectura, asimismo, está relacionada con la educación. Entre más se asciende en la escala educativa más se lee por motivación propia y por gusto, lo que nos indica que algunos rasgos de calidad de la lectura están asociados al mayor nivel educativo.

Los que tienen más educación y ganan más, son también los que leen más por internet. Los que tienen más libros escolares, leen menos en internet, probablemente porque el primer propósito de esa lectura es encontrar información para el desempeño escolar.

Las nuevas tecnologías son uno de los campos en que se libran más duramente las desigualdades. A pesar de los esfuerzos de conectividad y de ampliación del acceso de los sectores más pobres a Internet, las desigualdades siguen siendo muy profundas. La lectura en internet crece a medida que se aumentan el estrato socioeconómico y el nivel educativo y la lectura tiende a concentrarse, como la riqueza. Los que más leyeron libros en los últimos 12 meses, los que tienen más libros en su casa y los que asistieron más a bibliotecas son también los que más leyeron en internet.

Finalmente, la desigualdad tiende a aumentarse en lo que se refiere a tenencia de libros. La brecha entre los que más tienen libros y los que menos tienen se acrecentó en Bogotá, con un agravante: los que tienen más libros tienden a leer más.

Más diversidad, menos desigualdad. Los retos de la escuela frente a la lectura.

La lectura es un asunto de la sociedad y a la vez una elección muy personal. Por eso las políticas para aumentar y cualificar la lectura pasan por un conjunto de estrategias que van más allá de la escuela. Pero la educación es uno de los lugares más importantes para la formación de hábitos lectores.

La predisposición positiva de los niños y las niñas entre 5 y 10 años hacia la lectura, comprobada por la encuesta, es un capital humano invaluable y un punto de partida para procesos integrales de desarrollo de la lectura en la escuela. Como lo es la vinculación escolar de los jóvenes al leer, así pesen demasiado los requerimientos del deber.

La pasión por la lectura sólo puede partir de maestros lectores que compartan con los niños y los adolescentes aquello que exaltó Jerome Bruner en su maestra preferida: "La invitación a ampliar su campo de admiración". En sus palabras, a los maestros y maestras se les pide que sean "fenómenos humanos" y no personas "descorazonadoramente informativas". La lectura es una experiencia de la libertad, de la imaginación y del contraste de las ideas.

Conviene transformar algunas rutinas de la introducción pedagógica a la lectura, como su comprensión meramente intelectual o como crítica literaria y el desconocimiento de los acumulados culturales que traen los niños y jóvenes a la escuela y tener mucho más en cuenta el análisis de sus modos de lectura, la familiaridad con algunos textos no necesariamente canónicos (esos que promueven acciones o que son productos de consumo masivo), los contextos escolares como ambientes simbólicos y del desciframiento, las interacciones de la lectura con otros lenguajes como el audiovisual o el musical y los grados de complejidad de la lectura.

La lectura deberá ligarse a la creación en sus diferentes modalidades, entre ellos, por supuesto, la escritura y la escuela debe ser un ámbito público de valoración de un leer, involucrado con el debate y la reflexión, el placer y la autonomía.

De esa manera el maestro retornará al puesto de privilegio que, según los datos, está cediendo y la escuela enmarcará a la lectura en el contexto del fortalecimiento de la diversidad cultural y la disminución de las desigualdades.

"Los maestros deberían saber, escribe Bernard Lahire, que cuando el ascenso social y cultural finalmente se produce, es porque los alumnos no erradicaron su cultura popular de base, sino que lograron sumar formas de hacer, pensar y sentir heterogéneas y enriquecedoras".

Leer y reflexionar sobre la lectura

Editado por Fundalectura, acaba de ser publicado el libro Hábitos de lectura, asistencia a bibliotecas y consumo de libros en Colombia en el que se recogen y analizan los resultados del módulo relacionado con los hábitos de lectura y el consumo de libros de los colombianos, presente en la segunda encuesta nacional de hogares realizada por el DANE a finales de 2005. Como novedad, el estudio fue aplicado por primera vez en hogares fuera de las grandes ciudades. Los Ministerios de Cultura y Educación, el Instituto Distrital de Cultura y Turismo y la Cámara Colombiana del Libro, con el apoyo del Cerlalc y Fundalectura, hicieron posible su realización. Allí, diez expertos analizan temas como las bibliotecas públicas, el impacto de Internet en la lectura, el consumo de revistas, periódicos y otros materiales de lectura y la lectura en niños entre los 5 y los 11 años de edad. (Año 2006, 250 pp, $36.000; para ordenarlo puede comunicarse con Pilar Cuéllar, tel. 3201511, en Bogotá).

 

(*) Investigador, experto en comunicación.

Tomado de: https://www.mineducacion.gov.co/1621/article-122248.html

Mañana está demasiado lejos.

Por: Chimamanda Ngozi Adichie

Fue el último verano que pasaste en Nigeria, el verano anterior al divorcio de tus padres, antes de que tu madre jurara no volver a poner un pie en Nigeria para ver a la familia de tu padre, en particular a tu abuela. Todavía ahora, dieciocho años después, recuerdas claramente el calor que hizo ese verano, el ambiente bochornoso que se respiraba en el patio de tu abuela, un patio con tantos árboles que el cable del teléfono se enredaba con las hojas y las distintas ramas se tocaban, y a veces aparecían mangos en los castaños y guayabas en los mangos. La gruesa capa de hojas en descomposición era blanda bajo tus pies desnudos. Por las tardes las abejas de vientre amarillo zumbaban alrededor de tu cabeza, la de tu hermano Nonso y la de tu primo Dozie, y por las noches la abuela solo dejaba a tu hermano Nonso trepar a los árboles para sacudir una rama cargada de fruto, a pesar de que tú trepabas mejor. Llovían los aguacates, los anacardos, las guayabas, y el primo Dozie y tú llenabais viejos cubos.

 Fue el verano que la abuela enseñó a Nonso a arrancar los cocos. Los cocoteros, tan altos y sin ramas, eran difíciles de trepar, y la abuela le dio un palo largo y le enseñó a agitar las vainas acolchadas. A ti no te enseñó porque decía que no era cosa de niñas. La abuela partía los cocos golpeándolos con cuidado contra una piedra y la leche acuosa se quedaba en la mitad inferior, una taza irregular. Todos bebían un sorbo de la leche enfriada por el viento, incluidos los niños de la calle que salían a jugar, y la abuela presidía el ritual para asegurarse de que Nonso era el primero.

 Fue el verano que le preguntaste a tu abuela por qué el primer sorbo era para Nonso en lugar de para Dozie, que tenía trece años, uno más, y la abuela respondió que Nonso era el único hijo de su hijo, el que llevaría el apellido Nnabuisi, mientras que Dozie solo era un nwadiana, el hijo de una hija. Fue el verano que encontraste en el césped la piel de una serpiente, entera e intacta como una media transparente, y la abuela os dijo que se llamaba echí eteka, «Mañana está demasiado lejos». Un mordisco, dijo, y en diez minutos se ha acabado todo.

 

No fue el verano que te enamoraste de tu primo Dozie porque lo hiciste unos veranos antes, cuando él tenía diez años y tú siete, y os metías los dos en el diminuto espacio que había detrás del garaje de la abuela, y él trataba de embutir lo que llamabais su «plátano» en lo que llamabais tu «tomate», pero ninguno de los dos estaba seguro de cuál era el agujero. Pero sí fue el verano que cogiste piojos, y el primo Dozie y tú explorasteis tu larga melena buscando los diminutos insectos negros para aplastarlos entre las uñas y reíros del ruido que hacían sus estómagos llenos de sangre al reventar; el verano que tu odio hacia tu hermano Nonso aumentó tanto que notaste que te obstruía las fosas nasales, y tu amor por tu primo Dozie se infló y te rodeó la piel.

 

Fue el verano que viste cómo el mango se partía limpiamente en dos mitades en una tormenta en la que los rayos recorrieron con feroces líneas el cielo. Fue el verano que Nonso murió.

 

La abuela no lo llamaba verano. Nadie lo hacía en Nigeria. Era agosto, entre la estación lluviosa y el harmattan. Llovía torrencialmente todo el día, y la lluvia plateada azotaba el porche donde Nonso, Dozie y tú apartabais los mosquitos a manotazos mientras comíais mazorcas asadas; o hacía un sol cegador y os bañabais en la balsa que la abuela había dividido por la mitad para que disfrutarais de una piscina improvisada. El día que Nonso murió hizo temperaturas bastante suaves; lloviznó por la mañana, el sol brilló suavemente por la tarde y por la noche murió él. La abuela le gritó, gritó a su cuerpo sin vida i laputago m, que la había traicionado, porque ¿quién iba a llevar ahora el apellido de Nnabuisi que protegía el linaje de la familia?

 

Al oírla los vecinos acudieron. Fue la mujer de la casa de enfrente, la del perro que hurgaba en el cubo de la basura de la abuela por las mañanas, quien sacó de tus labios entumecidos el número de Estados Unidos y llamó a tu madre. Fue la misma vecina quien te soltó de la mano de Dozie, os hizo sentar a los dos y os ofreció agua. También trató de abrazarte para que no oyeras hablar a la abuela con tu madre, pero te escabullíste y te acercaste al teléfono. La abuela y tu madre se concentraron en el cuerpo de Nonso antes que en su muerte. Tu madre insistía en trasladar inmediatamente el cadáver en avión a Estados Unidos y la abuela repetía las palabras de tu madre y sacudía la cabeza. La locura acechaba en sus ojos.

 

Sabías que a tu abuela nunca le había gustado tu madre. (Se lo habías oído decir un verano delante de una amiga: «Esa americana negra ha embaucado a mi hijo y se lo ha metido en el bolsillo».) Pero oyéndola hablar entonces por teléfono, entendiste que ella y tu madre estaban unidas. Estabas segura de que en los ojos de tu madre había la misma locura furiosa.

 

Cuando hablaste con tu madre, su voz resonó por la línea como nunca lo había hecho cuando Nonso y tú pasabais los veranos con la abuela. ¿Estás bien?, no paraba de preguntarte ella. ¿Estás bien? Sonaba asustada, como si sospechara que estabas bien a pesar de la muerte de Nonso. Jugueteaste con el cable del teléfono sin decir gran cosa. Ella dijo que avisaría a tu padre, aunque estaba en algún lugar perdido asistiendo a un festival de Black Arts donde no había teléfonos ni radio. Al final soltó un sollozo agudo que sonó como un ladrido, antes de decirte que todo se arreglaría y que se encargaría de que trasladaran en avión el cuerpo de Nonso. Te hizo pensar en su risa, que le nacía en el fondo del estómago y no se suavizaba al salir, contrastando con su cuerpo esbelto. Cuando entraba en la habitación de Nonso para darle las buenas noches, siempre salía riéndose con esa risa. La mayoría de las veces te tapabas los oídos para no oírla, y seguías tapándotelos aunque luego entrara en tu habitación para decirte: «Buenas noches, cariño, que duermas bien». Nunca salía de tu habitación riéndose con esa risa.

 

Después de la llamada telefónica la abuela se tumbó de espaldas en el suelo y, con la mirada fija, se balanceó de un lado al otro, como si se tratara de alguna clase de juego tonto. Decía que no le parecía bien trasladar el cadáver de Nonso a Estados Unidos, que su espíritu siempre flotaría allí. Pertenecía a esa tierra dura que no había sabido absorber el impacto de su caída. Su lugar estaba entre esos árboles, uno de los cuales lo había soltado. Tú te sentaste y la observaste, y al principio deseaste que se levantara y te abrazara, luego deseaste que no lo hiciera.

 

Han pasado dieciocho años y los árboles del patio de la abuela no han cambiado; siguen extendiendo las ramas y abrazándose, arrojando sombras por el patio. Pero todo lo demás parece más pequeño: la casa, el jardín del fondo, la balsa de color cobre a causa del óxido. Hasta la tumba de la abuela que está en el patio trasero parece diminuta, e imaginas el cuerpo encogido para caber en un ataúd tan pequeño. La tumba está cubierta de una fina capa de cemento; la tierra de alrededor ha sido removida hace poco, y te detienes a su lado y te la imaginas dentro de diez años, abandonada, con una maraña de malas hierbas que cubren el cemento, asfixiándola.

 

Dozie te está observando. En el aeropuerto te ha abrazado con cautela, te ha dicho bienvenida, qué sorpresa que hayas vuelto, y tú lo has mirado largo rato en la concurrida y caótica sala hasta que él ha desviado los ojos, castaños y tristes como los del caniche de tu amigo. Pero no te hace falta mirarlo para saber que el secreto sobre la muerte de Nonso está a salvo con él, siempre lo ha estado. Mientras te llevaba a casa de la abuela, te ha preguntado por tu madre y tú le has explicado que ahora vive en California; no has mencionado que está en una comuna entre gente que va con la cabeza afeitada y los pechos con piercings, ni que cuando te llama siempre cuelgas dejándola con la palabra en la boca.

 

Te diriges al aguacate. Dozie sigue observándote, y tú lo miras y tratas de recordar el amor que te inundó por completo ese verano en que tenías diez años, que te hizo cogerle la mano con fuerza la tarde en que murió Nonso, cuando la madre de Dozie, tu tía Mgbechibelije, fue a buscarlo. Hay un ligero pesar en las arrugas que le surcan la frente, cierta melancolía en su forma de estar de pie con los brazos a los costados. De pronto te preguntas si él también siente nostalgia. Nunca supiste lo que había detrás de su sonrisa serena, detrás de las veces en que se sentaba tan inmóvil que las moscas de la fruta se le posaban en los brazos, detrás de las fotos que te daba y de los pájaros que encerraba en una jaula de cartón, donde los cuidaba hasta que se morían. Te preguntas qué sentía, si sentía algo, por no ser el nieto que llevaría el apellido Nnabuisi.

 

Tocas el tronco del aguacate en el preciso momento en que Dozie empieza a decir algo. Crees que va a hablar de la muerte de Nonso y te sobresaltas, pero dice que nunca imaginó que volverías para despedirte de la abuela porque sabía cuánto la odiabas. Ese verbo, «odiar», flota en el aire entre vosotros como una acusación. Quieres decirle que cuando llamó a Nueva York y oíste su voz por primera vez en dieciocho años para decirte que había muerto la abuela («Pensé que querrías saberlo», fueron sus palabras), te inclinaste sobre tu escritorio porque te fallaban las piernas, sintiendo cómo toda una vida de silencio se derrumbaba, y no fue en la abuela en quien pensaste, sino en Nonso, y en él, en el aguacate y en ese verano húmedo en el reino amoral de la niñez, y en todas las cosas que nunca te habías permitido pensar, que habías reducido al mínimo y escondido sin más.

 

Pero te callas y aprietas las palmas contra el áspero tronco del árbol. El dolor te calma. Te recuerdas comiendo aguacates: a ti te gustaban con sal y a Nonso no, y la abuela siempre se reía diciendo que no sabías lo que era bueno al decir que el aguacate sin sal te provocaba náuseas.

 

En el funeral de Nonso que tuvo lugar en un frío cementerio de Virginia, entre lápidas que sobresalían de un modo obsceno, tu madre iba vestida de la cabeza a los pies de un negro desteñido, incluido el velo, que hacía brillar su piel color canela. Tu padre no se acercó a ninguna de las dos, con su habitual dashiki y sus cauríes color leche alrededor del cuello. No parecía un pariente, sino uno de los invitados que lloraba ruidosamente. Más tarde preguntó a tu madre cómo había muerto exactamente Nonso, cómo había caído de uno de los árboles que había trepado desde que era niño.

 

Tu madre no dijo nada a toda esa gente que hacía preguntas. Tampoco te dijo nada a ti, ni siquiera cuando limpió la habitación de Nonso y recogió sus cosas. No te preguntó si querías quedarte con algo suyo y te sentiste aliviada. No querías guardar ninguno de sus libros con esas anotaciones de su puño y letra que tu madre decía que se entendían mejor que las frases impresas. No querías ninguna de las fotos de palomas que había hecho en el parque y que tu madre aseguraba que eran tan prometedoras para un niño. No querías sus cuadros, que eran simples copias de los de tu padre pero con otros colores. Ni su ropa. Ni su colección de sellos.

 

Tu madre sacó por fin el tema de Nonso tres meses después de su funeral, cuando te habló del divorcio. Dijo que el divorcio no era por él, que tu padre y ella hacía mucho que se habían distanciado. (Tu padre estaba entonces en Zanzíbar; se había ido inmediatamente después del funeral.) Luego te preguntó: «¿Cómo murió Nonso?».

 

Sigues asombrándote de cómo salieron esas palabras de tu boca. Sigues sin reconocer a la niña de ojos claros que eras. Tal vez fuera por el modo en que ella dijo que el divorcio no era por Nonso, como si solo él pudiera ser el motivo y tú no pintaras nada. O tal vez fue simplemente por el ardiente deseo que todavía sientes a veces, la necesidad de alisar aristas, de allanar lo que te parece demasiado abrupto. Dijiste a tu madre, con el tono de quien es reacio a hablar, que la abuela había pedido a Nonso que subiera a la rama más alta del aguacate para demostrar lo hombre que era. Luego lo asustó, en broma, aseguraste a tu madre, diciéndole que había una serpiente, la echi eteka, en la rama de al lado. Le dijo que no se moviera. Él, como es natural, se movió y resbaló de la rama, y cuando aterrizó, el ruido fue el de muchos frutos cayendo a la vez. Un último plaf. La abuela se quedó allí mirándolo y empezó a gritarle que era el único hijo, que había traicionado el linaje al morir y lo enfadados que estarían sus antepasados. El todavía respiraba, dijiste a tu madre. Respiraba cuando cayó, pero la abuela se quedó allí parada gritando a su cuerpo destrozado hasta que expiró.

 

Tu madre empezó a chillar. Y te preguntaste si la gente gritaba enloquecida cuando decidía rechazar la verdad. Sabía perfectamente que Nonso se había golpeado la cabeza contra una piedra y había muerto en el acto, había visto el cuerpo, la cabeza abierta. Pero prefería creer que había estado vivo después de caer. Lloró, aulló y maldijo el día que había puesto los ojos en tu padre en la primera exposición de su obra. Luego lo llamó por teléfono y la oíste gritar: «¡Tu madre es la responsable! ¡Lo asustó y le hizo caer! ¡Podría haber hecho algo, pero se quedó allí plantada, esa estúpida africana fetichista, y lo dejó morir!».

 

Tu padre habló contigo luego, dijo que entendía lo duro que era para ti, pero que debías tener cuidado con lo que decías para no causar más daño. Y tú reflexionaste sobre sus palabras —cuidado con lo que dices— y te preguntaste si él sabía que mentías.

 

Ese verano de hacía dieciocho años fue el verano del primer descubrimiento de ti misma. El verano que supiste que tenía que ocurrirle algo a Nonso para que tú pudieras sobrevivir. Aun a los diez años, sabías que hay personas que ocupan demasiado espacio por el mero hecho de existir, que ahogan a las demás. Luego se lo explicaste a Dozie, le dijiste que los dos necesitabais que Nonso se hiciera daño, tal vez que se lisiara o se torciera las piernas. Querías que mermase la perfección de su cuerpo ágil, volverlo menos encantador, menos capaz de hacer todo lo que hacía. Menos capaz de ocupar tu espacio. Dozie no dijo nada, se limitó a dibujarte con los ojos en forma de estrellas.

 

La abuela estaba dentro de la casa cocinando y Dozie se quedó callado a tu lado, rozándote los hombros, cuando sugeriste a Nonso que subiera a lo alto del aguacate. Fue fácil convencerlo; solo tuviste que recordarle que tú trepabas mejor que él. Y era cierto, eras capaz de trepar cualquier árbol en unos segundos; eras mejor en todo lo que podías aprender a hacer tú sola, en todo lo que la abuela no podía enseñarle a hacer a él. Le pediste que fuera él primero, para ver si podía llegar a la rama más alta antes de seguirlo. Las ramas eran frágiles y Nonso pesaba más que tú, por toda la comida que la abuela le hacía comer. Come un poco más, le decía a menudo. ¿Para quién crees que lo he hecho? Como si tú no estuvieras allí. A veces te daba unas palmaditas en la espalda y te decía en igbo: Está muy bien que aprendas, nne, así podrás cuidar algún día de tu marido.

 

Nonso trepó por el árbol. Cada vez más alto. Esperaste a que llegara casi arriba, hasta que sus piernas titubearon antes de continuar. Esperaste ese breve momento entre dos movimientos. Un momento abierto en el que viste lo azul de todo, de la vida misma, el azul puro de uno de los cuadros de tu padre, de la oportunidad, de un cielo lavado por una lluvia matinal. Entonces gritaste: «¡Una serpiente! ¡Es la echi eteka!». No estabas segura de si añadir que estaba en la rama de al lado o deslizándose por el tronco. Pero no importó, porque en esos pocos segundos Nonso bajó la vista y se soltó, se le resbalaron los pies, se le desprendieron los brazos. O tal vez el árbol simplemente se desentendió de él.

 

No recuerdas cuánto tiempo te quedaste allí parada mirando a Nonso, con Dozie callado a tu lado, antes de entrar a llamar a la abuela.

 

La palabra que utiliza Dozie, «odiar», flota en tu cabeza. Odiar. Odiar. Odiar. Hace que te cueste respirar, como en los meses que siguieron a la muerte de Nonso, cuando esperaste que tu madre se fijara en que tenías la voz pura como el agua y las piernas elásticas como gomas, o que saliera de tu habitación por la noche con esa risa profunda. En lugar de ello te abrazaba con aprensión al darte las buenas noches, siempre en un susurro, y tú empezaste a evitar sus besos fingiendo toses y estornudos. En todos esos años que te llevó de un estado a otro, encendiendo velas rojas en su habitación, prohibiendo hablar de Nigeria o de la abuela, sin dejarte ver a tu padre, nunca volvió a reírse con esa risa.

 

Dozie habla, dice que hace unos años empezó a soñar con Nonso, que en los sueños Nonso es mayor y está más alto que él, y tú oyes caer un fruto de un árbol y le preguntas, sin volverte: «¿Qué querías? Ese verano, ¿qué querías?».

 

No sabes cuándo se ha movido Dozie, cuándo se ha colocado detrás de ti, tan cerca que te llega el olor a cítrico que desprende, tal vez ha pelado una naranja y no se la lavado las manos después. Te da la vuelta y te mira, y tú le sostienes la mirada, y hay finas arrugas en su frente y una nueva dureza en su mirada. Te dice que nunca se le ocurrió querer nada porque todo lo que importaba era lo que tú querías. Hay un largo silencio mientras observas la columna de hormigas negras que trepan por el tronco, cada una acarreando un poco de pelusa blanca, creando un diseño blanco y negro. Te pregunta si soñaste, como soñó él, y tú respondes que no rehuyendo su mirada. El te da la espalda. Quieres hablarle del dolor en el pecho, el vacío en los oídos y la agitación en el aire que notaste después de su llamada telefónica, las puertas que se abrieron de golpe, los sentimientos aplastados que afloraron, pero él ya se está alejando. Y te quedas sola debajo del aguacate, llorando.

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO AMPLIADO EN EL COMIENZO DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE LA POLÍTICA COLOMBIANA: EL INEVITABLE, FIEL Y EFECTIVO CUMPLIMIENTO DE LAS ESENCIALIDADES DE SU PROGRAMA (PLAN DE DESARROLLO) DE GOBIERNO 2022-2026, LA URDIMBRE DE LOS CAROS CIMIENTOS (V)

 

 

 “La cultura es lo que, en la muerte,

 continúa siendo la vida”.

Malraux A,

 

Un hombre

                             Barba Jacob P.

 

Al doctor Eduardo Santos.

Los que no habéis llevado en el corazón el túmulo

de un Dios,

ni en las manos la sangre de un homicidio,

los que no comprendéis el horror de la conciencia

ante el universo,

los que no sentís el gusano de una cobardía

que os roe sin cesar las raíces del ser,

los que no merecéis ni un honor supremo,

ni una suprema ignominia.

 

Los que gozáis las cosas sin ímpetus ni vuelcos,

sin radiaciones íntimas, igual y cotidianamente fáciles,

los que no devanáis la ilusión del espacio y el tiempo,

y pensáis que la vida es esto que miramos,

y una ley, un amor, un ósculo y un niño.

 

Los que tomáis el trigo del surco rencoroso

y lo coméis con manos limpias y modos apacibles,

los que decís “Está amaneciendo”

y no lloráis el milagro del lirio del alba.

 

Los que no habéis logrado siquiera ser mendigos,

hacer el pan y el lecho con vuestras propias manos

en los tugurios del abandono y la miseria,

y en la mendicidad mirar los días

en una tortura sin pensamientos.

 

Los que no habéis gemido de horror y de pavor,

como entre duras barras,

en los abrazos férreos de una pasión inicua,

mientras se quema el alma en fulgor iracundo,

muda, lúgubre,

vaso de oprobio y lámpara de sacrificio universal:

 

Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso

de esta palabra: ¡UN HOMBRE!

 

 

 

Ítaca

                                          Kavajis K.

 

Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
 

Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

 

 

  1. Complejizando la cultura

 

   2. Un punto de quiebre cultural

 

   3. El arte del saber desear

 

   4.  Conclusión

 

 

 

  1. Complejizando la cultura

 

Acierta el pensador Fabián Sanabria, colombiano y universal, cuando evoca a André Malraux: “La cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo la vida”. (Twett 4 de marzo de 2023).

 

“Y es lo que le falta a Colombia. Porque debemos conjurar la maldición de ser ‘un país que para mostrarse vivo solo deja rastros de muerte’”. (Sanabria, F. Youtu.be/vlyTbZSULY, 4 de marzo de 2023), evocando, también, al pensador, colombiano y universal, Rafael Humberto Moreno Durán.

 

“La cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo la vida”, porque la evolución cósmica, incluida la humana (apenas un puntico insignificante en el universo), vía ensayo-error, no establece dualidades que se excluyen, como la sembrada por Parménides, entre la vida tal como es (que para su cosmovisión es una vulgar ilusión) y el SER, ALGO mejor que la vida, el más allá de lo físico, la verdadera realidad, según el programa metafísico y su sentido común.

 

En la evolución cósmica, en la que “nadie se baña dos veces en las aguas del mismo río”, en el devenir de la transformación permanente, en el que lo único que permanece es el cambio, la cultura, en la muerte, es vida, por cuanto esa muerte es subsidiaria de la vida, igual que el amor, el futbol, el conocimiento, la tierra, marte, etc., etc., es decir, la vida se erige como el centro gravitacional.

 

Mientras en la línea evolutiva de la transformación permanente de Heráclito, el centro es la vida, y todo se subordina a ella para enriquecerla integralmente, en la línea negacionista de la transformación permanente, la de la inmutabilidad de Parménides, y la de las élites y el ethos cultural colombiano, como tendencia general, el centro gravitacional es la muerte.

 

Su centro gravitacional es la muerte, porque la línea de la inmutabilidad de Parménides nace, justamente, del terror a la muerte, que es, ni más ni menos, el terror a la vida, porque la moneda de la vida, su cara, es la moneda de la muerte, su sello. Si, por terror, se rechaza su sello, también, por ese mismo terror, se rechaza su cara.

 

Y, si, el programa metafísico de Parménides, Sócrates, Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, etc., etc., pone en su centro la búsqueda de ALGO mejor que la vida, es porque busca una moneda con una sola cara, con la cara de las rosas, pero sin el sello de las espinas, es porque, obsesivamente, quiere encontrar la vida eterna.

 

Y la moneda de la vida eterna es una moneda que viene con un solo lado, con su cara, sin su sello. Es decir, es una moneda que, realmente, no viene, que no existe, por fortuna, porque, por fortuna, toda moneda, siempre tiene dos caras.

 

Uno de los avances incipientes de la incipiente transformación cultural colombiana, representada en la expansión y profundización de sus ciudadanías libes, responsables, democráticas es el puente de ontología del lenguaje (Echeverría R.) estructurado con el ethos cultural de la línea de la inmutabilidad, representada, especialmente, por sus ideologías fuertes, puente que excluye las violencias físicas y simbólicas, que no la vehemencia y otros valores del lenguaje ontológico.

 

Que al excluirlas pone en cuestión el determinismo marxista de “la violencia es la partera de la historia”, como lógica cultural a perpetuidad.

 

Si “la cultura es lo que, en la muerte continúa la vida”, es porque, en la línea de la transformación permanente “las cosas son así, pero podrían ser de otra manera” (Muñoz J.A.). “La violencia es la partera de la historia”, pero, dados unos ejercicios de poder, cada vez más, fundamentados en la sinergia de la ciencia, la filosofía y el arte, pudiera no serlo.

 

En principio, habrá menos violencia física y más violencia simbólica. Después, la violencia física será marginal, y, por expansión y profundización de las ciudadanías libres, responsables, democráticas, la violencia simbólica tenderá a disminuir, sostenidamente.

 

El partero de la historia será, entonces, el pensamiento, el conocimiento científico, filosófico y artístico, su sinergia.

 

Tal vez sea ya, el caso de países como Noruega, Suecia, Dinamarca y afines. Todo ello porque, en el camino hacia Ítaca, la meta ideológica (el becerro de oro y su codicia, por ejemplo) se va diluyendo, porque “…Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.”.

Esa sabiduría que ya no busca a Ítaca, la meta, sino las Ítacas, el camino, los caminos de la transformación permanente, entiende que no hay que cuestionar el qué (lo que es) sino el cómo. “La religión es el opio del pueblo” (Marx C.). La religión no es el opio del pueblo, la religión y los mitos son, están ahí. Llegaron cuando llegó, evolutivamente, la especie humana.

Por supuesto, no hay que desaprovechar los muchos granos de la obra de Marx y del marxismo, sobre todo, del heterodoxo. Lo mismo se puede decir de las obras de Freud y de Nietzsche, también, pensadores de la sospecha. Y, ni más faltaba, lo mismo se puede decir de muchos otros sospechadores y sospechadores. Como con el hambre del estómago, entre más variedad de alimentos, la nutrición fisiológica se cualificará, con el hambre de conocimiento y de espíritu, entre más variedad de granos de la cultura de la sospecha rumie, mejor se vive.

El problema, no está, entonces, en el qué sino en el cómo. Muchos mitos (Campbell J.) y religiones politeístas establecían lógicas ideológicas y sabias que armonizaban la especie humana con la naturaleza, muy distantes del antropocentrismo, del Antropoceno de las ideologías religiosas monoteístas, y, muy cerca de cosmogonías en la que todo está conectado con todo.

Como se ha expuesto, la línea de la inmutabilidad de Parménides, de las élites y del ethos cultural colombiano, erigen la muerte como su centro gravitacional porque buscar, obsesivamente, una moneda con una sola cara es buscar la nada, y aquí la nada es la muerte.

 

Sin embargo, incluso, en religiones monoteístas como la cristiana, el exasesor del Vaticano, el sacerdote Pablo D’ors expone tesis heterodoxas sobre el cristianismo, en el esfuerzo del Papa Francisco por adaptar el catolicismo a una época cada vez menos espiritual.

Dichas tesis y otras muchas afines, del catolicismo, del protestantismo y de otra pluralidad de versiones cristianas (que representaron por siglos la línea de la inmutabilidad de Parménides) constituyen puentes ontológicos valiosos que conectan sinérgicamente con la línea de la transformación permanente.

En ese dialogo ontológico, desatado y consolidado por las ciudadanías libres, responsables, democráticas, de las cuales, los coordinadores en dirección, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidente Francia Márquez, son sus líderes más visibles, entre la línea de la transformación permanente y la de la inmutabilidad, debilitadas las espuelas ideológicas, la moneda del buscar ALGO mejor que la vida (el Ser, lo eterno), su cara, pierde brillo en su intensidad fanática.

Y, como resultado del diálogo con la palabra sabia, las ideologías fuertes se debilitan, y en su arcoíris tenue, la moneda del más allá, su cara, va teniendo su sello, el más acá, reconciliando, de alguna manera, la filosofía de Heráclito con la de Parménides. Se va perfilando en esa relación dialógica una sospecha con lo extremo, con los fanatismos, un “ni tanto que queme el santo ni poco que no lo alumbre”, además de querer con menos obsesión el más allá, se comienza a querer, incipiente, tenuemente, el aquí (el sentido de la tierra) y el ahora (el presente), la vida tal como es.

 

La codicia y la violencia, valores caros a las ideologías fuertes, a la línea cultural de la inmutabilidad, son corazón y pulmones de la era del Antropoceno, y, dirigen la especie humana hacia su propia extinción ( que se conozca, primera especie viva, que va cavando, por si misma, su propia tumba) y la de incontables manifestaciones vitales. Y todo ello, por una fijación mórbida, sociopática en el más allá.

Una moneda en la que su cara es el más allá, y su sello el más acá, debilita las ideologías fuertes, y, por tanto, debilita la codicia y la violencia, y afirma el sentido de la tierra.

La rebaja, nada tímida, en las tasas de interés de las tarjetas de crédito por Bancolombia, el grupo AVAL, Davivienda y las tasas de interés del Banco Agrario, y otros bancos, son la cara y la contracara de una codicia cultural que empieza a ceder.

La disminución tímida (de acuerdo con informaciones oficiales) en los índices de violencia política y no política, asociada a la dinámica de los cultivos ilícitos y la minería ilegal, son la cara y la contracara de una codicia cultural que empieza a ceder. Los dos son indicadores, botones de muestra nada deleznables.

La línea de la inmutabilidad de Parménides, del ethos cultural colombiano y de sus élites, como tendencia general, ha hecho y hace de Colombia un país en el que, “para mostrarse vivo solo deja rastros de muerte”.

 

Para seguir atenuando esa sociopatía, esa contracultura, en la que, en la vida continúa la muerte, e ir haciendo menos precaria la cultura, en la que, en la muerte la vida continúa, las coordinaciones en dirección, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidente Francia Márquez, ejercen su labor con sindéresis, con sabiduría, atendiendo la crítica a los muchos errores que se cometen y aprendiendo en el día a día de la acción de la ciencia administrativa, poniendo el observador, y acometiendo los aprendizajes transformadores pertinentes.

 

En la misma dirección y siguiendo la partitura (muy seguramente, se enriquecerá integralmente cuando se apruebe el plan de desarrollo 2022-2026) de Gustavo y Francia, el programa de gobierno del Pacto Histórico complementado, la mayoría de los ministerios están poniendo sus granos, sus gravas.

 

Los vagones remolque de todo el equipo ministerial corresponde,  a los ministerios más estratégicos en esta época de cambios, de reformas; el Ministerio de Hacienda con su sabiduría económica y cultural está garantizando la estabilidad macroeconómica, y el fuelle financiero, para expandir y profundizar un orden productivo responsable que concilie crecimiento económica y mitigación y adaptación al cambio climático.

 

Para ello, la reforma tributaria aprobada y su ejecución sabia y valiente (asumir riesgos con cautela), además de otras creatividades, es un desafío, que, con toda seguridad, estará signado por la efectividad, es decir, por la suma de eficiencia (optimizar el uso de los recursos económicos) y la eficacia (optimizar el logro de los objetivos, de las metas, esto es, el largo camino a las Ítacas). Todo ello, asumiendo como sagrado el interés público.

 

Con el mismo talante sabio, ha ejercido sus responsabilidades el Ministerio de Relaciones Exteriores, cuya efectividad suma, transversalmente, al muy complejo y ambicioso (no codicioso) proceso de la Paz Total, a los Ministerios de Comercio Exterior, de Educación, del Medio Ambiente, de Agricultura, de Justicia, de Defensa, de Salud, de TIC’S, al Laboral, etc., etc., incluyendo instituciones no ministeriales.

Tampoco ha desentonado el Ministerio de Agricultura en sus formulaciones y ejecuciones administrativas, con el millón de hectáreas entregadas ya, al campesinado, además de que, como sector social, haya sido incorporado a la constitución, un olvido ignominioso, aunque, como dice el dicho, “más vale tarde, que nunca, compadre”. Por supuesto, su gran desafío heroico es gestionar, dentro de sus responsabilidades inherentes, es que las tierras entregadas se conviertas en rentables y responsablemente productivas.

El trabajo juicioso, sabio y cuidadoso del Ministerio de Defensa, además de contagiarse de la virtuosidad de su excelente ministro, es estratégico, es vagón remolque para que Colombia, “su cultura sea lo que, en la muerte continúe la vida” y no la triste y cruel geografía contracultural “en la que, para mostrarse vivo va dejando rastros de muerte.”.

El ejercicio de poder en el  Ministerio del Transporte constituye una experiencia sugestiva, que pudiera profundizar y expandir la conciliación enriquecedora de  la línea de Parménides con la línea de Heráclito, al gestionar que los partidos tradicionales se muevan de la moral del interés particular y codicioso a la ética de mayoría de edad cultural (los pies de la política), a la ética del interés público, asumido como sagrado, que no, de manera fundamentalista.

Implica la entrada, así, del conjunto de la nación, en una auto-reflexión colectiva, generalizada, incluidas, por supuesto, las élites, el congreso, el ejecutivo, el poder judicial, la fiscalía, la procuraduría, etc., etc., que pudiera conducir a que se vaya cuestionando, por las crueldades y miserias que gestionan, la politiquería y  su ética de minoría de edad cultural, del todo vale, como siamés cultural tricéfalo: la violencia, la corrupción y sus consecuentes, desigualdad e ignominias variopintas.

Todo ello en el marco del propósito del gran acuerdo nacional de responsabilidades sobre lo fundamental (Gómez Hurtado A.), para gestionar mayor efectividad integral en esta época de cambios.

Mientras se va tejiendo dicho acuerdo, con especial filigrana, por su muy alta complejidad, que no imposible, las decisiones que determinaron los cambios en los Ministerios de Educación, de Deportes y de Cultura, pareciera corresponder, no a acuerdos con los partidos políticos de la coalición de gobierno, sino a la puesta del observador, a partir de las acciones directivas en dichos ministerios, para evaluar su efectividad integral (en lo estrictamente de experticia técnica y en todo el alcance de la ética de lo público, asumido como sagrado).

Probablemente, de evaluaciones críticamente rigurosas, el observador directivo del ejecutivo gestionó el aprendizaje transformador y produjo los cambios.

En ese contexto, es saludable no soslayar la sugerencia respetuosa y lúcida de Sanabria F., al presidente Gustavo Petro, en el sentido de gestionar que la nueva dirección del Ministerio de Cultura lidere y transversalice (con especial efectividad), la gestación, desarrollo y consolidación de “una cultura en la que, en la muerte continúe la vida”.

Ello implica una partitura teórica, científica, filosófica y artística que insufle, en la diversidad artística que se cultive, el espíritu filosófico, es decir, educativo de que “en la muerte continúe la vida”, en una cultura de la vida para ir urdiendo en el camino de la transformación permanente, de las Ítacas, una potencia mundial de la vida.

Para ese reto titánico, las sinergias con los Ministerios de Educación (alta y profundamente precarizado),  de Ciencias (una institución bebe que nació corporativizada, honrando el interés particular; que los solitos los comience a hacer, asumiendo el interés público como sagrado, que supere una ciencia de aves de corto vuelo, como tendencia general), de Deportes (igualmente, una trama clientelista que debe ser desmontada, gradual y firmemente, con sabiduría, para que el interés público de una sociedad reine, creciendo integralmente, en lo físico-deportivo, en lo cognoscitivo y en lo espiritual).

 

En esa línea de análisis, la serie de hechos anómalos, por decir lo menos, en el entorno de la familia del presidente Gustavo Petro, especialmente, por los ejercicios de poder de su esposa, Verónica Alcocer, de su hermano, Juan Fernando Petro y de su primogénito, el diputado Nicolas Petro, ejercicios que, no pocas veces, menoscaban el interés público, tan caro y tan sagrado en su convicción íntima y en su coherencia consistente, al mandatario colombiano.

Esa serie de hechos sombríos, por lo pronto, mientras la justicia, ojalá con la cancha no inclinada, procede para llegar a cosa juzgada, definiendo si la presunción de inocencia es corroborada o no, constituyen una oportunidad de diamante, única, en la historia republicana de Colombiana, para volver favorable lo desfavorable, para, sumados a los saltos cualitativos, por el ir de menos a mas, a los aprendizajes críticos de los desaciertos y sus aprendizajes transformadores, gestionar un punto de quiebre cultural.

Un punto de quiebre cultural que vaya desestructurando la contracultura que, “para sentirse viva, va dejando rastros de muerte”, y la estructuración de “una cultura en la que, en la muerte continúe la vida”. Esa dinámica de desestructuración-estructuración, propia de la línea de la transformación permanente de Heráclito, serán los rieles sobre los cuales caminarán los trenes que irán llevando a la nación colombiana por los caminos de las Ítacas, los retadores senderos de la Colombia potencia mundial de la vida.

 

 

     2. Un punto de quiebre cultural

 

El poema Un hombre, del enigmático, celebrado y denostado poeta colombiano, Porfirio Barba Jacob, pareciera reflejar, en parte, las urdimbres determinantes de la contracultura colombiana de la muerte (si se sigue el enfoque conceptual propuesto por Sanabria F.), tejida por ideologías fuertes, con sus autoritarismos y violencias como columna vertebral de su economía y de su cultura, en tanto tendencia general.

 

Como tendencia general, pues, hasta hace poco, era de aceptación casi unánime uno de sus motores: “la letra con sangre entra”, para ubicar uno de sus muchos botones de muestra.

 

Una de las consecuencias, en una de sus organizaciones sociales, la familia es que fue modelada por los autoritarismos y violencias de esas ideologías fuertes.

 

Se gesta, a partir de ese modelo autoritario y violento, un tipo de familia monolítica en el que las relaciones derivan de verticalismos, no cuestionables, a no ser que se quisiera sufrir el disciplinar de la reglas, los látigos, las correas, el puñal, el machete o el arma de fuego. Como excepción a la regla, emergen familias reguladas por la autoridad: “ayudar a crecer integralmente, desde la fuerza del pensamiento, de la filosofía, la ciencia y el arte, y no desde la razón de la fuerza, de las violencias físicas y simbólicas.”. (Savater F.).

 

Para ello, se pudiera analizar los entornos familiares del expresidente Álvaro Uribe, del expresidente Duque, regulados por el autoritarismo y sus violencias, la regla, frente al entorno familiar del expresidente Juan Manel Santos, muy posiblemente, regulado por la autoridad, la excepción que la confirma.

 

De ese contexto autoritario, violento, para las mayorías sociales, que están por debajo del segmento dominante de las élites, surgen dinámicas familiares de migración, disgregación, desplazamientos, exilios, etc., que implican paisajes culturales variopintos, variantes de las familias monolíticas, la regla, y de las familias fundamentadas en la autoridad, la excepción que la confirma.

 

De esas variantes, aparecen regulaciones familiares, por las disgregaciones que obliga la cultura colombiana de ideologías fuertes a los imperativos de la sobrevivencia primaria del conjunto de la sociedad, en las que se experimenta mixturas entre la línea del autoritarismo y sus violencias, y la línea de la autoridad y su fuerza del pensamiento científico, filosófico y artístico.

 

Por supuesto, esa variedad enriquece la cultura, al mismo tiempo que nos desnuda, como se está viendo con el alborozo de una parte considerable de la sociedad colombiana y de sus élites de ideologías fuertes, por el fundamentalismo autoritario del presidente salvadoreño, Nayib Bukele, cuyo símbolo es la cárcel de máxima seguridad, recién estrenada, con capacidad para 40000 reos, o más.

 

Fundamentalismo que muestra jóvenes rapados y desnudos, en trance de ser devueltos a la placenta materna-paterna, en una infantilización cruel e ignominiosa, que no sólo corta las alas de las aves de corto vuelo de esos jóvenes y de la cultura, en general, sino, que, seguramente, significará una paroxismo de la contracultura en la que, en la vida continúa la muerte, muertos en vida como hubo millones en la Alemania nazi y en la Unión Soviética estalinista.

 

Las consecuencias que describe, con fino olfato sicológico y sociológico, Franz Kafka, en Carta al padre, de un autoritarismo típico, se quedan bien cortas frente al frenesí autoritario de Bukele, porque una vida sin alas, la vida que él propone y ejecuta, es un viaje sin Ítaca, la meta, lo menos, sin las Ítacas, el camino, lo peor. Es una vida sin camino, una vida que no hace “camino al andar”, como quería Antonio Machado, como quería y quiere Joan Manuel Serrat, el  cantante y poeta catalán.

 

En cambio, de la mixtura familiar entre la línea del autoritarismo y sus violencias, y la de la autoridad y su fuerza del pensamiento, con sus disgregaciones variopintas, aparecen familias, que, por sus contradicciones diversas, debido a su carácter no monolítico, en sus tensiones, terminan enriqueciendo integralmente la cultura.

 

Una de ellas está representada en la familia del presidente Gustavo Petro, en la que no se cortan las alas de corto vuelo, sino que, por su disgregación, los individuos que la integran, van construyendo, cada uno, a su manera, su propia epistemología de sobrevivencia, de manera fortuita, por las experiencias singulares que van teniendo.

 

Unos resultan buscando obsesivamente su Ítaca, para seguir siendo siempre ave de corto vuelo. Parece ser el caso de Nicolas Petro, a quien, seguramente, el becerro de oro y su codicia, por diversas razones, termino obnubilando.

 

Otros buscan obsesivamente las Ítacas, pero lo hacen desde una economía emocional, por el ansia de primar (Cioran E.M.), común a todos los humanos, que termina confundiendo echar una mano con la envidia y odio cainicos (Gutierrez R.) que vamos rumiando, muy inconscientemente, frente al integrante familiar, que, por las razones que sea, más se destaca.

Ese parece ser el caso de Juan Fernando Petro, a quien, posiblemente, un narcicismo refractario al actor de reparto pareciera no permitirle abandonar sus alas de corto vuelo, y entre más “ayuda”, más obstruye, más menoscaba. Los dos, Nicolas y Juan Fernando, parecieran estar honrando el interés particular, la politiquería y sus pies, la ética de la minoría de edad cultural, la ley del todo vale.  Algo que no deberían soslayar los demás integrantes de la familia.

 

Pero, de quienes buscan obsesivamente las Ítacas, el camino, hay unos que se toman muy en serio su obsesión por aprender  del camino, los muchos conocimientos (la erudición) y las pocas sabidurías (usarlos para vivir mejor, para una vida buena), pasando de las alas de corto vuelo a las de la paloma, coqueteando de cerca con las del águila. Ese pareciera ser el caso del presidente Gustavo Petro.

 

Tres personas distintas y no un solo Dios verdadero, como en las familias monolíticas. No, tres personas distintas, cada una con su Dios, con sus dioses.

 

En los dos primeros casos, las pulsiones emocionales, conducen, pareciera, a que los pies de su “política”, de su politiquería, sea la ética de minoría de edad, del todo vale, de la primacía del interés particular. En el segundo caso, y lo ha demostrado, con muchos y encomiables botones de muestra, la fuerte convicción íntima, emocional, es la política, y sus pies, la ética de mayoría de edad cultural, la ética de asumir lo público como sagrado.

 

Como “la palabra convence y el ejemplo arrastra”, dada la enorme carga simbólica que representa la dignidad de la presidencia y la vicepresidencia de la república de Colombia, mucho más, en un país presidencialista, dado que las tensiones la disgregación de la familia Petro se han hecho públicamente visibles, lo desfavorable puede ser convertido en favorable.

 

Lo desfavorable se vuelve favorable, sí, a las acciones acaecidas, con sus aprendizajes primarios y secundarios, el observador, los observadores someten a crítica rigurosa dichas acción, su lógicas de poder, en las líneas de tiempo, y piensan y ejecutan los aprendizajes transformadores resultantes, en el presente caso, como oportunidad de diamante a no desperdiciar, pues las “oportunidades las pintan calvas”.

 

Se puede traducir en un punto de quiebre cultural si se entiende la enorme carga simbólica de este diamante histórico. Si se entiende, cómo la carga del ejemplo del presidente Gustavo Petro, de, reviviendo el sentimiento trágico de Antígona, la tragedia de Sófocles, de no poder hacer síntesis, en este caso, entre la convicción íntima de asumir como sagrado el interés público y optar, con total determinación, por él, y el apartarse, totalmente, también, de intervenir en los avatares del amor filial, en los intríngulis de los procesos judiciales de Juan Fernando y Nicolas.

 

Así, el presidente Gustavo, al optar, decididamente, por el interés público, por ejercer su ética de mayoría de edad cultural, y “traicionar” a su menor de edad cultural y su interés particular, los extravíos del hermano y el primogénito, con el desgarre emocional que ese sentimiento trágico comporta, pero, también, con el crecimiento integral, espiritual que deriva, tribulación y felicidad, al mismo tiempo, pudiera, el presidente Gustavo, como coordinador en dirección, al lado de la vicepresidente Francia Márquez, gestionar la profundización y expansión de transformaciones que ya están en curso.

 

Por ejemplo, que esos y esas “espartanos” y “espartanas”, en el segmento que sigue a las líneas rojas, en una metáfora afortunada del presidente Gustavo Petro, representados por la vicepresidente Francia Márquez, por el Director de la SAE, Daniel Rojas, por el Director de la UNP, Augusto Rodríguez,  por la Directora de Prosperidad Social, Cielo Rusinque, por los ministros y ministras Carolina Corcho, José Fernando Ocampo, Iván Velásquez, Cecilia López y otros y otras, por los Senadores Iván Cepeda, Wilson Arias, Alexander López, Aida Avella, Catherin Miranda, y otras y otros, por los representantes David Racero, Gabriel Parrado y otras y otros, y por el mismo presidente Gustavo y muchos otros y otras, pudieran llegar a ser no la excepción que confirma la regla sino la regla misma, si se entiende que “la chispa nace de la obstinación” (Cioran E.M.) y que “la palabra convence pero el ejemplo arrastra”.

 

Que el fértil ejemplo que representan todos esos “espartanos” y “espartanas” del pensamiento y de la valentía, muy, pero muy distintos del espartano Nayib Bukele, cunde si, al optimizarse la teoría comprensiva que orienta el programa de gobierno del Pacto Histórico complementado, se afinan la ciencia administrativa y las metodologías de selección del talento humano, teniendo como criterio eje la idoneidad, en términos del arte del saber desear, del principio de efectividad integral con el interés público, esto es, la selección de experticias, solventes en lo estrictamente técnico y en el cumplimiento de la ética pública, asumida como sagrada.

 

     3. El arte del saber desear

 

Las sinergias entre la ciencia, la filosofía y el arte conducen al conocimiento conceptual (los textos orales, escritos y otros) y al conocimiento perceptual (las acciones, las vivencias, los con-textos). (Deleuze G.).

 

Para expandir y profundizar la conciliación entre la línea de la transformación permanente  y la de la inmutabilidad, la del no cambio, hay que gestionar la profundización y la expansión del conocimiento conceptual y del perceptual, los cuales, a su vez, conducen al conocimiento universal (el zorro) y el conocimiento especializado y superespecializado (el erizo), un colibrí que va a la variedad, de flor en flor, y un pájaro carpintero, el profundizar al máximo, hasta donde se pueda, cada flor.

 

Para ello se parte de la especulación científica, filosófica y artística (lo que intenta hacer el presente texto) y se llega a las experticias fuertes en el conocimiento especializado o superespecializado, y a algunas experticias débiles, en el conocimiento universal; todo ello, para comprender mínimamente el bosque, un todo determinado, y comprender, mínimamente, también, la función básica de cada árbol y plantas, en general, dentro de las tramas sinérgicas del bosque, por cuanto, todo está conectado con todo.

 

Pues bien, como tendencia general, los “espartanos” del pensamiento y la valentía, son personas bien estudiosas del conocimiento conceptual y perceptual, son universales, y mínimamente especializados o más especializados.

 

Ello implica, para gestionar el punto de quiebre cultural propuesto, expandir y profundizar una disciplina de estudio permanente, en el cultura de la vida, “en la que, en la muerte continúe la vida”, retos maravillosos para los Ministerios de Cultura, de Educación, de TIC’S, del Medio Ambiente y, en no menos medida, para las ciudadanías libres, responsables, democráticas.

 

Una disciplina rigurosa de estudio, de esfuerzo persiste y aprendizaje permanente, de 0 a siempre, que gestione un salto cualitativo, en cantidad y calidad de la población, por decirlo de alguna manera, “espartana”, cada vez más personas, mujeres y hombres, sabiamente universales, responsablemente especializados y superespecializados, con consistente y coherente criterio de lo público como valor sagrado.

 

Que ese fenómeno de aprendizaje transformador se vaya volviendo regla en presidencia, en vicepresidencia, en los ministerios, en el congreso, en la fiscalía, en la procuraduría, en la defensoría del pueblo, en las ciudanías libres, responsables y democrática, supone, que, gradual, lenta y firmemente, se volverá, también regla, en todo el conjunto de la nación, como tendencia general, pues, siempre, toda regla tiene su excepción que la confirma.

 

Ese camino a las Ítacas, en una cultura, en la que, “en la muerte continúe la vida”, es el viaje heroico de la sociedad toda, en la Colombia, potencia mundial de la vida.

 

       4. Conclusión

 

 

Después de un poco más de 7 meses, los coordinadores en dirección, el presidente Gustavo Petro y la vicepresidente Francia Márquez, mueven los palitos que orientan la partitura comprensiva del gobierno del Pacto Histórico, 2022-2026, partitura que va de menos a más, y, de eso se trata, de ir de menos a más.

 

Pero, profundizar y expandir ese ir de menos a más, implica que los “espartanos” y “espartanas” del pensamiento y la valentía sumen, primero, y se multipliquen, después, para, aprovechando la oportunidad de diamante en curso, se gestione y fortalezca el punto de quiebre cultural que supone expandir y profundizar “la cultura en la que, en la muerte continúe la vida”-

 

Y, por fortuna, el palo está para cucharas.

 

A.M.R.

Se han estado presentando sismos en el país y en otros lugares de Latinoamérica, el 18 de marzo, por ejemplo, en Ecuador. Es una realidad, vivimos en una zona geológicamente compleja, la cordillera de los Andes, los volcanes, el cinturón de fuego del pacífico, en fin, en cualquier momento, como en años pasados, podemos volver a sufrir una catástrofe. Con base en ello es que, en esta oportunidad, les presentamos este artículo:

 

 ¿Cómo reaccionamos ante una catástrofe?

Por: Estrella Burgos.

Cuando tengas en tus manos esta edición habrán pasado menos de dos meses de los sismos de septiembre en nuestro país, el del día 7 y el del 19. Los edificios que no se derrumbaron, pero están seriamente dañados empiezan a ser demolidos y ya está iniciándose la reconstrucción. Pero muchas personas todavía viven en albergues o en la calle, junto a sus viviendas afectadas, por temor a que les roben sus pertenencias o porque no tienen adónde ir.

Es demasiado pronto para saber si quienes vivieron el trauma de los sismos se recuperarán psicológicamente por sí solos o van a requerir ayuda profesional. Esto lo dice el doctor Omar Torreblanca, investigador de la Facultad de Psicología de la UNAM. En entrevista, nos explica que la respuesta social predominante ante catástrofes es, en primer lugar, el estupor, y después el miedo colectivo, la sensación de que la propia vida está en riesgo. Pero en lo individual hay una gran diversidad de respuestas, pues esto depende de numerosos factores.

 

Torreblanca, quien cita una investigación española de la psicóloga Itziar Fernández y colaboradores, destaca las diferencias del impacto psicológico dependiendo de dónde estuvimos cuando ocurrieron los sismos. En el estudio de larespuesta humana a un desastre —ya sea un terremoto, un huracán, un accidente nuclear o un conflicto bélico— se identifican cuatro zonas principales: la zona de impacto central, que es donde se presenta la mayor cantidad de fallecimientos, heridos y daños materiales; la zona de destrucción, en donde hay menos muertos y heridos pero predomina la destrucción; la zona marginal, en la cual no hubo daños pero se suspendieron servicios como el teléfono, el agua o la luz; y la zona exterior, en la que no ocurrió nada pero que es desde donde la gente empieza a ir a la zona siniestrada para ofrecer su ayuda.

De acuerdo con el psiquiatra Miguel Otero Zúñiga de la Facultad de Medicina de la UNAM, quien impartió una conferencia sobre el tema en Universum, Museo de las Ciencias, a principios de octubre, otros factores que influyen en la respuesta individual ante una catástrofe —cuando ésta sucede y en las horas, días y semanas siguientes— son: la edad, las experiencias previas, el apoyo que se tenga de otras personas y los antecedentes de salud física y mental.

 

El término clave para entender nuestras reacciones, señala Omar Torreblanca, es el estrés: “Hay un estrés normal que nos permite adaptarnos a los peligros, hacer frente a las amenazas. Ese estrés implica un desgaste para el organismo, que reacciona con todo el sistema nervioso autónomo, que a su vez controla las funciones viscerales”. En segundos nuestro organismo se prepara para huir o combatir la amenaza: el corazón late más rápido, los músculos se tensan, llega más oxígeno a todo el cuerpo. Pero estamos expuestos a estresores continuamente, mucho más en caso de un desastre y sus secuelas, y si no desarrollamos mecanismos compensatorios, nos podemos enfermar física y mentalmente.

Otero Zúñiga se refiere a una “ecuación” que permite estimar cualitativamente el daño que causa el estrés (y que puede verse arriba).

 

¿Cómo defendernos del estrés? La propia ecuación ya lo apunta y por fortuna es mucho lo que podemos hacer. El Dr. Otero recomienda que aprendamos a “apagar” los estresores. Un ejemplo es darnos un descanso de las noticias relacionadas con desastres. Y para las personas cuyo riesgo es más alto, como los rescatistas, los médicos, enfermeros y bomberos, es muy importante que se tomen descansos alejándose temporalmente de la situación. Otras recomendaciones son aprender a hacer respiración abdominal —dos o tres veces al día—, como hacen los practicantes de yoga, meditar, hacer relajación muscular y ejercitarse regularmente. Y, desde luego, alimentarse, dormir bien y evitar el consumo de tabaco, alcohol y drogas. También es clave cultivar las relaciones sociales y familiares. Otero Zúñiga hace énfasis en que todas estas medidas deben seguirse cotidianamente, aunque ya haya pasado el acontecimiento desastroso. De hecho, el hacerlo nos dará además herramientas para afrontar situaciones catastróficas que pueden presentarse en el futuro.

  • Síntomas del estrés:

Psicológicos: Cognitivos. Problemas de memoria, indecisión, incapacidad para concentrarse, preocupación, pérdida de objetividad, miedo anticipatorio. Emocionales. Mal humor, agitación (aumento de la actividad motriz), inquietud, irritabilidad, impaciencia, incapacidad para relajarse, sentimientos de tensión, infelicidad, soledad y aislamiento, depresión y ansiedad. Conductuales. Comer poco o en exceso, dormir poco o en exceso, autoaislamiento, tendencia a retrasar las tareas o las decisiones, desatender las responsabilidades, consumir alcohol, tabaco o drogas.

  • Físicos: Dolor de cabeza, de espalda, tensión muscular, diarrea o estreñimiento, náuseas o sensación de mareo, insomnio, dolor de pecho, palpitaciones, taquicardia, ganancia o pérdida de peso, sudoración abundante, y muchos más.

Daño = tipo de amenaza + vulnerabilidad personal / recursos de protección + autoestima + soporte social

Fases de una respuesta psicológica

 

Una aportación central de los investigadores Itziar Fernández, Carlos Martín y Darío Páez, de las universidades del País Vasco y de Deusto, España, es haber descrito, en 2004, las etapas de respuesta psicológica ante los desastres en un trabajo titulado “Emociones y conductas colectivas en catastrofes” que puede consultarse en la red en el sitio Research Gate.

 

Fases previa y de alerta

En la fase previa es frecuente que tanto las autoridades como la población en general minimicen la amenaza. Cuando las personas no tienen alternativa, viven en lugares peligrosos y tienden a no hablar del riesgo que corren. La fase de alerta está delimitada entre el anuncio del peligro y la aparición de la catástrofe. Hay un comportamiento de indiferencia aparente, con resignación o negación del peligro, dando prioridad a la actividad cotidiana.

 

Fases de choque y de reacción

La fase de choque es breve y brutal, se presentan la conmoción, la inhibición y el estupor. Hay alteración del ánimo, sensación de irrealidad y suspensión de las actividades. La fase de reacción, que implica intentos de huir del lugar, es muy breve y no sobrepasa, generalmente, unas horas.

 

Fases de emergencia y de resolución

La fase de emergencia tiene dos etapas: a) dos o tres semanas después de la catástrofe, hay ansiedad, intenso contacto social y pensamientos repetitivos sobre lo ocurrido; b) de tres a ocho semanas después hay inhibición al hablar sobre lo ocurrido, se desea hablar de las propias dificultades pero no escuchar a los otros., aumenta la ansiedad, las reacciones psicosomáticas o pequeños problemas de salud, se presentan pesadillas, discusiones y conductas colectivas disruptivas.

 

Fases de adaptación y de post catástrofe

La fase de adaptación ocurre unos dos meses después del hecho. Las personas dejan de pensar y de hablar sobre la catástrofe, disminuyen la ansiedad, las reacciones psicosomáticas y los otros indicadores.

 

La fase de post catástrofe se caracteriza por actividades de organización social, entre las que destaca la estructuración del duelo colectivo.

¿Cuánta tierra necesita un hombre?

Por: Leon Tolstoi

Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza.

"Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."

Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.

"Qué te parece -pensó Pahom-. Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."

Así que decidió hablar con su esposa.

-Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar.

Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas, contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.

Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba a su ganado en sus propias pasturas. Cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.

Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una gavilla. Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas. El corazón de Pahom se colmó de anhelo.

"¿Por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".

Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.

Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. 

Podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.

"Si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería independiente, y no sufriría estas incomodidades."

Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.

-Sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.

"Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. Debo probar suerte."

Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros presentes, como el vendedor les había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.

En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno del visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron buscar y le explicaron a qué había ido Pahom.

El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a Pahom:

-De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en abundancia.

-¿Y cuál será el precio? -preguntó Pahom.

-Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.

Pahom no comprendió.

-¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?

-No sabemos calcularlo -dijo el jefe- La vendemos por día.

Todo lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil rubios por día.

Pahom quedó sorprendido.

-Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -dijo.

El jefe se echó a reír.

-¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.

-¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?

-Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí.

Puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. Toda la tierra que cubras será tuya.

Pahom estaba alborozado. Decidió comenzar por la mañana. Charlaron, bebieron más kurniss, comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al punto convenido antes del amanecer.

Pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.

"¡Qué gran extensión marcaré! -pensó-. Puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. Venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes, y contrataré dos peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra, y en el resto criaré ganado."

Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.

-Es hora de despertarlos -se dijo-. Debemos ponernos en marcha.

Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los bashkirs.

-Es hora de ir a la estepa para medir las tierras -dijo.

Los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. Se pusieron a beber más kurniss, y ofrecieron a Pahom un poco de té, pero él no quería esperar.

-Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.

Los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. Pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. El jefe se acercó a Pahom y extendió el brazo hacia la planicie.

-Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes tomar lo que gustes.

A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.

El jefe se quitó su gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:

-Esta será la marca. Empieza aquí, y regresa aquí. Toda la tierra que rodees será tuya.

Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. Se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el rumbo. Todas las direcciones eran tentadoras.

-No importa -dijo al fin-. Iré hacia el sol naciente. Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.

"No debo perder tiempo -pensó-, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."

Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando Pahom, azada al hombro, se internó en la estepa. Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso. Al cabo de un rato cavó otro pozo.

Miró hacia atrás. La loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato. Pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. Estaba más cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. Ahora hacía más calor; miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.

-He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar. Pero me quitaré las botas -se dijo.

Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. Ahora caminaba con soltura.

"Seguiré otros cinco kilómetros -pensó-, y luego giraré a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo. Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."

Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.

"Ah -pensó Pahom-, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. Además estoy sudando, y muy sediento."

Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. Continuó la marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.

Pahom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era mediodía.

"Bien -pensó-, debo descansar."

Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. Después de estar un rato sentado, siguió andando. Al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando: "Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".

Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle. "Sería una pena excluir ese terreno -pensó-. El lino crecería bien aquí.".

Así que rodeó el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. Pahom miró hacia la loma. El aire estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.

"¡Ah! -pensó Pahom-. Los lados son demasiado largos. Este debe ser más corto." Y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el paso. Miró el sol. Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pahom aún no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. Aún estaba a quince kilómetros de su meta. “No -pensó-, aunque mis tierras queden regulares, ahora debo volver en línea recta. Podría alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".

Pahom cavó un pozo de prisa. Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.

"Cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"

Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.

Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. Apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada que usaba como bastón.

"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder. Tengo que llegar antes que se ponga el sol."

El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de morir de agotamiento. Aunque temía la muerte, no podía detenerse. 

"Después que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora", pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.

El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. Estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. Veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo a carcajadas.

"Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese lugar!"

Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma, de pronto oscureció. Miró el cielo.

¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.

"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.

-¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha ganado muchas tierras!

El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡Pahom estaba muerto!

Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.

Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba.

Micrófonos para los agresores.

Por: Ana Bejarano Ricaurte.

Tomado de: https://cambiocolombia.com/los-danieles/microfonos-para-los-agresores

 

Todos los domingos compartimos las columnas de Los Danieles bajo la caricatura que pintó Matador de nuestra plana titular. Cuando cumplí cuatro meses en el proyecto me dibujó a mí también.

 

La semana pasada, por cuenta de una denuncia de Abelardo de la Espriella —ahora cantante de ópera y vendedor de todo tipo de cosas—, El Tiempo decidió despedir a Matador. El exabogado acusaba al caricaturista de haber cometido hace diez años actos de violencia contra su esposa. Por supuesto que De la Espriella no es ningún abanderado de la causa feminista, sino simplemente quiso vengarse de quien se ha burlado con éxito de él.

 

Se debatió en redes sociales sobre la justicia de la sanción, las motivaciones del denunciante y la publicidad que ameritaba o no un caso de hace tanto tiempo. Quien dio a conocer los hechos o sus razones para hacerlo no desvirtúan su gravedad. Y es cierto que Matador ha dibujado en ocasiones parado sobre el machismo, clasismo y racismo, razón que muchas señalaron como una mejor para haberlo sacado. También lo es que ha sostenido una posición que puede resultar incómoda para el dueño del periódico.

 

No creo, como dijeron algunos, que este sea un asunto privado que no merece divulgación. Ese es uno de los dogmas gracias a los cuales sobrevive la violencia contra las mujeres. La provechosa división entre lo privado y lo público sirve de telón que encubre un fenómeno social silenciado, que por supuesto florece cuando estos temas son relegados a la privacidad del hogar.

 

Precisamente por eso convenciones internacionales de derechos humanos, como la de Belem Do Pará, conminan a Estados y periodistas a debatir en público estos temas. Su erradicación depende de su discusión pública, incluso —o especialmente— si ocurre en los espacios que sentimos más íntimos.  

 

El caso de Matador retrata algunas complejidades asociadas a la revelación de estos hechos. Como el de una mujer que denuncia a su esposo, pero después superan los episodios de agresión y no desea que se ventile abiertamente el asunto. Y eso se sopesa con las responsabilidades y veeduría que deben soportar las voces públicas como las del caricaturista.

 

Es un asunto complejo que merece enorme discusión y celebro que esté arribando el momento para hacerlo. Conversamos en el consejo de redacción de esta casa sin techo si entrevistábamos a Matador. Inicialmente consideramos las dificultades de cómo interpretaría la horda radical de las redes sociales —cualquiera de ellas— la invitación al agresor arrepentido, pero pensamos que una entrevista no es una declaración de adhesión ni tampoco un juicio y sentenció Daniel Coronell: “estamos viviendo bajo una dictadura invisible". Por eso decidimos invitarlo, pues el interés público estaría mejor protegido con la divulgación y análisis del tema y no su silenciamiento.

 

Pero es cierto que cuando surgen este tipo de denuncias se siente la presión de enviar al ostracismo inmediato e irrevocable a los acusados. Como si ampliar la discusión y escuchar sus razones fuesen formas de cohonestar con las violencias basadas en género. Y cuán miope e ineficiente puede ser esa estrategia; en especial para el movimiento feminista.

 

Se abren espacios para las víctimas, pero si los victimarios quieren hablar, cae sobre ellos y quienes los escuchen sentencias condenatorias sin proceso. Claro que la habilitación de micrófonos viene con enormes responsabilidades, pero ¿qué bienestar puede resultar de censurar a la otra parte de la historia? Es importante entender por qué los hombres —los principales agentes de esta violencia— acuden a la fuerza, por qué tramitan dificultades familiares o relacionales por esta vía, qué experiencias los llevaron a justificar esas reacciones.

 

Qué bueno sería poder discutir abiertamente con todos los hombres públicos acusados de estas agresiones: con los cineastas, políticos, escritores. Incluso si sirve para exponer en público los prejuicios machistas con los que se justifican. Parte de la vergüenza que sienten las mujeres y las previene de denunciar también está asociada a la ausencia de hombres hablando, reconociendo sus faltas en público o incluso exponiendo a la luz su misoginia. El pacto de silencio del que tanto se habla entre machitos, donde descansan con tranquilidad todas las formas de micromachismos, está también vigente porque cuentan con esa cláusula de confidencialidad.    

 

Creer a las víctimas no es el único ingrediente para la erradicación de esta violencia. En el silencio de quienes la ejercen permanecen intactas las formas en que generacionalmente se renueva y perdura. Y lleva a que nos perdamos muchos otros debates que son sanos y necesarios, como si podemos admirar y celebrar la obra de un agresor, cuáles son los estándares de olvido y cuál es el control que pueden tener las víctimas sobre la publicidad o no de su propio relato.

 

Y, sí, ya sé que ninguna de estas razones cala en las mentes de las absolutas, de quienes no quieren avances ni justicia sino linchamientos, pero olvidan que en esa censura también persiste la violencia.   

LA RACIONALIDAD AXIOLÓGICA ACOTADA Y PLURAL: ECHEVERRÍA Y OLIVÉ

Enrique Pereira

Aristóteles en su obra “La Política” afirmaba que los seres humanos son en esencia animales racionales. Esta idea se basa en que el ser humano tiene la capacidad de pensar, discernir y razonar de manera consciente y autónoma, a diferencia de otras especies. El estagirita consideraba que la razón era la característica que distinguía a los seres humanos de otros animales. Sin embargo, autores como Javier Echeverría y León Olivé argumentan que la racionalidad no es una propiedad exclusiva de los seres humanos, sino que se puede manifestar en diferentes niveles en otras especies animales e incluso en sistemas artificiales.

El objetivo fundamental de estos autores es criticar, en primera instancia, la existencia de un solo tipo de racionalidad; además de censurar la pretensión de que la racionalidad es una propiedad exclusiva o privativa de los seres humanos. En contraposición a esta creencia, en segunda instancia, Echeverría y Olivé defienden, apoyan y promueven las siguientes ideas: en primer lugar, afirman que la razón es una capacidad que los seres humanos han desplegado a través de un proceso evolutivo; en segundo lugar, sostienen que la racionalidad no es una propiedad o característica propia de los seres humanos, puesto que el ser humano no se reduce sólo a la razón, sino que puede ser irracional sin dejar de ser hombre; en tercer lugar, aseveran que no existe un solo tipo de racionalidad, sino que se manifiestan una pluralidad de racionalidades (humanas) y la razón sólo se ejerce en contextos bien delimitados; en cuarto lugar, afirman que no existe una disgregación entre razón teórica y práctica, sino que dicha división debe entenderse únicamente de manera unitaria, dado que el ejercicio de la razón siempre entraña un conjunto de creencias y acciones; en quinto lugar, aseveran que la racionalidad se encuentra supeditada a cuestiones tanto internas como externas al sujeto. Es importante mencionar que los puntos presentados anteriormente se apoyan o sustentan mediante la noción naturaliza de la razón, propuesta que ha sido ampliamente defendida en las últimas décadas.

En su artículo titulado “Dos Dogmas del Racionalismo (y una propuesta alternativa)” Echeverría plantea que a lo largo de la historia del pensamiento se han propagado de manera indiscriminada dos ideas acerca de la racionalidad, que se ven reflejadas en el primer dogma: 1) que la razón es la diferencia específica o una propiedad exclusiva de los seres humanos y 2) que en la época moderna, pensadores destacados elevaron la racionalidad a una posición sacralizada y totalizadora, excluyendo otras facultades consideradas “irracionales”, como la subjetividad, el azar, la incertidumbre, las pasiones, entre otros. Por otra parte, el segundo dogma se ha reflejado “bajo la denominación de racionalidad instrumental, afirmando que la racionalidad se reduce a los medios más adecuados para lograr fines previamente dados” (Echevererría, 2011); mientras que en el caso de la racionalidad maximizadora se afirma que “los medios elegidos han de ser los más eficientes para lograr el fin propuesto” (Echevererría, 2011).

Para contrarrestar los dos dogmas de la racionalidad mencionados anteriormente, Echeverría presenta una alternativa que él denomina “racionalidad axiológica acotada”. Esta propuesta filosófica se enfoca en refutar el primer dogma, argumentando que la razón ha evolucionado gradualmente a través de procesos biológicos. En lo que respecta al segundo dogma, la propuesta de Echeverría se centra en la idea de que “afirmar que la capacidad de razonar depende de la capacidad de valorar” (Echevererría, 2011). En otras palabras, el filósofo defiende que tanto los seres humanos como los animales toman decisiones basadas en valores, ya que incluso las acciones más rápidas e instintivas se basan en una evaluación de los posibles beneficios o perjuicios. No obstante, esta propuesta se opone a la idea de la racionalidad instrumental y maximizadora, ya que, según Echeverría, lo importante no es tanto la finalidad o los medios, sino en la forma en la que valoramos y justificamos tanto los fines como los medios que elegimos. Así, la racionalidad axiológica es anterior a la teleológica, y no se limita a valores éticos, sino que también considera valores epistémicos, tecnológicos, económicos, políticos, religiosos, entre otros, así como valores fundamentales de supervivencia, vida, salud, y fecundidad. La propuesta final del autor se enfoca en una racionalidad axiológica acotada (RAA), cuya hipótesis sostiene que “En cada situación y circunstancia espaciotemporal hay cotas superiores e inferiores de posible satisfacción de cada valor y de sus correspondientes disvalores y contravalores” (Echevererría, 2011).

La propuesta de Olivé contemplada en su artículo “La Razón Naturalizada y la Racionalidad Plural”, se centra específicamente en atacar dos tesis defendidas a lo largo de la historia del pensamiento, a saber: 1) la tesis que afirma que la razón humana es exclusiva de los seres humanos; y 2) la tesis que sostiene que “existe un conjunto de principios universales que orientan las elecciones humanas en cuanto a sus creencias y con respecto a cuestiones teóricas y prácticas” (Olivé, 2011). Olive defiende la concepción naturalizada de la racionalidad, que consta de dos tesis contrarias a las presentadas con anterioridad. La primera sostiene que la razón es una capacidad evolutiva presente en otros seres vivos además de los humanos, aunque la racionalidad tiene un alcance más amplio en los humanos no sólo por razones evolutivas, sino también mediada por factores socioculturales. La segunda tesis defiende que la razón se ejerce en distintos contextos históricos y geográficos. Olive considera que la razón teórica y práctica debe ser entendida como una capacidad unitaria, pues su ejercicio siempre presupone un conjunto de creencias y acciones. Así, pues, debido a las diversas circunstancias y contextos en los que se ejerce la razón, Olivé defiende que no es suficiente justificar una única forma de racionalidad, sino que es más apropiado considerar la existencia de múltiples formas de racionalidad.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

Echevererría, J. (2011). Dos dogmas de la racionalidad (y una propuesta). En A. R. Gómez, Racionalidad en Ciencia y Tecnología: Nuevas Perspectivas Iberoamericanas. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Olivé, L. (2011). La Razón Naturalizada y la Racionalidad Plural. En A. R. Gómez, Racionalidad en Ciencia y Tecnología: Nuevas Perspectivas Iberoamericanas. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Tres relatos cortos de Tolstói

1. La estufa grande

Un hombre tenía una espaciosa casa en la que había una gran estufa; no obstante, la familia de ese hombre no era numerosa: sólo su mujer y él. Cuando llegó el invierno el hombre empezó a encender la estufa y al cabo de un mes ya había quemado toda la leña. Ya no tenía nada que quemar, y hacía frío.

Entonces el hombre se puso a arrancar la cerca del patio, y alimentaba la estufa con esa madera. Cuando quemó toda la cerca, en la casa, que ya no tenía ningún amparo contra el viento, hizo aún más frío, y ya no había nada que quemar.

Entonces se subió arriba, arrancó el tejado y empezó a encender la estufa con esa madera; en la casa hizo más frío aún, y también la leña del tejado se acabó. Entonces el hombre empezó a desmontar el techo de la casa para alimentar la estufa. Un vecino vio lo que estaba haciendo y le dijo: «Pero ¿qué haces, vecino? ¿Te has vuelto loco? ¡Quitar el techo en pleno invierno! ¡Si lo haces os congelaréis los dos!». Pero el hombre dijo: «No, amigo: estoy quitando el techo para encender la estufa. Tenemos una estufa que, cuanta más madera consume, más frío hace». El vecino se echó a reír y dijo: «Bueno, y cuando hayas quemado el techo, ¿derribarás la casa? Entonces ya no tendrás dónde vivir y sólo te quedará la estufa, que estará fría».

«Ésa es mi desgracia –dijo el hombre–. Todos los vecinos tienen leña suficiente para todo el invierno; yo, en cambio, he quemado la cerca y la mitad de la casa y ni siquiera eso ha bastado.» El vecino dijo: «Lo único que tienes que hacer es reformar la estufa». Pero el hombre dijo: «Sé que tienes envidia de mi casa y de mi estufa porque son más grandes que las tuyas; por eso me aconsejas que no rompa nada». No escuchó a su vecino y quemó el techo y luego la casa; y después se fue a vivir entre extraños.

2. Demasiado caro (Relato verídico inspirado en Maupassant)

Existe un reino pequeñito, minúsculo, a orillas del Mediterráneo, entre Francia e Italia. Se llama Mónaco y cuenta con siete mil habitantes, menos que un pueblo grande. La superficie del reino es tan pequeña que ni siquiera tocan a una hectárea de tierra por persona. Pero, en cambio, tienen un auténtico reyecito, con su palacio, sus cortesanos, sus ministros, su obispo y su ejército.

Este es poco numeroso, en total unos sesenta hombres; pero no deja de ser un ejército. El reyecito tiene pocas rentas. Como por doquier, en ese reino hay impuestos para el tabaco, el vino y el alcohol y existe la decapitación. Aunque se bebe y se fuma, el reyecito no tendría medios de mantener a sus cortesanos y a sus funcionarios, ni podría mantenerse él, a no ser por un recurso especial. Ese recurso se debe a una casa de juego, a una ruleta que hay en el reino. La gente juega y gana o pierde; pero el propietario siempre obtiene beneficios. Y paga buenas cantidades al reyecito. Las paga, porque no queda ya en toda Europa una sola casa de juego de este tipo. Antes las hubo en los pequeños principados alemanes; pero hace cosa de diez años, las prohibieron porque traían muchas desgracias. Llegaba un jugador, se ponía a jugar, se entusiasmaba, perdía todo su dinero y, a veces, incluso el de los demás. Y luego, en su desesperación, se arrojaba al agua o se pegaba un tiro. Los alemanes prohibieron a sus príncipes que tuvieran casas de juego; pero no hay quien pueda prohibir esto al reyecito de Mónaco: por eso sólo allí queda una ruleta.

Desde entonces, todos los aficionados al juego van a Mónaco, pierden su dinero y el beneficio es para el rey. Por medio de un trabajo honrado no puede uno construirse palacios. El reyecito de Mónaco sabe que eso no está bien, pero ¿qué hacer? Es necesario vivir. No es mejor mantenerse de los impuestos sobre el alcohol o el tabaco. Así es como vive ese reyecito. Reina, amasa dinero y gobierna, desde su palacio, lo mismo que los grandes reyes. Lo mismo que ellos, se corona, organiza desfiles y paradas, concede recompensas, ajusticia, indulta, celebra consejos, decreta y juzga. Gobierna como los auténticos reyes. La única diferencia es que en Mónaco todo es pequeño.

Una vez, hace cosa de cinco años, hubo un crimen en el reino. El pueblo de Mónaco es pacífico; y nunca había allí sucedido tal cosa. Se reunieron los jueces para juzgar al asesino. En el tribunal había jueces, fiscales, abogados y jurados. Después de juzgarlo, lo condenaron, según la ley, a la última pena, a la decapitación. Presentaron la sentencia al rey. Este la confirmó. No había más remedio que ajusticiar al criminal. La única desgracia es que no hubiese en el reino guillotina ni verdugo. Después de pensarlo mucho, los ministros decidieron escribir al Gobierno francés, preguntándole si podía mandarles la máquina y el verdugo para cortar la cabeza al criminal. Al mismo tiempo, pidieron que los informase, a ser posible, de los gastos que esto supondría. Al cabo de una semana recibieron la contestación: podían enviar la máquina y el verdugo: los gastos ascendían a dieciséis mil francos. Se lo comunicaron al reyecito. Éste meditó largo rato. ¡Dieciséis mil francos!

 

–¡Ese bribón no vale tanto dinero! ¿No se podría arreglar el asunto más económicamente? Para obtener esa cantidad, todos los habitantes del reino tendrían que pagar dos francos de impuesto. Les parecería mucho. Podrían sublevarse –dijo.

Celebraron consejo. ¿Cómo solucionar el problema? Se les ocurrió preguntar lo mismo al rey de Italia. Francia es una República, no respeta a los reyes; en cambio, como en Italia hay un rey, tal vez cobraría menos. Escribieron. No tardaron en recibir contestación. El gobierno italiano les decía que con mucho gusto mandaría la máquina y el verdugo. El total de los gastos, con el viaje incluido, ascendería a doce mil francos. Era más barato; pero no dejaba de ser una cantidad elevada. Aquel canalla no varía tanto dinero. Cada habitante tendría que pagar casi dos francos de impuesto. Volvió a reunirse el Consejo. Pensaron en la manera de arreglar esto de una manera más económica. Quizá algún soldado quisiera cortar la cabeza al criminal, de un modo rudimentario. Llamaron al general.

–¿No habrá algún soldado que quiera decapitar al asesino? Sea como sea, cuando van a la guerra matan; y eso es lo que se les enseña.

El general habló con sus soldados. ¿Quería alguno cortar la cabeza al criminal? Todos se negaron. “No, no sabemos hacer esto; no lo hemos aprendido”, dijeron.

¿Qué hacer? Meditaron mucho, nombraron un comité, una Comisión y una Subcomisión. Por fin hallaron el medio de arreglar el asunto. Había que conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua. De este modo, el rey demostraría su misericordia y al mismo tiempo habría menos gasto. El reyecito se mostró de acuerdo; y resolvieron adoptar esa solución. La única desgracia era que no hubiese una prisión especial donde encerrar al criminal para toda la vida. Había pequeños calabozos en los que se encerraba temporalmente a los culpables; pero se carecía de una buena prisión. Finalmente, encontraron un lugar. Encerraron al criminal y le pusieron un guardián.

Éste vigilaba al delincuente y le traía la comida de la cocina de palacio. Así transcurrieron doce meses. A fin de año, el reyecito hizo el balance de los gastos y de los ingresos. Y se dio cuenta de que el criminal constituía un gasto bastante considerable. En un año había ascendido a seiscientos francos su comida y el sueldo del guardián. El criminal era joven y sano; tal vez viviera aún cincuenta años. No era posible seguir así. El reyecito llamó a sus ministros:

–Busquen el medio de que este canalla nos cueste menos dinero. Así nos resulta demasiado caro –les dijo.

Los ministros se reunieron en Consejo y meditaron largo rato. Uno de ellos dijo:

–Señores, creo que hay que suprimir el guardián.

–El criminal se escaparía –replicó otro.

–Si se escapa, ¡al diablo!

Informaron al rey. Éste se mostró de acuerdo. Suprimieron al guardián y esperaron a ver qué pasaría.

Al llegar la hora de comer el criminal buscó al guardián; y, al no encontrarlo, se dirigió en persona a la cocina de palacio en solicitud de la comida. Cogió lo que le dieron, volvió a la prisión y cerró la puerta tras de sí. Salía a buscar la comida, pero no se escapaba. ¿Qué hacer? Pensaron que debían decirle que no se le necesitaba para nada, que podía irse. El ministro de Justicia lo llamó.

–¿Por qué no se va usted? Nadie lo vigila, puede marcharse libremente: al rey no le parecerá mal.

 

–Pero yo no tengo adónde ir. ¿Dónde quiere que vaya? Me han cubierto de oprobio con la sentencia; ahora nadie querrá tratarme. Me he apartado de todo. Ustedes proceden injustamente conmigo. Eso no se puede hacer. En primer lugar, si me han condenado a muerte, tenían que haberme matado. Aunque no lo han hecho, no he protestado. En segundo lugar, me condenaron a cadena perpetua y me pusieron un guardián para que me trajera la comida; pero no han tardado en quitármelo. Tampoco he protestado. He ido a buscarme la comida personalmente. Ahora me dicen que me vaya; pero esta vez, arréglenselas como quieran; no pienso irme –replicó el criminal.

De nuevo celebraron Consejo. ¿Qué hacer? ¿Qué solución tomar? El criminal no se iba. Después de pensarlo mucho, decidieron asignarle una pensión. Era la única manera de librarse de él. Informaron al reyecito.

–¡Qué le hemos de hacer! Hay que terminar como sea –dijo éste.

Asignaron al criminal una pensión de seiscientos francos y así se lo comunicaron.

–Bueno; si me pagan puntualmente, me iré.

Así se decidió la cosa. Entregaron al criminal la tercera parte de la pensión por adelantado. Este se despidió de todos y abandonó el dominio del reyecito. Viajó sólo un cuarto de hora por ferrocarril. Se instaló cerca del reino, compró una parcela de tierra, puso una huerta y un jardín y vive muy feliz.

En fechas determinadas, va a Mónaco a percibir su pensión. Después de cobrar, entra en la casa de juego y pone dos o tres francos. Algunas veces gana; otras pierde y vuelve a su casa. Vive apaciblemente.

Menos mal que no delinquió en un lugar donde no se repara en gastos para decapitar a un hombre ni para mantenerlo en la cárcel toda la vida.

3. El poder de la infancia

–¡Que lo maten! ¡Que lo fusilen! ¡Que fusilen inmediatamente a ese canalla…! ¡Que lo maten! ¡Que corten el cuello a ese criminal! ¡Que lo maten, que lo maten…! –gritaba una multitud de hombres y mujeres, que conducía, maniatado, a un hombre alto y erguido. Éste avanzaba con paso firme y con la cabeza alta. Su hermoso rostro viril expresaba desprecio e ira hacia la gente que lo rodeaba.

Era uno de los que, durante la guerra civil, luchaban del lado de las autoridades. Acababan de prenderlo y lo iban a ejecutar.

“¡Qué le hemos de hacer! El poder no ha de estar siempre en nuestras manos. Ahora lo tienen ellos. Si ha llegado la hora de morir, moriremos. Por lo visto, tiene que ser así”, pensaba el hombre; y, encogiéndose de hombros, sonreía, fríamente, en respuesta a los gritos de la multitud.

–Es un guardia. Esta misma mañana ha tirado contra nosotros –exclamó alguien.

Pero la muchedumbre no se detenía. Al llegar a una calle en que estaban aún los cadáveres de los que el ejército había matado la víspera, la gente fue invadida por una furia salvaje.

–¿Qué esperamos? Hay que matar a ese infame aquí mismo. ¿Para qué llevarlo más lejos?

El cautivo se limitó a fruncir el ceño y a levantar aún más la cabeza. Parecía odiar a la muchedumbre más de lo que ésta lo odiaba a él.

–¡Hay que matarlos a todos! ¡A los espías, a los reyes, a los sacerdotes y a esos canallas! Hay que acabar con ellos, en seguida, en seguida… –gritaban las mujeres.

Pero los cabecillas decidieron llevar al reo a la plaza.

Ya estaban cerca, cuando de pronto, en un momento de calma, se oyó una vocecita infantil, entre las últimas filas de la multitud.

–¡Papá! ¡Papá! –gritaba un chiquillo de seis años, llorando a lágrima viva, mientras se abría paso, para llegar hasta el cautivo–. Papá ¿qué te hacen? ¡Espera, espera! Llévame contigo, llévame…

Los clamores de la multitud se apaciguaron por el lado en que venía el chiquillo. Todos se apartaron de él, como ante una fuerza, dejándolo acercarse a su padre.

–¡Qué simpático es! –comentó una mujer.

–¿A quién buscas? –preguntó otra, inclinándose hacia el chiquillo.

–¡Papá! ¡Déjenme que vaya con papá! –lloriqueó el pequeño.

–¿Cuántos años tienes, niño?

–¿Qué van a hacer con papá?

–Vuelve a tu casa, niño, vuelve con tu madre –dijo un hombre.

El reo oía ya la voz del niño, así como las respuestas de la gente. Su cara se tornó aún más taciturna.

–¡No tiene madre! –exclamó, al oír las palabras del hombre.

El niño se fue abriendo paso hasta que logró llegar junto a su padre; y se abrazó a él.

La gente seguía gritando lo mismo que antes: «¡Que lo maten! ¡Que lo ahorquen! ¡Que fusilen a ese canalla!»

–¿Por qué has salido de casa? –preguntó el padre.

–¿Dónde te llevan?

–¿Sabes lo que vas a hacer?

–¿Qué?

–¿Sabes quién es Catalina?

–¿La vecina? ¡Claro!

–Bueno, pues…, ve a su casa y quédate ahí… hasta que yo… hasta que yo vuelva.

–¡No; no iré sin ti! –exclamó el niño, echándose a llorar.

–¿Por qué?

–Te van a matar.

–No. ¡Nada de eso! No me van a hacer nada malo.

Despidiéndose del niño, el reo se acercó al hombre que dirigía a la multitud.

–Escuche; máteme como quiera y donde le plazca; pero no lo haga delante de él –exclamó, indicando al niño–. Desáteme por un momento y cójame del brazo para que pueda decirle que estamos paseando, que es usted mi amigo. Así se marchará. Después…, después podrá matarme como se le antoje.

El cabecilla accedió. Entonces, el reo cogió al niño en brazos y le dijo:

–Sé bueno y ve a casa de Catalina.

–¿Y qué vas a hacer tú?

–Ya ves, estoy paseando con este amigo; vamos a dar una vuelta; luego iré a casa. Anda, vete, sé bueno.

El chiquillo se quedó mirando fijamente a su padre, inclinó la cabeza a un lado, luego al otro, y reflexionó.

–Vete; ahora mismo iré yo también.

–¿De veras?

El pequeño obedeció. Una mujer lo sacó fuera de la multitud.

–Ahora estoy dispuesto; puede matarme –exclamó el reo, en cuanto el niño hubo desaparecido.

Pero, en aquel momento, sucedió algo incomprensible e inesperado. Un mismo sentimiento invadió a todos los que momentos antes se mostraron crueles, despiadados y llenos de odio.

–¿Saben lo que les digo? Deberían soltarlo –propuso una mujer.

–Es verdad. Es verdad –asintió alguien.

–¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo! –rugió la multitud.

Entonces, el hombre orgulloso y despiadado que aborreciera a la muchedumbre hacía un instante, se echó a llorar; y, cubriéndose el rostro con las manos, pasó entre la gente, sin que nadie lo detuviera.

La apuesta.

De Antón Chéjov.

Parte uno:

Era una oscura noche de otoño. El viejo banquero caminaba en su despacho, de un rincón a otro, recordando una recepción que había dado quince años antes, en otoño. Asistieron a esta velada muchas personas inteligentes y se oyeron conversaciones interesantes. Entre otros temas se habló de la pena de muerte. La mayoría de los visitantes, entre los cuales hubo no pocos hombres de ciencia y periodistas, tenían al respecto una opinión negativa. Encontraban ese modo de castigo como anticuado, inservible para los estados cristianos e inmoral. Algunos opinaban que la pena de muerte debería reemplazarse en todas partes por la reclusión perpetua.

-No estoy de acuerdo -dijo el dueño de la casa-. No he probado la ejecución ni la reclusión perpetua, pero si se puede juzgar a priori, la pena de muerte, a mi juicio, es más moral y humana que la reclusión. La ejecución mata de golpe, mientras que la reclusión vitalicia lo hace lentamente. ¿Cuál de los verdugos es más humano? ¿El que lo mata a usted en pocos minutos o el que le quita la vida durante muchos años?

-Uno y otro son igualmente inmorales -observó alguien- porque persiguen el mismo propósito: quitar la vida. El Estado no es Dios. No tiene derecho a quitar algo que no podría devolver si quisiera hacerlo.

Entre los invitados se encontraba un joven jurista, de unos veinticinco años. Al preguntársele su opinión, contestó:

-Tanto la pena de muerte como la reclusión perpetua son igualmente inmorales, pero si me ofrecieran elegir entre la ejecución y la prisión, yo, naturalmente, optaría por la segunda. Vivir de alguna manera es mejor que de ninguna.

Se suscitó una animada discusión. El banquero, por aquel entonces más joven y más nervioso, de repente dio un puñetazo en la mesa y le gritó al joven jurista:

-¡No es cierto! Apuesto dos millones a que usted no aguantaría en la prisión ni cinco años.

-Si usted habla en serio -respondió el jurista- apuesto a que aguantaría no cinco sino quince años.

-¿Quince? ¡Está bien! -exclamó el banquero-. Señores, pongo dos millones.

-De acuerdo. Usted pone los millones y yo pongo mi libertad -dijo el jurista.

¡Y esta feroz y absurda apuesta fue concertada! El banquero, que entonces ni conocía la cuenta exacta de sus millones, mimado por la suerte y despreocupado, estaba entusiasmado por la apuesta. Durante la cena bromeaba a costa del jurista y le decía:

-Piénselo bien, joven, mientras no sea tarde. Para mí dos millones no son nada, pero usted se arriesga a perder los tres o cuatro mejores años de su vida. Y digo tres o cuatro porque más de eso usted no va a soportar. No olvide tampoco, desdichado, que una reclusión voluntaria resulta más penosa que la obligatoria. La idea de que en cualquier momento usted tiene derecho a salir en libertad le envenenará la existencia en su prisión. ¡Tengo lástima de usted!

Y ahora el banquero, caminando de un rincón a otro, recordaba todo aquello y se preguntaba a sí mismo:

-¿Para qué esta apuesta? ¿Qué provecho hay en haber perdido el jurista quince años de su vida y en tirar yo dos millones de rublos? ¿Puede ello demostrar a la gente que la pena de muerte es peor o mejor que la reclusión perpetua? No y no. Es un dislate, un absurdo. Por mi parte ha sido el capricho de un hombre satisfecho y por parte del jurista, una simple avidez por el dinero…

Y él se puso a recordar lo que había ocurrido después de la velada descripta. Se decidió que el jurista cumpliera su reclusión bajo severa vigilancia, en una de las casitas construidas en el jardín del banquero. Se convino que durante quince años sería privado del derecho de traspasar el umbral de la casa, ver a la gente, escuchar voces humanas, recibir cartas y diarios. Se le permitía tener un instrumento musical, leer libros, escribir cartas, tomar vino y fumar. Con el mundo exterior, según el convenio, no podría relacionarse de otra manera que en silencio, a través de una ventanilla arreglada para este propósito. Mediante una esquela podría solicitar todo lo necesario, los libros, la música, el vino, etc., todo lo cual recibiría, en cualquier cantidad, únicamente por la ventanilla. El convenio preveía todos los detalles que conferían al recluido la condición de estrictamente incomunicado y le obligaba a permanecer en la casa quince años justos, a partir de las doce horas del catorce de noviembre de 1870 hasta las doce horas del catorce de noviembre de 1885. La menor tentativa de infringir estas condiciones por parte del jurista, aunque fuera dos minutos antes del plazo, liberaba al banquero de la obligación de pagarle los dos millones.

En su primer año de reclusión el jurista, por cuanto se podía juzgar a través de sus breves notas, sufrió mucho a causa de la soledad y el tedio. En su casita se oían constantemente los sonidos del piano. El vino y el tabaco fueron rechazados por él. El vino, escribía, provoca los deseos, y los deseos son los primeros enemigos del recluido; además, no hay cosa más aburrida que beber un buen vino y no ver nada. En cuanto al tabaco, vicia el aire de la habitación. En el primer año se le enviaba al jurista libros de contenido preferentemente fácil: novelas con complicada intriga amorosa, cuentos policiales y fantásticos, comedias, etc.

En el segundo año ya dejó de oírse la música en la casita y el jurista sólo pedía en sus notas libros de autores clásicos. En el quinto año se volvió a oír la música y el prisionero solicitó vino. Los que lo observaban por la ventanilla relataban que durante todo ese año no hacía sino comer, beber, quedarse en cama bostezando y conversar malhumorado consigo mismo. No leyó más libros. A veces, de noche, se ponía a escribir durante largo rato y a la madrugada hacía pedazos todo lo escrito. Más de una vez se le oyó llorar.

En la segunda mitad del sexto año el recluido se abocó con ahínco al estudio de los idiomas, la filosofa y la historia. Acometió estas ciencias con tanta avidez que el banquero apenas alcanzaba a pedir libros para él. En el lapso de cuatro años fueron solicitados por correo, a su pedido, cerca de seiscientos volúmenes. En este período el banquero recibió de su prisionero una carta que decía así: «Mi querido carcelero: Le escribo estas líneas en seis idiomas. Muéstrelas a personas entendidas. Que las lean. Si no encuentran ni un solo error, le ruego hagan disparar una escopeta en el jardín. Este disparo me dirá que mis esfuerzos no se perdieron en vano. Los genios de todos los tiempos y países hablan en distintas lenguas, pero arde en ellos la misma llama. ¡Oh, si usted supiera qué dicha sublime experimento ahora en mi alma porque puedo comprenderlos!». El deseo del recluido fue cumplido. El banquero mandó disparar la escopeta en el jardín dos veces.

A partir del décimo año el jurista permanecía sentado a la mesa, inmóvil, y sólo leía el Evangelio. Al banquero le pareció extraño que el hombre que en cuatro años había vencido seiscientos tomos difíciles, hubiera gastado cerca de un año en la lectura de un libro no muy grueso y de fácil comprensión. Al Evangelio lo sustituyeron luego la historia de las religiones y la teología.

En los dos últimos años de reclusión, el prisionero leyó una extraordinaria cantidad de libros, sin ninguna selección. Ora se dedicaba a las ciencias naturales, ora pedía obras de Byron o Shakespeare. En sus notas solicitaba a veces, al mismo tiempo, un libro de química, un manual de medicina, una novela y un tratado de filosofía o teología. Sus lecturas daban la impresión de que el hombre nadase en un mar entre los fragmentos de un buque y, tratando de salvar la vida, se aferraba desesperadamente ya a uno ya a otro de ellos.

Parte dos:

El viejo banquero recordaba todo eso, pensando: «Mañana a las doce horas él obtendrá su libertad.  Según las condiciones, tendré que pagarle los dos millones. Y si le pago, está todo perdido: estoy arruinado definitivamente…».

Quince años antes no sabía cuántos millones tenía, mientras que ahora le daba miedo preguntarse ¿qué era lo que más tenía: dinero o deudas? El imprudente juego en la Bolsa, las especulaciones arriesgadas y el acaloramiento, del cual no pudo desprenderse ni siquiera en la vejez, poco a poco fueron debilitando sus negocios y el osado, seguro y orgulloso ricachón se transformó en un banquero de segunda clase, que temblaba con cada alza o baja de valores.

-¡Maldita apuesta! -farfullaba el viejo, agarrándose la cabeza-. ¿Por qué no habrá muerto este hombre? Sólo tiene cuarenta años. Me quitará lo último que tengo, se casará, disfrutará de la vida, jugará en la Bolsa y yo, como un mendigo, lo miraré con envidia y todos los días le oiré decir siempre lo mismo: «Le debo a usted la felicidad de mi vida, permítame que le ayude». ¡No, esto es demasiado! ¡La única salvación de la bancarrota y del oprobio está en la muerte de este hombre!

Dieron las tres. El banquero aguzó el oído: todos dormían en la casa y sólo se oía el rumor de los helados árboles detrás de las ventanas. Tratando de no hacer ningún ruido, sacó de la caja fuerte la llave de la puerta que no se abría durante quince años, se puso el abrigo y salió de la casa.

El jardín estaba oscuro y frío. Llovía. Un viento húmedo y penetrante paseaba aullando por todo el jardín y no dejaba en paz a los árboles. El banquero esforzó la vista, pero no veía ni la tierra, ni las blancas estatuas, ni la casita, ni los árboles. Se acercó entonces al lugar donde se hallaba la casita y llamó dos veces al sereno. No hubo respuesta. Por lo visto, el sereno, huyendo del mal tiempo, se refugió en la cocina o en el invernadero y se quedó dormido.

«Si soy capaz de llevar adelante mi propósito -pensó el viejo- la sospecha recaerá antes que en nadie sobre el sereno.»

En la oscuridad tanteó los escalones y la puerta y entró en el vestíbulo de la casita; luego penetró a tientas en el pequeño pasillo y encendió un fósforo. Allí no había nadie. Vio una cama sin hacer y una oscura estufa de hierro en un rincón. Los sellos en la puerta que conducía al cuarto del recluido estaban intactos.

Cuando la cerilla se había apagado, el viejo, temblando de emoción, miró por la ventanilla.

La opaca luz de una vela apenas iluminaba la habitación del recluido. Éste estaba sentado junto a la mesa. Sólo se veían su espalda, sus cabellos y sus manos. Sobre la mesa, en dos sillones y sobre la alfombra, junto a la mesa, había libros abiertos.

Transcurrieron cinco minutos y el prisionero no se movió ni una sola vez. La reclusión de quince años le había enseñado a permanecer inmóvil. El banquero golpeó con el dedo en la ventanilla, pero el recluido no hizo ningún movimiento. Entonces el banquero arrancó cuidadosamente los sellos de la puerta e introdujo la llave en la cerradura. Se oyó un ruido áspero y el rechinar de la puerta. El banquero esperaba el grito de sorpresa y los pasos, pero al cabo de tres minutos el silencio detrás de la puerta seguía inalterable. Decidió entonces entrar en la habitación.

Junto a la mesa estaba sentado, inmóvil, un hombre que no parecía una persona común. Era un esqueleto, cubierto con piel, con largos bucles femeninos y enmarañada barba. El color de su cara era amarillo, con un matiz terroso; tenía las mejillas hundidas, espalda larga y estrecha, y la mano que sostenía su melenuda cabeza era tan delgada que daba miedo mirarla. Sus cabellos ya estaban salpicados por las canas, y a juzgar por su cara, avejentada y demacrada, nadie creería que sólo tenía cuarenta años. Dormía… Delante de su inclinada cabeza, se veía sobre el escritorio una hoja de papel, en la cual había unas líneas escritas con letra menuda.

«¡Miserable! -pensó el banquero-. Duerme y, probablemente, sueña con los millones. Pero si yo levanto este semicadáver, lo arrojo sobre la cama y lo aprieto un poco con la almohada, el más minucioso peritaje no encontrará signos de una muerte violenta. Pero leamos primero estas líneas…».

El banquero tomó la hoja y leyó lo siguiente: «Mañana, a las doce horas del día, recupero la libertad y el derecho de comunicarme con la gente. Pero antes de abandonar esta habitación y ver el sol, considero necesario decirle algunas palabras. Con la conciencia tranquila y ante Dios que me está viendo, declaro que yo desprecio la libertad, la vida, la salud y todo lo que en sus libros se denomina bienes del mundo.

»Durante quince años estudié atentamente la vida terrenal. Es verdad, yo no veía la tierra ni la gente, pero en los libros bebía vinos aromáticos, cantaba canciones, en los bosques cazaba ciervos y jabalíes, amaba mujeres… Beldades, leves como una nube, creadas por la magia de sus poetas geniales, me visitaban de noche y me susurraban cuentos maravillosos que embriagaban mi cabeza. En sus libros escalaba las cimas del Elbruz y del Monte Blanco y desde allí veía salir el sol por la mañana mientras al anochecer lo veía derramar el oro purpurino sobre el cielo, el océano, las montañas; veía verdes bosques, prados, ríos, lagos, ciudades; oía el canto de las sirenas y el son de las flautas de los pastores; tocaba las alas de los bellos demonios que descendían para hablar

conmigo acerca de Dios… En sus libros me arrojaba en insondables abismos, hacía milagros, incendiaba ciudades, profesaba nuevas religiones, conquistaba imperios enteros…

»Sus libros me dieron la sabiduría. Todo lo que a través de los siglos iba creando el infatigable pensamiento humano está comprimido cual una bola dentro de mi cráneo. Sé que soy más inteligente que todos vosotros.

»Y yo desprecio sus libros, desprecio todos los bienes del mundo y la sabiduría. Todo es miserable, perecedero, fantasmal y engañoso como la fatal morgana. Qué importa que sean orgullosos, sabios y bellos, si la muerte los borrará de la faz de la tierra junto con las ratas, mientras que sus descendientes, la historia, la inmortalidad de sus genios se congelarán o se quemarán junto con el globo terráqueo.

»Ustedes han enloquecido y marchan por un camino falso. Toman la mentira por la verdad, y la fealdad por la belleza. Se quedarían sorprendidos si, en virtud de algunas circunstancias, sobre los manzanos y los naranjos, en lugar de los frutos, crecieran de golpe las ranas y los lagartos o si las rosas comenzaran a exhalar un olor a caballo transpirado; así me asombro por ustedes que han cambiado el cielo por la tierra. No quiero comprenderlos.

»Para mostrarles de hecho mi desprecio hacia todo lo que representa la vida de ustedes, rechazo los dos millones, con los cuales había soñado en otro tiempo, como si fueran un paraíso, y a los que desprecio ahora. Para privarme del derecho de cobrarlos, saldré de aquí cinco horas antes del plazo establecido y de esta manera violaré el convenio…».

Después de leer la hoja, el banquero la puso sobre la mesa, besó al extraño hombre en la cabeza y salió de la casita, llorando. En ningún momento de su vida, ni aún después de las fuertes pérdidas en la Bolsa, había sentido tanto desprecio por sí mismo como ahora. Al volver a su casa, se acostó enseguida, pero la emoción y las lágrimas no lo dejaron dormir durante un buen rato…

A la mañana siguiente llegaron corriendo los alarmados serenos y le comunicaron haber visto que el hombre de la casita bajó por la ventana al jardín, se encaminó hacia el portón y luego desapareció. Junto con los criados, el banquero se dirigió a la casita y comprobó la fuga del prisionero. Para no suscitar rumores superfluos, tomó de la mesa la hoja con la renuncia y, al regresar a casa, la guardó en la caja fuerte.

La mujer vengada.

Remontémonos a las épocas gloriosas en las que Francia tenía numerosos señores feudales que gobernaban despóticamente sus dominios, en vez de treinta mil esclavos envilecidos ante un solo rey. Cerca de Fimes vivía el señor de Longeville, en su vasto feudo, con una castellana morena, no demasiado bella, pero muy impulsiva, avispada y sumamente amante de los placeres. Ella contaba con unos veinticinco o veintisiete años de edad y él, como mucho, treinta; pero, como llevaban casados ya diez años, cada uno hacía lo que podía con objeto de procurarse las distracciones necesarias para aplacar el tedio matrimonial. La población, o más bien el villorrio de Longeville, no ofrecía excesivos estímulos; sin embargo, desde hacía dos años él se las arreglaba discreta y satisfactoriamente con una campesina de dieciocho años, tranquila y cariñosa, llamada Louison. La agradable tórtola acudía cada noche a los aposentos de su señor a través de una escalera secreta, construida a tal efecto en una de las torres, y por la mañana levantaba el vuelo antes de que la señora entrara en la alcoba de su marido, cosa que solía hacer a la hora del almuerzo.

Desde luego, la señora de Longeville estaba perfectamente al tanto de las incongruencias de su marido, pero como ello le daba la placentera libertad de distraerse también por su cuenta, fingía ignorarlo todo. Nada mejor que las esposas infieles, ya que están tan entretenidas ocultando sus propias aventuras que vigilan las del prójimo mucho menos que las mojigatas. Quien la alegraba a ella era un molinero llamado Colás, un musculoso jovenzuelo con menos de veinte años, maleable como la harina y bello como una rosa, que al igual que Louison se internaba secretamente en el castillo, acudía a la alcoba de la señora y se metía en su lecho cuando todo estaba en silencio. Nada hubiera turbado la felicidad apacible de estas dos adorables parejas si no hubiera sido por el diablo, que se metió por medio, y se les hubiera podido poner como ejemplo en toda Francia.

No se ría, estimado lector, por el uso que hago de la palabra ejemplo, pues cuando la virtud está ausente, siempre es preferible el vicio encubierto y prudente. ¿No es lo más acertado pecar sin provocar el escándalo? ¿Qué peligro puede entrañar la existencia de un mal que nadie conoce? Además, por muy censurable que pudiera parecer ese comportamiento, ¿no constituirán un ejemplo más edificante el señor de Longeville, agradablemente recostado en los cálidos brazos de su tierna campesina, y su respetable esposa, discretamente abrazada a su apuesto molinero, que una de esas duquesas parisinas que cambian cada mes de amante a los ojos de todos, mientras su marido derrocha doscientos mil escudos anuales para mantener a una de esas rameras deshonestas que usan el lujo como máscara para ocultar su desenfreno?

Así pues, repito, nada tan acertado como este discreto arreglo que procuraba la felicidad de nuestros cuatro personajes, si no fuera porque pronto vino la discordia a emponzoñar sus dulces existencias. Ocurría que el señor de Longeville, como tantos maridos necios, tenía la injusta pretensión de ser feliz sin que su esposa lo fuera también, y pensaba, como les ocurre a las perdices, que nadie le vería con solo esconder la cabeza; de modo que cuando descubrió los manejos de su mujer lo invadieron los celos, como si su propia conducta no justificara suficientemente la de ella, y decidió vengarse.

  • Que me ponga los cuernos con un hombre de mi propia clase, pase –se decía–. ¡Pero no con un molinero! ¡Eso sí que no! Colás, bribonzuelo, tendrás que irte a moler a otro molino, ya que no quiero que nadie diga que el de mi mujer sigue abierto para acoger tu simiente.

Y dado que el despotismo de estos señores feudales se manifestaba siempre con la máxima crueldad, acostumbrados como estaban a disponer legalmente de la vida y de la muerte de sus vasallos, el señor de Longeville tomó la decisión de hacer desaparecer al infortunado molinero en el foso que rodeaba el castillo.

  • Clodomiro –ordenó un día a su cocinero– tú y tus muchachos tienen que librarse de ese infame que está mancillando mi honra y la de mi mujer.

  • Muy fácil. Si lo deseas, podemos degollarlo y entregártelo trinchado como si fuera un cochinillo.

  • No, no será necesario tanto –respondió el señor de Longeville– bastará con que lo metan en un saco lleno de piedras y lo dejen caer al fondo del foso con ese equipaje.

  • Haremos lo que mandas.

  • Sí, pero antes habrá que darle caza.

  • Lo atraparemos, señor; demasiado listo tendrá que ser para escaparse de esta. Lo atraparemos, puedes estar seguro.

  • Hoy, como siempre, llegará al castillo a las nueve de la noche –explicó el ultrajado esposo– Vendrá atravesando el jardín; desde allí entrará en el primer piso y se esconderá en la salita que hay junto a la capilla, donde permanecerá oculto hasta que mi mujer piense me he dormido y vaya en su busca para llevarlo a la alcoba. Dejaremos que haga todo esto, pero lo tendremos bien vigilado y lo atraparemos cuando menos se lo espere. Entonces le dan de beber, para que se le calme el ardor.

El plan era perfecto, y sin duda el infortunado Colás hubiera servido de alimento a los peces si todos se hubieran mantenido en silencio. Pero Longeville había confiado sus planes a demasiada gente. Uno de los ayudantes del cocinero, que estaba prendado de la señora y que, probablemente, aspiraba a compartir con el molinero los favores de ella, en vez de alegrarse por la desgracia de su rival como hubiera hecho cualquier otro hombre celoso, corrió a desvelar el proyecto de su marido, y recibió por ello un beso y dos relucientes escudos de oro que a él le parecieron de mucho menos valor que aquel beso.

–Desde luego –comentó disgustada la señora de Longeville a una de sus doncellas, que era partícipe de todos los enredos de su patrona– mi marido es muy injusto. ¿No hace él lo que quiere? Y yo no digo ni palabra. Pero luego se niega a que yo me resarza de todas esas noches de ayuno que me hace padecer. Pues no lo voy a tolerar, eso sí que no. Escucha, Jeannette, ¿querrás ayudarme con un plan que he maquinado para salvar a Colás y para poner en evidencia al señor?

–Claro, señora, haré todo lo que me pidas… Ese pobre Colás es un joven tan guapo, con esas caderas tan firmes y esos colores tan frescos. Claro que sí, señora, ¿qué es lo que tengo que hacer?

–Debes avisar enseguida a Colás para que no se acerque al castillo hasta que yo no se lo ordene. Y dile que te entregue la ropa que suele ponerse para visitarme por las noches. Luego busca a Louison, la amante del bellaco de mi esposo; explícale que vas de parte de él, y que es su deseo que esta noche se ponga esas ropas, que tú llevarás preparadas en el delantal; dile también que esta vez no venga por el camino habitual, sino que atraviese el jardín, que entre por el patio al primer piso y que se esconda en la sala que hay junto a la capilla hasta que el señor vaya a buscarla. Si te pregunta el porqué de estos cambios, le contestas que es por los celos de la señora, que está sospechando y que puede tener vigilada la ruta habitual. Y si se siente atemorizada, haz lo que sea para que se tranquilice, pero sobre todo, insiste en que no deje de acudir a la cita, ya que el señor tiene que tratar con ella asuntos de máxima importancia, relativos a la escena de celos que ha mantenido conmigo.

Como la doncella cumplió el encargo a la perfección, allí estaba escondida la infortunada Louison, a las nueve de la noche, en la sala aneja a la capilla y vestida con las ropas de Colás.

–¡Este es el momento! –ordenó Longeville a sus secuaces–. Todos han visto esta infamia, ¿verdad, amigos?

–Así es, y vaya con el molinero, lo guapo que es.

–Pues ahora entran de golpe, le tapan la cabeza con un trapo para que no grite, lo meten en el saco y al agua con él.

Así lo hicieron. La pobre Louison no pudo ni abrir la boca para enmendar el error y al poco ya la había lanzado al foso por la ventana de la sala, metida en un saco lleno de pedruscos.

Una vez terminada la batalla, el señor de Longeville se apresuró a sus aposentos para recibir a su amada, que según él pensaba debería estar al llegar, pues lejos estaba de imaginar que se encontrara en un lugar tan húmedo. En mitad de la noche, inquieto al comprobar que nadie aparecía, el infeliz amante decidió acudir personalmente a la casa de Louison, aprovechando la clara luz de la luna. Por cierto, que este es el momento que aprovechó la señora de Longeville, para instalarse en el lecho de su esposo, al que había estado acechando. Todo que pudo averiguar por boca de sus familiares es que su amada había ido al castillo a la hora de costumbre, aunque del extraño atuendo que llevaba nada le dijeron, ya que ella lo había mantenido en secreto y había salido de la casa sin que nadie la viera.

Ya de regreso en su alcoba, y a oscuras, porque la vela se había apagado, se acercó al lecho y entonces es cuando sintió el aliento de una mujer, que él no pudo menos que confundir con el de su bella Louison. Así que sin pensarlo dos veces, se introdujo entre las sábanas y comenzó enseguida a acariciar a su esposa y a emplear con ella las tiernas efusiones que solía dedicar a su amada.

–¿Por qué me has hecho esperar tanto, bella mía? ¿Pero dónde estabas, mi pequeña?

–¡Bellaco! –gritó entonces la señora de Longeville, iluminando la estancia con una lámpara que tenía escondida–. Yo soy tu esposa, no esa ramera a la que tu entregas el amor que sólo a mi me corresponde.

–Me parece –respondió él fríamente–, que estoy en todo mi derecho, máxime cuando llevas tanto tiempo engañándome de un modo tan desvergonzado.

–¿Engañarte yo? ¿Con quién, si puede saberse?

–¿Crees que ignoro las citas que mantienes con Colás, el molinero, uno de los más viles de mis vasallos?

–Yo no podría rebajarme hasta tal punto. Estás loco. No sé de qué me hablas. Te desafío a que lo demuestres, si es que puedes –respondió ella con arrogancia.

–Siendo sincero, eso me va a resultar un poco difícil, ya que acabo de lanzar al foso a ese miserable que mancillaba mi honor, de modo que no podrás volver a verlo nunca más.

–Esposo mío –replicó la castellana con descaro inusitado– si a causa de tus celos desvariados has ordenado lanzar a algún desdichado al agua, serás culpable de una terrible injusticia, porque como te he dicho, el molinero no ha venido jamás al castillo a visitarme.

–¡Pero bueno! Al final voy a pensar que estoy loco…

–Pues nada más sencillo para aclarar este enredo. Que venga ese vasallo del que estás tan ridículamente celoso. Que vaya Jeannette a buscarlo, y ya veremos lo que ocurre.

La doncella, que estaba sobre aviso, obedeció en seguida y trajo al molinero. Al señor de Longeville le costó creer lo que veía, y ordenó que fueran a averiguar quién era, en ese caso, el arrojado al foso. Pronto trajeron un cadáver, el de la desdichada Louison.

–¡Cielos! Es la mano de la providencia la causante de todo esto, pero no me lamentaré ni indagaré más. Sin embargo, algo te voy a pedir: ya que has logrado quitarte de en medio a la causante de tu desasosiego, desembaracémonos también de quien me inquieta a mí. Que el molinero abandone la comarca para siempre ¿Trato hecho?

–Sí, estoy de acuerdo. Que la paz y el amor renazcan entre nosotros, para que nada pueda distanciarnos nunca más.

Colás desapareció para siempre, Louison fue enterrada y desde entonces no se ha visto en toda Francia otro matrimonio más unido que el de los Longeville.

El abuelo

Mario Vargas Llosa

Cada vez que el viento desprendía una ramita o golpeaba los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, haciendo ruido, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado que era una enorme piedra y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas sombras medio deformes que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. El viejecito había sido corto de vista desde joven, y también algo sordo, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si la cena había comenzado, o si aquellas sombras movedizas las causaban los árboles más altos.

Regresó a su asiento y esperó. La noche anterior había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos abundaban, y los esfuerzos desesperados de don Eulogio, que agitaba sus manos constantemente en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados, llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaído y sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Tenía frío, le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente momento atrás, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, sorprendiéndolo de pronto en su escondrijo. “¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?”. Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los bloques de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta trasera esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, recordando haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía deslizarse hacia la calle sin ser visto.

“¿Si hubiera venido ya?”, pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente a su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Solo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo se desprendió de sus manos golpeándole el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta aún, porque sus pasos lo habrían despertado, o el pequeño, habría distinguido a su abuelo, encogido y durmiendo, justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina.

Esta reflexión lo animó. El viento soplaba con menos violencia, su cuerpo se adaptaba al ambiente, había dejado de temblar. Tentando entre los bolsillos de su saco, encontró pronto el cuerpo duro y cilíndrico del objeto que había comprado esa tarde en el almacén de la esquina. El viejecito sonrió regocijado en la penumbra, recordando el gesto de sorpresa de la vendedora. Él había permanecido muy serio, taconeando con elegancia, agitando levemente y en círculo su largo bastón enchapado en metal, mientras la mujer pasaba frente a sus ojos cirios y velas de sebo de diversos tamaños. “Esta”, dijo él, con un ademán rápido que quería significar molestia por el quehacer desagradable que cumplía. La vendedora insistió en envolverla, pero don Eulogio se negó, abandonando la tienda con premura. El resto de la tarde estuvo en el Club, encerrado en el pequeño salón del rocambor donde nunca había nadie. Sin embargo, extremando las precauciones para evitar la solicitud de los mozos, echó llave a la puerta. Luego, cómodamente hundido en el confortable de suave color escarlata, abrió el maletín que traía consigo, y extrajo el precioso paquete. La tenía envuelta en su hermosa bufanda de seda blanca, precisamente la que llevaba puesta la tarde del hallazgo.

A la hora más cenicienta del crepúsculo había tomado un taxi, indicando al chofer que circulara despacio por las afueras de la ciudad, corría una deliciosa brisa tibia, y la visión entre grisácea y roja del cielo sería más sorprendente y bella en medio del campo. Mientras el automóvil corría con suavidad por el asfalto, sus ojitos vivaces, única señal ágil en su rostro fláccido, lleno de bolsas, iban deslizándose distraídamente sobre el borde del canal vecino a la carretera, cuando de pronto, casi por intuición, le pareció distinguir un extraño objeto.

–“¡Deténgase!” –dijo, pero el chofer no le oyó–. “¡Deténgase! ¡Pare!”.

Cuando el auto se detuvo y en retroceso llegó al montículo de piedras, don Eulogio comprobó que se trataba, efectivamente, de una calavera. Teniéndola entre las manos olvidó la brisa y el paisaje, y estudió minuciosamente, con creciente ansiedad, esa dura forma impenetrable despojada de carne y de piel, sin nariz, sin ojos, sin lengua. Era un poco pequeña y se sintió inclinado a creer que era de un niño. Estaba sucia, polvorienta, y el cráneo pelado tenía una abertura del tamaño de una moneda, con los bordes astillados. El orificio de la nariz era un perfecto triángulo, separado de la boca por un puente delgado y menos amarillo que el mentón. Se entretuvo pasando un dedo por las cuencas vacías, cubriendo el cráneo con la mano en forma de bonete o hundiendo su puño por la cavidad baja, hasta tenerlo apoyado en el interior. Entonces, sacando un nudillo por el triángulo, y otro por la boca a manera de una larga lengüeta, imprimía a su mano movimientos sucesivos, y se divertía enormemente imaginando que aquello estaba vivo…

Dos días la tuvo oculta en el cajón de la cómoda abultando el maletín de cuero, envuelta cuidadosamente, sin revelar a nadie su hallazgo. La tarde siguiente a la del encuentro permaneció en su habitación, paseando nerviosamente entre los muebles lujosos de sus antepasados. Casi no levantaba la cabeza: se diría que examinaba con devoción profunda los complicados dibujos sangrientos y mágicos del círculo central de la alfombra, pero ni siquiera los veía. Al comienzo estuvo muy preocupado. Pensó que podían ocurrir imprevistas complicaciones de familia, tal vez se reirían de él. Esta idea lo indignó y tuvo angustia y deseo de llorar. A partir de ese instante, el proyecto se apartó solo un momento de su mente: fue cuando de pie ante la ventana, vio el palomar oscuro, lleno de agujeros, y recordó que en una época cercana aquella casita de madera con innumerables puertas no estaba vacía y sin vida, sino habitada de animalitos pardos y blancos que picoteaban con insistencia cruzando la madera de surcos y que a veces revoloteaban sobre los árboles y las flores de la huerta. Pensó con nostalgia en lo débiles y cariñosos que eran: confiadamente venían a posarse en su mano, donde siempre les llevaba algunos granos, y cuando hacía presión entornaban los ojos y los sacudía un débil y brevísimo temblor. Luego no pensó más en ello. Cuando el mayordomo vino a anunciarle que estaba lista la cena, ya lo tenía decidido. Esa noche durmió bien. A la mañana siguiente recordaba haber soñado que una larga fila de grandes hormigas rojas invadía sorpresivamente el palomar, causando desasosiego entre los animalitos, mientras él, en su ventana, advertía la escena por un catalejo.

Había imaginado que la limpieza de la calavera sería un acto sencillo y rápido, pero se equivocó. El polvo, lo que había creído polvo y tal vez era excremento por su aliento picante, se mantenía soldado en las paredes internas y brillaba como metal en la parte posterior del cráneo. A medida que la seda blanca de la bufanda se cubría de lamparones grises, sin que fuera visible que disminuía la capa de suciedad, iba creciendo la excitación de don Eulogio. En un momento, indignado, arrojó la calavera, pero antes de que esta dejara de rodar, se había arrepentido y estaba fuera de su asiento, gateando por el suelo hasta alcanzarla y levantarla con precaución. Supuso entonces que la limpieza sería posible utilizando alguna sustancia grasienta. Por teléfono encargó a la cocina una lata de aceite y esperó en la puerta al mozo, arrancándole con violencia la lata de las manos, sin prestar atención a la mirada inquieta con que aquel intentó recorrer la habitación por sobre su hombro. Lleno de zozobra empapó la bufanda en aceite y, al comienzo con suavidad, luego acelerando el ritmo, raspó hasta exasperarse. Comprobó entusiasmado que el remedio era eficaz: una tenue lluvia de polvo cayó a sus pies durante unos minutos, mientras él ni siquiera notaba que se humedecían sus dedos y el borde de sus puños. De pronto, puesto de pie de un brinco, admiró la calavera que sostenía sobre su cabeza, limpia, luciente, inmóvil, con unos puntitos como de sudor sobre la suave superficie de los pómulos. La envolvió de nuevo, amorosamente. Cerró su maletín y salió precipitado del Club. El automóvil que ocupó en la puerta lo dejó a la espalda de su casa. Había anochecido. En la fría penumbra de la calle se detuvo un momento, temeroso de que la puerta estuviera clausurada. Enervado, calmo, estiró su brazo y dio un respingo de felicidad al notar que giraba la manija y que aquella cedía con un corto chirrido.

En ese momento escuchó voces en la pérgola. Estaba tan ensimismado, que incluso había olvidado el motivo de ese trajín febril. Las voces, el movimiento fueron tan imprevistos que su corazón parecía una bomba de oxígeno golpeándole el pecho. Su primer impulso fue agacharse, pero lo hizo con torpeza y se resbaló de la piedra, cayendo de bruces. Sintió un dolor agudo en la frente y en un sabor desagradable de tierra mojada en la boca, pero no hizo ningún esfuerzo por incorporarse y continuó allí, medio sepultado en las hierbas, respirando fatigosamente, temblando. En la caída había tenido tiempo para elevar la mano que aprisionaba la calavera de modo que esta se mantuvo en el aire, a escasos centímetros del suelo siempre limpia.

La pérgola estaba a cincuenta metros de su escondite, y don Eulogio oía las voces como un delicado murmullo, sin distinguir lo que decían. Se incorporó trabajosamente. Espiando, vio entonces en medio del arco de los grandes manzanos cuyas raíces tocaban el zócalo del corredor, una forma clara y esbelta, y comprendió que era su hijo. Junto a él había otra, más oscura y pequeña, reclinada con cierto abandono. Era la mujer. Pestañeando, frotando sus ojos trató angustiosamente, pero en vano de distinguir al niño. Entonces lo oyó reír: una risa cristalina de niño, espontánea, purísima, que cruzaba el jardín como un animalillo. No esperó más: extrajo la vela de su saco, juntó a tientas ramas, terrones y piedrecitas y trabajó rápidamente hasta asegurar la vela sobre la piedra. Luego con extrema delicadeza para evitar que la vela perdiera el equilibrio, colocó encima la calavera. Presa de gran excitación, uniendo sus pestañas al macizo cuerpo aceitado para verlo mejor, comprobó de nuevo que la medida era justa: por el orificio del cráneo asomaba un puntito blanco como un nardo. No pudo continuar observando. El padre había elevado la voz y, aunque las palabras eran todavía incomprensibles, don Eulogio supo que se dirigía al niño. Hubo en ese momento como un cambio de palabras entre las tres personas: la voz gruesa del padre, cada vez más enérgica, el rumor melodioso de la mujer, los cortos gritos destemplados del nieto. El ruido cesó de pronto. El silencio fue brevísimo: lo interrumpió como una explosión este último. “Pero conste: hoy acaba el castigo. Dijiste siete días y hoy se acaba. Mañana ya no voy”. Con las últimas palabras escuchó pasos precipitados, pero casi de inmediato dejó de oírlos.

¿Venía corriendo? Era el momento decisivo. Don Eulogio venció el ahogo que le estrangulaba y concluyó su plan. El primer fósforo dio solo un fugaz hilito azul. El segundo prendió bien. Quemándose las uñas, pero sin sentir dolor, lo mantuvo junto a la calavera, aun segundos después de que la vela estuviera encendida. Dudaba, porque lo que veía no era exactamente la imagen que supuso cuando una llamarada sorpresiva creció entre sus manos con un brusco crujido, como de muchas ramas secas quebradas a la vez, y entonces quedó la calavera iluminada del todo, echando fuego por las cuencas, por el cráneo, por los huesos de la nariz y de la boca. “Se ha prendido toda”, exclamó maravillado. Había quedado inmóvil, repitiendo como un disco: “fue el aceite, fue el aceite”, estupefacto y embrujado ante el espectáculo medio macabro, medio mágico de la calavera en llamas.

Justamente en ese instante escuchó el grito. Fue un grito salvaje, como un alarido de animal herido, que se cortó de golpe. El niño estaba delante de él, en el círculo iluminado por el fuego, con las manos retorcidas frente a su cuerpo y los dedos crispados. Lívido, estremecido de terror, tenía los ojos y la boca muy abiertos y estaba rígido y mudo y rígido, haciendo unos extraños ruidos con la garganta, como roncando. “Me ha visto, me ha visto”, se decía don Eulogio, con pánico. Pero al mirarlo supo de inmediato que no lo había visto, que su nieto no podía ver otra cosa que aquel rostro de huesos que llameaba. Sus ojos estaban inmovilizados, con un terror profundo y eterno retratado en ellos, fijamente prendidos al fuego y a aquella forma que se carbonizaba. Don Eulogio vio también que a pesar de tener los pies hundidos como garfios en la tierra, su cuerpo estaba sacudido por convulsiones violentas. Todo había sido simultáneo: la llamarada, el espantoso aullido, la visión de esa figura de pantalón corto súbitamente poseída de espanto. Pensaba entusiasmado que los hechos habían sido incluso más perfectos que su plan, cuando sintió muy cerca voces y pasos que avanzaban y entonces, ya sin cuidarse del ruido, dio media vuelta y a saltos, apartándose del sendero, destrozando con sus pisadas los macizos de crisantemos y rosales que entreveía en su carrera a medida que lo alcanzaban los reflejos de la llama, cruzó el espacio que lo separaba de la puerta. La atravesó junto con el grito de la mujer, salvaje también pero menos puro que el de su nieto. No se detuvo ni volvió la cabeza. En la calle, un viento frío hendió su frente y sus escasos cabellos, pero no lo notó y siguió caminando, despacio, rozando con el hombro el muro de la huerta sonriendo satisfecho, respirando mejor, más tranquilo.

Las Ruinas Circulares.

Por: Jorge Luis Borges.

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo.

O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

Una reputación

Relato corto de Juan José Arreola:

La cortesía no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté de mi asiento automáticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ángel anunciador.

La dama beneficiada por ese rasgo involuntario lo agradeció con palabras tan efusivas, que atrajeron la atención de dos o tres pasajeros. Poco después se desocupó el asiento inmediato, y al ofrecérmelo con leve y significativo ademán, el ángel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me senté allí con la esperanza de que viajaríamos sin desazón alguna.

Pero ese día me estaba destinado, misteriosamente. Subió al autobús otra mujer, sin alas aparentes. Una buena ocasión se presentaba para poner las cosas en su sitio; pero no fue aprovechada por mí. Naturalmente, yo podía permanecer sentado, destruyendo así el germen de una falsa reputación. Sin embargo, débil y sintiéndome ya comprometido con mi compañera, me apresuré a levantarme, ofreciendo con reverencia el asiento a la recién llegada. Tal parece que nadie le había hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevó las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento.

Esta vez no fueron ya dos ni tres las personas que aprobaron sonrientes mi cortesía. Por lo menos la mitad del pasaje puso los ojos en mí, como diciendo: “He aquí un caballero”. Tuve la idea de abandonar el vehículo, pero la deseché inmediatamente, sometiéndome con honradez a la situación, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran allí.

 

Dos calles adelante bajó un pasajero. Desde el otro extremo del autobús, una señora me designó para ocupar el asiento vacío. Lo hizo sólo con una mirada, pero tan imperiosa, que detuvo el ademán de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atravesé el camino con paso vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de honor. Algunos viajeros masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adiviné su envidia, sus celos, su resentimiento, y me sentí un poco angustiado. Las señoras, en cambio, parecían protegerme con su efusiva aprobación silenciosa.

Una nueva prueba, mucho más importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina siguiente: subió al camión una señora con dos niños pequeños. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba. Obedeciendo la orden unánime, me levanté inmediatamente y fui al encuentro de aquel grupo conmovedor. La señora venía complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayudé eficazmente en todo lo posible; la desembaracé de nenes y envoltorios, gestioné con el chofer la exención de pago para los niños, y la señora quedó instalada finalmente en mi asiento, que la custodia femenina había conservado libre de intrusos. Guardé la manita del niño mayor entre las mías.

Mis compromisos para con el pasaje habían aumentado de manera decisiva. Todos esperaban de mí cualquier cosa. Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de caballerosidad y de protección a los débiles. La responsabilidad oprimía mi cuerpo como una coraza agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrírseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los autobuses, yo debía amonestar al agresor y aun entrar en combate con él. En todo caso, las señoras parecían completamente seguras de mis reacciones de Bayardo. Me sentí al borde del drama.

En esto llegamos a la esquina en que debía bajarme. Divisé mi casa como una tierra prometida. Pero no descendí incapaz de moverme, la arrancada del autobús me dio una idea de lo que debe ser una aventura trasatlántica. Pude recobrarme rápidamente; yo no podía desertar así como así, defraudando a las que en mí habían depositado su seguridad, confiándome un puesto de mando. Además, debo confesar que me sentí cohibido ante la idea de que mi descenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo tenía asegurada la mayoría femenina, no estaba muy tranquilo acerca de mi reputación entre los hombres. Al bajarme, bien podría estallar a mis espaldas la ovación o la rechifla. Y no quise correr tal riesgo. ¿Y si aprovechando mi ausencia un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decidí quedarme y bajar el último, en la terminal, hasta que todos estuvieran a salvo.

Las señoras fueron bajando una a una en sus esquinas respectivas, con toda felicidad. El chofer ¡santo Dios! acercaba el vehículo junto a la acera, lo detenía completamente y esperaba a que las damas pusieran sus dos pies en tierra firme. En el último momento, vi en cada rostro un gesto de simpatía, algo así como el esbozo de una despedida cariñosa. La señora de los niños bajó finalmente, auxiliada por mí, no sin regalarme un par de besos infantiles que todavía gravitan en mi corazón, como un remordimiento.

Descendí en una esquina desolada, casi montaraz, sin pompa ni ceremonia. En mi espíritu había grandes reservas de heroísmo sin empleo, mientras el autobús se alejaba vacío de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagró mi reputación de caballero.

Una rosa para Emily.

Un relato corto de William Faulkner.

1

Cuando murió la señorita Emilia Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez.

La casa era una construcción cuadrada, pesada, que había sido blanca en otro tiempo, decorada con cúpulas, volutas, espirales y balcones en el pesado estilo del siglo XVII; asentada en la calle principal de la ciudad en los tiempos en que se construyó, se había visto invadida más tarde por garajes y fábricas de algodón, que habían llegado incluso a borrar el recuerdo de los ilustres nombres del vecindario. Tan sólo había quedado la casa de la señorita Emilia, levantando su permanente y coqueta decadencia sobre los vagones de algodón y bombas de gasolina, ofendiendo la vista, entre las demás cosas que también la ofendían. Y ahora la señorita Emilia había ido a reunirse con los representantes de aquellos ilustres hombres que descansaban en el sombreado cementerio, entre las alineadas y anónimas tumbas de los soldados de la Unión, que habían caído en la batalla de Jefferson.

Mientras vivía, la señorita Emilia había sido para la ciudad una tradición, un deber y un cuidado, una especie de heredada tradición, que databa del día en que el coronel Sartoris el Mayor -autor del edicto que ordenaba que ninguna mujer negra podría salir a la calle sin delantal-, la eximió de sus impuestos, dispensa que había comenzado cuando murió su padre y que más tarde fue otorgada a perpetuidad. Y no es que la señorita Emilia fuera capaz de aceptar una caridad. Pero el coronel Sartoris inventó un cuento, diciendo que el padre de la señorita Emilia había hecho un préstamo a la ciudad, y que la ciudad se valía de este medio para pagar la deuda contraída. Sólo un hombre de la generación y del modo de ser del coronel Sartoris hubiera sido capaz de inventar una excusa semejante, y sólo una mujer como la señorita Emilia podría haber dado por buena esta historia.

Cuando la siguiente generación, con ideas más modernas, maduró y llegó a ser directora de la ciudad, aquel arreglo tropezó con algunas dificultades. Al comenzar el año enviaron a la señorita Emilia por correo el recibo de la contribución, pero no obtuvieron respuesta. Entonces le escribieron, citándola en el despacho del alguacil para un asunto que le interesaba. Una semana más tarde el alcalde volvió a escribirle ofreciéndole ir a visitarla, o enviarle su coche para que acudiera a la oficina con comodidad, y recibió en respuesta una nota en papel de corte pasado de moda, y tinta empalidecida, escrita con una floreada caligrafía, comunicándole que no salía jamás de su casa. Así pues, la nota de la contribución fue archivada sin más comentarios.

Convocaron, entonces, una junta de regidores, y fue designada una delegación para que fuera a visitarla.

Allá fueron, en efecto, y llamaron a la puerta, cuyo umbral nadie había traspasado desde que aquélla había dejado de dar lecciones de pintura china, unos ocho o diez años antes. Fueron recibidos por el viejo negro en un oscuro vestíbulo, del cual arrancaba una escalera que subía en dirección a unas sombras aún más densas. Olía allí a polvo y a cerrado, un olor pesado y húmedo. El vestíbulo estaba tapizado en cuero. Cuando el negro descorrió las cortinas de una ventana, vieron que el cuero estaba agrietado y cuando se sentaron, se levantó una nubecilla de polvo en torno a sus muslos, que flotaba en ligeras motas, perceptibles en un rayo de sol que entraba por la ventana. Sobre la chimenea había un retrato a lápiz, del padre de la señorita Emilia, con un deslucido marco dorado.

Todos se pusieron en pie cuando la señorita Emilia entró -una mujer pequeña, gruesa, vestida de negro, con una pesada cadena en torno al cuello que le descendía hasta la cintura y que se perdía en el cinturón-; debía de ser de pequeña estatura; quizá por eso, lo que en otra mujer pudiera haber sido tan sólo gordura, en ella era obesidad. Parecía abotagada, como un cuerpo que hubiera estado sumergido largo tiempo en agua estancada. Sus ojos, perdidos en las abultadas arrugas de su faz, parecían dos pequeñas piezas de carbón, prensadas entre masas de terrones, cuando pasaban sus miradas de uno a otro de los visitantes, que le explicaban el motivo de su visita.

No los hizo sentar; se detuvo en la puerta y escuchó tranquilamente, hasta que el que hablaba terminó su exposición. Pudieron oír entonces el tictac del reloj que pendía de su cadena, oculto en el cinturón.

Su voz fue seca y fría.

-Yo no pago contribuciones en Jefferson. El coronel Sartoris me eximió. Pueden ustedes dirigirse al Ayuntamiento y allí les informarán a su satisfacción.

-De allí venimos; somos autoridades del Ayuntamiento, ¿no ha recibido usted un comunicado del alguacil, firmado por él?

-Sí, recibí un papel -contestó la señorita Emilia-. Quizá él se considera alguacil. Yo no pago contribuciones en Jefferson.

-Pero en los libros no aparecen datos que indiquen una cosa semejante. Nosotros debemos…

-Vea al coronel Sartoris. Yo no pago contribuciones en Jefferson.

 

-Pero, señorita Emilia…

-Vea al coronel Sartoris (el coronel Sartoris había muerto hacía ya casi diez años.) Yo no pago contribuciones en Jefferson. ¡Tobe! -exclamó llamando al negro-. Muestra la salida a estos señores.

2

Así pues, la señorita Emilia venció a los regidores que fueron a visitarla del mismo modo que treinta años antes había vencido a los padres de los mismos regidores, en aquel asunto del olor. Esto ocurrió dos años después de la muerte de su padre y poco después de que su prometido -todos creímos que iba a casarse con ella- la hubiera abandonado. Cuando murió su padre apenas si volvió a salir a la calle; después que su prometido desapareció, casi dejó de vérsele en absoluto. Algunas señoras que tuvieron el valor de ir a visitarla, no fueron recibidas; y la única muestra de vida en aquella casa era el criado negro -un hombre joven a la sazón-, que entraba y salía con la cesta del mercado al brazo.

“Como si un hombre -cualquier hombre- fuera capaz de tener la cocina limpia”, comentaban las señoras, así que no les extrañó cuando empezó a sentirse aquel olor; y esto constituyó otro motivo de relación entre el bajo y prolífico pueblo y aquel otro mundo alto y poderoso de los Grierson.

Una vecina de la señorita Emilia acudió a dar una queja ante el alcalde y juez Stevens, anciano de ochenta años.

-¿Y qué quiere usted que yo haga? -dijo el alcalde.

-¿Qué quiero que haga? Pues que le envíe una orden para que lo remedie. ¿Es que no hay una ley?

-No creo que sea necesario -afirmó el juez Stevens-. Será que el negro ha matado alguna culebra o alguna rata en el jardín. Ya le hablaré acerca de ello.

Al día siguiente, recibió dos quejas más, una de ellas partió de un hombre que le rogó cortésmente:

-Tenemos que hacer algo, señor juez; por nada del mundo querría yo molestar a la señorita Emilia; pero hay que hacer algo.

Por la noche, el tribunal de los regidores -tres hombres que peinaban canas, y otro algo más joven- se encontró con un hombre de la joven generación, al que hablaron del asunto.

-Es muy sencillo -afirmó éste-. Ordenen a la señorita Emilia que limpie el jardín, denle algunos días para que lo lleve a cabo y si no lo hace…

-Por favor, señor -exclamó el juez Stevens-. ¿Va usted a acusar a la señorita Emilia de que huele mal?

Al día siguiente por la noche, después de las doce, cuatro hombres cruzaron el césped de la finca de la señorita Emilia y se deslizaron alrededor de la casa, como ladrones nocturnos, husmeando los fundamentos del edificio, construidos con ladrillo, y las ventanas que daban al sótano, mientras uno de ellos hacía un acompasado movimiento, como si estuviera sembrando, metiendo y sacando la mano de un saco que pendía de su hombro. Abrieron la puerta de la bodega, y allí esparcieron cal, y también en las construcciones anejas a la casa. Cuando hubieron terminado y emprendían el regreso, detrás de una iluminada ventana que al llegar ellos estaba oscura, vieron sentada a la señorita Emilia, rígida e inmóvil como un ídolo. Cruzaron lentamente el prado y llegaron a los algarrobos que se alineaban a lo largo de la calle. Una semana o dos más tarde, aquel olor había desaparecido.

Así fue cómo el pueblo empezó a sentir verdadera compasión por ella. Todos en la ciudad recordaban que su anciana tía, lady Wyatt, había acabado completamente loca, y creían que los Grierson se tenían en más de lo que realmente eran. Ninguno de nuestros jóvenes casaderos era bastante bueno para la señorita Emilia. Nos habíamos acostumbrado a representarnos a ella y a su padre como un cuadro. Al fondo, la esbelta figura de la señorita Emilia, vestida de blanco; en primer término, su padre, dándole la espalda, con un látigo en la mano, y los dos, enmarcados por la puerta de entrada a su mansión. Y así, cuando ella llegó a sus 30 años en estado de soltería, no sólo nos sentíamos contentos por ello, sino que hasta experimentamos como un sentimiento de venganza. A pesar de la tara de la locura en su familia, no hubieran faltado a la señorita Emilia ocasiones de matrimonio, si hubiera querido aprovecharlas…

Cuando murió su padre, se supo que a su hija sólo le quedaba en propiedad la casa, y en cierto modo esto alegró a la gente; al fin podían compadecer a la señorita Emilia. Ahora que se había quedado sola y empobrecida, sin duda se humanizaría; ahora aprendería a conocer los temblores y la desesperación de tener un céntimo de más o de menos.

Al día siguiente de la muerte de su padre, las señoras fueron a la casa a visitar a la señorita Emilia y darle el pésame, como es costumbre. Ella, vestida como siempre, y sin muestra ninguna de pena en el rostro, las puso en la puerta, diciéndoles que su padre no estaba muerto. En esta actitud se mantuvo tres días, visitándola los ministros de la Iglesia y tratando los doctores de persuadirla de que los dejara entrar para disponer del cuerpo del difunto. Cuando ya estaban dispuestos a valerse de la fuerza y de la ley, la señorita Emilia rompió en sollozos y entonces se apresuraron a enterrar al padre.

No decimos que entonces estuviera loca. Creímos que no tuvo más remedio que hacer esto. Recordando a todos los jóvenes que su padre había desechado, y sabiendo que no le había quedado ninguna fortuna, la gente pensaba que ahora no tendría más remedio que agarrarse a los mismos que en otro tiempo había despreciado.

3

La señorita Emilia estuvo enferma mucho tiempo. Cuando la volvimos a ver, llevaba el cabello corto, lo que la hacía aparecer más joven que una muchacha, con una vaga semejanza con esos ángeles que figuran en los vidrios de colores de las iglesias, de expresión a la vez trágica y serena…

Por entonces justamente la ciudad acababa de firmar los contratos para pavimentar las calles, y en el verano siguiente a la muerte de su padre empezaron los trabajos. La compañía constructora vino con negros, mulas y maquinaria, y al frente de todo ello, un capataz, Homer Barron, un yanqui blanco de piel oscura, grueso, activo, con gruesa voz y ojos más claros que su rostro. Los muchachillos de la ciudad solían seguirlo en grupos, por el gusto de verlo renegar de los negros, y oír a éstos cantar, mientras alzaban y dejaban caer el pico. Homer Barren conoció en seguida a todos los vecinos de la ciudad. Dondequiera que, en un grupo de gente, se oyera reír a carcajadas se podría asegurar, sin temor a equivocarse, que Homer Barron estaba en el centro de la reunión. Al poco tiempo empezamos a verlo acompañando a la señorita Emilia en las tardes del domingo, paseando en la calesa de ruedas amarillas o en un par de caballos bayos de alquiler…

Al principio todos nos sentimos alegres de que la señorita Emilia tuviera un interés en la vida, aunque todas las señoras decían: “Una Grierson no podía pensar seriamente en unirse a un hombre del Norte, y capataz por añadidura.” Había otros, y éstos eran los más viejos, que afirmaban que ninguna pena, por grande que fuera, podría hacer olvidar a una verdadera señora aquello de noblesse oblige -claro que sin decir noblesse oblige– y exclamaban:

“¡Pobre Emilia! ¡Ya podían venir sus parientes a acompañarla!”, pues la señorita Emilia tenía familiares en Alabama, aunque ya hacía muchos años que su padre se había enemistado con ellos, a causa de la vieja lady Wyatt, aquella que se volvió loca, y desde entonces se había roto toda relación entre ellos, de tal modo que ni siquiera habían venido al funeral.

Pero lo mismo que la gente empezó a exclamar: “¡Pobre Emilia!”, ahora empezó a cuchichear: “Pero ¿tú crees que se trata de…?” “¡Pues claro que sí! ¿Qué va a ser, si no?”, y para hablar de ello, ponían sus manos cerca de la boca. Y cuando los domingos por la tarde, desde detrás de las ventanas entornadas para evitar la entrada excesiva del sol, oían el vivo y ligero clop, clop, clop, de los bayos en que la pareja iba de paseo, podía oírse a las señoras exclamar una vez más, entre un rumor de sedas y satenes: “¡Pobre Emilia!”

Por lo demás, la señorita Emilia seguía llevando la cabeza alta, aunque todos creíamos que había motivos para que la llevara humillada. Parecía como si, más que nunca, reclamara el reconocimiento de su dignidad como última representante de los Grierson; como si tuviera necesidad de este contacto con lo terreno para reafirmarse a sí misma en su impenetrabilidad. Del mismo modo se comportó cuando adquirió el arsénico, el veneno para las ratas; esto ocurrió un año más tarde de cuando se empezó a decir: “¡Pobre Emilia!”, y mientras sus dos primas vinieron a visitarla.

-Necesito un veneno -dijo al droguero. Tenía entonces algo más de los 30 años y era aún una mujer esbelta, aunque algo más delgada de lo usual, con ojos fríos y altaneros brillando en un rostro del cual la carne parecía haber sido estirada en las sienes y en las cuencas de los ojos; como debe parecer el rostro del que se halla al pie de una farola.

-Necesito un veneno -dijo.

-¿Cuál quiere, señorita Emilia? ¿Es para las ratas? Yo le recom…

-Quiero el más fuerte que tenga -interrumpió-. No importa la clase.

El droguero le enumeró varios.

-Pueden matar hasta un elefante. Pero ¿qué es lo que usted desea. . .?

-Quiero arsénico. ¿Es bueno?

-¿Que si es bueno el arsénico? Sí, señora. Pero ¿qué es lo que desea…?

-Quiero arsénico.

El droguero la miró de abajo arriba. Ella le sostuvo la mirada de arriba abajo, rígida, con la faz tensa.

-¡Sí, claro -respondió el hombre-; si así lo desea! Pero la ley ordena que hay que decir para qué se va a emplear.

La señorita Emilia continuaba mirándolo, ahora con la cabeza levantada, fijando sus ojos en los ojos del droguero, hasta que éste desvió su mirada, fue a buscar el arsénico y se lo empaquetó. El muchacho negro se hizo cargo del paquete. E1 droguero se metió en la trastienda y no volvió a salir. Cuando la señorita Emilia abrió el paquete en su casa, vio que, en la caja, bajo una calavera y unos huesos, estaba escrito: “Para las ratas”.

4

 

Al día siguiente, todos nos preguntábamos: “¿Se irá a suicidar?” y pensábamos que era lo mejor que podía hacer. Cuando empezamos a verla con Homer Barron, pensamos: “Se casará con él”. Más tarde dijimos: “Quizás ella le convenga aún”, pues Homer, que frecuentaba el trato de los hombres y se sabía que bebía bastante, había dicho en el Club Elks que él no era un hombre de los que se casan. Y repetimos una vez más: “¡Pobre Emilia!” desde atrás de las vidrieras, cuando aquella tarde de domingo los vimos pasar en la calesa, la señorita Emilia con la cabeza erguida y Homer Barron con su sombrero de copa, un cigarro entre los dientes y las riendas y el látigo en las manos cubiertas con guantes amarillos….

Fue entonces cuando las señoras empezaron a decir que aquello constituía una desgracia para la ciudad y un mal ejemplo para la juventud. Los hombres no quisieron tomar parte en aquel asunto, pero al fin las damas convencieron al ministro de los bautistas -la señorita Emilia pertenecía a la Iglesia Episcopal- de que fuera a visitarla. Nunca se supo lo que ocurrió en aquella entrevista; pero en adelante el clérigo no quiso volver a oír nada acerca de una nueva visita. El domingo que siguió a la visita del ministro, la pareja cabalgó de nuevo por las calles, y al día siguiente la esposa del ministro escribió a los parientes que la señorita Emilia tenía en Alabama….

De este modo, tuvo a sus parientes bajo su techo y todos nos pusimos a observar lo que pudiera ocurrir. Al principio no ocurrió nada, y empezamos a creer que al fin iban a casarse. Supimos que la señorita Emilia había estado en casa del joyero y había encargado un juego de tocador para hombre, en plata, con las iniciales H.B. Dos días más tarde nos enteramos de que había encargado un equipo completo de trajes de hombre, incluyendo la camisa de noche, y nos dijimos: “Van a casarse” y nos sentíamos realmente contentos. Y nos alegrábamos más aún, porque las dos parientas que la señorita Emilia tenía en casa eran todavía más Grierson de lo que la señorita Emilia había sido….

Así pues, no nos sorprendimos mucho cuando Homer Barron se fue, pues la pavimentación de las calles ya se había terminado hacía tiempo. Nos sentimos, en verdad, algo desilusionados de que no hubiera habido una notificación pública; pero creímos que iba a arreglar sus asuntos, o que quizá trataba de facilitarle a ella el que pudiera verse libre de sus primas. (Por este tiempo, hubo una verdadera intriga y todos fuimos aliados de la señorita Emilia para ayudarla a desembarazarse de sus primas). En efecto, pasada una semana, se fueron y, como esperábamos, tres días después volvió Homer Barron. Un vecino vio al negro abrirle la puerta de la cocina, en un oscuro atardecer….

Y ésta fue la última vez que vimos a Homer Barron. También dejamos de ver a la señorita Emilia por algún tiempo. El negro salía y entraba con la cesta de ir al mercado; pero la puerta de la entrada principal permanecía cerrada. De vez en cuando podíamos verla en la ventana, como aquella noche en que algunos hombres esparcieron la cal; pero casi por espacio de seis meses no fue vista por las calles. Todos comprendimos entonces que esto era de esperar, como si aquella condición de su padre, que había arruinado la vida de su mujer durante tanto tiempo, hubiera sido demasiado virulenta y furiosa para morir con él….

Cuando vimos de nuevo a la señorita Emilia había engordado y su cabello empezaba a ponerse gris. En pocos años este gris se fue acentuando, hasta adquirir el matiz del plomo. Cuando murió, a los 74 años, tenía aún el cabello de un intenso gris plomizo, y tan vigoroso como el de un hombre joven….

Todos estos años la puerta principal permaneció cerrada, excepto por espacio de unos seis o siete, cuando ella andaba por los 40, en los cuales dio lecciones de pintura china. Había dispuesto un estudio en una de las habitaciones del piso bajo, al cual iban las hijas y nietas de los contemporáneos del coronel Sartoris, con la misma regularidad y aproximadamente con el mismo espíritu con que iban a la iglesia los domingos, con una pieza de ciento veinticinco para la colecta.

 

Entretanto, se le había dispensado de pagar las contribuciones.

Cuando la generación siguiente se ocupó de los destinos de la ciudad, las discípulas de pintura, al crecer, dejaron de asistir a las clases, y ya no enviaron a sus hijas con sus cajas de pintura y sus pinceles, a que la señorita Emilia les enseñara a pintar según las manidas imágenes representadas en las revistas para señoras. La puerta de la casa se cerró de nuevo y así permaneció en adelante. Cuando la ciudad tuvo servicio postal, la señorita Emilia fue la única que se negó a permitirles que colocasen encima de su puerta los números metálicos, y que colgasen de la misma un buzón. No quería ni oír hablar de ello.

Día tras día, año tras año, veíamos al negro ir y venir al mercado, cada vez más canoso y encorvado. Cada año, en el mes de diciembre, le enviábamos a la señorita Emilia el recibo de la contribución, que nos era devuelto, una semana más tarde, en el mismo sobre, sin abrir. Alguna vez la veíamos en una de las habitaciones del piso bajo -evidentemente había cerrado el piso alto de la casa- semejante al torso de un ídolo en su nicho, dándose cuenta, o no dándose cuenta, de nuestra presencia; eso nadie podía decirlo. Y de este modo la señorita Emilia pasó de una a otra generación, respetada, inasequible, impenetrable, tranquila y perversa.

Y así murió. Cayo enferma en aquella casa, envuelta en polvo y sombras, teniendo para cuidar de ella solamente a aquel negro torpón. Ni siquiera supimos que estaba enferma, pues hacía ya tiempo que habíamos renunciado a obtener alguna información del negro. Probablemente este hombre no hablaba nunca, ni aun con su ama, pues su voz era ruda y áspera, como si la tuviera en desuso.

Murió en una habitación del piso bajo, en una sólida cama de nogal, con cortinas, con la cabeza apoyada en una almohada amarilla, empalidecida por el paso del tiempo y la falta de sol.

5

El negro recibió en la puerta principal a las primeras señoras que llegaron a la casa, las dejó entrar curioseándolo todo y hablando en voz baja, y desapareció. Atravesó la casa, salió por la puerta trasera y no se volvió a ver más. Las dos primas de la señorita Emilia llegaron inmediatamente, dispusieron el funeral para el día siguiente, y allá fue la ciudad entera a contemplar a la señorita Emilia yaciendo bajo montones de flores, y con el retrato a lápiz de su padre colocado sobre el ataúd, acompañada por las dos damas sibilantes y macabras. En el balcón estaban los hombres, y algunos de ellos, los más viejos, vestidos con su cepillado uniforme de confederados; hablaban de ella como si hubiera sido contemporánea suya, como si la hubieran cortejado y hubieran bailado con ella, confundiendo el tiempo en su matemática progresión, como suelen hacerlo las personas ancianas, para quienes el pasado no es un camino que se aleja, sino una vasta pradera a la que el invierno no hace variar, y separado de los tiempos actuales por la estrecha unión de los últimos diez años.

Sabíamos ya todos que en el piso superior había una habitación que nadie había visto en los últimos cuarenta años y cuya puerta tenía que ser forzada. No obstante, esperaron, para abrirla, a que la señorita Emilia descansara en su tumba.

Al echar abajo la puerta, la habitación se llenó de una gran cantidad de polvo, que pareció invadirlo todo. En esta habitación, preparada y adornada como para una boda, por doquiera parecía sentirse como una tenue y acre atmósfera de tumba: sobre las cortinas, de un marchito color de rosa; sobre las pantallas, también rosadas, situadas sobre la mesa-tocador; sobre la araña de cristal; sobre los objetos de tocador para hombre, en plata tan oxidada que apenas se distinguía el monograma con que estaban marcados. Entre estos objetos aparecía un cuello y una corbata, como si se hubieran acabado de quitar y así, abandonados sobre el tocador, resplandecían con una pálida blancura en medio del polvo que lo llenaba todo. En una silla estaba un traje de hombre, cuidadosamente doblado; al pie de la silla, los calcetines y los zapatos.

El hombre yacía en la cama.

Por un largo tiempo nos detuvimos a la puerta, mirando asombrados aquella apariencia misteriosa y descarnada. El cuerpo había quedado en la actitud de abrazar; pero ahora el largo sueño que dura más que el amor, que vence al gesto del amor, lo había aniquilado. Lo que quedaba de él, pudriéndose bajo lo que había sido camisa de dormir, se había convertido en algo inseparable de la cama en que yacía. Sobre él, y sobre la almohada que estaba a su lado, se extendía la misma capa de denso y tenaz polvo.

Entonces nos dimos cuenta de que aquella segunda almohada ofrecía la depresión dejada por otra cabeza. Uno de los que allí estábamos levantó algo que había sobre ella e inclinándonos hacia delante, mientras se metía en nuestras narices aquel débil e invisible polvo seco y acre, vimos una larga hebra de cabello gris.

De Boris Vian.

EL LOBO-HOMBRE

 

 

En el Bois des Fausses-Reposes[1], al pie de la costa de Picardía, vivía un muy agraciado lobo adulto de negro pelaje y grandes ojos rojos. Se llamaba Denis, y su distracción favorita consistía en contemplar cómo se ponían a todo gas los coches procedentes de Ville-d'Avray, para acometer la lustrosa pendiente sobre la que un aguacero extiende, de vez en cuando, el oliváceo reflejo de los árboles majestuosos. También le gustaba, en las tardes de estío, merodear por las espesuras para sorprender a los impacientes enamorados en su lucha con el enredo de las cintas elásticas que, desgraciadamente, complican en la actualidad lo esencial de la lencería. Consideraba con filosofía el resultado de tales afanes, en ocasiones coronados por el éxito, y, meneando la cabeza, se alejaba púdicamente cuando ocurría que una víctima complaciente era pasada, como suele decirse, por la piedra. Descendiente de un antiguo linaje de lobos civilizados, Denis se alimentaba de hierba y de jacintos azules, dieta que reforzaba en otoño con algunos champiñones escogidos y, en invierno, muy a su pesar, con botellas de leche birladas al gran camión amarillo de la Central. La leche le producía náuseas, a causa de su sabor animal y, de noviembre a febrero, maldecía la inclemencia de una estación que le obligaba a estragarse de tal manera el estómago.

Denis vivia en buenas relaciones con sus vecinos, pues éstos, dada su discreción, ignoraban incluso que existiese. Moraba en una pequeña caverna excavada, muchos años atrás, por un desesperado buscador de oro, quien, castigado por la mala fortuna durante toda su vida, y convencido de no llegar a encontrar jamás el «cesto de las naranjas» (cito a Louis Boussenard)[2], había decidido acabar sus días en clima templado sin dejar de practicar, empero, excavaciones tan infructuosas como maníacas. En dicha cueva Denis se acondicionó una confortable guarida que, con el paso del tiempo, adornó con ruedas, tuercas y otros recambios de automóvil recogidos por él mismo en la carretera, donde los accidentes eran el pan nuestro de cada día. Apasionado de la mecánica, disfrutaba contemplando sus trofeos, y soñaba con el taller de reparaciones que, sin lugar a dudas, habría de poner algún día. Cuatro bielas de aleación ligera sostenían la cubierta de maletero utilizada a manera de mesa; la cama la conformaban los asientos de cuero de un antiguo Amilcar que se enamoró, al pasar, de un opulento y robusto plátano; y sendos neumáticos constituían marcos lujosos para los retratos de unos progenitores siempre bien queridos. El conjunto armonizaba exquisitamente con los elementos más triviales reunidos, en otros tiempos, por el buscador.

Cierta apacible velada de agosto, Denis se daba con parsimonia su cotidiano paseo digestivo. La luna llena recortaba las hojas como encaje de sombras. Al quedar expuestos a la luz, los ojos de Denis cobraban los tenues reflejos rubíes del vino de Arbois. Aproximábase ya al roble que constituía el término ordinario de su andadura, cuando la fatalidad hizo cruzarse en su camino al Mago del Siam[3], cuyo verdadero nombre se escribía Etienne Pample, y a la diminuta Lisette Cachou, morena camarera del restaurante Groneil arrastrada por el mago con algún pretexto ingenioso a las Fausses-Reposes. Lisette estrenaba un corsé Obsesión último diseño, cuya destrucción acababa de costar seis horas al Mago del Siam, y era a tal circunstancia, a la que Denis debía agradecer tan tardío encuentro.

Por desgracia para este último, la situación era en extremo desfavorable. Medianoche en punto; el Mago del Siam con los nervios de punta; y, dándose en abundancia por los alrededores, la consuelda, el licopodio y el conejo albo que, desde hace poco, acompañan inevitablemente los fenómenos de licantropía o, mejor dicho, de antropolicandria, como tendremos ocasión de leer en las páginas que siguen. Enfurecido por la aparición de Denis que, sin embargo, se alejaba ya tan discreto como siempre barbotando una excusa, y desencantado también de Lisette, por cuya culpa conservaba un exceso de energía que pedía a gritos ser descargada de una u otra manera, el Mago del Siam se abalanzó sobre la inocente bestia, mordiéndole cruelmente el codillo. Con un gañido de angustia, Denis escapó a galope. De regreso a su guarida, se sintió vencido por una fatiga fuera de lo común, y quedó sumido en un sueño muy pesado, entrecortado por turbulentas pesadillas.

No obstante, poco a poco fue olvidando el incidente, y los días volvieron a pasar tan idénticos como diversos. El otoño se acercaba y, con él, las mareas de septiembre, que producen el curioso efecto de arrebolar las hojas de los árboles. Denis se atracaba de níscalos y de setas, llegando a atrapar a veces alguna peziza casi invisible sobre su plinto de cortezas, mas huía como de la peste del indigesto lengua de buey. Los bosques, a la sazón, se vaciaban a muy temprana hora de paseantes y Denis se acostaba más temprano. Sin embargo, no por eso descansaba mejor, y en la agonía de noches entreveradas de pesadillas, se despertaba con la boca pastosa y los miembros agarrotados. Incluso sentía menguar paulatinamente su pasión por la mecánica, y el mediodía le sorprendía cada vez con más frecuencia amodorrado y sujetando con una zarpa inerte el trapo con el que debía haber lustrado una pieza de latón cardenillo. Su reposo se hacía cada vez más desasosegado, y a Denis le preocupaba no descubrir las razones.

Tiritando de fiebre y sobrecogido por una intensa sensación de frío, en mitad de la noche de luna llena despertó brutalmente de su sueño. Se frotó los ojos, quedó sorprendido del extraño efecto que sintió y, a tientas, buscó una luz. Tan pronto como hubo conectado el soberbio faro que le legase algunos meses atrás un enloquecido Mercedes, el deslumbrante resplandor del aparato iluminó los recovecos de la caverna. Titubeante, avanzó hacia el retrovisor que tenía instalado justo encima de la coqueta. Y si ya le había asombrado darse cuenta de que estaba de pie sobre las patas traseras, aún quedó más maravillado cuando sus ojos se posaron sobre la imagen reflejada en el espejo. En la pequeña y circular superficie le hacía frente, en efecto, un extravagante y blancuzco rostro por completo desprovisto de pelaje, y en el que sólo dos llamativos ojos rufos recordaban su anterior apariencia. Dejando escapar un breve grito inarticulado se miró el cuerpo y al instante comprendió la causa de aquel frío sobrecogedor que le atenazaba por todas partes. Su abundante pelambrera negra había desaparecido. Bajo sus ojos se alargaba el malformado cuerpo de uno de estos humanos de cuya impericia amatoria solía con tanta frecuencia burlarse.

Resultaba forzoso moverse con presteza. Denis se abalanzó hacia el baúl atiborrado de las más diferentes ropas, reunidas según el caprichoso azar de la sucesión de los accidentes. El instinto le hizo escoger un traje gris con rayitas blancas, de aspecto bastante distinguido, con el cual combinó una camisa lisa de tono tallo de rosa, y una corbata burdeos. Cuando estuvo cubierto con tal indumentaria, admirado todavía de poder conservar un equilibrio que en absoluto comprendía, empezó a sentirse mejor, y los dientes cesaron de castañetearle. Fue entonces cuando su extraviada mirada vino a fijarse en el irregular y espeso montoncillo de negra pelambrera esparcido alrededor de su lecho, y no pudo impedir llorar su perdida apariencia. 

Hizo empero, un violento esfuerzo de voluntad para serenarse, e intentó explicarse el fenómeno. Sus lecturas le habían enseñado muchas cosas, y el asunto acabó por parecerle diáfano. El Mago del Siam debía ser un hombre-lobo y él, Denis, mordido por la alimaña, acababa de convertirse, recíprocamente, en ser humano.

Ante la idea de que debía disponerse a vivir en un mundo desconocido, en un primer momento se sintió presa de pánico. ¡Qué peligros no habría de correr como hombre entre los humanos! La evocación de las estériles competiciones a que se entregaban día y noche los conductores en tránsito de la Côte de Picardie le anticipaba simbólicamente la atroz existencia a la que, de buena o mala gana, sería preciso adaptarse. Pero luego reflexionó. Según todas las apariencias, y si los libros no mentían, la transformacion habría de ser de duración limitada. Y en tal caso, ¿por qué no aprovecharla para hacer una incursión a la ciudad...? Llegados a este punto, preciso es reconocer que determinadas escenas entrevistas en el bosque se reprodujeron en la imaginación del lobo sin provocar en él las mismas reacciones que antes. Al contrario: se sorprendió incluso pasándose la lengua por los labios, cosa que le permitió constatar de paso que, a pesar de la metamorfosis, seguía siendo tan puntiaguda como siempre.

Volvió al retrovisor para contemplarse más de cerca. Sus rasgos no le disgustaron tanto como había temido. Al abrir la boca pudo constatar que su paladar seguía siendo de un negro llamativo, y, por otro lado, que también conservaba incólume el control de sus orejas, tal vez una pizca sospechosas por ser en exceso alargadas y pilosas. Mas consideró que el rostro que se reflejaba en el pequeño y esférico espejo, con su forma oval un algo prolongada, su pigmentación mate y sus blancos dientes, haría un papel aceptable entre los que conocía. Así que, después de todo, lo mejor sería sacar partido de lo inevitable y aprender algo de provecho para el porvenir. Consideración no obstante la cual un ramalazo de prudencia le obligó antes de salir a hacerse con unas gafas oscuras que, en caso de necesidad, atemperarían la rojiza brillantez de sus cristalinos. Proveyóse asimismo de un impermeable que se echó al brazo, y ganó la puerta con paso decidido. Pocos instantes después, cargado con una maleta ligera, y olfateando una brisa matinal que parecía singularmente desprovista de fragancia, se encontraba en la cuneta de la carretera, alargando el pulgar sin complejo alguno al primer automóvil que divisó en lontananza. Había decidido ir en dirección a París aconsejado por la experiencia cotidiana de que los coches rara vez se detienen al empezar la cuesta arriba y sí, en cambio, cuesta abajo, cuando la gravedad les permite volver a arrancar con facilidad.

Su elegante aspecto le reportó ser rápidamente aceptado como acompañante por una persona con no demasiada prisa. Y confortablemente acomodado a la derecha del conductor, se dispuso a abrir sus ardientes ojos a todo lo desconocido del vasto mundo. Veinte minutos más tarde se apeaba en la Plaza de la Ópera. El tiempo estaba despejado y fresco, y la circulación se mantenía dentro de los límites de lo decente. Denis se lanzó osadamente entre los tachones del asfalto y, tomando el bulevar, caminó en dirección al Hotel Scribe, en el que alquiló una habitación con cuarto de baño y salón. Dejó su maleta al cuidado de la servidumbre y salió acto seguido a comprar una bicicleta.

La mañana se le fue en un abrir y cerrar de ojos. Fascinado, no sabía bien hacia dónde pedalear. En el fondo de su yo experimentaba, sin lugar a dudas, el íntimo y oculto deseo de buscar un lobo para morderle, pero pensaba que no le resultaría demasiado fácil encontrar una víctima y, por otro lado, quería evitar dejarse influenciar en demasía por el contenido de los tratados. No ignoraba en absoluto que, con un poco de suerte, no le sería imposible acercarse a los animales del Jardin des Plantes, pero prefirió reservar tal posibilidad para un momento de mayor apremio. La flamante bicicleta absorbía en aquel momento toda su atención. Aquel artilugio niquelado le encandilaba, y, por otra parte, no dejaría de serle útil a la hora de regresar a su guarida.

A mediodía estacionó la máquina delante del hotel, ante la mirada un tanto reticente del portero. Pero su elegancia, y sobre todo aquellos ojos que semejaban carbúnculos, parecían privar a la gente de la capacidad de hacerle el mas mínimo reproche. Con el corazon exultante de alegría, se entretuvo en la búsqueda de un restaurante. Finalmente eligió uno tan discreto como de buena pinta. Las aglomeraciones le impresionaban todavía y, a pesar de la amplitud de su cultura general, temía que sus maneras pudiesen evidenciar un ligero provincianismo. Por eso pidió un sitio apartado y diligencia en el servicio.

Pero lo que Denis ignoraba era que precisamente en ese lugar de tan sosegado aspecto se celebraba, justo aquel día, la reunión mensual de los Aficionados al Pez de Agua Dulce Rambouilletiano. Cuando estaba a medio comer vio irrumpir de repente una comitiva de caballeros de resplandeciente tez y joviales maneras que, en un abrir y cerrar de ojos, ocuparon siete mesas de cuatro cubiertos cada una. Ante tan súbita invasión, Denis frunció el ceño. Mas, como se temía, el maître acabó por acercarse cortésmente a la suya.

-Lo siento mucho, señor -dijo aquel hombre lampiño y cabezón-, ¿pero podría hacernos el favor de compartir su mesa con la señorita?

Denis echó una ojeada a la zagala, desfrunciendo el ceño al mismo tiempo.

-Encantado -dijo incorporándose a medias.

-Gracias, caballero -gorjeó la criatura con voz musical. Voz de sierra musical, para ser más exactos. 

-Si usted me lo agradece a mí -prosiguió Denis- ¿a quién deberé yo? Agradecérselo, se sobreentiende.

-A la clásica providencia, sin duda -opinó la monada.

Y a continuación dejó caer su bolso, que Denis recogió al vuelo.

-¡Oh! -exclamó ella-. ¡Tiene usted unos reflejos extraordinarios!

-Sí... -confirmó Denis.

-Sus ojos son también bastante extraños -añadió la joven al cabo de cinco minutos-. Los veo parecidos a... a...

-¡Ah! -comentó Denis.

-A granates -concluyó ella.

-Es la guerra... -musitó Denis.

-No le entiendo...

-Quería decir -explicó Denis-, que esperaba que le recordasen a rubíes. Pero al oír que sólo ha dicho granates, no he podido por menos que pensar en restricciones. Concepto que, por una relación de causa efecto, me ha llevado acto seguido al de guerra.

-¿Estudió usted Ciencias Políticas? -preguntó la morenita.

-Le juro que no volveré a hacerlo.

-Le encuentro bastante fascinante -aseguró llanamente la señorita, que, entre nosotros, lo había dejado de ser muchas ya más veces de las que pudiera contar.

-De buena gana le devolvería el piropo, pero pasándolo al género femenino -expresóse Denis, madrigalesco.

Salieron juntos del restaurante. La lagarta confió al lobo convertido en hombre que, no lejos de allí, ocupaba una encantadora habitación en el Hotel del Pasapurés de Plata.

-¿Por qué no viene a ver mi colección de grabados japoneses? -acabó susurrando al oído de Denis.

-¿Sería prudente? -inquirió éste-. ¿Su marido, su hermano o algún otro de sus parientes no lo vería con inquietud?

-Digamos que soy un poco huérfana -gimió la pequeña, haciéndole cosquillas a una lágrima con la punta de su ahusado índice.

-Una verdadera lástima -comentó cortésmente su distinguido acompañante.

Al llegar al hotel creyó darse cuenta de que el recepcionista parecía llamativamente distraído. También constató que tanta felpa roja amortiguante hacía diferir notablemente ese establecimiento de aquel otro en el que él se había alojado. Pero en la escalera se distrajo contemplando primero las medias y luego las pantorrillas, inmediatamente adyacentes, de la señorita. En el afán de instruirse, la dejó tomar hasta seis escalones de ventaja. Y una vez que se creyó bastante instruido, apretó nuevamente el paso.

Por lo que tenía de cómica, la idea de fornicar con una mujer no dejaba de chocarle. Pero la evocación de Fausses-Reposes hizo desaparecer finalmente aquel elemento retardatario y, muy pronto se encontró en condiciones de poner en práctica con el tacto, los conocimientos que en el añorado bosque le entraran por la vista. Llegados a determinado punto plugo a la hermosa reconocerse, a gritos, satisfecha; y el artificio de tales afirmaciones, mediante las cuales aseguraba haber llegado a la cúspide, pasó inadvertido al entendimiento poco experimentado en ese terreno del bueno de Denis.

Apenas si comenzaba éste a salir de una especie de coma bastante distinto de todo cuanto hubiese conocido hasta entonces, cuando oyó sonar el despertador. Sofocado y pálido, se incorporó a medias en el lecho y quedó boquiabierto viendo cómo su compañera, con el culo al aire, dicho sea con todo respeto, registraba con diligencia el bolsillo interior de su americana.

-¿Desea una foto mía? -dijo sin pensarlo dos veces, creyendo haber comprendido.

Se sintió halagado pero, por el sobresalto que empinó la bipartita semiesfera que ante sus narices tenía, al instante se dio cuenta del inmenso error de tan aventurada suposición.

-Esto... eh... sí, querido mío -acabó por decir la dulce ninfa, sin saber muy bien si se le estaba o no tomando la cabellera.

Denis volvió a fruncir el ceño. Se levantó, y fue a comprobar el contenido de su cartera.

-¡Así que es usted una de esas hembras cuyas indecencias pueden leerse en la literatura del señor Mauriac! -explotó finalmente-. ¡Una prostituta, por decirlo de algún modo!

Se disponía ella a replicar, y en qué tono, que se cagaba en tal y en cual, que se lo montaba con su cuerpo serrano, y que no acostumbraba a tirarse a los pasmados por el gusto de hacerlo, cuando un cegador destello procedente de los ojos del lobo antropomorfizado le hizo tragarse todos y cada uno de los proyectados exabruptos. De las órbitas de Denis emanaban, en efecto, dos incesantes centellas rojas que, cebándose en los globos oculares de la morenita, la sumieron en muy curiosa confusión.

-¡Haga el favor de cubrirse y de largarse en el acto! -sugirió Denis.

Y para aumentar el efecto, tuvo la inesperada idea de lanzar un aullido. Hasta entonces, nunca semejante inspiración se le había pasado por las mientes. Mas, a pesar de tal falta de experiencia, la cosa resonó de manera sobrecogedora.

Aterrorizada, la damisela se vistió sin decir ni pío, en menos tiempo del que necesita un reloj de péndulo para dar las doce campanadas. Una vez solo, Denis se echó a reír. Se sentía asaltado por una viciosa sensación bastante excitante.

-Debe ser el sabor de la venganza -aventuró en voz alta.

Volvió a poner donde correspondía cada uno de sus avíos, se lavó donde más lo necesitaba y salió a la calle. Había caído la noche, el bulevar resplandecía de manera maravillosa.

No había caminado ni dos metros, cuando tres individuos se le acercaron. Vestidos un poco llamativamente, con ternos demasiado claros, sombreros demasiado nuevos y zapatos demasiado lustrados, lo cercaron.

-¿Podemos hablar con usted? -dijo el más delgado de todos, un aceitunado de recortado bigotillo.

-¿De qué? -se asombró Denis.

-No te hagas el tonto -profirió uno de los otros dos, coloradote y grueso.

-Entremos ahí.. -propuso el aceitunado según pasaban por delante de un bar.

Lleno de curiosidad, Denis entró. Hasta aquel momento, la aventura le parecía interesante.

-¿Saben jugar al bridge? -pregunto a sus acompañantes.

-Pronto vas a necesitar uno[4] -sentenció el grueso coloradote sombríamente. Parecía irritado.

-Querido amigo -dijo el aceitunado una vez que hubieron tomado asiento-, acaba usted de comportarse de una manera muy poco correcta con una jovencita.

Denis comenzó a reír a mandíbula batiente.

-¡Le hace gracia al muy rufián! -observó el colorado-. Ya veréis como dentro de poco le hace menos.

-Da la casualidad -prosiguió el flaco- de que los intereses de esa muchacha son también los nuestros.

Denis comprendió de repente.

-Ahora entiendo -dijo-. Ustedes son sus chulos.

Los tres se levantaron como movidos por un resorte.

-¡No nos busques las vueltas! -amenazó el más grueso.

Denis los contemplaba.

-Noto que voy a encolerizarme -dijo finalmente con mucha calma-. Será la primera vez en mi vida, pero reconozco la sensación. Tal como ocurre en los libros.

Los tres individuos parecían desorientados.

-¡Arreglado vas si piensas que nos asustas, gilipollas! -tronó el grueso.

 

Al tercero no le gustaba hablar. Cerrando el puño, tomó impulso. Cuando estaba a punto de alcanzar el mentón de Denis, éste se zafó, atrapó de una dentellada la muñeca del agresor y apretó. La cosa debió doler.

Una botella vino a aterrizar sobre la cabeza de Denis, que parpadeó y reculó.

-Te vamos a escabechar -dijo el aceitunado.

El bar se había quedado vacío. Denis saltó por encima de la mesa y del adversario gordo. Sorprendido, éste se quedó un instante aturdido, pero llegó a tener el reflejo de agarrar uno de los pies calzados de ante del solitario de Fausses-Reposes.

Siguió una breve refriega al final de la cual, Denis, con el cuello de la camisa desgarrado, se contempló en el espejo. Una cuchillada le adornaba la mejilla, y uno de sus ojos tendía al índigo. Prestamente, acomodó los tres cuerpos inertes bajo las banquetas. El corazón le latía con furia. Y, de repente, sus ojos fueron a fijarse en un reloj de pared. Las once.

«¡Por mis barbas», pensó, «es hora de marcharse!»

Se puso apresuradamente las gafas oscuras y corrió hacia su hotel. Sentía el alma pletórica de odio, pero la proximidad de su partida le apaciguó.

Pagó la cuenta, recogió el equipaje, montó en su bicicleta, y se puso a pedalear incansablemente como un verdadero Coppi.

 

 

Estaba llegando al puente de Saint-Cloud, cuando un agente le dio el alto.

-¿O sea que va usted sin luces? -preguntó aquel hombre semejante a tantos otros.

-¿Cómo? -se extrañó Denis-. ¿Y por qué no? Veo de sobra.

-No se llevan para ver -explicó el agente- sino para que le vean a uno. ¿Y si le ocurre un accidente? Entonces, ¿qué?

-¡Ah! -exclamó Denis-. Sí; tiene usted razón. ¿Pero puede explicarme cómo funcionan las luces de este armatoste?

-¿Se está burlando de mí? -indagó el alguacil.

-Escuche -se puso serio Denis-. Llevo tanta prisa que ni siquiera tengo tiempo de reírme de nadie.

-¿Quiere usted que le ponga una multa? -dijo el infecto municipal.

-Es usted pelmazo de más -replicó el lobo ciclista.

-¡De acuerdo! -sentenció el innoble bellaco-. Pues ahí va...

Y sacando la libreta y un bolígrafo, bajó la nariz un instante.

-¿Su nombre, por favor? -preguntó volviendo a levantarla.

Después, sopló con todas sus fuerzas en el interior de su tubito sonoro, pues, muy lejos ya, alcanzó a ver la bicicleta de Denis lanzada, con él encima, al asalto del repecho.

En el mencionado asalto, Denis echó el resto. Al asfalto, pasmado, no le quedaba más que ceder ante su furioso avance. La costana de Saint-Cloud quedó atrás en un abrir y cerrar de ojos. Atravesó a continuación la parte de la ciudad que costea Montretout[5] -fina alusión a los sátiros que vagan por el parque dedicado al antes nombrado santo- y giró después a la izquierda, en dirección hacia el Pont Noir y Villed'Avray. Al salir de tan noble ciudad y pasar frente al Restaurante Cabassud, advirtió cierta agitacion a sus espaldas. Forzó la marcha y, sin previo aviso, se internó por un camino forestal. El tiempo apremiaba. A lo lejos, de repente, algún carillón comenzaba a anunciar la llegada de la medianoche.

Desde la primera campanada, Denis notó que la cosa no marchaba. Cada vez le costaba más trabajo llegar a los pedales; sus piernas parecían irse acortando paulatinamente. A la luz del claro de luna seguía sin embargo escalando, montado sobre su rayo mecanico, por entre la gravilla del camino de tierra. Pero en cierto momento se fijó en su sombra: hocico alargado, orejas erguidas. Y al instante dio de morros en el suelo, pues un lobo en bicicleta carece de estabilidad.

Felizmente para él. Pues apenas tocó tierra se perdió de un salto en la espesura. La moto del policía, entretanto, colisionó ruidosamente contra la recién caída bicicleta. El motorista perdió un testículo en la acción a la vez que el treinta y nueve por ciento de su capacidad auditiva.

Apenas recobrada la apariencia de lobo y sin dejar de trotar hacia su guarida, Denis consideró el extraño frenesí que lo había asaltado bajo las humanas vestiduras de segunda mano. Él, tan apacible y tranquilo de ordinario, había visto evaporarse en el aire tanto sus buenos principios como su mansedumbre. La ira vengadora, cuyos efectos se habían manifestado sobre los tres chulos de la Madeleine -uno de los cuales, apresurémonos a decirlo en descargo de los verdaderos chulos, cobraba sueldo de la Prefectura, Brigada Mundana-, le parecía a la vez inimaginable y fascinante. Meneó la cabeza. ¡Qué mala suerte la mordedura del Mago del Siam! Felizmente, pensó no obstante, la penosa transformación habría de limitarse a los días de plenilunio. Pero no dejaba de sentir sus secuelas, y esa cólera latente, ese deseo de venganza no dejaban de inquietarlo.

 

 (1947)

 

[1] Fausses-Reposes: Falsos-Sosiegos. (N. del T.)

 

[2] Escritor, viajero y novelista francés (1847-1910).(N. del T.)

 

[3] No se trata del país asiático sino de determinada modalidad del juego de bolos. (N.del T.)

[4] Juego de palabras. En inglés, bridge, además del juego de cartas, significa «puente». (N.del T.)

 

[5] Montretout podría ser traducido, aproximadamente, como «enséñalotodo». (N. del T.)

En esta oportunidad invitamos a Fernando Vásquez Rodríguez (universidad de la Salle).

Este texto es tomado del Blog del maestro Fernando Vásquez Rodríguez y les invitamos a visitarlo:

https://fernandovasquezrodriguez.com/ 

 

Alfabetizarnos en semiótica: Una cartilla educativa y un escudo personal.

 

Considero que la semiótica es antes que nada una manera particular de leer. Una mirada ante el mundo y la vida mediante la cual sospechamos de los mensajes o las actuaciones que saltan rápidamente a nuestros ojos o interpelan nuestros sentidos. Un modo de pensar que sabe que los datos inmediatos nos engañan, que detrás de todo eso que calificamos de “natural” se esconde un fino entramado simbólico, un tejido complejo de significados. Y esto es así, porque estamos inmersos entre signos, porque somos consumidores y productores de mensajes, porque nos socializamos y nos educamos a partir de sistemas de códigos. Es decir, el mundo que habitamos ya es de por sí un mundo signado. Entonces, la semiótica viene siendo como una especie de alfabetismo para poder leer esa maleza sígnica que nos circunda, una habilidad para descifrar ese enorme texto de la cultura. O, para ser más precisos, la semiótica es un abecedario, una cartilla con la cual podemos leer o descifrar gran parte de los mensajes que circulan en la vida cotidiana.

 

Parte de esa alfabetización supone convertirse en extranjero de la misma parcela de realidad que se busca descifrar. Ser extranjero demanda una capacidad de lectura en donde hay que rebasar los límites de lo obvio, de lo natural, de lo dado por hecho. Leer semióticamente es aprender a sospechar. Y sospechar es tomar distancia de los hechos, los eventos, las informaciones, de los emisores que las enuncian. Esa toma de distancia ayuda a comprender asuntos que, por estar inmersos en ellos, no podemos apreciarlos a cabalidad. Sospechar es poner entre paréntesis lo que escuchamos o nos dicen para no ser incautos o tan crédulos como para aceptar sin cuestionamiento o tamiz las “verdades” que parecen comunicársenos con tono aséptico o desinteresado. La sospecha ha sido, vale reiterarlo, una de las claves de la filosofía y un detonante para la investigación científica. Piénsese no más, en todos los “maestros de la sospecha”: Freud, Nietzsche, Marx, y cómo lograron leer en profundidad los signos de su época, fisurar los sistemas, excavar dentro de las cosmovisiones vigentes de su mundo. El semiotista, por eso mismo, cuestiona, pregunta, entrevé, intuye, conjetura, olfatea su entorno como si fuera un explorador en tierra ajena.

 

De otro lado, nos alfabetizamos en semiótica exacerbando los sentidos, así como pedía Arthur Rimbaud a los poetas; mirando con cuidado, escuchando con atención, tocando el mundo, oliscando todos esos indicios que desfilan ante nuestras narices, pero que la mayoría de las veces pasan desapercibidos. Lo otro, es estar atentos, alertas a la realidad circundante. Los semiotistas son vigías de los textos y los contextos, de los intertextos y los paratextos. Instalados en la atalaya del entendimiento, los alfabetizados en semiótica perciben relaciones, ven diferencias, aprecian los matices. De igual modo, los semiotistas adquirieren ciertos criterios, unas categorías de juicio, un método de análisis para investigar o dar cuenta de un problema, un asunto noticioso o un acontecimiento social.  Tener un método es contar con una especie de lógica para ordenar la cabeza. Tal esquema de pensamiento no se basa en las opiniones emocionales o en el rumor maledicente, sino en un pausado y plural examen de las cosas que contribuye a tener un mejor diagnóstico de cualquier situación. Digamos que el proceder del semiotista puede sintetizarse en un axioma de hondas raíces artísticas: mirar lo que todos los demás dan por visto.

 

Precisamente por ello, creo que los maestros y maestras, más allá de impartir conocimientos, tenemos la función de proveerles a los estudiantes unos “miradores” para leer la realidad, unos lentes para hacer legible el mundo que les toca en suerte. Necesitamos alfabetizar a las nuevas generaciones en semiótica. Y especialmente en esta época, cuando hay tal avalancha de información, que no es fácil diferenciar una cosa de otra; una época en donde los mensajes circulan a gran velocidad, pero en la que las personas no tienen el juicio formado para aquilatar lo valioso de la basura insustancial. La lectura semiótica sería una habilidad desarrollada por los educadores de todas las áreas. Esa lectura semiótica ayudaría a que los estudiantes aprendan a poner en relación los detalles en la perspectiva del conjunto, a cotejar cada texto con los contextos en que se producen, a aquilatar diversos puntos de vista antes de emitir un juicio, a entrever las intenciones soterradas de las ideologías ocultas que manejan los emisores. Porque no podemos olvidar que, por ejemplo, los medios masivos de información “fabrican” una idea del mundo y de las personas; editan el entorno para dárnoslo organizado de una particular manera. En consecuencia, los aprendices de semiótica irán aprendiendo poco a poco a “desmontar” la puesta en escena en que se produce la información para descubrir qué se ha omitido, qué se ha sobredimensionado hasta la exageración o cuáles son las intenciones implícitas que se fraguan detrás de cámaras. Como se ve, la semiótica es un buen laboratorio para apreciar cómo se producen, circulan y recepcionan los mensajes.  Ya sea frente a una pantalla, en actitud de escucha o de cara a un “espectáculo informativo” la semiótica descubre las redes y las constelaciones de signos que los grandes medios tejen en su función de crear audiencias, reforzar cosmovisiones hegemónicas, reconducir la opinión pública o elaborar un relato persuasivo de la realidad.

 

Desde luego, las bondades no solo se circunscriben al sector educativo. Pienso que todo ciudadano debería también alfabetizarse en semiótica por dos razones principales: La primera, porque la semiótica era y sigue siendo una poderosa herramienta conceptual para leer la sociedad que habitamos; una especie de metalenguaje traductor mediante el cual es posible desenredar los sendos hilos con que están tejidas las relaciones humanas, los conflictos de intereses, los juegos de poder. La segunda, porque al ser lectores hábiles de signos nos hacemos más aptos para aceptar la pluralidad de opiniones y la diversidad de otras maneras de entender el mundo y la vida y, lo más importante, se crea un espíritu tolerante para ser menos fanáticos y menos sectarios. Con esos útiles cívicos de la semiótica nos entenderemos mejor con el diferente, sin tener que entrar a violentarlo o destituirlo porque no lo aceptamos o, lo más grave, porque no logramos comprenderlo.

 

Agregaría, en esta misma perspectiva, que alfabetizarnos en semiótica es un buen recurso de protección ante el odio propagado en las redes sociales y es un buen catalizador para romper la estratagema de las falsas noticias. A lo mejor, si en esta época de mentiras a la mano y de redes engatusadoras nos proveemos de elementos de lectura semiótica, lograremos descifrar el truco del mago o lo que astutamente se esconde detrás de celadas con apariencia de verdad. Con esas herramientas conceptuales de la semiótica aprenderemos a develar lo que está sistemáticamente clausurado o vedado por el poder; adquiriremos un espíritu crítico que nos saque del marasmo de ser sólo consumidores de información; y ampliaremos nuestra comprensión de los credos, las ideologías y las mentalidades con el fin de prevenirnos de fundamentalismos sectarios. En suma, tendremos una “protección cognitiva” para no sucumbir como borregos a las demandas irracionales de la masa, a las manipulaciones de la ladina politiquería que, como se sabe, le interesa sobre todo el beneficio personal más que favorecer a la mayoría. Necesitamos proteger nuestra salud mental para no alimentar esa actitud cotidiana de “todos contra todos”, tan aumentada en nuestros días por los grandes medios masivos de información que se regodean con su contagio estridente de odio, desesperanza y crisis generalizada. 

 

Concluyo invitando a todos los que tienen una labor formativa, llámense maestros o padres de familia, “influenciadores” o” “líderes de opinión” a acoger algunos de los rasgos de la lectura semiótica que aquí he señalado. O si se prefiere, los convoco a poner en práctica diez principios de actuación comunicativa que, en cierto sentido, son enunciados éticos:  1) Mejor tardarse en comprender que apresurarse apasionadamente a enjuiciar, 2) Ver siempre las ramas en relación con el conjunto del árbol que las sostiene, 3) Tener una mirada plural, antes que un único punto de vista, 4) Anteponer la duda y la pregunta a todo aquello que pida la sumisión sin argumentos, 5) Desconfiar de las verdades a medias, porque en realidad son mentiras disfrazadas de certidumbre, 6) Estar prevenidos con los mensajes que prefieren destacar los adjetivos y los epítetos que los sustantivos y los verbos, 7) Entender que cada persona filtra la información que recibe y, según sus intereses, edita la información que comunica, 8) Comprender que sin un horizonte histórico las opiniones fácilmente se convierten en prejuicios, 9) Descubrir que en la relectura o la revisión está la clave para hacer aflorar el submundo escondido de los mensajes, 10) Reconocer que la ambigüedad de los signos es la que motiva la perspicacia y exige un esfuerzo intelectivo para interpretarlos.

Traemos esta semana al maravilloso Oscar Wilde, iniciaremos con su hermoso cuento.

 

El príncipe feliz.

 

En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.

Por todo lo cual era muy admirada.

-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte-. Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico.

Y realmente no lo era.

-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?

-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.

Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.

Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.

Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.

Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.

-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.

Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos. Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.

Una vez que se fueron sus amigas, sintiose muy sola y empezó a cansarse de su amante.

-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.

Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.

-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.

-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco.

Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.

-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!

Y la Golondrina se fue.

Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.

-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.

Entonces divisó la estatua sobre la columnita.

-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.

Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.

-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.

Y se dispuso a dormir.

Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.

-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.

Entonces cayó una nueva gota.

-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.

Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota.

La Golondrina miró hacia arriba y vio… ¡Ah, lo que vio!

Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.

Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintiose llena de piedad.

-¿Quién sois? -dijo.

-Soy el Príncipe Feliz.

-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.

-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí, y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.

«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.

-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!

-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras, las golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.

Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.

-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.

-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe. Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.

Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.

Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile. Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.

-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!

-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial -respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias, ¡pero son tan perezosas las costureras!

Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el ghetto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.

Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.

La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.

-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor.

Y cayó en un delicioso sueño.

Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.

-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.

Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía. Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.

-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-.

¡Una golondrina en invierno!

Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local.

Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!…

-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.

Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.

Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia. Por todas partes adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:

-¡Qué extranjera más distinguida!

Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.

-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.

-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?

-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.

-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.

Y se puso a llorar.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.

Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.

El joven tenía la cabeza hundida en sus manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.

-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.

Y parecía completamente feliz.

Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto. Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.

-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.

-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina.

Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.

-He venido para deciros adiós -le dijo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.

-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.

-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.

Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.

-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña. Y corrió a su casa muy alegre.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.

-Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.

-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.

-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.

Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que había visto en países extraños.

Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.

-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.

Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.

Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras.

Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.

-¡Qué hambre tenemos! -decían.

-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.

Y se alejaron bajo la lluvia.

Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.

-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza. Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.

-¡Ya tenemos pan! -gritaban.

Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo. Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían.

Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.

Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.

Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.

-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.

-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.

-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?

Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.

En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.

El hecho es que la coraza de plomo se había partido en dos. Realmente hacía un frío terrible.

A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad. Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.

-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!

-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.

Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.

-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo el alcalde-. En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.

-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.

-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.

Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea.

Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.

-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.

-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.

-O la mía -dijo cada uno de los concejales. Y acabaron disputando.

-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como desecho.

Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.

-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.

Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

Seguimos esta semana con el maravilloso Oscar Wilde.

 

El gigante egoísta.

 

Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto.

Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.

-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.

Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando en el jardín.

-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.

-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él.

Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel: Prohibida la entrada. Los transgresores serán procesados judicialmente.

Era un gigante muy egoísta.

Los pobres niños no tenían ahora donde jugar.

Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó.

Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.

-¡Que felices éramos allí!- se decían unos a otros.

Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno.

Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no había niños, y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a dormir.

Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.

-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban. -Podremos vivir aquí durante todo el año

La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento aceptó.

Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el jardín, derribando los capuchones de las chimeneas.

-Este es un sitio delicioso- decía. -Tendremos que invitar al Granizo a visitarnos.

Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompió la mayoría de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín corriendo lo más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo.

-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará!

Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno.

-Es demasiado egoísta- se dijo.

Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles.

Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.

-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio?

Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños.

Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él.

-¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.

-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños para siempre.

Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho.

Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con toda suavidad y salió al jardín.

Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno.

Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó.

Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.

-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto.

Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante.

-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que subí al árbol?- preguntó.

El gigante era a este al que más quería, porque lo había besado.

-No sabemos contestaron los niños- se ha marchado.

-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante.

Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él.

-¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir.

Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín.

-Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las flores más bellas.

Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores.

De pronto se frotó los ojos atónito y miró y remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeño al que tanto quiso.

El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:

-¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos.

-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle.

-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor.

-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño.

Y el niño sonrió al gigante y le dijo:

-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.

Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos.

Continuando con Oscar Wilde, a propósito de las amistades peligrosas que se han ido apuñalando en el caso de Odebrecht, les traemos:

 

El amigo fiel

 

Una mañana la vieja rata de agua asomó la cabeza por su agujero. Tenía unos ojos redondos muy vivarachos y unos largos bigotes grises. Su cola parecía un elástico negro. Unos patitos nadaban en el estanque, parecidos a una bandada de canarios amarillos, y su madre, toda blanca con patas rojas, se esforzaba en enseñarles a hundir la cabeza en el agua.

-Nunca podrán estrenarse en sociedad si no aprenden a sumergir la cabeza -les decía.

Y les enseñaba de nuevo cómo tenían que hacerlo. Pero los patitos no prestaban ninguna atención a sus lecciones. Eran tan jóvenes que no sabían las ventajas que reporta la vida de sociedad.

-¡Qué criaturas más desobedientes! -exclamó la rata de agua-. ¡Merecerían ahogarse!

-¡No lo quiera Dios! -replicó la pata-. Todo tiene sus comienzos y nunca es demasiada la paciencia de los padres.

-¡Ah! No tengo la menor idea de los sentimientos paternos -dijo la rata de agua-. No soy padre de familia. Jamás me he casado, ni he pensado en hacerlo. Indudablemente, el amor es una buena cosa a su manera; pero la amistad vale más. Le aseguro que no conozco en el mundo nada más noble o más raro que una fiel amistad.

-Y dígame, se lo ruego, ¿qué idea se forma usted de los deberes de un amigo fiel? -preguntó un pardillo verde que había escuchado la conversación, posado sobre un sauce retorcido.

-Sí, eso es precisamente lo que quisiera yo saber -dijo la pata, y nadando hacia el extremo del estanque hundió la cabeza en el agua para dar ejemplo a sus hijos.

-¡Qué pregunta más tonta! -gritó la rata de agua-. ¡Como es natural, entiendo por amigo fiel al que me demuestra fidelidad!

-¿Y qué hará usted en cambio? -dijo el avecilla columpiándose sobre una ramita plateada y moviendo sus alitas.

-No le comprendo a usted -respondió la rata de agua.

-Permítame que le cuente una historia sobre el asunto -dijo el pardillo.

-¿Se refiere a mí esa historia? -preguntó la rata de agua-. Si es así, la escucharé gustosa, porque a mí me vuelven loca los cuentos.

-Puede aplicarse a usted -respondió el pardillo.

Y abriendo las alas, se posó en la orilla del estanque y contó la historia del amigo fiel.

-Había una vez -empezó el pardillo- un honrado mozo llamado Hans.

-¿Era un hombre verdaderamente distinguido? -preguntó la rata de agua.

-No -respondió el pardillo-. No creo que fuese nada distinguido, excepto por su buen corazón y por su redonda cara morena y afable.

“Vivía en una humilde casita de campo y todos los días trabajaba en su jardín. En toda la comarca no había jardín tan hermoso como el suyo. En él crecían claveles, nomeolvides, saxifragas, así como rosas de Damasco y rosas amarillas, granates, lilas y oro, alelíes rojos y blancos.

“Y según se sucedían los meses, a su tiempo, florecían agavanzos y cardaminas, mejoranas y albahacas silvestres, velloritas y lirios de Alemania, asfódelos y claveros. Una flor sustituía a otra. Por lo cual había siempre cosas bonitas a la vista y olores agradables que respirar.

“El pequeño Hans tenía muchos amigos, pero el más íntimo era el gran Hugo, el molinero. Realmente, el rico molinero era tan allegado al pequeño Hans, que no visitaba nunca su jardín sin inclinarse sobre los macizos y coger un gran ramo de flores o un buen puñado de lechugas suculentas o sin llenarse los bolsillos de ciruelas y de cerezas, según la estación.

“-Los amigos verdaderos lo comparten todo entre sí -acostumbraba decir el molinero.

“Y el pequeño Hans asentía con la cabeza, sonriente, sintiéndose orgulloso de tener un amigo que pensaba con tanta nobleza.

“Algunas veces, sin embargo, el vecindario encontraba raro que el rico molinero no diese nunca nada a cambio al pequeño Hans, aunque tuviera cien sacos de harina almacenados en su molino, seis vacas lecheras y un gran número de ganado lanar; pero Hans no se preocupó nunca de semejante cosa.

“Nada le encantaba tanto como oír las bellas cosas que el molinero acostumbraba decir sobre la solidaridad de los verdaderos amigos.

“Así, pues, el pequeño Hans cultivaba su jardín. En primavera, en verano y en otoño se sentía muy feliz; pero cuando llegaba el invierno y no tenía ni frutos ni flores que llevar al mercado, padecía mucho frío y mucha hambre, acostándose con frecuencia sin haber comido más que unas peras secas y algunas nueces rancias.

“Además, en invierno se encontraba muy solo, porque el molinero no iba nunca a verle durante aquella estación.

“-No está bien que vaya a ver al pequeño Hans mientras duren las nieves -decía muchas veces el molinero a su mujer-. Cuando las personas pasan apuros hay que dejarlas solas y no molestarlas con visitas. Ésa es por lo menos mi opinión sobre la amistad, y estoy seguro de que es acertada. Por eso esperaré la primavera y entonces iré a verle; podrá darme un gran cesto de velloritas y eso le alegrará.

“-Eres realmente amable con los demás -le respondía su mujer, sentada en un cómodo sillón junto a un buen fuego de leña-. Resulta encantador oírte hablar de la amistad. Estoy segura de que el cura no diría sobre ella cosas tan bellas como tú, aunque vive en una casa de tres pisos y lleva un anillo de oro en el meñique.

“-¿Y no podríamos invitar al pequeño Hans a venir aquí? -preguntaba el hijo del molinero-. Si el pobre Hans pasa apuros, le daré la mitad de mi sopa y le enseñaré mis conejos blancos.

“-¡Qué bobo eres! -exclamó el molinero-. Verdaderamente no sé para qué sirve mandarte a la escuela. Parece que no aprendes nada. Si el pequeño Hans viniese aquí, ¡caramba!, y viera nuestro buen fuego, nuestra excelente cena y nuestro gran barril de vino tinto podría sentir envidia. Y la envidia es una cosa terrible que estropea los mejores caracteres. Realmente, no podría yo sufrir que el carácter de Hans se estropeara. Soy su mejor amigo, velaré siempre por él y tendré buen cuidado de no exponerle a ninguna tentación. Además, si Hans viniese aquí, podría pedirme que le diese un poco de harina fiada, lo cual no puedo hacer. La harina es una cosa y la amistad es otra, y no deben confundirse. Esas dos palabras se escriben de un modo diferente y significan cosas muy distintas, como todo el mundo sabe.

“-¡Qué bien hablas! -dijo la mujer del molinero sirviéndose un gran vaso de cerveza caliente-. Me siento verdaderamente como adormecida, lo mismo que en la iglesia.

“-Muchos obran bien -replicó el molinero-, pero pocos saben hablar bien, lo que prueba que hablar es, con mucho, la cosa más difícil, así como la más hermosa de las dos.

“Y miró severamente por encima de la mesa a su hijo que, avergonzado, bajó la cabeza, se puso colorado como un tomate y empezó a llorar encima de su té.”

-¿Ése es el final de la historia? -preguntó la rata de agua.

-Nada de eso -contestó el pardillo-. Ése es el comienzo.

-Entonces quiere decir que está usted muy atrasado con relación a su tiempo -repuso la rata de agua-. Hoy día todo buen cuentista empieza por el final, prosigue por el comienzo y termina por la mitad. Es el nuevo método. Así se lo he oído decir a un crítico que se paseaba alrededor del estanque con un joven. Trataba el asunto magistralmente y estoy segura de que tenía razón, porque llevaba unas gafas azules y era calvo, y cuando el joven le hacía alguna observación, contestaba siempre: “¡Pse!” Pero continúe usted su historia, por favor. Me agrada mucho el molinero. Yo también encierro toda clase de bellos sentimientos: por eso hay una gran simpatía entre él y yo.

-¡Bien! -dijo el pardillo, brincando sobre sus dos patitas-. No bien pasó el invierno, en cuanto las velloritas empezaron a abrir sus estrellas amarillo pálidas, el molinero dijo a su mujer que iba a salir y visitar al pequeño Hans.

“-¡Ah, qué buen corazón tienes! -le gritó su mujer-. Siempre pensando en los demás. No te olvides de llevar el cesto grande para traer las flores.

“Entonces el molinero ató unas con otras las aspas del molino con una fuerte cadena de hierro y bajó la colina con la cesta al brazo.

“-Buenos días, pequeño Hans -dijo el molinero.

“-Buenos días -contestó Hans, apoyándose en su azadón y sonriendo con toda su boca.

“-¿Y cómo has pasado el invierno? -preguntó el molinero.

“-¡Bien, bien!. -repuso Hans-. Muchas gracias por tu interés. He pasado mis malos ratos, pero ahora ha vuelto la primavera y me siento casi feliz… Además, mis flores van muy bien.

“-Hemos hablado de ti con mucha frecuencia este invierno, Hans -prosiguió el molinero-, preguntándonos qué sería de ti.

“-¡Qué amable eres! -dijo Hans-. Temí que me hubieras olvidado.

“-Hans, me sorprende oírte hablar de ese modo -dijo el molinero-. La amistad no olvida nunca. Eso es lo que tiene de admirable, aunque me temo que no comprendas la poesía de la amistad… Y entre paréntesis, ¡qué bellas están tus velloritas!

“-Sí, verdaderamente están muy bellas -dijo Hans-, y es para mí una gran suerte tener tantas. Voy a llevarlas al mercado, donde las venderé a la hija del burgomaestre, y con ese dinero compraré otra vez mi carretilla.

“-¿Que comprarás otra vez tu carretilla? ¿Quieres decir entonces que la has vendido? Has cometido una tontería.

“-Con toda seguridad, pero el hecho es -replicó Hans- que me vi obligado a ello. Como sabes, el invierno es una estación mala para mí y no tenía ningún dinero para comprar pan. Así es que vendí primero los botones de plata de mi traje de los domingos; luego vendí mi cadena de plata y después mi flauta. Por último vendí mi carretilla. Pero ahora voy a rescatarlo todo.

“-Hans -dijo el molinero-, te daré mi carretilla. No se halla en buen estado. Uno de los lados se ha roto y están algo torcidos los radios de la rueda, pero a pesar de esto te la daré. Sé que es muy generoso por mi parte y a mucha gente le parecerá una locura que me desprenda de ella, pero yo no soy como el resto del mundo. Creo que la generosidad es la esencia de la amistad, y, además, me he comprado una carretilla nueva. Sí, puedes estar tranquilo… Te daré mi carretilla.

“-Gracias, eres muy generoso -dijo el pequeño Hans. Y su amable cara redonda resplandeció de placer-. Puedo arreglarla fácilmente porque tengo una tabla en mi casa.

“-¡Una tabla! -exclamó el molinero-. ¡Muy bien! Eso es precisamente lo que necesito para la techumbre de mi granero. Hay una gran brecha y sé me mojará todo el trigo si no la tapo. ¡Qué oportuno has estado! Realmente es de notar que una buena acción engendra otra siempre. Te he dado mi carretilla y ahora tú vas a darme tu tabla. Claro es que la carretilla vale mucho más que la tabla, pero la amistad sincera no repara nunca en esas cosas. Dame en seguida la tabla y hoy mismo me pondré a la obra para arreglar mi granero.

“-¡Encantado! -replicó el pequeño Hans.

“Fue corriendo a su vivienda y sacó la tabla.

“-No es una tabla muy grande -dijo el molinero, examinándola-, y me temo que una vez hecho el arreglo de la techumbre del granero no quedará madera suficiente para el arreglo de la carretilla, pero, claro, no tengo la culpa de eso… Y ahora, en vista de que te he dado mi carretilla, estoy seguro de que accederás a darme en cambio unas flores… Aquí tienes el cesto; procura llenarlo casi por completo.

“-¿Casi por completo? -dijo el pequeño Hans, bastante afligido, porque el cesto era de grandes dimensiones y comprendía que si lo llenaba no tendría ya flores para llevar al mercado y estaba deseando rescatar sus botones de plata.

“-¡Válgame Dios! -respondió el molinero-, ya que te doy mi carretilla no creí que fuese mucho pedirte unas cuantas flores. Podré estar equivocado, pero yo me figuré que la amistad, la verdadera amistad, no puede compartirse con el egoísmo.

“-Mi querido amigo, mi mejor amigo -protestó el pequeño Hans-, todas las flores de mi jardín están a tu disposición, porque me importa mucho más tu estimación que mis botones de plata.

“Y corrió a coger las preciosas velloritas y a llenar el cesto del molinero.

“-¡Adiós, pequeño Hans! -dijo el molinero subiendo de nuevo la colina con su tabla al hombro y su gran cesto al brazo.

“-¡Adiós! -dijo el pequeño Hans.

“Y se puso a cavar alegremente: ¡estaba tan contento de tener otra carretilla!

“A la mañana siguiente, cuando estaba sujetando unas madreselvas sobre su puerta, oyó la voz del molinero que le llamaba desde el camino. Entonces saltó de su escalera y corriendo al final del jardín miró por encima del muro.

“Era el molinero con un gran saco de harina a su espalda.

“-Pequeño Hans -dijo el molinero-, ¿querrías llevarme este saco de harina al mercado?

“-¡Oh, lo siento mucho! -dijo Hans-; pero verdaderamente me encuentro hoy ocupadísimo. Tengo que sujetar todas mis enredaderas, regar todas mis flores y segar todo mi césped.

“-¡Caramba! -replicó el molinero-; esperaba que en consideración a que te he dado mi carretilla ibas a complacerme.

“-¡Oh, sí quiero complacerte! -protestó el pequeño Hans-. Por nada del mundo dejaría yo de obrar como amigo tratándose de ti.

“Y fue a coger su gorra y partió con el gran saco a la espalda.

“Era un día muy caluroso y la carretera estaba terriblemente polvorienta. Antes de que Hans llegara al hito que marcaba la sexta milla, se hallaba tan fatigado que tuvo que sentarse a descansar. Sin embargo, no tardó mucho en continuar animosamente su camino y por fin llegó al mercado.

“Después de esperar un rato, vendió el saco de harina a buen precio y regresó a su casa de un tirón, porque temía encontrarse a algún salteador en el camino si se retrasaba mucho.

“¡Qué día tan duro! -se dijo Hans al meterse en su cama-. Pero me alegro mucho de haber hecho este favor al molinero, porque es mi mejor amigo y, además, va a darme su carretilla.”

“A la mañana siguiente, muy temprano, el molinero llegó por el dinero de su saco de harina, pero el pequeño Hans estaba tan cansado, que aún no se había levantado.

“-¡Palabra! -exclamó el molinero-. Eres muy perezoso. Cuando pienso que acabo de darte mi carretilla, creo que podrías trabajar con más ardor. La pereza es un gran vicio y no quisiera yo que ninguno de mis amigos fuera perezoso o apático. No creas que te hablo sin consideración. Claro es que no te hablaría así si no fuese amigo tuyo. Pero, ¿de qué serviría la amistad si no pudiera uno decir claramente lo que piensa? Todo el mundo puede decir cosas amables y esforzarse en complacer y halagar, pero un amigo sincero dice cosas desagradables y no teme causar pesadumbre. Por el contrario, si es un amigo verdadero, lo prefiere, porque sabe que así hace bien.

“-Lo siento mucho -respondió el pequeño Hans, restregándose los ojos y quitándose el gorro de dormir-. Pero estaba tan rendido, que creía haberme acostado hace poco y escuchaba cantar a los pájaros. ¿No sabes que trabajo siempre mejor cuando he oído cantar a los pájaros?

“¡Bueno, tanto mejor! -respondió el molinero dándole una palmada en el hombro-, porque necesito que arregles la techumbre de mi granero.

“El pequeño Hans tenía gran necesidad de ir a trabajar a su jardín, porque hacía dos días que no regaba sus flores, pero no quiso decir que no al molinero, que era un buen amigo para él.

“-¿Crees que no sería amistoso decirte que tengo que hacer? -preguntó con voz humilde y tímida.

“-No creí nunca, por cierto -contestó el molinero-, que fuese mucho pedirte, teniendo en cuenta que acabo de regalarte mi carretilla, pero claro es que lo haré yo mismo si te niegas.

“-¡Oh, de ningún modo! -exclamó el pequeño Hans, saltando de su cama.

“Se vistió y fue al granero.

“Trabajó allí durante todo el día hasta el anochecer, y al ponerse el sol vino el molinero a ver hasta dónde había llegado.

“-¿Has tapado el boquete del techo, pequeño Hans? -gritó el molinero con tono alegre.

“-Está casi terminado -respondió Hans, bajando la escala.

“-¡Ah! -dijo el molinero-. No hay trabajo más agradable como el que se hace por otro.

“-¡Es un encanto oírte hablar! -respondió el pequeño Hans, que descansaba secándose la frente-. Es un encanto, pero temo que nunca llegaré a tener ideas tan hermosas como las tuyas.

“-¡Oh, ya las tendrás! -dijo el molinero-, pero habrás de tomarte más trabajo. Por ahora no posees más que la práctica de la amistad. Algún día poseerás también la teoría.

“-¿Crees eso de verdad? -preguntó el pequeño Hans.

“-Indudablemente -contestó el molinero-. Y ahora que has arreglado el techo, mejor será que vuelvas a tu casa a descansar, pues mañana necesito que lleves mis carneros a la montaña.

“El pobre Hans no se atrevió a protestar, y al día siguiente, al amanecer, el molinero condujo sus carneros hasta cerca de su casita y Hans se fue con ellos a la montaña. Entre ir y volver se le fue el día, y cuando regresó estaba tan cansado, que se durmió en su silla y no se despertó hasta entrada la mañana.

“¡Qué tiempo más delicioso tendrá mi jardín -se dijo-, e iba a ponerse a trabajar, pero por un motivo u otro no tuvo tiempo de echar un vistazo a sus flores; llegaba su amigo el molinero y le mandaba muy lejos a cumplir recados o le pedía que fuese ayudarle en el molino. Algunas veces el pequeño Hans se apuraba mucho al pensar que sus flores creerían que las había olvidado, pero se consolaba pensando que el molinero era su mejor amigo.

“Además -acostumbraba decirse-, va a darme su carretilla, lo cual es un acto de puro desprendimiento.”

“Y el pequeño Hans trabajaba para el molinero, y éste decía muchas cosas bellas sobre la amistad, cosas que Hans copiaba en su libro verde y que releía por la noche, pues era culto.

“Ahora bien; sucedió que una noche, estando el pequeño Hans sentado junto al fuego, dieron un aldabonazo en la puerta.

“La noche era negrísima. El viento soplaba y rugía en torno de la casa de un modo tan terrible, que Hans pensó al principio si sería el huracán el que sacudía la puerta.

“Pero sonó un segundo golpe y después un tercero, más violento que los otros.

“Será algún pobre viajero -se dijo el pequeño Hans y corrió a la puerta.

“El molinero estaba en el umbral con una linterna en una mano y un grueso garrote en la otra.

“-Querido Hans -gritó el molinero-, me aflige un gran pesar. Mi hijo se ha caído de una escala, hiriéndose. Voy a buscar al médico. Pero vive lejos de aquí y la noche es tan mala, que he pensado que fueses tú en mi lugar. Ya sabes que te doy mi carretilla. Por eso estaría muy bien que hicieses algo por mí en cambio.

“-Por supuesto -exclamó el pequeño Hans-, me alegra mucho que se te haya ocurrido venir. Iré en seguida. Pero debías dejarme tu linterna, porque la noche es tan oscura, que temo caer en alguna zanja.

“-Lo siento muchísimo -respondió el molinero-, pero es mi linterna nueva y sería una gran pérdida que le ocurriese algo.

-¡Bueno!, ¡no hablemos más! Iré sin ella -dijo el pequeño Hans.

“Se puso su gran capa de pieles, un gorro colorado muy abrigador, se enrolló su bufanda alrededor del cuello y partió.

“¡Qué terrible tempestad se desencadenaba!

“La noche era tan negra, que el pequeño Hans apenas veía, y el viento, tan fuerte que le costaba gran trabajo andar.

“Sin embargo, él era muy animoso, y después de caminar cerca de tres horas, llegó a casa del médico y llamó a la puerta.

“-¿Quién es? -gritó el doctor, asomando la cabeza a la ventana de su dormitorio.

“-¡El pequeño Hans, doctor!

“-¿Y qué deseas, pequeño Hans?

“-El hijo del molinero se ha caído de una escala y se ha herido y es menester que vaya usted en seguida.

“-¡Muy bien! -replicó el doctor.

“Enjaezó en el acto su caballo, se calzó sus grandes botas y, cogiendo su linterna, bajó la escalera. Se dirigió a casa del molinero, llevando al pequeño Hans a pie detrás de él.

“Pero la tormenta arreció. Llovía a torrentes y el pequeño Hans no podía ni ver por dónde iba, ni seguir al caballo.

“Finalmente, perdió su camino, estuvo vagando por el páramo, que era un paraje peligroso lleno de hoyos profundos, cayó en uno de ellos y se ahogó.

“A la mañana siguiente, unos pastores encontraron su cuerpo flotando en una gran charca y le llevaron a su choza.

“Todo el mundo asistió al entierro del pequeño Hans, porque era muy querido. Y el molinero figuró a la cabeza del duelo.

“-Yo era yo su mejor amigo -decía el molinero-; justo es que ocupe el sitio de honor.

“Así es que fue a la cabeza del cortejo con una larga capa negra; de cuando en cuando se enjugaba los ojos con un gran pañuelo.

“-El pequeño Hans representa ciertamente una gran pérdida para todos nosotros -dijo el hojalatero una vez terminados los funerales y cuando la comitiva estuvo cómodamente instalada en la posada, bebiendo vino dulce y comiendo buenos pasteles.

“-Es una gran pérdida, sobre todo para mí -contestó el molinero-. En verdad, yo fui lo bastante bueno para comprometerme a darle mi carretilla y ahora no sé qué hacer con ella. Me estorba en casa, y está en tan mal estado que, si la vendiera, no sacaría nada. Les aseguro que de aquí en adelante no daré nada a nadie. Se pagan siempre las consecuencias de haber sido generoso.”

-Y es verdad -replicó la rata de agua después de una larga pausa.

-¡Bueno! Pues eso es todo dijo el pardillo.

-¿Y qué fue del molinero? -preguntó la rata de agua.

-¡Oh! No lo sé realmente -contestó el pardillo-, y me da lo mismo.

-Es evidente que su carácter no es nada simpático -dijo la rata de agua.

-Temo que no haya comprendido usted la moraleja de la historia -replicó el pardillo.

-¿La qué? -gritó la rata de agua.

-La moraleja.

-¿Quieres decir que la historia tiene una moraleja?

-¡Pues, naturalmente! -afirmó el pardillo.

-¡Caramba! -dijo la rata con tono iracundo-. Podía usted habérmelo dicho antes de empezar. De ser así no le hubiera escuchado, con toda seguridad. Le hubiese dicho indudablemente: “¡Pse!”, como el crítico. Pero aún estoy a tiempo de hacerlo.

Gritó su “¡pse!” a toda voz y, dando un coletazo, se volvió a su agujero.

-¿Qué le parece a usted la rata de agua? -preguntó la pata, que llegó chapoteando algunos minutos después-. Tiene muchas buenas cualidades, pero yo, por mi parte, tengo sentimientos de madre y no puedo ver a un solterón empedernido sin que se me salten las lágrimas.

-Temo haberle molestado -respondió el pardillo-. El hecho es que le he contado una historia que tiene su moraleja.

-¡Ah, eso es siempre una cosa peligrosísima! -dijo la pata.

-Y yo comparto absolutamente su opinión.

EL VIAJE HEROICO DEL PACTO HISTÓRICO AMPLIADO EN EL COMIENZO DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE LA POLÍTICA COLOMBIANA: EL INEVITABLE, FIEL Y EFECTIVO CUMPLIMIENTO DE LAS ESENCIALIDADES DE SU PROGRAMA (PLAN DE DESARROLLO) DE GOBIERNO 2022-2026, LA URDIMBRE DE LOS CAROS CIMIENTOS (VI)

 

“Es posible que mañana muera, y en la tierra no quedará nadie que

me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor

y otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena

persona; otros, que era un canalla. Pero las dos opiniones

 serán igualmente equivocadas.

Mijail Iurevitch Lérmontov, UN HÉROE

 DE NUESTRO TIEMPO.”

(Sábato, E. En: Abaddón el exterminador).

 

 “Conocí a Rodolfo Llinás hace unos diez años, en Bogotá, cuando formábamos parte de un grupo de pedagogos colombianos convocados por el gobierno para intentar una reforma orgánica de la educación. Acepté sin autoridad ni convicción, sólo por no parecer contrario a una iniciativa del presidente César Gaviria, y al buen ejemplo de veinte compatriotas bien escogidos. Me animaba además la esperanza de que los resultados disiparan mis dudas congénitas sobre la enseñanza formal.

Al término de dos semanas me pareció que habíamos hecho un trabajo meritorio, pero lo más importante para mí -como escritor- fue lo mucho que había aprendido en mis conversaciones marginales con Llinás, y haber llegado a la conclusión de que teníamos en común la desmesura de nuestros propósitos personales. Para mí, que no tengo la formación ni la vocación, fue una oportunidad más de preguntarme cómo he podido ser el escritor que soy, sin las bases académicas convencionales ni los milagros que sólo pueden vislumbrarse con los recursos sobrenaturales de la poesía. Para Llinás, en cambio, fue una ocasión más de comprobar en carne viva su inspiración científica, su inteligencia encarnizada y la certidumbre de que el ser humano terminará por ser de veras el rey de la creación, pero sólo si encontrábamos un camino muy distinto del que habíamos seguido hasta entonces.

Desde nuestra primera conversación nos sorprendió comprobar que mucho de lo que él y yo tenemos en común nos viene de nuestros abuelos -el paterno suyo y el materno mío-, que nos inculcaron una noción de la vida que más parecía un método práctico para desconfiar de la realidad y sólo admitir como cierto lo que tiene una explicación básica. Llinás había vivido esa primera experiencia cuando quiso y no pudo entender cómo funcionaba el fonógrafo. Su abuelo, que lo enseñó a leer antes de la edad convencional, había estado preso en alguna de las tantas guerras del siglo XIX y había aprendido en la cárcel las artes de relojero. No sólo le mostró cómo se enrollaba la cuerda y cómo iba desenrollándose para cumplir su destino, sino que le conseguía toda clase de juguetes mecánicos sólo para que los abriera y los desbaratara hasta entender cómo funcionaban por dentro. Sus alumnos gozaban con el esplendor de sus ejemplos, sobre todo los que tenían que ver con sus experiencias de siquiatra. Para que entendieran sin duda alguna cómo eran los ataques epilépticos se tiraba en el suelo en plena clase y los fingía con tal dramatismo que algunos llegaron a temer que fueran ciertos. Murió cuando el nieto era muy joven, como lo era yo cuando murió mi abuelo, y ambos los recordábamos y hablábamos de ellos como si continuaran vivos.

Fue un salto prodigioso en la vida de Llinás, pues hasta entonces no había hecho más que gambetas para eludir el mundo que los mayores trataban de inculcarle a la fuerza y sin explicaciones, porque se negaba a aceptar lo que no entendía. A mí me sucedía lo mismo a esa edad, y fui el desencanto de la familia, hasta que un inspector del gobierno me hizo una serie de pruebas que me pusieron a salvo con el diagnóstico caritativo de que yo era tan inteligente que parecía muy bruto. Lo mismo decían de Llinás, cuya primera experiencia fue en una escuela montesoriana con maestras beatas y seis niñas un poco mayores que él. Fui el niño mal ejemplo, le he oído decir a menudo. Se aburría tanto en las clases, que su padre lo autorizó para que no volviera, aunque le señaló la importancia de persistir aunque fuera por la importancia de aprender cómo eran los otros niños.

Lo más difícil para él era tal vez la religión católica cuyos dogmas tenían que aprenderse de memoria sin entenderlos. Lo exasperaba que le prohibieran hablar en misa si no molestaba a nadie. No concebía que las bendiciones llegaran a los fieles, si eran echadas al aire por un sacerdote que no miraba a nadie, pues en su lógica pura no debían lanzarse al azar, sino con ciertas dimensiones geométricas para que llegaran adonde el oficiante se proponía. Por estas y otras muchas razones las clases de religión sólo le sirvieron para poner en duda la existencia de Dios, porque nadie supo cómo explicárselo, ni lo ayudaron a descifrar el rompecabezas teológico de que tres personas distintas fueran en realidad un solo Dios verdadero.

Era tal su soledad en el mundo, que uno de sus amigos condiscípulos le contó años después cuánto lo odiaban en la escuela porque se iba en la bicicleta a comprar dulces en la tienda de la esquina, mientras sus condiscípulos agonizaban esperando el recreo en las clases de aritmética. Fue una edad feliz para él pero necesitó tres escuelas distintas para aprobar a duras penas los primeros tres años.

A partir de entonces su vida se dividió entre los maestros con quienes no se entendía, y los que respondían y despejaban sus dudas con naturalidad. Entre éstos, su padre, un médico tan comprensivo como su abuelo, que lo matriculó en el Gimnasio Moderno en su natal Bogotá. Allí tuvo la buena suerte de ser enseñado por ilustres maestros como Ernesto Beim que llegó a Colombia desde Alemania, y José Prat, que llegó de España.

Cuando ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana graduado de bachiller en el Gimnasio, Llinás volvió a encallar con el aprendizaje de la anatomía por la parsimonia del método. El solo estudio de la osteología tardaba más de dos meses, de modo que en la disección del cuerpo humano se consumían dos años enteros. Sin embargo, los cadáveres de estudio se mantenían intactos en el anfiteatro mientras los alumnos tenían que memorizar doscientas páginas de teoría sin comprobarlas en la práctica. Desesperado, Llinás convenció al celador para que se hiciera el de la vista gorda mientras él y tres compañeros de curso se colaban a media noche por las ventanas del anfiteatro, con sus instrumentos quirúrgicos y el libro de anatomía. A toda prisa abrieron como un camisón la piel del cadáver, lo limpiaron de las grasas y lo dejaron listo para estudiar y tomar notas de cada una de sus partes antes de que saliera el sol, y sin las peroratas del maestro.

Los que encontraron el esqueleto pelado en la mesa de disección sólo pudieron entenderlo como una trapisonda del demonio. Se pensó en llevar al arzobispo para exorcizar la casa, pero en la fiebre del escándalo, Llinás el temerario y sus alegres muchachos confesaron la falta, y la justificaron con razones tan sabias que se la perdonaron sin castigo. Con el tiempo, el episodio fue un buen precedente para cambiar los métodos de la disección, y el asaltante mayor pudo terminar su año con calificaciones distinguidas.

Otra de sus instancias cruciales, ya adolescente, fue cuando viajó a los Estados Unidos como médico recién graduado para iniciar los estudios primarios de neurocirugía. No sólo lo consiguió, sino que se enfrentó con los cirujanos que trepanaban al paciente bajo anestesia local, y le operaban el cerebro sin la precaución caritativa de taparle los oídos para que no oyera los comentarios crudos que hacían entre ellos sobre los pormenores de la operación. Quizás fue entonces cuando concibió la urgencia de observar la función del cerebro sin destapar la cabeza, algo que él mismo ayudó a desarrollar años después: el magneto-encefalógrafo, un aparato milagroso que mide la actividad nerviosa del ser humano sin destapar la cabeza, y que quizás podría servir para descubrir en qué lugar del cerebro se engendran los presagios.

En Australia, donde hizo su doctorado en fisiología, Llinás se empeñó en el estudio de las células nerviosas con el deseo de entender las enfermedades cerebrales que entonces no podían curarse. Y mucho más con su creatividad voraz. Sin embargo, su lucha continúa con lo que ha sido siempre el tema central de nuestras conversaciones: cómo es que pensamos y qué es ser conscientes. El, como científico, y yo, como escritor, ansiamos que el ser humano aprenda por fin a entenderse a sí mismo, que es un tema científico eminente cuya belleza se confunde con la poesía. El cerebro es una máquina para soñar, ha dicho él. Es el órgano maestro que en realidad revela la verdad de las cosas: cuáles son verdes y cuáles son rojas, por ejemplo, pues en el mundo no existen los colores como los percibimos y apreciamos, sino ciertas frecuencias que interpretamos como colores. Lo mismo que el dolor que nos producen las espinas. Pero es que fuera de mi cuerpo existe el dolor? , se pregunta el mismo Llinás en voz baja. No: es una invención de mi cuerpo para ponerme en guardia contra el dolor que él mismo ordena y puede reproducir durante el sueño y casi con la misma claridad. En realidad, ver, oír y sentir son propiedades del cerebro que los sentidos limitan y ordenan. De allí podemos vislumbrar dos planteamientos esenciales: cómo es que pensamos y qué es ser conscientes, y la única manera de entender el mundo en que vivimos es que empecemos por fin a entendernos a nosotros mismos.

Esa es la esencia de El cerebro y el mito del yo, este libro maestro en el que Rodolfo Llinás propone la tesis casi lírica de que el cerebro, protegido por la coraza del cráneo, ha evolucionado hasta el punto de trasmitirnos imágenes del mundo externo que -a diferencia de las plantas arraigadas- nos permiten movernos en libertad sobre la tierra. Más asombroso aún: son ensueños regidos por los sentidos en la oscuridad y el silencio absolutos, que al ser elaborados por el cerebro se convierten en nuestros pensamientos, deseos y temores. O -como pudo decirlo Calderón de la Barca- es el milagro racional de soñar con los ojos abiertos.

Hace unos meses, cuando Llinás me habló por primera vez de este libro, lo encontré tan radiante por la madurez de sus conclusiones, que me atreví a provocarlo con la pregunta de siempre:

-Y entonces,  en qué punto estamos?  Y él me contestó con una convicción muy suya:

-Ya es bastante saber que la realidad es un sistema vivo y que hemos llegado al punto prodigioso de saber que somos parte de él.

Ansioso, me atreví a arriesgar una última provocación creativa:

- Pero no te parece que todavía es un poco descorazonador?

-Tal vez me contestó impávido, pero ahora empezamos a tener el consuelo irrebatible de que quizás sea la verdad.

Yo, romántico insaciable, fui por una vez más lejos que él, con la certidumbre de que termine por descubrir algo que existe más allá de nuestros sueños: en qué lugar del cerebro se incuba el amor, y cuál será su duración y su destino.”.    (García Márquez, G. Prólogo literario. En: Llinás, R. El cerebro y el mito del yo. 2002).

“¿Cuánto cuesta una bolsa de canicas? Lo equivalente a dos dólares o dos euros. Pero como la gente necesita trabajar para vivir, probablemente el costo real de las canicas sea de centavos. ¿Cómo hacer una bola tan perfecta, tan absolutamente esférica y lisa a tan bajo precio? Recordemos además que las canicas tienen bellísimos patrones. ¿Entonces cómo se hacen? A la mayoría de la gente le vendrá a la mente la idea de la torre de munición desde la cual se vierten gotas de plomo derretido que caen al final en un líquido refrigerante. Al caer, las gotas de plomo se solidifican en fragmentos más o menos esféricos. Pero fabricar canicas de este modo resultaría muy costoso, sería imposible incorporarles los patrones de colores deseados y, además, no serían perfectamente redondas. La solución es derretir el vidrio en forma de varilla, añadirle los patrones de colores y cortarlo en pequeños cilindros. Estos cilindros más algunas substancias abrasivas se colocan dentro de un tambor que da vueltas constantemente por semanas. Rotando así durante cierto tiempo, la mayoría quedarán perfectamente esféricas. Esto es precisamente lo que sucede en biología durante la evolución: si se deja que algo gire durante suficiente tiempo, se acerca paulatinamente a una solución estable. En el caso de las canicas, estas se hacen esféricas porque es la solución física que da la mínima superficie por volumen. El de las colisiones aleatorias se basa en lo anterior y en paciencia, y de allí deriva la suma total de la inteligencia de la naturaleza. La selección natural elimina sistemáticamente todas las asperezas, los defectos, lo que no funciona bien. Lo que permanecen son los aspectos ventajosos que se transmiten de generación a generación, es decir, lo que funciona, lo que facilita la sobrevivencia. De hecho, la sobrevivencia es el combustible de la selección natural. Pero en contra de esta sencilla perspectiva, el hecho es que, en biología, por más vueltas que se den, nunca se logra la perfección. ¿Qué quiere decir "perfecto" en biología? Significa terminar un trabajo —un trabajo particular, especializado, como el de ver— lo más eficientemente posible y con un mínimo costo o esfuerzo. Significa hacer módulos, aparatos locales que le faciliten al organismo interactuar con el mundo, tales como ojos que ven o un sistema vestibular que le preste al organismo el sentido del equilibrio, y significa también que, a lo largo del tiempo, la manufactura de tal aparato sea lo menos costosa posible.

Si unos ojos suficientemente grandes como para ver en la oscuridad impidieran la movilidad del animal, podría decirse que el costo demasiado alto para la naturaleza y al final no se ven ojos gigantescos por ahí. A pesar del saludable respeto que tengo hacia la evolución, he llegado a creer que esta puede explicarse básicamente como un producto de la Ley Universal de la Pereza. Esta ley ordena la comodidad y la utilidad: la vía de la menor resistencia. La luz es gratis (me refiero a la luz del sol). No nos cuesta nada. ¿Y qué sucede? La naturaleza aprovecha que la energía luminosa es gratis y fácil de absorber. Además, soporta plantas que producen su propio alimento y activa parches en la piel que se convierten en ojos capaces de generar imágenes del mundo externo. Todo esto resulta de haber tomado la vía de la menor resistencia. Tomar lo útil, descartar lo inútil y, sobre todo, evitar riesgos. Ahora bien, esto en realidad lleva a un planteamiento más profundo, Tenemos ojos que evolucionaron para generar imágenes del mundo externo mediante las propiedades de rebote de los fotones. Pero, ¿qué es una imagen? Una imagen es una simplificación de la realidad. El cerebro constantemente simplifica la realidad; más aún, simplifica el mundo externo, pero en forma muy útil. Una imagen es una representación simplificada del mundo externo escrita en forma extraña. Cualquier transducción sensorial es una representación simplificada de un universal emanado del mundo externo. El cerebro es muy kantiano en cuanto a la esencia de sus operaciones. Representa aspectos del mundo externo, aspectos fraccionados, mediante una geometría útil, una geometría con significado interno que no tiene nada que ver con la "geometría" del mundo externo del cual emanó. Esta es la capacidad transformacional vector/vector del cerebro, que es independiente de los sistemas coordenadas utilizados para tal transformación. Los colores, por ejemplo, son simplemente una forma particular de transducir la energía de cierta frecuencia. Una serpiente ve rango infrarojo, que en realidad es calor. Es muy claro que las imágenes en nuestra cabeza son tan solo una representación del mundo.

Los ojos tienen neuronas que internalizan geometrías de luz que rebota, y el cerebro es un conjunto de sistemas de coordenadas que miden o reconocen geometrías abstractas inexistentes en el exterior. El olor del bosque es una abstracción interna que no existe como geometría externa. Aquí tenemos otro punto por considerar: el lenguaje es un ojo, pero un ojo abstracto, una abstracción interna. Así como el parche de piel fotosensible se convirtió en un ojo, el lenguaje, tal como lo conocemos, siguió una trayectoria similar. Ambos son aparatos especializados para internalizar geométricamente propiedades externas fraccionadas. Tenemos, pues, las siguientes secuencias parche/arruga/concavidad/cámara oscura/ojo con lentes y/o espejos: la generación de protorredes llega a un sistema funcionalmente maduro, análogo al protolenguaje y al desarrollo del lenguaje (¡tal vez todavía no sea sino un protolenguaje!). Afirmo que soy un sistema cerrado, pero no un solipsista. No puedo serlo, porque soy el producto de la evolución que internalizó las propiedades del mundo externo.”  (Llinas, R. En: El cerebro y el mito del yo).

“PREGUNTA = Entonces, ¿qué es ir más allá de la liberación de presos?

Ya le dije que lo de la Embajada planteó un problema central muy claro, y es que en Colombia no hay democracia. Que el estado de sitio nos está asfixiando desde hace treinta años. Y creemos que mientras el país continúe así se van a profundizar los problemas, porque el pueblo no puede continuar amarrado. No es posible. Los canales democráticos están cerrados... Ahora, resuelto el problema central que ha planteado la toma de la Embajada ante Colombia y el mundo, hay ya un buen punto de partida para resolver muchos problemas. Ahora, que los compañeros salgan en libertad, eso sería lo ideal para nosotros. Pero si no salen —como no van a salir— ese es un grupo de cuadros muy cualificados que saben manejar muy bien esa situación... Yo le digo otra cosa: hasta hoy nos han detenido a decenas de militantes y a pesar de eso, el M-19 no está destruido. Y ¿sabe por qué? Porque esto se reproduce. Y se reproduce porque el pueblo está con nosotros

PREGUNTA = Ahora no estoy en muchas condiciones de exigir, pero le voy a decir una cosa: eso me suena a demagogia.

Pues sí, porque eso es lo que siempre han dicho los políticos. Pero el problema es quién lleva las cosas a la práctica. Nosotros en cambio lo estamos demostrando, lo estamos practicando. Esa es la diferencia; nosotros hablamos de democracia; los gamonales hablan de democracia. Nosotros hablamos de paz; los gamonales hablan de paz... Pero, en la práctica. ¿Quién se juega la vida por lo que está pensando? Le voy a decir otra cosa: cuando nosotros hablamos de un proyecto democrático, estamos hablando en serio. Y cuando decimos que vamos a respetar la vida de la gente, y vamos a respetar los intereses de la gente, la propiedad de la gente, lo estamos diciendo en serio.” (Entrevista de Germán Castro Caicedo a Jaime Bateman Cayón. 1980).

 

“Senador Carlos Felipe Mejía:

 

“ ‘…….presidente Lidio García, yo aquí vine a defender unas ideas y lo seguiré haciendo y así a usted le moleste y haya utilizado una conversación mía que a usted no le gustó, yo no sé por qué su condición de presidente del congreso, las dificultades que maneja, yo no entiendo, no le gustó y viene usted a insinuar que yo lo amenacé, si usted exige respeto, yo se lo exijo a usted jamás, jamás ha salido de este senador una amenaza hacia nadie, enorme, aquí son los violentos, los que, como el senador Petro, salen aquí a decir que se acabe la violencia y invitan a los jóvenes colombianos a incendiar esta patria, usted es el que sobra aquí, senador Petro, usted es el que sobra en este congreso, gracias, señor presidente.’

 

Senador Gustavo Petro:

‘Yo pienso que buena parte de lo que sucede hoy en Colombia, se podría resumir en esa frase que acaba de decir Mejía, el senador, diciendo que sobro, hay una canción en rock que se ha vuelto casi un himno de las movilizaciones en América latina, cantada por los jóvenes de los prisioneros, que dice el baile de los que sobran, pues, precisamente, lo que estamos viendo en el baile los que sobran, millones y millones de personas que fueron considerados por quienes han dirigido este país durante siglos, sobrantes, desechables, personas que merecen, según estos, que han dirigido el poder en Colombia, ser muertos, ser torturados, macartizados, ser considerados una parte no nacional, no parte de la nación, ustedes han considerado que las mayorías de Colombia no pertenecen a Colombia, nos han excluido, nos han excluido del poder político, de las decisiones del poder económico,  Colombia es, hoy el cuarto país más desigual de la tierra, el 60 por ciento de su población económicamente activa está en la informalidad, es decir, no hace parte de la economía y políticamente, la mitad de la población, ya ni vota y de los que votan, ya la mayoría no vota por ustedes, yo estoy aquí por una sola razón, que no busqué, yo no fabrique esa ley, no estaba ni siquiera en el congreso de la república, una norma que hace que este ciudadano que sacó 8 millones de votos, por haber estado en segundo lugar, en las elecciones presidenciales,  si es que fui el segundo, porque yo lo dudo,  es más, anuncio un debate,  el señor presidente,  porque tengo ya en mi poder la información suficiente para decir que hubo fraude en las elecciones llamadas del plebiscito por la paz en Colombia, lo dejaremos para el debate, pero lo cierto hoy es que aquí estoy en función de ese electorado, usted considera que ese electorado sobra, usted considera que ese electorado no hace parte de la nación, usted considera, entonces, que es loable y que debe seguir un régimen que excluye, por lo menos, a la mitad de la población colombiana, usted cree que así se construye la paz, la convivencia, usted cree que aquí deben estar los que piensan como usted,  y ese piensa lo pondría entre comillas, usted cree que solo se tiene que uniformar la sociedad colombiana y encuadrarla, e incluso, de manera militar, para decir que aquellos encuadrados son las sociedades de bien y que los demás no lo somos, yo no pienso como usted,  ni ocho millones de habitantes que votaron por mí, piensan como usted, piensan de manera muy diferente y eso hace que tengan razón en querer ser incluidos en las decisiones de Colombia, los que excluyen han provocado que millones de personas salgan a las calles, a las carreteras, a tratar de decirle a este congreso de la república y al gobierno que nos preside, que el neoliberalismo llegó a su final, que no es sostenible, neoliberalismo no es igual que capitalismo, que hay unas leyes que están conculcando derechos fundamentales de los colombianos y las colombianas y no garantizan esos derechos y que llegó la hora de reformas democráticas, la respuesta del gobierno y de su partido de gobierno es, entonces, no las escuchamos, entonces, nos tapamos las orejas, entonces, hacemos como el avestruz, entonces les decimos que sobran y no solamente les decimos que sobran, sino que les mandamos  las armas del estado para contenerlos, saldrá de ahí la paz, saldrá de ahí, de esa manera entender las cosas, un mejor país, yo creo que no, el día que nosotros seamos gobierno, senador Mejía, no le diremos a usted ni a los que son como usted que sobran, les tenderemos la mano, los escucharemos, serán quizás minorías políticas, en ese momento y aun así no saldrá de nosotros la soberbia, no salga de nosotros el insulto, no saldrá de nosotros, ni una sola vez, ni por equivocación, el considerar que ustedes sobran en Colombia, porque ustedes son parte de Colombia y entender que una nación se construye como un pacto nacional, como pacto entre diversos, en donde nadie sobra, en donde todos y todas son importante, es fundamental, yo le replicó, senador Mejía, usted no sobra, lo necesitamos, aquí, lo necesitamos, y quizás igual de vociferante, ojalá un poco más leído, lo necesitamos para construir la reconciliación nacional, pero igual que lo necesitamos a usted y le decimos que no sobra, entonces, sí le sugerimos algo, deje de amenazar a los que no piensen como usted y deje de considerar que quienes no piensan como usted sobran, porque esa manera de pensar es la que, en dos siglos de historia nacional, nos ha conducido a 40 guerras civiles y a una guerra perpetua durante dos siglos, aquí hemos escuchado la misma frase centralistas contra federalistas, republicanos contra monárquicos, liberales contra conservadores, librecambistas contra proteccionistas, Gaitanistas contra los no Gaitanistas, al final, toda la historia no ha sido, sino repetir en Colombia, desde el poder, la frase, ustedes, los demás, los que no son como nosotros sobran, esa, la historia de la violencia es la concepción de la violencia, si queremos superar esa violencia, tenemos que decir que aquí nadie sobra, que todos somos importantes y que, al final, a pesar de las diferencias, la construcción de un camino nacional pasa necesariamente por entendernos, ahora sí, permítame seguir el baile de los que sobran en las calles de Colombia, porque en esas calles, está construyéndose la verdadera de democracia.’ “. (Debate en el Senado de la República de Colombia, entre los senadores Carlos Felipe Mejía y Gustavo Petro. Diciembre 2 de 2019. El baile de los que sobran).

 

“Los hombres, por tanto, no relacionan unos productos de trabajo con otros como valores porque esas cosas les valgan solo como envolturas físicas del trabajo humano igual, sino al revés: en el intercambio, al igualar sus diferentes productos como valores, igualan sus diferentes trabajos como trabajo humano. Ellos no lo saben, pero lo hacen. El valor, por tanto, no lleva escrito en la frente lo que es. Bien al contrario, el valor trasforma cada producto de trabajo en un jeroglífico social. Luego los hombres tratan de descifrar el sentido del jeroglífico, penetrar en el secreto de su propio producto social, pues la determinación de los objetos de uso como valores es producto social de los hombres no menos que el lenguaje.” (Marx, C. En: El fetichismo de la mercancía (y su secreto)).

 

“La paradoja crucial de esta relación entre la efectividad social del intercambio  de mercancías y la ‘conciencia’ del mismo es que - para usar de nuevo una concisa fórmula de Sohn-Rethel- ‘este no-conocimiento de la realidad es parte de su esencia’: la efectividad social del proceso de intercambio es un tipo de realidad que sólo es posible a condición de que los individuos que participan en él no sean conscientes de su propia lógica; es decir, un tipo de realidad cuya misma consistencia ontológica implica un cierto no-conocimiento de sus participantes; si llegáramos a saber ‘demasiado’, a perforar el verdadero funcionamiento de la realidad social, esta realidad se disolvería.

Ésta es probablemente la dimensión fundamental de la ‘ideología’: la ideología no es simplemente una ‘falsa conciencia’, una representación ilusoria de la realidad, es más bien esta realidad a la que ya se ha de concebir como ‘ideológica’ – ‘ideológica’ es una realidad social cuya existencia implica el no conocimiento de sus participantes en lo que se refiere a la esencia, es decir, la efectividad social, cuya misma reproducción implica que los individuos no sepan lo que están haciendo’. ‘Ideológica’ no es la ‘falsa conciencia’ de un ser(social) sino este ser en la medida en que está soportado por la ‘falsa conciencia’. Hemos llegado finalmente a la dimensión del síntoma, porque una de sus posibles definiciones también sería ‘una formación cuya consistencia implica un cierto no conocimiento por parte del sujeto’: el sujeto puede ‘gozar su síntoma’ sólo en la medida en que su lógica se le escapa y la medida del éxito de la interpretación de esa lógica es precisamente la disolución del síntoma.”  (Zizek, S.  En: Sublime objeto de la ideología).

EL FAMOSO COHETE

Oscar Wilde.

El hijo del rey estaba en vísperas de casarse. Con este motivo el regocijo era general. Estuvo esperando un año entero a su prometida, y al fin llegó ésta.

Era una princesa rusa que había hecho el viaje desde Finlandia en un trineo tirado por seis renos, que tenía la forma de un gran cisne de oro; la princesita iba acostada entre las alas del cisne. Su largo manto de armiño caía recto sobre sus pies. Llevaba en la cabeza un gorrito de tisú de plata y era pálida como el palacio de nieve en que había vivido siempre. Era tan pálida que al pasar por las calles quedábanse admiradas las gentes.

-Parece una rosa blanca -decían. Y le echaban flores desde los balcones.

A la puerta del castillo estaba el príncipe para recibirla. Tenía unos ojos violeta y soñadores y sus cabellos eran como oro fino. Al verla hincó una rodilla en tierra y besó su mano.

-Su retrato era bello -murmuró-, pero usted es más bella que su retrato -y la princesita se ruborizó.

-Hace un momento parecía una rosa blanca -dijo un pajecillo a su vecino-, pero ahora parece una rosa roja.

Y toda la Corte se quedó extasiada.

Durante los tres días siguientes todo el mundo no cesó de repetir:

-¡Rosa blanca, rosa roja! ¡Rosa roja, rosa blanca!

Y el rey ordenó que diesen doble paga al paje.

Como él no percibía paga alguna, su posición no mejoró mucho por eso; pero todos lo consideraron como un gran honor y el real decreto fue publicado con todo requisito en la Gaceta de la Corte.

Transcurridos aquellos tres días, celebráronse las bodas. Fue una ceremonia magnífica. Los recién casados pasaron, cogidos de la mano, bajo un dosel de terciopelo granate, bordado de perlitas. Luego se celebró un banquete oficial que duró cinco horas. El príncipe y la princesa, sentados al extremo del gran salón, bebieron en una copa de cristal purísimo. Únicamente los verdaderos enamorados podían beber de esa copa, porque si la tocaban unos labios falsos, el cristal se empañaba, quedándose gris y manchoso.

-Es evidente que se aman -dijo el pajecillo- Resultan tan claros como el cristal.

Y el rey volvió a doblarle la paga.

-¡Qué honor! -exclamaron todos los cortesanos.

Después del banquete hubo baile. Los recién casados debían bailar juntos la danza de las rosas, y el rey tenía que tocar la flauta. La tocaba muy mal, pero nadie se había atrevido a decírselo nunca, porque era el rey. La verdad es que no sabía más que dos piezas y no estaba seguro nunca de la que interpretaba, aunque esto no le preocupase, pues hiciera lo que hiciera todo el mundo gritaba:

-¡Delicioso! ¡Encantador!

El último número del programa consistía en unos fuegos artificiales que debían empezar exactamente a medianoche.

La princesita no había visto fuegos artificiales en su vida. Por eso el rey encargó al pirotécnico real que pusiera en juego todos los recursos de su arte el día del casamiento de la princesa.

-¿A qué se parecen los fuegos artificiales? -preguntó ella al príncipe, mientras se paseaban por la terraza.

-Se parecen a la aurora boreal -dijo el rey, que respondía siempre a las preguntas dirigidas a los demás-. Sólo que son más naturales. Yo los prefiero más que a las estrellas, porque sabe uno siempre cuándo van a empezar a brillar y son, además, tan agradables como la música de mi flauta. Ya verá… Ya verá…

Así, pues, levantaron un tablado en el fondo del jardín real; y no bien acabó de prepararlo todo el pirotécnico real, cuando los fuegos artificiales se pusieron a charlar entre sí.

-El mundo es seguramente muy hermoso -dijo un pequeño buscapiés- Miren esos tulipanes amarillos. ¡A fe mía, ni aun siendo petardos de verdad podrían resultar más bonitos! Me alegro mucho de haber viajado. Los viajes desarrollan el espíritu de una manera asombrosa y acaban con todos los prejuicios que haya uno podido conservar.

-El jardín del rey no es el mundo, joven alocado -dijo una gruesa candela romana-. El mundo es una extensión enorme y necesitarías tres días para recorrerlo por entero.

-Todo el lugar que amamos es para nosotros el mundo -dijo una rueda unida en otro tiempo a una vieja caja de pino y muy orgullosa de su corazón destrozado-; pero el amor no está de moda; los poetas lo han matado. Han escrito tanto sobre él, que nadie los cree ya, cosa que no me extraña. El verdadero amor sufre y calla… Recuerdo que yo misma, una vez…. pero no se trata de eso aquí. El romanticismo es algo del pasado.

-¡Qué estupidez! -exclamó la candela romana-. La novela no muere nunca. ¡Se parece a la luna: vive siempre! Realmente, los recién casados se aman tiernamente. He sabido todo lo concerniente a ellos esta mañana por un cartucho de papel oscuro que estaba en el mismo cajón que yo y que sabe las últimas noticias de la Corte.

Pero la rueda meneó la cabeza.

-¡El romanticismo ha muerto! ¡El romanticismo ha muerto! El romanticismo ha muerto! -murmuró.

Era una de esas personas que creen que repitiendo una cosa cierto número de veces acaba por ser verdad.

De pronto oyóse una voz fuerte y seca y todos miraron a su alrededor. Era un pequeño cohete de altivo continente atado a la punta de un palo. Tosía siempre antes de hacer una advertencia, como para llamar la atención.

-¡Ejem! ¡Ejem! -exclamó.

Y todo el mundo se dispuso a escucharle, menos la pobre rueda, que seguía moviendo la cabeza y murmurando:

-¡El romanticismo ha muerto!

-¡Orden! ¡Orden! -gritó un petardo. Tenía algo de político y había tomado siempre parte importante en las elecciones locales. Por eso conocía las frases empleadas en el Parlamento.

-¡Ha muerto del todo! -suspiró la rueda. Y se volvió a dormir.

No bien se restableció por completo el silencio, el cohete tosió por tercera vez y comenzó. Hablaba con una voz clara y lenta, como si dictase sus memorias, y miraba siempre por encima del hombro a la persona a quien se dirigía. Realmente, tenía unos modales distinguidísimos.

-¡Qué feliz es el hijo del rey -observó-, por casarse el mismo día en que me van a disparar! Ni preparándolo de antemano podría resultar mejor para él; aunque los príncipes siempre tienen suerte.

-¿Ah, sí? -dijo el pequeño buscapiés-. Yo creí que era precisamente lo contrario y que era a ti a quien se disparaba en honor del príncipe.

-Ese quizá sea vuestro caso -replicó el cohete-. Casi diríase que estoy seguro de ello; pero en cuanto a mí, ya es diferente. Soy un cohete distinguido y desciendo de padres igualmente distinguidos. Mi madre era la girándula más célebre de su época. Tenía fama por la gracia de su danza. Cuando hizo su gran aparición en público, dio diecinueve vueltas antes de apagarse, lanzando por el aire siete estrellas rojas a cada vuelta. Tenía tres pies y medio de diámetro y estaba fabricada con pólvora de la mejor. Mi padre era cohete como yo y de origen francés. Volaba tan alto, que la gente temía que no volviese a descender. Descendía, sin embargo, porque era de excelente constitución e hizo una caída brillantísima, en forma de lluvia, de chispas de oro. Los periódicos se ocuparon de él en términos muy halagüeños, y hasta la Gaceta de la Corte dijo «que señalaba el triunfo del arte pilotécnico».

-Pirotécnico, pirotécnico, querréis decir -interrumpió una bengala-. Sé que es pirotécnico porque he visto la palabra escrita sobre mi caja de hojalata.

-Pues yo digo pilotécnico -replicó el cohete en tono severo. Y la bengala se quedó tan apabullada, que empezó inmediatamente a mortificar a los buscapiés pequeños para demostrar que ella también era persona de bastante importancia.

-Decía yo… -prosiguió el cohete-, decía yo…. ¿qué es lo que yo decía?

-Hablabas de ti mismo -repuso la candela romana.

-Naturalmente. Sé que hablaba de alguna cosa interesante cuando he sido groseramente interrumpido. Odio la grosería y las malas maneras, porque soy extremadamente sensible. No hay nadie en el mundo tan sensible como yo, estoy seguro de ello.

-¿Qué es una persona sensible? -preguntó el petardo a la candela romana.

-Una persona que porque tiene callos pisa siempre los pies a los demás -respondió la candela en un débil murmullo, y el petardo casi estalló de risa.

-¡Perdón! ¿De qué se ríen? -preguntó el cohete-. Yo no me río.

-Me río porque soy feliz -replicó el petardo.

-Es un motivo bien egoísta -dijo el cohete con ira-. ¿Qué derecho tienes para ser feliz? Debes pensar en los demás, debes pensar en mí. Yo pienso siempre en mí y creo que todo el mundo debería hacer lo mismo. Eso es lo que se llama simpatía. Es una hermosa virtud y yo la poseo en alto grado. Suponed, por ejemplo, que me sucediese algún percance esta noche. ¡Qué desgracia para todo el mundo! El príncipe y la princesa no podrían ya ser felices: se habría acabado su vida de matrimonio. En cuanto al rey, creo que no podría soportarlo. Realmente, cuando empiezo a pensar en la importancia de mi papel, me emociono hasta casi llorar.

-Si quieres agradar a los demás -exclamó la candela romana-, harías mejor en manteneros en seco.

-¡Ciertamente! -exclamó la bengala, que no estaba de muy buen humor-, eso es sencillamente de sentido común.

-¿Creés que es de sentido común? -replicó el cohete indignado-. Olvidas que yo no tengo nada de común y que soy muy distinguido. ¡A fe mía todo el mundo puede tener sentido común con tal de carecer de imaginación! Pero yo tengo imaginación, porque nunca veo las cosas como son. Las veo siempre muy diferentes de lo que son. En cuanto a eso de mantenerme en seco, es que no hay aquí, con toda seguridad, nadie que sepa apreciar a fondo un temperamento delicado. Afortunadamente para mí, no me importa nada. La única cosa que le sostiene a uno en la vida es el convencimiento de la enorme inferioridad de sus semejantes, y éste es un sentimiento que he mantenido siempre en mí. Pero ninguno de ustedes tiene corazón. Gritan y se regocijan como si el príncipe y la princesa no estuviesen celebrando sus bodas.

-¡Eh! -exclamó un pequeño globo de fuego-. ¿Y por qué no? Es una alegre ocasión, y cuando estalle yo en el aire pienso comunicárselo a todas las estrellas. Ya verás cómo brillarán cuando les hable de la bella recién casada.

-¡Oh, qué concepto más banal de la vida! -dijo el cohete-. Pero no me esperaba yo menos. No hay nada en ti. Eres hueco y vacío. ¡Bah! Quizá el príncipe y la princesa se vayan a vivir en un país en que haya un río profundo, quizá tengan un solo hijo, un pequeñuelo de pelo rizado y de ojos violeta como los del príncipe. Quizá vaya algún día a pasearse con su nodriza. Quizá la nodriza se duerma debajo de un gran sauce. Quizá el niño se caiga al río y se ahogue. ¡Qué terrible desgracia! ¡Los pobres, perder su único hijo! Es terrible, realmente. No podré soportarlo nunca.

-Pero no han perdido su único hijo -dijo la candela romana- No les ha sucedido ninguna desgracia.

-No he dicho que les haya sucedido -replicó el cohete-. He dicho que podía sucederles. Si hubiesen perdido a su hijo único, sería inútil decir nada sobre el suceso. Detesto a las personas que lloran por su cántaro de leche roto. Pero cuando pienso que han perdido a su hijo único, me siento verdaderamente tristísimo.

-Ya lo veo -exclamó la bengala- Realmente eres la persona más afectada que he visto en mi vida.

-Y tú la persona más grosera que he conocido -dijo el cohete-. No puedes comprender mi afecto por el príncipe.

-¡Bah! Ni siquiera lo conoces… -chisporroteó la candela romana.

-No, nunca dije que le conociera -respondió el cohete- Me atrevo a decir que si le conociese no sería de ningún modo amigo suyo. Es cosa peligrosa conocer uno a sus amigos.

-Mejor harías en mantenerte seco -dijo el globo de fuego-. Eso es lo más importante.

-Para ti no dudo que será importantísimo -respondió el cohete-. Pero yo lloraré si me viene en gana.

Y el cohete estalló en lágrimas que corrieron sobre su vara en gotas de lluvia, ahogando casi a dos pequeños escarabajos que pensaban precisamente en fundar una familia y buscaban un bonito sitio seco para instalarse.

-Debe tener un temperamento verdaderamente romántico, pues llora cuando no hay por qué llorar -dijo la rueda, y lanzando un profundo suspiro, se puso a pensar en la caja de madera.

Pero la candela romana y la bengala estaban indignadas. Gritaban con toda su fuerza:

-¡Pamplinas! ¡Pamplinas!

Eran muy prácticas y cuando se oponían a algo lo denominaban pamplinas.

Entonces apareció la luna como un soberbio escudo de plata y las estrellas comenzaron a brillar y llegaron al palacio los sones de una música. El príncipe y la princesa dirigían el baile. Bailaban tan bien que los pequeños lirios blancos echaban un vistazo por la ventana contemplándolos, y las grandes amapolas rojas movían la cabeza, llevando el compás.

En aquel momento sonaron las diez, luego las once y luego las doce, y a la última campanada de medianoche todo el mundo fue a la terraza y el rey hizo llamar al pirotécnico real.

-Empezad los fuegos artificiales -dijo el rey.

Y el pirotécnico real hizo un profundo saludo y se dirigió al fondo del jardín. Tenía seis ayudantes. Cada uno llevaba una antorcha encendida sujeta a la punta de una larga pértiga. Fue realmente una soberbia irradiación de luz.

-¡Ssss! ¡Ssss! -hizo la rueda, que empezó a girar.

-¡Bum! ¡Bum! -replicó la candela romana.

Entonces los buscapiés entraron en danza y las bengalas colorearon todo de rojo.

-¡Adiós! -gritó el globo de fuego mientras se elevaba haciendo llover chispitas azules.

-¡Bang! ¡Bang! -respondieron los petardos, que se divertían muchísimo.

Todos tuvieron un gran éxito, menos el cohete. Estaba tan húmedo por haber llorado que no pudo arder.

Lo mejor que había en él era la pólvora, y ésta se hallaba tan mojada por las lágrimas que estaba inservible. Toda su pobre parentela, a la que no se dignaba hablar sin una sonrisa despectiva, produjo un gran alboroto por el cielo, como si fuesen magníficos ramilletes de oro floreciendo en fuego.

-¡Bravo! ¡Bravo! -gritaba la Corte. Y la princesita reía de placer.

-Creo que me reservan para alguna gran ocasión -dijo el cohete-. Indudablemente es eso -y miraba a su alrededor con aire más orgulloso que nunca.

Al día siguiente vinieron los obreros a colocarlo todo de nuevo en su sitio.

«Evidentemente es una comisión -se dijo el cohete-. Los recibiré con una tranquila dignidad.»

Y engallándose empezó a fruncir las cejas como si pensase en algo muy importante. Pero los obreros no se dieron cuenta de su presencia hasta dejarlo atrás. Entonces uno de ellos le vio.

-¡Ah! -gritó-. ¡Qué mal cohete!

Y le tiró por encima del muro.

-¡Mal cohete! ¡Mal cohete! -dijo éste girando por el aire- ¡Imposible! Famoso cohete, eso es lo que han querido decir. Mal y famoso suenan para mí casi lo mismo, y a veces ambas cosas son idénticas.

Y cayó en el lodo.

-No es esto muy cómodo -observó-, pero sin duda es algún balneario de moda a donde me han enviado para que reponga mi salud. Mis nervios están muy desgastados y necesito descanso.

Entonces una ranita de ojillos brillantes, de traje verde moteado, nadó hacia él.

-Ya veo que es un recién llegado -dijo la rana-, ¡Bueno! Después de todo no hay nada como el fango. Denme un tiempo lluvioso y un hoyo y soy completamente feliz… ¿Cree que la tarde será calurosa? Así lo espero, porque el cielo está todo azul y despejado. ¡Qué lástima!

-¡Ejem! ¡Ejem! -dijo el cohete.

-¡Qué voz más deliciosa tienes -gritó la rana-. Parece el croar de una rana y croar es la cosa más musical del mundo. Ya oirás nuestros coros esta noche. Nos colocamos en el antiguo estanque de los patos junto a la alquería y en cuanto aparece la luna empezamos. El concierto es tan sublime que todo el mundo viene a oírnos. Ayer, sin ir más lejos, oí a la mujer del colono decir a la madre que no pudo dormir ni un segundo durante la noche por nuestra causa. Es muy agradable ver lo popular que es una.

-¡Ejem! ¡Ejem! -dijo el cohete. Estaba muy molesto de no poder salir de su mutismo.

-Sí, ¡una voz deliciosa! -prosiguió la rana-. Espero que venga al estanque de los patos. Voy a echar un vistazo a mis hijas. Tengo seis hijas soberbias y me inquieta mucho que el sollo tope con ellas… Es un verdadero monstruo y no sentiría el menor escrúpulo en comérselas. Así es que ¡adiós! Me agrada mucho su conversación, se lo aseguro.

-¿Y llama conversación a esto? -dijo el cohete-. Ha charlado usted sola todo el rato. Eso no es conversación.

-Alguien tiene que escuchar siempre -replicó la rana-, y a mí me gusta llevar la voz cantante en la conversación. Así se ahorra tiempo y se evitan disputas.

-Pues a mí me gusta la discusión -dijo el cohete.

-No lo creo -replicó la rana con aire compasivo-. Las discusiones son completamente vulgares, porque en la buena sociedad todo el mundo tiene exactamente las mismas opiniones. Adiós otra vez. Veo a mis hijas allá abajo.

Y la ranita se puso a nadar nuevamente.

-Es usted una persona antipática -dijo el cohete- y mal educada. Detesto a las gentes que hablan de sí mismas como usted, cuando necesita uno hablar de uno mismo, como en mi caso. Eso es lo que se llama egoísmo, y el egoísmo es una cosa aborrecible, sobre todo para los que son como yo, pues bien conocen todos mi carácter simpático. Debe tomar ejemplo de mí. No podría encontrar un modelo mejor. Ahora que tiene esa oportunidad, aprovéchela sin tardanza, porque voy a la Corte en seguida. Soy muy estimado en la Corte. Ayer, el príncipe y la princesa se casaron en mi honor. Seguramente no estará enterada de nada de esto, ¡como es provinciana!

-No se moleste en hablarle -dijo la libélula posada en la punta de una espadaña- Se ha ido.

-Bueno, ¡ella se lo pierde y yo no! No voy a dejar de hablar sólo porque no me escuche. Me gusta oírme hablar. Es uno de mis mayores placeres. Sostengo a menudo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan profundo, que a veces no comprendo ni una palabra de lo que digo.

-Entonces debe de ser licenciado en Filosofía -dijo la libélula.

Y desplegando sus lindas alas de gasa, se elevó hacia el cielo.

-¡Qué necedad demuestra al no quedarse aquí! -dijo el cohete-. Estoy seguro de que no habrá tenido muy a menudo la oportunidad de educar su espíritu; aunque después de todo me es igual.

Un genio como el mío será apreciado con toda seguridad algún día.

Y se hundió un poco más en el fango.

Pasado un rato, una gran pata blanca nadó hacia él. Tenía las patas amarillas, los pies palmeados y la consideraban como una gran belleza por su contoneo.

-¡Cuac!, ¡cuac!, ¡cuac! -dijo-. ¡Qué aspecto más raro tiene! ¿Puedo preguntarle si ha nacido así o si es el resultado de algún accidente?

-¡Cómo se ve que ha vivido siempre en el campo! De otro modo sabría quién soy. Sin embargo, disculpo su ignorancia. Sería descabellado querer que los demás fueran tan extraordinarios como uno mismo. Sin duda le sorprenderá saber que vuelo por el cielo y que caigo en una lluvia de chispas de oro.

-No lo considero muy estimable -dijo la pata-, pues no veo en qué puede ser eso útil a nadie. ¡Ah! Si arase los campos como un buey; si arrastrase un carro como el caballo; si guardase un rebaño como el perro del ganado, entonces ya sería otra cosa.

-Buena mujer -dijo el cohete con tono muy altivo-, veo que pertenece a la clase baja. Las personas de mi rango no sirven nunca para nada. Tenemos un encanto especial y con eso basta. Yo mismo no siento la menor inclinación por ningún trabajo y menos aún por esa clase de trabajos que enumera. Además, siempre he sido de opinión que el trabajo rudo es simplemente el refugio de la gente que no tiene otra cosa que hacer en la vida.

-¡Bien, bien! -dijo la pata, que era de temperamento pacífico y no reñía nunca con nadie-. Cada cual tiene gustos diferentes. De todas maneras, deseo que venga a establecer aquí su residencia. -¡Nada de eso! -exclamó el cohete. Soy un visitante, un visitante distinguido y nada más. El hecho es que encuentro este sitio muy aburrido. No hay aquí ni sociedad ni soledad. Resulta completamente de barrio bajo… Volveré seguramente a la Corte, pues estoy destinado a causar sensación en el mundo.

-Yo también pensé en entrar en la vida pública -observó la pata-. ¡Hay tantas cosas que piden reforma! Así, pues, presidí, no hace mucho, un mitin en el que votamos unas proposiciones condenando todo lo que nos desagradaba. Sin embargo, no parecen haber surtido gran efecto. Ahora me ocupo de cosas domésticas y velo por mi familia.

-Yo he nacido para la vida pública y en ella figuran todos mis parientes, hasta los más humildes, Allí donde aparecemos, llamamos extraordinariamente la atención. Esta vez no he figurado personalmente, pero cuando lo hago, resulta un espectáculo magnífico. En cuanto a las cosas domésticas, hacen envejecer y apartan el espíritu de otras cosas más altas.

-¡Oh qué bellas son las cosas altas de la vida! -dijo la pata- ¡Esto me recuerda el hambre que tengo! -Y la pata volvió a nadar por el río, continuando sus ¡cuac…, cuac…, cuac!

-¡Vuelva, vuelva! -gritó el cohete-. Tengo muchas cosas que decirle.

Pero la pata no le hacía caso alguno.

-Me alegro de que se haya ido. Tiene realmente un espíritu mediocre.

Y hundiéndose un poco más en el fango, empezaba a reflexionar en la belleza del genio, cuando de repente dos chiquillos con blusas llegaron al borde de la cuneta con un caldero y unos leños.

-Ésta debe ser la comisión -dijo el cohete. Y adoptó una digna compostura.

-¡Oh! -gritó uno de ellos- Mira este palo viejo. ¡Qué raro es que haya venido a parar aquí!

Y sacó el cohete de la cuneta.

-¡Palo viejo! -refunfuñó el cohete-. ¡Imposible! Habrá querido decir palo precioso. Palo precioso es un cumplido. Me toma por un personaje de la Corte.

-¡Echémosle al fuego! -dijo el otro muchacho-. Así ayudará a que hierva la caldera.

Amontonaron los leños, colocaron el cohete sobre ellos y prendieron fuego.

-¡Magnífico! -gritó el cohete- Me colocan a plena luz. Así todos me verán.

-Ahora vamos a dormir -dijeron los niños- y cuando nos despertemos estará ya hirviendo la caldera.

Y acostándose sobre la hierba cerraron los ojos. El cohete estaba muy húmedo. Pasó un buen rato antes de que ardiese. Sin embargo, al fin, prendió el fuego en él.

-¡Ahora voy a partir! -gritaba.

Y se erguía y se estiraba.

-Sé que voy a subir más alto que las estrellas, más alto que la luna, más alto que el sol. Subiré tan arriba que…

-¡Fisss! ¡Fisss! ¡Fisss!

Y se elevó en el aire.

-¡Delicioso! -gritaba-. Seguiré subiendo así siempre. ¡Qué éxito tengo!

Pero nadie le veía. Entonces comenzó a sentir una extraña impresión de hormigueo.

-¡Voy a estallar! -gritaba-. Incendiaré el mundo entero y haré tanto ruido, que no se hablará de otra cosa en un año.

Y, en efecto, estalló.

-¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!- hizo la pólvora. La pólvora no podía hacer otra cosa.

Pero nadie la oyó, ni siquiera los dos muchachos que dormían profundamente. No quedó del cohete más que el palo, que cayó sobre la espalda de una oca que daba su paseo alrededor de la zanja.

-¡Cielos! -exclamó-. ¡Ahora llueven palos! -Y se tiró al agua.

-¡Me parece que he causado una gran sensación! -musitó el cohete. Y expiró.

 

En esta oportunidad, traemos poesía, específicamente a Emilia Ayarza; una poeta colombiana que el siglo pasado nos dejó un hermoso legado. Pero antes que su biografía, que presentaremos posteriormente; les queremos dejar sus letras, que quizá hablen mejor de ella que si les contamos cuántos hijos tuvo, quién fue su esposo, en donde estudió, cuándo nació y cuándo murió.

EL UNIVERSO ES LA PATRIA

 

Yo soy esta mujer ancha de cuerpo

hormonal, de frente,

esta mujer con el sistema solar bajo la dermis

con las extremidades, los bronquios y la pluma

saludables;

esta mujer que le corta las venas al silencio

para fluir desesperadamente.

Yo soy esta mujer ancha de cuerpo

esta mujer que no cree en los límites ni en los idiomas

que no cree en cuatro docenas de himnos nacionales

ni en determinados colores de bandera.

Esta mujer que respira con aire general

que establece la canción humana

el hermano mundial.

El hombre cósmico

el niño incoloro

y una sola bandera

blanca como la sal de los enanos

blanca como la córnea de los negros

blanca como los huesos de los blancos

blanca como la leche que toman los lapones

colectivamente blanca

decididamente blanca.

Yo soy esta mujer ancha de cuerpo

que vive en medio de la raza humana

que llora a veces lágrimas de Argelia

o se sacude al compás del estertor de Chile.

Esta mujer que se desvela en el Congo

que tiene hambre en la China

que ostenta si cerrar la cicatriz de Pearl Harbor

que pierde el sentido y la noción

ante la cesárea que descuaja

el dorado vientre de Berlín.

Esta mujer que pertenece al dominio de la luna

de Moscú

que tiene la serena languidez de Suiza

el color de la melancolía de Colombia

o el escándalo gris de Nueva York.

Esta mujer propietaria del mar, de la tierra,

del cielo, del viento y las estrellas

esta mujer que besa en la boca a los mudos

que llora por las cuencas de los ciegos

que grita por el cáncer de los hombres

y dispersa una sinfonía entre los sordos.

Esta mujer llena de amor

que le fluye por los dedos de la mano

por los hilos del cerebro

por la madeja del pelo

por la leche de los senos

por la cal del esqueleto.

esta mujer llena de amor por el odio y la vigilia.

Por la muerte y el aborto.

Por la madre de Imbécil.

Por el hermano de Mediocre.

Por el padre de Anormal.

Por el hijo de Asesino.

Por la novia de Impotente.

Yo soy esta mujer ancha de cuerpo

hormonal, de frente.

Esta mujer con la risa grande y los dientes de frontera

declarando definitivamente

desde el amoroso territorio de su corazón

¡El Universo como Patria!

Continuamos con Emilia Ayarza. Y les preguntamos ¿ya consultaron quién fue ella?

 

AMBROSIO MAÍZ, CAMPESINO DE AMÉRICA INDIA

 

El mundo escucha crecer al mediodía

esta definitiva tribu indoamericana.

Ambrosio Maíz

es un océano de pies desorbitados

una larga cordillera de miembros vegetales

una red arterial de clorofila

un viaducto de espacios

una escuadra de huesos naturales

un sesgo de miradas entre el llanto

una huerta de herramientas verdes.

 

Ambrosio Maíz se palpa con la mano la naturaza

se sabe estricto de café

ampuloso de aceite y minerales

delineado de ríos

pespunteaba su piel de ajonjolí

registrados con puntas de diamante su cerebro y su pubis

y desnudo

entre colores de hidrógeno y cobalto

perteneciendo por sí solo —en árbol, manantial o estrella—

totalmente de lleno a los paisajes.

 

En América Latina las hendijas se tapan con cosechas.

Las grietas se remiendan con harina.

El techo se sostiene con el aroma

de las gigantescas axilas de los trópicos.

Hay animales cuyo testamento

se publica en el oro de las peleterías.

La tierra se entera del labriego

y le cuelga una serie de hortalizas en el sueño…

Las minas como antiguas cortesanas

se ofrecen morbosas a los caminantes.

Los ríos preguntan por la sed.

Se detiene el sol entre los surcos

para registrar la llama en las raíces.

Los jacales, los cerdos, las orquídeas

viajan en avión y le procuran

un paisaje indio a las estrellas.

 

Todo lo blanco,

el algodón, la leche, el hielo, la sal, los palomares,

parten por nuestra raza hacia los negros

para instalar puertos de azúcar en su piel.

Las legumbres solicitan empleo en la salud.

Hay verdes, azules, solferinas,

autorizando acuarelas de amor en los mercados.

Y submarinos cuyos mástiles de aceite

taladran la dulzura de la tierra.

 

En América India

los cadáveres viajan en trineos de savia.

El estiércol se asoma por las amapolas

los niños regresan del futuro

las fronteras tienen la distancia de los brazos

los muertos cohabitan en la noche

para amanecer como padres de familia

y en el silencio de sus habitaciones

entre un ambiente de púberes fragancias

¡celebran nudos de fruta, las raíces!

 

Pero hay también un sordo rumor entrecortado…

una serie de lágrimas obreras

un mundo de arrugas en la piel del agua

una vergüenza de embargo

de hija negociada

de amanecer estupefacto con la lengua y los ojos de secante

y un búfalo

un puñal y un velo espeso

de bruces señalando la conciencia

cuando miramos de frente las pupilas

de Ambrosio Maíz

y no podemos explicarle cuándo, cómo, ni dónde

está su patria entera

su América India en Español.

 

Porque Ambrosio

no es Jimy, ni Curro, ni Alejandrovich.

Es sencillamente Ambrosio Maíz

Ambrosio con el mundo latino en propiedad.

Ambrosio que no permite que sus sueños

paguen aduana en el párpado extranjero.

Nuestro hermano Ambrosio el chibcha,

el totonaca, el inca, el guaraní,

el que no sabe decir merci, tankechen ni thanks,

el que no concibe la dulzura de las remolachas

llenándose de rubor entre las latas…

sencillamente Ambrosio Maíz

el de la triangular península en los ojos

¡cuyo telúrico sudor tiene la misma dimensión del mar!

 

Cada uva de amor bajo su piel

le atraviesa el corazón al vino.

Cada poro se le esponja de azadones.

Cada callo se le extiende bocarriba.

Cada tractor le dibuja una ruana sobre el hombro.

Cada escuela le construye un alfabeto de infinitos sueños.

Cada huarache le borra las huellas al veneno

¡cada sonrisa suya parte en la mitad un coco!

 

Ambrosio Maíz sin colchón de pluma.

Ambrosio sin más socios en su club del parque,

que la flor, el guijarro y la fontana.

Sin más calefacción que el cinturón de espasmos

con que su amada le regala un hijo año tras año.

Ambrosio sin dioses inventados

sin misterios que no entiende

sin jaculatorias

sin indulgencias compradas

sin ese paquidermo de sífilis que cubre

el gelatinoso cuerpo de las castas.

Ambrosio Maíz

sin vomitar ancas de rana

sin injertos de mink

sin importados sudores de lavanda.

Ambrosio Maíz sin serpentinas de lumbre en la cabeza

adquiridas con Scotch, con Vodka o con Jerez.

 

Sencillamente Ambrosio

con un gran jarro de agua entre las manos

moreno y rubicundo

Ambrosio Maíz pata-rajada

corazón de nuez

pecho de almendra

lágrimas al borde de los ojos

y una casa pequeña en el terruño

donde crece la patria en la ternura

¡como una cosecha en el nivel del viento!

 

Hay que tocarnos bien para saber

que llevamos adentro una palabra

que despliega sus tentáculos de acero.

Es una palabra en los ciclones

en el vital ascenso de los muertos

en la torre del mundo

y colgando de las azoteas de los mares Atlántico y Pacífico

donde igual que un velero universal

pone a secar sus sábanas al sol.

Es una tremenda palabra sobre el cosmos

es una palabra que clama el huracán

cuando orquesta sus claras sinfonías

y el maíz aborigen se reparte

en una danza de trigo americano

cien millones muy trigo en su trigal.

 

Es necesario que los niños se enteren

que los ancianos aprisionen el tiempo que les queda

que los árboles antárticos sepan de su lengua

que las madres envíen mensajes de saliva dulce hasta sus vientres

y que todos abramos con amor de molino nuestros brazos

antes de que una sombra de espejos invertidos

dibuje en el espacio el semen de la muerte.

 

Es necesario que el arado,

la tinta de las frutas,

los cóndores, las ranas lacrimosas

y ¡todo, absolutamente todo!

ahonde la raíz del Universo

y reparta volúmenes de polen fraternal

sobre el techo general de nuestra tribu.

No se puede morir impunemente

porque un solo hombre le ordene al Amazonas

que no solloce impotente en la manigua

¡cuando se le ha puesto de sangre hasta la espuma!

 

No se puede morir impunemente

porque un sexo militar decide

violar en la penumbra de la selva

los cálidos flancos del Caribe.

No se puede morir impunemente

cuando el tamaño del pie es un latifundio.

 

Cuando le tiñen el pelo a los petróleos

cuando lloran los braceros su llanto en otro idioma

cuando desnuda, diáfana, casta, inmaculada,

se fuga la materia prima

para luego nauseabunda regresar…

Cuando se compra barata la melancolía

que nace en la epidermis de los esquimales

y termina en el reflejo de la Patagonia.

 

Cuando este aspecto de pajes inclinados

se debe —tristemente— a las arrobas de una deuda

que será larga… larga… inmensamente larga

¡como desde ahora hasta mi muerte!

 

No. No podemos morir, no. Cuando las cosas

tienen un nombre nuevo como uranio, como gas, como salitre.

Cuando el espacio es tan cerca como el sexto mandamiento

cuando decir patria es decir árbol y entender árbol

cuando este amanecer bajo un cielo latino y cotidiano

es este iniciar nuestra estación de amor

entre los besos de la boca abierta

de los Estados Unidos de América Latina.

 

Aquí no ha sonado la hora de la muerte.

Aquí nadie se ahoga entre un asfixiante océano de chicle,

ni la poliomielitis invade la piel de los mestizos

como una enredadera de polvo que descuelga

su cuerpo de estáticas raíces.

 

No queremos reír como las focas

que tienen la nostalgia de los niños bobos…

No queremos acusar un borrego entre la sangre

cuando las águilas nos trazan las arterias.

No queremos cambiar

los encajes que el cedro y la caoba

le bordan a la espesa memoria de la selva.

No queremos nada.

No nos gusta nada.

¡No necesitamos nada!

 

¡Porque estamos anchos de amor como embarazo!

¡Porque estamos camaradas de sal como los peces!

¡Porque nos están saliendo ramas del pelo y de las uñas!

Porque tenemos el ombligo de sol

y porque cuando decimos —patria— en Español

se dobla como un arco de flecha la palabra

y nos cubre de amor desde México hasta Buenos Aires

y desde La Habana hasta Santiago.

 

Escuche el mundo la voz de esta tribu indoamericana:

Nuestros hombres quieren simplificar sus glándulas de odio.

Colombia —lisa de llanto— como un guijarro en la mitad

del mapa,

solicita desde sus muertos una medalla para sus gusanos.

Guatemala pregunta si el copaiba

puede continuar poblando de raíces

la profundidad del Tajamulco.

México pinta un mural intercenit

en toda la pared del continente

Cuba acaba de abrir en las Antillas

una escuela mundial donde los hombres

aprenden a contar en los ábacos de la tempestad…

A Puerto Rico le está pesando su nombre

y Bolivia doblega su estatura de sed sobre el Guapay…

En nuestro continente el tiempo resucita.

Los hombres tienen siete sentidos de horizonte.

Las mujeres ya no lloramos delante de las ratas.

Los cuarteles han comenzado a aromar como las granjas

mientras los soldados adquieren dulzura de hortelanos…

Las flores ordenan su color.

Los pájaros vienen de las melodías.

Y el crepúsculo —en la quietud de la campiña—

se acuesta con las vacas

¡para dar lecciones de amor a las semillas!

Escuche el mundo la voz de esta tribu de Amerindia:

queremos unirnos

confundirnos,

repartirnos,

asirnos,

queremos besarnos,

apretarnos,

fornicarnos,

estrecharnos.

Queremos gritar con gritos en la misma lengua

que no tenemos más dios que la montaña y el relámpago.

Más dios que el centímetro que crece la hierba en los potreros.

Más dios que un pan sobre el mantel de Ambrosio.

Más dios que una fraternal patria indoamericana

y más dios, por sobre todas las cosas de la tierra,

que una elemental… insignificante… mínima…

¡hormiga de paz en nuestra piel!

Y que fuera de esto

no queremos nada.

No nos gusta nada.

¡No necesitamos nada!

Si lo dudáis, hermanos,

preguntádselo a Ambrosio Maíz

¡a la vuelta de cualquier camino…!

En esta oportunidad vamos a disfrutar de uno de los cuentos de Gabo:

 

Espantos de agosto.

 

Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.

-Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan.

Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.

Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.

-El más grande -sentenció- fue Ludovico.

Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.

Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.

Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.

Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.

Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. “Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos”. Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

Continuamos con nuestro Nobel, García Márquez.

UN DÍA DE ESTOS.

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos. 

Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella. 

Después de la ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción. 

-               Papá. 

-               Qué 

-               Dice el alcalde que si le sacas una muela. 

-               Dile que no estoy aquí. 

Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo. 

-               Dice que sí estás porque te está oyendo. 

El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo: 

-               Mejor. 

Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro. 

-               Papá. 

-               Qué. 

Aún no había cambiado de expresión. 

-               Dice que si no le sacas la mela te pega un tiro. 

Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver. 

-               Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo. 

Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente: 

-               Siéntese. 

-               Buenos días -dijo el alcalde. 

-               Buenos -dijo el dentista. 

Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca. 

Don Aurelio Escovar le movió la cabeza hacia la luz. Después de obsevar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una presión cautelosa de los dedos. 

-               Tiene que ser sin anestesia -dijo. 

-               ¿Por qué? 

-               Porque tiene un absceso. 

El alcalde lo miró en los ojos. 

-               Esta bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista. 

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, mas bien con una marga ternura, dijo: 

-               Aquí nos paga veinte muertos, teniente. 

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio. 

-               Séquese las lágrimas -dijo. 

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondadoy una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose. "Acuéstese --dijo-- y haga buches de agua de sal." El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera. 

-               Me pasa la cuenta -dijo. 

-               ¿A usted o al municipio? 

El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica: 

-               Es la misma vaina.

Rosas artificiales.

(Los funerales de la Mama Grande, 1962)

Gabriel Carcía Márquez.

Moviéndose a tientas en la penumbra del amanecer, Mina se puso el vestido sin mangas que la noche anterior había colgado junto a la cama, y revolvió el baúl en busca de las mangas postizas. Las buscó después en los clavos de las paredes y detrás de las puertas, procurando no hacer ruido para no despertar a la abuela ciega que dormía en el mismo cuarto. Pero cuando se acostumbró a la oscuridad, se dio cuenta de que la abuela se había levantado y fue a la cocina a pregun­tarle por las mangas.

         —Están en el baño —dijo la ciega—. Las lavé ayer tarde.

         Allí estaban, colgadas de un alambre con dos prendedores de madera. Todavía estaban húmedas. Mina volvió a la cocina y extendió las mangas sobre las piedras de la hornilla. Frente a ella, la ciega revolvía el café, fijas las pupilas muertas en el reborde de ladrillos del corredor, donde había una hilera de tiestos con hierbas medicinales.

         —No vuelvas a coger mis cosas —dijo Mina—. En estos días no se puede contar con el sol.

         La ciega movió el rostro hacia la voz.

         —Se me había olvidado que era el primer viernes —dijo.

         Después de comprobar con una aspiración profunda que ya estaba el café, retiró la olla del fogón.

         —Pon un papel debajo, porque esas pie­dras están sucias —dijo.

         Mina restregó el índice contra las piedras de la hornilla. Estaban sucias, pero de una costra de hollín apelmazado que no ensucia­ría las mangas si no se frotaban contra las piedras.

         —Si se ensucian tú eres la responsable —dijo.

         La ciega se había servido una taza de café.

         —Tienes rabia —dijo, rodando un asiento hacia el corredor—. Es sacrilegio comulgar cuando se tiene rabia. —Se sentó a tomar el café frente a las rosas del patio. Cuando sonó el tercer toque para misa, Mina retiró las mangas de la hornilla, y todavía estaban húmedas. Pero se las puso. El padre Ángel no le daría la comunión con un vestido de hombros descubiertos. No se lavó la cara. Se quitó con una toalla los restos del colorete, recogió en el cuarto el libro de oraciones y la mantilla, y salió a la calle. Un cuarto de hora después estaba de regreso.

         —Vas a llegar después del evangelio —dijo la ciega, sentada frente a las rosas del patio.

         Mina pasó directamente hacia el excusado.

         —No puedo ir a misa —dijo—. Las man­gas están mojadas y toda mi ropa sin planchar. —Se sintió perseguida por una mirada clarividente.

         —Primer viernes y no vas a misa —dijo la ciega.

         De vuelta del excusado, Mina se sirvió una taza de café y se sentó contra el quicio de cal, junto a la ciega. Pero no pudo tomar el café.

         —Tú tienes la culpa —murmuró, con un rencor sordo, sintiendo que se ahogaba en lágrimas.

         —Estás llorando —exclamó la ciega.

         Puso el tarro de regar junto a las macetas de orégano y salió al patio, repitiendo:

         —Estás llorando.

         Mina puso la taza en el suelo antes de incorporarse.

         —Lloro de rabia —dijo. Y agregó al pasar junto a la abuela—: Tienes que confesarte, porque me hiciste perder la comunión del. pri­mer viernes.

         La ciega permaneció inmóvil esperando que Mina cerrara la puerta del dormitorio. Luego caminó hasta el extremo del corredor. Se inclinó, tanteando, hasta encontrar en el suelo la taza intacta. Mientras vertía el café en la olla de barro, siguió diciendo­:

         —Dios sabe que tengo la conciencia tranquila.

         La madre de Mina salió del dormitorio.

         —¿Con quién hablas? —preguntó.

         —Con nadie —dijo la ciega—. Ya te he dicho que me estoy volviendo loca.

         Encerrada en su cuarto, Mina se desaboto­nó el corpiño y sacó tres llavecitas que llevaba prendidas con un alfiler de nodriza. Con una de las llaves abrió la gaveta inferior del armario y extrajo un baúl de madera en miniatura. Lo abrió con la otra llave. Adentro había un paquete de cartas en papeles de color, atadas con una cinta elástica. Se las guardó en el corpiño, puso el baulito en su puesto y volvió a cerrar la gaveta con llave. Después fue al excusado y echó las cartas en el fondo.

         —No pudo ir —intervino la ciega—. Se me olvidó que era primer viernes y lavé las mangas ayer tarde.

         —Todavía están húmedas —murmuró Mina.

         —Ha tenido que trabajar mucho en estos días —dijo la ciega.

         —Son ciento cincuenta docenas de rosas que tengo que entregar en la Pascua —dijo Mina.

         El sol calentó temprano. Antes de las siete, Mina instaló en la sala su taller de rosas artificiales: una cesta llena de pétalos y alambres, un cajón de papel elástico, dos pares de tijeras, un rollo de hilo y un frasco de goma. Un momento después llegó Trinidad con su caja de cartón bajo el brazo, a preguntarle por qué no había ido a misa.

         —No tenía mangas —dijo Mina.

         —Cualquiera hubiera podido prestártelas —dijo Trinidad.

         Rodó una silla para sentarse junto al ca­nasto de pétalos.

         —Se me hizo tarde —dijo Mina.

         Terminó una rosa. Después acercó el canasto para rizar pétalos con las tijeras. Trinidad puso la caja de cartón en el suelo e intervino en la labor.

         Mina observó la caja.

         —¿Compraste zapatos? —preguntó.

         —Son ratones muertos —dijo Trinidad.

         Como Trinidad era experta en el rizado de pétalos, Mina se dedicó a fabricar tallos de alambre forrados en papel verde. Trabajaron en silencio sin advertir el sol que avanzaba en la sala decorada con cuadros idílicos y fotografías familiares. Cuando terminó los tallos, Mina volvió hacia Trinidad un rostro que parecía acabado en algo inmaterial. Trinidad rizaba con admirable pulcritud, moviendo apenas la punta de los dedos, las piernas muy juntas. Mina observó sus zapatos masculinos. Trinidad eludió la mirada, sin levantar la cabeza, apenas arrastrando los pies hacia atrás e interrumpió el trabajo.

         —¿Qué pasó? —dijo.

         Mina se inclinó hacia ella.

         —Que se fue —dijo.

         Trinidad soltó las tijeras en el regazo.

         —No.

         —Se fue —repitió Mina.

         Trinidad la miró sin parpadear. Una arru­ga vertical dividió sus cejas encontradas.

         —¿Y ahora? —preguntó.

         Mina respondió sin temblor en la voz.

         —Ahora, nada.

         Trinidad se despidió antes de las diez.

         Liberada del peso de su intimidad, Mina la retuvo un momento, para echar los ratones muertos en el excusado. La ciega estaba po­dando el rosal.

         —A que no sabes qué llevo en esta caja —le dijo Mina al pasar.

         Hizo sonar los ratones.

         La ciega puso atención.

         —Muévela otra vez —dijo.

         Mina repitió el movimiento, pero la ciega no pudo identificar los objetos, después de escuchar por tercera vez con el índice apoyado en el lóbulo de la oreja.

         —Son los ratones que cayeron anoche en la trampa de la iglesia —dijo Mina.

         Al regreso pasó junto a la ciega sin hablar. Pero la ciega la siguió. Cuando llegó a la sala, Mina estaba sola junto a la ventana cerrada, terminando las rosas artificiales.

         —Mina —dijo la ciega—. Si quieres ser feliz, no te confieses con extraños.

         Mina la miró sin hablar. La ciega ocupó la silla frente a ella e intentó intervenir en el trabajo. Pero Mina se lo impidió.

         —Estás nerviosa —dijo la ciega.

         —Por tu culpa —dijo Mina.

         —¿Por qué no fuiste a misa?

         —Tú lo sabes mejor que nadie.

         —Si hubiera sido por las mangas no te hubieras tomado el trabajo de salir de la casa —dijo la ciega—. En el camino te esperaba alguien que te ocasionó una contrariedad.

         Mina pasó las manos frente a los ojos de la abuela, como limpiando un cristal invisible.

         —Eres adivina —dijo.

         —Has ido al excusado dos veces esta mañana —dijo la ciega—. Nunca vas más de una vez.

         Mina siguió haciendo rosas.

         —¿Serías capaz de mostrarme lo que guardas en la gaveta del armario? —preguntó la ciega.

         Sin apresurarse Mina clavó la rosa en el marco de la ventana, se sacó las tres llavecitas del corpiño y se las puso a la ciega en la mano. Ella misma le cerró los dedos.

         —Anda a verlo con tus propios ojos —dijo.

         La ciega examinó las llavecitas con las pun­tas de los dedos.

         —Mis ojos no pueden ver en el fondo del excusado.

         Mina levantó la cabeza y entonces experimentó una sensación diferente: sintió que la ciega sabía que la estaba mirando.

         —Tírate al fondo del excusado si te interesan tanto mis cosas —dijo.

         La ciega evadió la interrupción.

         —Siempre escribes en la cama hasta la ma­drugada —dijo.

         —Tú misma apagas la luz —dijo Mina.

         —Y en seguida tú enciendes la linterna de mano —dijo la ciega—. Por tu respiración podría decirte entonces lo que estás escribiendo.

         Mina hizo un esfuerzo para no alterarse.

         —Bueno —dijo sin levantar la cabeza—. Y suponiendo que así sea: ¿qué tiene eso de particular?

         —Nada —respondió la ciega—. Sólo que te hizo perder la comunión del primer viernes.

         Mina recogió con las dos manos el rollo de hilo, las tijeras, y un puñado de tallos y rosas sin terminar. Puso todo dentro de la canasta y encaró a la ciega.

         —¿Quieres entonces que te diga qué fui a hacer al excusado? —preguntó. Las dos permanecieron en suspenso, hasta cuando Mina respondió a su propia pregunta—: Fui a cagar.

         La abuela tiró en el canasto las tres llave­citas.

         —Sería una buena excusa —murmuró, dirigiéndose a la cocina—. Me habrías convencido si no fuera la primera vez en tu vida que te oigo decir una vulgaridad.

         La madre de Mina venía por el corredor en sentido contrario, cargada de ramos espinosos.

         —¿Qué es lo que pasa? —preguntó.

         —Que estoy loca —dijo la ciega—. Pero por lo visto no piensan mandarme para el manicomio mientras no empiece a tirar piedras.

En esta oportunidad invitamos a Kafka, con el título:

Ser Infeliz.

Cuando ya se volvió insoportable —una noche de noviembre—, corrí sobre la estrecha alfombra de mi habitación como en una pista de carreras y, asustado por la visión de la calle iluminada, me di la vuelta, encontré un nuevo objetivo en la base del espejo, y grité, sólo para escuchar el grito, al que nada responde y al que nada mitiga la fuerza del gritar y que, por consiguiente, se eleva sin contrapeso alguno, sin cesar, aun cuando enmudece; entonces se desencajó la puerta de la pared, deprisa, pues la prisa era necesaria, y hasta los caballos del coche, abajo, en el empedrado, se irguieron como bestias que se tornan salvajes en la batalla, ofreciendo las gargantas.

Como si fuera un pequeño espectro, un niño salió del oscuro pasillo, en el que aún no ardía la lámpara, y permaneció de puntillas sobre una tabla de madera que se balanceaba imperceptiblemente. Cegado por la luz crepuscular de la habitación, quiso taparse rápidamente el rostro con las manos, pero se tranquilizó de improviso al mirar hacia la ventana, cuando comprobó que el reflejo de la iluminación callejera, impulsado hacia arriba, no lograba desplazar del todo a la oscuridad. Apoyado en el codo derecho, se mantuvo erguido ante la puerta abierta, pegado a la pared de la habitación, y dejó que la corriente de aire procedente del exterior acariciase las articulaciones de los pies, y también que recorriese el cuello y las mejillas.

Lo miré durante un rato, luego dije «buenos días» y retiré la chaqueta de la pantalla de la estufa, ya que no quería permanecer medio desnudo. Durante un tiempo mantuve la boca abierta, para que la excitación me abandonase por la boca. Tenía una saliva desagradable, los párpados me vibraban, en suma, lo único que me faltaba era esa visita inesperada.

El niño estaba todavía junto a la pared, en el mismo sitio, presionaba la mano derecha contra el muro y, con las mejillas coloradas, nunca quedaba saciado de frotar la blanca pared con la punta de los dedos, pues era granulada. Dije:

—¿Realmente ha querido venir a mi casa? ¿No se trata de un error? No hay nada más fácil que equivocarse en esta casa tan grande. Yo me llamo «fulano», vivo en el tercer piso. ¿Es a mí a quien quiere visitar?

—¡Silencio! ¡Silencio! —dijo el niño hablando sobre el hombro—.

Todo es correcto.

—Entonces entre en la habitación, quisiera cerrar la puerta.

—Acabo de cerrar la puerta. No se preocupe. Tranquilícese de una vez.

—No hable de «preocuparme». Pero en ese pasillo vive mucha gente, todos son, naturalmente, conocidos míos; la mayoría regresan ahora de sus negocios; si usted escucha que hablan en una habitación, ¿cree usted tener el derecho de abrir y mirar lo que ocurre? Esa gente ha dejado a sus espaldas el trabajo diario; ¡a quién se habrán sometido en su efímera libertad vespertina! Por lo demás, usted ya lo sabe. Déjeme cerrar la puerta.

—Sí, ¿y qué? ¿Qué quiere usted? Por mí puede venir toda la casa. Y, además, se lo repito, ya he cerrado la puerta, ¿o acaso cree que sólo usted puede cerrarla? He cerrado con llave.

—Entonces está bien. No quiero más. No era necesario que cerrase con llave. Y ahora póngase cómodo, ya que está aquí. Es usted mi huésped, confíe en mí. Siéntase como en su casa, sin miedo. No le obligaré ni a quedarse ni a irse. ¿Debo decirlo? ¿Me conoce tan mal?

—No, realmente no era necesario que lo dijera. Aún más, no lo debería haber dicho. Soy un niño; ¿por qué tantos problemas por mi causa?

—No, no pasa nada. Naturalmente, un niño. Pero usted no es tan pequeño. Ya está usted bastante crecido. Si fuera una muchacha, seguro que no podría encerrarse conmigo así, sin más, en la habitación.

—Sobre eso no tenemos que preocuparnos. Yo sólo quería decir que el conocerle tan bien no me protege de nada, sólo le libera del esfuerzo de tener que mentirme. No obstante, me hace cumplidos. Déjelo, se lo pido, déjelo. A ello se añade que no le conozco en todas partes y en todo el tiempo, y menos en estas tinieblas. Sería mejor que encendiese la luz. No, mejor no. De todos modos, le tengo que advertir que ya me ha amenazado.

—¿Cómo? ¿Qué le he amenazado? Pero se lo suplico. Estoy tan contento de que por fin esté aquí. Digo «por fin», ya que es tarde. Me resulta incomprensible por qué ha venido tan tarde. Es posible que yo haya hablado de un modo confuso, debido a mi alegría, y que usted me haya entendido mal. Que yo haya hablado de esa manera, lo reconozco una y mil veces, sí, le he amenazado con todo lo que usted quiera. Pero, por favor, ¡por el amor de Dios!, ninguna disputa. Aunque, ¿cómo puede creer usted algo semejante? ¿Cómo puede mortificarme de esta manera? ¿Por qué quiere usted amargarme a toda costa el pequeño rato de su estancia aquí? Un extraño sería más complaciente que usted.

—Ya lo creo, eso no es ninguna novedad. Por naturaleza puedo acercarme a usted tanto como un extraño. Eso ya lo sabe usted, ¿para qué entonces esa melancolía? Diga directamente que quiere hacer comedia y me iré al instante.

—Ah, ¿sí? ¿También se atreve a decirme eso? Usted es audaz en demasía. A fin de cuentas, se halla en mi habitación y, además, no ha parado un momento de frotar como un loco la pared con los dedos. ¡Mi habitación, mi pared! Y, por añadidura, todo lo que dice no es sólo una frescura, sino ridículo. Usted dice que su naturaleza le obliga a hablar conmigo de esa manera. ¿Realmente es así? ¿Su naturaleza le obliga? Muy amable por parte de su naturaleza. Su naturaleza es mía, y si yo me comporto amablemente, por naturaleza, con usted, usted no puede sino hacer lo mismo.

—¿Eso es amabilidad?

—Hablo de antes.

—¿Sabe usted cómo seré más tarde?

—No sé nada.

Y me fui a la mesita de noche, donde encendí la vela. En aquel tiempo, mi habitación no disponía de gas ni de luz eléctrica. Permanecí un rato allí sentado, hasta que me cansé; luego me puse el abrigo, cogí el sombrero del canapé y apagué la vela. Al salir tropecé con una de las patas del sillón.

En la escalera me encontré con uno de los inquilinos del mismo piso.

—Ya sale usted otra vez, ¿eh, granuja? —preguntó descansando sólidamente sobre sus dos piernas abiertas.

—¿Qué puedo hacer? —dije yo—, acabo de tener a un fantasma en la habitación.

—Lo dice tan insatisfecho como si hubiera encontrado un pelo en la sopa.

—Usted bromea. Pero tenga en cuenta que un fantasma es un fantasma.

—Eso es verdad. Pero ¿qué ocurre si no se cree en fantasmas?

—¿Quiere dar a entender que creo en fantasmas? ¿En qué me ayudaría esa incredulidad?

—Muy fácil. Usted ya no debe tener miedo cuando le visita un fantasma.

—Sí, pero ése es un miedo secundario. El miedo real es el miedo que produce la causa que ha provocado la aparición. Y ese miedo permanece. Precisamente lo tengo ahora, y enorme, en mi interior. —Comencé a registrar todos mis bolsillos por los nervios.

—¡Pero ya que no sintió propiamente miedo ante la aparición, podría haberse planteado tranquilamente la pregunta acerca de su causa!

—Resulta notorio que usted todavía no ha hablado con fantasmas. De ellos no se puede recibir nunca una información clara. Todo es un divagar aquí y allá. Esos fantasmas parecen dudar de su existencia más de lo que nosotros lo hacemos, lo que, por lo demás, y debido a su abatimiento, no produce ninguna sorpresa.

—Sin embargo, he oído que se les puede rellenar.

—Ahí está usted bien informado. Eso sí que se puede hacer, ¿pero a quién le interesa?

—¿Por qué no? Si se trata, por ejemplo, de un fantasma femenino — dijo, y subió un escalón más.

—¡Ah, ya! —dije—, pero aun así no está dispuesto.

Me despedí. Mi vecino estaba ya tan alto que para verme necesitaba inclinarse bajo una bóveda formada por la escalera.

—No obstante —le grité—, si me quita a mi fantasma, hemos terminado y para siempre.

—Pero si sólo fue una broma —dijo, y retiró la cabeza.

—Entonces está bien —dije.

Podría haber salido tranquilamente a pasear, pero me sentí tan abandonado que preferí subir y acostarme.

La Identidad.

Elena Poniatowska

Yo venía cansado. Mis botas estaban cubiertas de lodo y las arrastraba como si fueran féretros. La mochila se me encajaba en la espalda, pesada. Había caminado mucho, tanto que lo hacía como un animal que se defiende. Pasó un campesino en su carreta y se detuvo. Me dijo que subiera. Con trabajos me senté a su lado. Calaba frío. Tenía la boca seca, agrietada en la comisura de los labios; la saliva se me había hecho pastosa. Las ruedas se hundían en la tierra dando vueltas lentamente. Pensé que debía hacer el esfuerzo de girar como las ruedas y empecé a balbucear unas cuantas palabras. Pocas. Él contestaba por no dejar y seguimos con una gran paciencia, con la misma paciencia de la mula que nos jalaba por los derrumbaderos, con la paciencia del mismo camino, seco y vencido, polvoso y viejo, hilvanando palabras cerradas como semillas, mientras el aire se enrarecía porque íbamos de subida – casi siempre se va de subida -, hablamos, no sé, del hambre, de la sed, de la montaña, del tiempo, sin mirarnos siquiera. Y de pronto, en medio de la tosquedad de nuestras ropas sucias, malolientes, el uno junto al otro, algo nos atravesó blanco y dulce, una tregua transparente. Y nos comunicamos cosas inesperadas, cosas sencillas, como cuando aparece a lo largo de una jornada gris un espacio tierno y verde, como cuando se llega a un claro en el bosque. Yo era forastero y sólo pronuncié unas cuantas palabras que saqué de mi mochila, pero eran como las suyas y nada más las cambiamos unas por otras. Él se entusiasmó, me miraba a los ojos, y bruscamente los árboles rompieron el silencio. “Sabe, pronto saldrá el agua de las hendiduras.” “No es malo vivir en la altura. Lo malo es bajar al pueblo a echarse un trago porque luego allá andan las viejas calientes. Después es más difícil volver a remontarse, nomás acordándose de ellas”… Dijimos que se iba a quitar el frío, que allá lejos estaban los nubarrones empujándolo y que la cosecha podía ser buena. Caían nuestras palabras como gruesos terrones, como varas resecas, pero nos entendíamos.

            Llegamos al pueblo donde estaba el único mesón. Cuando bajé de la carreta empezó a buscarse en todos los bolsillos, a vaciarlos, a voltearlos al revés, inquieto, ansioso, reteniéndome con los ojos: “¿Qué le regalaré? ¿Qué le regalo? Le quiero hacer un regalo…” Buscaba a su alrededor, esperanzado, mirando el cielo, mirando el campo. Hurgoneó de nuevo en su vestido de miseria, en su pantalón tieso, jaspeado de mugre, en su saco usado, amoldado ya a su cuerpo, para encontrar el regalo. Vio hacia arriba, con una mirada circular que quería abarcar el universo entero. El mundo permanecía remoto, lejano, indiferente. Y de pronto, todas las arrugas de su rostro ennegrecido, todos esos surcos escarbados de sol a sol, me sonrieron. Todos los gallos del mundo habían pisoteado su cara llenándola de patas. Extrajo avergonzado un papelito de no sé dónde, se sentó nuevamente en la carreta y apoyando su gruesa mano sobre las rodillas tartamudeó:

- Ya sé, le voy a regalar mi nombre.

Continuamos con Elena Poniatowska.

El Recado.

Vine, Martín, y no estás. Me he sentado en el peldaño de tu casa, recargada en tu puerta, y pienso que en algún lugar de la ciudad, por una onda que cruza el aire, debes intuir que aquí estoy. Es éste tu pedacito de jardín; tu mimosa se inclina hacia afuera y los niños al pasar le arrancan las ramas más accesibles… En la tierra, sembradas alrededor del muro, muy rectilíneas y serias veo unas flores que tienen hojas como espadas. Son azul marino, parecen soldados. Son muy graves, muy derechas. Tú también eres un soldado. Marchas por la vida, uno, dos, uno, dos… Todo tu jardín es sólido, es como tú, tiene una reciedumbre que inspira confianza.

Aquí estoy contra el muro de tu casa, así como estoy a veces contra el muro de tu espalda. El sol da también contra el vidrio de tu ventana y poco a poco se debilita porque ya es tarde. El cielo enrojecido ha calentado tu madreselva y su olor se vuelve aún más penetrante. Es el atardecer. El día va a decaer. Tu vecin a pasa. No sé si me habrá visto. Va a regar su pedazo de jardín. Recuerdo que ella te trae una sopa de pasta cuando estás enfermo y que su hija te pone inyecciones… Pienso en ti muy despacito, como si te dibujara dentro de mí y quedaras allí grabado. Quisiera tener la certeza de que te voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpida de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito de tu rostro; que nada entre nosotros ha sido provisional o un accidente.

Estoy inclinada sobre una hoja de papel y te escribo todo esto y pienso que ahora, en alguna cuadra donde camines apresurado, decidido como sueles hacerlo, en alguna de esas calles por donde te imagino siempre: Donceles y 5 de Febrero o Venustiano Carranza, en alguna de esas aceras grises y monocordes rotas sólo por el remolino de gente que va a tomar el camión, has de saber dentro de ti que te espero. Vine nada más a decirte que te quiero y como no estás te lo escribo. Ya casi no puedo escribir porque ya se fue el sol y no sé bien a bien lo que te pongo. Afuera pasan más niños, corriendo. Y una señora con una olla advierte irritada: “No me sacudas la mano porque voy a tirar la leche…” Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo al amor.

Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y encenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres se roban entre sí… Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Te esperaba a ti. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar peso y tamaño y crudeza. Todos estamos —oh mi amor— tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos.

Ha caído la noche y ya casi no veo lo que estoy borroneando en la hoja rayada. Ya no percibo las letras. Allí donde no le entiendas en los espacios blancos, en los huecos, pon: “Te quiero”… No sé si voy a echar esta hoja debajo de la puerta, no sé. Me has dado un tal respeto de ti mismo… Quizá ahora que me vaya sólo pase a pedirle a la vecina que te dé el recado; que te diga que vine.

Tenemos como invitado a Juan Carlos Onetti, con su cuento:

El cerdito.

La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba sonriente el reumatismo del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había; pero sí una ventana que daba a un pequeño jardín parduzco. Miró el reloj que le colgaba del pecho y pensó que faltaba más de una hora para que llegaran los niños. No eran suyos. A veces dos, a veces tres que llegaban desde las casas en ruinas, más allá de la placita, atravesando el puente de madera sobre la zanja seca ahora, enfurecida de agua en los temporales de invierno.

Aunque los niños empezaran a ir a la escuela, siempre lograban escapar de sus casas o de sus aulas a la hora de pereza y calma de la siesta. Todos, los dos o tres; eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre lograba reconocer en ellos algún rasgo del nieto perdido; a veces a Juan le correspondían los ojos o la franqueza de ojos y sonrisa; otras; ella los descubría en Emilio o Guido. Pero no trascurría ninguna tarde sin haber reproducido algún gesto, algún ademán de nieto.

Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los panques que envolvían dulce de membrillo.

Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja, sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada, la anciana demoró en oírlos, pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin, porque había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido y divisó las tres siluetas que habían trepados los escalones.

Sentados alrededor de la mesa, con los carrillos hinchados por la dulzura de la golosina, los niños repitieron las habituales tonterías, se acusaron entre ellos de fracasos y traiciones. La anciana no los comprendía, pero los miraba comer con una sonrisa inmóvil; para aquella tarde, después de observar mucho para no equivocarse, decidió que Emilio le estaba recordando el nieto mucho más que los otros dos. Sobre todo con el movimientos de las manos.

Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en el suelo de su cocina.

Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón. Se repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:

 

-Dale otro golpe. Por si las dudas.

 

Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la suya, vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra y desperdicios del cajón que tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para guardar su dinero; una alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el lomo.

Nuestra invitada especial el día de hoy es Diana Patricia Jaramillo Peña. Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad de la Sabana, Especialista en ética de la Universidad Minuto de Dios, Magister en Creación Literaria de la Universidad Central. Quien nos brinda esta bella reflexión, a propósito de las elecciones regionales que se avecinan y siguen cargadas de odio y afán de desquite.

No bote su voto. Votar es como ser padre o madre: no se improvisa.

El voto se bota cuando no corresponde a los fines constitucionales, es decir, cuando a cambio te dan una teja, un tamal, o una botella de aguardiente...

 

Pensemos en nuestros municipios, ¿hace cuánto tiempo salimos del lugar donde crecimos, quizás 15, 20, 30 años? ¿Qué de nuevo hay en ellos desde que salimos de allí?, ¿las calles están por completo pavimentadas?, creo que pocos podemos vanagloriarnos de que nuestro municipio siempre se haya caracterizado por tener sus calles en orden, como un atractivo particular teniendo en cuenta cual es la situación real de la mayoría ¿Hay un museo? ¿Un centro de alto rendimiento? ¿Universidad (es)? ¿A qué se dedican los jóvenes, una vez terminada la etapa escolar?

Estas y otras tantas preguntas debemos plantearnos cuando llegan los tiempos de las elecciones ¿Qué han hecho nuestros políticos con el voto que les hemos brindado? Porque somos nosotros los ciudadanos los que elegimos el estado de cosas que tenemos en cada lugar del país.

Votar es entonces un verbo de connotaciones profundas; no se trata solo de ti o de mí, cuando votamos estamos decidiendo los destinos de nuestros paisanos, familiares, amigos, vecinos, visitantes que pasan por nuestras regiones. Votar es un ejercicio individual que se torna colectivo.

 

Tal ejercicio solo es auténticamente democrático en un clima de libertad, donde cada quién pueda ejercerlo sin estigmatizaciones de alguna índole, donde no sea excluida cualquiera de las partes. Botar es según la RAE, tirar, arrojar.

El voto se bota cuando el uso que se le da no corresponde a los fines constitucionales, es decir, cuando a cambio te dan una teja, un tamal, una botella de aguardiente, un bono de cualquier valor monetario, un cargo, etc. Es muy desalentador escuchar testimonios como el de una enfermera que dice: mire yo soy enfermera, pero no estoy ejerciendo porque el político al que estábamos acompañando, no ganó, toca esperar a ver si esta vez queda ¿Puede un municipio contraerse de que una profesional de la salud necesaria en todo momento esté dedicada a otras actividades, y no a la suya, siendo un recurso humano de base (personal de la salud, de la educación y autoridades)?

Otra situación muy particular que sucede en torno a este tema es la sanción social, o perteneces al mismo equipo, o eres excluido en la comunidad; cuántos se enfrentan al hecho, que vecinos o amigos elijan cambiar de acera, y no saludarte, o mirarte y tratarte con desprecio porque no compartes los mismos intereses que ellos; y en otros lugares situaciones más extremas, como perder la vida; acciones estas que denotan ignorancia y fanatismo.

Los fanatismos de cualquier índole solo conducen a grandes catástrofes como quienes llevaron a Hitler al poder, el resultado, dos grandes guerras absurdas. Aquí en Colombia, los años 50 representan esta forma de violencia sistemática en la que, o pertenecías a un bando o no eras. En nuestro tiempo son unos odios exacerbados de ida y vuelta en las redes sociales, entre gentes que bien podrían ser vecinos, familiares o amigos.

Los fanatismos impiden ver que, independientemente de la filiación política podríamos tratarnos con respeto; la diversidad de pensamiento político debería nutrir el ejercicio de la política. Cada territorio en nuestro país, especialmente los más apartados de las ciudades capitales, cargan cruda y duramente los efectos de la ausencia de entendimiento, y las poblaciones más afectadas: indígenas, comunidades afrodescendientes y campesinos. Esta dinámica ha sido una constante en el tiempo.

Es irónico que los espacios más importantes para el presente y futuro del país siempre estén sumergidos en eventos convulsos ¿Qué sucede en estos espacios geográficos? ¿Por qué los caseríos siguen siendo caseríos? Hace 20 años tenían cuatro callecitas sin pavimentar, y hoy tienen cuatro callecitas sin pavimentar ¿Por qué las carreteras terciarias, siguen siendo terciarias? Esto sin contar los centros de salud, los espacios educativos, y lo que atañe a las autoridades, que en muchas zonas del país son inexistentes.

Entre tanto, las grandes potencias se fortalecen de diversos modos, no se dan el lujo de descuidar los ámbitos más importantes como sociedades desarrolladas; de ellos podemos adoptar la conciencia de sociedad para sí mismos, es decir, la conciencia sobre el propio territorio, la riqueza enorme con la que la naturaleza ha dotado a Colombia, somos poseedores del mineral más importante del planeta, el agua, nuestros páramos y ríos son lo más valioso que poseemos, junto con nuestros ecosistemas, estos dos aspectos son determinantes para la vida de la especie, tenemos el privilegio de poseerlos; si eligiéramos, porque es una elección, sobreponernos a la violencia, y alentar un turismo ecológico responsable, y serio, al estilo de las grandes capitales del mundo aprovechando nuestra ventaja geográfica; cambiar muerte por desarrollo sostenible,  respetando a las comunidades y al río como sujetos de vida, reconociendo la identidad de cada uno, esto implicaría una política rigurosa, tendríamos que sobreponernos a la politiquería, que es otra cosa.

Cuando botamos la basura orgánica que resulta en nuestros hogares, nos deshacemos de lo que no es útil para nosotros. Cuando botamos el voto, nos estamos negando y le estamos negando a nuestros próximos la posibilidad de un empleo digno, de que se cumplan las condiciones legales de los concursos por méritos, nos distanciamos más de la vida que merecemos vivir, los territorios se estancan, no avanzan por largos periodos de tiempo, o participan de un mismo flagelo por décadas y décadas como ha sucedido con todas las formas de violencia que ha entrañado el país; la educación no llega a todos, punto determinante para que cualquier sociedad avance.

 

La ignorancia garantiza la politiquería y los fanatismos; la educación puede facilitar la política y ayudarnos a comprender la diversidad. Por otra parte, por qué naturalizar y garantizar que los hijos se hagan hijos de otras naciones como si nuestra academia fuera de segunda mano, esta decisión, debería ser apenas una opción, entre muchas otras.

La mayoría de docentes colombianas (os) en las universidades poseen altos niveles de formación, no rebajan de doctorado, otros tantos tienen posdoctorado; y cientos de cursos de actualización; han invertido su vida, literalmente, en la educación, y las nuevas generaciones no quieren hacer sus estudios de posgrado aquí en Colombia, y tampoco quieren quedarse en el ámbito laboral ¿por qué su propio país no resulta atractivo, pese a los altos costos que implica estudiar fuera?

Independientemente de que sea considerada una experiencia provechosa para enriquecer el conocimiento, conocer otra cultura, aprender otro idioma, y apropiarse de la tecnología de vanguardia, además de buscarse mejores alternativas laborales, y aprovisionarse de los paradigmas más recientes en las diferentes áreas del saber; hay un problema de fondo.

Salir de cualquier facultad, para recibir un salario de $1.200.000, trabajar más de 12 horas diarias, como ocurre con muchos egresados, que incluso prefieren no acceder a estudios posgraduales, y aventurarse en otros territorios en tareas distantes de su realidad profesional.

En este orden de ideas, todo lo que tenemos y no tenemos como sociedad está en gran medida regulado por la política; en lo que elegimos ¿Hemos elegido salvaguardar los derechos de las mujeres? O elegimos perderlos y retroceder; todo esto ocurre al amparo o desamparo de la política ¿Cómo imaginamos entonces nuestros territorios? Imagino a la capital del Meta, Villavicencio, conectada por una línea de metro, o tren de alta velocidad, teniendo en cuenta los valores de la región, en materia de variedad de alimentos, turismo ecológico, como sitio ideal para la recreación y el descanso, además porque cuenta con los recursos para este tipo de infraestructura, también a Bogotá conectada con las demás ciudades capitales internas, y del continente suramericano.

Estamos demorados. Si nos pensamos distinto ¿Por qué Medellín tiene metro y tranvía, y las demás ciudades capitales no? ¿Qué han hecho los paisas, que en las otras capitales del país no se ha hecho? ¿Por qué allí es evidente la inversión? Todas estas reflexiones, acciones y omisiones pasan por la política, por los representantes que elegimos, por su visión particular de país. Votar es entonces un ejercicio tan serio como ser padre o madre, no se improvisa.

En esta oportunidad se presenta la primera de tres partes, de un ejercicio que pretende ser un análisis y reflexión de la educación en Colombia, revisando al final la propuesta del actual gobierno, Proyecto de Ley Estatutaria la Educación es un Derecho.

Parte 1 de 3

La educación en Colombia, una tarea sin hacer.

“Lo que se habla en los pasillos. El currículo oculto en las escuelas, un arma ideológica de doble filo”

 

Por: Mario Rojas.

 

“Educad al niño y no tendréis que castigar al hombre”

Pitágoras.

“Nacemos humanos, pero eso no basta: tenemos también que llegar a

Serlo. ¡Y se da por supuesto que podemos fracasar en el intento o rechazar la ocasión

misma de intentarlo! Recordemos que Píndaro, el gran poeta griego, recomendó

enigmáticamente: «Llega a ser el que eres.»”

Fernando Savater.

“Cuando la educación no es liberadora, el sueño del oprimido es volverse el opresor”

Paulo Freire.

 

  • Desazón, tinto y diálogo de profes.

Con algunos y algunas colegas, hablamos acerca de los alcances sociales de la labor docente, es decir, qué tanta influencia ejercemos en los estudiantes, pero más allá del proceso académico, nos referimos a esa influencia profunda, la que se queda con ellos para toda la vida, como cuando algún exalumno dice: “Yo me dediqué al arte contra viento y marea, hoy soy feliz, un gran artista, todo gracias a la influencia, apoyo y enseñanzas de mi profe”, de eso hablamos a veces, y nunca hay consenso, mucho menos una conclusión tan abarcadora que nos permita zanjar las diferencias que suscita semejante tema; porque algunos dicen que si influyéramos tanto y tan profundamente, la sociedad sería diferente, y con diferente se refieren a “mejor”; otros dicen que influimos mucho, pero los resultados de esa influencia no los vemos, porque son generalmente a largo plazo y para ese entonces ya no están bajo nuestras alas, acurrucaditos.

Yo creo que, definitivamente nadie tiene razón y todos la tienen también, que hay algunos granos en las grandes cantidades de paja que son nuestras propias posturas, elucubraciones e intentos de argumento. Pero voy con calma, más adelante comentaré por qué planteo esto.

Es recurrente, desde hace ya algunos años (pareciera que la pandemia empeoró las cosas), la constante avalancha de PQR en el gremio docente, por ejemplo; mencionando al celular como el demonio que ha llegado a socavar las pocas y frágiles bases que, con tanto ahínco desde el preescolar, las profes y los profes construyeron, en lo que corresponde al periodo de aprestamiento, para que los y las estudiantes se regulen con cosas como el manejo del celular en el colegio y acaten las instrucciones dadas por sus docentes; Se habla también sobre el abandono familiar, padres y madres en casi total desconexión del proceso educativo de sus hijos e hijas, que hoy, más que antes, conciben a las instituciones escolares como guarderías, estacionamientos, en las que se los cuidan mientras ellos trabajan y con el plus de que algo aprenderán, para luego defenderse en la vida; se habla también de la escasez de recursos, en el caso de los colegios públicos (aunque en los privados de gama baja también) o de los salarios indignos en el caso de los colegios privados, sobre todo los de más baja calificación; (aunque también los públicos); se habla acerca de todo un aparato legal diseñado para favorecer la mediocridad; resintiendo por ejemplo al 230 con el que se estableció el porcentaje de aprobación al finalizar el año escolar y que en el gremio se asumió como un: Ahora nos toca regalarle el año a todo el mundo; reparando en el 1290 por el que se reglamentó la evaluación y padeciendo el 1620 que determina toda la ruta escolar para la convivencia; porque pareciera que al mismo aparato estatal le conviene eso, la mediocridad, al menos, esa es la percepción de muchas y muchos docentes (me incluyo un poco), aunque de fondo, estas normativas ciertamente no son el demonio en forma de decreto, algunas personas las suelen percibir de esa manera.

Así las cosas, en cada acompañamiento durante los descansos, en las charlas con tinto y pan en las salas de profesores, en el billar, bolirana, cancha de tejo o tienda de la esquina, mojando la palabra con algunas polas, la queja es parte fundamental de la charla docente; y no es para menos, porque hay una realidad muy compleja en las aulas, a diario el salón de clase funge como un ring, la escuela como un campo de batalla, un espacio de constantes disensos y pocos consensos, una suerte de reality en el que la meta de los y las docentes es llegar con vida a cada periodo de vacaciones, con vida al menos, porque con salud, ese es un tema aún más delicado. Esa sensación de agotamiento, de desesperanza en muchos y muchas docentes toma la forma de una epidemia silenciosa, con algunos tratamientos, casi placebos; pero sin una vacuna, al menos en el mediano plazo; que mitigue la enfermedad y le permita al sistema escolar y a la sociedad, que depende de él, salir del letargo en que pervive.

Sin embargo, aunque con frases de desesperanza y derrota, las charlas docentes también están dotadas de una increíble resiliencia, que llega luego de haber hecho catarsis contándole a compañeros y compañeras de la lucha pedagógica, de como un padre de familia le insultó, como el coordinador le pasó memorando y como algún estudiante se lo pasó por la galleta y fue grosero. Luego de la catarsis y un bálsamo en forma de tinto o cerveza, sonríe y continúa hablando también de ese otro padre de familia que le agradeció y le llevó un detalle (a mí me han regalado queso, vino, dulces y alguna vez hasta un bono para un motel); habla también de aquel estudiante que siempre está en primera fila con los ojos vivos y animado, dispuesto a aprender, o de esa estudiante que hace las preguntas más disonantes y con una sola participación puede sacar a toda la clase del sopor y generar tremendos debates; habla del coordinador que le felicitó por una labor bien realizada y le reconoció su profesionalismo y amor al magisterio, habla del exalumno con el que se topó camino al trabajo y que le dio las gracias por lo que le enseñó. Creo que todas las profesiones se viven de la misma manera, pero hay algo especial en la docencia, o al menos eso quiero creer.

Entonces la charla acaba y se vuelve a clase o se va a casa, con el alma menos pesada, listos y listas para seguir dándola toda, a pesar de todo.

  • Currículo oculto, una cosa se planea y otra cosa se hace.

Profes que la tienen clara, tienen plan A; profes que la tienen más clara, tienen plan A y B; profes que improvisan sobre lo planeado y salen adelante en cada situación, están en otro nivel.

En el gremio siempre se habla del currículo oculto, una suerte de estrategia que trasciende lo exigido por la ley y políticamente correcto, y le permite a cada docente una flexibilidad que resulta de combinar su experiencia, su planeación, sus expectativas y el contexto en el que trabaje, teniendo en cuenta siempre, el tipo de estudiantes con que se tope. Desde el rector o rectora, toda persona que haya ejercido o ejerza el magisterio, sabe del currículo oculto, pero es como El Club de la Pelea, la primera regla es: No se habla del club de la pelea, la segunda regla es: No se habla del club de la pelea. Este no se encuentra en los formatos de las instituciones, está en la cabeza de cada docente y apuntado a pedazos en alguna libreta o papeles sueltos, solo él o ella le conocen y, de hecho, muchas veces es sobre ese currículo oculto que se planea el currículo visible, para que cuando llegue el momento de adaptarse y hacer un giro, no se note tanto el brinco, que la transición sea casi imperceptible, sobre todo para estudiantes y padres de familia.

Aunque muchas veces se requiere de algunas complicidades para poder ejecutar el currículo oculto, saltarse algún conducto regular, hacer acuerdos con algunos estudiantes, todo sea por lograr una meta que generalmente es la que se presentó en la planeación visible original, pero requiere que se tome otro camino y se hagan ajustes. En algunas oportunidades directivas muy ortodoxas reaccionan muy mal ante esos giros y ajustes que no se contemplaron en los formatos de calidad de la institución, no se reportaron para el seguimiento y piden más conocimiento, más explicaciones y a veces en su intento de ser heterodoxos, invitan a su docente a que para la próxima, escriban en la planeación ese currículo oculto, si desde un principio saben que es mejor; pero no, así no funciona, eso significaría perder libertad, significaría vender el Club de la Pelea como una franquicia de la AMB (Asociación Mundial de Boxeo).

Sin embargo, el currículo oculto, como lo he planteado, es producto de cada docente, por lo tanto, viene determinado en gran parte por su sistema de creencias y su estructura ideológica (todos las tenemos); por su nivel de profesionalismo, por sus componentes ético políticos, por su nivel de madurez o inmadurez, o en palabras más precisas, su mayoría de edad cultural en términos kantianos; por lo que ahí puede radicar su ineficiencia y hasta su peligrosidad, pues es cuando aparecen los sesgos, los adoctrinamientos y se desdibuja por completo el ejercicio pedagógico, lo que puede llegar a jugar en contra, no solo de los y las estudiantes, sino de la institución y los propios docentes. Por lo anterior, cito a Roberto Musso, vocalista de mí agrupación de rock en español favorita: “Nunca afiles un boomerang”; porque es tan fácil perder la objetividad en el aula y tomar decisiones inapropiadas, incoherentes y hasta violentas, que el daño que se haga en un estudiante puede ser muy difícil de reparar, porque en el cerebro, es más fácil aprender que desaprender.

  • Por una educación formal objetiva, consciente, humana y con responsabilidad ética.

He escuchado docentes diciéndole a las estudiantes que no se vistan de tal o cual manera, porque van a provocar a los demás y si les dicen o hacen algo, será por su culpa. He escuchado a docentes, diciéndole a sus estudiantes que el rosa es para niñas y el azul para niños. He escuchado a docentes, decir que tal o cual carrera no es para las mujeres y tal o cual profesión no es para hombres. He escuchado a docentes, decir a sus estudiantes que, el problema no es la copia sino dejarse pillar. Yo mismo he dicho a mis estudiantes cosas de las cuales no me siento orgulloso, cada vez sucede menos, pero se sigue en el proceso de mejora.

Ahora bien, algo complicado de los sistemas de creencias e ideológicos fuertes en la educación, es que es asunto de nunca acabar, pero se puede y debe regular. No podemos ir por ahí, de aula en aula, dejando salir a través de nuestras palabras o gestos, juicios de valor, conceptos prejuiciosos, asumiendo posturas personales y sobre ellas elaborando supuestos discursos pedagógicos en una clase de alguna asignatura, cualquiera que esta sea; porque no es nuestra labor un ejercicio de adoctrinamiento y colonización de las mentes inexpertas de estudiantes que deben recibir de sus docentes todo lo mejor, en términos profesionalmente objetivos. Esos asuntos ideológicos se les dejan a las familias, los amigos y las pantallas; pero cuando cada docente ejerce el magisterio, debe procurar el cuidado de su lenguaje, sobre todo, centrarse en lo que por contrato le corresponde hacer en el aula y en el colegio.

Así pues, considero que, ejercer el magisterio como en cualquier otra profesión, precisa de cada individuo un alto nivel de responsabilidad ética, ser consciente de los alcances que pueden tener los aciertos y las fallas, aplicarse en procesos formativos constantes, tener la capacidad de la auto evaluación muy entrenada, procurando altos niveles de exigencia y objetividad, como propone por ejemplo Rafael Echeverría con la aplicación del observador implementando el modelo OSAR (Observador, Sistema, Acciones y Resultados); porque los constantes sesgos en el aula, no permiten avanzar a los docentes y por lo tanto estancan un proceso educativo, al hacer más amplías las brechas generacionales.

Por otro lado, es también esencial en el ejercicio de la labor docente y cualquier otra, la humanización, como proyecto personal y profesional, como meta y como camino, para hacer más viable la sociedad y construir mejores realidades para todos y para todas, entendiendo la importancia de la diferencia como un elemento esencial para el crecimiento, porque así como en la naturaleza, la diversidad es el motor de la vida, en las sociedades la diversidad es el motor del crecimiento, solamente que no nos han enseñado a verlo de esa manera, sino que por el contrario, pareciera que vamos rumbo a una deshumanización cada día más profunda, a una desconexión de nosotros mismos, de los demás y del mundo natural y espiritual; todo en suma, es garantía para el desastre de la humanidad.

  • “Educad al niño y no tendréis que castigar al hombre”

Pitágoras nos regala esta frase y sobre ella construiré la primera conclusión de este artículo que entregaré en tres partes.

Atender de manera responsable a la primera infancia es algo que las grandes sociedades han empezado a entender, y aunque Pitágoras no tenía los conocimientos en neurociencias que si tenemos actualmente, no obstante apenas estamos rasguñando la superficie en cuanto a neurociencias aplicadas a la pedagogía se refiere; al plantear esa frase hace miles de años, nos deja claro que la educación empieza temprano, desde el vientre, dirán algunos, pero no, la educación de la generación presente, debió empezar dos generaciones atrás; porque estamos hablando de que es necesaria una deconstrucción cultural, y ella solo se hace desde la médula, desde el núcleo, porque de lo contrario, seguiremos actuando equivocadamente los profesores, los padres, los abuelos y los tíos; perpetuando estructuras ineficientes, erigidas sobre ideologías fuertes y sistemas de creencias que generan intolerancia, violencia y atraso en muchas formas.

Para aterrizar más lo planteado anteriormente, les invito a pensar en el grueso de los colombianos y colombianas que nacieron entre 1975 y 1985, padres y madres, algunos ya abuelos, de muchos que hoy son adolescentes, pensemos en ellos, pensemos en nosotros si también somos de esas generaciones, pensémonos como lectores: ¿qué tan buenos lectores somos? ¿cuántos libros leemos al año? ¿sabemos hacer lectura comprensiva? ¿leemos obras completas? ¿leemos en familia de manera constante? ¿promovemos la lectura con nuestro ejemplo como lectores, en nuestros hijos e hijas?; seguramente unos pocos, que son la excepción que confirma la regla, regla que dice que no somos un país lector, ¡ah! pero nos llenamos la boca diciendo que los muchachos ahora no leen y se la pasan pegados a los celulares; pero y nosotros ¿qué estamos haciendo?

Nuestros padres no leyeron, no eran buenos lectores, nosotros tampoco, y pretendemos que por arte de magia nuestras nuevas generaciones lean, que equivocados estamos, sobre todo cuando ni los mismos docentes de escuelas y colegios leen.

Para educar al niño y no castigar al hombre, empecemos por nosotros mismos, porque la palabra convence, pero el ejemplo arrastra.

Culmino esta primera parte a modo de introducción, de lo que serán las tres partes acerca de: La educación en Colombia, una tarea sin hacer.  

Parte 2.

La educación en Colombia, una tarea sin hacer.

“Los resultados reales de un ejercicio escolar fallido, una escuela sin ciencias, sin arte y sin filosofía”

Parte 3.

La educación en Colombia, una tarea sin hacer.

“De buenas intenciones está hecho el camino al infierno. Proyecto de Ley Estatutaria la Educación es un Derecho.”

¿Indígenas o pueblos originarios?: una reforma conceptual.

Por: Ilán Semo.

 

Los orígenes del concepto de indígena se remontan al siglo XVI. Los primeros en utilizarlo fueron los mensajeros y los cronistas españoles, que se vieron obligados a definir a ese otro sobre el cual ejercerán una larga dominación. Indígena e indio son palabras que, por su procedencia, tienen poco en común. Indígena proviene del latín inde (del país o la región) y genos (originario o nacido). La noción de indio, en cambio, data de la convicción de Cristóbal Colón y sus hombres de que habían arribado a las Indias occidentales. Pero el valor de una palabra, es decir, el sentido que proporciona a lo que denota, no está dado por su etimología, sino por los usos que le otorga una sociedad. Ese valor, sostienen algunas teorías del lenguaje, se produce inicialmente en el mundo oral: la fonética. Antes de escribir, hablamos, y antes de hablar, esbozamos signos. Indígena e indio tienen en común una raíz: ind. Esta raíz no significa más que lo que une a las dos nociones y las vuelve relativamente homologables.

Que la noción de indígena haya perdurado en el siglo XVI –y de ahí hasta nuestros días– es un misterio que los historiadores aún deben descifrar. Si la denotación del Nuevo Mundo quedó afianzada en el nombre de América, ¿por qué se mantuvo el concepto de indio, que apelaba a lo ya conocido, la India? Sea cual sea la razón de esta peculiar inflexión, sus efectos fueron visibles. El primero es que lo indígena remite a un pasado frente a la novedad del Nuevo Mundo, léase: lo-que-está-por-venir, por-construirse. En segundo lugar, este simple ordenamiento del futuro-pasado constituyó a quienes se erigirían en los representantes de lo nuevo (peninsulares y criollos) como los protagonistas del futuro, la signatura central del síndrome de la modernidad, y a los indígenas como los habitantes que provenían de un pasado, es decir, los habitantes del pasado. El horizonte de expectativas de ese Nuevo Mundo quedó así grabado –o secuestrado– en las nuevas élites novohispanas.

 

Este secuestro no fue tan sólo el del tiempo. Fue también el del cuerpo y la vida misma. La palabra indígena, una invención española, que reunió a la in-unificable (más de 100 culturas y naciones en una sola abstracción), se tradujo en un sistema de castas y de segregación durante la era del virreinato.

El siglo XIX no sólo heredó este sistema de reconocer/desconocer, sino que lo potenció. El antiguo concepto de indígena, ligado al orden estamental, pasó a manos de uno de los mayores vacíos de la modernidad: la idea de la raza. Un vacío del otro y su otredad. Anclada en el principio de que lo más profundo es la piel, fue la noción que legitimó los regímenes liberales y conservadores, sobre todo al porfiriato, para emprender campañas de despoblación, oficializar la no-ciudadanía y crear un país de sombras. Y, sobre todo, como ha mostrado Beatriz Urías Horcasitas, para homologar lo indígena con la historia del ancla: lo que no permite a la nave moverse hacia la ilusión de la modernidad. Este discurso porfiriano permanece hasta la fecha oculto en el concepto de atraso.

Las narrativas de la revolución hicieron frente a este dilema con una noción antigua: la franja moral. Una noción que proviene de la economía del misterio de la religión: los indígenas como parte del corpus de la nación, pero de su corpus clientelar, su franja de eterna exclusión.

El levantamiento zapatista de los años 90 propició un cambio visible. El concepto de indígena devino una fuente de orgullo, ironía y confiscación. Incluso una expectativa del reorden de la sociedad. Su aporte, como ha mostrado Carlos Manzo, fue la signatura de la comunalidad, un término que no falta en ninguna mesa en la que hoy se hable sobre el futuro.

Fue precisamente durante los años 90 que la noción de pueblo originario comenzó a cobrar consenso. Su origen es vago. Probablemente data de los años 20, cuando empezó la discusión sobre derechos públicos y de propiedad en Canadá. Pero lo que importa en los signos que definen al otro nunca es su origen, sino la fuerza que tienen para significar la actualidad. El creciente uso de la noción de pueblos originarios expresa una importante reforma conceptual: 1) en primer lugar, dificulta su sustantivación, a menos que se hable de originarios y obligue al lenguaje a recurrir a una polisemia. Llamar a las culturas del país por el nombre que ellas mismas se dan: nahuas, mazahuas, rarámuris…; 2) destituye un concepto clave –el de indígena– en la estructura de lo que mueve las latencias raciales de la sociedad, y 3) pone en escena la apuesta de un lenguaje abierto a la posibilidad de la pluralidad.

Nadie se engaña. El desplazamiento de la noción de indígena por la de pueblos originarios es tan sólo un ligero golpe al criollismo del imaginario nacional, apenas una reforma. Nada va cambiar todavía en los sótanos de la racialidad, pero es un golpe significativo. Son las palabras las que omiten todo lo que las descifra, y son ellas las que lo vuelven sobre sí.

LA MURALLA Y LOS LIBROS

 

Jorge Luis Borges

*

 

Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones – las quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado– procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó.

Indagar las razones de esa emoción es el fin de esta nota. Históricamente, no hay misterio en las dos medidas. Contemporáneo de las guerras de Aníbal, Shih Huang Ti, rey de Tsin, redujo a su poder los Seis Reinos y borró el sistema feudal: erigió la muralla, porque las murallas eran defensas; quemó los libros, porque la oposición los invocaba para alabar a los antiguos emperadores.

Quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes; lo único singular en Shih Huang Ti fue la escala en que obró. Así lo dejan entender algunos sinólogos, pero yo siento que los hechos que he referido son algo más que una exageración o una hipérbole de disposiciones triviales.

Cercar un huerto o un jardín es común; no, cercar un imperio.

Tampoco es baladí pretender que la más tradicional de las razas renuncie a la memoria de su pasado, mítico o verdadero. Tres mil años de cronología tenían los chinos (y en esos años, el Emperador Amarillo y Chuang Tzu y Confucio y Lao Tzu), cuando Shih Huang Ti ordenó que la historia comenzara con él.

Shih Huang Ti había desterrado a su madre por libertina; en su dura justicia, los ortodoxos no vieron otra cosa que una impiedad; Shih Huang Ti, tal vez, quiso borrar los libros canónigos porque éstos lo acusaban; Shih Huang Ti, tal vez, quiso abolir todo el pasado para abolir un solo recuerdo; la infamia de su madre. (No de otra suerte un rey, en Judea, hizo matar a todos los niños para matar a uno.)

Esta conjetura es atendible, pero nada nos dice de la muralla, de la segunda cara del mito. Shih Huang Ti, según los historiadores, prohibió que se mencionara la muerte y buscó el elixir de la inmortalidad y se recluyó en un palacio figurativo, que constaba de tantas habitaciones como hay días en el año; estos datos sugieren que la muralla en el espacio y el incendio en el tiempo fueron barreras mágicas destinadas a detener la muerte.

* * *

Todas las cosas quieren persistir en su ser, ha escrito Baruch Spinoza; quizá el Emperador y sus magos creyeron que la inmortalidad es intrínseca y que la corrupción no puede entrar en un orbe cerrado.

Quizá el Emperador quiso recrear el principio del tiempo y se llamó Primero, para ser realmente primero, y se llamó Huang Ti, para ser de algún modo Huang Ti, el legendario emperador que inventó la escritura y la brújula.

Este, según el Libro de los ritos, dio su nombre verdadero a las cosas; parejamente Shih Huang Ti se jactó, en inscripciones que perduran, de que todas las cosas, bajo su imperio, tuvieran el nombre que les conviene.

Soñó fundar una dinastía inmortal; ordenó que sus herederos se llamaran Segundo Emperador, Tercer Emperador, Cuarto Emperador, y así hasta lo infinito...

He hablado de un propósito mágico; también cabría suponer que erigir la muralla y quemar los libros no fueron actos simultáneos.

Esto (según el orden que eligiéramos) nos daría la imagen de un rey que empezó por destruir y luego se resignó a conservar, o la de un rey desengañado que destruyó lo que antes defendía.

Ambas conjeturas son dramáticas, pero carecen, que yo sepa, de base histórica. Herbert Allen Giles cuenta que quienes ocultaron libros fueron marcados con un hierro candente y condenados a construir, hasta el día de su muerte, la desaforada muralla.

Esta noticia favorece o tolera otra interpretación. Acaso la muralla fue una metáfora, acaso Shih Huang Ti condenó a quienes adoraban el pasado a una obra tan vasta como el pasado, tan torpe y tan inútil.

* * *

Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: “Los hombres aman el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un hombre que sienta como yo, y ése destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y ése borrará mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá”.

Acaso Shih Huang Ti amuralló el imperio porque sabía que éste era deleznable y destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre.

Acaso el incendio de las bibliotecas y la edificación de la muralla son operaciones que de un modo secreto se anulan.

La muralla tenaz que en este momento, y en todos, proyecta sobre tierras que no veré su sistema de sombras es la sombra de un César que ordenó que la más reverente de las naciones quemara su pasado; es verosímil que la idea nos toque de por sí, fuera de las conjeturas que permite. (Su virtud puede estar en la oposición de construir y destruir, en enorme escala.)

Generalizando el caso anterior, podríamos inferir que todas las formas tienen su virtud en sí mismas y no en un “contenido” conjetural.

Eso concordaría con la tesis de Benedetto Croce; ya Pater, en 1877, afirmó que todas las artes aspiran a la condición de la música, que no es otra cosa que forma.

La música, los estados de la felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.

La casa tomada.

Por Julio Cortázar

 

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

 

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

 

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.

 

Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

 

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.

 

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

 

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

 

-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.

 

Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.

 

-¿Estás seguro?

 

Asentí.

 

-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.

 

Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.

 

Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.

 

-No está aquí.

 

Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.

 

Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

 

Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

 

-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?

 

Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

 

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

 

Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)

 

Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.

 

No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.

 

-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.

 

-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.

 

-No, nada.

 

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.

 

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

 

FIN

Me hago cargo

por Hernán Casciari (escritor y periodista argentino)

 

Durante la infancia mi mamá mandaba a mi hermana a hacer los mandados al almacén, nunca me mandaba a mí. Yo empecé a ir al almacén a los trece años por propia voluntad.

Una vez mi papá se tuvo que cocinar él mismo porque mi mamá no estaba. Mi abuela se enteró y le hizo un escándalo a su nuera: «¿Cómo es posible, nena? ¡Él es el hombre de la casa!».

Entre los nueve y los catorce años escondí de mi papá las poesías que escribía para que no me creyera femenino. Entre los seis y los quince años jugué a deportes de fuerza para demostrar masculinidad.

Mi papá nunca pisó el almacén de enfrente. Tampoco nunca nos hizo el almuerzo o la cena. Nunca barrió el piso ni cosió un guardapolvos. Ninguna mujer de la casa se lo habría permitido.

En la adolescencia algunas amigas señalaron en mí actitudes machistas que yo no podía reconocer o me negaba a aceptar. Pasaba mucho en las sobremesas de los asados, mientras ellas levantaban los platos.

Hasta el final del siglo veinte (es decir, hasta mis treinta años), creí que machismo y feminismo eran dos extremos y me burlé de ambos como quien se burla de los veganos o de los hinchas de Vélez.

Al inicio de este siglo fui padre. En la crianza de mi hija practiqué la ironía pseudo progre de decir (frente a ella) ‘puto’, ‘trola’, ‘negro’ y otro montón de tópicos que creía inofensivos.

También debatí sin argumento en sobremesas acaloradas y salieron de mi boca dos frases infames: «No todos los varones somos así» y «Estoy en contra de todo tipo de violencia».

Entre los treinta y los cuarenta años escribí más de quinientos textos cortos en internet. Hay por lo menos veinte que tienen alguna frase machista o alguna idea retrógrada que hoy me avergüenza leer.

A los cuarenta y tres años me pregunté por primera vez qué, debía hacer con esos textos. ¿Borrarlos, modificarlos o dejarlos tal cual? Elegí mantenerlos; hacerme cargo del que fui para ser menos imbécil en adelante.

Todavía tengo en la cabeza frases en reparación. Lo descubro cuando personas más jóvenes me alertan: «¿Te parece que dos mochileras que van juntas ‘viajan solas’?». No es fácil soltar los lastres.

Pero también empiezo a percibir yo mismo las alarmas. Descubro solito símbolos mal puestos y barbaridades en los medios. Empiezo a sentir el placer de mis propias cáscaras cayendo.

Soy un varón heterosexual de 45 años. Me cuesta mucho, cada vez que lloro, no decir “parezco mina” o “me puse putito”. Son muchos años de ser un imbécil que se creía gracioso. Pero me esfuerzo porque entendí.

No voy a poner el avatar rosa en mi wasap. No voy a usar el hashtag ni voy a hacerme el copado. Mi único hashtag sincero es #MeHagoCargo. Solamente vengo a decir que soy culpable y que fui parte del problema.

Trato todos los días de estar atento a los símbolos y a los tópicos. Ya no uso los ‘pero’ ni hago chistes de falso progresismo. Me ejército para dar pelea incluso en lo dialéctico, que es donde más me cuesta.

Hoy es 19 de octubre y llueve. Soy casi un viejo y viví por todos lados. Quiero decir que jamás había visto a un grupo humano acorralar un problema arraigado con tanta fuerza, pasión y creatividad.

Esta lucha es, sin dudas, lo más revolucionario que le pasó al país en décadas. Un día vamos a mirar para atrás y nos parecerá increíble que nosotros hayamos tardado tanto en reaccionar.

Nuestros nietos, queridas, van a estar muy orgullosos de ustedes.

“La lengua de las mariposas”

 

Por: Manuel Rivas

 

"¿Qué hay, Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas".

 

El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.

 

"La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. 

 

Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa". Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe.

 

Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo.

Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un "picarito", la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.

 

"¡Ya verás cuando vayas a la escuela!"

 

Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores de la Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.

 

 

Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. "Pareces un gorrión".

 

Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.

 

"¡Ya verás cuando vayas a la escuela!"

 

Mi padre contaba como un tormento, como si le arrancara las amígdalas con la mano, la manera en que el maestro les arrancaba la jeada del habla para que no dijeran ajua nin jato ni jracias. "Todas las mañanas teníamos que decir la frase 'Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo'. ¡Muchos palos llevábamos por culpa de Juadalagara!" Si de verdad quería meterme miedo, lo consiguió. La noche de la víspera no dormí. Encogido en la cama, escuchaba el reloj de la pared en la sala con la angustia de un condenado. El día llegó con una claridad de mandil de carnicero. No mentiría si le dijera a mis padres que estaba enfermo.

 

El miedo, como un ratón, me roía por dentro.

 

Y me meé. No me meé en la cama sino en la escuela.

 

Lo recuerdo muy bien. Pasaron tantos años y todavía siento una humedad cálida y vergonzosa escurriendo por las piernas. Estaba sentado en el último pupitre, medio escondido con la esperanza de que nadie se percatara de mi existencia, hasta poder salir y echar a volar por la Alameda.

 

"A ver, usted, ¡póngase de pie!"

 

El destino siempre avisa. Levanté los ojos y vi con espanto que la orden iba para mí. Aquel maestro feo como un bicho me señalaba con la regla. Era pequeña, de madera, pero a mí me pareció la lanza de Abd el-Krim.

 

"¿Cuál es su nombre?"

 

"Gorrión."

 

Todos los niños rieron a carcajadas. Sentí como si me batieran con latas en las orejas.

 

"¿Gorrión?"

 

No recordaba nada. Ni mi nombre. Todo lo que yo había sido hasta entonces había desaparecido de mi cabeza. Mis padres eran dos figuras borrosas que se desvanecían en la memoria. Miré cara al ventanal, buscando con angustia los árboles de la alameda.

Y fue entonces cuando me meé.

 

Cuando se dieron cuenta los otros rapaces, las carcajadas aumentaron y resonaban como trallazos.

 

Huí. Eché a correr como un loquito con alas. Corría, corría como solo se corre en sueños y viene tras de uno el Sacaúnto. Yo estaba convencido de que eso era lo que hacía el maestro. Venir tras de mí. Podía sentir su aliento en el cuello y el de todos los niños, como jauría de perros a la caza de un zorro. Pero cuando llegué a la altura del palco de la música y miré cara atrás, vi que nadie me había seguido, que estaba solo con mi miedo, empapado de sudor y de meos. El palco estaba vacío. Nadie parecía reparar en mí, pero yo tenía la sensación de que toda la villa estaba disimulando, que docenas de ojos censuradores acechaban en las ventanas, y que las lenguas murmuradoras no tardarían en llevarle la noticia a mis padres. Las piernas decidieron por mí. Caminaron hacia al Sinaí con una determinación desconocida hasta entonces. Esta vez llegaría hasta A Coruña y embarcaría de polisón en uno de esos navíos que llevan a Buenos Aires.

 

Desde la cima del Sinaí no se veía el mar sino otro monte más grande todavía, con peñascos recortados como torres de una fortaleza inaccesible. Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y nostalgia lo que tuve que hacer aquel día. Yo sólo, en la cima, sentado en silla de piedra, bajo las estrellas, mientras en el valle se movían como luciérnagas los que con candil andaban en mi búsqueda. Mi nombre cruzaba la noche cabalgando sobre los aullidos de los perros. No estaba sorprendido. Era como si atravesara la línea del miedo. Por eso no lloré ni me resistí cuando llegó donde mi la sombra regia de Cordeiro. Me envolvió con su chaquetón y me abrazó en su pecho. "Tranquilo Gorrión, ya pasó todo."

 

Dormí como un santo aquella noche, pegadito a mamá. Nadie me reprendió. Mi padre se había quedado en la cocina, fumando en silencio, con los codos sobre el mantel de hule, las colillas amontonadas en el cenicero de concha de vieira, tal como pasara cuando había muerto la abuela.

 

Tenía la sensación de que mi madre no me había soltado de la mano en toda la noche. 

 

Así me llevó, agarrado como quien lleva un serón en mi vuelta a la escuela. Y en esta ocasión, con corazón sereno, pude fijarme por vez primera en el maestro. Tenía la cara de un sapo.

 

El sapo sonreía. Me pellizcó la mejilla con cariño. "¡Me gusta ese nombre,

Gorrión!". Y aquel pellizco me hirió como un dulce de café. Pero lo más increíble fue cuando, en el medio de un silencio absoluto, me llevó de la mano cara a su mesa y me sentó en su silla. Y permaneció de pie, agarró un libro y dijo:

 

"Tenemos un nuevo compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un aplauso". Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, pero sólo noté una humedad en los ojos. "Bien, y ahora, vamos a comenzar con un poema. ¿A quién le toca? ¿Romualdo? Ven, Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta".

 

 A Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas.

 

Una tarde parda y fría...

 

"Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que vas a leer?"

 

"Una poesía, señor".

 

"¿Y cómo se titula?"

 

"Recuerdo infantil. Su autor es don Antonio Machado".

 

"Muy bien, Romualdo, adelante. Despacito y en voz alta. Repara en la puntuación."

 

El llamado Romualdo, a quien yo conocía de acarrear sacos de piñas como niño que era de Altamira, carraspeó como un viejo fumador de picadura y leyó con una voz increíble, espléndida, que parecía salida de la radio de Manolo Suárez, el indiano de Montevideo.

 

Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. Es la clase. En un cartel se representa a Caín fugitivo, y muerto Abel, junto a una marcha carmín...

 

"Muy bien. ¿Qué significa monotonía de lluvia, Romualdo?" preguntó el maestro.

 

"Que llueve después de llover, don Gregorio".

 

 

 

"¿Rezaste?", preguntó mamá, mientras pasaba la plancha por la ropa que papá cosiera durante el día. En la cocina, la olla de la cena despedía un aroma amargo de nabiza.

 

"Pues si", dije yo no muy seguro. "Una cosa que hablaba de Caín y Abel".

 

"Eso está bien", dijo mamá. "Non se por qué dicen que ese nuevo maestro es un ateo".

 

"¿Qué es un ateo?"

 

"Alguien que dice que Dios no existe". Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con energía por las arrugas de un pantalón.

 

"¿Papá es un ateo?"

 

Mamá posó la plancha y me miró fijo.

 

"¿Cómo va a ser papá un ateo? ¿Cómo se te ocurre preguntar esa pavada?"

 

Yo había escuchado muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios. 

Decían dos cosas: Cajo en Dios, cajo en el Demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían de verdad en Dios.

 

"¿Y el Demonio? ¿Existe el Demonio?"

 

"¡Por supuesto!"

 

El hervor hacía bailar la tapa de la olla. De aquella boca mutante salían vaharadas de vapor e gargajos de espuma y berza. Una abeja revoloteaba en el techo alrededor de la lámpara eléctrica que colgaba de un cable trenzado. Mamá estaba enfurruñada como cada vez que tenía que planchar. Su cara se tensaba cuando marcaba la raya de las perneras. Pero ahora hablaba en un tono suave y algo triste, como si se refiriera a un desvalido.

 

"El Demonio era un ángel, pero se hizo malo".

 

La abeja batió contra la lámpara, que osciló ligeramente y desordenó las sombras. "El maestro dijo hoy que las mariposas también tienen lengua, una lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el resorte de un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que mandar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas tengan lengua?"

 

"Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que parecen mentira y son verdad. ¿Te gusta la escuela?"

 

"Mucho. Y no pega. El maestro no pega".

 

No, el maestro don Gregorio no pegaba. Por lo contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo. Cuando dos peleaban en el recreo, los llamaba, " parecen carneros", y hacía que se dieran la mano. 

 

Luego, los sentaba en el mismo pupitre. Así fue como hice mi mejor amigo, Dombodán, grande, bondadoso y torpe. Había otro rapaz, Eladio, que tenía un lunar en la mejilla, en el que golpearía con gusto, pero nunca lo hice por miedo a que el maestro me mandara darle la mano y que me cambiara junto a Dombodán.

El modo que tenía don Gregorio de mostrar un gran enfado era el silencio. "Si ustedes no se callan, tendré que callar yo".

 

Y iba cara al ventanal, con la mirada ausente, perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, desasosegante, como si nos dejara abandonados en un extraño país.

 

Sentí pronto que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que tocaba era un cuento atrapante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y el sístole y diástole del corazón. Todo se enhebraba, todo tenía sentido. La hierba, la oveja, la lana, mi frío. Cuando el maestro se dirigía al mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminara la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relincho de los caballos y el estampido del arcabuz. Íbamos a lomo de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras. 

 

Hacíamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribimos cancioneros de amor en Provenza y en el mar de Vigo. Construimos el Pórtico da Gloria. Plantamos las patatas que vinieron de América. Y a América emigramos cuando vino la peste de la patata.

 

"Las patatas vinieron de América", le dije a mi madre en el almuerzo, cuando dejó el plato delante mío.

"¡Que iban a venir de América! Siempre hubo patatas", sentenció ella. "No. Antes se comían castañas. Y también vino de América el maíz". Era la primera vez que tenía clara la sensación de que, gracias al maestro, sabía cosas importantes de nuestro mundo que ellos, los padres, desconocían.

 

Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche con azúcar y cultivaban hongos. Había un pájaro en Australia que pintaba de colores su nido con una especie de óleo que fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba tilonorrinco. El macho ponía una orquídea en el nuevo nido para atraer a la hembra.

 

Tal era mi interés que me convertí en el suministrador de bichos de don Gregorio y él me acogió como el mejor discípulo. Había sábados y feriados que pasaba por mi casa y íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del rio, las gándaras (*), el bosque, y subíamos al monte Sinaí. Cada viaje de esos era para mí como una ruta del descubrimiento. Volvíamos siempre con un tesoro. Una mantis. Una libélula. Un escornabois (*). Y una mariposa distinta cada vez, aunque yo solo recuerde el nombre de una es la que el maestro llamó Iris, y que brillaba hermosísima posada en el barro o en el estiércol.

 

De regreso, cantábamos por las corredoiras como dos viejos compañeros. Los lunes, en la escuela, el maestro decía: "Y ahora vamos a hablar de los bichos de Gorrión".

 

Para mis padres, esas atenciones del maestro eran una honra. Aquellos días de excursión, mi madre preparaba la merienda para los dos. "No hacía falta, señora, yo ya voy comido", insistía don Gregorio. Pero a la vuelta, decía: "Gracias, señora, exquisita la merienda".

 

"Estoy segura de que pasa necesidades", decía mi madre por la noche.

 

"Los maestros no ganan lo que tienen que ganar", sentenciaba, con sentida solemnidad, mi padre. "Ellos son las luces de la República".

 

"¡La República, la República! ¡Ya veremos donde va a parar la República!"

 

Mi padre era republicano. Mi madre, no. Quiero decir que mi madre era de misa diaria y los republicanos aparecían como enemigos de la Iglesia. 

 

Procuraban no discutir cuando yo estaba delante, pero muchas veces los sorprendía.

"¿Qué tienes tu contra Azaña? Esa es cosa del cura, que te anda calentando la cabeza".

 

"Yo a misa voy a rezar", decía mi madre.

 

"Tú, sí, pero el cura no".

 

Un día que don Gregorio vino a recogerme para ir a buscar mariposas, mi padre le dijo que, si no tenía inconveniente, le gustaría "tomarle las medidas para un traje".

 

El maestro miró alrededor con desconcierto.

 

"Es mi oficio", dijo mi padre con una sonrisa.

 

"Respeto muchos los oficios", dijo por fin el maestro.

 

Don Gregorio llevó puesto aquel traje durante un año y lo llevaba también aquel día de julio de 1936 cuando se cruzó conmigo en la alameda, camino del ayuntamiento.

 

"¿Qué hay, Gorrión? A ver si este año podemos verles por fin la lengua a las mariposas".

 

Algo extraño estaba por suceder. Todo el mundo parecía tener prisa, pero no se movía. Los que miraban para la derecha, viraban cara a la izquierda. Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, estaba sentado en un banco, cerca del palco de la música. Yo nunca viera sentado en un banco a Cordeiro. Miró cara para arriba, con la mano de visera. Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros era que venía una tormenta.

 

Sentí el estruendo de una moto solitaria. Era un guarda con una bandera sujeta en el asiento de atrás. Pasó delante del ayuntamiento y miró cara a los hombres que conversaban inquietos en el porche. Gritó: "¡Arriba España!" Y arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela de estallidos.

 

Las madres comenzaron a llamar por los niños. En la casa, parecía haber muerto otra vez la abuela. Mi padre amontonaba colillas en el cenicero y mi madre lloraba y hacía cosas sin sentido, como abrir el grifo del agua y lavar los platos limpios y guardar los sucios.

 

Llamaron a la puerta y mis padres miraron el picaporte con desasosiego. Era Amelia, la vecina, que trabajaba en la casa de Suárez, el indiano.

"¿Saben lo que está pasando? En la Coruña los militares declararon el estado de guerra. Están disparando contra el Gobierno Civil".

 

"¡Santo cielo!", se persignó mi madre.

 

"Y aquí", continuó Amelia en voz baja, como si las paredes oyeran, "Se dice que el alcalde llamó al capitán de carabineros pero que este mandó decir que estaba enfermo.”

 

Al día siguiente no me dejaron salir a la calle. Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me parecían sombras encogidas, como si de pronto cayera el invierno y el viento arrastrara a los gorriones de la Alameda como hojas secas.

 

Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento. Mamá salió para ir a la misa y volvió pálida y triste, como si se hiciera vieja en media hora.

 

"Están pasando cosas terribles, Ramón", oí que le decía, entre sollozos, a mi padre. También él había envejecido. Peor todavía. Parecía que había perdido toda voluntad. 

 

Se arrellanó en un sillón y no se movía. No hablaba. No quería comer.

 

"Hay que quemar las cosas que te comprometan, Ramón. Los periódicos, los libros. Todo."

Fue mi madre la que tomó la iniciativa aquellos días. Una mañana hizo que mi padre se arreglara bien y lo llevó con ella a la misa. Cuando volvieron, me dijo: "Ven, Moncho, vas a venir con nosotros a la alameda".

 

Me trajo la ropa de fiesta y, mientras me ayudaba a anudar la corbata, me dijo en voz muy grave: “Recuerda esto, Moncho. Papá no era republicano. Papá no era amigo del alcalde. Papá no hablaba mal de los curas. Y otra cosa muy importante, Moncho. Papá no le regaló un traje al maestro".

 

"Sí que lo regaló".

 

"No, Moncho. No lo regaló. ¿Entendiste bien? ¡No lo regalo!"

 

Había mucha gente en la Alameda, toda con ropa de domingo. Bajaran también algunos grupos de las aldeas, mujeres enlutadas, paisanos viejos de chaleco y sombrero, niños con aire asustado, precedidos por algunos hombres con camisa azul y pistola en el cinto. Dos filas de soldados abrían un corredor desde la escalinata del ayuntamiento hasta unos camiones con remolque entoldado, como los que se usaban para transportar el ganado en la feria grande. 

 

Pero en la alameda no había el alboroto de las ferias sino un silencio grave, de Semana Santa. La gente no se saludaba. Ni siquiera parecían reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta en la fachada del ayuntamiento.

 

Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío con la mirada. Luego abrió del todo e hizo un gesto con el brazo. De la boca oscura del edificio, escoltados por otros guardas, salieron los detenidos, iban atados de manos y pies, en silente cordada. De algunos no sabía el nombre, pero conocía todos aquellos rostros. El alcalde, el de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, el vocalista de la orquesta Sol y Vida, el cantero q quien llamaban Hércules, padre de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado y feo como un sapo, el maestro.

 

Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados que resonaron en la Alameda como petardos. Poco a poco, de la multitud fue saliendo un ruge-ruge que acabó imitando aquellos apodos. "¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!"

 

"Grita tú también, Ramón, por lo que más quieras, ¡grita!". Mi madre llevaba agarrado del brazo a papá, como si lo sujetara con toda su fuerza para que no desfalleciera. "¡Que vean que gritas, Ramón, que vean que gritas!"

 

Y entonces oí como mi padre decía "¡Traidores!" con un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, "¡Criminales! ¡Rojos!" Saltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los soldados, con la mirada enfurecida cara al maestro. "¡Asesino!

¡Anarquista! ¡Comeniños!"

 

Ahora mamá trataba de retenerlo y le tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí. "¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre ¡Nunca le había escuchado llamar eso a nadie, ni siquiera al árbitro en el campo de fútbol! "Su madre no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso". Pero ahora se volvía cara a mi enloquecido y me empujaba con la mirada, los ojos llenos de lágrimas y sangre. "¡Grítale tú también, Monchiño, grítale tú también!"

 

Cuando los camiones arrancaron cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrían detrás lanzando piedras. Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el convoi era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alameda, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: "¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!" 

Nuevamente con Borges, en esta oportunidad un relato que da pie a una película realizada por el genial Bernardo Bertolucci en los años 70. Podrán encontrar la película en YouTube a través de la página web del proyecto pedagógico.

 

Tema del traidor y del héroe.

Jorge Luis Borges.

 

Bajo el notorio influjo de Chesterton (discurridor y exornador de elegantes misterios) y del consejero áulico Leibniz (que inventó la armonía preestablecida), he imaginado este argumento, que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en las tardes inútiles. Faltan pormenores, rectificaciones, ajustes; hay zonas de la historia que no me fueron reveladas aún; hoy, 3 de enero de 1944, la vislumbro así.

         La acción transcurre en un país oprimido y tenaz: Polonia, Irlanda, La república de Venecia, algún estado sudamericano o balcánico... Ha transcurrido, mejor dicho, pues aunque el narrador es contemporáneo, la historia referida por él ocurrió al promediar o al empezar el siglo XIX. Digamos (para comodidad narrativa) Irlanda; digamos 1824. El narrador se llama Ryan; es bisnieto del joven, del heroico, del bello, del asesinado Fergus

Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.          Kilpatrick fue un conspirador, un secreto y glorioso capitán de conspiradores; a semejanza de Moises que, desde la tierra de Moab, divisó y no pudo pisar la tierra prometida, Kilpatrick pereció en la víspera de la rebelión victoriosa que había premeditado y soñado. Se aproxima la fecha del primer centenario de su muerte; las circunstancias del crimen son enigmáticas; Ryan, dedicado a la redacción de una biografía del héroe, descubre que el enigma rebasa lo puramente policial. Kilpatrick fue asesinado en un teatro; la policía británica no dio jamás con el matador; los historiadores declaran que ese fracaso no empaña su buen crédito, ya que tal vez lo hizo matar la misma policía. Otras facetas del enigma inquietan a Ryan. Son de carácter cíclico: parecen repetir o combinar hechos de remotas regiones, de remotas edades. Así, nadie ignora que los esbirros que examinaron el cadáver del héroe, hallaron una carta cerrada que le advertían el riesgo de concurrir al teatro, esa noche; también Julio César, al encaminarse al lugar donde lo aguardaban los puñales de sus amigos, recibió un memorial que no llegó a leer, en que iba declarada la traición, con los nombres de los traidores. La mujer de César, Calpurnia, vio en sueños abatir una torre que le había decretado el Senado; falsos y anónimos rumores, la víspera de la muerte de Kilpatrick, publicaron en todo el país el incendio de la torre circular de Kilgarvan, hecho que pudo parecer un presagio, pues aquél había nacido en Kilvargan. Esos paralelismos (y otros) de la historia de César y de la historia de un conspirador irlandés inducen a Ryan a suponer una secreta forma del tiempo, un dibujo de líneas que se repiten. Piensa en la historia decimal que ideó Condorcet; en las morfologías que propusieron Hegel, Spengler y Vico; en los hombres de Hesíodo, que degeneran desde el oro hasta el hierro. Piensa en la transmigración de las almas, doctrina que da horror a las letras célticas y que el propio César atribuyó a los druidas británicos; piensa que antes de ser Fergus Kilpatrick, Fergus Kilpatrick fue Julio César. DE esos laberintos circulares lo salva una curiosa comprobación, una comprobación que luego lo abisma en otros laberintos más inextricables y heterogéneos: ciertas palabras de un mendigo que conversó con Fergus Kilpatrick en día de su muerte, fueron prefiguradas por Shakespeare, en la tragedia de Macbeth. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible... Ryan indaga que en 1814, James Alexander Nolan, el más antiguo de los compañeros del héroe, había traducido al gaélico los principales dramas de Shakespeare; entre ellos, Julio César. También descubre en los archivos un artículo manuscrito de Nolan sobre los Festpiele de Suiza: vastas y errantes representaciones teatrales, que requieren miles de actores y que reiteran hechos históricos en las mismas ciudades y montañas donde ocurrieron. Otro documento inédito le revela que, pocos días antes del fin, Kilpatrick, presidiendo el último cónclave, había firmado la sentencia de muerte de un traidor, cuyo nombre ha sido borrado. Esta sentencia no coincide con los piadosos hábitos de Kilpatrick. Ryan investiga el asunto (esa investigación es uno de los hiatos del argumento) y logra descifrar el enigma.

         Kilpatrick fue ultimado en un teatro, pero de teatro hizo también la entera ciudad, y los actores fueron legión, y el drama coronado por su muerte abarcó muchos días y muchas noches. He aquí lo acontecido:

         El 2 de agosto de 1824 se reunieron los conspiradores. El país estaba maduro para la rebelión; algo, sin embargo, fallaba siempre: algún traidor había en el cónclave. Fergus Kilpatrick había encomendado a James Nolan el descubrimiento del traidor. Nolan ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Kilpatrick. Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Éste firmó su propia sentencia, pero imploró que su castigo no perjudicara a la patria.

         Entonces Nolan concibió un extraño proyecto. Irlanda Idolatraba a Kilpatrick; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Nolan propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor un instrumento para la emancipación de la patria. Sugirió que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Kilpatrick juró colaborar en ese proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte.

         Nolan, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; tuvo que plagiar a otro dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth, de Julio César. La pública y secreta representación comprendió varios días. El condenado entró en Dublin, discutió, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefigurado por Nolan. Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada de Irlanda. Kilpatrick, arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una vez enriqueció con actos y con palabras improvisadas el texto de su juez. Así fue desplegándose en el tiempo el populoso drama, hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Lincoln, un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe, que apenas pudo articular, entre dos efusiones de brusca sangre, algunas palabras previstas.

         En la obra de Nolan, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Ryan sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan... Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, estaba previsto.

 

Hilo semanal del 26 de noviembre.

 

Dadas las circunstancias, a veces se hace necesario recordar alguno que otro clásico, por eso hoy traemos nuevamente a Zuleta y estos reflexivos párrafos, porque no se puede dejar de trabajar por la paz, así el panorama que nos estén presentando sea más nefasto de lo que en realidad es. Es por lo anterior, que también les invitamos a ver la película de la semana, Su Excelencia, muy articulada con el hilo y la historieta.

 

SOBRE LA GUERRA

Estanislao Zuleta.

 

Pienso que lo más urgente cuando se trata de combatir la guerra es no hacerse ilusiones sobre el carácter y las posibilidades de este combate. Sobre todo no oponerle a la guerra, como han hecho hasta ahora casi todas las tendencias pacifistas, un reino del amor y la abundancia, de la igualdad y la homogeneidad, una entropía social. En realidad la idealización del conjunto social a nombre de Dios, de la razón o de cualquier cosa conduce siempre al terror; y como decía Dostoievski, su fórmula completa es “Liberté, egalité, fraternité. .. de la mort”. Para combatir la guerra con una posibilidad remota, pero real de éxito, es necesario comenzar por reconocer que el conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social, como la interdependencia misma, y que la noción de una sociedad armónica es una contradicción en los términos. La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable, ni en la vida personal – en el amor y la amistad- ni en la vida colectiva. Es preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo.

Es verdad que para ello, la superación de “las contradicciones antinómicas” entre las clases y de las relaciones de dominación entre las naciones es un paso muy importante. Pero no es suficiente y es muy peligroso creer que es suficiente. Porque entonces se tratará inevitablemente de reducir todas las diferencias, las oposiciones y las confrontaciones a una sola diferencia, a una sola oposición y a una sola confrontación; es tratar de negar los conflictos internos y reducirlos a un conflicto externo, con el enemigo, con el otro absoluto: la otra clase, la otra religión, la otra nación; pero éste es el mecanismo más íntimo de la guerra y el más eficaz, puesto que es el que genera la felicidad de la guerra.

Los diversos tipos de pacifismo hablan abundantemente de los dolores, las desgracias y las tragedias de la guerra y esto está muy bien, aunque nadie lo ignora; pero suelen callar sobre ese otro aspecto tan inconfesable y tan decisivo, que es la felicidad de la guerra. Porque si se quiere evitar al hombre el destino de la guerra hay que empezar por confesar, serena y severamente la verdad: la guerra es fiesta. Fiesta de la comunidad al fin unida con el más entrañable de los vínculos, del individuo al fin disuelto en ella y liberado de su soledad, de su particularidad y de sus intereses; capaz de darlo todo, hasta su vida. Fiesta de poderse aprobar sin sombras y sin dudas frente al perverso enemigo, de creer tontamente tener la razón, y de creer más tontamente aún que podemos dar testimonio de la verdad con nuestra sangre. Si esto no se tiene en cuenta, la mayor parte de las guerras parecen extravagantemente irracionales, porque todo el mundo conoce de antemano la desproporción existente entre el valor de lo que se persigue y el valor de lo que se está dispuesto a sacrificar. Cuando Hamlet se reprocha su indecisión en una empresa aparentemente clara como la que tenía ante sí, comenta: “Mientras para vergüenza mía veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres que, por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro corno a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que no es suficiente sepultura para tantos cadáveres”. ¿Quién ignora que este es frecuentemente el caso? Hay que decir que las grandes palabras solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi siempre para racionalizar el deseo de entregarse a esa borrachera colectiva.

Los gobiernos saben esto, y para negar la disensión y las dificultades internas, imponen a sus súbditos la unidad mostrándoles, como decía Hegel, la figura del amo absoluto: la muerte. Los ponen a elegir entre solidaridad y derrota. Es triste sin duda la muerte de los muchachos argentinos y el dolor de sus deudos y la de los muchachos ingleses y el de los suyos; pero es tal vez más triste ver la alegría momentánea del pueblo argentino unido detrás de [el dictador] Galtieri y la del pueblo inglés unido detrás de Margaret Thatcher [primer ministra británica conocida por implementar un agresivo paquete de medidas neoliberales que agudizaron la situación de precariedad de la clase obrera de Gran Bretaña]*.

Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz.

Hilo semanal.

Esta semana traemos esta entrevista, que nos puede llevar a reflexionar acerca del mundo del arte y que logra un maridaje perfecto con la película recomendada de la semana, a propósito de Picasso, a quien se menciona de una manera muy precisa en la entrevista.

 

Michel Onfray: “El mayor problema de nuestra sociedad es el narcicismo: gente se hace selfis delante de las pirámides de Luxor o del Coliseo romano”

El famoso filósofo francés vuelve con “Las razones del arte”, donde defiende la belleza del arte contemporáneo y dice que nuestro narcicismo nos impide disfrutarlo. “Los selfis prueban que nos creemos el centro del mundo y las obras de arte son nuestro telón de fondo”

 

Para Michel Onfray, la vida es un permanente rifirrafe entre iniciados y no iniciados. Dicho de otra manera: un debate entre gente que sabe o quiere saber y gente que dice saber pero no sabe tanto como pretende hacer creer. Tendrán que perdonarnos el trabalenguas; hablar con un filósofo es, a menudo, así de complejo.

Fundador de la Universidad Popular de Caen y declarado "nietzscheano iconoclasta", Michel Onfray (Argentan, 1959) ostenta un lugar predilecto dentro de la intelectualidad gala: el del filósofo más popular, más mediático y más prolífico de la Francia del siglo XXI con más de un centenar de obras en su bibliografía. En su último ensayo, Las razones del arte (Paidós), hace un exhaustivo repaso al concepto del arte desde la prehistoria hasta la actualidad, a través de nociones como la inmanencia, la alegoría o la abstracción.

"El problema es que tenemos la impresión de que cierto tipo de arte es inmediatamente comprensible porque tenemos una aprehensión sensorial y no necesariamente intelectual", apunta Onfray respecto a los estigmas que circundan la noción de arte contemporáneo. "Es una estupidez no calificar al arte contemporáneo de arte por haber dejado de 'ser canónicamente bello'".

Conviene, aun así, que Las meninas de Velázquez son significativamente más disfrutables que La fuente de Duchamp, aunque con una mayor formación podrían cambiar las tornas. "Cualquier obra de arte alberga una intencionalidad que necesita ser decodificada antes de que podamos entenderla, ya sea una huella en una cueva prehistórica o la ausencia de una huella en una obra conceptual. No basta con la emoción; Duchamp lo entendió y aprovechó justamente eso".

Onfray comenta que, cuando era profesor de filosofía en una escuela técnica, sus alumnos le decían con frecuencia que sus hermanos pequeños podían replicar cualquier cuadro de Picasso con absoluta facilidad. "Al mismo tiempo, afirmaban comprender perfectamente toda la iconografía de un retrato de Luis XIV, pese a no haber vivido en esa época", prosigue vía Zoom desde su salón a la española hora de la siesta, que tan productiva es, en cambio, para él.

Hablando de las cuestionadas técnicas picassianas, le recordamos que el Museo Reina Sofía dio luz verde hace unas semanas a que los visitantes pudiesen hacerse una foto con el Guernica, algo terminantemente prohibido hasta este año. Desde entonces, cientos de turistas abarrotan la sala para capturar el cuadro y subir un selfi a Instagram. ¿Vivimos en la era de la impostura?

"El mayor problema de la sociedad actual es el narcisismo", critica. "Delante de las pirámides de Luxor o del Coliseo romano, por ejemplo, he visto a gente con palos selfi haciendo innumerables muecas y posturas. El selfi no es otra cosa que la prueba de que el mundo existe. Es decir, la prueba de la existencia de la Fontana de Trevi soy yo mismo delante de la Fontana di Trevi, así que la foto no está ahí para mostrar una obra de arte. Está ahí para demostrar que somos el centro del mundo y que las obras de arte son nuestro telón de fondo".

“Estoy acostumbrado a que cualquiera diga que puede pintar como Picasso”

Según el filósofo, el turismo de masas lo ha destruido todo: "No basta con estar delante de una obra de arte; hay que decir que has estado en Venecia, que has estado en el Museo de la Academia y que has estado en la sala de pintura donde se encuentran los Carpaccios, por ejemplo. Sí, pero, ¿y qué? ¿Has hecho algún trabajo de investigación previo? ¿Qué representa esta obra? ¿Qué la distingue de una obra pintada un siglo antes o un siglo después?".

Pregunta: Hace un año desde que activistas de Just Stop Oil arrojaran un bote de sopa de tomate a Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres. Desde entonces, ha habido múltiples irrupciones en los museos -reivindicativas o vandálicas, según se mire- con la 'Gioconda' o 'La venus del espejo' como protagonistas. ¿Cómo valora estos actos en nombre de causas como la climática?

Respuesta: A estos jóvenes realmente se les dijo que no dañaran nada, porque cada vez que tiran pintura, lo hacen sobre obras de arte que están protegidas por un cristal antibalas. Solo quieren llamar la atención: saben muy bien que, si van a un museo y hacen algo así, van a poder grabar su discurso para colgarlo en Internet y todos los periodistas lo repetirán una y otra vez durante 24 horas con un discurso sensacionalista y sin contar toda la verdad. En una sociedad mediática, es la mejor forma de conseguir cobertura. Así que, mientras eso sea todo, como decía Lenin, es una forma de agitación y propaganda limpia. Es mejor hacer eso que asesinar a un carnicero porque eres vegano y no soportas que haya carniceros.

Durante siglos, los coleccionistas de arte gozaban de cierto privilegio por tener la propiedad exclusiva de obras en sus hogares, excluyendo al pueblo de ciertos espacios de contemplación. Gracias a las posibilidades tecnológicas, los museos han democratizado paulatinamente el acceso a las exposiciones: cualquier usuario puede disfrutar de ellas sin salir de casa a través de una visita virtual en el Centro Pompidou, el MOMA o la Tate Modern.

El autor de Las razones del arte no considera problemático el uso de la tecnología per se, sino el poder que se le atribuye. "Es positivo que cada vez más gente tenga acceso a las obras de arte. Sin embargo, forma parte de una experiencia fabricada artificialmente: es lo mismo que hacer el amor con una muñeca hinchable. En otras palabras, tiene poco que ver con la realidad", sentencia.

“Para que te escuchen hoy tienes que incendiar bancos, volcar coches, romper cristales, encadenarte a verjas, tomar rehenes…”

El concepto de realidad vive una época complicada debido a los retos que plantea la IA. En el mundo del arte, la emergencia de los NFT (artículos digitales) ha revolucionado también la idea de propiedad de una obra, otorgando al mejor postor la posibilidad de rentabilizar sus múltiples copias. "Walter Benjamin ya habló de esa aura inmaterial que tienen las obras en la era de la reproducibilidad técnica. Compras un libro de arte y puedes tener a la Mona Lisa en casa; ahora es lo mismo, pero con Internet", explica.

Con toda la información disponible en la web y el caudal inagotable de vídeos en YouTube y en las distintas plataformas, Onfray tiene la sensación de que cualquiera puede convertirse en crítico o experto en arte sin pasar por la universidad: "Hay un punto medio entre defender una tesis frente a un tribunal y ser un payaso que suelta chistes ante millones de personas".

"Todo el mundo se considera ahora un emprendedor, ya no hace falta ser excesivamente competente para convertirse en empresario hotelero o en taxista. Es un mal derivado de la uberización de la sociedad", sostiene el francés. "Basta con crear un blog y robar el trabajo de otros para decir que eres un especialista en tal o cual cosa. Sin embargo, no aceptaríamos subir a un avión si el piloto no sabe conducir un Boeing y no aceptaríamos entrar en un quirófano si el cirujano no tiene el diploma de cirujano. Está claro que la competencia es necesaria, pero también que hoy todo el mundo se considera competente, y eso es un error".

Pregunta: Muchos dirigentes políticos, desde Lenin a Hitler, han utilizado el arte con fines ideológicos o propagandísticos. Ilustra el libro con fotografías de exposiciones organizadas por los nazis y carteles de películas como 'El acorazado Potemkin'. ¿Atribuimos un poder simbólico a elementos que no lo tienen, o toda lectura encierra connotaciones políticas?

Respuesta: Siempre existe un poder más o menos simbólico. Pero, pese a su valor alegórico, es importante contextualizarlo todo. La pintura, como cualquier otra cuestión, se entiende muchísimo mejor si se explica no solo el qué, sino también el quién, el cuándo, el por qué, en qué circunstancias... Un testimonio está completo cuando se facilita toda esta información, más allá del simbolismo o de la lectura política que se le quiera dar.

Pese a su incuestionable fama y conocimientos, o quizá precisamente por eso, Onfray se ha ganado otro título más, que se suma a los tres mencionados al inicio: el de filósofo más polémico de su país, enemigo del establishment y de la corrección política que promulga actualmente, dice, "la izquierda más radical". Sostiene que, si gente como el presidente Emmanuel Macron le detesta, es porque está haciendo algo bien: el socialismo actual "no le representa".

“La identidad europea es una identidad de mercado”

Tampoco son santo de su devoción los gobiernos excesivamente proeuropeos. "No quieren fronteras, no quieren pueblos autónomos e independientes, sino crear un imperio antiliberal", afirma. "Eso explicaría los intereses que hay puestos sobre Ucrania. Percibo una especie de fascistización de todo lo que es nacional y soberano. Hoy, Europa es de todo menos liberal, y ese es un planteamiento muy peligroso. Las naciones son oportunidades para resistir: frente al imperialismo ruso, el nacionalismo ucraniano es una forma de resistencia".

Pregunta: Imagino que estará al tanto de la situación política en España. El acuerdo de amnistía al nacionalismo catalán que ha impulsado el gobierno de Pedro Sánchez ha llevado a muchos manifestantes a las calles de forma muy violenta, como sucede a menudo en Francia...

Respuesta: La violencia, como decía antes, es el epicentro de la estrategia mediática. Tienes que generar expectación para ser escuchado: incendiar un banco, volcar coches, romper cristales, encadenarte a una verja, tomar rehenes... Si desafías amablemente al poder, los periodistas no vendrán a grabarte ni te preguntarán nada. Evidentemente, no defiendo la violencia, pero sé que es la mejor forma de acceder a los medios de comunicación hoy en día. Las mismas personas que deploran la violencia invitan a sus platós a quienes la practican o, al menos, reproducen imágenes de sus acciones en bucle mientras dicen, deleitándose: "Mira, ¡qué mal está esto!".

¿Qué puede aprender, entonces, la sociedad actual de la filosofía clásica en estos tiempos de guerra dentro y fuera de las trincheras? "Occidente ya no es teocrático, sino supuestamente democrático. Al final es mejor tener hombres que nos digan que debemos votar aunque las elecciones estén vagamente amañadas que hombres que nos digan que, primero, no votemos y, segundo, que si están en el poder es porque lo ha decidido Dios. Para pensar hoy, no podemos obviar las implicaciones de la estrategia geopolítica: la identidad europea es, esencialmente, una identidad de mercado", concluye Onfray.

Tomado de: https://www.elmundo.es/papel/cultura/2023/11/27/65648536fc6c834b4b8b459d.html

Por todo lo que podríamos pensar y sentir que falla en Colombia, esta semana les traemos a Julio Ramón Ribeyro, escritor peruano que es considerado uno de los mejores cuentistas latinoamericanos, ya que, precisamente el próximo año por estas fechas decembrinas se cumplirán 30 años de su partida. Les dejamos entonces para su disfrute, a propósito de la solicitud de crédito hipotecario de la vicepresidenta Francia Márquez, quien, en coherencia con su discurso, no armó banquetes con la plata de los colombianos, mejor dicho, no se “abudineó” dinero de las arcas de la nación por debajo de cuerda, para hacerse a una ostentosa vivienda.

 

El Banquete.

 

Con dos meses de anticipación, don Fernando Pasamano había preparado los pormenores de este magno suceso. En primer término, su residencia hubo de sufrir una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar abajo algunos muros, agrandar las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las paredes. Esta reforma trajo consigo otras y --como esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo-- don Fernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del programa estaba previsto un concierto en el jardín, fue necesario construir un jardín. En quince días, unas cuadrillas de jardineros japoneses edificaron, en lo que antes era una especie de huerta salvaje, un maravilloso jardín rococó donde había cipreses tallados, caminitos sin salida, laguna de peces rojos, una gruta para las divinidades y un puente rústico de madera, que cruzaba sobre un torrente imaginario.

 

Lo más grande, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer, como la mayoría de la gente proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilonas provinciales en las cuales se mezcla la chicha con el whisky y se termina devorando los cuyes con la mano. Por esta razón sus ideas acerca de lo que debía servirse en un banquete al presidente, eran confusas. La parentela, convocada a un consejo especial, no hizo sino aumentar el desconcierto. Al fin, don Fernando decidió hacer una encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así pudo enterarse que existían manjares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las viñas del mediodía.

Cuando todos estos detalles quedaron ultimados, don Fernando constató con cierta angustia que, en ese banquete, al cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta mozos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine, había invertido toda su fortuna. Pero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción.

--Con una embajada en Europa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que canta un gallo --decía a su mujer--. Yo no pido más. Soy un hombre modesto.

--Falta saber si el presidente vendrá --replicaba su mujer.

En efecto, don Fernando había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación. Le bastaba saber que era pariente del presidente --con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrarles un origen adulterino-- para estar plenamente seguro que aceptaría. Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto.

--Encantado --le contestó el presidente--. Me parece una magnífica idea. Pero por el momento me encuentro muy ocupado. Le confirmaré por escrito mi aceptación.

Don Fernando se puso a esperar la confirmación. Para combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas complementarias que le dieron a su mansión un aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su última idea fue ordenar la ejecución de un retrato del presidente --que un pintor copió de una fotografía-- y que él hizo colocar en la parte más visible de su salón.

Al cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. Don Fernando, quien empezaba a inquietarse por la tardanza, tuvo la más grande alegría de su vida. Aquel fue un día de fiesta, una especie de anticipo del festín que se aproximaba. Antes de dormir, salió con su mujer al balcón para contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño bucólico esa memorable jornada. El paisaje, sin embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensibles pues donde quiera que pusiera los ojos, don Fernando se veía así mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo donde --como en ciertos afiches turísticos-- se confundían los monumentos de las cuatro ciudades más importantes de Europa. Más lejos, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con sus vagones cargados de oro. Y por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía las piernas de un cocotte, el sombrero de una marquesa, los ojos de una tahitiana y absolutamente nada de su mujer.

* * *

El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales exageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.

Luego fueron llegando los automóviles. De su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombres de negocios, hombres inteligentes. Un portero les abría la verja, un ujier los anunciaba, un valet recibía sus prendas y don Fernando, en medio del vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas.

Cuando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos se hacía a una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. Escoltado por sus edecanes, penetró en la casa y don Fernando, olvidándose de las reglas de la etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los brazos con tanta simpatía que le dañó una de sus charreteras.

Repartidos por los salones, los pasillos, la terraza y el jardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y epigramas, los cuarenta cajones de whisky. Luego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas --la más grande, decorada con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombres ejemplares-- y se comenzó a comer y a charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba inútilmente de imponer un aire vienés.

A mitad del banquete, cuando los vinos blancos del Rhin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenzaban a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. La llegada del faisán los interrumpió y solo al final, servido el champán, regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el café, para ahogarse definitivamente en las copas de coñac.

Don Fernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que él hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente sus confidencias. A pesar de haberse sentado, contra las reglas del protocolo, a la izquierda del agasajado, no encontraba el instante propicio para hacer un aparte. Para colmo, terminado el servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados y digestónicos y él, en su papel de anfitrión, se vio obligado a correr de grupo en grupo para reanimarlos con copas de menta, palmaditas, puros y paradojas.

Al fin, cerca de medianoche, cuando ya el ministro de gobierno, ebrio, se había visto forzado a una aparatosa retirada, don Fernando logró conducir al presidente a la salita de música y allí, sentados en uno de esos canapés que en la corte de Versalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslizó al oído su modesta demanda.

--Pero no faltaba más --replicó el presidente--. Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana, en consejo de ministros, propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Pasado mañana citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga.

Una hora después el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. Lo siguieron sus ministros, el congreso, etc., en el orden preestablecido por los usos y costumbres. A las dos de la mañana quedaban todavía merodeando por el bar algunos cortesanos que no ostentaban ningún título y que esperaban aún el descorchamiento de alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron solos don Fernando y su mujer. Cambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba entre los despojos de su inmenso festín. Por último, se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad.

A las doce del día, don Fernando fue despertado por los gritos de su mujer. Al abrir los ojos, la vio penetrar en el dormitorio con un periódico abierto entre las manos. Arrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una exclamación, se desvaneció sobre la cama. En la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.

(Lima, 1958)

Hilo semanal

En esta oportunidad se presenta la segunda parte, de un ejercicio que pretende ser un análisis y reflexión de la educación en Colombia, revisando al final, en la tercera entrega, la propuesta del actual gobierno, Proyecto de Ley Estatutaria la Educación es un Derecho, para regular el derecho fundamental a la educación en todos sus niveles.

Parte 2

La educación en Colombia, una tarea sin hacer.

“Los resultados reales de un ejercicio escolar fallido, una escuela sin ciencias, sin artes y sin filosofía”

Por: Mario Rojas.

 

“Educad al niño y no tendréis que castigar al hombre”

Pitágoras.

“Nacemos humanos, pero eso no basta: tenemos también que llegar a

Serlo. ¡Y se da por supuesto que podemos fracasar en el intento o rechazar la ocasión

misma de intentarlo! Recordemos que Píndaro, el gran poeta griego, recomendó

enigmáticamente: «Llega a ser el que eres.»”

Fernando Savater.

“Cuando la educación no es liberadora, el sueño del oprimido es volverse el opresor”

Paulo Freire.

 

  • Familia y escuela. Causa y consecuencia del mismo problema.

“Yo fui educado con odio y odiaba la humanidad” dice Charly García en su canción Demoliendo Hoteles, como resumiendo la realidad de millones en apenas nueve palabras; invitando a pensar en uno mismo, en ¿Cómo fui educado? ¿fui educado con odio? ¿odio a la humanidad? O será que ¿me odio a mí mismo? Al menos yo lo pensé, concluyendo que definitivamente si fui educado con odio, pero no porque mis padres me odiaran, pero he aquí el asunto, y es que, una cosa es amar y otra es la forma en la que uno sabe hacerlo. Muchas personas sabemos hacer arroz blanco, pero algunas personas ponen el agua primero y otras la ponen después, algunas sofríen la cebolla antes, otros la agregan cuando ya el arroz está en el agua; todo eso depende de cómo nos hayan enseñado y lo que hayamos ido aprendiendo en la interacción, con personas que también hacen arroz; desde la base de lo aprendido primero, que determina casi siempre, qué otras cosas dejamos o no entrar en nuestro sistema de creencias, ya sea preparando arroz, o eligiendo cómo y a quién amar o cómo y a quién odiar.

Papá tenía frases como: “negro ni el televisor”.

Mi viejo como cualquier varón de su generación, creció para ser un macho dominante, de grito, machete, fútbol y mozas; como diría el meme, “un hombre que resuelve”, pero de llegar a la casa después del trabajo y ser atendido por las mujeres, de regañar por el desorden, pero no ayudar mucho a levantar el suyo, ese era mi padre, afortunadamente ha mejorado gracias al apoyo y proceso de re educación en el que mi madre, mi hermana y yo hemos trabajado por años, por él y por nosotros mismos. Mi madre, por su lado, me dejaba hacer casi todo lo que yo quería y me alcahueteaba cuanta pendejada, cosa que no pasó con mi hermana por ser mujer, y aunque muchas veces no estaba de acuerdo, ella guardaba silencio, porque así fue educada. Me aman mis viejos, pero a su manera y en ese estilo de crianza, sin querer, me enseñaron cosas no muy positivas, que llevo años tratando de dejar atrás, haciéndome cargo, como dice en su cuento Me Hago Cargo, Hernán Casciari.

De mi entorno familiar aprendí a ser racista, machista y homofóbico, entendí que toda mi masculinidad reside en hacerme cargo de todo, no llorar y que nunca paren las erecciones, claro, aprendí otras cosas; pero tanto la forma en la que amo, como la forma en la que odio, empezaron a ser aprendidas en casa, en ese primer espacio de interacción social, con marcadas jerarquías y reglas tácitas pero rígidas. Ahora bien, si vamos más atrás, encontraremos que a mi madre y a mi padre los educaron para ser lo que llegaron a ser y desde ese sistema ideológico, desde ese sistema de valores y esos imaginarios, me educaron a mí y a mi hermana, con amor, pero con odio, odio hacia el negro, hacia el “marica” o la “arepera”, al guerrillero, odio al rico, al pobre, odio al costeño, al paisa, al argentino, odio al que no encajara en mi concepción del mundo. Me enseñaron a odiar como mecanismo de protección, ya que, desde su amor e imaginarios, fortalecidos por sus sesgos de confirmación, nunca le arriendas a costeños o negros, porque son ruidosos, huelen mal y donde llegan dos, al poco tiempo hay diez; nunca haces negocios con paisas, porque son mentirosos y ladrones; nunca te metes en una relación seria con una paisa, porque son fáciles y prácticamente putas, ¡ah¡ y cuidado con hacer cosas de niña, como ponerme arete o dejarme crecer el pelo, porque me podía volver “marica”. Desde su forma de amar, a mi hermana y a mi nos enseñaron sus maneras.

Y es que los miedos, traumas, frustraciones, rencores, etc… forman una maleta pesada que, afortunadamente puede vaciarse poco a poco, casi hasta sentir que ya no la llevas encima doblándote las corvas, la espalda y la vida misma. Pero no es que a uno los padres lo sentaran frente a un tablero y con cuaderno en mano empezaran el proceso educativo, para hacerte homofóbico o xenofóbico, no, porque ellos ni sabían que eso estaba mal, simplemente desde sus imaginarios e ideologías se comportaban de tal o cual manera, hablaban de tal o cual forma y explicaban el mundo a su estilo, procurando, desde su amor, enseñarnos algo bueno, para que no nos pasara nada malo en el presente o en el futuro. Recuerdo cuando mi madre me dio carta blanca para defenderme a los puños, estaba yo en la primaria y era víctima de matoneo, pero como no existían protocolos para un concepto que ni se encontraba en los manuales de convivencia, porque estos no existían; ese tipo de problemas se arreglaban con otras alternativas; pero los puños, eran siempre la opción más confiable; así fue como me agarré por primera vez con otro niño, luego con una niña, y así seguí, resolviendo pleitos a los putazos, porque mi madre y reforzado por las actitudes de mi padre, en su amor infinito, me enseñaron que tenía que defenderme y defender a los míos a costa de lo que fuera.

Pero y ¿de qué va la escuela en este asunto?; definitivamente en todo, porque esos imaginarios no los tenían solo mis padres, también mis maestros, que combinaban sus enseñanzas académicas con sus sistemas de creencias; por ejemplo; en el colegio cuando teníamos un pleito, había un profesor que nos daba guantes de boxeo y nos llevaba al gimnasio o a algún patio y en medio de un círculo hecho por los demás, al mejor estilo de El Club de La Pelea (a propósito, les recomiendo el libro y de paso la película), nos ponía a darnos puños hasta que se nos pasaba la rabia y luego hacíamos las pases, con la cara roja e hinchada, pero con “el orgullo intacto”. Las peleas a la salida eran tradición, los profesores fumaban dentro del colegio o tomaban cerveza con los estudiantes frente a la institución, eran situaciones no reprochables. Y si bien las cosas han cambiado, esa maleta llena de imaginarios, ideologías y traumas sigue entrando a clase en la espalda de los y las docentes, de los y las estudiantes, sigue en la espalda de padres, madres, abuelos, abuelas, tías, tíos, hermanas y hermanos, encima de cada uno de nosotros, determinando los estilos de crianza y por qué no decirlo, jodiendo a la sociedad en muchos aspectos, que podrían parecer insignificantes, pero que en realidad no lo son.

Entonces, generación tras generación, en términos educativos se transmiten los sistemas, de forma inconsciente, orgánica, fluida y natural, perpetuando esas taras en las mentes de las personas, como lastres, que ralentizan el avance hacia una sociedad más tolerante, madura, pacífica, en la que, como dice Zuleta, se puedan vivir mejores conflictos o como plantea Kant, podamos vivir en mayoría de edad cultural.

Ahora bien, por décadas mucho se ha confiado a la escuela, como si ella sola fuese la salida, la respuesta, la solución a este conjunto de taras sociales, que tan profundamente se encuentran en las bases nitrogenadas, puentes de hidrógeno y en todo el ADN de cada persona y por ello en la sociedad misma, como un virus que ha infectado a cada célula del cuerpo. Se ha pensado que en la escuela es posible educar en la tolerancia, disciplina, valores, ética, pluralidad y respeto; pero con el comportamiento auto destructivo que la especie muestra a diario, con la calidad de congresistas que hay en Colombia, muchos de ellos educados en las mejores instituciones del país, pues parece que no, que en la escuela no está la solución, al menos no solo en ella.

  • El círculo vicioso de la mala educación.

Cada vez que escucho a alguien en el colegio diciendo que las generaciones de antes eran mejores (refiriéndose implícitamente a ellos mismos, desde el narcicismo más profundo), que la educación antes era mejor, que antes nos educaban para ser fuertes, que ahora son de cristal, que a ellas o ellos si les dieron con la correa y que no les pasó nada, que de hecho gracias a eso ahora son “gente de bien” (considerándose a sí mismos la epítome de la salud mental y emocional), y luego los veo ir a dar su clase, a trabajar con las mentes de niñas, niños y adolescentes, no puedo evitar cuestionarlo todo, cuestionarme a mí mismo y a todo el sistema, pero aquí debo hacer una aclaración, y es que cuando hablo de sistema no me refiero a la Ley 115 del 94 y a todo el aparato estatal que regula y determina los rumbos de la educación en Colombia; me refiero realmente a todo, porque todo está dentro del sistema, la familia, la escuela, los amigos, los contenidos consumidos a través de los dispositivos electrónicos, la economía, la política, la religión, la comida, todo está dentro del sistema y todo es el sistema. Entonces pareciera que no hay forma de modificar las cosas, no existe manera de “derrotar” al monstruo de la “mala educación” que deriva en todas las formas de intolerancia, violencia y sufrimiento. Salvo que suceda un milagro, o miles de pequeños milagros.

Y es que hablando de “la mala educación”, no puedo evitar pensar en Roger Waters, a propósito de su visita a Colombia y la reunión con el presidente Gustavo Petro, luego de su concierto en Bogotá; porque al plantear el concepto del círculo vicioso de la mala educación, el tema musical “Another Brick in the Wall” lo complementa perfecto, es decir, el sistema es un círculo vicioso que fabrica ladrillos para seguir construyendo muros; muros para separar, alienar y generar odios que muevan a las masas hacia ciertas decisiones en las urnas y cada uno de nosotros es eso, un ladrillo más en la pared sumando pero paradójicamente restando, y la escuela que debería ser producto de un trabajo colectivo honesto, aunando esfuerzos de toda la sociedad para construir un mejor sistema, no lo es, sobre todo la escuela pública, que siempre ha sido la cenicienta del estado colombiano, recibiendo poco presupuesto, pero exigiendo cada año mejores bachilleres, para que pronto esas miles de personas se sumen a la fuerza laboral del país y tengan éxito, que se esfuercen para salir de pobres, porque además se sigue alimentando la falacia del “esfuérzate y lo lograrás todo”, desconociendo precisamente que las más de las veces, por más que te esfuerces, el sistema es tan cruel, que el que nace pobre en este país, morirá pobre. Ahora bien, otra falacia muy difundida por diferentes gurús, dice: pidiendo con fuerza el universo te brindará, que solo basta decretarse en abundancia, para que llueva la buena suerte, como plantea Galeano en su poema Los Nadies, pero, así como en el poema, esa buena suerte nunca llueve.

Pero regresando al punto inicial, del docente que va al aula con toda esa carga ideológica a hacer sus clases, es fácil comprender que, la escuela en sí misma, quiéralo o no, es un ente replicador de sistemas ideológicos, de imaginarios, de sistemas de valores y por la fuerza natural de la repetición, estos ejercicios, generalmente inconscientes, van entrando en la mente de los y las estudiantes, así como los adoctrinamientos en el hogar o a través de otros medios y mecanismos; por eso muchas familias pelean tanto contra el sistema educativo, por ejemplo cuando se habla de temas como la educación sexual e inclusiva, pues las familias se conciben a sí mismas como las únicas que tienen el derecho de adoctrinar a su prole, claro, no lo ven de esa manera, porque si en la escuela le enseñan a su hijo que el color rosa también lo pueden usar los niños, eso es interpretado como adoctrinamiento de identidad de género y le quieren volver el niño “marica”; pero cuando esa misma familia en la casa le dice a ese mismo niño, que existe un ente omnipresente (algún tipo de deidad) que lo ve cuando se masturba y que hacer eso es pecado, y que recibirá un castigo; ahí no es adoctrinamiento según la familia, por el contrario, es la más pura educación en valores, para que su hijo no pierda el camino, que no se degenere; desconociendo todas las implicaciones psicológicas que hay, al hacerle ver a este niño que su cuerpo es algo pecaminoso y que vivir la sexualidad es prácticamente un delito.

Ahora bien, no es que me quiera ir lanza en ristre contra alguien en particular, el punto es que, en todos lados existen ejercicios ideológicos involucrados e indefectiblemente conectados a los procesos educativos y que por eso la mala educación es un círculo vicioso (la buena educación será un bucle virtuoso, pero eso más adelante); porque el hijo que diariamente escucha en su casa, que no le debemos arrendar a negros o costeños, seguramente crecerá con ideas similares a esa, posiblemente generando toda una serie de comportamientos alimentados por la intolerancia hacia los negros y los costeños o hacia los paisas por mentirosos, hacia las paisas por fáciles o marcará una inclinación hacia el fascismo, porque es esa ideología fuerte la que defiende sus intereses xenófobos y racistas, llevándole a elegir representantes políticos como presidentes, que lleven esa bandera, la de la gente de bien, por encima de los demás. También aplica para las ideologías fuertes de izquierda, porque el punto acá no es el nombre que se le dé al sistema ideológico, es que este se alimenta de personas con carencias profundas en muchos niveles.

  • El círculo virtuoso, el pequeño milagro.

La Fundación Internacional de Pedagogía Conceptual Alberto Merani (FIPCAM) en cabeza de los De Zubiría, entre sus muchos aportes a la pedagogía y educación nacional, tiene los mentefactos, que son organizadores gráficos de diferentes estilos según la necesidad, está por ejemplo el Mentefacto Conceptual, es uno de mis favoritos a la hora de conocer y comprender temas, también está el Mentefacto Argumental, y pues su nombre ya lo presenta; es una excelente herramienta para aprender a organizar los argumentos que defiendan una tesis, en varios niveles argumentales que permitan desarrollar un discurso sólido y coherente. Pero entre sus organizadores gráficos tienen uno que, a pesar de la sencillez de su diseño, me resultó siempre más complicado que los demás, el Mentefacto Bucleano, cuya estructura consiste en dos bucles, uno arriba del otro, el de arriba se llama el bucle vicioso y el otro es llamado el bucle virtuoso; siendo el primero la modelación de la situación problema y el segundo la “anulación”, solución o salida de esa situación problema, cada bucle se representa en tres actos, en donde cada una de las acciones es generadora de la siguiente, es decir, se realimenta, cerrando así cada uno de los bucles; trataré de explicarlo así: A causa B, B causa C y C causa A; en donde A puede ser: No tener amigos, B puede ser: Padecer ansiedad por no tener amigos y C puede ser: La ansiedad no le permite hablar fácilmente con otras personas para hacer amigos.

Ahora bien, en el subtítulo anterior: El círculo vicioso de la mala educación, he planteado que, una educación ineficiente genera personas con muchas fallas académicas, axiológicas, culturales, entre otras; luego esas personas crecen y forman las familias que transmitirán a las siguientes generaciones esas mismas taras, pero así mismo, esas personas, producto de la mala educación, serán los educadores en las escuelas y en sus hogares, que seguirán heredando las taras; de tal manera que el sistema se realimenta para mantener activos toda una serie de elementos que, como consecuencia lógica no le permiten a la sociedad avanzar hacia una ciudadanía de amplios horizontes, libre, responsable y democrática. Y esto lo podemos constatar “simplemente” mirándonos al espejo y reparando de forma detallada y objetiva en nuestro entorno inmediato; y digo simplemente entre comillas, porque de simple no tiene nada.

Sin embargo, se puede mejorar, así sea un poquito; pues en algún momento pueden confluir toda una serie de circunstancias y elementos que sean tan significativos para un ser humano, que le lleven a reflexionarse y luego generar cambios sustanciales en su vida. Los bucles viciosos se pueden romper, cada vez que se reflexiona una acción surge la posibilidad de encontrar la manera de mejorar y crecer, como la persona con ansiedad que no puede hacer amigos, del ejemplo anterior, que decide ir a terapia para armarse de herramientas psicológicas, que le permitan controlar y detener ese pánico, permitiéndose así la posibilidad de hablar bien con otras personas y hacer amigos, contrarrestando así el bucle vicioso, lo que puede llegar a generar un efecto dominó, es decir, un bucle vicioso roto, potencia un bucle virtuoso, llevando posiblemente a la ruptura de otro vicioso y así sucesivamente fortaleciendo más virtuosos.

Así las cosas, es posible romper los bucles viciosos, pero las más de las veces se requiere algo así como un “milagro”, que el efecto mariposa en acción mueva las fichas en el tablero, pero ojo, no estoy planteando una contradicción, hablando de que “el universo conspira si yo lo deseo con fuerza y lo decreto en mis estados de WhatsApp o lo publico en mis redes sociales”, no, cuando me refiero al “milagro”, quiero llevarlo por otra ruta, la del azar, contrariando el determinismo judeocristiano, porque en ese discurso, todo es voluntad de dios y hay que aceptarlo, todo está determinado por Él, no cae la hoja de un árbol si no es su voluntad; me refiero al azar que sacude el árbol y tumba todas hojas, el azar de las infinitas posibilidades y todas las variables y que en ese caos, precisamente en ese desbarajuste,  presenta la posibilidad de que los individuos encuentren ese algo, esa luz, que les permite romper un bucle vicioso, al menos uno, pero que puede cambiar profundamente su vida, como cuando alguien logra frenar las reacciones violentas contra su pareja y eso cambia todas las dinámicas familiares, rompiendo esos ciclos de agresión e intolerancia heredados de los padres y los abuelos, poniendo un alto en el camino para que los hijos e hijas no se lleven eso tan feo a sus vidas. El asunto es, ¿cómo lograr identificar los propios bucles viciosos?, luego de eso, ¿cómo encontrar la acción o acciones efectivas que permitirán dar solución al menos a un bucle?, peor aún, ¿cómo lograr que la acción sea contundente y duradera, para no volver al bucle? A veces son las epifanías el punto de partida, pero hay que tener ojo para identificarlas.

  • Un punto de partida.

Artículo 1°. Objeto. La presente Ley Estatutaria tiene por objeto establecer las garantías del derecho fundamental a la educación y fijar las condiciones y obligaciones necesarias para su efectiva protección y respeto a cargo del Estado, la sociedad y la familia.

Artículo 2°. Naturaleza y fines de la educación. La educación es un derecho humano fundamental, un bien común y un deber de todas las personas que habitan en el territorio colombiano que busca garantizar la formación integral, inclusiva, pluralista, equitativa, con calidad, promoviendo la capacidad de definir proyectos de vida, fomentando el pleno desarrollo de la personalidad, el respeto a los derechos humanos, a las libertades fundamentales y a la naturaleza, la consolidación de la paz, el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la tecnología y los demás bienes y valores culturales.

La educación como derecho humano fundamental se garantizará durante toda la vida para asegurar el disfrute de otros derechos y libertades fundamentales y contribuir con el logro de la felicidad y de una vida digna en una sociedad equitativa, justa e igualitaria.

La oferta educativa se ejecutará bajo la indelegable inspección y vigilancia del Estado, para garantizar el carácter de la educación como bien común y velar por el cumplimiento de sus elementos esenciales, propios y afines.

Así empieza el documento Ley Estatutaria, la educación es un derecho; para regular el derecho fundamental a la educación en todos los niveles, una belleza, un sueño descrito con palabras muy precisas y por eso decidí citar estos artículos iniciales ya apuntando al cierre de esta segunda parte, para que sirva de preámbulo de la tercera, tal como la primera marcó la pauta para esta segunda, esa primera que cerré recordando que somos un país no lector, que nuestros abuelos apenas si aprendieron leer, nuestros padres no leían, nosotros tampoco y nuestros hijos mucho menos; y cómo ser lectores sin que se haya dado el contagio, cómo ser lectores si estamos tarados por herencia cultural y familiar, cómo ser lectores si ni la mayoría de los profesores lo hace, cómo ser lectores si priorizamos una tele de 55 pulgadas y un equipo de sonido poderoso (No es por satanizar el hecho de tener la tele y equipo, porque inclusive desde ellos se puede leer), sobre una buena biblioteca, cómo ser lectores si no nos gusta comprar un libro, sino que siempre lo buscamos en PDF, regalado, prestado o fotocopiado, cuando tenemos una tarea o la obligación de medio leer algo, cómo ser lectores si no hemos comprendido el valor que reside en hacernos buenos lectores, cómo ser lectores si el sistema nos quiere como analfabetas funcionales y caímos en su juego, cómo ser lectores si ello implica trabajo y el cerebro es biológica y evolutivamente perezoso, cómo darle valor a la lectura si al fin y al cabo, sin ella se sobrevive y para eso están las películas dobladas a nuestro idioma, porque a veces, ni cine subtitulado se quiere ver, por la pereza de leer.

El panorama se complicará antes de mejorar, no solo para la sociedad colombiana, esto es un mal que hizo metástasis hace rato y se ha esparcido por todo el cuerpo planetario, afectando cada día a más y más personas de todas las naciones, porque vaya que hay terraplanistas y cazadores de fantasmas, es increíble la cantidad de patrañas que nos venden y estamos no solo dispuestos a comprarlas sino a creerlas, por la pereza de leer. Entonces pareciera que uno de los bucles viciosos se relaciona con eso, con que no leemos, no nos gusta leer, no sabemos leer y ello tiene un efecto supremamente negativo en una sociedad. ¿Qué sería de nosotros y la sociedad mismas si en las dinámicas educativas existieran las ciencias, las artes y la filosofía?

Pero por más inspiradora que suene esta introducción de la Ley Estatutaria, al menos yo estoy seguro que por sí sola, de ser aprobada (porque ese es el otro problema, la “oposición inteligente” frenando todo lo que venga del actual gobierno, solo porque si, sin argumentos, simplemente por no dejar gobernar y alistar el terreno para las próximas presidenciales, en las que seguramente la derecha nefasta del país, volverá a tomar los destinos de la nación en sus manos), no va a representar cambios significativos, porque como se ha venido planteando y que está explícito en la misma ley, se requiere que todos los actores (Sociedad, Familia y Estado) involucrados en el ejercicio educativo hagan su parte; que se empiecen a encontrar las acciones que pueden resolver los bucles viciosos y ello potencie los virtuosos, que en medio del caos que es la educación en Colombia, se encuentren las luces, se alcance una que otra epifanía, porque así como está en el papel, la ley parece un buen punto de partida, pero eso será revisado en la tercera entrega.

Parte 3.

La educación en Colombia, una tarea sin hacer.

“De buenas intenciones está hecho el camino al infierno. Proyecto de Ley Estatutaria la Educación es un Derecho.”

Gracias!

Hilo semanal.

En esta oportunidad invitamos nuevamente a Hernán Casciari, a propósito del desenfreno consumista de final de año, de la urgencia por comprar el estrene, de la violencia que se vive en los centros comerciales abarrotados de personas que quieren la última camisa, el último pantalón o los últimos zapatos de las marcas más sobrevaloradas que encuentren en las vitrinas, simplemente para parecer, parecer eso que no van a ser, con las marquillas de manufacturas baratas, vendidas a precios exagerados.

Paranoias del nuevo rico.

En la vidriera de Dolce & Gabanna hay carteras pequeñas, de piel, a 800 euros. A unos metros, en la vereda, un marroquí vende unas idénticas por 15. Como las carteritas de dentro y las de fuera tienen el mismo color, el mismo diseño y el mismo logo, por la tarde llega la policía. En un mundo sensato meterían preso al vendedor que no tiene escrúpulos. En este mundo, en cambio, se llevan esposado al marroquí, por molestar a los nuevos ricos con una realidad escandalosa: el verdadero precio de las carteras.

A los millonarios de toda la vida les importa un pito que la gente de a pie, la gente común, compre falsos Rolex y falsos Ray Ban y complementos falsos de Armani. Ellos están en otra nube, viven en el limbo de los que consumen productos imposibles de falsificar. Mientras no haya vendedor ambulante capaz de imitar un yate, ni un chalet en la Costa Azul con catorce baños, los verdaderos ricos estarán tranquilos. No son ellos los que llaman a la policía para que apresen al marroquí que vende carteras. Entonces, ¿quién llama a la policía?

 

En España está ocurriendo un fenómeno singular (en Rusia dicen que también, pero yo solamente vivo en España). Aquí, en España, hay mucha gente que se está haciendo rica de golpe y porrazo. Se trata de ricos sin pedigrí, millonarios de sopetón, gente que no ha tenido una familia poderosa en el pasado ni una educación ricachona desde la cuna. Los nuevos ricos son, ante todo, ricos asustados de perder la brújula de un estatus que nunca merecieron.

 

El estatus es un galardón de prestigio, casi siempre falso, que se da en todas las clases sociales. Mi papá todavía cuenta con orgullo que, en la época de Alfonsín, robaba los desperdicios de otra gente y los metía en casa, a escondidas, para después salir a la calle con sus propias bolsas de basura y que el barrio lo viera. Tener algo que tirar, en ese tiempo y en aquella geografía, también era síntoma de estatus.

 

Así como mi padre falsificaba basura, en este tiempo el mercado de las falsificaciones se dedica a imitar productos llamados «de marca». Esta práctica, que ocurre en todo el mundo gracias a la astucia de los chinos, está dejando al descubierto la paranoia de los nuevos ricos, a los que les cuesta mucho aceptar que haya personas pobres y sin suerte comprando sus mismos juguetes de fantasía.

 

El nuevo rico adquiere una carterita de 800 euros no porque le guste demasiado el producto en sí mismo, ni porque lo necesite, sino porque la carterita tiene un código común: la marca. Este símbolo indica su valor comercial en el mercado de las cosas. Se trata de un código no secreto, no oculto; un código que entenderá todo el mundo a simple vista. Es como si el producto tuviese el precio grabado a fuego y ellos pudieran así generar la envidia de los imbéciles.

 

Por una cuestión de reglas internas, los nuevos ricos no pueden decir que compran cosas únicamente por el precio inasequible. Entonces dicen que lo hacen por la calidad. Aseguran que se han comprado una cartera costosísima y de marca porque las costuras son mejores, o porque duran toda la vida. Sin embargo, y también por culpa de las reglas internas, a las cuatro semanas ya no pueden seguir usándola, pues ha aparecido otra mejor, o porque demasiada gente ya los ha visto con la primera.

 

El mercado de la falsificación es, entonces, el infierno de los superficiales. Lo peor que le puede pasar en la vida a un frívolo es que otro, por mucho menos, pueda ostentar sus mismos códigos de grandeza, y ensayar idénticos pavoneos, aunque sean imitaciones vulgares de los códigos reales, aunque las costuras sean pésimas y se destiñan al segundo lavado.

 

A los nuevos ricos no les importa realmente la calidad de lo que poseen: sólo les importa la seguridad de saber que nadie más que ellos pueden conseguirlo. Para ellos una «marca» indica la seguridad de la subsistencia, la grieta que los separa de la antigua vida de mortales corrientes. Recordemos que no han sido ricos siempre: son nuevos y torpes en el malabarismo de la opulencia. Hace no mucho eran envidiosos de los verdaderos ricos, eran resentidos fisgones de la vida de los otros. Por eso ahora se desesperan para no caer otra vez en la miseria.

 

Por eso cuando se topa con un marroquí que, en la vereda de enfrente, ofrece códigos de estatus a todo el mundo, y a un precio ínfimo y posible, el nuevo rico se siente estafado en su buena fe.

 

—Yo quiero que me estafe Dolce & Gabbanna —pareciera decir—, yo quiero que una cartera de mierda me cueste muchísimo dinero, necesito demostrar que puedo despilfarrar y alardear y pavonearme, pero no soporto que me estafen otros. Prefiero que me quiten el dinero, que me sobra, y no la autoestima, porque de eso tengo poco.

 

Se ha llegado a tal grado de frivolidad que hasta el que te rompe el culo tiene que ser alguien importante, para que valga la pena mostrar el culo roto como un trofeo. La riqueza y la pobreza muchas veces tienen una frontera azarosa. Si las chicas que esta semana han muerto de anorexia en Brasil hubieran nacido 400 kilómetros al sudoeste, serían las chicas que han muerto de hambre en Bolivia.

 

El nuevo rico lo sabe. Sabe que el azar ha provocado su buena racha, y no el esfuerzo. Sabe que la vida puede quitarle todo tan rápido como se lo ha dado. El nuevo rico necesita desmarcarse de la gente corriente. Porque el estatus —parecen decir los nuevos ricos— es poder elegir quién puede estafarte y quién no.

 

Parecen decir esto, pero en realidad dicen otra cosa. Lo que dicen es que hay que acabar con el mercado de la falsificación porque involucra la explotación de los chinos, pobrecitos, que están encerrados en los barcos y trabajan por un plato de arroz; dicen que el mercado negro es nefasto porque obliga a trabajar a los niños filipinos y eso a ellos (a los ricos) los hace llorar; dicen que las mafias de las marcas falsas acabarán un día con la bendición del libre comercio. Eso es lo que dicen cuando llaman a la policía desde sus teléfonos móviles, escondidos detrás de un árbol:

 

—¿Señor policía? Venga rápido a la esquina en la que estoy, puesto que hay un delincuente con una manta, en la calle, ofreciendo a la población cosas inútiles a precios razonables. ¡Apúrese, oficial, que hay muchos pobres a punto de convertirse en ricos falsos!

Relato tomado del Blog de Hernán Casciari, con su total permiso para la copia y reproducción, siempre que se le reconozca su autoría.

https://hernancasciari.com/blog/busqueda?b=Paranoias%20del%20nuevo%20rico

A TOUT LE MONDE

Por Mario Rojas

 

Lo más incómodo de estar enfermo no era la enfermedad en sí misma, ella ya se había vuelto ruido de fondo, cotidiana. Lo que realmente le molestaba era toparse con las personas que no le sabían enfermo y siempre le tenían una puta recomendación no pedida: _ Mijito para eso es muy bueno, tal o cual menjunje, tal o cual yerba, esta o aquella agua puesta al sereno_ Todo el mundo parecía tener una puta recomendación de algo que le había servido al amigo de un amigo lejano, al primo de una tía política, a cualquier persona le habían salvado la vida con esas mierdas. Siempre, todos tenían una puta recomendación.

Cualquiera que creyera conocerle, hubiese pensado que lo que más le molestaría, serían las recomendaciones acerca de Dios, de hacer cambios espirituales; pero resulta que no, hasta comprendía a las personas que le decían esas cosas y las recibía con mejor ánimo, que los malditos consejos de remedios caseros y pociones milagrosas. Él comprendía y aceptaba muy bien cuando alguien le decía, por ejemplo: _ Hombre, pues lo que queda al final es encomendarse, acogerse, buscar de Dios y dejar todo en sus manos_ Eso le parecía menos incómodo, de hecho, le gustaba cuando le decían: _ Te tendré en mis oraciones _ Juan hallaba un valor enorme en esas frases.

A veces iba a misa, nadie sabía eso; le gustaba ir a ver a las personas orar con tanto fervor, por ejemplo a esas que de rodillas y con los ojos cerrados se encorvaban como tratando de hacerse muy pequeñitos, o aquellas personas que, con los ojos cerrados, de rodillas o de pie, abrían los brazos, elevaban la frente y palmas arriba parecía que querían acaparar la mayor cantidad de bendiciones posibles, como si cayeran en una lluvia invisible sobre ellos; como si fuese una cascada de energía, así lo imaginaba Juan, como Goku recibiendo la energía en su famosa Genkidama. Cada quien tenía su estilo para orar y mostrar su humildad y necesidad a Dios.

En otras ocasiones entraba a las iglesias cuando estaban solas, se sentaba en las sillas del final y ahí buscaba algo de silencio para pensar, leer y a veces escribir o garabatear, porque Juan acostumbraba siempre a llevar consigo algo para leer y algo en qué rayar. Para ese momento ya había perdido la cuenta de cuántos bolígrafos, lápices, colores, plumones y libretas había llenado con escritos y garabatos.

Cuando uno ama a alguien no quiere que le pasen cosas malas, no quiere que sufra, que le duela, que fracase, no quiere que esa persona muera. Deseos infantiles producto de nuestro miedo al vacío, pero naturalmente inevitables, porque somos frágiles los humanos, la vida en sí misma siempre pende de un hilo, además de ser un milagro, es así, corta y frágil. Andrés no era la excepción, no quería que su hermano muriera y dio todo lo que pudo y hasta más, para que Juan se recuperara; dio hasta parte de su cuerpo, entregó años de vida y mucho, dio mucho cuando le entregó uno de sus riñones a Juan. No iba a dejar que su hermano muriera sin dar batalla.

Aunque Juan se negó por semanas, terminó aceptando el sacrificio de su hermano debido a la presión familiar; esa batalla por negarse la perdió por físico cansancio; como cuando en grado noveno, Diana acabó por aceptar ser su novia, luego de un año de cortejo, de estar en la friend zone, aguantando que se ennoviara con otros, sirviéndole de paño de lágrimas, haciéndole las tareas e invitándole la empanada con gaseosa en los descansos, comprándole las entradas para las minitecas, solo para ver como acababa bailando con otro y saliendo de allí con nuevo novio de dos semanas. Pero un día, cansada de la insistencia, le dio la oportunidad, ya no pudo poner más excusas, las clásicas, como: No Juan, porque vamos a dañar la amistad y vainas así. Duró poco, fue solo un mes, pero con ella perdió la virginidad y bien perdida francamente, porque la china era una de las más churras del colegio y en la intimidad, ya tenía alguito de experiencia. En fin, así se sentía con el riñón, derrotado por físico cansancio de la insistencia de todo el puto mundo.

El riñón de Andrés funcionó, fue un tremendo impulso en la recuperación de Juan, porque pasados unos meses, ambos ya estaban saliendo a hacer caminatas por los senderos ecológicos en las afueras de la ciudad, su semblante ya era el de alguien saludable, el color de su piel había mejorado, su cabello se veía mejor, todo se veía en excelentes condiciones. En aquel entonces la familia sintió que la tormenta se había empezado a disipar, la luz se filtraba por entre los nubarrones de tristeza que, por muchos meses habían minado y agotado tanto a Juan, como a Andrés, sus padres, tíos, tías, primos, primas, abuelos, amigas y amigos cercanos y esas personas que están ahí presentes, pero que aún no han recibido su título nobiliario como parte oficial de la sagrada familia.

En el primer aniversario de la muerte de Juan, hicieron una reunión con los más cercanos, entre familia y amigos. A esa reunión asistió Marcela, quien hasta ese momento era una total desconocida para todas las personas allí presentes, menos para Andrés, él sabía perfectamente quién era ella, qué hacía ahí y lo que había significado para su hermano Juan. En ese momento, Andrés era el único que ya no sentía odio hacia su hermano; porque los demás aun reprochaban la partida de su muy querido y muy admirado Juan, el niño de mostrar, el estandarte de la familia.

La viuda de Juan veía con ojos tristes e inquisidores a Marcela, Andrés sabía que ella ya se había dado cuenta. Luego de que Andrés la presentó con todos, en ese salón de la quinta del tío David, que había prestado su casa para el evento; porque quería mucho a Juan, ya que en una época compartieron bastante tiempo, debido al trabajo de grado de su sobrino, que también había elegido el camino de las leyes.

Marcela se puso de pie frente a todos: _Buen día, me permiten unos minutos de su atención por favor_ Sacó de su bolso unas hojas de cuaderno dobladas y asumiendo una postura corporal firme, se alistó para leer.

El silencio previo a la lectura aturdió a todo el auditorio por un instante. Marcela carraspeó un poco, aclaró la garganta y empezó a leer la única nota de suicidio que había dejado Juan.

El día que lo encontraron sin vida en el hotel donde pagó un par de noches, para hacer exclusivamente eso, partir; Andrés lo odió, odió a su único hermano, a su hermano mayor, lo odió por muchas razones, pero una de ellas era que Juan se le había llevado un riñón, consideraba que él le había dado parte de su vida, para ni mierda, lo odió por rendirse y por ser tan cobarde y egoísta, lo odió por no pensar en el dolor de todas las personas que le querían. Pero solo odió a su hermano por unas horas, las que tardó Marcela en aparecer. Al día siguiente, mientras arreglaban el cuerpo de Juan para el velorio; Andrés entendería a su hermano a través de la voz de Marcela, la carta, su última libreta de garabatos y dibujos, una canción y un juego. Después de ese revelador encuentro con Marcela, tendría que guardar silencio un año.

A veces siento que nací cansado, así empezaba la carta. A veces siento que nací cansado, como si esta vida fuese la continuación de otra que ya me había gozado, como la segunda parte de una película, pero esta vez muy mala, siento, desde que tengo uso de razón, que estaba viviendo un tiempo prestado, jugando tiempo extra, pero sobre todo cuando llegó por primera vez la enfermedad, en ese momento sentí más fuerte ese cansancio y creí que esas fallas en mi cuerpo iban a ser la salida de este escenario, pero no me dejaron.

He recibido mucho en esta vida prestada, cosas que no he pedido y he vivido la vida que todas las personas que más me aman, han querido para mí, no la vida que yo he querido, de hecho, no recuerdo que alguna vez, de forma honesta me hayan preguntado qué quería o si lo que me estaban dando, era lo que yo quería. No recuerdo que me preguntaran seriamente por mis gustos, no recuerdo que me preguntaran honestamente si era feliz, simplemente lo asumían, asumían mi felicidad; y yo seguía actuando esa felicidad que, realmente siempre estaba en los ojos de quienes me veían, no en mí realmente.

Nunca quise estar en natación, nunca quise jugar fútbol y mucho menos estudiar derecho; nunca quise casarme, solo quería una novia y menos mal no logré engendrar hijos. Me gustan los perros, no me gustan los gatos, salvo en vídeos donde hagan cosas chistosas; prefiero el bosque a la playa y detesto la lluvia; me gusta bailar solo y cantar mientras cocino, prefiero la soledad, únicamente con mi compañía siento tranquilidad y en los últimos años con la compañía de Marcela.

Perdón, quizá debí decirles cómo me sentía, pero su amor desbordado y sus rostros felices cada vez que hacía lo que ustedes me decían y me salían bien las cosas, tal como ustedes me las habían planeado, paraba. En serio traté de hablarles seriamente muchas veces, pero estaban tan felices de verme viviendo la vida que habían soñado y planeado para mí, que me seguí cohibiendo hasta hoy.

No les voy a pedir que no lloren, que no me odien, que no estén decepcionados, enojados y con mil sentimientos y emociones negativas y duras hacia mí; pero si les quiero invitar a reflexionar más profundamente este asunto de la muerte. Sí, yo me suicidé, corté mis venas, dejando escapar mi vida en un instante; pero ya, fue un solo golpe; pero cuántos de ustedes se están matando poco a poco, buscando la muerte a diario, a pesar de sus hijas e hijos, esposas, esposos, a pesar de todas las personas que les aman. Fuman, comen mal, no hacen deporte, dedican más tiempo al trabajo y conseguir dinero que a vivir la vida, se exceden con el licor y luego conducen sus vehículos, no cuidan realmente y a consciencia su vida, sino que se suicidan poco a poco.

No los estoy juzgando, los estoy invitando a pensarse, así como lo pude hacer yo, aunque en mi caso fue para poner ponerme fin, háganlo para darle más fulgor a sus vidas, de lo contrario, no me reprochen, no caigan en esa hipocresía, porque ustedes pueden ser mejor que eso. En estos últimos años logré un espacio para vivir mi vida, fui feliz, porque un día a punto de salir de este mundo hace varios años, apareció Marcela, como un ángel, pasó a mi lado en aquel puente, ambos solitarios y con su suave voz me invitó a tomar un café y dejar para más tarde lo que estaba haciendo. Tomamos ese café y empezamos a caminar juntos. No la conocían hasta hoy, porque precisamente la guardé para mí, la oculté de todo ese mundo que habían construido para mí y allí solos, pudimos ser, ella a su manera, yo a la mía.

Cuando apareció la enfermedad física, nunca me ofreció putos remedios, nunca me ofreció sangre, cabello, tejidos u órganos, a pesar de que podía. Nunca pretendió otra cosa que estar ahí y tomarse el tiempo de conocerme y dejar que todo fluyera… Y la amé… Y me amó.

Gracias por todo lo que me dieron, ahora sé que no me daban esas cosas a mí, se las daban a sí mismos y quiero pensar que ese era el propósito de mi tiempo extra en este escenario, ayudarles a aprender que la mayor alegría está en dar, sin reproches o expectativas.

Cuando le dije a Marcela que me quería ir nuevamente, me ofreció otro café, pero ya no lo quise y no me insistió, porque durante estos años supo comprenderme y respetar mis decisiones, inclusive me ayudó con algunos detalles de mi partida, pero más adelante se enterarán de ellos, me regaló un día y una noche en el hotel que me hallaron, allí lloramos mucho, reímos más, fuimos felices en ese pequeño espacio, nos despedimos y me dejó ir.

Me voy feliz, siento alivio, no volveré a padecer este cuerpo que nuevamente enfermó, sí, no se los dije, pero hace unos meses volví a enfermar y como Andrés ya no tiene más riñones, nadie me ofrecerá un pulmón, ya no quiero más dietas, agujas y consejos pendejos de aguas y panaceas que le sirvieron al amigo de un amigo. Quiero partir a mi modo, no como lo dicte algo tan efímero y vergonzoso como una enfermedad, quiero irme en mis términos y condiciones, y así lo hice, por eso Marcela está aquí haciéndome un último favor.

Gracias, les amo, hasta pronto…

Andrés no sabía cómo era posible que Marcela leyera de una forma tan hermosa esa carta, que puso a todo el mundo a llorar en esa gran sala, él no sabía cómo hacía ella para no llorar y que su voz no se quebrara; quizá llevaba todo un año practicando, pero no, porque al día siguiente de la muerte de Juan, ella le había leído la carta casi de la misma manera en que lo acababa de hacer. Llegó a pensar que ella no lo amaba, pero no, era, al contrario, reflexionó Andrés, era el gran amor que le tenía, el que le daba esa capacidad y fortaleza para poder leer la carta, como Juan lo merecía.

El silencio de la sala parecía que iba a ser eterno, el tiempo se detuvo, hasta que Andrés le dio play al equipo de sonido y empezaron los acordes de A tout le monde de Megadeth (Detente, escucha y lee la canción) https://www.youtube.com/watch?v=MfqryTORALc&ab_channel=Rub%C3%A9nVallejo . Marcela le hizo un gesto sutil y él se acercó inmediatamente. Ella tenía las lágrimas listas para brotar de sus ojos color marrón, le entregó la carta al solitario hermano, se acercó a su oído, le murmuró algo, lo abrazó levemente y salió.

Marcela caminó en medio de todos hasta llegar a la puerta, sin mirar atrás, tal como lo había hablado con Juan, quien sabía que esa reunión sería en la casa de su tío. Nunca volvería, porque no pertenecía a ellos, era de Juan, fue de él, él de ella, pero no se poseían, eran libres, pero leales, tan leales como dos almas que se han salvado la una a la otra, en muchas formas.

Andrés se acercó a su cuñada, que ya había parado de llorar y le entregó la carta final de su esposo fallecido y la última libreta en la que garabateó y escribió. En ese momento se percató de que todos llevaban años viendo a Juan con sus libretas, pero nunca se habían interesado por ellas y menos por regalarle alguna, y entonces seguía entendiendo a su hermano, seguía dándose cuenta que le había dado su riñón a alguien que amaba pero que no conocía ¿cómo era eso posible?

Cuando Andrés le entregó las cosas a la viuda, le susurró algo al oído y se alejó con cautela, como asegurándose de que no lo notara desaparecer, tal como lo empezó a hacer el resto de los invitados, uno a uno fueron saliendo de la sala, en silencio, como fantasmas que con el alba se esfuman, inexpresivos algunos, otros con la mirada profunda, otras con la mirada perdida, pero nadie, ninguna, ninguno, se fue de ahí ese día, sin que le haya caído encima algo de todo lo que leyó Marcela.

Entonces abrió la libreta en las dos últimas páginas y encontró un encabezado con la letra de su esposo:

Si quieren tener algo mío, acá les dejo una serie de pistas que les llevarán a algunos objetos que les podrían gustar; si no, no se preocupen, si sí, también está bien… Quién sabe, al final quizá acaben conociéndome más que cuando estaba entre ustedes.

  1. Este es uno de mis lugares favoritos de la ciudad, en donde el olor a libro viejo y madera antigua se mezclan con los demás aromas del sector. Allí, entre la J y la M …

Más o menos así había redactado Juan una serie de pistas, para que, cual carrera de observación se animaran a salir de su rutina. Su esposa leyó todas las pistas lentamente y poco a poco la expresión triste de su rostro se empezó a convertir en una leve sonrisa, una sonrisa tranquila. Al terminar de leerla, fue al inicio de la libreta, como le dijo Andrés y en la primera hoja empezó a leer la más hermosa dedicatoria que Juan hubiese escrito alguna vez, una carta de amor y despedida para su esposa. Luego, en la página siguiente al finalizar la carta, cuatro pistas, pero esas, esas pistas eran solo para ella.

Al día siguiente, la sorpresa, algo que ni Andrés supo, Marcela si sabía una parte de eso; le llegaría a cada una de las personas que estuvo en esa sala, un mail, con un saludo personal y las pistas que estaban en la libreta, algo así como una invitación.

A Andrés y Marcela, además de eso, desde el día siguiente a la reunión en casa del tío David, les empezó a llegar semanalmente, durante un año, una carta por mail. Juan había dejado listas más de cien cartas en su correo personal, para ellos dos; en cada una, él les seguiría hablando por un año más, a su manera.

Definitivamente la reunión que sucederá en un año, va a estar muy interesante, pensó Juan mientras la sangre salía de su cuerpo, pero más interesante la que seguramente harán en dos años. Sonreía plácidamente mientras el frío le indicaba que le restaban escasos segundos. Ni un atisbo de arrepentimiento, ahí, solo, se iba Juan, a su manera, por fin, porque a eso es lo que como mínimo deberíamos tener derecho, a partir como se nos dé la gana… Aunque Juan realmente nunca se fue…

Encender la hoguera

Jack London

Despuntaba el día frío y gris, desmesuradamente frío y gris, cuando el hombre se alejó del camino principal del Yukón y trepó por el barranco para tomar una senda muy poco transitada y apenas visible que discurría hacia el Este a través de un bosque de falsos abetos. La pendiente era muy pronunciada y, con la disculpa de mirar el reloj, el hombre se detuvo a tomar aire tras alcanzar la cima. Eran las nueve en punto. No se veía ni rastro de sol, a pesar de que no había una sola nube en el cielo. Era un día despejado y, sin embargo, la ausencia de sol parecía cubrir la faz de la tierra con un intangible paño mortuorio, una sutil melancolía que oscurecía el día. Al hombre no le preocupaba. Estaba acostumbrado a la ausencia del sol. Llevaba varios días sin verlo y sabía que aún pasarían unas cuantas jornadas antes de que la alegre esfera asomara fugazmente al sur, sobre la línea del horizonte, y desapareciera en cuestión de segundos.

Lanzó una mirada al camino por el que había llegado hasta allí. El Yukón, con sus mil seiscientos metros de orilla a orilla, yacía sepultado bajo un metro de hielo. Sobre el hielo se acumulaba más de un metro de nieve. Todo era un manto blanco e inmaculado, con suaves ondulaciones allí donde las bajas temperaturas habían formado grandes masas de hielo. De Norte a Sur, hasta donde alcanzaba la vista, la blancura se extendía sólo interrumpida por una línea oscura y fina que se curvaba y retorcía al Sur, desde la isla cubierta de falsos abetos, y se curvaba y retorcía al Norte, donde desaparecía tras otra isla igualmente cubierta de abetos. Esta línea oscura y fina era el camino —la ruta principal— que recorría casi ochocientos kilómetros en dirección Sur hasta el Paso de Chilccot, Dyea y el agua salada; ciento cincuenta kilómetros en dirección Norte hasta Dawson, y otros mil seiscientos hasta Nulato, para terminar en St. Michael, a orillas del mar de Bering, a dos mil cuatrocientos kilómetros de donde se encontraba.

 Ninguna de estas cosas —la ruta larga, fina y misteriosa, la ausencia de sol en el cielo, el frío atroz y extraño que todo resultaba en su conjunto— impresionaban al hombre en absoluto. Y no es que estuviera acostumbrado. Era un recién llegado al territorio, un chechaquo, y aquél sería su primer invierno; su problema era que carecía de imaginación. Era listo y despierto para las cosas de la vida, pero sólo para las cosas; no se adentraba en sus significados. Cuarenta y cinco grados bajo cero significaban cuarenta y cinco grados por debajo del punto de congelación. El hecho se traducía en que hacía mucho frío y estaba incómodo, nada más. No lo llevaba a reflexionar sobre su fragilidad frente a las bajas 1 temperaturas, sobre la fragilidad del ser humano en general, una criatura sólo capaz de vivir dentro de ciertos límites de frío y de calor; ni tampoco a perderse en conjeturas sobre la inmortalidad y el lugar que ocupa el ser humano en el universo. Cuarenta y cinco grados bajo cero equivalían a

que el hielo cortaba como un cuchillo y que había que protegerse con manoplas, orejeras, unos mocasines calientes y calcetines gruesos. Cuarenta y cinco grados bajo cero eran para él exactamente cuarenta y cinco grados bajo cero. No le cabía en la cabeza que pudieran ser otra cosa.

Mientras daba media vuelta para seguir su camino escupió para ver qué pasaba. Se llevó un sobresalto al oír un chasquido seco, semejante a una explosión. Volvió a escupir. Y una vez más la saliva restalló en el aire antes de caer en la nieve. Sabía que a cuarenta y cinco grados bajo cero la saliva crujía al entrar en contacto con la nieve, pero no que restallara en el aire. Seguramente la temperatura era inferior a cuarenta y cinco bajo cero, aunque ignoraba cuánto. Pero la temperatura no le importaba. Se dirigía a un antiguo campamento situado en la horqueta izquierda del arroyo Henderson, donde lo esperaban sus compañeros. Ellos ya habían llegado atravesando la divisoria del arroyo Indian, mientras que él prefirió dar un rodeo para estudiar la posibilidad de explotar la madera de las islas del Yukón la próxima primavera. Llegaría al campamento a las seis en punto; para entonces ya habría oscurecido, cierto, pero los muchachos habrían encendido una fogata y tendrían preparada una cena caliente. En cuanto al almuerzo… palpó con la mano el bulto que asomaba bajo su zamarra. Lo llevaba debajo de la camisa, envuelto en un pañuelo y en contacto con la piel desnuda. Era la única manera de evitar que se congelara. Sonrió con satisfacción al evocar los dos panecillos abiertos por la mitad y empapados en grasa, que contenían sendas lonchas de

panceta frita.

Se adentró por el bosque de falsos abetos, hundiéndose en la nieve. Apenas se distinguía la senda. Se habían acumulado treinta centímetros de nieve desde que pasó por allí el último trineo, y se alegró de viajar a pie y ligero de equipaje. A decir verdad, sólo llevaba su almuerzo envuelto en el pañuelo. Le asombró sin embargo la intensidad del frío. Hacía un frío que pelaba, concluyó, mientras se frotaba la nariz y los pómulos insensibles con la mano enfundada en la manopla. Lucía bigote y barba, pero el vello facial no le protegía los altos pómulos ni la nariz impaciente, que embestía belicosa el aire gélido.

Pegado a sus talones trotaba un perro esquimal, el genuino perro lobo de pelo gris y carácter muy similar al de su hermano, el lobo salvaje. El animal estaba abrumado por la severidad del frío. Sabía que no era un buen momento para viajar. Su instinto era más certero que el raciocinio del hombre. En realidad no estaban a cuarenta y cinco grados bajo cero; estaban a más de cincuenta grados bajo cero y a más de cincuenta y cinco bajo cero. Estaban a sesenta bajo cero. A sesenta grados por debajo del punto de congelación. El perro no sabía nada de termómetros. Puede que su cerebro ni siquiera tuviera una conciencia del frío extremo tan clara como la del hombre, pero contaba con su instinto.

Un temor impreciso aunque amenazador dominaba por completo al animal, lo obligaba a pegarse a los talones del hombre y lo inducía a

interrogarse con angustia ante cualquier movimiento imprevisto de éste, como si esperase verlo llegar al campamento o que buscara refugio en alguna parte y encendiera una fogata. El perro conocía el fuego y lo anhelaba; si no el fuego, al menos cobijarse bajo la nieve y hacerse un ovillo bajo su manto cálido, a resguardo del aire.

El gélido vaho de su respiración le cubría la piel con una fina capa de escarcha, sobre todo los morros y las pestañas, teñidos de blanco por el aliento cristalizado. También el bigote del hombre y la barba rojiza se habían congelado, pero en su caso la escarcha era más sólida, cobraba la forma del hielo y aumentaba cada vez que exhalaba el aliento húmedo y cálido. Además, iba mascando tabaco, y la mordaza de hielo le causaba tal rigidez en los labios que cuando escupía el jugo era incapaz de limpiarse el mentón. El resultado era una barba cristalizada, del color y la consistencia del ámbar, que crecía constantemente y que, si el hombre cayera al suelo, se haría añicos como el cristal. Pero al hombre no le molestaba este apéndice. Era el castigo que los aficionados a mascar tabaco debían pagar en esa región del país, y el hombre ya había pasado dos olas de frío a la intemperie. No fueron tan duras como en esta ocasión, de eso 2 estaba seguro, aunque sabía que el termómetro de alcohol de Sixty Mile llegó a registrar temperaturas de entre cuarenta y cinco y cincuenta grados bajo cero.

 Anduvo varios kilómetros por la planicie del bosque, cruzó una amplia llanura cubierta de matorrales y descendió por un barranco hasta el cauce de un riachuelo. Había llegado al arroyo Henderson y sabía que se hallaba a dieciséis kilómetros de la bifurcación. Miró el reloj. Eran las diez en punto. Avanzaba a un ritmo de seis kilómetros por hora y calculaba que llegaría a la bifurcación a las doce y media. Decidió que celebraría el acontecimiento deteniéndose a almorzar en ese punto.

El perro volvió a pegarse a sus talones, abatido y con el rabo entre las patas, cuando el hombre echó a andar con paso inseguro por el lecho del arroyo. Los surcos de la vieja ruta de trineos aún resultaban visibles, pero treinta centímetros de nieve cubrían las huellas de los últimos patines. Nadie había subido o bajado por aquel arroyo silencioso desde hacía un mes. El hombre avanzaba a paso regular. Era poco dado a pensar y en ese momento sólo pensaba en que comería cuando llegase a la bifurcación y en que a las seis de la tarde ya estaría en el campamento con los compañeros. No tenía con quién hablar, y de haberlo tenido, le habría sido imposible, por. la mordaza de hielo que le atenazaba la boca, así que siguió masticando tabaco monótonamente y alargando poco a poco su barba de ámbar.

De vez en cuando se reafirmaba en la idea de que hacía mucho frío, que nunca había sentido tanto frío. Se frotaba mecánicamente las mejillas y la nariz con el dorso de una mano enfundada en la manopla, alternando la derecha con la izquierda; pero en el preciso instante en que dejaba de frotarse, las mejillas se le entumecían y un segundo después se le dormía la punta de la nariz. Estaba seguro de que tenía las mejillas heladas; lo sabía y lamentaba profundamente no haber ingeniado algo para cubrirse, como hacía Bud en los días muy fríos, que se protegía la nariz y las mejillas con una banda de tela. Pero tampoco era para tanto. ¿Qué importancia tenían unas mejillas heladas? Sólo dolían un poco, nada más; nada grave.

Aunque poco dado al pensamiento, era  muy observador y reparaba en los cambios en el arroyo, en las curvas y los meandros, en los depósitos de troncos y ramas arrastrados por las aguas del deshielo, y miraba con cien ojos dónde ponía los pies. En cierta ocasión, al doblar un recodo se sobresaltó como un caballo espantado, se alejó del lugar por el que iba andando y retrocedió unos pasos por donde había venido. Sabía que el arroyo estaba helado hasta el fondo —ningún arroyo podía contener agua en el invierno ártico—, pero también sabía que había manantiales que brotaban en las laderas y corrían bajo la nieve, sobre la capa helada del arroyo. Sabía que aquellos manantiales nunca llegaban a congelarse, aun con el frío más intenso, y conocía sus peligros. Eran auténticas trampas. Escondían lagunas bajo la nieve que podían alcanzar entre diez centímetros y un metro de profundidad. A veces aparecían cubiertas por una fina capa de hielo de poco más de un centímetro de grosor, oculta a su vez bajo la nieve. Otras veces las capas de agua alternaban con las de hielo, de tal suerte que, si al pisar se rompía la primera, también se romperían las capas sucesivas, y uno podía acabar mojado hasta la cintura.

Por eso le entró tal pánico. Notó que el suelo cedía bajo sus pies y oyó el crujido de la capa de hielo escondida bajo la nieve. Mojarse los pies a esa temperatura era peligroso. Como mínimo se retrasaría, pues no tendría más remedio que detenerse y encender una fogata para calentarse los pies desnudos mientras se secaban los calcetines y los mocasines. Se detuvo a examinar el cauce y las orillas del arroyo y concluyó que la corriente de agua venía de la derecha. Reflexionó

unos instantes, frotándose la nariz y las mejillas, y dio un rodeo hacia la izquierda, pisando con cautela y poniendo a prueba el equilibrio a cada paso que daba. Una vez pasado el peligro, se metió en la boca un puñado de tabaco fresco y reanudó la marcha a un ritmo de seis kilómetros por hora.

En el curso de las dos horas siguientes tropezó con varias trampas similares. Normalmente la nieve que ocultaba las lagunas estaba hundida y presentaba una apariencia glaseada que advertía del peligro. Una vez, sin embargo, se libró por muy poco, y en otra ocasión, presintiendo el riesgo, obligó al perro a ir por delante. El perro se negaba a avanzar. Se resistió hasta que el hombre le dio un empujón, y sólo entonces cruzó a toda 3 prisa la superficie lisa y blanca. El hielo se quebró de repente, y el animal se tambaleó y se alejó en busca de un terreno más firme. Se había mojado las patas delanteras, y el agua se convirtió en hielo en cuestión de segundos. Sin perder un instante, el perro empezó a lamerse el hielo de las patas, se dejó caer sobre la nieve y se arrancó a mordiscos la capa que se le había formado entre las uñas. Reaccionó de este modo por puro instinto. Si no se quitaba el hielo le saldrían heridas. El perro no lo sabía; se limitó a obedecer a un impulso insondable que surgía de lo más hondo de su ser. El hombre sí lo sabía, su raciocino le permitía formarse una opinión, y se quitó la manopla de la mano derecha para ayudarle a arrancarse los cristales de hielo. No tuvo los dedos expuestos al aire más de un minuto, y le asombró lo deprisa que se le entumecieron. ¡Caramba si hacía frío! Se puso la manopla a toda prisa y se golpeó la mano con furia contra el pecho.

A las doce de la mañana el día alcanzó su momento de máxima claridad, pese a que el sol se encontraba demasiado al Sur, en su viaje invernal, para iluminar el horizonte. La tierra se interponía entre el astro y el arroyo Henderson, y el hombre caminaba bajo el cielo despejado del mediodía sin proyectar sombra alguna. A las doce y media en punto llegó a la bifurcación del arroyo. Se felicitó por el buen ritmo de la caminata. De seguir así, a las seis estaría sin falta con sus compañeros. Se desabrochó la zamarra y la camisa y sacó el almuerzo. Esta acción no le llevó más de quince segundos, que sin embargo bastaron para que el entumecimiento se apoderara de sus dedos. En vez de ponerse la manopla, se golpeó los dedos doce veces contra el muslo. A continuación se sentó a comer sobre un tronco cubierto de nieve. Le asombró la rapidez con que cesaba el escozor que sintió en los dedos al golpearlos contra el muslo. Ni siquiera tuvo tiempo de probar el pan. Volvió a sacudirse los dedos, se puso la manopla y se descubrió la otra mano para comer. Trató de dar un bocado, pero la mordaza de hielo no se lo permitió. Se había olvidado de encender una fogata para derretirla. Se rió de su descuido y, al

hacerlo, advirtió que los dedos de la mano que acababa de dejar expuesta empezaban a entumecerse. También notó que el escozor que había sentido en los dedos de los pies al sentarse se iba atenuando. Se preguntó si sería porque los dedos estaban calientes o porque habían perdido la sensibilidad. Los movió dentro de los mocasines y llegó a la conclusión de que los tenía entumecidos.

Se puso la manopla apresuradamente y se levantó. Estaba un poco asustado. Empezó a dar patadas en el suelo hasta que volvió a sentir el escozor en los pies. Hacía un frío de mil demonios, eso pensó. Aquel hombre de Arroyo Salado no mentía cuando le habló de las bajas temperaturas que llegaban a alcanzarse en esa región. ¡Y él se había echado a reír! Eso demostraba que uno nunca debe estar demasiado seguro de las cosas. Hacía un frío espantoso, no cabía la menor duda. Se puso a dar vueltas, a dar patadas y a mover los brazos, hasta que sintió que entraba en calor. Sacó entonces las cerillas y se dispuso a encender una fogata. Cogió la leña de los matorrales, donde las aguas del deshielo de la primavera anterior habían dejado enredadas algunas ramas secas. Alimentando el fuego con sumo cuidado no tardó en conseguir una rugiente hoguera, y al calor de las llamas pudo fundir el hielo que le cubría el rostro y protegerse mientras almorzaba. Por el momento se había burlado del frío. El perro acogió el fuego con satisfacción y se tendió a la distancia justa para calentarse sin llegar a quemarse.

Cuando hubo terminado, el hombre cargó su pipa y disfrutó tranquila y plácidamente. Luego se puso las manoplas, se ajustó las orejeras y tomó la senda que ascendía por la orilla izquierda del riachuelo. El perro se llevó una desilusión, pues quería quedarse junto al fuego. Aquel hombre no sabía lo que era el frío. Era posible que sus antepasados, generación tras generación, nunca hubieran llegado a conocer el frío, el frío de verdad, el que alcanza los setenta y siete grados por debajo del punto de congelación. El perro sí lo sabía; sus antepasados lo sabían y él había heredado ese conocimiento. Sabía que no era prudente caminar bajo aquel frío aterrador. A esas temperaturas había que acurrucarse en un acogedor agujero en la nieve y esperar a que una cortina de nubes se tendiera sobre el cielo. Pero el hombre y el perro no tenían una relación de intimidad. El uno era el esclavo del otro, el que se encargaba del trabajo más duro, y las únicas caricias que el animal había recibido eran las caricias del látigo y los broncos y amenazadores sonidos que lo precedían. Por eso no se molestó en comunicar al hombre sus temores. No le 4 preocupaba el bienestar del hombre; era su propia seguridad la que producía esa resistencia a abandonar el fuego. Pero el hombre silbó y emitió los sonidos que acompañaban al látigo, y el perro lo siguió pegado a sus talones.

El hombre se metió en la boca otra bola de tabaco y comenzó a construir una nueva barba de ámbar. Su aliento no tardó en salpicarle el bigote, las cejas y las pestañas de un polvillo blanco. Por lo visto no había tantos manantiales en la margen izquierda del Henderson, y anduvo media hora sin advertir ningún peligro. Y entonces ocurrió. En un lugar donde nada lo indicaba, donde la nieve intacta y blanca daba muestras de ser sólida, el hombre pisó una placa de hielo. No era profunda, pero se hundió hasta las rodillas antes de alcanzar terreno firme.

Se enfureció y maldijo su suerte en voz alta. Confiaba en llegar al campamento a las seis en punto, y el percance le retrasaría lo menos una hora, pues tendría que encender una fogata para secarse los pies. Era imprescindible a tan bajas temperaturas: eso al menos sí lo sabía. Se acercó a la orilla y trepó por el terraplén. En la cima, enredado en la maleza que crecía entre los troncos de los abetos más jóvenes, encontró un depósito de leña, principalmente ramas y ramitas, pero también algunos troncos y hierbas secas de la primavera anterior. Amontonó los troncos más grandes sobre la nieve. Con ellos construiría la base de la hoguera e impediría que la pequeña llama se hundiera en la nieve y la derritiera. Obtuvo la llama prendiendo con una cerilla un trozo de corteza de abedul que llevaba en el bolsillo. La corteza de abedul ardía mejor que el papel. La acercó a la base de troncos y la alimentó con hebras de hierba seca y las ramas más finas. Trabajó despacio, con paciencia, muy consciente del peligro que corría. Poco a poco, conforme la llama cobraba intensidad, fue aumentando el tamaño de las ramas con las que alimentaba la fogata. Se acuclilló en la nieve para extraer la maraña de ramas enredada en los arbustos y arrojarlas al fuego. Sabía que no podía permitirse el más mínimo error. Un hombre no puede fracasar en su primer intento de encender una fogata cuando se encuentra a sesenta grados bajo cero con los pies mojados. Si fracasa, pero tiene los pies secos, aún puede recorrer otro kilómetro para restablecer la circulación de la sangre, pero a sesenta bajo cero es imposible restablecer la circulación de la sangre en unos pies mojados y helados. Por mucho que uno corra los pies se terminan congelando.

El hombre lo sabía. El veterano de Arroyo Salado se lo había contado el otoño anterior, y ahora agradecía sus consejos. A esas alturas ya no sentía los pies. Para encender la hoguera había tenido que quitarse las manoplas y se le habían entumecido los dedos. La caminata a razón de seis kilómetros por hora permitió que el corazón siguiera bombeando sangre a las extremidades y la superficie de su cuerpo, pero el ritmo del bombeo disminuyó en el instante en el que se detuvo. El frío azotaba sin piedad esa esquina desprotegida del planeta, y el hombre, por encontrarse allí, recibía el castigo en todo su rigor. La sangre retrocedía ante el azote del frío. La sangre estaba viva, como el perro, y como el perro quería esconderse, ponerse al abrigo de aquel frío glacial. Mientras había seguido en marcha, a razón de seis kilómetros por hora, el corazón, mal que bien, había logrado bombear la sangre, pero al quedarse quieto, el flujo sanguíneo retrocedió y se replegó hacia las cavidades más profundas de su cuerpo. Las extremidades fueron las primeras en acusar su ausencia. Los pies mojados se congelaban más deprisa, y los dedos, sin las manoplas, se entumecían a gran velocidad, aunque aún no estaban helados. Empezaba a notar la congelación en la nariz y las mejillas, al enfriarse la piel con la retirada del flujo sanguíneo.

Pero estaba a salvo. La congelación sólo afectaría a la nariz, las mejillas y los dedos de los pies, porque la fogata ya comenzaba a arder con fuerza. La alimentaba con ramas del grosor de un dedo. En cuestión de un minuto podría arrojar troncos del grosor de la muñeca, y entonces se quitaría los mocasines y los calcetines mojados y se calentaría los pies al fuego, frotándolos primero con nieve, naturalmente. La fogata era un éxito. Estaba a salvo. Recordó los consejos del veterano de Arroyo Salado y sonrió. El anciano había enunciado solemnemente la ley según la cual ningún hombre debe viajar solo por la región del Klondike a cuarenta y cinco grados bajo cero. Pues bien, allí estaba él: había sufrido un accidente, iba solo y se había salvado. Esos veteranos a veces eran unos cobardicas, pensó. Lo 5 único que tenía que hacer un hombre era no perder la cabeza, y eso estaba haciendo él. Un hombre de verdad podía viajar solo. Le sorprendía, no obstante, la velocidad con que se congelaban la nariz y las mejillas, y jamás había sospechado que los dedos pudieran quedarse sin vida en tan poco tiempo. Sin vida estaban los suyos, pues a duras penas lograba moverlos para alcanzar una rama, y los sentía muy lejos de su cuerpo, ajenos a él. Cada vez que cogía una rama tenía que mirar para cerciorarse de que la había sujetado. Apenas había contacto entre su cerebro y las yemas de los dedos.

Nada de esto importaba gran cosa. Contaba con el fuego, que restallaba, chisporroteaba y encerraba una promesa de vida en cada una de sus llamas juguetonas. Empezó a desatarse los mocasines cubiertos de hielo. Los gruesos calcetines alemanes se habían convertido en fundas de hierro que le llegaban hasta las pantorrillas, y los cordones de los zapatos en varas de acero torcidas y enredadas por una conflagración. Trató de desatarlos con los dedos entumecidos y, tras comprender que sería inútil, sacó su cuchillo.

Pero no llegó a cortar los cordones. La culpa era suya o, mejor dicho, había cometido un error. No debió encender la fogata debajo de un árbol.

Tendría que haberla encendido en campo abierto, pero le pareció más sencillo desprender las ramas de los matorrales y arrojarlas directamente al fuego. Resultó que el árbol en cuestión estaba cubierto de nieve. Hacía semanas que no soplaba el viento y las ramas estaban muy cargadas. Cada vez que tiraba de una rama producía una leve agitación en el árbol, una sacudida imperceptible para él, pero suficiente para desencadenar el desastre. Una de las ramas más altas se desprendió de su carga de nieve. La nieve se acumuló en las ramas inferiores y el proceso fue repitiéndose y propagándose por todo el árbol. Cobró la fuerza de una avalancha y cayó sin previo aviso sobre el hombre y la fogata, sepultándola bajo la nieve. Donde antes ardían las llamas ahora sólo quedaba un montón de nieve fresca y desordenada.

El hombre estaba atónito, como si acabara de recibir su sentencia de muerte. Se quedó un rato inmóvil, contemplando el lugar donde momentos antes ardía el fuego. Se levantó muy despacio. El veterano de Arroyo Salado quizá estuviera en lo cierto. Si tuviera un compañero de viaje su vida no correría peligro. Su compañero podría volver a encender la hoguera. El caso es que no tenía más remedio que hacerlo él mismo, y esta vez no podía permitirse ningún error. Aunque lo lograra, probablemente perdería algunos dedos de los pies. A esas alturas ya debían de estar congelados, y aún tardaría un buen rato en encender el fuego.

Tales fueron sus pensamientos, pero no se quedó sentado a cavilar. Estuvo atareado mientras estas ideas le pasaban por la cabeza. Construyó la base de la nueva fogata esta vez en un claro, donde ningún árbol traicionero pudiera sepultarla. Reunió luego un montón de hojas secas y ramas finas arrastradas por la crecida del deshielo. Aunque no acertaba a cogerlas con los dedos, una a una, consiguió sacar un manojo. Al hacerlo arrancó muchas ramas podridas y trozos de musgo verde que eran peligrosos, pero no pudo evitarlo. Trabajó metódicamente y hasta logró reunir un haz de las ramas más gruesas con intención de usarlas más adelante, cuando el fuego cobrara fuerza. El perro no dejó de observarlo en ningún momento, con la ansiedad reflejada en sus ojos, pues lo consideraba el proveedor del fuego, y el fuego tardaba en llegar.

Cuando tuvo todo a punto, se llevó una mano al bolsillo para sacar otro trozo de corteza de abedul. Sabía que estaba allí: no la sentía con los dedos, pero la oía crujir al buscarla a tientas. Por más que se esforzaba no acertaba a cogerla. Y entretanto no podía quitarse de la cabeza la idea de que los pies seguían congelándose a cada segundo. Este pensamiento lo llenó de pánico, pero trató de combatirlo y conservar la calma. Se puso las manoplas con ayuda de los dientes y empezó a agitar los brazos y a sacudir las manos contra los costados con todas sus fuerzas, primero sentado y luego de pie. El perro seguía sentado en la nieve, con su densa cola de lobo enroscada entre las patas delanteras para darse calor y sus orejas de lobo muy tiesas e inclinadas hacia delante, sin apartar sus ojos del hombre. Y mientras agitaba los brazos y sacudía las manos, invadió al hombre un sentimiento de enorme envidia por aquel animal, caliente y seguro bajo su manto de piel natural.

Al cabo de un rato notó las primeras señales remotas de que sus dedos ateridos recuperaban 6 alguna sensación. El leve cosquilleo inicial cobró fuerza gradualmente hasta convertirse en un dolor agudo, insoportable, que él recibió no obstante con gran satisfacción. Se quitó la manopla de la mano derecha y buscó la corteza de abedul. Los dedos desprotegidos volvían a entumecerse muy deprisa. Acto seguido sacó la caja de fósforos, pero el frío, tremendo, había acabado con la vida de sus dedos. En el intento de separar una cerilla de las demás se le cayó el montón en la nieve. Trató de recogerlo y no pudo. Los dedos, muertos, no eran capaces de doblarse. Puso el mayor de los cuidados. Apartó de su cabeza la idea de que los pies, la nariz y las mejillas se estaban congelando y se entregó en cuerpo y alma a la tarea de recoger las cerillas. Miró con atención, sirviéndose de la vista en lugar del tacto, y cuando comprobó que los dedos estaban a cada lado del montón de cerillas, los cerró, o mejor dicho quiso cerrarlos, porque los nervios ya no funcionaban y los dedos no obedecieron. Se puso la manopla derecha y se golpeó la rodilla con furia. Luego, con las dos manos enfundadas, recogió el montón de cerillas, mezclado con un puñado de nieve, y se lo puso en el regazo. Pero no había avanzado gran cosa. 

Tras numerosos intentos, sin quitarse las manoplas, por fin logró apresar el montón de cerillas con la base de las manos y llevárselo a la boca. La mordaza de hielo que le cubría los labios crujió y se quebró cuando, tras un violento esfuerzo, consiguió separarlos. Contrajo la mandíbula inferior, curvó hacia dentro el labio superior para que no interfiriera y atrapó el montón entre los dientes con intención de separar una cerilla. Superó la prueba y dejó caer la cerilla sobre el regazo. Pero seguía sin avanzar gran cosa. No podía cogerla. Entonces se le ocurrió una idea. La sujetó entre los dientes y la frotó contra la rodilla. Veinte veces tuvo que frotar hasta que logró encenderla. Sin soltarla de los dientes acercó la cerilla a la corteza de abedul, pero el azufre que desprendía la llama le entró por la nariz, llegó a sus pulmones y le produjo un ataque de tos. La cerilla cayó en la nieve y se apagó.

El veterano de Arroyo Salado tenía razón, pensó, en el momento de desesperación contenida que siguió a este incidente, cuando le aseguró que a cuarenta y cinco grados bajo cero hay que viajar siempre acompañado. Sacudió las manos, mas no logró despertar en ellas ninguna sensación. Se quitó las manoplas con los dientes y atrapó el montón de cerillas con la base de las manos. Los músculos de los brazos aún no se habían congelado y le permitieron sujetar las cerillas con fuerza. A continuación las frotó contra la pierna. ¡Setenta fósforos prendieron a la vez! No soplaba viento alguno que pudiera apagarlos. Apartó la cabeza para protegerse del humo sofocante y arrimó el montón de cerillas ardiendo a la corteza de abedul. Mientras lo hacía tomó conciencia de una sensación en la mano. Se estaba quemando. Olía a carne chamuscada y lo sentía muy dentro de la piel. Esta primera sensación se convirtió en un dolor intenso. Aún así lo soportó, sosteniendo la llama torpemente para prender la corteza de abedul, que no se encendía, porque las manos se interponían en el camino y absorbían la mayor parte del fuego.

Cuando no pudo resistir más, separó las manos de golpe. Las cerillas chisporrotearon al caer en la nieve, pero la corteza de abedul había prendido. Comenzó a alimentar la llama con hierbas secas y ramas finas. No podía elegir, pues tenía que cogerlas con la base de las manos. Separaba con los dientes, como buenamente podía, los trozos de musgo verde y madera podrida mezclados con las ramas, y protegía celosamente la llama, pues de esa llama dependía su vida y no podía permitir que pereciera. La sangre se retiró de la superficie de su cuerpo y el hombre empezó a tiritar, de tal modo que sus movimientos se volvieran más torpes. Un trozo de musgo verde cayó sobre su pequeña llama. Probó a apartarlo con los dedos, pero el temblor no le permitía calcular la distancia y terminó desbaratando el núcleo de la hoguera, al separar y desperdigar en el intento las hierbas y las ramas que ya habían prendido. Trató de reunirlas de nuevo, pero por más empeño que puso en la faena, el temblor se salió con la suya y las ramas se dispersaron sin remedio. Cada rama soltó una bocanada de humo y se apagó. El proveedor del fuego había fracasado. Miró en torno con abatimiento y reparó por casualidad en el perro, que seguía sentado en la nieve, junto a las ruinas de la fogata, y se rebullía de inquietud, levantando primero una pata y luego la otra para cambiar alternativamente el peso de su cuerpo con ávida impaciencia.

Al verlo tuvo una ocurrencia descabellada. Recordó haber oído la historia de un hombre que, 7 atrapado en una tormenta de nieve, mató un ciervo, lo abrió en canal y se salvó introduciéndose en su cuerpo. Mataría al perro y hundiría las manos en sus cálidas entrañas hasta que el entumecimiento desapareciera. Después podría encender otra fogata. Llamó al perro para que se acercara, pero el animal detectó una extraña nota de temor en la voz del hombre y se asustó, pues nunca lo había oído hablar de ese modo. Algo pasaba, y su naturaleza desconfiada presintió el peligro: ignoraba cuál era el peligro, mas por alguna razón, en algún rincón de su cerebro despertó el miedo al hombre. Agachó las orejas, y sus movimientos, su inquietud, su manera de rebullirse y de levantar alternativamente las patas delanteras se acrecentaron, pero no se acercó. El hombre se puso a cuatro patas y se arrastró hacia él. Tan insólita postura volvió a despertar las sospechas del perro, que se apartó atemorizado. 

El hombre se sentó un momento en la nieve y luchó por no perder la calma. Acto seguido se puso las manoplas con ayuda de los dientes y se incorporó. Tuvo que mirar el suelo para cerciorarse de que se había levantado, porque la ausencia de sensibilidad en los pies no le permitía notar el contacto con la tierra. Los recelos del perro se disiparon al ver al hombre erguido, y cuando éste volvió a hablarle en tono autoritario, con el sonido del látigo en su voz, el animal hizo gala de su lealtad y volvió a su lado. Viendo que lo tenía al alcance de la mano, el hombre perdió los nervios. Lanzó los brazos para capturarlo y se llevó una sorpresa mayúscula al descubrir que las manos no respondían, que no podía moverlas y que no sentía los dedos. Había olvidado que estaban congelados y que el proceso se agravaba por momentos. Todo esto ocurrió muy deprisa, y antes de que el animal pudiera escapar, lo atrapó con los brazos. Se sentó en la nieve para agarrarlo bien, porque el perro no paraba de gruñir, de gemir y de forcejear.

Pero sujetarlo con los brazos era lo único que podía hacer. Comprendió que no podía matarlo. Era imposible. Con las manos congeladas no podía ni empuñar el cuchillo ni estrangularlo. Lo soltó, y el perro huyó corriendo con el rabo entre las patas, sin dejar de gruñir. Se detuvo a algo más de diez metros y examinó al hombre con gesto de curiosidad, las orejas muy erguidas e inclinadas hacia delante. El hombre se buscó las manos con la mirada y las vio colgadas de los extremos de sus brazos. Le pareció muy raro que tuviera que servirse de los ojos para encontrar sus manos. Empezó a agitar los brazos y a sacudirse las manos contra los costados. Así estuvo cinco minutos, con todas sus fuerzas, hasta que el corazón empezó a bombear la sangre suficiente para detener los temblores. Pero seguía sin sentir las manos. Tenía la sensación de que colgaban como pesos muertos de los extremos de sus brazos, pero si trataba de seguir el rastro de esa sensación no lo encontraba.

Le asaltó el miedo a la muerte, un miedo oscuro y angustioso. El temor se agudizó al comprender que ya no se trataba de la congelación de los dedos de las manos o los pies, ni siquiera de la posibilidad de perder las manos y los pies, sino que era cuestión de vida o muerte y las circunstancias obraban en su contra. La idea le causó pánico. Dio media vuelta y echó a correr por el viejo camino, apenas perceptible, que discurría por el lecho del arroyo. El perro lo siguió sin separarse de su lado. Corría ciegamente, sin propósito alguno, presa de un terror como no había sentido en toda su vida. Poco a poco, sin dejar de tambalearse y de hundirse en la nieve, comenzó a ver de nuevo el paisaje circundante: las orillas del arroyo, los montones de ramas acumuladas, los álamos desnudos y el cielo. La carrera le hizo sentirse mejor. Ya no tiritaba. Tal vez, si seguía corriendo, los pies se descongelarían, incluso era posible que si corría lo suficiente lograse llegar al campamento con sus compañeros. Perdería varios dedos de las manos y los pies y parte de la cara, de eso estaba seguro, pero los muchachos se ocuparían de cuidarlo y salvarían el resto de su cuerpo. Sin embargo, otro pensamiento le decía al mismo tiempo que jamás llegaría al campamento, que se encontraba a muchos kilómetros, que los síntomas de congelación se habían apoderado de él, y que pronto estaría agarrotado y muerto. Relegó este pensamiento a un lugar más recóndito de su mente, y se negó a analizarlo. La idea pugnaba a veces por hacerse oír, pero volvía a apartarla y se esforzaba en pensar en otras cosas.

Le extrañó que pudiera correr con los pies tan helados, pues ni siquiera los sentía al pisar el suelo y cargar sobre ellos todo el peso de su cuerpo. Tenía la sensación de deslizarse sobre la superficie de la tierra sin apenas rozarla. Una vez, 8

en alguna parte, recordaba haber visto un Mercurio alado, y se preguntó si Mercurio sentiría lo mismo que él al pasar rozando la tierra.

La teoría de seguir corriendo hasta el campamento tenía un fallo: no aguantaría. Varias veces tropezó y al final perdió pie y cayó al suelo. Trató de levantarse, pero no pudo. Decidió sentarse, descansar un rato y reanudar la marcha al paso en lugar de correr. Mientras recuperaba el aliento percibió una sensación de tibieza y bienestar. Los temblores habían cesado y hasta le pareció sentir un calor muy agradable en el pecho y el tronco. Sin embargo, cuando se tocaba la nariz o las mejillas no experimentaba ninguna sensación. Correr no había servido para descongelarlas. Tampoco para descongelar las manos y los pies. Volvió a asaltarlo la idea de que la congelación se estaba extendiendo por todo su cuerpo. Hizo cuanto pudo por sofocar este pensamiento, por olvidarlo, por pensar en otra cosa, pues era consciente del pánico que le causaba y tenía miedo al pánico. Pero el pensamiento persistió y ganó terreno hasta que le produjo una visión de su cuerpo congelado. No pudo soportarlo y otra vez echó a correr por el arroyo. Al cabo de un rato aminoró el paso y siguió andando, pero la idea de que la congelación seguía extendiéndose le hizo lanzarse de nuevo a la carrera.

Y cada vez que corría el perro corría tras él, pegado a sus talones. Cuando cayó por segunda vez, el animal metió la cola entre las patas delanteras, se sentó frente a él y lo miró fijamente, con honda curiosidad. Ver al perro caliente y a salvo llenó al hombre de furia, y lo maldijo hasta que el animal agachó las orejas con aire suplicante. Esta vez el temblor se apoderó de él en menos tiempo. Estaba perdiendo la batalla contra el hielo, que atacaba desde todos los flancos. La idea lo animó a seguir adelante, pero no pudo avanzar más de treinta metros antes de tropezar y caer de momento de pánico. Cuando recuperó el aliento y logró dominarse, se sentó en la nieve y pensó que debía encarar la muerte con dignidad. La idea no se presentó en estos términos. Primero pensó que había hecho el ridículo al correr por ahí como un pollo decapitado, tal fue el símil que le vino a la cabeza. Si estaba condenado a morir de frío, lo afrontaría con decencia. Y con esta nueva paz de espíritu se presentaron los primeros síntomas de sopor. ¡Qué buena idea, se dijo, morir mientras dormía! Como anestesiado. La congelación no era tan mala como pensaba la gente. Había muchas maneras peores de morir.

Se imaginó que sus compañeros encontrarían su cadáver al día siguiente. De buenas a primeras, se vio avanzando junto a ellos en busca de su propio cuerpo. Y todavía con ellos dobló un recodo del camino y se encontró tendido en la nieve. Su cuerpo ya no le pertenecía, lo había abandonado y se encontraba con los muchachos, contemplándose tendido en la nieve. La verdad es que hacía mucho frío. Cuando volviera a Estados Unidos podría contar a su familia y a sus amigos el frío que hacía. A esta visión le siguió una imagen del veterano de Arroyo Salado. Lo vio con absoluta nitidez, cómodo y caliente, fumando una pipa.

«Tenías razón, amigo mío, tenías razón», susurró el hombre al veterano de Arroyo Salado.

Y se dejó envolver por el sueño más placentero que había conocido en su vida. El perro seguía sentado frente a él, a la espera. El breve día daba paso al largo y lento crepúsculo. Nada indicaba que el hombre fuera a encender una fogata, además, el perro nunca había visto a un hombre sentado así, en la nieve, sin hacer antes una buena hoguera. A medida que avanzaba el crepúsculo el ansia del fuego se apoderó del perro, que no paraba de levantar las patas para cambiar el peso de la una a la otra, al tiempo que gemía débilmente y agachaba las orejas presagiando el castigo del hombre. Pero el hombre seguía en silencio. Al cabo de un rato el perro lanzó un gemido más hondo. Y aún después se acercó al hombre y detectó el olor de la muerte. Se erizó y retrocedió. Se quedó un poco más a su lado, aullando bajo las estrellas que cabrilleaban en el cielo luminoso y frío. Por fin dio media vuelta y se alejó por el camino a trote ligero, en dirección al campamento, donde se encontraban los otros proveedores de alimento y de fuego.

Para esta semana invitamos al excelente Edgar Allan Poe, con su relato:

Los hechos en el caso de M. Valdemar.

Desde luego que no fingiré estar asombrado ante el hecho de que el extraordinario caso de M. Valdemar haya excitado tanto la discusión. Habría sido un milagro que así no fuese, especialmente debido a sus circunstancias. A causa del deseo de todos los interesados de ocultar el asunto del público, al menos por ahora, o hasta que tuviéramos nuevas oportunidades de investigación —a través de nuestros esfuerzos al efecto—, una relación incompleta o exagerada se ha abierto camino entre la gente y se ha convertido en la fuente de muchas interpretaciones falsas y desagradables y, naturalmente, de un gran escepticismo.

Ahora se ha hecho necesario que yo dé cuenta de los hechos, tal como yo mismo los entiendo. Helos sucintamente aquí:

En estos tres últimos años, mi atención se vio repetidamente atraída por el mesmerismo; y hace aproximadamente nueve meses que de pronto se me ocurrió que, en la serie de experiencias realizadas hasta ahora, había una importante e inexplicable omisión: nadie había sido aún mesmerizado in articulo mortis. Hacía falta saber, primero, si en tal estado existía en el paciente alguna receptividad a influencia magnética; segundo, si en caso existir, era ésta disminuida o aumentada por su condición; tercero, hasta qué punto, o por cuánto tiempo, podría la invasión de la muerte ser detenida por la operación. Había otros puntos por comprobar, pero éstos excitaban en mayor grado mi curiosidad, especialmente el último, por el importantísimo carácter de sus consecuencias.

Buscando en torno mío algún sujeto que pudiese aclararme estos puntos, pensé en mi amigo M. Ernest Valdemar, el conocido compilador de la Bibliotheca Forensica, y autor (bajo el nom de plume de Issachar Marx) de las visiones polacas de Wallenstein y Gargantua.

M. Valdemar, que residía principalmente en Harlem, Nueva York, desde el año 1839, llama (o llamaba) particularmente la atención por su extrema delgadez (sus extremidades inferiores se asemejaban mucho a las de John Randolp y también por la blancura de sus patillas, que contrastaban violentamente con la negrura de su cabello, el cual era generalmente confundido con una peluca. Su temperamento era singularmente nervioso, y hacía de él un buen sujeto para la experiencia mesmérica. En dos o tres ocasiones, yo había conseguido dormirle sin mucha dificultad, pero me engañaba en cuanto a otros resultados que su peculiar constitución me habían hecho naturalmente anticipar. Su voluntad no quedaba positiva ni completamente sometida a mi gobierno, y por lo que respecta a la clairvoyance, no pude obtener de él nada digno de relieve. Siempre atribuí mi fracaso en estos aspectos al desorden de su edad. Unos meses antes de conocerle, sus médicos le habían diagnosticado una tisis. En realidad, tenía la costumbre de hablar tranquilamente de su próximo fin, como de un hecho que no podía ser ni evitado ni lamentado.

Cuando se me ocurrieron por primera vez las ideas a que he aludido, es natural que pensase en M. Valdemar. Conocía demasiado bien su sólida filosofía para temer algún escrúpulo por su parte, y él carecía de parientes en América que pudieran oponerse. Le hablé francamente del asunto, y, con sorpresa por mi parte, su interés pareció vivamente excitado. Digo con sorpresa por mi parte porque, aunque siempre se había prestado amablemente a mis experiencias, nunca me había dado con anterioridad la menor señal de simpatía hacia ellas. Su enfermedad era de las que permiten calcular con exactitud la época de la muerte, y al fin convinimos en que me mandaría a buscar unas veinticuatro horas antes del término fijado por los médicos para su fallecimiento.

Hace ahora más de siete meses que recibí del propio M. Valdemar la nota siguiente: Querido P...

 Puede usted venir ahora. D... y F... están de acuerdo en que no puedo pasar de la media noche de mañana, y creo que han acertado la hora con bastante aproximación. Valdemar

Recibí esta nota a la media hora de haber sido escrita, y quince minutos después me hallaba en la habitación del moribundo. No le había visto hacía diez días, y me asustó la terrible alteración que en tan breve intervalo se había operado en él. Su rostro tenía un color plomizo; sus ojos carecían totalmente de brillo y su delgadez era tan extrema que los pómulos le habían agrietado la piel. Su expectoración era excesiva, y el pulso era apenas perceptible. Sin embargo, conservaba de un modo muy notable todo su poder mental y cierto grado de fuerza física. Hablaba con claridad, tomaba sin ayuda algunas drogas calmantes, y, cuando entré en la habitación, se hallaba ocupado escribiendo notas en una agenda. Estaba sostenido en el lecho por almohadas. Los doctores D... y F... le atendían.

Después de estrechar la mano de Valdemar llevé aparte a estos señores, que me explicaron minuciosamente el estado del enfermo. Hacía ocho meses que el pulmón izquierdo se hallaba en un estado semióseo o cartilaginoso, y era, por tanto, completamente inútil para toda función vital. El derecho, en su parte superior estaba también parcialmente, si no todo, osificado, mientras que la región inferior era simplemente una masa de tubérculos purulentos que penetraban unos en otros. Existían diversas perforaciones profundas, y en un punto una adherencia permanente de las costillas. Estos fenómenos del lóbulo derecho eran de fecha relativamente reciente. La osificación se había desarrollado con una rapidez desacostumbrada; un mes antes no se había descubierto aún ninguna señal, y la adherencia sólo había sido observada en los tres últimos días. Independientemente de la tisis, se sospechaba que el paciente sufría un aneurisma de la aorta; pero, sobre este punto, los síntomas de osificación hacían imposible una diagnosis exacta. La opinión de ambos médicos era que M. Valdemar moriría aproximadamente a la medianoche del día siguiente, domingo. Eran entonces las siete de la tarde del sábado.

Al abandonar la cabecera del enfermo para hablar conmigo, los doctores D... y F... le habían dado su último adiós. No tenían intención de volver, pero, a petición mía, consintieron en ir a ver al paciente sobre las diez de la noche.

Cuando se hubieron marchado, hablé libremente con M. Valdemar de su próxima muerte, así como, más particularmente, de la experiencia propuesta. Declaró que estaba muy animado y ansioso por llevarla a cabo, y me urgió para que la comenzase acto seguido. Un enfermero y una enfermera le atendían, pero yo no me sentía con libertad para comenzar un experimento de tal carácter sin otros testigos más dignos de confianza que aquella gente, en caso de un posible accidente súbito. Retrasé, pues, la operación hasta las ocho de la noche siguiente, pero la llegada de un estudiante de Medicina, con el que me unía cierta amistad (Mr. Theodore L...), me hizo desechar esta preocupación. En un principio, había sido mi propósito esperar por los médicos; pero me indujeron a comenzar, primero, los ruegos apremiantes de M. Valdemar, y, segundo, mi convicción de que no había instante que perder, ya que era evidente que agonizaba con rapidez

Mister L… fue tan amable que accedió a mi deseo y se encargó de tomar notas de cuanto ocurriese; así, pues, voy a reproducir ahora la mayor parte de su memorándum, condensado o copiado verbatim.

Eran aproximadamente las ocho menos cinco cuando, tomando la mano del paciente, le rogué que confirmase a Mr. L..., tan claro como pudiera, cómo él, M. Valdemar, estaba enteramente dispuesto a que se realizara con el una experiencia mesmérica en tales condiciones.

Él replicó, débil, pero muy claramente:

—Sí, deseo ser mesmerizado —añadiendo inmediatamente—: Temo que lo haya usted retrasado demasiado.

Mientras hablaba, comencé los pases que ya había reconocido como los más efectivos para adormecerle. Evidentemente, sintió el influjo del primer movimiento lateral de mi mano a través de su frente; pero por más que desplegaba todo mi poder, no se produjo ningún otro efecto más perceptible hasta unos minutos después de las diez, cuando los doctores D... y F… llegaron, de acuerdo con la cita. Les expliqué en pocas palabras lo que me proponía, y como ellos no pusieran ninguna objeción, diciendo que el paciente estaba ya en la agonía, continué sin vacilar, cambiando, sin embargo, los pases laterales por pases de arriba abajo y concentrando mi mirada en el ojo derecho del enfermo.

Durante este tiempo, su pulso era imperceptible y su respiración estertórea, interrumpida a intervalos de medio minuto.

Este estado duró un cuarto de hora sin ningún cambio. Transcurrido este período, no obstante, un suspiro muy hondo, aunque natural, se escapó del pecho del moribundo, y cesaron los estertores, es decir, estos no fueron perceptibles; los intervalos no habían disminuido. Las extremidades del paciente tenían una frialdad de hielo.

A las once menos cinco noté señales inequívocas de la influencia mesmérica. El vidrioso girar del ojo se había trocado en esa penosa expresión de la mirada hacia dentro que no se ve más que en los casos de sonambulismo, y acerca de la cual es imposible equivocarse. Con algunos rápidos pases laterales, hice que palpitaran sus párpados, como cuando el sueño nos domina, y con unos cuantos más conseguí cerrarlos del todo. Sin embargo, no estaba satisfecho con esto, y continué vigorosamente mis manipulaciones, con la plena tensión de la voluntad, hasta que conseguí la paralización completa de los miembros del durmiente, después de haberlos colocado en una postura aparentemente cómoda. Las piernas estaban extendidas, así como los brazos, que reposaban en la cama a regular distancia de los riñones. La cabeza estaba ligeramente levantada.

Cuando llevé esto a cabo, era ya medianoche, y rogué a los señores presentes que examinaran el estado de M. Valdemar. Tras algunas experiencias, admitieron que se hallaba en un estado de catalepsia mesmérica, insólitamente perfecto. La curiosidad de ambos médicos estaba muy excitada. El doctor D... decidió de pronto permanecer toda la noche junto al paciente, mientras el doctor F... se despidió, prometiendo volver al rayar el alba. Mr. L... y los enfermeros se quedaron.

Dejamos a M. Valdemar completamente tranquilo hasta cerca de las tres de la madrugada; entonces me acerqué a él y le hallé en idéntico estado que cuando el doctor F... se había marchado, es decir, que yacía en la misma posición... el pulso era imperceptible; la respiración, dulce, sensible únicamente si se le aplicaba un espejo ante los labios; tenía los ojos cerrados naturalmente, y los miembros tan rígidos y tan fríos como el mármol. Sin embargo, su aspecto general no era ciertamente el de la muerte.

Al aproximarme a M. Valdemar hice una especie de ligero esfuerzo para obligar a su brazo a seguir el mío, que pasaba suavemente de un lado a otro sobre él. Tales experiencias con este paciente no me habían dado antes ningún resultado, y seguramente estaba lejos de pensar que me lo diese ahora; pero, sorprendido su brazo siguió débil y suavemente cada dirección que le señalaba con el mío. Decidí intentar una breve conversación.

—M. Valdemar —dije—, ¿duerme usted?

No contestó, pero percibí un temblor en las comisuras de sus labios, y esto me indujo a repetir la pregunta una y otra vez. A la tercera, su cuerpo se agitó por un levísimo estremecimiento; los párpados se abrieron, hasta descubrir una línea blanca del globo; los labios se movieron lentamente, y a través de ellos, en un murmullo apenas perceptible, se escaparon estas palabras:

—Sí..., ahora duermo. ¡No me despierten! ¡Déjenme morir así!

Toqué sus miembros, y los hallé tan rígidos como siempre. El brazo derecho, como antes, obedecía la dirección de mi mano. Volví a preguntar al sonámbulo:

 —¿Le duele a usted el pecho, M. Valdemar? Ahora, la respuesta fue inmediata, pero aún menos audible que antes.

—No hay dolor... ¡Me estoy muriendo!

No creí conveniente atormentarle más por el momento, y no se pronunció una sola palabra hasta la llegada del doctor F..., que se presentó poco antes de la salida del sol, y que expresó un ilimitado asombro al hallar todavía vivo al paciente. Después de tomarle el pulso y de aplicarle un espejo sobre los labios, me rogó que volviese a hablarle al sonámbulo. Así lo hice, preguntándole:

—M. Valdemar, ¿duerme aún?

Como anteriormente pasaron unos minutos antes de que respondiese, y durante el intervalo el moribundo pareció hacer acopio de energías para hablar. Al repetirle la pregunta por cuarta vez, dijo débilmente, casi de un modo inaudible:

—Sí, duermo... Me estoy muriendo.

Entonces los médicos expresaron la opinión, o, mejor, el deseo de que se permitiese a M. Valdemar reposar sin ser turbado, en su actual estado de aparente tranquilidad, hasta que sobreviniese la muerte, lo cual, añadieron unánimemente, debía ocurrir al cabo de pocos minutos. Decidí, no obstante, hablarle una vez más, y repetí simplemente mi anterior pregunta.

Mientras yo hablaba, se operó un cambio ostensible en la fisonomía del sonámbulo. Los ojos giraron en sus órbitas y se abrieron lentamente, y las pupilas desaparecieron hacia arriba; la piel tomó en general un tono cadavérico, asemejándose no tanto al pergamino como al papel blanco, y las manchas héticas circulares, que hasta entonces se señalaban vigorosamente en el centro de cada mejilla, se extinguieron de pronto. Empleo esta expresión porque la rapidez de su desaparición en nada me hizo pensar tanto como en el apagarse una vela de un soplo. El labio superior, al mismo tiempo, se retorció sobre los dientes, que hasta entonces había cubierto por entero, mientras la mandíbula inferior caía con una sacudida perceptible, dejando la boca abierta y descubriendo la lengua hinchada y negra. Imagino que todos los presentes estaban acostumbrados a los horrores de un lecho mortuorio; pero el aspecto de M. Valdemar era en este momento tan espantoso, sobre toda concepción, que todos nos apartamos de la cama.

Noto ahora que llego a un punto de esta narración en el que cada lector puede alarmarse hasta una positiva incredulidad. Sin embargo, sólo es de mi incumbencia continuar.

Ya no había en M. Valdemar el menor signo de vitalidad y, convencidos de que estaba muerto, íbamos a dejarlo a cargo de los enfermeros cuando se observó en la lengua un fuerte movimiento vibratorio, que continuó tal vez durante un minuto. Cuando hubo acabado, de las mandíbulas separadas e inmóviles salió una voz que sería locura en mí tratar de describir. Hay, no obstante, dos o tres epítetos que podrían considerarse aplicables en parte; podría decir, por ejemplo, que el sonido era áspero, roto y cavernoso, pero el odioso total es indescriptible, por la simple razón de que ningún sonido semejante ha llegado jamás al oído humano. Había, sin embargo, dos particularidades que me hacían pensar entonces, y aun ahora, que podían ser tomadas como características de la entonación y dar alguna idea de su peculiaridad ultraterrena. En primer lugar; la voz parecía llegar a nuestros oídos —al menos a los míos— desde una gran distancia o desde alguna profunda caverna subterránea. En segundo lugar, me impresionó (temo, ciertamente, que me sea imposible hacerme comprender) como las materias gelatinosas o aglutinantes impresionan el sentido del tacto.

He hablado a la vez de “sonido” y de “voz”. Quiero decir que en el sonido se distinguían las sílabas con una maravillosa y estremecedora claridad. M. Valdemar hablaba, evidentemente, en respuesta a la pregunta que le había hecho pocos minutos antes. Yo le había preguntado, como se recordará, si aún dormía. Ahora dijo:

—Sí... No... He estado dormido..., y ahora..., ahora... estoy muerto.

Ninguno de los presentes trató de negar o siquiera reprimir el inexpresable, el estremecedor espanto que estas pocas palabras, así pronunciadas, nos produjo. Mr. L..., el estudiante, se desmayó. Los enfermeros abandonaron inmediatamente la estancia, y fue imposible hacerlos regresar. No pretendo siquiera hacer comprensibles al lector mis propias impresiones. Durante cerca de una hora nos ocupamos silenciosamente —sin que se pronunciase un sola palabra— en que Mr. L... recobrara el conocimiento. Cuando volvió en sí, volvimos a investigar el estado de M. Valdemar. Permanecía, en todos los aspectos, tal como lo he descrito últimamente, con la excepción de que el espejo ya no indicaba la menor señal de respiración. Fue vano un intento de sangría en el brazo. Debo decir, asimismo, que este miembro ya no estaba sujeto a mi voluntad. Me esforcé vanamente en hacerle seguir la dirección de mi mano. La única indicación real de la influencia mesmérica se manifestaba ahora en el movimiento vibratorio de la lengua cada vez que hacía a M. Valdemar una pregunta. Parecía hacer un esfuerzo para responder, pero su voluntad no era bastante duradera. Si cualquier otra persona que no fuese yo le dirigía una pregunta, parecía insensible, aunque yo intentase poner cada miembro de esa persona en relación mesmérica con él. Creo que he relatado ya todo lo necesario para comprender el estado del sonámbulo en este periodo. Conseguimos otros enfermeros, y a las diez abandoné la casa en compañía de los dos médicos y de Mr. L…

Por la tarde volvimos todos a ver al paciente

Su estado continuaba siendo exactamente el mismo. Discutimos acerca de la oportunidad y la factibilidad de despertarlo; pero estuvimos fácilmente de acuerdo en que ningún buen propósito serviría para lograrlo. Era evidente que, hasta entonces, la muerte (o lo que usualmente se denomina muerte) había sido detenida por el proceso mesmérico. A todos nos parecía claro que despertar a M. Valdemar sería simplemente asegurar su instantáneo o al menos rápido fallecimiento.

Desde este período hasta el fin de la última semana —un intervalo de cerca de siete meses—, continuamos yendo diariamente a casa de M. Valdemar, acompañados, unas veces u otras, por médicos y otros amigos. En todo este tiempo, el sonámbulo permanecía exactamente como lo he descrito, por último. La vigilancia de los enfermeros era continua.

Fue el último viernes cuando, finalmente, decidimos llevar a cabo el experimento de despertarlo o al menos de tratar de hacerlo; y es acaso el deplorable resultado de esta última experiencia lo que ha promovido tantas discusiones en los círculos privados; tantas, que no puedo atribuirlas sino a una injustificada credulidad popular.

Con el propósito de liberar a M. Valdemar de su estado mesmérico, empleé los pases acostumbrados. Durante algún tiempo, éstos no dieron resultado. La primera señal de que revivía fue un descenso parcial del iris. Se observó, como especialmente interesante, que este descenso de la pupila fue acompañado del abundante flujo de un licor amarillento (por debajo de los párpados) de un olor acre y muy desagradable.

Me sugirieron entonces que tratase de influir en el brazo del paciente, como anteriormente. Lo intenté, pero sin resultado. Entonces, el doctor D... insinuó el deseo de que le dirigiese una pregunta. Yo lo hice tal como sigue:

—M. Valdemar, ¿puede usted explicarme cuáles son ahora sus sensaciones o sus deseos?

Instantáneamente, los círculos héticos volvieron a las mejillas; la lengua se estremeció, o, mejor, giró violentamente en la boca (aún las mandíbulas y los labios continuaban rígidos como antes), y por fin la misma horrible voz que ya he descrito exclamó con fuerza:

—¡Por el amor de Dios! ¡Pronto, pronto! ¡Duérmame o..., pronto..., despiérteme! ¡Pronto! ¡Le digo que estoy muerto!

Yo estaba completamente enervado, y por un momento no supe qué hacer. Primero realicé un esfuerzo para calmar al paciente; pero, fracasando en esto por la ausencia total de la voluntad, volví sobre mis pasos y traté por todos los medios de despertarlo. Pronto vi que esta tentativa tendría éxito, al menos había imaginado que mi éxito seria completo, y estaba seguro de que todos los que se encontraban en la habitación se hallaban preparados para ver despertar al paciente.

 Sin embargo, es imposible que ningún ser humano pudiese estar preparado para lo que realmente ocurrió.

Mientras hacía rápidamente pases mesméricos, entre exclamaciones de “¡Muerto, muerto! que explotaban de la lengua y no de los labios del paciente, su cuerpo, de pronto, en el espacio de un solo minuto, o incluso de menos, se contrajo, se desmenuzó, se pudrió completamente bajo mis manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, yacía una masa casi líquida de repugnante, de detestable putrefacción.

 F I N

Luego de un robusto, profundo y juicioso hilo, como lo fue el de la semana anterior; invitamos nuevamente al argentino Hernán Casciari, con su cuento:

El hermano de mi amigo fue a la guerra.

Yo tenía un amigo en la primaria que se llamaba Agustín Felli. Me encantaba que me invitara a tomar la leche a su casa, porque su familia era muy distinta a la mía. En mi casa era todo normal; Chichita y Roberto eran bastante adultos, o habían madurado pronto, y yo no les podía hablar de cualquier cosa. En cambio, los padres de Agustín Felli todavía no habían madurado tanto; ya eran viejos de treinta y pico, pero parecían más jóvenes.

Escuchaban otra música, compraban otros muebles. Mis viejos tenían muebles aburridos, marrones, comunes. Los padres de Agustín Felli tenían sillones de colores y mesas bajitas, velas prendidas. Mis papás escuchaban a Palito Ortega y a Luis Aguilé, y estos, en cambio, escuchaban a Spinetta, a Manal.

También me gustaba ir a esa casa porque a veces los padres de Agustín nos dejaban solos, y entonces nos metíamos en la pieza del hermano mayor. Al hermano de Agustín le decían el Corcho. En su pieza tenía un montón de discos de rock nacional y siempre andaba con chicas que eran lindísimas. Era una especie de playboy de Mercedes, y se llevaba muy bien con los de nuestra edad. Nosotros teníamos once.

Un día el Corcho se fue a hacer la colimba y le cortaron el pelo. Cuando lo vi de nuevo, me pareció que no era tan canchero sin la melena, pero incluso con el pelo corto seguía teniendo un montón de novias.

Antes del Mundial de España, al Corcho lo mandaron a la guerra de las Malvinas. Pero como los abuelos eran una familia de plata, el abuelo Felli les pagó a unos militares de Mercedes para que le dijeran siempre dónde estaba el Corcho y para que lo cuidaran. Un día la guerra se terminó y el Corcho volvió de las islas Malvinas. Primero lo mandaron a Río Gallegos, y de ahí en un camión militar a Buenos Aires.

Desde Buenos Aires el Corcho pudo llamar por teléfono a Mercedes. Habló con mi amigo Agustín y después con sus padres. Estaban todos muy contentos de escucharlo. El Corcho había estado dos o tres meses enteros en las Malvinas.

Entonces el Corcho les preguntó a sus padres si podía volver a su casa con un amigo, con un soldado de Misiones que había conocido en las islas.

—Nos hicimos como hermanos —les dijo—, me gustaría que se quedara unos días en casa.

El papá le dijo que sí, que obvio, que los esperaban a los dos con un asado, que se subieran pronto al primer tren y que volvieran rápido.

El Corcho les explicó que a su amigo le habían amputado la pierna y el brazo izquierdos. Que no podía caminar y que estaba muy dolorido; que mejor dejaran el asado para más adelante. Su amigo iba a necesitar descansar unos días.

Entonces el papá del Corcho hizo un silencio.

Y la mamá, que estaba escuchando, agarró el teléfono y le dijo al Corcho:

—Nene, vení vos solo entonces. Después vemos cómo hacemos para ayudar a tu amigo de alguna manera. En casa no podemos cuidar a alguien en esa situación, hijo, tu hermano es chico todavía. Vení vos, Leandro, vení vos solo, que hace tres meses que no te vemos. Yo te prometo que tu papá va a ayudar a tu amigo.

El Corcho dijo que sí, que por supuesto, no era un chico rebelde, nunca discutía con sus padres. Les dijo que iba para allá solo, en el directo de las seis y media de la mañana, y que llegaba a la estación antes de las nueve.

Pero esa misma noche, bien tarde a la madrugada, sonó el teléfono en la casa de los Felli. Eran de la Comisaría Nueve, diciendo que habían encontrado el cuerpo sin vida del conscripto Leandro Felli, de diecinueve años, boca abajo, en una pensión del Once. La puerta estaba cerrada por dentro y, previsiblemente, la víctima se había pegado un tiro en la boca.

Cuando los padres fueron a reconocer el cadáver a la morgue, supieron que su hijo tenía la pierna y el brazo amputados. Y que el amigo de Misiones no había existido nunca.

En esta oportunidad les queremos compartir tres poemas, tres maravillosos poemas.

LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS.

Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.

Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.

Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

Wislawa Szymborska

 

ES OLVIDO.

Juro que no recuerdo ni su nombre,

Mas moriré llamándola María,

No por simple capricho de poeta:

Por su aspecto de plaza de provincia.

¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,

Ella una joven pálida y sombría.

Al volver una tarde del Liceo

Supe de la su muerte inmerecida,

Nueva que me causó tal desengaño

Que derramé una lágrima al oírla.

Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!

Y eso que soy persona de energía.

Si he de conceder crédito a lo dicho

Por la gente que trajo la noticia

Debo creer, sin vacilar un punto,

Que murió con mi nombre en las pupilas,

Hecho que me sorprende, porque nunca

Fue para mí otra cosa que una amiga.

Nunca tuve con ella más que simples

Relaciones de estricta cortesía,

Nada más que palabras y palabras

Y una que otra mención de golondrinas.

La conocí en mi pueblo (de mi pueblo

Sólo queda un puñado de cenizas),

Pero jamás vi en ella otro destino

Que el de una joven triste y pensativa.

Tanto fue así que hasta llegué a tratarla

Con el celeste nombre de María,

Circunstancia que prueba claramente

La exactitud central de mi doctrina.

Puede ser que una vez la haya besado,

¡Quién es el que no besa a sus amigas!

Pero tened presente que lo hice

Sin darme cuenta bien de lo que hacía.

No negaré, eso sí, que me gustaba

Su inmaterial y vaga compañía

Que era como el espíritu sereno

Que a las flores domésticas anima.

Yo no puedo ocultar de ningún modo

La importancia que tuvo su sonrisa

Ni desvirtuar el favorable influjo

Que hasta en las mismas piedras ejercía.

Agreguemos, aun, que de la noche

Fueron sus ojos fuente fidedigna.

Mas, a pesar de todo, es necesario

Que comprendan que yo no la quería

Sino con ese vago sentimiento

Con que a un pariente enfermo se designa.

Sin embargo, sucede, sin embargo,

Lo que a esta fecha aún me maravilla,

Ese inaudito y singular ejemplo

De morir con mi nombre en las pupilas,

Ella, múltiple rosa inmaculada,

Ella que era una lámpara legítima.

Tiene razón, mucha razón, la gente

Que se pasa quejando noche y día

De que el mundo traidor en que vivimos

Vale menos que rueda detenida:

Mucho más honorable es una tumba,

Vale más una hoja enmohecida,

Nada es verdad, aquí nada perdura,

Ni el color del cristal con que se mira.

Hoy es un día azul de primavera,

Creo que moriré de poesía,

De esa famosa joven melancólica

No recuerdo ni el nombre que tenía.

Sólo sé que pasó por este mundo

Como una paloma fugitiva:

La olvidé sin quererlo, lentamente,

Como todas las cosas de la vida.

Nicanor Parra.

 

SOBRE LA MUERTE.

I

 

¿Puede la Muerte estar dormida, si la vida es solo un sueño,

Y las escenas de dicha pasan como un fantasma?

Los efímeros placeres a visiones se asemejan,

Y aun creemos que el dolor más grande es morir.

 

II

 

Cuán extraño es que el hombre deba errar sobre la tierra,

Y llevar una vida de tristeza, pero que no abandone

Su escabroso sendero, ni se atreva a contemplar solo

Su destino funesto, que no es sino despertar.

John Keats.

Cuentan que este cuento, cuentan que, dicen que, este relato del nobel Gabriel García Márquez, fue sacado en trozos de su basura… Cuentan, dicen, que en 1955 casi se pierde este relato entre otras tantas notas y trazos de Gabo, que fueron a parar a la basura…

Les traemos esta semana:

Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo

 

Por: Gabriel García Márquez.

El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La noche del sábado había sido sofocante. Pero aún en la mañana del domingo no se pensaba que pudiera llover. Después de misa, antes de que las mujeres tuviéramos tiempo de encontrar el broche de las sombrillas, sopló un viento espeso y oscuro que barrió en una amplia vuelta redonda el polvo y la dura yesca de mayo. Alguien dijo junto a mí: “Es viento de agua”. Y yo lo sabía desde antes. Desde cuando salimos al atrio y me sentí estremecida por la viscosa sensación en el vientre. Los hombres corrieron hacia las casas vecinas con una mano en el sombrero y un pañuelo en la otra, protegiéndose del viento y la polvareda. Entonces llovió. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una cuarta de nuestras cabezas.

       Durante el resto de la mañana mi madrastra y yo estuvimos sentadas junto al pasamano, alegres de que la lluvia revitalizara el romero y el nardo sedientos en las macetas después de siete meses de verano intenso, de polvo abrasante. Al mediodía cesó la reverberación de la tierra y un olor a suelo removido, a despierta y renovada vegetación, se confundió con el fresco y saludable olor de la lluvia con el romero. Mi padre dijo a la hora del almuerzo: “Cuando llueve en mayo es señal de que habrá buenas aguas”. Sonriente, atravesada por el hilo luminoso de la nueva estación, mi madrastra le dijo: “Eso lo oíste en el sermón”. Y mi padre sonrió. Y almorzó con buen apetito y hasta tuvo una entretenida digestión junto al pasamano, silencioso, con los ojos cerrados pero sin dormir, como para creer que soñaba despierto.

       Llovió durante toda la tarde en un solo tono. En la intensidad uniforme y apacible se oía caer el agua como cuando se viaja toda la tarde en un tren. Pero sin que lo advirtiéramos, la lluvia estaba penetrando demasiado hondo en nuestros sentidos. En la madrugada del lunes, cuando cerramos la puerta para evitar el vientecillo cortante y helado que soplaba del patio, nuestros sentidos habían sido colmados por la lluvia. Y en la mañana del lunes los había rebasado. Mi madrastra y yo volvimos a contemplar el jardín. La tierra áspera y parda de mayo se había convertido durante la noche en una sustancia oscura y pastosa, parecida al jabón ordinario. Un chorro de agua comenzaba a correr por entre las macetas. “Creo que en toda la noche han tenido agua de sobra”, dijo mi madrastra. Y yo advertí que había dejado de sonreír y que su regocijo del día anterior se había transformado en una seriedad laxa y tediosa. “Creo que sí —dije—. Será mejor que los guajiros las pongan en el corredor mientras escampa”. Y así lo hicieron, mientras la lluvia crecía como un árbol inmenso sobre los árboles. Mi padre ocupó el mismo sitio en que estuvo la tarde del domingo, pero no habló de la lluvia. Dijo: “Debe ser que anoche dormí mal, porque me ha amanecido doliendo el espinazo”. Y estuvo allí sentado contra el pasamano, con los pies en una silla y la cabeza vuelta hacia el jardín vacío. Sólo al atardecer, después que se negó a almorzar, dijo: “Es como si no fuera a escampar nunca”. Y yo me acordé de los meses de calor. Me acordé de agosto, de esas siestas largas y pasmadas en que nos echábamos a morir bajo el peso de la hora, con la ropa pegada al cuerpo por el sudor, oyendo afuera el zumbido insistente y sordo de la hora sin transcurso. Vi las paredes lavadas, las junturas de la madera ensanchadas por el agua. Vi el jardincillo, vacío por primera vez, y el jazminero contra el muro, fiel al recuerdo de mi madre. Vi a mi padre sentado en el mecedor, recostadas en una almohada las vértebras doloridas, y los ojos tristes, perdidos en el laberinto de la lluvia. Me acordé dé las noches de agosto, en cuyo silencio maravillado no se oye nada más que el ruido milenario que hace la Tierra girando en el eje oxidado y sin aceitar. Súbitamente me sentí sobrecogida por una agobiadora tristeza.

       Llovió durante todo el lunes, como el domingo. Pero entonces parecía como si estuviera lloviendo de otro modo, porque algo distinto y amargo ocurría en mi corazón. Al atardecer dijo una voz junto a mi asiento: “Es aburridora esta lluvia”. Sin que me volviera a mirar, reconocí la voz de Martín. Sabía que él estaba hablando en el asiento del lado, con la misma expresión fría y pasmada que no había variado ni siquiera después de esa sombría madrugada de diciembre en que empezó a ser mi esposo. Habían transcurrido cinco meses desde entonces. Ahora yo iba a tener un hijo. Y Martín estaba allí, a mi lado, diciendo que le aburría la lluvia. “Aburridora no —dije—. Lo que me parece demasiado triste es el jardín vacío y esos pobres árboles que no pueden quitarse del patio”. Entonces me volví a mirarlo, y ya Martín no estaba allí. Era apenas una voz que me decía: “Por lo visto no piensa escampar nunca”, y cuando miré hacia la voz sólo encontré la silla vacía.

       El martes amaneció una vaca en el jardín. Parecía un promontorio de arcilla en su inmovilidad dura y rebelde, hundidas las pezuñas en el barro y la cabeza doblegada. Durante la mañana los guajiros trataron de ahuyentarla con palos y ladrillos. Pero la vaca permaneció imperturbable, en el jardín, dura, inviolable, todavía las pezuñas hundidas en el barro y la enorme cabeza humillada por la lluvia. Los guajiros la acosaron hasta cuando la paciente tolerancia de mi padre vino en defensa suya: “Déjenla tranquila —dijo—. Ella se irá como vino”.

       Al atardecer del martes el agua apretaba y dolía como una mortaja en el corazón. El fresco de la primera mañana empezó a convertirse en una humedad caliente y pastosa. La temperatura no era fría ni caliente; era una temperatura de escalofrío. Los pies sudaban dentro de los zapatos. No se sabía qué era más desagradable, si la piel al descubierto o el contacto de la ropa en la piel. En la casa había cesado toda actividad. Nos sentamos en el corredor, pero ya no contemplábamos la lluvia como el primer día. Ya no la sentíamos caer. Ya no veíamos sino el contorno de los árboles en la niebla, en un atardecer triste y desolado que dejaba en los labios el mismo sabor con que se despierta después de haber soñado con una persona desconocida. Yo sabía que era martes y me acordaba de las mellizas de San Jerónimo, de las niñas ciegas que todas las semanas vienen a la casa a decirnos canciones simples, entristecidas por el amargo y desamparado prodigio de sus voces. Por encima de la lluvia yo oía la cancioncilla de las mellizas ciegas y las imaginaba en su casa, acuclilladas, aguardando a que cesara la lluvia para salir a cantar. Aquel día no llegarían las mellizas de San Jerónimo, pensaba yo, ni la pordiosera estaría en el corredor después de la siesta, pidiendo, como todos los martes, la eterna ramita de toronjil.

       Ese día perdimos el orden de las comidas. Mi madrastra sirvió a la hora de la siesta un plato de sopa simple y un pedazo de pan rancio. Pero en realidad no comíamos desde el atardecer del lunes y creo que desde entonces dejamos de pensar. Estábamos paralizados, narcotizados por la lluvia, entregados al derrumbamiento de la naturaleza en una actitud pacífica y resignada. Sólo la vaca se movió en la tarde. De pronto, un profundo rumor sacudió sus entrañas y las pezuñas se hundieron en el barro con mayor fuerza. Luego permaneció inmóvil durante media hora, como si ya estuviera muerta, pero no pudiera caer porque se lo impedía la costumbre de estar viva, el hábito de estar en una misma posición bajo la lluvia, hasta cuando la costumbre fue más débil que el cuerpo. Entonces dobló las patas delanteras (levantadas todavía en un último esfuerzo agónico las ancas brillantes y oscuras), hundió el babeante hocico en el lodazal y se rindió por fin al peso de su propia materia en una silenciosa, gradual y digna ceremonia de total derrumbamiento. “Hasta ahí llegó”, dijo alguien a mis espaldas. Y yo me volví a mirar y vi en el umbral a la pordiosera de los martes que venía a través de la tormenta a pedir la ramita de toronjil.

       Tal vez el miércoles me habría acostumbrado a ese ambiente sobrecogedor si al llegar a la sala no hubiera encontrado la mesa recostada contra la pared, los muebles amontonados encima de ella, y del otro lado, en un parapeto improvisado durante la noche, los baúles y las cajas con los utensilios domésticos. El espectáculo me produjo una terrible sensación de vacío. Algo había sucedido durante la noche. La casa estaba en desorden; los guajiros sin camisa y descalzos, con los pantalones enrollados hasta las rodillas, transportaban los muebles al comedor. En la expresión de los hombres, en la misma diligencia con que trabajaban se advertía la crueldad de la frustrada rebeldía, de la forzosa y humillante inferioridad bajo la lluvia. Yo me movía sin dirección, sin voluntad. Me sentía convertida en una pradera desolada, sembrada de algas y líquenes, de hongos viscosos y blandos, fecundada por la repugnante flora de la humedad y las tinieblas. Yo estaba en la sala contemplando el desierto espectáculo de los muebles amontonados cuando oí la voz de mi madrastra en el cuarto advirtiéndome que podía contraer una pulmonía. Sólo entonces caí en la cuenta de que el agua me daba a los tobillos, de que la casa estaba inundada, cubierto el piso por una gruesa superficie de agua viscosa y muerta.

       Al mediodía del miércoles no había acabado de amanecer. Y antes de las tres de la tarde la noche había entrado de lleno, anticipada y enfermiza, con el mismo lento y monótono y despiadado ritmo de la lluvia en el patio. Fue un crepúsculo prematuro, suave y lúgubre, que creció en medio del silencio de los guajiros, que se acuclillaron en las sillas, contra las paredes, rendidos e impotentes ante el disturbio de la naturaleza. Entonces fue cuando empezaron a llegar noticias de la calle. Nadie las traía a la casa. Simplemente llegaban, precisas, individualizadas, como conducidas por el barro líquido que corría por las calles y arrastraba objetos domésticos, cosas y cosas, destrozos de una remota catástrofe, escombros y animales muertos. Hechos ocurridos el domingo, cuando todavía la lluvia era el anuncio de una estación providencial, tardaron dos días en conocerse en la casa. Y el miércoles llegaron las noticias, como empujadas por el propio dinamismo interior de la tormenta. Se supo entonces que la iglesia estaba inundada y se esperaba su derrumbamiento. Alguien que no tenía por qué saberlo, dijo esa noche: “El tren no puede pasar el puente desde el lunes. Parece que el río se llevó los rieles”. Y se supo que una mujer enferma había desaparecido de su lecho y había sido encontrada esa tarde flotando en el patio.

       Aterrorizada, poseída por el espanto y el diluvio, me senté en el mecedor con las piernas encogidas y los ojos fijos en la oscuridad húmeda y llena de turbios presentimientos. Mi madrastra apareció en el vano de la puerta, con la lámpara en alto y la cabeza erguida. Parecía un fantasma familiar ante el cual yo no sentía sobresalto alguno porque yo misma participaba de su condición sobrenatural. Vino hasta donde yo estaba. Aún mantenía la cabeza erguida y la lámpara en alto, y chapaleaba en el agua del corredor. “Ahora tenemos que rezar”, dijo. Y yo vi su rostro seco y agrietado, como si acabara de abandonar una sepultura o como si estuviera fabricada en una sustancia distinta de la humana. Estaba frente a mí, con el rosario en la mano, diciendo: “Ahora tenemos que rezar. El agua rompió las sepulturas y los pobrecitos muertos están flotando en el cementerio”.

       Tal vez había dormido un poco esa noche cuando desperté sobresaltada por un olor agrio y penetrante como el de los cuerpos en descomposición. Sacudí con fuerza a Martín, que roncaba a mi lado. “¿No lo sientes?”, le dije. Y él dijo: “¿Qué?”. Y yo dije: “El olor. Deben ser los muertos que están flotando por las calles”. Yo me sentía aterrorizada por aquella idea, pero Martín se volteó contra la pared y dijo con la voz ronca y dormida: “Son cosas tuyas. Las mujeres embarazadas siempre están con imaginaciones”.

       Al amanecer del jueves cesaron los olores, se perdió el sentido de las distancias. La noción del tiempo, trastornada desde el día anterior, desapareció por completo. Entonces no hubo jueves. Lo que debía serlo fue una cosa física y gelatinosa que habría podido apartarse con las manos para asomarse al viernes. Allí no había hombres ni mujeres. Mi madrastra, mi padre, los guajiros eran cuerpos adiposos e improbables que se movían en el tremedal del invierno. Mi padre me dijo: “No se mueva de aquí hasta cuando no le diga qué se hace”, y su voz era lejana e indirecta y no parecía percibirse con los oídos sino con el tacto, que era el único sentido que permanecía en actividad.

       Pero mi padre no volvió: se extravió en el tiempo. Así que cuando llegó la noche llamé a mi madrastra para decirle que me acompañara al dormitorio. Tuve un sueño pacífico, sereno, que se prolongó a lo largo de toda la noche. Al día siguiente la atmósfera seguía igual, sin color, sin olor, sin temperatura. Tan pronto como desperté salté a un asiento y permanecí inmóvil, porque algo me indicaba que todavía una zona de mi conciencia no había despertado por completo.

       Entonces oí el pito del tren. El pito prolongado y triste del tren fugándose de la tramontana. “Debe haber escampado en alguna parte”, pensé, y una voz a mis espaldas pareció responder a mi pensamiento: “Dónde…”, dijo. “¿Quién está ahí?”, dije yo, mirando. Y vi a mi madrastra con un brazo largo y escuálido hacia la pared. “Soy yo”, dijo. Y yo le dije: “¿Los oyes?”. Y ella dijo que sí, que tal vez habría escampado en los alrededores y habían reparado las líneas. Luego me entregó una bandeja con el desayuno humeante. Aquello olía a salsa de ajo y a manteca hervida. Era un plato de sopa. Desconcertada le pregunté a mi madrastra por la hora. Y ella, calmadamente, con una voz que sabía a postrada resignación, dijo: “Deben ser las dos y media, más o menos. El tren no lleva retraso después de todo”. Yo dije: “¡Las dos y media! ¡Cómo hice para dormir tanto!”. Y ella dijo: “No has dormido mucho. A lo sumo serán las tres”. Y yo, temblando, sintiendo resbalar el plato entre mis manos: “Las dos y media del viernes…”, dije. Y ella, monstruosamente tranquila: “Las dos y media del jueves, hija. Todavía las dos y media del jueves”.

       No sé cuánto tiempo estuve hundida en aquel sonambulismo en que los sentidos perdieron su valor. Sólo sé que después de muchas horas incontables oí una voz en la pieza vecina. Una voz que decía: “Ahora puedes rodar la cama para ese lado”. Era una voz fatigada, pero no voz de enfermo, sino de convaleciente. Después oí el ruido de los ladrillos en el agua. Permanecí rígida antes de darme cuenta de que me encontraba en posición horizontal. Entonces sentí el vacío inmenso. Sentí el trepidante y violento silencio de la casa, la inmovilidad increíble que afectaba todas las cosas. Y súbitamente sentí el corazón convertido en una piedra helada. “Estoy muerta —pensé—. Dios. Estoy muerta”. Di un salto en la cama. Grité: “¡Ada, Ada!”. La voz desabrida de Martín me respondió desde del otro lado: “No pueden oírte porque ya están afuera”. Sólo entonces me di cuenta de que había escampado y de que en torno a nosotros se extendía un silencio, una tranquilidad, una beatitud misteriosa y profunda, un estado perfecto que debía ser muy parecido a la muerte. Después se oyeron pisadas en el corredor. Se oyó una voz clara y completamente viva. Luego un vientecito fresco sacudió la hoja de la puerta, hizo crujir la cerradura, y un cuerpo sólido y momentáneo, como una fruta madura, cayó profundamente en la alberca del patio. Algo en el aire denunciaba la presencia de una persona invisible que sonreía en la oscuridad. “Dios mío —pensé entonces, confundida por el trastorno del tiempo—. Ahora no me sorprendería de que me llamaran para asistir a la misa del domingo pasado”.

¡Y EL MUNDO SE HIZO TRES!

Enrique Pereira

¿Qué tienen en común los filósofos más prominentes de la historia de la filosofía? O mejor aún, ¿Qué comparten pensadores como Kant, Hegel, Marx, Nietzsche, Peirce y Lacan, a pesar de las marcadas diferencias en sus planteamientos filosóficos? Sencillo: el tres. La mayoría de los sistemas filosóficos de los pensadores mencionados están fundamentados en una estructura triádica; es decir, en una estructura que engloba tres etapas en constante devenir (o movimiento). Veamos.

Para Kant resultaba fundamental, al parecer, escribir tres críticas (en lugar de dos), con el propósito de responder a las siguientes incógnitas: ¿Qué puedo conocer?, ¿Qué debo hacer?, y ¿Qué me cabe esperar? Una pregunta planteada para cada una de las Críticas (Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio). Además, en la primera de sus Críticas, Kant plantea también tres preguntas con respecto a los juicios sintéticos a priori, para quien constituyen los juicios propios de la ciencia, ya que son capaces no sólo de aumentar nuestro conocimiento al ser sintéticos sino que a su vez son universales y necesarios (a priori). Asimismo, basándose en los juicios sintéticos a priori, Kant plantea tres preguntas adicionales que intenta responder en la primera parte de la Crítica de la razón pura: Doctrina trascendental de los elementos, que a su vez se divide en tres partes: La estética trascendental, la analítica trascendental y la estética trascendental. Pero… ¿Cuáles son exactamente las preguntas que se plantea? Las preguntas son: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemática?, ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la física?, y ¿Son posibles los juicios sintéticos a priori en la metafísica? De este modo, cada pregunta se aborda desde tres facultades distintas: sensibilidad, entendimiento y razón, lo que da como resultado las siguientes categorías: las formas a priori de la sensibilidad, las categorías a priori del entendimiento y la dialéctica trascendental.

Otro de los sistemas filosóficos en el cual se puede evidenciar la fascinación por el número tres se presenta en la filosofía de Hegel, denominada idealismo absoluto. Por ejemplo, para Hegel el movimiento es el corazón de la dialéctica, siendo la naturaleza misma del espíritu, que se despliega en tres momentos: el ser en sí, el ser en otro (o estar fuera de sí) y el retorno a sí mismo (o el estar en sí y por sí). Este movimiento circular del Absoluto es llamado respectivamente Idea, Naturaleza y Espíritu. Siendo así las cosas, se comprende entonces la triple distinción de la filosofía hegeliana en Lógica (que estudia la idea en sí), Filosofía de la Naturaleza (que estudia la alienación) y Filosofía del Espíritu (que estudia el momento del retorno a sí). Por otra parte, la estructura del proceso dialéctico para Hegel se presenta también de manera triádica e incluye tesis, antítesis y síntesis. El primer momento de la dialéctica (tesis), se distingue por el entendimiento, cuya facultad radica en distinguir, separar y definir conceptos. El poder de abstracción del entendimiento es admirable en cuanto es el poder que separa y aleja de lo particular, y eleva a lo universal. Sin embargo, el entendimiento proporciona un conocimiento inadecuado que se encierra en lo finito, por lo cual es necesario trascender sus límites. En el segundo momento de la dialéctica (antítesis), la razón se sitúa por encima del entendimiento, presentando un momento negativo y otro positivo, en el cual la razón saca a la luz las contradicciones del finito. En el tercer momento de la dialéctica (síntesis), la razón recompone las contradicciones y realiza la síntesis de los opuestos, mostrándose a sí misma como totalidad concreta. En el caso de Marx, al emplear la dialéctica hegeliana desde una perspectiva materialista, en lugar de idealista, se centró en analizar las relaciones de producción y las condiciones materiales de existencia. Señaló, además, la evolución de los sistemas socioeconómicos, considerando al capitalismo como la tesis, el socialismo como la antítesis y al comunismo como la síntesis.

¿Y qué hay de Nietzsche? A pesar de no haber sido partidario ni del idealismo trascendental planteado por Kant ni del idealismo absoluto de Hegel, pero al considerársele, al igual que a Marx, un filósofo de la sospecha, su sistema filosófico también constaba de tres etapas. Por ejemplo, Nietzsche empleó una metáfora que describía las tres transformaciones por las que atraviesa el espíritu. En la primera etapa, el espíritu se transforma en camello, que representa el espíritu de sumisión, donde el individuo carga con las normas, valores y creencias impuestas por la sociedad sin rechistar. En la segunda etapa, el camello se convierte en león, simbolizando la rebeldía, desafiando las normas, valores y creencias establecidas. Finalmente, en la tercera etapa, el león deviene en el niño, representando un renacer donde se manifiesta la creatividad y la capacidad de crear nuevos valores.

Y así llegamos a Peirce y a Lacan. La propuesta filosófica de Peirce se manifiesta de forma triádica en lugar de dual. Por ejemplo, su teoría fenomenológica está estructurada mediante una relación triádica que incorpora tres categorías básicas: primeridad, segundidad y terceridad. Por otra parte, su teoría semiótica también se edifica de manera triádica, teniendo en cuenta los siguientes elementos: Objeto, Representamen e Interpretante. Finalmente, su teoría metodológica de la ciencia también se compone de manera triádica, donde cada uno de sus elementos simboliza las tres formas de razonamiento o inferencia: abducción, deducción e inducción. Por otro lado, Lacan establece los tres registros psicológicos teniendo en cuenta los siguientes elementos: lo imaginario, que corresponde a la etapa en la que el niño comienza a reconocer su propia imagen en el espejo; lo simbólico, que constituye el orden del lenguaje y de los significados culturales; y lo real, que abarca aquello que está por fuera de la estructura simbólica y se resiste a la simbolización.                                      

¿Pero en qué radica esta fascinación por el tres? ¿Por qué los filósofos se empeñan en encerrar la realidad en una estructura triádica? En la antigüedad, para los pitagóricos, los números tenían un significado místico. En ese sentido, no es sorprendente que cada número tuviera su significado especial. En el caso del número tres, la tríada, surge como la suma de la unidad y la pareja; 1+2=3, combinando la monada con la díada, conceptos que están presentes en la filosofía. La triada es un concepto fundamental en la filosofía, ya que solventa las contradicciones presentes en conceptos antagónicos. Un claro ejemplo se encuentra en la historia de la filosofía desde la perspectiva epistemológica racionalista y empirista, cuyas disputas se intentan resolver a través del idealismo trascendental planteado por Kant. Por otra parte, la triada también implica continuidad. Este principio permite comprender la posibilidad de mediación, lo que posibilita la relación mediada de algo primero con algo segundo. Esta relación no podría darse si no hubiera continuidad entre los elementos relacionados. Finalmente, la triada se percibe como un principio metafísico, dado que busca estructurar la Realidad al intentar encapsularla y comprenderla a partir de la menor cantidad posible de conceptos, algo que filósofos como Kant, Hegel, Marx, Nietzsche, Peirce y Lacan consideran debería hacerse a través de triadas. Sin embargo, ¿creer que la realidad está cimentada en una estructura triádica no implica caer en algún tipo de misticismo racional y, por lo tanto, en una visión dogmática?

UN CANTO A LA LIBERTAD

Simone de Beauvoir

En el vasto universo de la existencia,

donde la vida y el amor son un desafío constante,

me levanto como mujer, libre y valiente,

dispuesta a conquistar el mundo con mi mente.

En los límites impuestos por la sociedad,

me enfrento a las cadenas de la opresión y la desigualdad,

afirmando mi derecho a elegir mi propio camino,

rompiendo las barreras con paso firme y divino.

En cada palabra pronunciada con pasión,

en cada acción que desafía la tradición,

me rebelo contra las normas preestablecidas,

liberando mi espíritu y mis ideas.

No permitiré que me encadenen los estereotipos,

ni que me limiten con roles y patrones anticuados,

mi cuerpo y mi ser me pertenecen enteramente,

soy una mujer autónoma, plena y valiente.

Porque la libertad es mi mayor tesoro,

mi brújula en este mundo a menudo oscuro,

y aunque enfrentemos desafíos y adversidades,

nos levantamos juntas, unidas en solidaridad.

Hola y Adiós

Ray Bradbury

Pues claro que se iba, qué otra cosa podía hacer, el tiempo se había agotado y se iba, se iba muy lejos. Tenía ya hecha la maleta, había sacado brillo a los zapatos; se había cepillado el pelo y se había lavado expresamente detrás de las orejas. Tan sólo faltaba bajar las escaleras, salir por la puerta y subir la calle hasta la estación del pueblo, donde el tren se detendría exclusivamente para recogerlo a él; entonces Fox Hill, Illinois, quedaría atrás, muy atrás en su pasado. Y él proseguiría su camino, quizá a Iowa, tal vez a Kansas, quién sabe si a California; un chiquillo de doce años, en cuya maleta un certificado de nacimiento acreditaba que lo había hecho hacía cuarenta y tres.

-¡Willie! -exclamó una voz en la planta baja.

-¡Ya voy! -Alzó del suelo la maleta. Vio en el espejo de su cómoda un rostro formado por dientes de león de junio, manzanas de julio y leche de cálida mañana de verano. Allí, como siempre, se reflejaban el ángel y el inocente, aquella efigie que tal vez nunca, en todos los años de su vida, llegase a cambiar.

-Casi es la hora -llamó la voz de mujer.

-¡Ahora mismo! -Y descendió por la escalera, al tiempo gruñón y sonriente. En la sala de estar, sentados, Anna y Steve, las ropas dolorosamente pulcras.

-¡Aquí estoy! -exclamó Willie desde el umbral de la sala.

Daba la impresión de que Anna fuese a romper a llorar.

-¡Oh, Dios mío! No es posible que vayas a dejarnos, ¿verdad, Willie?

-La gente está empezando a murmurar -dijo Willie tranquilamente-. Hace ahora tres años que estoy aquí. Pero cuando la gente se pone a murmurar, sé que ha llegado la hora de ponerme los zapatos y sacar un billete de tren.

-Todo es tan extraño, no lo entiendo. ¡Y así, tan de pronto! -se lamentó Anna-. Willie, te vamos a echar muchísimo de menos.

-Yo les escribiré todas las Navidades. Por favor, ayúdenme. No me escriban ustedes.

-Ha sido un gran placer y una satisfacción -dijo Steve, allí sentado, demasiado ampulosas las palabras, palabras que cuadraban mal en su boca-. Es una vergüenza que esto haya de acabar así. Es una vergüenza que hayas tenido que contarmos tu caso. Es una condenada vergüenza que no puedas quedarte.

-Ustedes son los parientes más agradables que he tenido nunca -dijo Willie, desde su metro veinte de estatura, barbilampiño, radiante el sol en su rostro.

Y entonces Anna se echó a llorar.

-Willie, Willie -gimió. Se sentó. Parecía querer abrazarlo, pero abrazarlo le daba miedo ahora; lo miró con sorpresa y desconcierto, vacías las manos, sin saber qué hacer.

-No resulta fácil irse -dijo Willie-. Se acostumbra uno a la situación. Desea uno quedarse, pero no puede ser. En una ocasión probé a quedarme después de que la gente comenzase a desconfiar. “¡Qué cosa más horrible!”, decían. “¡Tantos años jugando con los inocentes de nuestros niños -decían-, y nosotros sin enterarnos!” “¡Qué espanto!”, dijeron. Y al final, una noche tuve que huir de la ciudad. No resulta fácil, no. Saben perfectamente bien cuánto los quiero a ambos. ¡Gracias por estos tres años fabulosos!

Fueron todos juntos hasta la puerta delantera.

-Willie, ¿adónde piensas ir?

-No lo sé. Sencillamente, me pongo a viajar. Cuando veo una ciudad que promete ser verde y agradable, me quedo.

-¿Volverás algún día?

-Sí -dijo con toda formalidad su vocecilla aguda-. Dentro de unos veinte años debería empezar a reflejarse la edad en mi rostro. Cuando así sea, pienso hacer un gran recorrido y visitar a todos los padres y madres que he tenido.

Permanecieron en pie en el fresco balcón veraniego, reacios a decirse las últimas palabras. Steve tenía tozudamente clavada la mirada en un olmo.

-¿Con cuántas familias has estado, Willie? ¿Cuántas veces has sido adoptado?

Willie hizo el cálculo de bastante buen grado:

-Me parece que han sido unas cinco ciudades y cinco los matrimonios con quienes he estado. Han pasado más de veinte años desde que empecé mi peregrinaje.

-Bueno, no tenemos motivo para quejamos -dijo Steve-. Más vale tener un hijo durante treinta y seis meses que ninguno en absoluto.

-Bien… -dijo Willie. Se despidió de Anna con un beso rápido, asió el equipaje y se marchó calle arriba, penetrando en la verde luz del mediodía, bajo los árboles… un chiquillo muy joven en verdad, sin volver atrás la mirada, corriendo.

Los chicos estaban jugando en el verde diamante del parque cuando pasó. Permaneció un ratito bajo la sombra de los robles, observándolos lanzar la blanca, nívea bola de béisbol que hendía el aire cálido del verano; vio volar sobre la hierba, como un pájaro oscuro, la sombra de la bola; vio cómo se abrían las manos, como bocas voraces, para atrapar aquel raudo fragmento de estío que ahora parecía tan importante asir. Gritaron los chicos. La bola aterrizó en la hierba, cerca de Willie.

Al avanzar con la bola, saliendo de los árboles umbrosos, pensó en los tres últimos años, ahora gastados hasta el céntimo, y en los cinco años anteriores, y así, remontando el hilo de su vida, hasta el año en que cumplió verdaderamente los once años y los doce y los catorce; pensó en las voces que decían: (“¿Qué le pasa a Willie, señora?” “Señora B., ¿no está Willie retrasado en su crecimiento?” “Willie, ¿has estado fumando cigarrillos últimamente?” Los ecos se extinguieron en luz y colores veraniegos. La voz de su madre: “¡Willie cumple hoy los veintiuno!”. Y un millar de voces repitiendo: “Hijo, vuelve cuando cumplas quince años; tal vez entonces podamos darte trabajo”.

Se quedó mirando fijamente a la pelota de béisbol que sostenía en su mano temblorosa, imagen de su vida, una bola interminable de años bobinados y rebobinados una y otra vez, pero siempre conducentes a su duodécimo cumpleaños. Oyó a los chicos venir hacia él; sintió que le tapaban el sol, los vio mayores que él, rodeándolo.

-¡Willie! ¿Adónde vas? -Le dieron una patada a su maleta.

¡Qué altos, allí plantados, en el sol! Era como si en aquellos últimos meses, el Sol hubiera pasado una mano sobre sus cabezas, reclamándoles, y ellos fueran cálido metal fundente atraído hacia lo alto; como si fueran trigo dorado halado hacia el cielo por una inmensa fuerza gravitatoria; ellos, con sus trece, catorce años, mirando a Willie desde las alturas, sonrientes todavía, pero ya comenzando a tenerlo por un cero a la izquierda. Aquello había empezado hacía cuatro meses.

-¡Formemos equipos! ¿Quién quiere a Willie en el suyo?

-¡Bah!, Willie es demasiado pequeño; no queremos “niños” con nosotros.

Y lo aventajaron en la carrera, atraídos por la Luna y el Sol y por la sucesión turnante de estaciones de hoja y de viento; él siguió teniendo doce años, pero ninguno de los otros volvió a tenerlos jamás. Y las voces, las otras voces comenzaron de nuevo a repetir el manido estribillo, frío y aterradoramente familiar: “Más vale que le des vitaminas a ese chico, Steve”. “¿Qué pasa, Anna, es que en tu familia hay una rama de bajitos?” Y el frío puño que vuelve a golpearte el corazón, el conocimiento de que será preciso volver a arrancar las raíces después de tantos años buenos con los “parientes”.

-¿Adónde vas, Willie?

 

Sacudió bruscamente la cabeza. Volvía a encontrarse en medio de aquellas torres humanas, de aquellos mocetones que le hacían sombra, que pululaban en torno a él, como gigantes inclinados a beber en la fuente de un parque.

-Me voy unos días a casa de un primo.

-Oh. -Hubo un día, hace un año, en que eso les hubiera importado mucho. Pero ahora tan sólo sentían curiosidad por su equipaje. No era más que la fascinación de los viajes y los trenes y los lugares distantes.

-¿Qué les parece si echamos un par de partidas rápidas? -dijo Willie.

Su aspecto era más bien dubitativo pero, dadas las circunstancias, accedieron. Dejó caer la bolsa y corrió; la blanca pelota de béisbol estaba allá en lo alto, en el sol, distante de sus figuras de blanco ardiente en la lejanía del prado, de nuevo en el sol, apresurada, la vida yendo y viniendo, como obedeciendo a un patrón. ¡Aquí, allí! ¡El señor y la señora Robert Hanlon, de Creek Bend, Wisconsin, 1932, la primera pareja, el primer año! ¡Aquí, allí! ¡Henry y Alice Boltz, Limeville, Iowa, 1935! ¡Vuela, pelota! ¡Los Smith, los Eaton, los Robinson! ¡1939! ¡1945! Marido y mujer, marido y mujer, sin niños, sin niños. Una llamada a esa puerta, una llamada a esa otra.

-Disculpe usted. Me llamo William. Me pregunto si…

-¿Un bocadillo? Pasa, siéntate. ¿De dónde vienes, hijo?

El bocadillo, el vaso largo de leche fresca, la sonrisa, el gesto acogedor, la conversación cómoda, distendida.

-Hijo, das la impresión de haber estado viajando. ¿Te has escapado de algún sitio?

-No.

-Chico, ¿eres huérfano?

Otro vaso de leche.

-Siempre quisimos tener hijos, pero nunca hemos podido. Jamás supimos por qué. Cosas que pasan. Bueno, bueno. Se está haciendo tarde, hijo. ¿No crees que sería mejor que te fueras a casa?

-No tengo casa.

-¿Un chico como tú? ¿Con lo limpias que tienes las orejas? Tu madre estará preocupada.

-No tengo casa ni parientes en todo el mundo. Me pregunto si… me pregunto… ¿me permitirían pasar aquí esta noche?

-Bueno, hijo, verás, no sé qué decir. Nunca habíamos pensado en admitir… -dijo el marido.

-Esta noche tengo pollo para cenar -dijo la mujer-, y hay bastante para repetir, bastante para las visitas…

Y los años que pasan, que vuelan; las voces, y los rostros, y las gentes; las primeras conversaciones, siempre las mismas. La voz de Emily Robinson, en su mecedora, en la oscuridad de la noche veraniega, la última noche que estuvo con ella, la noche en que ella descubrió su secreto, su voz, al decir:

-Miro las caras de todos los niñitos que pasan. Y a veces pienso: ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza que todas esas flores hayan de ser cortadas, que sea preciso extinguir el fulgor de esos fuegos! Qué vergüenza que éstos, todos esos que vemos en las escuelas o correteando por ahí hayan de tornarse altos y desagradables; que luego lleguen las arrugas, la sal y la pimienta en el pelo, o la calvicie, para luego, finalmente, puros huesos y resuellos, tener que morir, enterrados y olvidados. Cuando oigo reír a los niños, me resulta imposible creer que hayan de recorrer la misma senda por la que yo camino. Y sin embargo, ¡vienen! Aún recuerdo aquel poema de Wordsworth: “…cuando de pronto vi una multitud, una hueste de dorados lirios, cerca del lago, bajo los árboles, lirios que se agitan y se mecen en la brisa”. Eso es lo que a mí me parecen los niños, pese a lo crueles que son a veces, a pesar de saber cuán malvados pueden ser. Pero no les asoma todavía la maldad en torno a los ojos, aún no se lee la malicia en su mirada, sus ojos aún no se han saturado de cansancio. ¡Es tanta el ansia que sienten por todo! Me imagino que eso es lo que más echo a faltar en las personas mayores, que en nueve de cada diez casos han perdido ese ansia, esa frescura, a quienes se les ha escurrido desagüe abajo tanta de su energía vital… Adoro ver cómo salen cada día los niños de la escuela; es como si sus puertas lanzasen florecillas a la calle. ¿Qué se siente, Willie? ¿Qué siente uno al ser eternamente joven? ¿Cómo es parecer una moneda de plata recién acuñada? ¿Eres feliz? ¿Te encuentras tan estupendamente como dice tu aspecto?

La bola de béisbol llegó zumbando desde el cielo azul; le dio a su mano un picotazo, como un gran insecto pálido. Mientras se la acariciaba, Willie oyó a su memoria decir:

“Trabajé con lo que tenía. Después de morir mis parientes, tras descubrir que no podía encontrar en ningún sitio trabajo de adulto, probé suerte en las ferias, pero sólo conseguí que se rieran de mí. “Hijo -me dijeron-, no eres un enano, e incluso aunque lo seas, ¡tu aspecto es de un chico normal! Queremos enanos con cara de enanos. Lo siento, hijo, lo siento.” Así que me fui de casa, y eché a andar pensando: ¿Qué era yo? Un niño. Tenía aspecto de niño, tenía voz de niño, así que podría perfectamente seguir siendo un niño. De nada valía luchar contra ello. De nada serviría gritar. ¿Qué podía hacer, pues? ¿Qué trabajo tenía a mi alcance? Y un buen día vi a un hombre en un restaurante mirar las fotografías que de sus hijos le enseñaba otro hombre. “Claro que me gustaría tener hijos -decía-, ya lo creo que me gustaría.” No hacía más que mover con desánimo la cabeza. Y yo sentado allí, a unos pocos asientos de él, con una hamburguesa entre las manos. Me quedé allí sentado, ¡helado! En aquel mismo instante supe cuál iba a ser mi trabajo durante el resto de mi vida. Sí, había trabajo para mí, después de todo: hacer felices a gentes solitarias. Mantenerme ocupado. Jugar eternamente. Me di cuenta de que tendría que jugar eternamente. Repartir unos cuantos periódicos, hacer recados, segar unos cuantos céspedes. Quizá. Ahora, ¿trabajos pesados? Jamás. Todo cuanto tendría que hacer consistiría en ser hijo de una madre y orgullo de un padre. Me dirigí al hombre que se encontraba un poco más abajo que yo en la barra. “Discúlpeme”, le dije, y le sonreí…”

-Pero Willie -le había dicho hacía mucho la señora Emily-, ¿nunca te has sentido solo? ¿Nunca has querido… esas cosas que los adultos desean?

-Esa batalla la tuve que librar yo solo -dijo Willie.

“Soy un chiquillo -me dije-, tendré que vivir en un mundo de chiquillos, leer libros para niños, jugar a juegos de niños, desconectarme de todo lo demás. No puedo ser las dos cosas. Yo sólo tengo que ser una cosa: joven. Así que hice mi papel. ¡Oh, no fue fácil! Hubo momentos…” Se interrumpió y se sumió en el silencio.

“Y la familia con la que vivías, ¿no llegó a saberlo nunca?”

“No. Decírselo hubiera estropeado todo. Les conté que me había escapado; les dejé comprobarlo por conducto oficial, por la policía. Después, cuando no apareció ninguna ficha ni denuncia, dejé que solicitasen mi adopción. Eso era lo mejor de todo, siempre y cuando no sospechasen nada. Pero, entonces, después de tres años, o de cinco, se imaginaban lo que pasaba, o llegaba un viajante que me conocía, o me tropezaba con un feriante, y aquello se acababa. Siempre tenía que acabar.”

“¿Y tú eres muy feliz? ¿Es agradable seguir siendo niño durante cuarenta años?”

“Como suele decirse, es una forma de ganarse la vida. Y cuando uno hace felices a otras personas, casi se es feliz también. Sea como fuere, dentro de unos cuantos años estaré ya en mi segunda infancia. Habré doblado el cabo de las tormentas, habré olvidado las insatisfacciones y casi todos los sueños. Tal vez entonces pueda comportarme con naturalidad y representar mi papel hasta el final.”

Lanzó una última vez la bola de béisbol y rompió el ensueño. Corrió a coger su equipaje. Tom, Bill, Jamie, Bobb, Sam; sus nombres se movieron sobre sus labios. Percibió el embarazo de los muchachos al irles estrechando la mano.

-Bueno, Willie, después de todo no es como si te fueras a China o a Tombuctú.

-Así es, ¿verdad? -Willie no se movió.

-Hasta pronto, Willie. Nos veremos la semana que viene.

-Hasta pronto, hasta pronto.

Y fue alejándose con la maleta, mirando a los árboles, alejándose de los muchachos y de la calle en la que había vivido. Al doblar una esquina aulló el silbato de un tren, y echó a correr.

Lo último que vio y oyó fue una blanca bola de béisbol lanzada a lo alto de un tejado, atrás y adelante, atrás y adelante, los gritos de dos voces (la bola lanzada hacia arriba, y luego abajo y otra vez a través del cielo). “¡Annie, Annie, basta! ¡Basta, Annie, basta!”, gritos como los de los pájaros al volar hacia el lejano sur.

Se despertó de madrugada, una madrugada con olor de la neblina y del frío metal, envuelto en el olor ferroso del tren que lo rodeaba, los huesos sacudidos, entumecidos los miembros por toda una noche de viaje. Se despertó con olor de sol tras el horizonte; su vista se tendió sobre una pequeña villa recién surgida del sueño. Se estaban encendiendo las primeras luces, murmuraban quedas las voces; una señal roja oscilaba adelante y atrás, atrás y adelante, en el aire frío de la mañana. Había ese silencio somnoliento en el cual los ecos están dignificados por la claridad, en el cual los ecos se encuentran desnudos, nítidos y solitarios. Pasó un mozo de tren, una sombra entre las sombras.

-Señor -dijo Willie.

El mozo se detuvo.

-¿Cómo se llama esta ciudad? -susurró el chico desde la oscuridad.

-Valleyville.

-¿Cuántos habitantes tiene?

-Diez mil. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te bajas aquí?

-Parece verde. -Willie permaneció largo rato escrutando la ciudad sumida en la madrugada-. Parece agradable y tranquila -añadió.

-Hijo -dijo el mozo-, ¿de verdad sabes a dónde vas?

-Aquí -respondió Willie. Y se levantó tranquilamente en la madrugada tranquila, fría, saturada de olor a hierro, en la oscuridad del tren, con un rozar de ropas, perturbando el silencio.

-Chico, confío en que sepas lo que te haces -dijo el mozo de tren.                     

-Sí, señor, sé lo que me hago. -Y descendió al oscuro andén, con el equipaje en pos, en manos del mozo; salió a la mañana que recibía las primeras luces, la mañana humeante y fría que condensaba el aliento. Permaneció un instante con la vista alzada hacia el mozo y hacia el negro tren de metal, contra el fondo de las pocas estrellas que aún quedaban. El tren exhaló un gran soplido aullante en su silbato, los mozos del tren gritaron a lo largo de toda la hilera de vagones, los coches saltaron, y su mozo sonrió y ondeó la mano en señal de saludo al chico que allí se quedaba, a aquel chico pequeñín con su maletón que le estaba gritando algo, a pesar de que la máquina volvía a soltar su silbido.

-¿Qué? -gritó el mozo, con la mano haciendo pabellón en la oreja.

-¡Deséeme suerte! -gritó Willie.

-¡La mejor del mundo, hijo! -exclamó el mozo, saludando, sonriendo-. ¡Muchacho, la mejor del mundo!

-Gracias -dijo Willie en mitad del estrépito del tren, en el vapor y el rugido.

Permaneció mirando al negro tren hasta que se fue completamente y se perdió de vista en la lejanía. No se movió durante todo el tiempo que tardó en irse. Allí se estuvo, quietecito en el fatigado andén de madera, doce años de chiquillo, y sólo después de pasados tres minutos completos se volvió para, por fin, encararse con las calles desiertas.

Después, mientras el sol se alzaba, echó a andar a toda prisa para guardar el calor, bajando de la estación, entrando en la nueva ciudad.

A propósito de En agosto nos vemos, la que han llamado como novela póstuma de Gabriel García Márquez, les traeremos algunos de sus relatos cortos en las próximas semanas, a guisa de homenaje, tras los diez años de su partida de este Macondo que lo inspiró.

Espantos de agosto

Llegamos a Arezzo un poco antes del mediodía, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.

-Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan.

Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.

Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que, en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.

-El más grande -sentenció- fue Ludovico.

Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.

Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.

Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.

Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.

Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. “Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos”. Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

FIN

Doce cuentos peregrinos, 1992

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ALGO MUY GRAVE VA A PASAR EN ESTE PUEBLO

Nota: En un congreso de escritores, al hablar sobre la diferencia entre contar un cuento o escribirlo, García Márquez contó lo que sigue, “Para que vean después cómo cambia cuando lo escriba”.

 

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.

Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

-Te apuesto un peso a que no la haces.

Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:

 

-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:

-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.

- ¿Y por qué es un tonto?

-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:

-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.

La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:

-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.

Entonces la vieja responde:

-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:

- ¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?

- ¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)

-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

-Sí, pero no tanto calor como ahora.

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

-Hay un pajarito en la plaza.

Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

 

-Sí, pero nunca a esta hora.

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:

-Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos.

Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

 

FIN

 

XIII Congreso Interamericano de Literatura,

Caracas, 1967

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Cuentos |

OJOS DE PERRO AZUL

Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez. Encendí un cigarrillo. Tragué el humo áspero y fuerte, antes de hacer girar el asiento, equilibrándolo sobre una de las patas posteriores. Después de eso la vi ahí, como había estado todas las noches, parada junto al velador, mirándome. Durante breves minutos estuvimos haciendo nada más que eso: mirarnos. Yo mirándola desde el asiento, haciendo equilibrio en una de sus patas posteriores. Ella de pie, con una mano larga y quieta sobre el velador, mirándome. Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul». Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca». Salió de la órbita suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes».

La vi caminar hacia el tocador. La vi aparecer en la luna circular del espejo mirándome ahora al final de una ida y vuelta de luz matemática. La vi seguir mirándome con sus grandes ojos de ceniza encendida: mirándome mientras abría la cajita enchapada de nácar rosado. La vi empolvarse la nariz. Cuando acabó de hacerlo, cerró la cajita y volvió a ponerse en pie y caminó de nuevo hacia el velador, diciendo: «Temo que alguien sueñe con esta habitación y me revuelva mis cosas»; y tendió sobre la llama la misma mano larga y trémula que había estado calentado antes de sentarse al espejo. Y dijo: «No sientes el frío». Y yo le dije: «A veces». Y ella me dijo: «Debes sentirlo ahora». Y entonces comprendí por qué no había podido estar solo en el asiento. Era el frío lo que me daba la certeza de mi soledad. «Ahora lo siento -dije-. Y es raro, porque la noche está quieta. Tal vez se me ha rodado la sábana». Ella no respondió. Empezó otra vez a moverse hacia el espejo y volví a girar sobre el asiento para quedar de espaldas a ella. Sin verla sabía lo que estaba haciendo. Sabía que estaba otra vez sentada frente al espejo, viendo mis espaldas, que habían tenido tiempo para llegar hasta el fondo del espejo y ser encontradas por la mirada de ella, que también había tenido el tiempo justo para llegar hasta el fondo y regresar -antes que la mano tuviera tiempo de iniciar la segunda vuelta- hasta los labios que estaban ahora untados de carmín, desde la primera vuelta de la mano frente al espejo. Yo veía, frente a mí, la pared lisa, que era como otro espejo ciego, donde yo no la veía a ella -sentada a mis espaldas-, pero imaginándola dónde estaría si en lugar de la pared hubiera sido puesto un espejo. «Te veo», le dije. Y vi en la pared como si ella hubiera levantado los ojos y me hubiera visto de espaldas en el asiento, al fondo del espejo, con la cara vuelta hacia la pared. Después la vi bajar los párpados, otra vez, y quedarse con los ojos quietos en su corpiño, sin hablar. Y yo volví a decirle: «Te veo». Y ella volvió a levantar los ojos desde su corpiño. «Es imposible», dijo. Yo pregunté por qué. Y ella, con los ojos otra vez quietos en el corpiño: «Porque tienes la cara vuelta hacia la pared». Entonces yo hice girar el asiento. Tenía el cigarrillo apretado en la boca. Cuando quedé frente al espejo ella estaba otra vez junto al velador. Ahora tenía las manos abiertas sobre la llama, como dos abiertas alas de gallina, asándose, y con el rostro sombreado por sus propios dedos. «Creo que me voy a enfriar -dijo-. Esta debe ser una ciudad helada». Volvió el rostro de perfil y su piel de cobre al rojo se volvió repentinamente triste. «Haz algo contra eso», dije. Y ella empezó a desvestirse, pieza por pieza, empezando por arriba; por el corpiño. Le dije: «Voy a voltearme contra la pared». Ella dijo: «No. De todos modos me verás, como me viste cuando estabas de espaldas». Y no había acabado de decirlo cuando ya estaba desvestida casi por completo, con la llama lamiéndole la larga piel de cobre. «Siempre había querido verte así, con el cuero de la barriga lleno de hondos agujeros, como si te hubieran hecho a palos». Y antes que yo cayera en la cuenta de que mis palabras se habían vuelto torpes frente a su desnudez, ella se quedó inmóvil, calentándose en la órbita del velador, y dijo: «A veces creo que soy metálica». Guardó silencio un instante. La posición de las manos sobre la llama varió levemente. Yo dije: «A veces, en otros sueños, he creído que no eres sino una estatuilla de bronce en el rincón de algún museo. Tal vez por eso sientes frío». Y ella dijo: «A veces, cuando me duermo sobre el corazón, siento que el cuerpo se me vuelve huevo y la piel como una lámina. Entonces, cuando la sangre me golpea por dentro, es como si alguien me estuviera llamando con los nudillos en el vientre y siento mi propio sonido de cobre en la cama. Es como si fuera así como tú dices: de metal laminado». Se acercó más al velador. «Me habría gustado oírte», dije. Y ella dijo: «Si alguna vez nos encontramos pon el oído en mis costillas, cuando me duerma sobre el lado izquierdo, y me oirás resonar. Siempre he deseado que lo hagas alguna vez». La oí respirar hondo mientras hablaba. Y dijo que durante años no había hecho nada distinto de eso. Su vida estaba dedicada a encontrarme en la realidad, al través de esa frase identificadora. «Ojos de perro azul». Y en la calle iba diciendo en voz alta, que era una manera de decirle a la única persona que habría podido entenderla:

«Yo soy la que llega a tus sueños todas las noches y te dice esto: ojos de perro azul». Y dijo que iba a los restaurantes y les decía a los mozos, antes de ordenar el pedido: «Ojos de perro azul». Pero los mozos le hacían una respetuosa reverencia, sin que hubieran recordado nunca haber dicho eso en sus sueños. Después escribía en las servilletas y rayaba con el cuchillo el barniz de las mesas: «Ojos de perro azul». Y en los cristales empañados de los hoteles, de las estaciones, de todos los edificios públicos, escribía con el índice: «Ojos de perro azul». Dijo que una vez llegó a una droguería y advirtió el mismo olor que había sentido en su habitación una noche, después de haber soñado conmigo. «Debe estar cerca», pensó, viendo el embaldosado limpio y nuevo de la droguería. Entonces se acercó al dependiente y le dijo «Siempre sueño con un hombre que me dice: “Ojos de perro azul”». Y dijo que el vendedor la había mirado a los ojos y le dijo: «En realidad, señorita, usted tiene los ojos así». Y ella le dijo: «Necesito encontrar al hombre que me dijo en sueños eso mismo». Y el vendedor se echó a reír y se movió hacia el otro lado del mostrador. Ella siguió viendo el embaldosado limpio y sintiendo el olor. Y abrió la cartera y se arrodilló y escribió sobre el embaldosado, a grandes letras rojas, con la barrita de carmín para labios: «Ojos de perro azul». El vendedor regresó de donde estaba. Le dijo: «Señorita, usted ha manchado el embaldosado». Le entregó un trapo húmedo, diciendo: «Límpielo». Y ella dijo, todavía junto al velador, que pasó toda la tarde a gatas, lavando el embaldosado y diciendo: «Ojos de perro azul», hasta cuando la gente se congregó en la puerta y dijo que estaba loca.

Ahora, cuando acabó de hablar, yo seguía en el rincón, sentado, haciendo equilibrio en la silla. «Yo trato de acordarme todos los días la frase con que debo encontrarte -dije-. Ahora creo que mañana no lo olvidaré. Sin embargo, siempre he olvidado al despertar cuáles son las palabras con que puedo encontrarte». Y ella dijo: «Tú mismo las inventaste desde el primer día». Y yo le dije: «Las inventé porque te vi los ojos de ceniza. Pero nunca las recuerdo a la mañana siguiente». Y ella, con los puños cerrados junto al velador, respiró hondo: «Si por lo menos pudiera recordar ahora en qué ciudad lo he estado escribiendo».

Sus dientes apretados relumbraron sobre la llama. «Me gustaría tocarte ahora», dije. Ella levantó el rostro que había estado mirando la lumbre: levantó la mirada ardiendo, asándose también como ella, como sus manos: y yo sentí que me vio, en el rincón, donde seguía sentado, meciéndome en el asiento. «Nunca me habías dicho eso», dijo. «Ahora lo digo y es verdad», dije. Al otro lado del velador ella pidió un cigarrillo. La colilla había desaparecido de entre mis dedos. Había olvidado que estaba fumando. Dijo: «No sé por qué no puedo recordar dónde lo he escrito». Y yo le dije: «Por lo mismo que yo no podré recordar mañana las palabras». Y ella dijo, triste: «No. Es que a veces creo que eso también lo he soñado». Me puse en pie y caminé hacia el velador. Ella estaba un poco más allá, y yo seguía caminando, con los cigarrillos y los fósforos en la mano, que no pasaría el velador. Le tendí el cigarrillo. Ella lo apretó entre los labios y se inclinó para alcanzar la llama, antes que yo tuviera tiempo de encender el fósforo. «En alguna ciudad del mundo, en todas las paredes, tienen que estar escritas esas palabras: “Ojos de perro azul” -dije-. Si mañana las recordara iría a buscarte». Ella levantó otra vez la cabeza y tenía ya la brasa encendida en los labios. «Ojos de perro azul», suspiró, recordando, con el cigarrillo caído sobre la barba y un ojo a medio cerrar. Aspiró después el humo, con el cigarrillo entre los dedos, y exclamó: «Ya esto es otra cosa. Estoy entrando en calor». Y lo dijo con la voz un poco tibia y huidiza, como si no lo hubiera dicho realmente sino como si lo hubiera acercado el papel a la llama mientras yo leía: «Estoy entrando -y ella hubiera seguido con el papelito entre el pulgar y el índice, dándole vueltas, mientras se iba consumiendo y yo acababa de leer- …en calor», antes que el papelito se consumiera por completo y cayera al suelo arrugado, disminuido, convertido en un liviano polvo de ceniza. «Así es mejor -dije-. A veces me da miedo verte así. Temblando junto al velador».

Nos veíamos desde hacía varios años. A veces, cuando ya estábamos juntos, alguien dejaba caer afuera una cucharita y despertábamos. Poco a poco habíamos ido comprendiendo que nuestra amistad estaba subordinada a las cosas, a los acontecimientos más simples. Nuestros encuentros terminaban siempre así, con el caer de una cucharita en la madrugada.

Ahora, junto al velador, me estaba mirando. Yo recordaba que antes también me había mirado así, desde aquel remoto sueño en que hice girar el asiento sobre sus patas posteriores y quedé frente a una desconocida de ojos cenicientos. Fue en ese sueño en el que le pregunté por primera vez: «¿Quién es usted?». Y ella me dijo: «No lo recuerdo». Yo le dije: «Pero creo que nos hemos visto antes». Y ella dijo, indiferente: «Creo que alguna vez soñé con usted, con este mismo cuarto». Y yo le dije: «Eso es. Ya empiezo a recordarlo». Y ella dijo: «Qué curioso. Es cierto que nos hemos encontrado en otros sueños».

Dio dos chupadas al cigarrillo. Yo estaba todavía parado frente al velador cuando me quedé mirándola de pronto. La miré de arriba abajo y todavía era de cobre; pero no ya de metal duro y frío, sino de cobre amarillo, blando, maleable. «Me gustaría tocarte», volvía a decir. Y ella dijo: «Lo echarías todo a perder -volvió a decir, antes que yo pudiera tocarla-. Tal vez, si das la vuelta por detrás del velador, despertaríamos sobresaltados quién sabe en qué parte del mundo». Pero yo insistí: «No importa». Y ella dijo: «Si diéramos vuelta a la almohada, volveríamos a encontrarnos. Pero tú, cuando despiertes, lo habrás olvidado». Empecé a moverme hacia el rincón. Ella quedó atrás, calentándose las manos sobre la llama. Y todavía no estaba yo junto al asiento cuando le oí decir a mis espaldas: «Cuando despierto a medianoche, me quedo dando vueltas en la cama, con los hilos de la almohada ardiéndome en la rodilla y repitiendo hasta el amanecer: “Ojos de perro azul”».

Entonces yo me quedé con la cara contra la pared. «Ya está amaneciendo -dije sin mirarla-. Cuando dieron las dos estaba despierto y de eso hace mucho rato». Yo me dirigí hacia la puerta. Cuando tenía agarrada la manivela, oí otra vez su voz igual, invariable: «No abras esa puerta -dijo-. El corredor está lleno de sueños difíciles». Y yo le dije: «Cómo lo sabes?». Y ella me dijo: «Porque hace un momento estuve allí y tuve que regresar cuando descubrí que estaba dormida sobre el corazón». Yo tenía la puerta entreabierta. Moví un poco la hoja y un airecillo frío y tenue me trajo un fresco olor a tierra vegetal, a campo húmedo. Ella habló otra vez. Yo di la vuelta, moviendo todavía la hoja montada en goznes silenciosos, y le dije: «Creo que no hay ningún corredor aquí afuera. Siento el olor del campo». Y ella, un poco lejana ya, me dijo: «Conozco esto más que tú. Lo que pasa es que allá afuera está una mujer soñando con el campo». Se cruzó de brazos sobre la llama. Siguió hablando: «Es esa mujer que siempre ha deseado tener una casa en el campo y nunca ha podido salir de la ciudad». Yo recordaba haber visto la mujer en algún sueño anterior, pero sabía, ya con la puerta entreabierta, que dentro de media hora debía bajar al desayuno. Y dije: «De todos modos, tengo que salir de aquí para despertar».

Afuera el viento aleteó un instante, se quedó quieto después y se oyó la respiración de un durmiente que acababa de darse vuelta en la cama. El viento del campo se suspendió. Ya no hubo más olores. «Mañana te reconoceré por eso -dije-. Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en las paredes: “Ojos de perro azul”». Y ella, con una sonrisa triste -que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible, a lo inalcanzable-, dijo: «Sin embargo no recordarás nada durante el día». Y volvió a poner las manos sobre el velador, con el semblante oscurecido por una niebla amarga: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado».

FIN

Ojos de perro azul, 1950

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Cuentos | Poemas

Continuamos con el maestro Gabriel García Márquez, a guisa de homenaje, tras los diez años de su partida de este Macondo que lo inspiró.

EL VERANO FELIZ DE LA SEÑORA FORBES

Por la tarde, de regreso a casa, encontramos una enorme serpiente de mar clavada por el cuello en el marco de la puerta, y era negra y fosforescente y parecía un maleficio de gitanos, con los ojos todavía vivos y los dientes de serrucho en las mandíbulas despernancadas. Yo andaba entonces por los nueve años, y sentí un terror tan intenso ante aquella aparición de delirio, que se me cerró la voz. Pero mi hermano, que era dos años menor que yo, soltó los tanques de oxígeno, las máscaras y las aletas de nadar y salió huyendo con un grito de espanto. La señora Forbes lo oyó desde la tortuosa escalera de piedras que trepaba por los arrecifes desde el embarcadero hasta la casa, y nos alcanzó, acezante y lívida, pero le bastó con ver al animal crucificado en la puerta para comprender la causa de nuestro horror. Ella solía decir que cuando dos niños están juntos ambos son culpables de lo que cada uno hace por separado, de modo que nos reprendió a ambos por los gritos de mi hermano, y nos siguió recriminando nuestra falta de dominio. Habló en alemán, y no en inglés, como lo establecía su contrato de institutriz, tal vez porque también ella estaba asustada y se resistía a admitirlo. Pero tan pronto como recobró el aliento volvió a su inglés pedregoso y a su obsesión pedagógica.

—Es una murena helena —nos dijo—, así llamada porque fue un animal sagrado para los griegos antiguos.

Oreste, el muchacho nativo que nos enseñaba a nadar en aguas profundas, apareció de pronto detrás de los arbustos de alcaparras. Llevaba la máscara de buzo en la frente, un pantalón de baño minúsculo y un cinturón de cuero con seis cuchillos, de formas y tamaños distintos, pues no concebía otra manera de cazar debajo del agua que peleando cuerpo a cuerpo con los animales. Tenía unos veinte años, pasaba más tiempo en los fondos marinos que en la tierra firme y él mismo parecía un animal de mar con el cuerpo siempre embadurnado de grasa de motor. Cuando lo vio por primera vez, la señora Forbes había dicho a mis padres que era imposible concebir un ser humano más hermoso. Sin embargo, su belleza no lo ponía a salvo del rigor: también él tuvo que soportar una reprimenda en italiano por haber colgado la murena en la puerta, sin otra explicación posible que la de asustar a los niños. Luego, la señora Forbes ordenó que la desclavara con el respeto debido a una criatura mítica y nos mandó a vestirnos para la cena.

Lo hicimos de inmediato y tratando de no cometer un solo error, porque al cabo de dos semanas bajo el régimen de la señora Forbes habíamos aprendido que nada era más difícil que vivir. Mientras nos duchábamos en el baño en penumbra, me di cuenta de que mi hermano seguía pensando en la murena. «Tenía ojos de gente», me dijo. Yo estaba de acuerdo, pero le hice creer lo contrario, y conseguí cambiar de tema hasta que terminé de bañarme. Pero cuando salí de la ducha me pidió que me quedara para acompañarlo.

—Todavía es de día —le dije.

Abrí las cortinas. Era pleno agosto, y a través de la ventana se veía la ardiente llanura lunar hasta el otro lado de la isla, y el sol parado en el cielo.

—No es por eso —dijo mi hermano—. Es que tengo miedo de tener miedo.

Sin embargo, cuando llegamos a la mesa parecía tranquilo, y había hecho las cosas con tanto esmero que mereció una felicitación especial de la señora Forbes, y dos puntos más en su buena cuenta de la semana. A mí, en cambio, me descontó dos puntos de los cinco que ya tenía ganados, porque a última hora me dejé arrastrar por la prisa y llegué al comedor con la respiración alterada. Cada cincuenta puntos nos daban derecho a una doble ración de postre, pero ninguno de los dos había logrado pasar de los quince puntos. Era una lástima, de veras, porque nunca volvimos a encontrar unos budines más deliciosos que los de la señora Forbes.

Antes de empezar la cena rezábamos de pie frente a los platos vacíos. La señora Forbes no era católica, pero su contrato estipulaba que nos hiciera rezar seis veces al día, y había aprendido nuestras oraciones para cumplirlo. Luego nos sentábamos los tres, reprimiendo la respiración mientras ella comprobaba hasta el detalle más ínfimo de nuestra conducta, y solo cuando todo parecía perfecto hacía sonar la campanita. Entonces entraba Fulvia Flamínea, la cocinera, con la eterna sopa de fideos de aquel verano aborrecible.

Al principio, cuando estábamos solos con nuestros padres, la comida era una fiesta. Fulvia Flamínea nos servía cacareando en torno a la mesa, con una vocación de desorden que alegraba la vida, y al final se sentaba con nosotros y terminaba comiendo un poco de los platos de todos. Pero desde que la señora Forbes se hizo cargo de nuestro destino nos servía en un silencio tan oscuro, que podíamos oír el borboriteo de la sopa hirviendo en la marmita. Cenábamos con la espina dorsal apoyada en el espaldar de la silla, masticando diez veces con un carrillo y diez veces con el otro, sin apartar la vista de la férrea y lánguida mujer otoñal, que recitaba de memoria una lección de urbanidad. Era igual que la misa del domingo, pero sin el consuelo de la gente cantando.

El día en que encontramos la murena colgada en la puerta, la señora Forbes nos habló de los deberes para con la patria. Fulvia Flamínea, casi flotando en el aire enrarecido por la voz, nos sirvió después de la sopa un filete al carbón de una carne nevada con un olor exquisito. A mí, que desde entonces prefería el pescado a cualquier otra cosa de comer de la tierra o del cielo, aquel recuerdo de nuestra casa de Guacamayal me alivió el corazón. Pero mi hermano rechazó el plato sin probarlo.

—No me gusta —dijo.

La señora Forbes interrumpió la lección.

—No puedes saberlo —le dijo—, ni siquiera lo has probado.

Dirigió a la cocinera una mirada de alerta, pero ya era demasiado tarde.

—La murena es el pescado más fino del mundo, figlio mío —le dijo Fulvia Flamínea—. Pruébalo y verás.

La señora Forbes no se alteró. Nos contó, con su método inclemente, que la murena era un manjar de reyes en la antigüedad, y que los guerreros se disputaban su hiel porque infundía un coraje sobrenatural. Luego nos repitió, como tantas veces en tan poco tiempo, que el buen gusto no es una facultad congénita, pero que tampoco se enseña a ninguna edad, sino que se impone desde la infancia. De manera que no había ninguna razón válida para no comer. Yo, que había probado la murena antes de saber lo que era, me quedé para siempre con la contradicción: tenía un sabor terso, aunque un poco melancólico, pero la imagen de la serpiente clavada en el dintel era más apremiante que mi apetito. Mi hermano hizo un esfuerzo supremo con el primer bocado, pero no pudo soportarlo: vomitó.

—Vas al baño —le dijo la señora Forbes sin alterarse—, te lavas bien y vuelves a comer.

Sentí una gran angustia por él, pues sabía cuánto le costaba atravesar la casa entera con las primeras sombras y permanecer solo en el baño el tiempo necesario para lavarse. Pero volvió muy pronto, con otra camisa limpia, pálido y apenas sacudido por un temblor recóndito, y resistió muy bien el examen severo de su limpieza. Entonces la señora Forbes trinchó un pedazo de la murena, y dio la orden de seguir. Yo pasé un segundo bocado a duras penas. Mi hermano, en cambio, ni siquiera cogió los cubiertos.

—No lo voy a comer —dijo.

Su determinación era tan evidente, que la señora Forbes la esquivó.

—Está bien —dijo—, pero no comerás postre.

El alivio de mi hermano me infundió su valor. Crucé los cubiertos sobre el plato, tal cómo la señora Forbes nos enseñó que debía hacerse al terminar, y dije:

—Yo tampoco comeré postre.

—Ni verán la televisión —replicó ella.

—Ni veremos la televisión —dije.

La señora Forbes puso la servilleta sobre la mesa, y los tres nos levantamos para rezar. Luego nos mandó al dormitorio, con la advertencia de que debíamos dormirnos en el mismo tiempo que ella necesitaba para acabar de comer. Todos nuestros puntos buenos quedaron anulados, y solo a partir de veinte volveríamos a disfrutar de sus pasteles de crema, sus tartas de vainilla, sus exquisitos bizcochos de ciruelas, como no habíamos de conocer otros en el resto de nuestras vidas.

Tarde o temprano teníamos que llegar a esa ruptura. Durante un año entero habíamos esperado con ansiedad aquel verano libre en la isla de Pantelana, en el extremo meridional de Sicilia, y lo había sido en realidad durante el primer mes, en que nuestros padres estuvieron con nosotros. Todavía recuerdo como un sueño la llanura solar de rocas volcánicas, el mar eterno, la casa pintada de cal viva hasta los sardineles, desde cuyas ventanas se veían en las noches sin viento las aspas luminosas de los faros de África. Explorando con mi padre los fondos dormidos alrededor de la isla habíamos descubierto una ristra de torpedos amarillos, encallados desde la última guerra; habíamos rescatado un ánfora griega de casi un metro de altura, con guirnaldas petrificadas, en cuyo fondo yacían los rescoldos de un vino inmemorial y venenoso, y nos habíamos bañado en un remanso humeante, cuyas aguas eran tan densas que casi se podía caminar sobre ellas. Pero la revelación más deslumbrante para nosotros había sido Fulvia Flamínea. Parecía un obispo feliz, y siempre andaba con una ronda de gatos soñolientos que le estorbaban para caminar, pero ella decía que no los soportaba por amor, sino para impedir que se la comieran las ratas. De noche, mientras nuestros padres veían en la televisión los programas para adultos, Fulvia Flamínea nos llevaba con ella a su casa, a menos de cien metros de la nuestra, y nos enseñaba a distinguir las algarabías remotas, las canciones, las ráfagas de llanto de los vientos de Túnez. Su marido era un hombre demasiado joven para ella, que trabajaba durante el verano en los hoteles de turismo, al otro extremo de la isla, y solo volvía a casa para dormir. Oreste vivía con sus padres un poco más lejos, y aparecía siempre por la noche con ristras de pescados y canastas de langostas acabadas de pescar, y las colgaba en la cocina para que el marido de Fulvia Flamínea las vendiera al día siguiente en los hoteles. Después se ponía otra vez la linterna de buzo en la frente y nos llevaba a cazar las ratas de monte, grandes como conejos, que acechaban los residuos de las cocinas. A veces volvíamos a casa cuando nuestros padres se habían acostado, y apenas si podíamos dormir con el estruendo de las ratas disputándose las sobras en los patios. Pero aun aquel estorbo era un ingrediente mágico de nuestro verano feliz.

La decisión de contratar una institutriz alemana solo podía ocurrírsele a mi padre, que era un escritor del Caribe con más ínfulas que talento. Deslumbrado por las cenizas de las glorias de Europa, siempre pareció demasiado ansioso por hacerse perdonar su origen, tanto en los libros como en la vida real, y se había impuesto la fantasía de que no quedara en sus hijos ningún vestigio de su propio pasado. Mi madre siguió siendo siempre tan humilde como lo había sido de maestra errante en la alta Guajira, y nunca se imaginó que su marido pudiera concebir una idea que no fuera providencial. De modo que ninguno de los dos debió preguntarse con el corazón cómo iba a ser nuestra vida con una sargenta de Dortmund, empeñada en inculcarnos a la fuerza los hábitos más rancios de la sociedad europea, mientras ellos participaban con cuarenta escritores de moda en un crucero cultural de cinco semanas por las islas del mar Egeo.

La señora Forbes llegó el último sábado de julio en el barquito regular de Palermo, y desde que la vimos por primera vez nos dimos cuenta de que la fiesta había terminado. Llegó con unas botas de miliciano y un vestido de solapas cruzadas en aquel calor meridional, y con el pelo cortado como el de un hombre bajo el sombrero de fieltro. Olía a orines de mico. «Así huelen todos los europeos, sobre todo en verano», nos dijo mi padre. «Es el olor de la civilización». Pero, a despecho de su atuendo marcial, la señora Forbes era una criatura escuálida, que tal vez nos habría suscitado una cierta compasión si hubiéramos sido mayores o si ella hubiera tenido algún vestigio de ternura. El mundo se volvió distinto. Las seis horas de mar, que desde el principio del verano habían sido un continuo ejercicio de imaginación, se convirtieron en una sola hora igual, muchas veces repetida. Cuando estábamos con nuestros padres disponíamos de todo el tiempo para nadar con Oreste, asombrados del arte y la audacia con que se enfrentaba a los pulpos en su propio ámbito turbio de tinta y de sangre, sin más armas que sus cuchillos de pelea. Después siguió llegando a las once en el botecito de motor fuera borda, como lo hacía siempre, pero la señora Forbes no le permitía quedarse con nosotros ni un minuto más del indispensable para la clase de natación submarina. Nos prohibió volver de noche a la casa de Fulvia Flamínea, porque lo consideraba como una familiaridad excesiva con la servidumbre, y tuvimos que dedicar a la lectura analítica de Shakespeare el tiempo de que antes disfrutábamos cazando ratas. Acostumbrados a robar mangos en los patios y a matar perros a ladrillazos en las calles ardientes de Guacamayal, para nosotros era imposible concebir un tormento más cruel que aquella vida de príncipes.

Sin embargo, muy pronto nos dimos cuenta de que la señoña Forbes no era tan estricta consigo misma como lo era con nosotros, y esa fue la primera grieta de su autoridad. Al principio se quedaba en la playa bajo el parasol de colores, vestida de guerra, leyendo baladas de Schiller mientras Oreste nos enseñaba a bucear, y luego nos daba clases teóricas de buen comportamiento en sociedad, horas tras horas, hasta la pausa del almuerzo.

Un día pidió a Oreste que la llevara en el botecito de motor a las tiendas de turistas de los hoteles, y regresó con un vestido de baño enterizo, negro y tornasolado, como un pellejo de foca, pero nunca se metió en el agua. Se asoleaba en la playa mientras nosotros nadábamos, y se secaba el sudor con la toalla, sin pasar por la regadera, de modo que a los tres días parecía una langosta en carne viva y el olor de su civilización se había vuelto irrespirable.

Sus noches eran de desahogo. Desde el principio de su mandato sentíamos que alguien caminaba por la oscuridad de la casa, braceando en la oscuridad, y mi hermano llegó a inquietarse con la idea de que fueran los ahogados errantes de que tanto nos había hablado Fulvia Flamínea. Muy pronto descubrimos que era la señora Forbes, que se pasaba la noche viviendo la vida real de mujer solitaria que ella misma se hubiera reprobado durante el día. Una madrugada la sorprendimos en la cocina, con el camisón de dormir de colegiala, preparando sus postres espléndidos, con todo el cuerpo embadurnado de harina hasta la cara y tomándose un vaso de oporto con un desorden mental que habría causado el escándalo de la otra señora Forbes. Ya para entonces sabíamos que después de acostarnos no se iba a su dormitorio, sino que bajaba a nadar a escondidas, o se quedaba hasta muy tarde en la sala, viendo sin sonido en la televisión las películas prohibidas para menores, mientras comía tartas enteras y se bebía hasta una botella del vino especial que mi padre guardaba con tanto celo para las ocasiones memorables. Contra sus propias prédicas de austeridad y compostura, se atragantaba sin sosiego, con una especie de pasión desmandada. Después la oíamos hablando sola en su cuarto, la oíamos recitando en su alemán melodioso fragmentos completos de Die Jungfrau von Orleans, la oíamos cantar, la oíamos sollozando en la cama hasta el amanecer, y luego aparecía en el desayuno con los ojos hinchados de lágrimas, cada vez más lúgubre y autoritaria. Ni mi hermano ni yo volvimos a ser tan desdichados como entonces, pero yo estaba dispuesto a soportarla hasta el final, pues sabía que de todos modos su razón había de prevalecer contra la nuestra. Mi hermano, en cambio, se le enfrentó con todo el ímpetu de su carácter, y el verano feliz se nos volvió infernal. El episodio de la murena fue el último límite. Aquella misma noche, mientras oíamos desde la cama el trajín incesante de la señora Forbes en la casa dormida, mi hermano soltó de golpe toda la carga del rencor que se le estaba pudriendo en el alma.

—La voy a matar —dijo.

Me sorprendió, no tanto por su decisión, como por la casualidad de que yo estuviera pensando lo mismo desde la cena. No obstante, traté de disuadirlo.

—Te cortarán la cabeza —le dije.

—En Sicilia no hay guillotina —dijo él—. Además, nadie va a saber quién fue.

Pensaba en el ánfora rescatada de las aguas, donde estaba todavía el sedimento del vino mortal. Mi padre lo guardaba porque quería hacerlo someter a un análisis más profundo para averiguar la naturaleza de su veneno, pues no podía ser el resultado del simple transcurso del tiempo. Usarlo contra la señora Forbes era algo tan fácil, que nadie iba a pensar que no fuera accidente o suicidio. De modo que al amanecer, cuando la sentimos caer extenuada por la fragorosa vigilia, echamos vino del ánfora en la botella del vino especial de mi padre. Según habíamos oído decir, aquella dosis era bastante para matar un caballo.

El desayuno lo tomábamos en la cocina a las nueve en punto, servido por la propia señora Forbes con los panecillos de dulce que Fulvia Flamínea dejaba muy temprano sobre la hornilla. Dos días después de la sustitución del vino, mientras desayunábamos, mi hermano me hizo caer en la cuenta con una mirada de desencanto que la botella envenenada estaba intacta en el aparador. Eso fue un viernes, y la botella siguió intacta durante el fin de semana. Pero la noche del martes, la señora Forbes se bebió la mitad mientras veía las películas libertinas de la televisión.

Sin embargo, llegó tan puntual como siempre al desayuno del miércoles. Tenía su cara habitual de mala noche, y los ojos estaban tan ansiosos como siempre detrás de los vidrios macizos, y se le volvieron aún más ansiosos cuando encontró en la canasta de los panecillos una carta con sellos de Alemania. La leyó mientras tomaba el café, como tantas veces nos había dicho que no se debía hacer, y en el curso de la lectura le pasaban por la cara las ráfagas de claridad que irradiaban las palabras escritas. Luego arrancó las estampillas del sobre y las puso en la canasta con los panecillos sobrantes para la colección del marido de Fulvia Flamínea. A pesar de su mala experiencia inicial, aquel día nos acompañó en la exploración de los fondos marinos, y estuvimos divagando por un mar de aguas delgadas hasta que se nos empezó a agotar el aire de los tanques y volvimos a casa sin tomar la lección de buenas costumbres. La señora Forbes no solo estuvo de un ánimo floral durante todo el día, sino que a la hora de la cena parecía más viva que nunca. Mi hermano, por su parte, no podía soportar el desaliento. Tan pronto como recibimos la orden de empezar apartó el plato de sopa de fideos con un gesto provocador.

—Estoy hasta los cojones de esta agua de lombrices —dijo.

Fue como si hubiera tirado en la mesa una granada de guerra. La señora Forbes se puso pálida, sus labios se endurecieron hasta que empezó a disiparse el humo de la explosión, y los vidrios de sus lentes se empañaron de lágrimas. Luego se los quitó, los secó con la servilleta, y antes de levantarse la puso sobre la mesa con la amargura de una capitulación sin gloria.

—Hagan lo que les dé la gana —dijo—. Yo no existo.

Se encerró en su cuarto desde las siete. Pero antes de la media noche, cuando ya nos suponía dormidos, la vimos pasar con el camisón de colegiala y llevando para el dormitorio medio pastel de chocolate y la botella con más de cuatro dedos del vino envenenado. Sentí un temblor de lástima.

—Pobre señora Forbes —dije.

Mi hermano no respiraba en paz.

—Pobres nosotros si no se muere esta noche —dijo.

Aquella madrugada volvió a hablar sola por un largo rato, declamó a Schiller a grandes voces, inspirada por una locura frenética, y culminó con un grito final que ocupó todo el ámbito de la casa. Luego suspiró muchas veces hasta el fondo del alma y sucumbió con un silbido triste y continuo como el de una barca a la deriva. Cuando despertamos, todavía agotados por la tensión de la vigilia, el sol se metía a cuchilladas por las persianas, pero la casa parecía sumergida en un estanque.

Entonces caímos en la cuenta de que iban a ser las diez y no habíamos sido despertados por la rutina matinal de la señora Forbes. No oímos el desagüe del retrete a las ocho, ni el grifo del lavabo, ni el ruido de las persianas, ni las herraduras de las botas y los tres golpes mortales en la puerta con la palma de su mano de negrero. Mi hermano puso la oreja contra el muro, retuvo el aliento para percibir la mínima señal de vida en el cuarto contiguo, y al final exhaló un suspiro de liberación.

—¡Ya está! —dijo—. Lo único que se oye es el mar.

Preparamos nuestro desayuno poco antes de las once, y luego bajamos a la playa con dos cilindros para cada uno y otros dos de repuesto, antes de que Fulvia Flamínea llegara con su ronda de gatos a hacer la limpieza de la casa. Oreste estaba ya en el embarcadero destripando una dorada de seis libras que acababa de cazar. Le dijimos que habíamos esperado a la señora Forbes hasta las once, y en vista de que continuaba dormida decidimos bajar solos al mar. Le contamos además que la noche anterior había sufrido una crisis de llanto en la mesa, y tal vez había dormido mal y prefirió quedarse en la cama. A Oreste no le interesó demasiado la explicación, tal como nosotros lo esperábamos, y nos acompañó a merodear poco más de una hora por los fondos marinos. Después nos indicó que subiéramos a almorzar, y se fue en el botecito de motor a vender la dorada en los hoteles de los turistas. Desde la escalera de piedra le dijimos adiós con la mano, haciéndole creer que nos disponíamos a subir a la casa, hasta que desapareció en la vuelta de los acantilados. Entonces nos pusimos los tanques de oxígeno y seguimos nadando sin permiso de nadie.

El día estaba nublado y había un clamor de truenos oscuros en el horizonte, pero el mar era liso y diáfano y se bastaba de su propia luz. Nadamos en la superficie hasta la línea del faro de Pantelaria, doblamos luego unos cien metros a la derecha y nos sumergimos donde calculábamos que habíamos visto los torpedos de guerra en el principio del verano. Allí estaban: eran seis, pintados de amarillo solar y con sus números de serie intactos, y acostados en el fondo volcánico en un orden perfecto que no podía ser casual. Luego seguimos girando alrededor del faro, en busca de la ciudad sumergida de que tanto y con tanto asombro nos había hablado Fulvia Flamínea, pero no pudimos encontrarla. Al cabo de dos horas, convencidos de que no había nuevos misterios por descubrir, salimos a la superficie con el último sorbo de oxígeno.

Se había precipitado una tormenta de verano mientras nadábamos, el mar estaba revuelto, y una muchedumbre de pájaros carniceros revoloteaba con chillidos feroces sobre el reguero de pescados moribundos en la playa. Pero la luz de la tarde parecía acabada de hacer, y la vida era buena sin la señora Forbes. Sin embargo, cuando acabamos de subir a duras penas por la escalera de los acantilados, vimos mucha gente en la casa y dos automóviles de la policía frente a la puerta, y entonces tuvimos conciencia por primera vez de lo que habíamos hecho. Mi hermano se puso trémulo y trató de regresar.

—Yo no entro—dijo.

Yo, en cambio, tuve la inspiración confusa de que con solo ver el cadáver estaríamos a salvo de toda sospecha.

—Tate tranquilo—le dije—. Respira hondo, y piensa solo una cosa: nosotros no sabemos nada.

Nadie nos puso atención. Dejamos los tanques, las máscaras y las aletas en el portal, y entramos por la galería lateral, donde estaban dos hombres fumando sentados en el suelo junto a una camilla de campaña. Entonces nos dimos cuenta de que había una ambulancia en la puerta posterior y varios militares armados de rifles. En la sala, las mujeres del vecindario rezaban en dialecto sentadas en las sillas que habían sido puestas contra la pared, y sus hombres estaban amontonados en el patio hablando de cualquier cosa que no tenía nada que ver con la muerte. Apreté con más fuerza la mano de mi hermano, que estaba dura y helada, y entramos en la casa por la puerta posterior. Nuestro dormitorio estaba abierto y en el mismo estado en que lo dejamos por la mañana. En el de la señora Forbes, que era el siguiente, había un carabinero armado controlando la entrada, pero la puerta estaba abierta. Nos asomamos al interior con el corazón oprimido, y apenas tuvimos tiempo de hacerlo cuando Fulvia Flamínea salió de la cocina como una ráfaga y cerró la puerta con un grito de espanto:

—¡Por el amor de Dios, figlioli, no la vean!

Ya era tarde. Nunca, en el resto de nuestras vidas, habíamos de olvidar lo que vimos en aquel instante fugaz. Dos hombres de civil estaban midiendo la distancia de la cama a la pared con una cinta métrica, mientras otro tomaba fotografías con una cámara de manta negra como las de los fotógrafos de los parques. La señora Forbes no estaba sobre la cama revuelta. Estaba tirada de medio lado en el suelo, desnuda en un charco de sangre seca que había teñido por completo el piso de la habitación, y tenía el cuerpo cribado a puñaladas. Eran veintisiete heridas de muerte, y por la cantidad y la sevicia se notaba que habían sido asestadas con la furia de un amor sin sosiego, y que la señora Forbes las había recibido con la misma pasión, sin gritar siquiera, sin llorar, recitando a Schiller con su hermosa voz de soldado, consciente de que era el precio inexorable de su verano feliz.

FIN

Doce cuentos peregrinos, 1992

Biblioteca Digital Ciudad Seva

LA SANTA

Veintidós años después volví a ver a Margarito Duarte. Apareció de pronto en una de las callecitas secretas del Trastévere, y me costó trabajo reconocerlo a primera vista por su castellano difícil y su buen talante de romano antiguo. Tenía el cabello blanco y escaso, y no le quedaban rastros de la conducta lúgubre y las ropas funerarias de letrado andino con que había venido a Roma por primera vez, pero en el curso de la conversación fui rescatándolo poco a poco de las perfidias de sus años y volvía a verlo como era: sigiloso, imprevisible, y de una tenacidad de picapedrero. Antes de la segunda taza de café en uno de nuestros bares de otros tiempos, me atreví a hacerle la pregunta que me carcomía por dentro.

-¿Qué pasó con la santa?

-Ahí está la santa -me contestó-. Esperando.

Sólo el tenor Rafael Ribero Silva y yo podíamos entender la tremenda carga humana de su respuesta. Conocíamos tanto su drama, que durante años pensé que Margarito Duarte era el personaje en busca de autor que los novelistas esperamos durante toda una vida, y si nunca dejé que me encontrara fue porque el final de su historia me parecía inimaginable.

Había venido a Roma en aquella primavera radiante en que Pío XII padecía una crisis de hipo que ni las buenas ni las malas artes de médicos y hechiceros habían logrado remediar. Salía por primera vez de su escarpada aldea de Tolima, en los Andes colombianos, y se le notaba hasta en el modo de dormir. Se presentó una mañana en nuestro consulado con la maleta de pino lustrado que por la forma y el tamaño parecía el estuche de un violonchelo, y le planteó al cónsul el motivo sorprendente de su viaje. El cónsul llamó entonces por teléfono al tenor Rafael Ribero Silva, su compatriota, para que le consiguiera un cuarto en la pensión donde ambos vivíamos. Así lo conocí.

Margarito Duarte no había pasado de la escuela primaria, pero su vocación por las bellas letras le había permitido una formación más amplia con la lectura apasionada de cuanto material impreso encontraba a su alcance. A los dieciocho años, siendo el escribano del municipio, se casó con una bella muchacha que murió poco después en el parto de la primera hija. Ésta, más bella aún que la madre, murió de fiebre esencial a los siete años. Pero la verdadera historia de Margarito Duarte había empezado seis meses antes de su llegada a Roma, cuando hubo de mudar el cementerio de su pueblo para construir una represa. Como todos los habitantes de la región, Margarito desenterró los huesos de sus muertos para llevarlos al cementerio nuevo. La esposa era polvo. En la tumba contigua, por el contrario, la niña seguía intacta después de once años. Tanto, que cuando destaparon la caja se sintió el vaho de las rosas frescas con que la habían enterrado. Lo más asombroso, sin embargo, era que el cuerpo carecía de peso.

Centenares de curiosos atraídos por el clamor del milagro desbordaron la aldea. No había duda. La incorruptibilidad del cuerpo era un síntoma inequívoco de la santidad, y hasta el obispo de la diócesis estuvo de acuerdo en que semejante prodigio debía someterse al veredicto del Vaticano. De modo que se hizo una colecta pública para que Margarito Duarte viajara a Roma, a batallar por una causa que ya no era sólo suya ni del ámbito estrecho de su aldea, sino un asunto de la nación.

Mientras nos contaba su historia en la pensión del apacible barrio de Parioli, Margarito Duarte quitó el candado y abrió la tapa del baúl primoroso. Fue así como el tenor Ribero Silva y yo participamos del milagro. No parecía una momia marchita como las que se ven en tantos museos del mundo, sino una niña vestida de novia que siguiera dormida al cabo de una larga estancia bajo la tierra. La piel era tersa y tibia, y los ojos abiertos eran diáfanos, y causaban la impresión insoportable de que nos veían desde la muerte. El raso y los azahares falsos de la corona no habían resistido al rigor del tiempo con tan buena salud como la piel, pero las rosas que le habían puesto en las manos permanecían vivas. El peso del estuche de pino, en efecto, siguió siendo igual cuando sacamos el cuerpo.

Margarito Duarte empezó sus gestiones al día siguiente de la llegada. Al principio con una ayuda diplomática más compasiva que eficaz, y luego con cuantas artimañas se le ocurrieron para sortear los incontables obstáculos del Vaticano. Fue siempre muy reservado sobre sus diligencias, pero se sabía que eran numerosas e inútiles. Hacía contacto con cuantas congregaciones religiosas y fundaciones humanitarias encontraba a su paso, donde lo escuchaban con atención pero sin asombro, y le prometían gestiones inmediatas que nunca culminaron. La verdad es que la época no era la más propicia. Todo lo que tuviera que ver con la Santa Sede había sido postergado hasta que el Papa superara la crisis de hipo, resistente no sólo a los más refinados recursos de la medicina académica, sino a toda clase de remedios mágicos que le mandaban del mundo entero.

Por fin, en el mes de julio, Pío XII se repuso y fue a sus vacaciones de verano en Castelgandolfo. Margarito llevó la santa a la primera audiencia semanal con la esperanza de mostrársela. El Papa apareció en el patio interior, en un balcón tan bajo que Margarito pudo ver sus uñas bien pulidas y alcanzó a percibir su hálito de lavanda. Pero no circuló por entre los turistas que llegaban de todo el mundo para verlo, como Margarito esperaba, sino que pronunció el mismo discurso en seis idiomas y terminó con la bendición general.

Al cabo de tantos aplazamientos, Margarito decidió afrontar las cosas en persona, y llevó a la Secretaría de Estado una carta manuscrita de casi sesenta folios, de la cual no obtuvo respuesta. Él lo había previsto, pues el funcionario que la recibió con los formalismos de rigor apenas si se dignó darle una mirada oficial a la niña muerta, y los empleados que pasaban cerca la miraban sin ningún interés. Uno de ellos le contó que el año anterior había recibido más de ochocientas cartas que solicitaban la santificación de cadáveres intactos en distintos lugares del mundo. Margarito pidió por último que se comprobara la ingravidez del cuerpo. El funcionario la comprobó, pero se negó a admitirla.

-Debe ser un caso de sugestión colectiva -dijo.

En sus escasas horas libres y en los áridos domingos de verano, Margarito permanecía en su cuarto, encarnizado en la lectura de cualquier libro que le pareciera de interés para su causa. A fines de cada mes, por iniciativa propia, escribía en un cuaderno escolar una relación minuciosa de sus gastos con su caligrafía preciosista de amanuense mayor, para rendir cuentas estrictas y oportunas a los contribuyentes de su pueblo. Antes de terminar el año conocía los dédalos de Roma como si hubiera nacido en ellos, hablaba un italiano fácil y de tan pocas palabras como su castellano andino, y sabía tanto como el que más sobre procesos de canonización. Pero pasó mucho más tiempo antes de que cambiara su vestido fúnebre, y el chaleco y el sombrero de magistrado que en la Roma de la época eran propios de algunas sociedades secretas con fines inconfesables. Salía desde muy temprano con el estuche de la santa, y a veces regresaba tarde en la noche, exhausto y triste, pero siempre con un rescoldo de luz que le infundía alientos nuevos para el día siguiente.

-Los santos viven en su tiempo propio -decía.

Yo estaba en Roma por primera vez, estudiando en el Centro Experimental de Cine, y viví su calvario con una intensidad inolvidable. La pensión donde dormíamos era en realidad un apartamento moderno a pocos pasos de la Villa Borghese, cuya dueña ocupaba dos alcobas y alquilaba cuartos a estudiantes extranjeros. La llamábamos María Bella, y era guapa y temperamental en la plenitud de su otoño, y siempre fiel a la norma sagrada de que cada quien es rey absoluto dentro de su cuarto. En realidad, la que llevaba el peso de la vida cotidiana era su hermana mayor, la tía Antonieta, un ángel sin alas que le trabajaba por horas durante el día, y andaba por todos lados con su balde y su escoba de jerga lustrando más allá de lo posible los mármoles del piso. Fue ella quien nos enseñó a comer los pajaritos cantores que cazaba Bartolino, su esposo, por el mal hábito que le quedó de la guerra, y quien terminaría por llevarse a Margarito a vivir en su casa cuando los recursos no le alcanzaron para los precios de María Bella.

Nada menos adecuado para el modo de ser de Margarito que aquella casa sin ley. Cada hora nos reservaba una novedad, hasta en la madrugada, cuando nos despertaba el rugido pavoroso del león en el zoológico de la Villa Borghese. El tenor Ribero Silva se había ganado el privilegio de que los romanos no se resintieran con sus ensayos tempraneros. Se levantaba a las seis, se daba su baño medicinal de agua helada y se arreglaba la barba y las cejas de Mefistófeles, y sólo cuando ya estaba listo con la bata de cuadros escoceses, la bufanda de seda china y su agua de colonia personal, se entregaba en cuerpo y alma a sus ejercicios de canto. Abría de par en par la ventana del cuarto, aún con las estrellas del invierno, y empezaba por calentar la voz con fraseos progresivos de grandes arias de amor, hasta que se soltaba a cantar a plena voz. La expectativa diaria era que cuando daba el do de pecho le contestaba el león de la villa Borghese con un rugido de temblor de tierra.

-Eres San Marcos reencarnado, figlio mio -exclamaba la tía Antonieta asombrada de veras-. Sólo él podía hablar con los leones.

Una mañana no fue el león el que dio la réplica. El tenor inició el dueto de amor del Otello: Già nella notte densa s’estingue ogni clamor. De pronto, desde el fondo del patio, nos llegó la respuesta en una hermosa voz de soprano. El tenor prosiguió, y las dos voces cantaron el trozo completo, para solaz del vecindario que abrió las ventanas para santificar sus casas con el torrente de aquel amor irresistible. El tenor estuvo a punto de desmayarse cuando supo que su Desdémona invisible era nada menos que la gran María Caniglia.

Tengo la impresión de que fue aquel episodio el que le dio un motivo válido a Margarito Duarte para integrarse a la vida de la casa. A partir de entonces se sentó con todos en la mesa común y no en la cocina, como al principio, donde la tía Antonieta lo complacía casi a diario con su guiso maestro de pajaritos cantores. María Bella nos leía de sobremesa los periódicos del día para acostumbrarnos a la fonética italiana, y completaba las noticias con una arbitrariedad y una gracia que nos alegraban la vida. Uno de esos días contó, a propósito de la santa, que en la ciudad de Palermo había un enorme museo con los cadáveres incorruptos de hombres, mujeres y niños, e inclusive varios obispos, desenterrados de un mismo cementerio de padres capuchinos. La noticia inquietó tanto a Margarito, que no tuvo un instante de paz hasta que fuimos a Palermo. Pero le bastó una mirada de paso por las abrumadoras galerías de momias sin gloria para formularse un juicio de consolación.

-No son el mismo caso -dijo-. A estos se les nota enseguida que están muertos.

Después del almuerzo Roma sucumbía en el sopor de agosto. El sol de medio día se quedaba inmóvil en el centro del cielo, y en el silencio de las dos de la tarde sólo se oía el rumor del agua, que es la voz natural de Roma. Pero hacia las siete de la noche las ventanas se abrían de golpe para convocar el aire fresco que empezaba a moverse, y una muchedumbre jubilosa se echaba a las calles sin ningún propósito distinto que el de vivir, en medio de los petardos de las motocicletas, los gritos de los vendedores de sandía y las canciones de amor entre las flores de las terrazas.

El tenor y yo no hacíamos la siesta. Íbamos en su vespa, él conduciendo y yo en la parrilla, y les llevábamos helados y chocolates a las putitas de verano que mariposeaban bajo los laureles centenarios de la Villa Borghese, en busca de turistas desvelados a pleno sol. Eran bellas, pobres, cariñosas, como la mayoría de las italianas de aquel tiempo, vestidas de organiza azul, de popelina rosada, de lino verde, y se protegían del sol con las sombrillas apolilladas por las lluvias de la guerra reciente. Era un placer humano estar con ellas, porque saltaban por encima de las leyes del oficio y se daban el lujo de perder un buen cliente para irse con nosotros a tomar un café bien conservado en el bar de la esquina, o a pasear en las carrozas de alquiler por los senderos del parque, o a dolernos de los reyes destronados y sus amantes trágicas que cabalgaban al atardecer en el galoppatorio. Más de una vez les servíamos de intérpretes con algún gringo descarriado.

No fue por ellas que llevamos a Margarito Duarte a la Villa Borghese, sino para que conociera el león. Vivía en libertad en un islote desértico circundado por un foso profundo, y tan pronto como nos divisó en la otra orilla empezó a rugir con un desasosiego que sorprendió a su guardián. Los visitantes del parque acudieron sorprendidos. El tenor trató de identificarse con su do de pecho matinal, pero el león no le prestó atención. Parecía rugir hacia todos nosotros sin distinción, pero el vigilante se dio cuenta al instante de que sólo rugía por Margarito. Así fue: para donde él se moviera se movía el león, y tan pronto como se escondía dejaba de rugir. El vigilante, que era doctor en letras clásicas de la universidad de Siena, pensó que Margarito debió estar ese día con otros leones que lo habían contaminado de su olor. Aparte de esa explicación, que era inválida, no se le ocurrió otra.

-En todo caso -dijo- no son rugidos de guerra sino de compasión.

Sin embargo, lo que impresionó al tenor Ribera Silva no fue aquel episodio sobrenatural, sino la conmoción de Margarito cuando se detuvieron a conversar con las muchachas del parque. Lo comentó en la mesa, y unos por picardía, y otros por comprensión, estuvimos de acuerdo en que sería una buena obra ayudar a Margarito a resolver su soledad. Conmovida por la debilidad de nuestros corazones, María Bella se apretó la pechuga de madraza bíblica con sus manos empedradas de anillos de fantasía.

-Yo lo haría por caridad -dijo-, si no fuera porque nunca he podido con los hombres que usan chaleco.

Fue así como el tenor pasó por la Villa Borghese a las dos de la tarde, y se llevó en ancas de su vespa a la mariposita que le pareció más propicia para darle una hora de buena compañía a Margarito Duarte. La hizo desnudarse en su alcoba, la bañó con jabón de olor, la secó, la perfumó con su agua de colonia personal, y la empolvó de cuerpo entero con su talco alcanforado para después de afeitarse. Por último le pagó el tiempo que ya llevaban y una hora más, y le indicó letra por letra lo que debía hacer.

La bella desnuda atravesó en puntillas la casa en penumbras, como un sueño de la siesta, y dio dos golpecitos tiernos en la alcoba del fondo. Margarito Duarte, descalzo y sin camisa, abrió la puerta.

–Buona sera giovanotto -le dijo ella, con voz y modos de colegiala-. Mi manda il tenore.

Margarito asimiló el golpe con una gran dignidad. Acabó de abrir la puerta para darle paso, y ella se tendió en la cama mientras él se ponía a toda prisa la camisa y los zapatos para atenderla con el debido respeto. Luego se sentó a su lado en una silla, e inició la conversación. Sorprendida, la muchacha le dijo que se diera prisa, pues sólo disponían de una hora. Él no se dio por enterado.

La muchacha dijo después que de todos modos habría estado el tiempo que él hubiera querido sin cobrarle ni un céntimo, porque no podía haber en el mundo un hombre mejor comportado. Sin saber qué hacer mientras tanto, escudriñó el cuarto con la mirada, y descubrió el estuche de madera sobre la chimenea. Preguntó si era un saxofón. Margarito no le contestó, sino que entreabrió la persiana para que entrara un poco de luz, llevó el estuche a la cama y levantó la tapa. La muchacha trató de decir algo, pero se le desencajó la mandíbula. O como nos dijo después: Mi si gelò il culo. Escapó despavorida, pero se equivocó de sentido en el corredor, y se encontró con la tía Antonieta que iba a poner una bombilla nueva en la lámpara de mi cuarto. Fue tal el susto de ambas, que la muchacha no se atrevió a salir del cuarto del tenor hasta muy entrada la noche.

La tía Antonieta no supo nunca qué pasó. Entró en mi cuarto tan asustada, que no conseguía atornillar la bombilla en la lámpara por el temblor de las manos. Le pregunté qué le sucedía. “Es que en esta casa espantan”, me dijo. “Y ahora a pleno día”. Me contó con una gran convicción que, durante la guerra, un oficial alemán degolló a su amante en el cuarto que ocupaba el tenor. Muchas veces, mientras andaba en sus oficios, la tía Antonieta había visto la aparición de la bella asesinada recogiendo sus pasos por los corredores.

-Acabo de verla caminando en pelota por el corredor -dijo-. Era idéntica.

La ciudad recobró su rutina de otoño. Las terrazas floridas del verano se cerraron con los primeros vientos, y el tenor y yo volvimos a la tractoría del Trastévere donde solíamos cenar con los alumnos de canto del conde Carlo Calcagni, y algunos compañeros míos de la escuela de cine. Entre estos últimos, el más asiduo era Lakis, un griego inteligente y simpático, cuyo único tropiezo eran sus discursos adormecedores sobre la injusticia social. Por fortuna, los tenores y las sopranos lograban casi siempre derrotarlo con trozos de ópera cantados a toda voz, que sin embargo no molestaban a nadie aun después de la media noche. Al contrario, algunos trasnochadores de paso se sumaban al coro, y en el vecindario se abrían ventanas para aplaudir.

Una noche, mientras cantábamos, Margarito entró en puntillas para no interrumpirnos. Llevaba el estuche de pino que no había tenido tiempo de dejar en la pensión después de mostrarle la santa al párroco de San Juan de Letrán, cuya influencia ante la Sagrada Congregación del Rito era de dominio público. Alcancé a ver de soslayo que lo puso debajo de una mesa apartada, y se sentó mientras terminábamos de cantar. Como siempre ocurría al filo de la media noche, reunimos varias mesas cuando la tractoría empezó a desocuparse, y quedamos juntos los que cantaban, los que hablábamos de cine, y los amigos de todos. Y entre ellos, Margarito Duarte, que ya era conocido allí como el colombiano silencioso y triste del cual nadie sabía nada. Lakis, intrigado, le preguntó si tocaba el violonchelo. Yo me sobrecogí con lo que me pareció una indiscreción difícil de sortear. El tenor, tan incómodo como yo, no logró remendar la situación. Margarito fue el único que tomó la pregunta con toda naturalidad.

-No es un violonchelo -dijo-. Es la santa.

Puso la caja sobre la mesa, abrió el candado y levantó la tapa. Una ráfaga de estupor estremeció el restaurante. Los otros clientes, los meseros, y por último la gente de la cocina con sus delantales ensangrentados, se congregaron atónitos a contemplar el prodigio. Algunos se persignaron. Una de las cocineras se arrodilló con las manos juntas, presa de un temblor de fiebre, y rezó en silencio.

Sin embargo, pasada la conmoción inicial, nos enredamos en una discusión sobre la insuficiencia de la santidad en nuestros tiempos. Lakis, por supuesto, fue el más radical. Lo único que quedó claro al final fue su idea de hacer una película crítica con el tema de la santa.

-Estoy seguro -dijo- que el viejo Cesare no dejaría escapar este tema.

Se refería a Cesare Zavattini, nuestro maestro de argumento y guión, uno de los grandes de la historia del cine y el único que mantenía con nosotros una relación personal al margen de la escuela. Trataba de enseñarnos no sólo el oficio, sino una manera distinta de ver la vida. Era una máquina de pensar argumentos. Le salían a borbotones, casi contra su voluntad. Y con tanta prisa, que siempre le hacía falta la ayuda de alguien para pensarlos en voz alta y atraparlos al vuelo. Sólo que al terminarlos se le caían los ánimos. “Lástima que haya que filmarlo”, decía. Pues pensaba que en la pantalla perdería mucho de su magia original. Conservaba las ideas en tarjetas ordenadas por temas y prendidas con alfileres en los muros, y tenía tantas que ocupaban una alcoba de su casa.

El sábado siguiente fuimos a verlo con Margarito Duarte. Era tan goloso de la vida, que lo encontramos en la puerta de su casa de la calle Angela Merici, ardiendo de ansiedad por la idea que le habíamos anunciado por teléfono. Ni siquiera nos saludó con la amabilidad de costumbre, sino que llevó a Margarito a una mesa preparada, y él mismo abrió el estuche. Entonces ocurrió lo que menos imaginábamos. En vez de enloquecerse, como era previsible, sufrió una especie de parálisis mental.

–Ammazza! -murmuró espantado.

Miró a la santa en silencio por dos o tres minutos, cerró la caja él mismo, y sin decir nada condujo a Margarito hacia la puerta, como a un niño que diera sus primeros pasos. Lo despidió con unas palmaditas en la espalda. “Gracias, hijo, muchas gracias”, le dijo. “Y que Dios te acompañe en tu lucha”. Cuando cerró la puerta se volvió hacia nosotros, y nos dio su veredicto.

-No sirve para el cine -dijo-. Nadie lo creería.

Esa lección sorprendente nos acompañó en el tranvía de regreso. Si él lo decía, no había ni que pensarlo: la historia no servía. Sin embargo, María Bella nos recibió con el recado urgente de que Zavattini nos esperaba esa misma noche, pero sin Margarito.

Lo encontramos en uno de sus momentos estelares. Lakis había llevado a dos o tres condiscípulos, pero él ni siquiera pareció verlos cuando abrió la puerta.

-Ya lo tengo -gritó-. La película será un cañonazo si Margarito hace el milagro de resucitar a la niña.

-¿En la película o en la vida? -le pregunté.

Él reprimió la contrariedad. “No seas tonto”, me dijo. Pero enseguida le vimos en los ojos el destello de una idea irresistible. “A no ser que sea capaz de resucitarla en la vida real”, dijo, y reflexionó en serio:

-Debería probar.

Fue sólo una tentación instantánea, antes de retomar el hilo. Empezó a pasearse por la casa, como un loco feliz, gesticulando a manotadas y recitando la película a grandes voces. Lo escuchábamos deslumbrados, con la impresión de estar viendo las imágenes como pájaros fosforescentes que se le escapaban en tropel y volaban enloquecidos por toda la casa.

-Una noche -dijo- cuando ya han muerto como veinte Papas que no lo recibieron, Margarito entra en su casa, cansado y viejo, abre la caja, le acaricia la cara a la muertecita, y le dice con toda la ternura del mundo: “Por el amor de tu padre, hijita: levántate y anda”.

Nos miró a todos, y remató con un gesto triunfal:

-¡Y la niña se levanta!

Algo esperaba de nosotros. Pero estábamos tan perplejos, que no encontrábamos qué decir. Salvo Lakis, el griego, que levantó el dedo, como en la escuela, para pedir la palabra.

-Mi problema es que no lo creo -dijo, y ante nuestra sorpresa, se dirigió directo a Zavattini-: Perdóneme, maestro, pero no lo creo.

Entonces fue Zavattini el que se quedó atónito.

-¿Y por qué no?

-Qué sé yo -dijo Lakis, angustiado-. Es que no puede ser.

–Ammazza! -gritó entonces el maestro, con un estruendo que debió oírse en el barrio entero-. Eso es lo que más me jode de los estalinistas: que no creen en la realidad.

En los quince años siguientes, según él mismo me contó, Margarito llevó la santa a Castelgandolfo por si se daba la ocasión de mostrarla. En una audiencia de unos doscientos peregrinos de América Latina alcanzó a contar la historia, entre empujones y codazos, al benévolo Juan XXIII. Pero no pudo mostrarle la niña porque debió dejarla a la entrada, junto con los morrales de otros peregrinos, en previsión de un atentado. El Papa lo escuchó con tanta atención como le fue posible entre la muchedumbre, y le dio en la mejilla una palmadita de aliento.

–Bravo, figlio mio -le dijo-. Dios premiará tu perseverancia.

Sin embargo, cuando de veras se sintió en vísperas de realizar su sueño fue durante el reinado fugaz del sonriente Albino Luciani. Un pariente de éste, impresionado por la historia de Margarito, le prometió su mediación. Nadie le hizo caso. Pero dos días después, mientras almorzaban, alguien llamó a la pensión con un mensaje rápido y simple para Margarito: no debía moverse de Roma, pues antes del jueves sería llamado del Vaticano para una audiencia privada.

Nunca se supo si fue una broma. Margarito creía que no, y se mantuvo alerta. Nadie salió de la casa. Si tenía que ir al baño lo anunciaba en voz alta: “Voy al baño”. María Bella, siempre graciosa en los primeros albores de la vejez, soltaba su carcajada de mujer libre.

-Ya lo sabemos, Margarito -gritaba-, por si te llama el Papa.

La semana siguiente, dos días antes del telefonema anunciado, Margarito se derrumbó ante el titular del periódico que deslizaron por debajo de la puerta: Morto il Papa. Por un instante lo sostuvo en vilo la ilusión de que era un periódico atrasado que habían llevado por equivocación, pues no era fácil creer que muriera un Papa cada mes. Pero así fue: el sonriente Albino Luciani, elegido treinta y tres días antes, había amanecido muerto en su cama.

Volví a Roma veintidós años después de conocer a Margarito Duarte, y tal vez no hubiera pensado en él si no lo hubiera encontrado por casualidad. Yo estaba demasiado oprimido por los estragos del tiempo para pensar en nadie. Caía sin cesar una llovizna boba como el caldo tibio, la luz de diamante de otros tiempos se había vuelto turbia, y los lugares que habían sido míos y sustentaban mis nostalgias eran otros y ajenos. La casa donde estuvo la pensión seguía siendo la misma, pero nadie dio razón de María Bella. Nadie contestaba en seis números de teléfono que el tenor Ribero Silva me había mandado a través de los años. En un almuerzo con la nueva gente de cine evoqué la memoria de mi maestro, y un silencio súbito aleteó sobre la mesa por un instante, hasta que alguien se atrevió a decir:

–Zavattini? Mai sentito.

Así era: nadie había oído hablar de él. Los árboles de la Villa Borghese estaban desgreñados bajo la lluvia, el galoppatoio de las princesas tristes había sido devorado por una maleza sin flores, y las bellas de antaño habían sido sustituidas por atletas andróginos travestidos de manolas. El único sobreviviente de una fauna extinguida era el viejo león, sarnoso y acatarrado, en su isla de aguas marchitas. Nadie cantaba ni se moría de amor en las tractorías plastificadas de la Plaza de España. Pues la Roma de nuestras nostalgias era ya otra Roma antigua dentro de la antigua Roma de los Césares. De pronto, una voz que podía venir del más allá me paró en seco en una callecita del Trastévere:

-Hola, poeta.

Era él, viejo y cansado. Habían muerto cinco Papas, la Roma eterna mostraba los primeros síntomas de la decrepitud, y él seguía esperando. “He esperado tanto que ya no puede faltar mucho más”, me dijo al despedirse, después de casi cuatro horas de añoranzas. “Puede ser cosa de meses”. Se fue arrastrando los pies por el medio de la calle, con sus botas de guerra y su gorra descolorida de romano viejo, sin preocuparse de los charcos de lluvia donde la luz empezaba a pudrirse. Entonces no tuve ya ninguna duda, si es que alguna vez la tuve, de que el santo era él. Sin darse cuenta, a través del cuerpo incorrupto de su hija, llevaba ya veintidós años luchando en vida por la causa legítima de su propia canonización.

FIN

Continuamos con el maestro Gabriel García Márquez, a guisa de homenaje, tras los diez años de su partida de este Macondo que lo inspiró. A propósito ¿sabían que se está organizando, por parte de alguna plataforma de este tipo de contenidos, una producción acerca de Cien años de soledad?

 

 

Ladrón de sábado

Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en una casa un sábado por la noche. Ana, la dueña, una treintañera guapa e insomne empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada con la pistola, la mujer le entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a Pauli, su niña de tres años. Sin embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos trucos de magia. Hugo piensa: «¿Por qué irse tan pronto, si se está tan bien aquí?» Podría quedarse todo el fin de semana y gozar plenamente la situación, pues el marido -lo sabe porque los ha espiado- no regresa de su viaje de negocios hasta el domingo en la noche. El ladrón no lo piensa mucho: se pone los pantalones del señor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que saque el vino de la cava y que ponga algo de música para cenar, porque sin música no puede vivir.

A Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le ocurre algo para sacar al tipo de su casa. Pero no puede hacer gran cosa porque Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muy alejada, es de noche y nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa de Hugo. Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco, descubre que Ana es la conductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas las noches, sin falta. Hugo es su gran admirador y. mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo fue en un casete, hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se comporta tranquilamente y no tiene intenciones de lastimarla ni violentarla, pero ya es tarde porque el somnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe toda muy contento. Sin embargo, ha habido una equivocación, y quien ha tomado la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida en un dos por tres.

A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y muy bien tapada con una cobija, en su recámara. En el jardín, Hugo y Pauli juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana se sorprende de lo bien que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin de cuentas, es bastante atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad.

En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo se pone nervioso, pero Ana inventa que la niña está enferma y la despide de inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa a disfrutar del domingo. Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior, mientras silba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta pero que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailan hasta ya entrada la tarde. Pauli los observa, aplaude y, finalmente se queda dormida. Rendidos, terminan tirados en un sillón de la sala.

Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora de que el marido regrese. Aunque Ana se resiste, Hugo le devuelve casi todo lo que había robado, le da algunos consejos para que no se metan en su casa los ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza. Ana lo mira alejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa le dice, mirándole muy fijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va a volver a salir de viaje. El ladrón de sábado se va feliz, bailando por las calles del barrio, mientras anochece.

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